HIJOS EN EL OPUS DEI
Javier Ropero
12. NI DE BROMA...
Nunca habrá mujeres -ni de broma- en el Opus Dei.
(RHF 20755, pág. 298.)
Tras leer esta afirmación del fundador de la Obra
no puedo evitar hacerme la siguiente pregunta: ¿son
de broma las mujeres que hoy pertenecen a la Obra? ¿Fue
acaso la inspiración divina, como pretende Escrivá
de Balaguer, la que le movió a fundar la sección
de mujeres o el único móvil fue la perentoria
necesidad de tener unas personas que se dedicasen de lleno
a cocinar y a limpiar los centros de los varones? La verosimilitud
de esta última posibilidad nos la sugiere el hecho
de que una categoría importante de asociadas es la
de las numerarias sirvientes que se dedican plenamente y de
por vida a "los trabajos manuales o al servicio doméstico
en las casas de la institución" (Constituciones
de 1950, punto 440). Recojo a continuación la airada
protesta de una madre al ver que su hija era utilizada para
realizar estos menesteres:
Mi Conchi está trabajando de fregona gratis. La
hacen trabajar de diez de la mañana a once menos
cuarto de la noche, sin parar, para que no piense. Yo les
he dicho a las señoritas que la época de los
esclavos negros se ha acabado, pero la respuesta de ellas
es que lo hacen por Dios. Pero mi hija no está fregando
suelos gratis para Dios, que no lo necesita, sino para la
Obra. Así que ya pueden tener sus centros como los
chorros del oro. ("Tiempo de hoy", número
309, pág. 13.)
Estas numerarias sirvientes, aun poseyendo algún título
universitario, se encargan de cocinar, servir la comida y
limpiar los centros de varones del Opus Dei. La labor de estas
mujeres es la más sacrificada y agotadora de la institución.
Incluso en el libro "Opus Dei", de Peter Berglar,
editado por la Obra (Rialp), se puede observar la falta de
consideración del fundador para con estas asociadas:
En el verano de 1943, cuando abrió sus puertas el
nuevo Colegio Mayor Moncloa, el Padre, por primera vez,
encomendó la administración a las mujeres
de la Obra. Encarnación Ortega narra muy expresivamente
los comienzos: eran tres mujeres jóvenes -no habían
cumplido todavía los veinte años- y, por aquel
entonces, totalmente inexpertas en la atención de
una casa. Además se trataba de una casa llena de
complicaciones; tenían que limpiar y mantener en
orden las habitaciones de unos cien estudiantes, las salas
de estar, el oratorio, etc.; realizar las compras, preparar
el menú de las comidas, cocinar, lavar, planchar
y coser; llevar las cuentas y afrontar las dificultades
económicas... Todo ello, sin descuidar las normas
de la Obra: cada día, la santa misa, la oración,
la lectura espiritual, el rezo del rosario... ¡Dios
mío...!, las pobrecillas iban de aquí para
allá como pajarillos que han perdido la orientación;
les parecía que estaban fracasando en toda la línea
y veían cómo la marea iba creciendo... Así
estaban las cosas cuando, dos días antes de la Navidad,
las visitó el Padre; y su inquietud se desbordó:
así no valía la pena seguir trabajando, era
imposible... Y le contaron todo lo que les preocupaba. Don
Josemana permanecía silencioso y sereno, aunque apenado.
Y, además -le dijeron finalmente-, con todo aquel
trabajo no tenían tiempo para rezar; intentaban hacerlo
"entre medias", pero sin necesidad, sin darse
cuenta de que hablaban con Dios... Y, de repente, lo que
en el fundador había sido preocupación se
transformó en un profundo dolor. ¿Es que su
predicación sobre la unidad de vida, la continua
presencia de Dios en una fusión constante de acción
y contemplación, la alegría permanente como
consecuencia de la filiación divina -también
y especialmente en las contrariedades- había sido
inútil? ¿Es que sus hijas en el Opus Dei no
habían comprendido lo que era la esencia del Opus
Dei? ¿Es que las mujeres del Opus Dei, con su cohesión
tan sutil, apenas incoada y todavía no fortalecida
en las tormentas, iban a volver a perderse y a desintegrarse?
Y prorrumpió a llorar, con un llanto amargo. Las
jóvenes se quedaron como de piedra... Quizá
-escribe Encarnación Ortega- fue el momento del trato
con nuestro Padre que recuerdo con mayor viveza y siempre
con gran emoción: aquella persona que había
visto con tanta fortaleza en momentos de insidias y calumnias;
que parecía estar siempre por encima de todas las
dificultades, sabiendo darles un tono positivo y sobrenatural
y tratando de no agrandarlas, se derrumbó por completo.
Pidió luego un papel y apuntó: 1) sin servicio;
2) con obreros; 3) sin accesos; 4) sin manteles; 5) sin
despensas; 6) sin personal; 7) sin experiencia; 8) sin dividir
el trabajo. Trazó una raya y escribió debajo:
1) con mucho amor de Dios; 2) con toda la confianza en Dios
y en el Padre; 3) no pensar en los desastres hasta mañana
durante el retiro. Y don Josemaría pidió a
sus hijas que no comentaran entre sí lo que había
sucedido. Luego hizo que le prometieran que habría
una buena cena aquella noche, que estarían alegres
y contentas. Al día siguiente el fundador explicó
a Encarnita por qué había llorado:.. porque
no hacíais oración. Y para una hija de Dios
en el Opus Dei el trabajo más importante ante el
que hay que posponer todo lo demás, es éste:
la oración." (Berglar, Peter: "Opus Dei.
Vida y Obra del Fundador Josemaría Escrivá
de Balaguer". Ediciones Rialp, 1987, pág. 210.)
Mientras sirven la mesa, ataviadas con ropas de camareras,
sólo pueden dirigir la palabra al director del centro.
Recíprocamente, cualquier numerario que desee, por
ejemplo, ser nuevamente servido habrá de indicárselo
primero al director y éste será el que le transmita
la petición a las numerarias, a las que se llama, dentro
de la Obra, con la denominación genérica de
"administración". (Obsérvese que ni
siquiera la palabra administración hace referencia
a la condición femenina de quienes realizan esta labor.)
Pues bien, la administración vive en una zona de la
casa separada totalmente, a través de dos puertas,
de la sección de varones. Esta es una de las maneras
en que se asegura el deseo del fundador de que ambas secciones
estén una de la otra a "más de cinco mil
kilómetros de distancia". Se da por ejemplo el
caso de que en el Colegio Mayor Guadaira de Sevilla las chicas
de la administración han de acceder, día tras
día, al centro de varones a través de un estrecho
pasillo subterráneo en los aledaños de la avenida
de Las Palmeras. Al final del mismo existen dos puertas, una
que abrirá el director del centro masculino por su
lado y otra que abrirá la directora de la zona femenina
por el suyo. Previamente a la llegada de la administración,
los varones se habrán replegado a determinadas habitaciones
que cerrarán interiormente con un pestillo. Cuando
el servicio doméstico llegue para realizar su "apostolado
de la limpieza" (que era como denominaba el fundador
a la labor de la administración) entonces ellas cerrarán
por fuera, con otro pestillo exterior, estas mismas habitaciones,
de manera que se hace imposible para ambas secciones dirigirse
al otro lado. Estas normas absurdas y segregacionistas, basadas
en un legalismo a ultranza, son las que prevalecen en la Obra
hasta el extremo de que haya que elegir entre la fría
norma y el propio respeto a lo humano, como se manifiesta
en el siguiente testimonio:
Un ex socio de la Obra me contaba, por ejemplo, que en
una casa donde él vivió las empleadas del
hogar vivían en una parte del piso que el director
cerraba todas las noches con llave. Esto ocurría
en todas las casas del Opus, pero en aquélla donde
mi informante vivía se daba la particularidad de
que la parte del servicio, donde vivían las criadas,
solamente se conectaba por el portal con un montacargas
y no había escalera. El montacargas no funcionaba
de noche, de modo que, si se hubiese producido un incendio,
las numerarias sirvientes habrían muerto abrasadas.
(Luis Carandell: "Vida
y Milagros de Monseñor Escrivá de Balaguer
fundador del Opus Dei". Editorial Laja, Barcelona,
1975.)
Muchas de las actitudes discriminatorias que se adivinan
en el Opus Dei nacen de una errónea interpretación
de los propios textos evangélicos. Sea por ejemplo
el pasaje en que Jesús habla con la samaritana: cuando
llegaron los discípulos "se maravillaron de que
hablase a solas con una mujer" (Juan, 4, 27). Veamos
cómo interpreta este pasaje el fundador de la Obra
y cómo lo entienden la amplia generalidad de los escrituristas.
En la homilía "Porque verán a Dios"
argumenta el fundador:
Se ocupaba el Señor en aquella gran obra de caridad,
mientras volvían los apóstoles de la ciudad,
y "mirabantur quia cum muliere locuebatur", se
pasmaron de que hablara a solas con una mujer. ¡Qué
cuidado! ¡Qué amor a la virtud encantadora
de la santa pureza, que nos ayuda a ser más fuertes,
más recios, más fecundos, más capaces
de trabajar por Dios, más capaces de todo lo grande!
(Josemaría Escnivá de Balaguer: "Amigos
de Dios". Homilía "Porque verán
a Dios". Editorial Rialp, 1977.)
En definitiva, Escrivá pretende decir que, como Jesús
eludía deliberadamente la conversación con el
sexo opuesto, era natural que, por esta razón, los
apóstoles se maravillasen. ¡Qué lejos
esta intencionalidad de la de Jesucristo! En realidad en este
episodio Jesús rompe una lanza a favor del trato igualitario
con la mujer mientras sus propios apóstoles aún
no han sido capaces de evadirse del sentimiento de discriminación
sexual latente en la cultura judía. En la carta apostólica
de Juan Pablo II, "Mulieris Dignitatem", se dice
acerca del pasaje en cuestión:
Es algo universalmente admitido -incluso por parte de quienes
se ponen en actitud crítica ante el mensaje cristiano-
que Cristo fue ante sus contemporáneos el promotor
de la verdadera dignidad de la mujer y de la vocación
correspondiente a esta dignidad. A veces esto provocaba
estupor, sorpresa, incluso llegaba hasta el límite
del escándalo. Se sorprendían de que hablara
con una mujer (Jn., 4, 27) porque este comportamiento era
diverso del de los israelitas de su tiempo. Es más,
se sorprendían los mismos discípulos de Cristo.
Hemos de recordar que la posición de la mujer en Palestina
en la época de Cristo era la de los seres considerados
inferiores (véase "Jesús era feminista",
L. Swidler, La Rama Dorada). Por ejemplo, en las oraciones
diarias de los judíos se recitaba la triple acción
de gracias:
Sea alabado Dios porque no me creó gentil, sea alabado
Dios porque no me creó mujer, sea alabado Dios porque
no me creó hombre ignorante.
Obviamente san Pablo se refería a la anterior acción
de gracias cuando escribió en su epístola a
los gálatas:
No hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre,
no hay varón ni hembra; porque todos sois uno en
Cristo Jesús.
Otros dichos rabínicos revelan la actitud discriminatoria
hacia la mujer en aquella época:
Al nacimiento de un niño todo es alegría,
pero al nacimiento de una niña todo es tristeza...
Cuando un niño viene al mundo, la paz viene al mundo;
cuando una niña viene, nada viene... Hasta la más
virtuosa de las mujeres es una bruja... Nuestros maestros
han dicho: cuatro características son evidentes en
las mujeres: ellas son voraces en sus comidas, vehementes
en sus habladurías, perezosas y celosas.
Por otra parte, y en relación con el pasaje de la
samaritana, hemos de recordar que un rabí encontraba
por debajo de su dignidad, realmente desacreditante, hablar
con una mujer en público. Los "Proverbios de los
Padres" contienen el siguiente mandamiento:
No hables mucho con una mujer.
Igualmente la norma fariseo-rabínica prohibía
al hombre iniciar una conversación con una mujer ("Talmud
de Babilonia", Berakoth, 43b), que fue lo que hizo precisamente
Jesús. Pero Cristo no sólo rompió los
cánones de la época en su actitud con la samaritana,
sino que además fue en su conversación con ella
donde por primera vez, y de una manera explícita, se
reveló a sí mismo como Mesías:
Díjole la mujer: Yo sé que el Mesías,
el que se llama Cristo, está para venir, y que cuando
venga nos hará saber todas las cosas. Díjole
Jesús: Soy yo, el que contigo habla."(Jn., 4,
26.)
Del mismo modo se reveló a Marta como la "resurrección
y la vida" (Jn., 11, 25) y a María como "el
resucitado":
Por esto ha sido llamada "la apóstol de los
apóstoles". Antes que los apóstoles,
María de Magdala fue testigo ocular de Cristo resucitado,
y por esta razón fue también la primera en
dar testimonio ante los apóstoles. Este acontecimiento,
en cierto sentido, corona todo lo que se ha dicho anteriormente
sobre el hecho de que Jesús confiaba a las mujeres
las verdades divinas lo mismo que a los hombres. (Juan Pablo
II, Carta apostólica "Mulieris Dignitatem".)
Este confiar las verdades divinas a la mujer rompía
los moldes tradicionales palestinos en que a la mujer se le
tenía restringida la vida intelectual y de oración.
Por ejemplo un rabino del siglo J, Eliezer, afirmaba:
Preferible sería quemar las palabras de la Torah
(las escrituras) que confiárselas a la mujer... Aquel
que enseña a su hija la Torah es como si le enseñase
la lascivia.
Y en el Talmud se dice:
Caiga una desgracia sobre el hombre que tiene a su mujer
y a sus hijos diciendo oraciones por él.
Sin embargo, Jesucristo, en el episodio de Marta y María,
alaba la actitud intelectual de María y la contrapone
a la de Marta, estereotipo de la mujer dedicada solamente
a las labores del hogar:
Yendo de camino entró en una aldea y una mujer,
Marta de nombre, le recibió en su casa. Tenía
ésta una hermana llamada María, la cual, sentada
a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta
andaba afanada en los muchos cuidados del servicio y acercándose,
dijo: Señor, ¿no te enfada que mi hermana
me deje a mí sola en el servicio? Dile, pues, que
me ayude. Respondió el Señor y le dijo: Marta,
Marta, tú te inquietas y te turbas por muchas cosas;
pero pocas son necesarias, o más bien una sola. María
ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada.
(Lc., 10-11.)
Ideas que se oponen frontalmente a las del fundador, que
decía con su peculiar gracejo:
El mejor estado de la mujer casada es el estar embarazada.
Si queréis entregaros a Dios en el mundo, antes
que sabios -ellas no hace falta que sean sabias: basta que
sean discretas- habéis de ser espirituales... (Camino,
punto 946.)
Lo cual se parece muchísimo a las citas fariseo-rabínicas,
mencionadas antes, en que se desacredita a la mujer diciendo
que es vehemente en sus palabras y no apta para estudiar la
Torah.
Este reservar a los varones las labores intelectuales y a
las mujeres las más sacrificadas se insinúa
en el punto 237 de las Constituciones de 1950:
Todos los actos comunes de la sección de varones
se cerrarán con esta súplica piadosa: "Sancta
María, Spes nostra, Sedes Sapientiae, ora pro nobis"
(Santa María, esperanza nuestra, asiento de la sabiduría,
ruega por nosotros) y en la sección de mujeres: "Sancta
Maria, Spes nostra, Ancilla Domini, ora pro nobis"
(Santa María, esperanza nuestra, esclava del Señor,
ruega por nosotras).
En consecuencia, las mujeres del Opus Dei se ven abocadas
a una gradual involución de sus capacidades, pues a
la censura intelectual a que la Obra somete en general a sus
miembros se suma esta otra censura por razón de sexo.
Muy pocas son las mujeres a las que la institución
anima salir de esta mediocridad. Y esto porque al Opus le
interesa promocionar a una elite de "asociadas pantalla"
que se encargan de desmantelar la idea de que la Obra es un
grupo con un marcado tinte misógino. Recojo a continuación
el testimonio de una de las que pertenecieran en su día
a este círculo de privilegiadas:
M. R. S. opina que en el Opus no te dejan avanzar como persona
ni pensar, y por otra parte tus directoras viven obsesionadas
por los peligros que conlleva una vida laboral normal para
una mujer.
M. R. S. recuerda con amargura el día que el Ministerio
de Cultura le propuso ir como directora de la sala Neblí
a la Bienal de Venecia:
Me dijeron que tenía que contestar en veinticuatro
horas. Lo lógico era decir que sí. Fíjate
la oportunidad que era para mí ir a la Bienal, era
mi mundo y a la vez era como un sueño. Pues bien,
pedí permiso a mis superiores, que me dijeron que
no podía ir porque en el avión iban a viajar
hombres y porque en Venecia no había ninguna casa
de la Obra en donde yo pudiese dormir. Y claro, a un hotel
era imposible. Imagínate la vergüenza que pasé
cuando dije que no podía ir...
Y añade a continuación:
Siendo directora de Neblí, si llegaba a casa más
tarde de las nueve y media, había bronca. No podía
tomar un café con un cliente y para hablar con él
tenía que tener la puerta abierta. Profesionalmente
no podía leer nada sin el correspondiente permiso,
ni ir a reuniones con compañeros de profesión.
En realidad me nombraron directora porque en aquel momento
no tenían ningún numerario que pudiese desempeñar
este trabajo, pero nunca les gustó. Cada noche, cuando
llegaba a casa me preguntaban si había tenido peligros,
tentaciones...
De la noche a la mañana cerraron la galería,
ya que consideraban que no era un lugar apropiado para hacer
apostolado, y la mandaron a Sevilla, intentándola aislar
de su mundo. Fue en ese momento cuando M. R. S. se planteó,
y así lo dijo a su confesor, que ante todo quería
ser un ser humano, a continuación mujer, después
cristiana, católica, y en quinto lugar del Opus Dei.
Esta afirmación cayó muy mal entre sus superiores
y M. R. S. comenzó a plantearse su posible salida de
la Obra (referencia a M. R. S. extraída del artículo
de Mercedes Rivas publicado en "El País"
y titulado "Mujeres del Opus, ciudadanas de segunda").
Sin embargo, y a diferencia de los varones, las mujeres del
Opus Dei sí parecen ser aptas para asumir "loables
costumbres" como la de dormir encima de una tabla. Este
hábito se menciona en el punto 447 de las Constituciones
de 1950:
Aparte de las loables costumbres del instituto, las socias
simplemente numerarias, pero no las sirvientes, retengan
la siguiente: a saber, la de dormir en lecho de tablas,
a no ser que en atención a su mal estado de salud
otra cosa dispusiere la directora de la casa.
Veamos lo que nos cuenta una ex numeraria acerca de la anterior
modalidad de descanso:
Una tarde entré en la habitación de una numeraria
y, como no había más que una silla, me senté
en la cama. Sentí un golpe seco. ¿Era yo?
¿En donde me había sentado? La numeraria que
estaba conmigo se rió.
-¿Te has hecho daño?
-Un poco. Pero ¿qué clase de cama es ésta?
-Pues verás, las numerarias dormimos encima de una
tabla, sin colchón, y tiene una altura determinada
para que, al taparse con la colcha, tenga un aspecto de
cama normal, por si pasa alguien que no sea de la Obra.
-¿Y por qué se duerme en una tabla?
-El Padre dice que las mujeres necesitan meter el cuerpo
en vereda, que no hay que darle ciertas comodidades porque
es fuente de tentación.
Levanté la colcha y, efectivamente, sobre una tabla
había una manta que hacía las veces de colchón.
Encima se ponía la sábana.
El primer día que dormí en una tabla pasé
la noche en vela. La única postura que admite es
la de echarse de espaldas, no puedes darte media vuelta
porque se te clavan todos los huesos, y mucho menos dormir
boca abajo. Hay que hacerse a la idea de que es como dormir
en el suelo. Pero después de varios meses acabas
acostumbrándote. Todavía me faltaba enterarme
de otro detalle relacionado con la cama, mejor dicho, con
la almohada. Fue en una de tantas charlas, al explicarnos
una costumbre de la Obra: el día de guardia. Un día
a la semana cada numeraria se siente responsable, espiritualmente,
del resto de las personas de la Obra y para ello tiene que
hacer una mortificación extraordinaria. El día
de guardia, la numeraria usa como almohada las guías
de teléfono. La combinación tabla-guía
de teléfono es una experiencia difícil de
explicar. (Revista "Marie Claire", n° 2. Artículo
titulado: "La
historia amarga de una numeraria del Opus Dei".)
Al concluir este capítulo quiero expresar mi deseo
de que, al contemplar el ejemplo del propio Jesucristo, determinados
círculos que se autodenominan cristianos se dejen de
paños calientes y revisen con seriedad y valentía
sus actitudes ante la mujer.
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