LIGERO DE EQUIPAJE
Tony de Mello, un profeta para nuestro tiempo
Carlos G. Vallés S.J.
EL ESCRITOR
Ya he dejado dicho que Tony no se consideraba escritor. Sin
embargo, su memoria se perpetuará y su influencia continuará
gracias a sus libros, internacionalmente populares en cantidad
de lenguas. Esos libros están compuestos en su mayor
parte de historias, meditaciones y ejercicios con comentarios
que se hacen cada vez más breves. Por lo que yo sé,
Tony sólo intentó una vez resumir de manera
sistemática su pensamiento por escrito, y eso fue en
un artículo que escribió el año 1982
para la revista "Concilium". El título del
artículo tiene ya su interés: "Un cristiano
oriental habla sobre la oración." [Agradecemos
a la Revista Concilium su autorización para reproducir
aquí este artículo, publicado en el núm.
179 de dicha Revista (noviembre de 1982), pp. 400-407.]
Tony se define a sí mismo como "un cristiano oriental",
y a su tema como la "oración". Acabo de decir
en el capítulo anterior que "oración"
era la divisa de Tony, bajo la cual desarrollaba su pensamiento
concreto en cualquier momento determinado. Así lo hizo
breve y bellamente en ese artículo. Como doy por supuesto
que es poco conocido, y como es una pequeña joya y
un compendio concentrado del pensar de Tony, lo vay a transcribir
por entero. Aquí está.
La semilla
¿Por qué es Dios invisible? Dios no es invisible.
Vuestra visión está borrosa, y por eso no lográis
verlo. La pantalla de cine se hace invisible cuando se proyecta
sobre ella una película. Aunque la miréis incesantemente,
no lográis verla; estáis demasiado agarrados
por la película.
El meditador hindú se sienta con las piernas cruzadas
y se mira a la punta de la nariz, como símbolo viviente
de que Dios está precisamente enfrente de nosotros,
pero nuestra mirada está fija más allá,
en la distancia. No se trata de buscar y encontrar la punta
de tu nariz. Hagas lo que hagas y vayas a donde vayas, despierto
o dormido, te vuelvas adonde te vuelvas, está justo
ante tus ojos. No la has perdido nunca. Simplemente, no logras
distinguirla.
Durante siglos, la India hindú ha visto a Dios no
"creando", sino "danzando" la creación.
Lo verdaderamente extraordinario es que el hombre ve la danza,
pero no logra reconocer al danzante.
Por eso, en la búsqueda de Dios debemos comprender
que no hay nada que buscar ni alcanzar. ¿Cómo
podéis poneros a buscar lo que está justo delante
de vuestros ojos? ¿Cómo podéis alcanzar
lo que ya poseéis? No se trata de esforzarse, sino
de reconocer.
Los discípulos de Emaús tenían al Señor
resucitado delante de ellos, pero hubo que abrirles los ojos.
A los escribas y fariseos les sobraba esfuerzo, pero les faltaba
reconocimiento. En el Juicio Final la humanidad exclamará:
"¡Estabas con nosotros y fuimos incapaces de verte!"
La búsqueda de Dios es, por tanto, un esfuerzo por
ver.
Un hombre ve cada día a una mujer, y ésta parece
semejante a las demás hasta el día en que él
se enamora de ella. Entonces se abren sus ojos y se asombra
de haber estado contemplando durante años a aquella
diosa adorable y no haber sido capaz de verla.
Dejad de buscar, dejad de viajar, y entonces llegaréis.
¡No hay adónde ir! Calmaos y ved lo que está
ante vuestros ojos. Cuanto más rápido viajáis,
más esfuerzo necesitáis para viajar y más
fácil es que os extraviéis. La gente pregunta
"dónde" encontrará a Dios. La repuesta
es: "aquí". ¿"Cuándo"
lo encontrarán? La respuesta es: "ahora".
¿"Cómo" lo encontrarán? La:
respuesta es: "callad y ved". (Un cuento oriental
narra cómo un pez del océano sale en busca del
océano, pero no lo encuentra por ninguna parte: ¡no
ve más que agua!)
El terreno rocoso
Intentamos "ver" a Dios. Pero ¿llegamos
a ver algo? Vemos una nueva flor y preguntamos: "¿Qué
es esto?" Alguien dice: "Una flor de loto."
Todo lo que tenemos con eso es un nombre nuevo, una etiqueta
nueva, pero erróneamente pensamos que tenemos una experiencia
nueva, una comprensión nueva. En cuanto logramos pegarle
un nombre a algo, nos parece que hemos aumentado el caudal
de nuestros conocimientos, cuando lo único que hemos
hecho ha sido aumentar nuestra colección de etiquetas.
Cuando Dios se negó a revelar su nombre a Moisés
y prohibió que se hicieran imágenes suyas, no
sólo prohibió la idolatría de los ignorantes
primitivos, que le identificaban con una imagen, sino también
la de los intelectuales modernos, que le identifican con una
idea. Nuestros ídolos conceptuales son tan inadecuados
para representar su realidad como lo eran los ídolos
de piedra y barro.
La palabra "europeo" os promete cierto saber, pero
os niega todo conocimiento acerca del individuo que está
ante vosotros. Cometeréis una injusticia contra él
si pensáis que "europeo", o cualquier otra
palabra o grupo de palabras, os ofrece alguna comprensión
de su individualidad única. Porque el individuo, como
Dios, está más allá de las palabras:
es inefable.
Para "ver" este árbol debo quitarle la etiqueta,
porque me causa la ilusión de que, teniendo un nombre
que ponerle, conozco el árbol. Todavía más:
debo abandonar todas las experiencias precedentes de otros
árboles (como debo olvidar a cualquier otro europeo,
si he de hacer justicia a la individualidad de éste
que tengo frente a mí). Y todavía más:
debo incluso desprenderme de todas las experiencias anteriores,
incluso de "este" árbol; todos sabemos que
negamos la oportunidad de manifestarse como es al individuo
"presente", porque constantemente le juzgamos por
nuestras pasadas experiencias de él. ¿Debe sorprenderme
entonces saber que, si quiero tener la experiencia de Dios
ahora, debo abandonar todo lo que otros me han dicho de él,
todas mis experiencias pasadas de él y todas las palabras
y etiquetas de él, por sagradas que sean? La verdad
no es una fórmula. Es una experiencia. Y la experiencia
es intransferible. Las fólmulas son material transferible;
por tanto, de poco valor. Lo valioso no se puede transferir.
La palabra, la fórmula religiosa, el dogma se idearon
en principio como medios que apunten, indiquen, me ayuden
y guíen en mi acercamiento a Dios. Pero a
menudo se convierten en barrera. Como si tomara un autobús
para ir a casa y me negase a bajar cuando he llegado. Vemos
muchas personas que dan vueltas y mas vueltas, porque nunca
les han enseñado a abandonar sus conceptualizaciones
y teologizaciones sobre lo divino, que se niegan a abandonar
sus reflexiones discursivas en la eleción y a entrar
en la noche oscura, la noche aconceptual de que hablan los
místicos. Van por la vida coleccionando cada vez más
etiquetas, como el hombre que acumula cada vez más
posesiones materiales que nunca usará.
El río fluye ante tus ojos mientras tú mueres
de sed, pero insistes en tener una definición del agua,
porque estás convencido de que no podrás satisfacer
tu sed hasta que no tengas la fórmula exacta. La palabra
"amor" no es amor, y la palabra "Dios"
no es Dios. Tampoco lo es su concepto. Nadie se emborracha
con la palabra "vino". Nadie se abrasa con la palabra
"fuego".
El hombre se preocupa más de los reflejos que de la
realidad. Vive en la ficción. Y cuando reflexiona sobre
Dios, vive en una ficción religiosa. Está fascinado
por los conceptos, porque piensa que reflejan lo real.
Hay que romper los espejos. Alimento "real" y bebida
"real" es lo que se necesita para satisfacer hambre
y sed reales. De nada sirven alimentos y bebidas representados.
La fórmula H2O no quitará la sed, por más
que sea científicamente exacta. Tampoco las creencias
en Dios, por verdaderas que sean. Harán de él
un fanático religioso, pero dejarán insatisfecho
su corazón. (Un místico árabe habla de
un hombre muerto de hambre en el desierto que ve a lo lejos
un saco y corre hacia él esperando que tenga algo que
comer, pero dentro encuentra sólo piedras preciosas.)
¿Debemos extrañarnos de que, no habiendo logrado
entender esto, las Iglesias cristianas se hayan convertido
en minas agotadas? Lo que ahora se extrae de las minas son
palabras y fórmulas, y con ellas se abarrota el mercado.
Pero la experiencia es escasa, y los cristianos nos estamos
volviendo un pueblo "palabrero". Vivimos de palabras,
como una persona que se alimente con la carta del menú
sin probar los alimentos. La palabra "Dios", la
fórmula de Dios, se está haciendo más
significativa para nosotros que la realidad "Dios".
Hay un gran peligro de que, cuando veamos la Realidad en formas
que no encajen en nuestras fórmulas, seamos incapaces
de reconocerla e inclusó la rechacemos en nombre de
nuestras fórmulas. (Un maestro sufí dice: "Un
burro alojado en una biblioteca no se hace sabio. De nada
me ha servido todo mi saber religioso, como de nada sirve
la presencia de un tesoro en un desierto para hacerlo fértil.")
La tierra buena
Esta actitud se ve perfectamente en el tipo de escuelas de
teología que dirigimos los cristianos. Cabría
esperar que estas escuelas formaran personas que ayudasen
al hombre moderno a saciar su sed de Dios. Pero se han convertido
en copias de las escuelas seculares. Tienen profesores, en
vez de Maestros; y ofrecen enseñanza, en vez de iluminación.
El profesor enseña, el Maestro despierta. El profesor
ofrece conocimiento; el Maestro ofrece ignorancia, destruye
conocimiento y crea experiencia; os ofrece conocimiento como
un vehículo, sólo para sacaros de él
cuando llegue el momento y el conocimiento no impida el reconocimiento.
El aprendizaje secular se realiza por medio de la reflexión,
el pensamiento, la palabra. La religión se aprende
a través de la meditación silenciosa. (En el
Oriente, "meditación" -dhyan- no significa
reflexión, como ocurre en Occidente, sino el acallar
toda reflexión y pensamiento). La escuela secular produce
eruditos. La escuela religiosa, meditadores. La tragedia es
que muchas escuelas cristianas de teología se limitan
a hacer de un erudito secular un erudito religioso. La escuela
secular intenta explicar las cosas creando "conocimiento".
La escuela, religiosa enseña a contemplar las cosas
de tal modo que crea "asombro". El hombre tiene
una ignorancia enraizada. Su aprendizaje secular no suprime
esta ignorancia: la oculta más, dándole la ilusión
de conocimiento. En la escuela religiosa, esta ignorancia
es sacada a luz y expuesta, ya que dentro de ella hay que
encontrar lo divino. Pero es rara la escuela religiosa que
haga esto; con demasiada frecuencia queda enterrada bajo nuevas
capas de conocimiento religioso.
La escuela religiosa cristiana debe, por tanto, desarrollar
técnicas para utilizar el conocimiento como un medio
para exponer la ignorancia, para utilizar la palabra de modo
que conduzca al silencio. Como el "mantra" o "bhajan"
en la India, donde la palabra o la fórmula se entienden
primero con la mente, luego es repetida incesantemente hasta
crear un silencio en el que la fórmula es transferida
desde la mente al corazón, y su significado profundo
se siente más allá de toda palabra o fórmula.
Los estudiantes religiosos deben ser entrenados de tal modo
que, cuando lean o escuchen la palabra, su corazón
sintonice incesantemente con la realidad sin palabras que
resuena en la palabra. Deben seguir una disciplina rigurosa
hasta que sus mentes queden serenas y, en silencio, aprendan
a "considerar las cosas en su corazón". (Un
oficial del gobierno preguntó al gran Rinzai cuál
era el secreto de la religión resumido en una palabra.
"Silencio", respondió Rinzai. "¿Y
cómo se alcanza el silencio?". "Meditación".
"¿Y qué es la meditación?".
"Silencio".)
Los estudiantes religiosos leerán la Biblia, pero
en esa Biblia una página sí y otra no quedarán
en blanco, para indicar que las palabras sagradas están
encaminadas a producir un profundo silencio, un silencio enriquecido
por las palabras sagradas, como el valioso silencio que sigue
al tañido del gong en el templo. Deberán dedicar
tanto tiempo a las páginas en blanco de su Biblia como
al texto, porque sólo así serán capaces
de compreder el texto. Porque la Biblia brotó de esas
páginas en blanco, de hombres y mujeres que cultivaron
lo bastante el silencio como para experimentar una verdad
inefable que nunca pudieron describir, pero que procuraron
señalar y sugerir con palabras que pudieran conducir
a otros a la experiencia de la misma verdad.
La flor
La Biblia enseña que nadie puede ver a Dios y seguir
vivo. Cuando se acalla a la mente, se ve a Dios, y el Yo muere.
Los Maestros de Oriente están de acuerdo en que, cuando
el silencio entra en el corazón, el Yo muere. ¿Cómo?
No por aniquilamiento, sino por "visión".
En la calma del silencio se "ve" que el Yo es una
ilusión. El psicópata que se cree Napoleón
está curado cuando "ve", comprende, que su
"yo napoleónico" es una ilusión. El
hombre se cura cuando "ve", cuando experimenta que
su yo-centro, su yo-separado es "maya", ilusión.
Es como si la danza entrara dentro de sí misma y "viera"
que no tiene centro, que no tiene más ser que el del
danzante, que no es en absoluto un "ser", sino una
acción. Sólo el danzante es ser. Sólo
él es. La danza no tiene ser, solamente está-en-el-danzante.
Dios dijo a Catalina de Siena: "Yo soy el que es. Tú
eres la que no es." Cuando entráis en el silencio,
experimentáis que no sois; el centro ya no está
en vosotros; está en Dios; vosotros sois la periferia.
Recordemos las poderosas palabras atribuidas al maestro Eckhart:
"Unicamente un Ser tiene derecho a utilizar el pronombre
personal 'yo': ¡Dios!".
Quien experimenta esto, despierta. Se vuelve un "nadie",
un vacío, una "encarnación" a través
de la cual lo divino brilla y actúa. El poeta, el pintor,
el músico, experimentan a veces momentos de inspiración
en los que parecen perderse, y sienten que los atraviesa un
flujo de actividad del que son más un canal que una
fuente. Lo que ellos experimentan en su arte, el hombre despierto
lo experimenta en su vida. Sigue actuando, pero ya no es él
quien actúa. Sus acciones ya no las hace él,
sino que le suceden a él. Se experimenta a sí
mismo haciendo cosas que, simultáneamente, no son hechas
por él; parecen ocurrir a través de él.
Sus esfuerzos se convierten en facilidad, su trabajo se transforma
en juego, en lila, en deporte divino. ¿Podría
ser de otro modo cuando se experimenta a sí mismo como
una danza danzada por lo divino, como una flauta hueca de
la que brota la música de Dios?
El fruto
Cuando el silencio produce la muerte del Yo, nace el amor.
El hombre despierto, iluminado, se siente a sí mismo
como diferente, pero no separado de los demás hombres
ni del resto de la creación. Porque sólo hay
un Danzante, y toda la creación constituye una danza.
Los experimenta a todos como a su "cuerpo", a su
Yo. Así, ama a todos los hombres cuando se ama a sí
mismo.
No se lanza necesariamente al servicio. Sabe que cualquiera
que busca servir está en peligro de convertirse en
un ser semejante a tanta gente "caritativa" que
no es en absoluto religiosa, es gente que se siente culpable,
bienhechores forzosos que se entremeten en las vidas de otros.
Es posible, por desgracia, que des tus bienes para alimentar
a los pobres y que tu cuerpo arda, pero que no tengas amor.
El mejor servicio que puedes hacer al mundo es que tú
desaparezcas. Entonces te transformarás en vehículo
de lo divino. Entonces el servicio será espontáneo,
pero sólo si Dios te empuja a ello. Puede ocurrir que
te empuje a cantar canciones o a retirarte al desierto, y
el mundo entero se enriquecerá con tus canciones o
con tu silencio, en vez de ser perjudicado con tu servicio.
("Perdóname", dijo el mono, mientras colocaba
encima de la rama de un árbol al pez que protestaba,
"simplemente evito que te ahogues". ¡La servicialidad
puede matar!)
Independientemente de lo que hagas, sea servir, callar o
cantar, estarás totalmente absorto, porque tu Yo no
estará por medio, y consagrarás a cada actividad
la totalidad de tu ser. Esto es la religión en su cumbre.
No sentarse en la soledad, ni recitar oraciones, ni ir a la
iglesia, sino ir a la vida. Todas tus acciones brotarán
del silencio, de un Yo silenciado. Cada acción tuya
se habrá transformado en meditación.
Actualmente, la acción cristiana corre el peligro
de brotar de la "charla" y de la "reflexión",
más que del "silencio". El cristianismo corre
el peligro de convertirse en una religión "habladora"
y "pensadora". Se dice de la eucaristía que
es una "celebración", pero se está
convirtiendo más bien en una "cerebración";
el sacerdote habla al pueblo, el pueblo habla para responderle,
y juntos hablan a Dios. Si queremos convertir de nuevo la
religión en celebración, debemos disminuir el
"pensar" y el "hablar", y aumentar el
"callar" y el "danzar". (Preguntado cómo
había alcanzado a Dios, el guru respondió al
discípulo: "Poniendo el corazón en blanco
con una meditación silenciosa, no ennegreciendo el
papel con una composición religiosa". Nosotros
podríamos añadir: y no espesando el aire con
conversaciones espirituales.)
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