HIJOS EN EL OPUS DEI
Javier Ropero
11.¿ES UN ACTO
IMPURO METERSE EL DEDO EN LA NARIZ?
La directora del Colegio Mayor se dirigía a las
nuevas alumnas y estimó conveniente aludir al tema
de la moralidad sexual.
-En los momentos de tentación -les dijo- haceos una
sola pregunta: ¿acaso una hora de placer vale por
toda una vida de deshonra?
Al final de su alocución preguntó si había
algo que aclarar. Una de las muchachas alzó tímidamente
la mano y dijo:
-¿Podría decirnos cómo se consigue
que dure una hora?
Hemos dicho anteriormente que el hacer ver la sexualidad
corno algo sucio y pecaminoso conduce a que el joven empiece
a despreciar su cuerpo, vehículo de estas tendencias.
Como el ser humano constituye una unidad psicosomática,
sin solución de continuidad, este desprecio se transfiere
del cuerpo al ego, con lo que al muchacho, al no tener ya
confianza en sí mismo, no le queda más remedio
que abandonar su criterio en manos de su director. También
apuntábamos cómo, en el Opus Dei, cualquier
"desliz" en este ámbito es considerado un
pecado grave que expone al infractor a las penas del infierno.
Como diría el fundador, en el terreno de la sexualidad
no hay parvedad de materia.
Es decir, cualquier fantasía sexual, cualquier mirada
a un desnudo, la masturbación, el acto sexual realizado
dentro del matrimonio sin la probabilidad suficiente de que
conduzca a la procreación pueden hacernos perder de
manera absoluta nuestra amistad con Dios.
Veamos cómo se enfoca este tema en un libro editado
por el Opus Dei y titulado "La educación sexual",
donde se dan instrucciones a los padres y educadores para
que sepan orientar a sus niños:
¿Es un acto impuro meterse el dedo en la nariz?
(de los 7 a los 8 años).
Hemos de intentar por todos los medios que el niño
comprenda que Dios le ha dado el sexo para un uso noble
y maravilloso como es el amor entre marido y mujer y el
engendrar nuevas vidas, y que utilizarlo para satisfacer
solamente sus instintos egoístas es envilecer tan
alta función. Eso es precisamente el pecado. Una
desobediencia a Dios, un hacer lo contrario de lo que debemos,
o dejar de hacer lo que debemos...
Como desgraciadamente estas razones abstractas no suelen
ser suficientes, habrá que insistir en tres argumentos:
el amor a Papá-Dios, los peligros de la masturbación
y el temor al infierno. Sí, querido lector, también
esto. Aunque parezca que no está de moda, el infierno
existe, y por tanto debemos informar al niño de este
grave peligro. Por supuesto que hemos de obrar por amor
y no por miedo, pero cuando el amor es débil y los
conocimientos escasos, no está de más ayudarse
con el temor. No olvidemos que el miedo guarda la viña...
Por último, un argumento humano que suele resultar
muy eficaz es el miedo a los peligros de la masturbación.
Por eso no debemos dudar en recargar las tintas, sin mentir
jamás, sobre los trastornos nerviosos y de desarrollo
que el vicio de la impureza provoca en los niños.
Quizá la peor consecuencia de la masturbación
sea la dificultad de corregir este vicio repugnante... Si
consentimos reiteradamente en esas impurezas no sólo
enferma mortalmente nuestra alma sino también el
cuerpo, pues en esta edad del desarrollo el organismo necesita
todas sus reservas para crecer y fortalecerse. Por eso la
impureza produce hombres débiles de cuerpo y de voluntad
y consume al hombre hasta la médula de los huesos.
("La educación sexual", colección
MC, dirigida por Jesús Urteaga, sacerdote del Opus
Dei, editorial Palabra.)
Con estos consejos no sólo se amedrenta innecesariamente
al joven sino que además se le suministra una información
engañosa y tergiversada pues la masturbación,
aunque produce un cierto desgaste físico, no entraña
los graves peligros a los que se alude. No existe ninguna
patología derivada de este acto ni tampoco produce
ningún desorden psíquico, a menos que alguien
haya recargado innecesariamente las tintas y conduzca al joven
a una obsesión por el tema.
En cuanto a su moralidad recordemos que no existe, ni en
el Antiguo ni en el Nuevo Testamento, ninguna referencia que
trate de ello aunque, con posterioridad, un gran sector de
la Iglesia haya considerado la masturbación como pecado.
(Cfr. "Catecismo de la Iglesia Católica"
ns. 2351 y ss.) Hoy en día la mayoría de los
directores espirituales fuera del Opus Dei tratan de no dar
mayor importancia al tema, animando a los jóvenes a
que encaucen sus instintos hacia el ideal de un amor generoso
y comprometido.
En cuanto al tema de los "pensamientos y deseos impuros"
la doctrina del Opus Dei al respecto intenta sustentarse en
una interpretación demasiado simplista de las palabras
de Jesús en Mateo 5, 27-28. Según esta interpretación
simplista, el mero deseo instintivo del hombre hacia la mujer
ya es considerado pecado. Esto podría parecer así
si sólo nos atuviésemos a la letra del texto:
Os han enseñado que se mandó: no cometerás
adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer
deseándola ya adulteró con ella en su interior.
Para interpretar adecuadamente este discurso hemos de saber
qué significado tenían, en el contexto en que
Jesús las utilizaba, las palabras adulterio, mujer
y mirar. Veamos lo que dice al respecto Pierre Bonard, profesor
de teología de la universidad de Lausana:
ADULTERIO... El adulterio, para el hombre, no era la infidelidad
a su propia esposa, sino el rapto de la esposa del prójimo.
En efecto, el hombre casado gozaba de amplios derechos,
sobre todo en sus relaciones con mujeres extranjeras; además,
la poligamia estaba legalizada, si es que no regularmente
practicada. Se trata del adulterio con la mujer de su prójimo
(Sifra sobre Lv 10, 92a); es decir, de un israelita, que
es el problema de nuestra perícopa.
MUJER:... Lo que hemos dicho antes, y sobre todo los paralelismos
rabínicos, muestra que se trata aquí de la
mujer-esposa y no -como pensaba Tolstoi- de cualquier mujer.
MIRAR: En Mateo este verbo es empleado en dos sentidos:
mirar y tener cuidado, atender. Nosotros lo tomamos aquí
en el primer sentido. Ahora bien, esta mirada es concebida
como un verdadero gesto que anima una intención precisa
del corazón, o de la voluntad (cfr. Sifré
sobre Nm, par. 115). Que la codicia del corazón haya
llegado a producir esta mirada, esto es lo grave. (Pierre
Bonnard: "Evangelio según San Mateo", Ediciones
Cristiandad, 1985, págs. 106-108.)
En definitiva, Jesús no condena de una manera general
el deseo que el hombre tiene de la mujer, que forma parte
del orden de la creación, sino la concupiscencia, activa
en la misma mirada, respecto de la mujer del prójimo.
De este hombre, movilizado en una intensa actividad del corazón,
de la carne y de la mirada, se comprende que Jesús
diga que ya ha cometido adulterio: "ha robado a la esposa
de su hermano".
Todo lo dicho anteriormente invalida la interpretación
rigorista del Opus Dei acerca del anterior texto evangélico,
en que el deseo instintivo hacia la mujer en general, si es
consentido y cultivado con el pensamiento, ya constituye pecado.
En esta misma línea hemos de recordar la distinción
que hacía el fundador entre ver y mirar. Para ello
pongamos un ejemplo: podemos ir por la calle y ver un desnudo
en la portada de una revista, pero si miramos ya estamos cometiendo,
según el fundador de la Obra, una falta grave. Como
las fronteras entre el mirar y el ver son tan difusas, no
es de extrañar que el adolescente o numerario tenga
grandes dificultades en saber si ha "visto" o "ha
mirado", es decir, si ha hecho algo intrascendente o
un pecado grave, merecedor de las penas del infierno. Esta
escrupulosidad enfermiza se manifiesta en otras recomendaciones
de los directores del Opus Dei a sus dirigidos: en el caso
de la sección masculina se recomienda no pasar al lado
de los quioscos de la prensa cuando se anda por la calle (teniendo
que cruzar a la otra acera si fuera necesario), no hojear
las revistas de moda que compran nuestras madres (incluida
la revista "Telva", cuya directora es numeraria
del Opus Dei), escaquearse de ir a la playa en vacaciones
con los padres aludiendo que se prefiere ir a tal o cual cursillo
o campamento, no mirarse sin ropa ante el espejo, vestirse
o desvestirse paulatinamente para no quedar nunca totalmente
desnudo; en los numerarios, evitar el trato con personas del
otro sexo y en los supernumerarios tener todos los hijos que
Dios les quiera dar, hijos que de hecho constituyen hoy la
mejor cantera de vocaciones al Opus Dei.
Además en la sección femenina:
está prohibido mirar a los sacerdotes a los ojos
y es necesario esconderse cuando alguno de ellos está
en la residencia en que vives. Con los integrantes de la
sección masculina no se puede hablar ya que, aseguran
las directoras, en cualquier momento podríamos caer
enamoradas. Las mujeres estamos obligadas a utilizar velos
en las misas y llevar siempre combinaciones gruesas que
impidan se marquen las formas. (P. D. M. Carta al director
publicada en "Tiempo" el 4-8-86.)
Esta enorme cantidad de precauciones conduce a que, para
muchos asociados del Opus Dei, el tema de la sexualidad llegue
a ser algo obsesivo, una dolorosa y traumática realidad
con la que hay que cargar de por vida. Como reacción
a la experiencia vivida en el Opus Dei no es de extrañar
que muchos ex numerarios emprendan diversas e inciertas andaduras
para intentar reconducir su sexualidad. Unos pocos optan por
la promiscuidad; creyéndose que actúan libremente,
en realidad lo que hacen es actuar por oposición a
los condicionamientos anteriores y, en muchos casos, creen
justificar su actitud diciendo que, como no han vivido su
pubertad, quieren recuperar el tiempo perdido.
Otros necesitan silenciar los gritos de su ego más
profundo, atándose a otra persona o institución.
Me ha llamado la atención la cantidad de ex numerarios
que contraen matrimonio al poco tiempo de abandonar la Obra.
Parece como si necesitasen estar comprometidos con algo o
con alguien puesto que anteriormente lo han estado con el
Opus Dei. Por otra parte, el matrimonio representa una tabla
de salvación donde el ex numerario puede eludir el
naufragio psicológico que se ha producido en su interior
al abandonar la institución. Por eso el peligro de
este compromiso tan prematuro es que, cuando el ex numerario
haya alcanzado su equilibrio psicológico para lo cual
hacen falta normalmente al menos tantos años como los
que ha estado en la Obra, entonces es posible que se dé
cuenta de que su matrimonio fue, en su momento, una escapatoria
para evadirse de su crisis psicológica.
Por fin otros acuden al psiquiatra cuando sus esfuerzos de
readecuación han sido infructuosos, como se desprende
de los dos testimonios siguientes:
Por lo que se refiere a ex numerarios del Opus, yo he tenido
en mi consulta a hombres que han llegado a los treinta años
en la creencia de que su mayor pecado, su mayor infracción
del orden moral, era la masturbación. En ocasiones
he tenido que proceder a una verdadera reconstrucción
de la conciencia moral en personas que no han estado acostumbradas
a ejercitar opciones éticas en un contexto social,
de intereses intersubjetivos, que es donde adquieren relevancia
psicológica. (12 Congreso Mundial de Sociología.
Ponencia presentada el 13 de julio de 1990 en el Comité
de Investigación de Sociología de la Religión
en la Universidad Complutense de Madrid con el título
"Sectas católicas: el Opus Dei'".)
Según el psiquiatra José Soria, ex numerario
del Opus y ex director de psiquiatría de la clínica
de Pamplona, la mayoría de casos de mujeres que llegan
al psiquiatra están motivados por crisis de tipo
personal o sexual. Hay que tener en cuenta que el sexo sólo
se contempla en el Opus como pecado si se realiza fuera
del matrimonio y no con intención de procrear. José
Soria piensa que en estos casos lo mejor es, en primer lugar,
calmar a los pacientes que llegan en un estado de ansiedad
muy grande y a continuación hacer que pongan todo
su problema sobre la mesa. (Artículo aparecido en
El País titulado "Mujeres del Opus, ciudadanas
de segunda", por Mercedes Rivas.)
Retomemos el tema que nos ocupa para añadir que un
pudor tan escrupuloso como el que se enseña en la Obra,
lejos de desviar la atención del tema del sexo, la
acentúa aún más. Es como si en vez de
utilizar un monedero para guardar un billete de mil pesetas
utilizásemos una caja fuerte; es probable que el posible
ladrón vea en la caja de caudales aquello que en realidad
no hay. Otro ejemplo lo tenemos en la época victoriana:
la gran cantidad de problemas psicológicos derivados
del exacerbado pudor y mojigatería de aquel momento
condujo a Freud a postular que la mayoría de las afecciones
psíquicas tenían un origen sexual.
Personalmente opino que lo mejor en estas cuestiones es la
naturalidad, habida cuenta de que hay otras culturas en las
cuales estos temas no tienen la menor trascendencia sin por
ello resentirse la estructura familiar, en muchos casos más
rígida y jerarquizada que la de nuestra sociedad.
Por otra parte se nos ha enseñado a desconfiar de
nuestros instintos animales básicos, cuando en realidad
son esos instintos los que garantizan que el ser humano
y la sociedad como tal se desarrollen lo más plenamente
posible en este ámbito. Esto no quiere decir que
nos fijemos en los animales para imitar sus pautas de conducta.
Aparte de nuestra inteligencia, también nos diferenciamos
de los animales en nuestros instintos animales, valga la
redundancia, que tienen una impronta específicamente
humana. En el ámbito sexual el ser humano experimenta
una atracción constante hacia el individuo del sexo
opuesto, atracción que sólo aparece en los
primates y mamíferos en la época en que la
hembra tiene la ovulación. En esta época,
la ovulación, o bien desencadena una serie de señales
externas o produce una atracción imperceptible que
llama la atención del macho para emparejarse. Sin
embargo, en la mujer no se puede establecer con exactitud,
ni siquiera con instrumentos avanzados, cuál es el
momento en que ésta ovula. En consecuencia, si la
ovulación pasa desapercibida, la fecundación
sólo es posible a través de relaciones bastante
regulares. Por otra parte, la mujer tiene unos distintivos
de índole sexual permanentes, a diferencia de las
hembras de otros mamíferos. Por ejemplo, el pecho
de las madres primates sólo aumenta de tamaño
durante la lactancia; en cambio la mujer tiene el pecho
abultado en todo momento, desde la pubertad. Esto sólo
tiene como objetivo la atracción permanente del hombre.
Otro tanto se puede decir del reparto de la grasa corporal
en las mujeres, que refuerza la femineidad de su figura
y es elemento de atracción para el hombre, o del
crecimiento del vello corporal en axilas y genitales. Uno
puede preguntarse: ¿cuál es la razón
de todas estas diferencias? La razón estriba en que
durante la evolución del horno sapiens la crianza
de los hijos se fue prolongando cada vez más y era
necesario que el macho contribuyese, junto con la hembra,
en la manutención y cuidado de los hijos. El permanente
estímulo de la hembra hacia el macho y el ocultamiento
de la fase de ovulación, así como unas relaciones
sexuales más gratificantes y placenteras, dieron
lugar a un reforzamiento de la unión de la pareja
que permitió a la prole recibir unos cuidados más
intensos y duraderos. Por tanto, negar el placer inherente
al sexo, alegando que la única finalidad del acto
amoroso es la procreación, es ir en contra de las
sabias leyes de la naturaleza, que han previsto este placer
como cemento unificador de la pareja en aras de la mejor
crianza de los hijos. Negar este placer es tan artificial
como desvincularlo de la responsabilidad de una vida conyugal
y afectiva. Ambas opciones, la de la "procreación
sin placer" como la del "placer sin procreación"
representan un retroceso en la evolución del género
humano. (John Money: "Desarrollo de la sexualidad humana",
Editorial Morata, Madrid, 1983.)
Estas mismas ideas son las que se recogen en el siguiente
fragmento de la encíclica "Humanae Vitae":
Inseparables los dos aspectos: unión y procreación.
Esta doctrina, muchas veces expuesta por el magisterio,
está fundada sobre la inseparable conexión
que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por
propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal:
el significado unitivo y el significado procreador. Efectivamente,
el acto conyugal, por su íntima estructura, mientras
une profundamente a los esposos, los hace aptos para la
generación de nuevas vidas, según las leyes
inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer. Salvaguardando
ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto
conyugal conserva íntegro el sentido del amor mutuo
y verdadero y su ordenación a la altísima
vocación del hombre a la paternidad. Nos pensamos
que los hombres, en particular los de nuestro tiempo, se
encuentran en grado de comprender el carácter profundamente
razonable y humano de este principio fundamental.
Por lo tanto creo que la mejor actitud ante el tema de la
sexualidad es la de la confianza en nuestros propios instintos
y la del amor a nosotros mismos y a los demás. Pienso
que la persona que se ama a sí misma de forma madura
y responsable (como vimos en el anterior capítulo)
difícilmente se verá involucrada o involucrará
a otras personas en situaciones comprometidas por causa del
uso incorrecto de sus facultades sexuales.
Por último, y ya que he citado la encíclica
"Hurnanae Vitae", quiero traer a colación
el tema de su doctrina de la paternidad responsable, que parece
ser ignorada por los supernumerarios de la Obra. Paternidad
responsable significa, entre otras cosas, tener un número
de hijos que no impida la educación completa de cada
uno. Y el compromiso de responsabilidad recae sobre los propios
padres, no sobre otras personas como preceptores o directores
espirituales del Opus Dei. Es muy fácil enviar a los
hijos según van siendo adolescentes a clubes de la
Obra -porque no hay quien aguante a tantos hijos en casa-
y encarrilarles a una forzada vocación de numerarios.
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