LIGERO DE EQUIPAJE
Tony de Mello, un profeta para nuestro tiempo
Carlos G. Vallés S.J.
LA "PUESTA EN ESCENA"
Vuelta a Lonaula. Después de ver actuar a Tony en
los diversos papeles que hizo durante su vida, quiero volver
a fijar la atención en el papel definitivo de su último
cursillo en Lonaula, y en especial en una faceta suya típica
que salió a relucir de manera notable en aquellos días.
Tony nunca aburría, pero quince días de actuación
exclusiva pueden poner a prueba la habilidad del mejor charlista
y la paciencia del mejor oyente. Tony se adelantó a
la situación y discurrió maneras de aligerar
las sesiones sin que perdieran en intensidad. Su mejor recurso
para lograrlo era la "puesta en escena" ("role-playing").
Era un maestro en el arte. Se podía pasar de una a
dos horas con el juego de "puesta en escena" sin
que decayese la atención ni un instante. El procedimiento
era sencillo, y siempre el mismo. Tony se inventaba un papel,
de ordinario el de un sacerdote o una religiosa con algún
problema concreto, se daba un nombre fingido y se dirigía
a cualquier hombre o mujer del grupo para pedirle consejo
en su situación. Tenía la manía de comenzar
siempre por dirigirse a una Hermana del grupo, despierta y
alegre, que se llama Tina; de modo que, cuando Tony empezaba:
"Tina, soy un sacerdote anciano; me llamo Frank; yo...",
sabíamos que el juego había comenzado. Entonces
todo el mundo espabilaba y se sentaba al borde de la silla.
No valía ya el escuchar repantingados, porque cualquiera
podía convertirse en jugador activo en cualquier momento.
Las reglas del juego eran sencillas. Tina podía seguir
dando cónsejos a Tony (o Frank) mientras quisiera,
y podía pasarle el mochuelo a cualquiera del grupo
en cuanto así lo desease. Si se mostraba reacia a esto
(cosa que siempre sucedía, y Tony le tomó el
pelo por ello el último día), cualquier otro
del grupo podía saltar a la arena y encargarse en cualquier
momento del trabajo de aconsejar a Tony, que así iba
pasando de mano en mano. Después, de repente, venía
la media vuelta. Tony cambiaba de papeles sin previo aviso
y decía: "Tina, ahora tú eres Frank, y
yo soy Tina; tú sigue presentando el problema de Frank,
y yo trataré de resolverlo"; y así otra
vez de mano en mano por todo el grupo. Nos sentábamos
en círculo, de manera que cada uno podía ver
la cara de todos los demás, observar reacciones y prepararse
a intervenir. Había sorpresas, destellos, risa, tragedia,
silencios y aun lágrimas; lo que no había eh
ni un momento aburrido.
La "puesta en escena" de Tony era al mismo tiempo
un entretenimiento de primera y una escuela de intenso aprendizaje.
Tony tenía un extraordinario poder de reacción
espontánea, y lo usaba a placer para echar por tierra
cualquier respuesta que le diéramos al problema que
había propuesto, el cual se iba haciendo más
enrevesado a cada pretendida respuesta, con el resultado de
que, al cabo de un par de vueltas por el círculo de
expertos directores, su situación aparecía mucho
peor que al principio, hasta hacerse totalmente desesperada.
Entonces era cuando cambiaba los papeles y, con todo su talento
y su chispa, le daba la vuelta a la tortilla y presentaba
una solución que a todos parecía natural y evidente.
Era todo un espectáculo, y yo nunca me cansaba de presenciarlo
y tomar parte en él. Lo que no puedo hacer es reproducir
ahora sobre el papel lo que entonces viví en persona;
pero sí puedo enumerar los papeles que asumió
y los problemas que propuso, junto con las líneas generales
de las discusiones subsiguientes. La elección de temas
y personajes que hizo tiene ya interés en sí
misma, y las sugerencias que emanen de esas largas sesiones
pueden ser útiles.
Una advertencia importante. El mero hecho de que Tony escogiera
el método de la "puesta en escena" para tratar
de estos temas muestra que no son problemas definidos, con
soluciones exactas y prefabricadas, sino más bien situaciones
que hay que describir, estados de ánimo que hay que
entender, enfoques que hay que sugerir, sabiendo perfectamente
que no habrá remedio radical, y cada uno tiene que
llevar su carga; y esperando, eso sí, aligerar esa
carga con prudencia y cariño, con entender y acompañar
cuando no podemos solucionar. El fruto principal es, para
nosotros mismos, el aprender a enfrentamos a esas situaciones,
que también pueden presentarse en nuestra vida de una
manera o de otra. La "puesta en escena" no es una
clase de lógica, sino una escuela para la vida.
Otra advertencia. La elección de temas que hace Tony
puede parecer parcial y limitada. Eso tiene su explicación.
Todos los del grupo éramos antiguos alumnos de Sádhana,
lo cual quiere decir que la mayor parte de nuestros problemas
personales, generales, naturales y universales habían
salido ya a relucir y habían sido tratados en detalle
en su día. Por eso tales problemas no aparecerán
en esta lista. En cambio, los temas que aparecen son tantó
más interesantes cuanto que son más generales,
y Tony los escuchó cuidadosamente después de
pensar mucho en cada caso, como él mismo nos dijo.
Los temas muestran también su valentía y sinceridad
en sacar a la luz ciertas situaciones conflictivas que por
lo común se disimulan y pasan por alto en círculos
oficiales. Tengo para mí que uno de los grandes servicios
que Tony hizo a la Iglesia en su vida fue precisamente éste:
estar al tanto, con respetuoso interés y desde dentro,
de los problemas que acarrea nuestro modo de vida en las instituciones
a que servimos; y estar dispuesto a hablar con delicadeza
y franqueza sobre ellos a personas que, como él, vivían
esos 'problemas con fe y generosidad. Y, dicho esto, paso
a describir los diversos papeles que Tony representó
en las reuniones de Lonaula.
"Tina, soy un sacerdote anciano, tengo ya más
de setenta, me llamo Frank y, bueno, no es que me pase nada
serio, he tenido una larga vida de sacerdote y confío
que eso está ya bien anotado en los libros de Dios,
pero, sí, ése es el problema, la verdad es que
yo me veo ahora totalmente inútil, no valgo para nada,
no puedo hacer nada de lo que antes hacía y, de hecho,
no soy más que una carga para mí mismo y para
los demás; no, claro, la gente es amable y considerada,
incluso me saludan con respeto cuando pasan a mi lado, pero,
por lo demás, no me hacen ningún caso y me dejan
solo; y, encima, yo me veo no sólo inútil, sino
poco atractivo, quiero decir aun físicamente, sí,
no tienes más que mirarme y verlo tú misma,
tengo la cara llena de arrugas, toso mucho y, hay que decirlo
por penoso que sea, caigo en la cuenta perfectamente de que
no le resulta agradable a nadie estar a mi lado. Eso me ha
hecho perder la dignidad, el respeto que me debo a mí
mismo, y, me resulta muy humillante decirlo, pero, sí,
me odio a mí mismo, o al menos me desprecio a mí
mismo, y eso me ha llevado a una depresión constante
que me imagino me va a acompañar ya hasta la tumba.
Con todo, he oído que tienes buena mano para ayudar
a gente que anda desanimada y, no sin antes pensármelo
mucho y dudar mucho, he venido por fin a verte como último
recurso. ¿Podrías ayudarme?"
Tina hizo todo lo que pudo. Lo mismo hicimos todos los demás.
Y a cada intento de ayudarle, el viejo Prank se iba hundiendo
más y más en su miseria. Cuando alguien le dijo:
"Piensa en el bien que has hecho a tanta gente en tiempos
pasados", él contestó: "Eso hace que
me duela aún más el no poder hacer nada ahora".
Cuando alguien le exhortó a que pensase en la recompensa
que le esperaba al llegar al cielo, él sonrió
tristemente y dijo: "Para entonces ya no necesitaré
tus consejos." El caso no tenía remedio.
Cuando Tony cambió de papeles y se encargó
de él, admitió que era ya demasiado tarde para
remediar la situación, y aprovechó la oportunidad
para insistir en que lo que le había echado a perder
a aquel hombre era el sofisma tan generalizado de identificar
su vida con su trabajo, su persona con sus éxitos.
Mientras hubo trabajo, hubo vida; y cuando se acabó
el trabajo, se acabó la vida. Mientras pudo hacer algo
por los demás, consideró que la gente le estimaba;
y al verse estimado por otros se estimaba a sí mismo:
trampa fatal de someterse al juicio de los demás y
depender de su aprobación para poder sentirse bien,
en vez de ser independiente en el aprecio y el juicio que
yo hago de mi propia persona. Mi persona y mi vida siguen
teniendo valor ante mí, trabaje o no trabaje, haga
la gente caso de mí o no lo haga. Cambiemos de enfoque
en nuestra vida antes de que sea demasiado tarde.
* * * * * * * * * *
"Tina, soy un Provincial jesuita. Lo estoy haciendo
bien, y sé que mi gesti6n como Provincial es apreciada
tanto aquí en mi provincia jesuítica como en
Roma, en nuestra curia general. Aún me quedan dos años
en el cargo, según el curso normal de las cosas, y
podría seguir perfectamente hasta el final; pero hay
algo que me preocupa. Mira, Tina, no me importa decírtelo
a ti, porque sé que eres discreta y no se lo vas a
contar a nadie, y encima está todo eso del secreto
profesional entre director y dirigido, y tú lo observas
escrupulosamente, de modo que me siento seguro en tus manos
y dispuesto a contártelo todo; y sí que quiero
hacerlo, porque necesito ayuda y creo que tú eres la
persona más indicada para ayudarme en esta situación.
Bien, el caso es, Tina, que yo soy agnóstico. Me tranquiliza
el ver que no te has asustado al oír eso. Claro, ya
entiendo, tú ya te has encontrado con otros religiosos
y religiosas que tienen dificultades en materia de fe en mayor
o menor grado, y yo también cuento con un buen número
de casos entre mi grey. No hay nada nuevo ni extraordinario
en ello. De hecho, yo, personalmente, me encuentro perfectamente
a gusto en mi situación y no me causa ningún
problema en mi propia vida. Ya me entiendes, no quiero decir
que yo niegue la existencia de Dios o la divinidad de Jesucristo,
sino que sencillamente no sé si son verdad; y en esa
situación, me siento obligado ante mi propia conciencia
a ser honesto conmigo mismo y no forzarme a creer en lo que,
de hecho, no creo. Se trata de una duda respetuosa, con la
consiguiente suspensión de juicio, y te repito que
me encuentro perfectamente en paz conmigo mismo. El conflicto
me viene de mi cargo. Soy el Provincial, y me da cierta inquietud
verme como un Superior agnóstico en una orden religiosa.
Mira, te pongo un ejemplo: uno de mis sacerdotes no decía
Misa, pues, como ya te he dicho y tú misma sabes, algunos
entre mi gente tienen serias dudas en materia de fe y práctica
religiosas; pues bien, las autoridades de Roma se han enterado
del caso y me han encargado a mí, como Provincial,
que le convenza a ese sacerdote de que vuelva a decir Misa
para evitar el escándalo entre los fieles. Y ahora
dime tú, ¿cómo voy a convencerle de que
diga Misa cuando yo mismo no creo en la Eucaristía?
Pero ése no es precisamente mi problema. Lo que yo
quiero consultarte, y en lo que necesito que tú me
des alguna luz, es en esta pregunta concreta: ¿debo
dimitir de Provincial o no? Si dimito, puedo volver tranquilamente
y con todos los honores a mi puesto de antes; yo enseñaba
química en un colegio, y puedo volver tranquilamente
a hacerlo sin que eso me cree problemas de tipo religioso
para mí, y menos con los demás; y también,
si pido a Roma que me quiten el cargo, no tengo por qué
decirles la razón verdadera, y sé muy bien cómo
explicar las cosas de modo que me concedan lo que quiero sin
enterarse de la verdadera razón, con lo cual puedo
muy bien dejar el puesto oficial que tengo y volver a mi situación
de sacerdote y religioso ordinario como antes. La cuestión
es: ¿debo hacerlo o no?"
El diálogo de silla en silla sacó a la luz
buena cantidad de ideas interesantes. No se trataba de una
cuestión puramente académica. 'Hay crisis de
fe entre nosotros, e ignorarlo significa sólo empeorar
la situación. Las soluciones radicales no son soluciones.
Y la confusión reinante no ayuda a pensar claro, aunque
sí puede ayudar a comprender mejor a quienes atraviesan
esas crisis.
Hoy en día, leemos libros de serios teólogos
católicos con aprobación eclesiástica
en que se defienden ideas que en nuestros días de estudiantes
nos decían eran herejía. Hay límites
que no pueden sobrepasarse, desde luego, pero queda una amplia
región en la que la duda honesta puede coexistir con
el compromiso genuino. Más podemos ayudar al que duda
tratando de entender su perplejidad que presionándolo
para que abandone sus dudas. El que duda habrá de ejercer
una gran prudencia al tratar con otros, y jamás debe
contaminar con sus dudas a gente que no las tiene. Aunque,
paralelamente, tampoco debe nadie imponer sus puntos de vista
rígidos a personas cuyos puntos de vista no son tan
rígidos. Algunos del grupo aconsejaron al Provincial
agnóstico que abandonara no sólo su cargo, sino
también el ejercicio de su sacerdocio, si es que quería
ser honesto consigo mismo; mientras que otros, por el contrario,
opinaron que podía ayudar mejor al creciente número
de gente con crisis de fe quedándose en su puesto.
Tony intervino: al Provincial puede ayudarle el caer en la
cuenta de que la Biblia, la Eucaristía y el Magisterio,
aunque para él no sean ahora objeto de fe, siempre
son, en todo caso, directivas de recto pensar, indicadores
de verdad oculta, y hará bien en escuchar el mensaje
de la tradición, aunque por ahora no se sienta ligado
a él por vínculos de obediencia. El escepticismo
es tan perjudicial como el dogmatismo. Quien se olvida de
la sabiduría de los que le precedieron, lo hace sólo
con peligro y daño propios. Por otro lado, una duda
sincera puede agradar a Dios más que un creer forzado.
Que siga el buen Provincial con los ojos y la mente bien abiertos,
y que siga adelante paso a paso, a su manera, con humildad
y sencillez. Y, por cierto, una advertencia en este tema:
si alguien os viene con el argumento de su propia experiencia,
tratando de convenceros a vosotros con las experiencias religiosas
que él ha tenido..., sencilla y educadamente, no le
hagáis caso; sus experiencias son suyas, no vuestras;
es muy posible que esté equivocado, y no hay manera
de saberlo.
Apreciad y valorad vuestras convicciones, pero no las impongáis
a los demás. Y no os consideréis mejores que
nadie sólo porque vuestro credo sea más largo
que "el suyo.
* * * * * * * * * *
"Tina, soy un religioso metido en el trabajo social
hace varios años. No lo hacía antes, ¿sabes?,
pero vino toda esta ola de la 'opción por los pobres',
y sentí yo como que despertaba, y descubrí,
aunque ya lo sabía, que había un suburbio de
gente pobre junto a nuestra casa religiosa, y comencé
a ir allí, a interesarme por ellos; no tenían
agua corriente, ¿sabes?, y tenían que andar
medio kilómetro hasta el grifo más cercano,
y yo los organicé, y llevamos el asunto hasta el ayuntamiento,
y por fin les conseguí una tubería hasta el
mismo barrio, lo que fue toda una hazaña, aunque la
verdad es que no me lo agradecieron lo bastante o, al menos,
así me lo pareció a mí; pero dejemos
eso a un lado, al fin y al cabo lo hacemos todo solamente
por Dios, y él lo sabe; y luego, ah sí, luego
les conseguí una unidad médica con una furgoneta
y un médico y una enfermera que venían con medicinas
dos veces por semana, y, bueno, cosas por el estilo. Pero
vamos al grano. Hace poco, he tenido una especie de experiencia
espiritual; bueno, no sé cómo llamarlo: anda
por ahí ese chiflado, Tony de Mello, quizá hayas
oído hablar de él, y me metí en uno de
como se llamen esos cursos que da, y, sí, a ver si
me explico, he caído en la cuenta de que, a fin de
cuentas, todo esto es pasajero, sí sí, pasajero,
y ahora, de vuelta en mi puesto, veo otra vez a esa gente
con quien trabajo, y me pregunto, si al fin y al cabo los
problemas de esta gente son también pasajeros, ¿por
qué meterme en ellos? Sigo yendo allí, pero
sin el interés con que antes iba; han perdido otra
vez la tubería de agua, y tienen que volver al grifo
de antes, pero, bueno, yo no voy a meterme otra vez en todo
ese lío; resumiendo, que yo he conseguido la paz del
alma, pero ellos han perdido el agua corriente. Y encima viene
esta idea de que la única manera de liberar a los demás
es comenzar por liberarse a sí mismo, y eso es lo que
estoy yo haciendo ahora, de modo que ¿qué más
se me puede pedir? Y también he caído en la
cuenta de que algunos de éstos que trabajan con los
pobres hacen más daño que bien, y a veces buscan
su propio interés y usan y manipulan a los pobres para
luego sobresalir ellos mismos, que desde luego es verdad en
algunos casos, aunque ciertamente no en el mío; pero,
en fin, que he perdido interés en este trabajo y estoy
pensando seriamente en dejado todo, ya que además,
y a decir verdad, nunca tuve un interés verdadero en
esto, y ahora lo veo claro, aunque antes no me lo dejaba ver
a mí mismo y quería convencerme de que me gustaba,
cuando en realidad nunca me gustó, así es que
quiero dejado, pero si lo dejo siento remordimiento de abandonar
a esa pobre gente, y miedo de lo que mis compañeros
dirán de mí, en fin, que estoy hecho un lío
y no sé qué hacer. ¿Podrías tú
ayudarme?"
Voy derecho a la reacción de Tony. Si aiguien se cree
que por venir a Sádhana va a perder su interés
por el trabajo con los pobres, ¡que venga y lo vea!
La resistencia que algunos del trabajo social sienten a venir
a Sádhana, y las calumnias descaradas que Sádhana
ha tenido que sufrir de boca de algunos de esos que nunca
se han acercado por aquí, muestran precisamente que
ellos son los que más la necesitan. Todos nosotros,
trabajemos en lo que trabajemos, necesitamos examinar nuestras
intenciones y purificar nuestros motivos; pero los que trabajan
en el campo social lo necesitan mucho más, porque manejan
poder y dirigen masas. Hay quienes van a trabajar por los
pobres, movidos, sin saberlo ellos mismos, por sentido de
culpabilidad, por sed de poder, por seguir la corriente, por
influencia de compañeros, compensación por un
complejo de inferioridad, por escapar al trabajo intelectual.
Todo eso, donde se dé, ha de ser purificado, en cuanto
sea posible, antes de ir a los pobres, si no queremos que
el trabajador social cause más daño que bien
al buscar secreta e inconscientemente sus propios intereses,
convirtiendo en instrumento para ello a esos mismos pobres
a quienes profesa servir. No dudo un momento en decir que
Sádhana es la mejor preparación para quien va
a trabajar con los pobres y oprimidos: purifica la mezcla
de sus motivos, y lo hace más libre, que es la única
manera de transmitir libertad. Y ahora, por lo que se refiere
a eso de que todo sufrimiento es "pasajero" y, por
consiguiente, no hay por qué ocuparse de él:
eso es pura teoría, y aquí estamos aprendiendo
a reaccionar ante hechos, no ante teorías. Si veis
a un niño sufriendo y sabéis que podéis
quitarle el sufrimiento con una inyección, ¿no
se la daréis por pensar que el sufrimiento es pasajero?
Si veis a una anciana que tropieza por las escaleras, ¿no
la agarráis del brazo instintivamente para que no se
caiga, en vez de poneros a filosofar que la caída es
efímera y pasará? Obedeced al instinto, no al
cerebro. La pena es que la gente pone por medio su visión
cristiana o su sueño budista o su plan marxista, y
con eso ya no ven a las personas, sino sus propios planes,
y ponen en marcha "actividades" para llevar a cabo
sus propios "ideales". Trabajemos por los pobres
y los oprimidos, por encima de todo; pero hagámoslo
desde nuestra propia libertad personal, no arrastrados por
complejos secretos o indigencias ocultas nuestras.
* * * * * * * * * *
"Tina, soy una Hermana india de una congregación
religiosa de tipo más bien conservador, y eso, claro,
nos está trayendo ahora problemas, ¿comprendes?,
sobre todo para las que -dentro siempre, desde luego, de nuestra
congregación- queremos seguir las tendencias modernas
y acercarnos a la gente, en vez de quedarnos en el convento;
y así ha surgido este asunto concreto, que en sí
no es nada, y a lo mejor te vas a reír, pero para nosotras
supone mucho y a mí me está haciendo sufrir,
y lo llevábamos discutiendo hace mucho tiempo entre
nosotras, y unas estaban a favor y otras en contra, y en otras
congregaciones ya habían cambiado, como veo, Tina,
que lo habéis hecho vosotras en vuestra congregación,
pero a nosotras no nos lo permitieron, y a mí me daba
vergüenza cuando nos reuníamos con Hermanas de
otras congregaciones para Ejercicios o seminarios de esos
que tanto hay ahora, y muchas de esas Hermanas llevaban sari;
y no sari de uniforme, fíjate bien, no ya sari blanco
o azul o marrón, todas iguales, sino algunas de ellas
sari de colores, de moda, incluso de muy buen gusto, y a mí
me daba envidia y rabia, y sentía y siento un gran
enfado contra nuestras superioras que no nos permiten llevar
sari, y se siguió discutiendo la materia, y por fin
todas las superioras indias de nuestra congregación
se pusieron de acuerdo, que no es cosa fácil, y le
pidieron a nuestra Madre general en Roma que nos dejara llevar
sari a nosotras aquí en la India, y, ¡fíjate!,
nos ha negado el permiso, y tenemos que seguir llevando el
hábito, y buen trapo viejo que es nuestro hábito,
lo estás viendo tú misma, sí, no te rías,
que a mí no me hace ninguna gracia, y ahora estoy furiosa
y me siento rebelde contra Roma y contra las autoridades eclesiásticas
por esto y por todo. ¿No somos una Iglesia india? ¿No
existe la inculturación? ¿No se han enterado
en Roma todavía? ¿Qué saben ellos allá
de lo que nosotros necesitamos aquí? y lo que más
me incordía es ver que los hombres pueden hacer lo
que quieren. Mira a esos jesuitas, se visten como les da la
gana y nadie les dice nada, mientras que nosotras, pobres
mujeres, estamos sujetas al capricho de gente a quien ni siquiera
conocemos. Y ahora, ¡imagínate!, nos han prohibido
hasta que hablemos de esto entre nosotras. Yo no sé
si estoy faltando a la obediencia al contarte todo esto a
ti, pero es que no puedo más y, para colmo, me da vergüenza
el tratar esto contigo, que llevas un sari tan bonito con
ese dibujo de cruces en el borde, tan sobrio y elegante, pero
al menos espero que me comprendas, que sientas conmigo aunque
no puedas hacer nada, y que me des ánimo.
¿Verdad que lo harás?" (Tony, al hablar,
había estado imitando todo el rato la voz, los gestos
y las muecas de una mujer, con un efecto cómico que
provocó contenidas sonrisas entre nosotros al vedo
y oído. Su interpretación del papel era siempre
parte integrante y divertida del espectáculo.)
La cuestión del sari se despachó rápidamente.
Se le dijo a la buena Hermana: elige tú; sométete
a las normas de los superiores y renuncia a tu protesta, o
ponte el sari y carga con las consecuencias. Decídete
de una vez y deja de atormentarte. Del tema más general
de la adaptación cultural y la Iglesia india se encargó
luego Tony. El amaba a la India, y lo había mostrado
de una manera bien práctica, entre otras muchas, al
decidir en estos últimos años que para los cursos
de "maxi-Sádhana" admitiría sólo
a religiosos y religiosas que trabajaran en la India, y así
lo hizo (con muy pocas excepciones), a pesar de las muchas
peticiones que le llegaban del extranjero; pero rechazaba
de plano el aspecto mezquino del patriotismo, como ya he tenido
ocasión de mencionar, y así lo dijo sin ambages
en este caso. "Si piensas como indio, o como europeo
o americano, has dejado de pensar; porque entonces piensas
desde tu condicionamiento, y ya no eres tú el que piensa."
Para Tony, todo esto eran cosas accidentales, y no perdía
tiempo en ellas. Incluso la cultura, no en cuanto saber, sino
en cuanto herencia, era un condicionamiento para él
y, como tal, había de ser trascendida.
* * * * * * * * * *
"Tina, soy párroco en una parroquia muy conservadora,
y yo también, por edad y por formación, soy
bastante conservador. Vine a la India de misionero, ¿sabes?,
hace ya muchos años; soy extranjero, pero amo a la
India como a mi patria, y he trabajado con todas mis fuerzas
todos estos años para hacer lo mejor que sabía
y podía, que era convertir a los paganos, bautizados
y hacerlos cristianos. Sí, ya lo sabes todo, eran casi
todos gente de casta baja, yo les ayudaba con dinero y regalos
que me mandaban los buenos católicos de Europa y América,
y esa pobre gente me lo agradecía y, para darme gusto
y conseguir más ayuda, se hacían cristianos,
y ya sé que todo el mundo los llama 'cristianos de
arroz' o 'cristianos de pan y mantequilla', que es muy desagradable,
lo admito, pero al fin y al cabo son cristianos, que es lo
importante, ¿no es así? El Señor tiene
sus maneras de llamar a los hombres y, aunque una generación
se haga cristiana por motivos egoístas, la siguiente
será ya una auténtica generación cristiana,
y ¿quién, dime, obra jamás por motivos
enteramente puros? Así es que yo estaba contento con
mi trabajo de misionero, contaba el número de conversiones,
que iba en aumento de año en año, me enorgullecía
de ello, enviaba fielmente las estadísticas a Roma,
y de allí me felicitaban por mi celo y mi trabajo apostólico.
Pero luego vino de repente toda esta teología nueva
del Concilio Vaticano que me dejó desconcertado del
todo. Verás, yo había basado todos mis esfuerzos
y había justificado mis métodos con el dogma
de que 'fuera de la Iglesia no hay salvación', que
había sido la roca de la expansión misionera
de la Iglesia en el pasado y hasta nuestros mismos tiempos,
y, sí, desde luego, el Señor tiene sus caminos
de msiericordia y puede salvar a quien quiera, pero me concederás
que, a fin de cuentas, el bautismo es el mejor caminó
para el cielo. ¡Y ahora viene el Concilio y nos dice
textualmente que hasta un ateo puede ir al cielo! ¿Dónde
me deja a mí eso? ¿A dónde va a parar
el trabajo de toda mi vida? ¿Es que he hecho el ridículo
sin remedio? Para acabarlo de estropear, ahora nos vienen
estos curas jóvenes, nativos del país, que denuncian
nuestro trabajo como colonialismo espiritual y exigen que
todos los misioneros extranjeros como yo nos marchemos y volvamos
a nuestros países de origen.
Estoy hecho un lío y lleno de resentimiento. Yo he
reaccionado contra todo eso, personalmente estoy seguro de
que la fe antigua es la que vale, y me pone malo el oír
hablar del ecumenismo no ya sólo con protestantes,
sino con paganos, y que le digan a uno tranquilamente que
los hindúes se salvan en el hinduismo y los mahometanos
en el islam, y tenga uno que callarse y decir amén
a todo. Considero deber de conciencia oponerme a todo eso,
volver a la pureza de la fe y exhortar a todos los demás
a que lo hagan; por eso yo nunca vay a esas reuniones de oración
con hindúes y mahometanos, y les prohibo ir a los fieles
de mi parroquia. Tenemos que volver a predicar una santa cruzada
contra los enemigos del evangelio, ¿no te parece?"
Me acuerdo muy bien de esa escena, porque yo tomé
parte importante en ella. Era difícil medirse con Tony
en esgrima de diálogo, de donde siempre salía
triunfador; pero aquel día estaba yo inspirado y tuve
mi desquite. Cuando, después de muchas idas y venidas,
él dijo: "Hago esto para cumplir con mi deber
como buen católico", yo repliqué: "En
eso no eres un buen católico ni siquiera un buen cristiano;
¡lo que eres es un buen mahometano que declara la guerra
santa a todos los infieles!" Tony paró el golpe
poniendo cara de ofendido y volviendo a la pregunta práctica:
"Llámame lo que quieras, pero ¿qué
he de hacer yo ahora?" Le contesté sin esperar:
"Si eres honesto... ¡ve y hazte circuncidar en
cuanto puedas!" Con eso todo el grupo rompió a
reír, y se acabó la escena.
* * * * * * * * * *
"Tina, soy un sacerdote jesuita y tengo un problema
muy delicado que espero que tú, como mujer, y la mujer
inteligente y sensible que eres, podrás entender y
ayudarme a que encuentre una solución. Estoy realmente
perplejo y sufro mucho. Bueno, me llamo John, y prefiero que
me llames así a secas. Hace muchos años, Tina,
que yo tenía una amistad muy honda con una religiosa,
Jane, y yo la quería con toda mi alma y ella a mí,
todo muy limpio, desde luego, una relación totalmente
irreprochable y sin complicaciones orgánicas, si es
que me entiendes, que ya sé que lo entiendes, y eso
duró mucho tiempo, y ella era con mucho la mejor de
mis amistades, completamente distinta de otras amistades femeninas
que tengo, y ella lo sabía perfectamente y me correspondía
con el afecto más intenso que he conocido; yo era su
hombre, y ella lo sabía y me quería a mí
como no quería a nadie. Pero luego, Tina, hace un par
de años, a Jane la destinaron a otra ciudad, ya sabes
lo que pasa con vosotras las monjas, que tenéis conventos
por toda la India y os envían de un extremo a otro
sin razón ninguna y sin previo aviso; y así
aterrizó ella en la otra punta del país, mientras
que yo, por supuesto, me quedé donde estaba. Nos escribimos
mucho, y sus cartas mostraban y siguen mostrando que su afecto
hacia mí permanece intacto, que es tan fiel y tan mía
ahora como cuando estaba aquí, y que, naturalmente,
da por supuesto que yo también continúo lo mismo.
Y ahí viene el lío, Tina, y espero que tú
lo entiendas. No es que yo ya no la quiera, no; la sigo queriendo
y trato de asegurárselo en mis cartas; pero, bueno,
sí, ya veo que lo has adivinado, y es verdad, ahora
ha entrado otra mujer en escena, y todo ha cambiado para mí.
Es religiosa también, de otra congregación,
y se llama Mary. Nos hicimos amigos, y yo no vi nada malo
en eso, porque seguía queriendo mucho más a
Jane y estaba convencido de que así seguiría
siendo. Pero no fue así. Al principio no me lo quería
confesar a mí mismo; pero era evidente, y ahara es
ya un hecho innegable. Ahora quiero a Mary mucho más
que a Jane. Y a ver si sigues ahora el hilo de esta madeja
enredada que son mis sentimientos actuales. Me siento culpable
por querer menos a Jane, y deseo con toda el alma que no fuera
así, pero lo es y no puedo remediarlo.
Siempre he valorado muy alto las virtudes de lealtad, fidelidad,
caballerosidad... y ahí me tienes ahora fallándole
a la primera mujer que he amado en mi vida, mientras ella
continúa adorándome. Mi dignidad de hombre está
por los suelos. Me desprecio a mí mismo. No, claro,
a Jane no le he dicho nada de lo de Mary, y, bueno, ya lo
ves, a Mary tampoco le he dicho nada de lo de Jane. ¿Caes
en la cuenta del lío en que me he metido? Le sigo escribiendo
a Jane, y cada carta es un tormento, al forzarme a fingir
sentimientos y ocultar los hechos. ¿Cuánto tiempo
podré seguir así? ¿Debería dejar
a Mary? ¿O a Jane? Y si escojo ahora a Mary, ¿qué
garantía tengo, después de esta experiencia,
de que más adelante no ha de pasarme con Mary lo que
ahora me ha pasado con Jáne? Pues entonces, ¿qué?,
¿las dejo a las dos? Eso sería hacerles sufrir
a las dos, mientras que de la otra manera sólo hago
sufrir a una y el hecho es que yo soy incapaz de hacer sufrir
a ninguna de las dos. Y me temo que, cuanto más tiempo
pase, más les voy a hacer sufrir. Ahora dime tú;
tú eres una mujer; ¿puedes darme alguna luz
en medio de toda esta confusión?"
Esta fue, con mucho, la escena más larga y más
bella y sentida que tuvimos en todos aquellos días.
El grupo entero tomó parte en ella durante casi dos
horas; y como había entre nosotros hombres y mujeres,
aproximadamente mitad y mitad en el grupo, el tacto, la delicadeza,
la seriedad y sensibilidad de todo el proceso fueron emocionantes
y exquisitos. Tony, después de hacer el papel de John,
hizo también, sucesivamente, los papeles de Jane y
de Mary, sacando a luz cada vez aspectos nuevos de la complicada
red de sentimientos, amor y amistad. Sin pretender resolver
ningún problema, sí se aclaró aquel día
ese mundo hasta ahora ignorado, y tan difícil como
enriquecedor, de la vida afectiva de religiosos y religiosas.
Todos aprendimos mucho en aquella sesión.
* * * * * * * * * *
"Tina, soy una Hermana encargada de la promoción
de vocaciones en nuestra congregación. Trabajamos en
grupo y vamos de colegio en colegio, y casi de pueblo en pueblo,
tratando de conocer y atraer a chicas que vengan a conocer
nuestra vida y puedan un día entrar en el noviciado.
Se está haciendo cada vez más difícil
conseguir vocaciones. Y lo que es más difícil
todavía para mí es definir mi propia postura.
Sí, he llegado a poner en tela de juicio la validez
y aun la legitimidad de mi trabajo. No es que yo dude de mi
propia vocación: me encuentro bien, gracias a Dios,
tal como estoy, y en todo caso es ya bastante tarde para cambiar
de dirección en la vida. Pero me pregunto a mí
misma: ¿Soy de veras feliz? ¿Son las Hermanas
que conozco realmente felices en la vida religiosa? Oficialmente,
todas lo somos, y todas sonreímos cuando nos sacan
fotos para las revistas y folletos de propaganda. Y si vamos
por ahí, también es verdad que, desde el punto
de vista de la fe, estamos en este mundo en la posición
más favorable con vistas al próximo, Todo eso
es verdad. Pero, bueno, tú también eres religiosa
y me entenderás. Cuando pienso en los malentendidos,
las envidias, las miserias y pequeñeces, la infidelidad
en la observación de los votos (ibien sabemos cómo
andamos en pobreza, castidad y obediencia!) y la creciente
frustración en nuestras casas y comunidades religiosas,
¿qué derecho tengo a ir y convencer a esas chicas
jóvenes para que vengan y se nos unan de por vida?
Conozco a una religiosa que ha disuadido a su propia hermana
menor, que quería hacerse monja, y le ha quitado la
idea de la cabeza. Y sabiendo, como sé, lo que esa
religiosa ha sufrido, no puedo culparla. Sí, ya sabemos
que el matrimonio tampoco es un paraíso, pero nadie
hace propaganda para que la gente se case, mientras que nosotros
sí que la hacemos para que entren en el noviciado.
Yo me siento muy intranquila al pensar en eso. ¿No
deberíamos, más bien, dejar que la gente siga
sus propias inclinaciones y, si nadie entra en nuestras congregaciones,
tomarlo como señal de que hemos de cambiar el marco
de la vida religiosa tal como nosotros la practicamos, y buscar
nuevas formas de vivir nuestros votos y nuestra consagración
a Dios que estén más a tono con las necesidades
espirituales del mundo de hoy? Antes teníamos vocaciones
de sobra sin empujar a nadie, porque nuestra vida era la respuesta
a una necesidad concreta y profunda de la juventud de aquellos
tiempos. ¿No deberíamos más bien ahora
analizar las verdaderas necesidades espirituales de la sociedad
contemporánea para edificar una vida religiosa que
responda a los genuinos deseos íntimos del Pueblo de
Dios hoy?"
El tema era serio y nos interesaba a todos, y sin duda que
habría provocado un fructífero diálogo;
pero, desgraciadamente, vino al final de una sesión
y quedó cortado sin que hubiera lugar a ninguna dirección
ni comentario. Tampoco los inventaré yo aquí.
* * * * * * * * * *
"Tina, soy Judas y tú eres Dios Padre. He venido
a reclamar mi recompensa. Sí, no me mires así,
con esa expresión de sorpresa, como si no supieras
nada. He dicho 'mi recompensa'. A fin de cuentas, te hice
un buen trabajo, ¿no es así? Claro que cualquier
otro podía haberlo hecho, de acuerdo, pero tú
me elegiste a mí, y yo lo hice con todo esmero. Sí,
tu trabajo, por que tú lo encargaste. Sin él,
todos tus planes hubieran fallado. Ni redención para
la humanidad, ni gloria para ti. Era un trabajo desagradable,
lo reconozco, pero precisamente por eso tiene más mérito
el haberlo hecho, y ese mérito me corresponde a mí.
Todo el mundo está dispuesto a hacer de rey en una
obra de teatro, y nadie quiere hacer de malvado. Pero sin
malvado no hay teatro. Sin mí no habría habido
Sagrada Pasión, y sin Sagrada Pasión no habría
habido un final feliz para tu Historia de la Salvación,
que es como ahora llaman por allá abajo a tu obra.
Sí, sí, no lo digas, ya sé que me pagaron,
y todo el mundo se enteró de aquello de las treinta
monedas de plata, y ya me lo han refrotado bastante para que
tú vengas ahora a repetirlo otra vez. Lo que quiero
ahora, y a eso he venido, es el sitio que me pertenece aquí
arriba para disfrutar de mi jubilación junto con los
demás actores de la gran obra de teatro. Cada uno hizo
su papel, y al final todo salió bien, ¿no fue
así? Tú me necesitaste entonces, y yo, siempre
atento, te hice el favor. De modo que ahora no te hagas de
rogar y ten la bondad de decirle a Pedro que abra esa puerta
y me deje pasar. Yo lo conozco a Pedro, buena persona, aunque
él también tuvo un par de escenas dudosillas
en la obra, y, sin embargo, ahí lo tienes ahora, de
mandamás en el catarro. Una palabrita tuya, y nos volvemos
a reunir todos los antiguos camaradas. Ya sabía que
no podías decir que no, pero, de todos modos, muchas
gracias. Y si me vuelves a necesitar algún día
para cualquier papel, ya sabes que me tienes a tu disposición.
¿Hace falta un cajero, quizá, aquí en
el cielo?"
Esta era la escena favorita de Tony. Yo le vi hacerla varias
veces en diversas ocasiones. Lo que quería resaltar
con ella era el papel que las circunstancias y el condicionamiento
juegan en nuestra vida, hasta el punto de que lo que hacemos
o dejamos de hacer es en gran parte -aunque no nos guste reconocerlo-
el resultado del marco en que vivimos. Al hablar de esto,
Tony siempre contaba una historia que había oído
en España.
La Semana Santa es cita turística en Andalucía,
con sus procesiones, pasos, imágenes y saetas. En cierto
pueblo de Andalucía la Semana Santa se cierra con un
acto público solemne de agradecimiento a Poncio Pilato.
El razonamiento es impecable. Sin Poncio Pilato no había
Pasión. Sin Pasión no había Semana Santa.
Sin Semana Santa no había turismo. Y sin turismo no
había ingresos para el pueblo. Eso constituía
a Poncio Pilato en bienhechor del pueblo a perpetuidad y,
como tal, en acreedor, año tras año, al discurso
de agradecimiento que el alcalde pronunciaba en la plaza mayor.
Y eso le daba derecho también, según el argumento
de Judas, a un puesto en la gloria junto a los demás
actores del divino drama.
Todos los lectores de Tony saben que su cita favorita era
la que puso al final de su primer libro, "Sádhana,
un camino de oración", sacada de la visión
mística de Juliana de Norwich. Cristo en la cruz le
sonrió y le dijo: "Todo acabará bien; todo
acabará bien; todo, todo, sin dejar nada... ¡acabará
bien!"
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