HIJOS EN EL OPUS DEI
Javier Ropero
14. BRILLOS, LUCES
E ILUMINADOS
En primer lugar hablaremos del misterioso poder de enajenación
y evasión mística que produce contemplar durante
cierto tiempo los brillantes rasgos de ornamentos y relicarios
sagrados que se exhiben en algunas confesiones cristianas
y con mas profusión en los oratorios del Opus Dei.
Como argumenta Huxley en su libro "Cielo e infierno":
Entre todas las artes que inducen a la visión el
arte del orfebre y del joyero es, desde luego, el que más
depende de sus materias primas... Cuando a esta magia natural
del metal brillante y de la piedra con luminosidad propia
se agrega la otra magia de las nobles formas y de los colores
hábilmente combinados, nos hallamos en presencia
de un auténtico talismán.
El arte religioso ha empleado siempre y en todas partes estos
materiales que inducen a la visión.
Personalmente he podido experimentar este estado de conciencia
al asistir a varias exposiciones y bendiciones solemnes con
toda la pompa y solemnidad que es de rigor en el Opus Dei.
Terminados estos actos me encontraba habitualmente en un estado
de exaltación espiritual. En palabras del propio fundador:
Y te costó trabajo salir del oratorio: se estaba
bien allí. ¿Ves cómo lleva a Dios,
cómo acerca a Dios el rigor de la liturgia? (Camino,
punto 543.)
Esto es lo que el adolescente ha de evitar. Confundir un
estado fisiológico nuevo (que se puede inducir artificialmente)
con un sentimiento de mayor proximidad a Dios. Esto es lo
que realmente ata al joven a la institución y le hace
pensar que es una obra divina.
Cuando uno visita un oratorio del Opus Dei queda fascinado
por los frescos de nítidos colores, las nobles y pulidas
estatuas de la Virgen y el Niño, los cálices
de oro o adornados con piedras preciosas, los mármoles
que cubren el suelo y las paredes
Citemos de nuevo a Huxley:
Las obras de arte pintadas con colores brillantes y puros
pueden, en las circunstancias adecuadas, trasportar la mente
del espectador hacia sus antípodas. Los colores brillantes
y puros son la esencia no de la belleza en general sino
de una clase especial de belleza, la visionaria.
Escrivá de Balaguer participaba muy activamente en
el diseño de los oratorios y residencias de la Obra
y dejó instrucciones muy precisas acerca de este tema:
Aquella mujer que en casa de Simón el leproso, en
Betania, unge con rico perfume la cabeza del maestro, nos
recuerda el deber de ser espléndidos en el culto
a Dios.
Todo el lujo, la majestad y la belleza me parecen poco.
Y contra los que atacan la riqueza de vasos sagrados, ornamentos
y retablos, se oye la alabanza de Jesús: Opus enim
bonum operata est in me (una buena obra ha hecho conmigo).
(Camino, punto 527.)
La vida del fundador está repleta de anécdotas
acerca de sus exquisiteces ornamentales como aquella en la
que rechazó una "columba" de oro por una
de brillantes para su sagrario, o aquella otra en que mandó
recuperar los trozos de una pila bautismal, perdidos en un
río, para que se los trasladasen desde España
a su residencia de Roma.
Contrastando con estas amonestaciones del fundador apuntamos
a continuación las palabras de Juan Pablo II en su
encíclica "Sollicitudo rei socialis":
Ante los casos de necesidad no se debe dar preferencia
a los adornos superfluos de los templos y a los objetos
preciosos del culto divino; al contrario, podría
ser obligatorio enajenar estos bienes para dar pan, bebida,
vestido y casa a quien carece de ello.
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