LIGERO DE EQUIPAJE
Tony de Mello, un profeta para nuestro tiempo
Carlos G. Vallés S.J.
LA FLOR DE LOTO Y EL LAGO
"El mundo está lleno de sufrimiento. La raíz
del sufrimiento es el apego a las cosas. El remedio está
en dejar caer el apego a las cosas." No era Buda quien
así hablaba, sino Tony de Mello. Conocía bien
el budismo, y usaba con efecto sus conceptos válidos
en sus libros y charlas. Cuando, al volver de Lonaula, me
preguntó un amigo: "¿Qué os ha dado
Tony en Lonaula?", le contesté bromeando: "¡Un
curso de budismo!" Exageraba, desde luego, pero también
había un elemento de verdad en esa precipitada sinopsis.
Tony usaba con frecuencia citas y cuentos budistas para aclarar
ideas o remachar argumentos. Al hacerlo así, no hacía
más que cumplir con la instrucción del Vaticano
II que nos manda "reconocer, aceptar y propagar los valores
espirituales verdaderos de otras religiones". Lo que
la mayor parte de sus oyentes no captaban eran los cambios
sutiles que introducía en las citas. Las palabras que
acabo de citar son un buen ejemplo. Las palabras originales
de Buda suelen darse como sigue: "El mundo está
lleno de sufrimiento. La raíz del sufrimiento es el
deseo. El remedio está en desarraigar todo deseo."
Tony cambiaba "desarraigar" por "dejar caer",
y "deseo" por "apego". El primer cambio
lo notarán y apreciarán enseguida los que recuerden
el capítulo anterior y lo que allí quedó
claro sobre la posibilidad y la naturaleza del cambio. En
el terreno espiritual no se consigue nada con "desarraigar"
hábitos por la fuerza (cosa imposible y contraproducente),
sino permitiendo que maduren y sazonen, y así "dejarlos
caer" cuando llegue su tiempo. El segundo cambio es aún
más importante. Si es que de verdad vamos a quedar
libres de todo "deseo", pasaremos a ser totalmente
pasivos, neutrales, inertes, inhumanos. Una persona sin deseos
no es un ser humano, y querer evitar el sufrimiento suprimiendo
todos los deseos es como curar los dolores de cabeza cortándose
la cabeza. Remedio efectivo, qué duda cabe, pero algo
demasiado radical. De hecho, yo creo que no era ésa
la intención del propio Buda, y que la palabra que
él empleó (trishaná = sed, ansia, deseo
desordenado) ha sido mal interpretada y mal traducida. Tony
la cambió sencillamente por "apego", y luego
basó en esa cita su doctrina fundamental para la paz
y la felicidad del alma. En castellano clásico tenemos
la palabra "asimiento", que es la que mejor traduce
el espíritu de esta doctrina tan importante.
El deseo como pura preferencia es perfectamente aceptable
e incluso necesario para la vida humana. Sé lo que
prefiero, y ejerzo mis opciones dentro de límites legales,
con lo cual defino mi carácter y dirijo mi vida.
Escoger es la base misma de la personalidad humana, y el
deseo que lleva a escoger lleva al ser humano a desarrollarse
como tal. Lo que resulta dañoso es el deseo como "asimiento",
como apego, como gancho. Ese es el mayor obstáculo
a la felicidad del hombre. Ese apego quiere decir: "no
puedo pasar sin eso"; o, en el caso de las relaciones
humanas: "no puedo pasar sin ti". Esa actitud lleva
a depender, anhelar, agarrarse, a la ansiedad por 'poseer
y al temor de perder. Método infalible de perder la
paz del alma sin remedio. Tony repetía sin cansarse:
"La única causa del sufrimiento humano (aparte
del dolor puramente físico) es el apegarse a las cosas
y a las personas. Soltad las amarras y encontraréis
la paz."
La felicidad no consiste en la satisfacción de deseo.
Satisfacer el deseo no nos libera de él, sino que engendra
un nuevo deseo de que vuelva a repetirse la experiencia placentera.
El ciclo se repite; la dosis de placer necesaria aumenta cada
vez, ya que todo placer terreno está sujeto a la ley
del interés disminuido...; y la frustración
hace su aparición. Hay que romper el ciclo, y eso se
hace desprendiéndose del asimiento. Hay que aprender
el arte de disfrutar de las cosas en libertad: si lo tengo,
magnífico; y si no lo tengo... ¡magnífico
también! La única manera de disfrutar de todo
es no agarrarse a nada.
Tony se inventó una palabra: "Felicidad es bastantidad."
El sentido de lo "bastante". Saber contentarse con
lo que nos llega, no rechazar nada y no suspirar por nada.
El arte de saber encontrar satisfacción en la realidad,
sea ésta de abundancia o de carencia. La actitud de
Pablo, que él mismo describe a los filipenses: "Sé
disfrutar de una buena comida y sé pasar hambre."
Una vez más, esto es fe en la Providencia, sumisión
a 'la voluntad de Dios y amistad con la creación. Tomar
las cosas como vienen, imitando a los pájaros del cielo
y a los lirios del campo. Aceptar lo que viene y despedir
a lo que se va. Que venga lo que haya de venir, y que se vaya
lo que se ha de ir. El Señor lo dio y el Señor
se lo llevó. ¡Sea su santo nombre bendito!
Si el arquero tensa el arco para ganar el premio en un concurso,
sus músculos se ponen rígidos, sus nervios se
excitan y su mano tiembla. En cambio, si practica la arquería
sólo por divertirse, el arco le parecerá ligero,
y la flecha volará recta al blanco. El apego al premio
estropea el juego. El apego a la vida estropea la vida.
Tony le había tomado verdadero cariño a un
verso del Gita que citaba con mucha frecuencia: "Lánzate
al centro de la batalla... con tu corazón siempre junto
a los pies de loto del Señor." La batalla del
Bhágavad Gita no fue una batalla cualquiera. Cuando
Arjun, héroe y guerrero, escudriña el campo
de batalla y ve de lejos las filas del enemigo, reconoce a
sus propios parientes entre sus adversarios. Sus primos, sus
tios, sus amigos se alinean en el campo contrario y empuñan
las armas dispuestos a luchar hasta la muerte. ¿Cómo
va a luchar contra su familia? ¿Cómo puede matar
a sus hermanos? ¿Cómo meterse en esa matanza
sin sentido? Arjun se desanima, deja caer su enorme arco,
terror de ejércitos, y se niega a luchar. Entonces
Shri Krishna, Dios hecho auriga para conducir al hombre por
las batallas de la vida, le recuerda su obligación
como guerrero, la realidad imparcial de la vida y la muerte,
la generosidad de actuar sin reclamar el fruto de la acción,
y así lo conduce a la acción más dura
con el desprendimiento más absoluto. El ardor de la
batalla... y los pies de loto del Señor.
En la India, la flor de loto es símbolo de belleza,
simetría, blancura y, en especial, de la habilidad
que tiene, real y mítica, de reposar sobre las aguas
sin mojarse nunca ella misma. Este fenómeno de la naturaleza
queda bellamente expresado en un compuesto lingüístico
que adorna a todas las lenguas indias. En sánscrito,
la palabra 'yal' (agua) rima con 'kamal' (loto), y la expresión
'yal-kamal' es el breve resumen y permanente recuerdo, en
todo libro religioso y en todo sermón devoto, de esa
actitud fundamental de desprendimiento en medio de las aguas
de la vida. Expresión poética de lo que nosotros
también queremos decir con nuestra sabida frase, "estar
en el mundo sin ser del mundo".
La flor de loto, pues, es símbolo de desprendimiento
interior; y cuando se une como adjetivo a los sagrados pies
del Señor, realza poéticamente la verdad suprema
del desprendimiento total que logra el alma en comunión
íntima con su Dios. Paz del alma en medio de la batalla
de la vida. No es extraño que a Tony le gustara tanto
ese texto.
También le tenía Tony especial cariño
a un proverbio japonés que nos repetía casi
a diario, y siempre lo decía despacio, con una pausa
en el medio y con una expresión muy comunicativa en
su rostro, que parecía decir que, si entendíamos
eso, ya no había más que entender. El proverbio
era: "Si las entiendes, las cosas son lo que son; y si
no las entiendes... (pausa)... las cosas son lo que son."
No te alborotes por nada. Las cosas son lo que son, la vida
es la que es, tú eres lo que eres, el cielo y la tierra
son lo que son, y lo seguirán siendo, sea cual sea
tu opinión sobre el particular. Si te rebelas y protestas,
tú sales perdiendo. Eso es "dar coces contra el
aguijón", darte de cabezazos contra la pared,
estrellarte contra la dura roca de la realidad. Mientras que,
si entiendes y aceptas la realidad tal y como es, te pones
a tono con la vida, entras en la corriente, cabalgas sobre
la tormenta, te reconcilias con el mundo entero y, en consecuencia,
contigo mismo.
Aquí la palabra clave era "entender". Cuando
le preguntamos a Tony: "Estamos de acuerdo en que son
nuestros asimientos los que nos impiden progresar, y queremos
librarnos de ellos, pero ¿cómo lograrlo?",
nos contestó: "Entendiendo. Es el único
camino. Nunca lograréis acabar con ningún asimiento
a fuerza de trabajo, esfuerzo, fuerza de voluntad, firmes
propósitos o heroicos sacrificios. Eso no funciona.
La única manera de desentenderse de un asimiento es
verlo como tal, caer en la cuenta de que eso es lo que es,
entender que es un asimiento. No os opongáis a él
como a un enemigo personal; sencillamente, dejadlo caer como
un peso muerto. Cuando caes en la cuenta de que lo que tú
habías tomado por una valiosa joya era una piedra sin
valor, la tiras al instante, sin más. Eso es todo.
Entiende que el asimiento es asimiento. No es una maravilla,
no es un placer objetivo, no es un encanto. Es, sencilla y
puramente, eso: un apego que tienes a algo y que te hace verlo
como una maravilla. Es un gancho, una atadura, una cadena.
Abre los ojos y ve. Cae en la cuenta. Mira la realidad tal
como es. Y no hay más que hacer. Eso sí, no
te enfades, no te avergüences, no te impacientes. No
consigues nada con enfadarte y preocuparte y darte prisa.
Al contrario, mira con bondad y comprensión a tus propios
apegos, sé amable con ellos, y así verás
cómo su importancia disminuye y se hacen más
tratables y razonables; si los atacas de frente, no harán
más que crecerse y darte más guerra. Tómatelos
a la ligera. Entiéndelos con cariño. Y luego
los verás despegarse por su cuenta... cuando les llegue
su tiempo."
Su cuento favorito: un monje andariego se encontró,
en uno de sus viajes, una piedra preciosa, y la guardó
en su talega. Un día se encontró con un viajero
y, al abrir su talega para compartir con él sus provisiones,
el viajero vio la joya y se la pidió. El monje se la
dio sin más. El viajero le dio las gracias y marchó
lleno de gozo con aquel regalo inesperado de la piedra preciosa
que bastaría para darle riqueza y seguridad todo el
resto de sus días. Sin embargo, pocos días después
volvió en busca del monje mendicante, lo encontró,
le devolvió la joya y le suplicó: "Ahora
te ruego que me des algo de mucho más valor que esta
joya, valiosa como es. Dame, por favor, lo que te permitió
dármela a mí."
Eso no es tan fácil de dar como la joya. Por eso precisamente
vale más. No es algo que se pueda dar o tomar, ni siquiera
definir o expresar. Es algo que hay que aprender, aceptar,
entender. Es la mirada de la fe, que ve a través del
valor aparente de las cosas y descubre su nulidad intrínseca.
Es Pablo cayendo en la cuenta de que todo lo que antes había
valorado tanto era puro estiércol. Cuando eso sucede,
el desprendimiento se sigue sin más. Tony sabía
también ser perfectamente clásico y acogerse,
en línea con los mejores predicadores de todos los
tiempos, al hecho inevitable de la muerte y a la luz que arroja
sobre la naturaleza perecedera de todas las cosas de este
mundo. Le gustaba repetir: "Es mi esqueleto el que escucha",
y dramatizaba el gesto con efecto: "Estoy acostado en
mi ataúd, bien sellado y enterrado; han pasado meses
desde mi muerte y soy sólo huesos. Alguien llama con
los nudillos a la tapa del ataúd. ¡Tan, tan!
'Tony, ¿estás ahí?' -'Sí, para
servirte.' -'¿Sabes lo que andan diciendo de ti por
aquí arriba en la tierra?' -'Ni lo sé ni me
importa. Déjame en paz, por favor. ¡Se está
tan bien y tranquilo aquí abajo! Por favor, no me molestes.'
Una vez que es mi esqueleto el que escucha, el insulto y la
alabanza me tienen sin cuidado, y ya nada me importa nada.
Todos los apegos se han despegado de mis alegres huesos. Si
queréis adquirir la verdadera sabiduría, haceos
amigos de vuestro esqueleto."
Otro de los ejemplos de Tony. El cirujano. Lo llamaba el
modelo perfecto. El cirujano pone en juego toda su habilidad,
su poder y su interés en la operación que está
llevando a cabo, y al mismo tiempo está tranquilo,
sereno, sin emoción, parcialidad o apego, que precisamente
pondrían en peligro su trabajo. Cumple con tu deber,
y hazlo con toda calma. Así se salvan vidas.
Ni apegarse ni rechazar. Dejar que las cosas vengan y dejar
que se marchen. Dejar que corra el agua y que sople el viento.
Dejar que la melodía fluya sin obstáculo. Tony
era amante de la música clásica, y hablaba de
ella con interés y sentimiento. "Una sinfonía
clásica. La experiencia perfecta. Una sinfonía
no tiene propósito, no tiene finalidad, no tiene sentido.
No se trata de üferrarse a un pasaje o de apresurarse
a oír otro. No hay que esperar al final de la sinfonía
para disfrutar el principio, sino que a cada acorde y a cada
nota se la deja llevar y se la deja marcharse para dar paso
a la siguiente sin romper el ritmo. Cualquier intento de parar
el concierto, cualquier "asimiento" a una nota concreta,
echaría a perder toda la sinfonía. ¿Sabéis
el cuento de Mulla Nasruddín? Estaba una vez tocando
el violín en la plaza del pueblo, y la gente se reunió
a su alrededor para oírIo tocar. Pero él no
hacía más que tocar una sola nota, siempre la
misma, sin variar ni parar. Por fin le hicieron parar y le
preguntaron: "¿Por qué tocas todo el rato
una sola nota? ¿Es que tu violín no da para
más? ¿Para qué quieres las cuatro cuerdas
y todos tus dedos? Mira a esos otros músicos callejeros;
todos ellos le sacan cantidad de notas al violín, y
tocan muchas melodías y tonadas diferentes, lo cual
es mucho más divertido." Nasruddín contestó:
"¡Pobres desgraciados! Todavía andan todos
ellos buscando la nota perfecta...; ¡yo ya la encontré!"
¿Disfrutaríais con ese concierto? No es extraño
que la gente no disfrute de la vida.
Esta insistencia en el desprendimiento puede aclarar algo
el concepto que Tony tenía del amor, como he anunciado
a su tiempo. Según él, y una vez más
en plena paradoja, como era su estilo, nadie puede amar a
otra persona mientras sienta apego por ella. Llegó
a definir al amor como el desprenderse de todo apego a la
persona. Sólo cuando dejo de necesitarte, de poseerte,
de acapararte... puedo comenzar a amarte. Mientras estaba
aferrado a ti, no hacía más que manifestar en
mí y fomentar en ti la mutua dependencia, exigencia,
indigencia. Eso es lo opuesto al amor. El amor se basa en
la libertad, y la libertad se pierde en el apego mutuo. Tony,
con una naturalidad característica en él que
nunca hería a los oyentes, aun cuando hablase de cosas
personales suyas, explicó la situación con su
propio ejemplo, contando su propia experiencia con su mejor
amistad femenina, que estaba presente en el grupo, y de quien
dijo mirándola a ella y refiriéndose a ella:
"Antes, cuando nos veíamos, yo me preocupaba de
que cada reunión fuera un éxito ininterrumpido,
y al despedimos sentía la necesidad de dejar fijado
bien claro cuándo y dónde nos volveríamos
a ver. Ahora la cosa ha cambiado. Disfruto de su compañía
plenamente cuando nos vemos; pero, al separamos, ni ella ni
yo decimos una palabra sobre cuándo nos volveremos
a ver. Contentos si nos vemos, y contentos si nos dejamos
de ver. No dejamos de vermos y estar juntos cuando las circunstancias
nos llevan a ello, pero sin la obligación y la compulsión
de antes. Cuanto menos apego, más 'amor." También
contó otra experiencia parecida y emocionante sobre
la muerte de su padre. Tony se había preocupado mucho
de él y de que pasara los últimos años
de su vida de la mejor manera posible. Cuando al fin falleció,
Tony aceptó su partida con una serenidad absoluta,
que a algunos incluso les pareció frialdad: no permitió
luto de ninguna clase, y declaró definitiva y cariñosamente
cerrado un capítulo de su vida, importante como pasado,
pero inexistente ya como realidad. Sin cicatrices en la memoria.
"¿Es posible desprenderse de todos los asimientos?",
le preguntó alguien durante el curso. "No lo sé",
contestó Tony, "pero cuantos más se desprendan,
mejor."
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