LIGERO DE EQUIPAJE
Tony de Mello, un profeta para nuestro tiempo
Carlos G. Vallés S.J.
EL CEREBRO PROGRAMADO
"Todos llevamos dentro de la cabeza un modelo de la
realidad que nos ha sido inoculado por la tradición,
la formación, la costumbre y los prejuicios. Cuando
los sucesos de la vida y la conducta de las personas a nuestro
alrededor se conforman a ese modelo, permanecemos tranquilos
y nos parece que todo marcha bien; pero cuando no se conforman
al modelo, nos alborotamos por dentro. Así, lo que
en realidad nos trastorna no son esas personas o esos sucesos,
sino el modelo que llevamos dentro. El tal modelo, para colmo,
es accidental y arbitrario. Cae en la cuenta de eso, y nada
volveráa trastornarte."
Con eso Tony había dicho algo importante que volvería
a remachar día a día, hasta convertirlo en uno
de los temas básicos de todo el cursillo. Mi trastorno
personal no viene de la realidad objetiva fuera de mí,
sino del precondicionamiento dentro de mí. Quita el
condicionamiento, y el trastorno desaparece. Mi manera de
ver y de pensar, mis juicios y mis principios, aun mis gustos
y mis preferencias, son el resultado del largo proceso de
vivir en el complejo familia-colegio-iglesia-sociedad que
ha moldeado mi mente y ha decretado cómo debo reaccionar
"espontáneamente" (¡con espontaneidad
hereditaria!) ante hechos y situaciones. Eso puede ser muy
necesario y muy útil, pero también puede imponer
a veces modos de ver que no son necesarios y que yo sigo arrastrando
en la vida y dejándome gobernar por ellos, siendo feliz
cuando ellos me dictan que lo sea, y desgraciado cuando, según
ellos, debo sentirme desgraciado. Esa sensación viene
de dentro, no de fuera; y, por tanto, está en mi mano
corregirla si así lo creo ahora conveniente para bien
mío y de los demás. Reconocer que mis trastornos
vienen de mí mismo es el primer paso para remediarlos.
Tony se puso a probar su tesis: "Hay algo que te trastorna
a ti y, sin embargo, no trastorna a otra persona. Eso quiere
decir que la causa del trastorno no está en la realidad
objetiva, sino en tu manera de percibirla. Si la causa estuviera
fuera de ti, habría afectado a la otra persona también;
pero el hecho de que al otro no le ha hecho nada prueba que
la causa estaba dentro de ti. El modelo que llevas dentro
de tu cabeza es distinto del que el otro lleva en la suya,
y así fue como el mismo incidente a ti te afectó
y a él no. En la India, un hombre casado se molestaría
seriamente si invitara a un huésped a su casa y el
huésped se acostase con la mujer del amigo que lo había
invitado. En cambio, a lo que parece, un esquimal no se alteraría
si su huésped se portara de esa manera; y, de hecho,
podría incluso invitarlo a que lo hiciera. Son dos
hombres casados que tienen modelos distintos de lo que constituye
una conducta aceptable y, por consiguiente, reaccionan de
manera distinta ante el mismo hecho. El hecho externo es el
mismo, pero la manera de percibirlo en la mente es distinta.
Y es la manera de percibirlo lo que causa la reacción
correspondiente. Cambia la percepción y cambiarás
la reacción. Este ejemplo va sólo a probar que
no hay que echarle la culpa de nuestras molestias interiores
a causas externas. Toda molestia viene de dentro, del cerebro
condicionado y programado."
Un diamante es algo valiosísimo para nosotros... y
sin valor alguno para algunas tribus africanas. Nos da asco
la suciedad, mientras que los niños disfrutan jugando
con ella. Todo depende de la imagen que se ha creado en el
cerebro. El modelo, el condicionamiento, la programación...
La gran conclusión de todo esto es que ningún
sufrimiento (aparte, como siempre, del dolor físico)
viene de causas objetivas, sino de mi "programación"
interna. Mi cerebro ha sido programado de manera que ciertas
cosas le parezcan agradables y otras desagradables, y él
sigue ciegamente el programa cibernético. Se alegra
cuando tiene que alegrarse, cuando la cinta del ordenador
le dice que se alegre, y se apena cuando le dice que tiene
que apenarse. Obedece al programa como el robot más
fiel. Por eso, cuando me encuentro irritado por una situación,
molesto ante una persona, disgustado conmigo mismo... no tengo
más que cambiar el programa del ordenador, y la molestia
cesará.
Tony llegó a esta conclusión en dos etapas,
por así decido: la primera en "Sádhana
I ", y la segunda en "Sádhana II"; y
las voy a explicar por separado. Ya en los tiempos de "Sádhana
I ", Tony insistía con claridad y vehemencia:
"Nadie te trastorna; te trastornas tú mismo."
En eso no perdonaba. La gente se le quejaba: "fulano
me está molestando, me está fastidiando, me
está sacando de quicio", y él nunca jamás
admitía tales quejas. "¿Desde cuándo
le has dado tú permiso para que te moleste, te fastidie,
te saque de quicio? ¿Con que le has dado poder sobre
tu vida, eh? Le, has entregado la llave de tu libertad, y
ahora te diviertes cuando él te divierte, y te fastidias
cuando él te fastidia, ¿no es eso? Pues ¡valiente
persona estás tú hecha! "Tony atacaba sin
piedad a quien así se quejara. Echarle a otros la culpa
del propio malestar de uno era un escape, un mecanismo de
defensa psicológico, un tratar de quitarme la responsabilidad
de los hombros y echársela encima a los demás,
un hacerme la víctima inocente e indefensa que nada
puede hacer más que sufrir pacientemente lo que otros
despiadadamente le echan encima. Esa cobarde actitud quedaba
denunciada, desenmascarada y rechazada enérgicamente.
Ejemplos de siempre: "Me ha insultado, me ha engañado,
no me ha hecho caso, no me ha correspondido." Y respuesta
de siempre: si has de tomar medidas para contrarrestar el
daño que te ha hecho o puede hacerte, tómalas
y arregla el asunto de hombre a hombre; pero lo que no vale
es quedarte tú sentado sin hacer nada más que
quejarte a los cuatro vientos de la injusticia de que eres
objeto, y pretender que te tengamos lástima y te demos
la razón. De ninguna manera. Si quieres sufrir, sufre,
pero asume la responsabilidad de tu sufrimiento y reconoce
que viene de ti mismo, de tu enfado contigo mismo por tu impotencia
y tu cobardía, del rechazarte tú a ti mismo
por tu derrota sin lucha, por tu frustración. Tú
eres quien te estás haciendo sufrir a ti mismo, y nadie
más.
Tony disfrutaba representando en monólogo la siguiente
escena. Está de pie en una cola de gente esperando
impacientemente su turno, cuando otro que llega más
tarde viene por detrás, se cuela y se pone delante
de él. Tony entonces se pone a lloriquear, coge un
objeto blando (como una revista arrollada, para no hacerse
daño) y comienza a pegarse con él en la cabeza
mientras sigue gimiendo y lamentándose: "Mirad
a ese hombre... me está pegando... me está haciendo
daño... me ha hecho una injusticia... se ha colado
delante de mí... y no tiene derecho a hacerla...; ¡pobre
de mí, cuánto tengo que sufrir! " Lección:
si alguien se cuela y se pone injustamente delante de ti,
házselo saber con buenos modales e invítale
a que se ponga en el sitio que le corresponde; si atiende
a razones y se vuelve a la cola, has ganado; y si se pone
violento, tú razonas sencillamente que es preferible
aguardar un turno más en la cola que exponerse a sufrir
un daño físico, y con esa consideración
te quedas tranquilamente donde estás, y no ha pasado
nada.
Has hecho lo que estaba en tu mano, y aceptas lo que no lo
está, Pero nada de lloriqueos y gemidos. Nunca te refugies
en la fácil cantinela "mira cómo me está
fastidiando", y te hagas sufrir a ti mismo bajo la excusa
de que es otro quien te hace sufrir. Estratagema muy corriente
y que causa mucho daño a casi todo el mundo.
Eso siempre lo había dicho y subrayado Tony. Pero
ahora, en "Sádhana II", dio un paso más
hacia adelante. En "Sádhana I" había
dicho: "No es el otro quien te trastorna, eres tú
mismo." Ahora, en "Sádhana II", afinaba
algo más todavía: "No eres tú quien
te trastornas a ti mismo, sino tu cerebro programado."
Es decir, que no soy yo mismo conscientemente quien estoy
buscando excusas y echándole la culpa a los demás
de lo que yo sufro, sino que es el modelo que llevo en la
mente, heredado y modelado y encajado por historia y tradición,
el que me hace pensar así. Me han enseñado que
si no consigo éxito, debo dolerme; que si no me aman,
debo desesperarme; que si se muere un amigo mío, debo
quedar hecho polvo; y yo me duelo y me desespero y me quedo
hecho polvo debidamente, e inclino mi sufrida cabeza bajo
la carga de penas sucesivas, como he aprendido a hacer y estoy
convencido que es mi deber hacer.
No hay tal deber. Sólo hay una estructura prefabricada,
sólidamente encajada en mi cerebro, que me fuerza a
dolerme y desesperarme y quedar hecho polvo en ciertas ocasiones,
así como a regocijarme y entusiasmarme en otras de
manera totalmente arbitraria. Esa estructura es la que determina
mi felicidad o mi desesperación. Soy esclavo de mi
condicionamiento mental.
Tony: "Me han hecho creer que no puedo ser feliz sin
dinero. Eso es una ilusión. Líbrate de la ilusión
y podrás ser feliz sin dinero, como hay gente que de
hecho lo es. Un ejemplo de mi propia vida. Yo ahora creo firmemente
que no podría ser feliz sin libertad. Sin embargo,
cuando yo estaba en el noviciado, apenas tenía libertad
de ninguna clase y, a pesar de ello, era muy feliz. Sólo
comencé a sentirme menos feliz cuando me dijeron que
no podía ser feliz sin libertad, y entonces llegué
a sentirme avergonzado por haber pasado un período
de mi vida sin libertad. El caso es bien claro: lo que me
hacíaa sentirme feliz o no, no era la libertad o la
falta de ella, sino lo que yo llegué a creerme sobre
ello. No fue la falta de libertad lo que me hizo sentirme
desgraciado, sino el llegar a convercerme de que, si no tenía
libertad, tenía que ser desgraciado. Otra vez es la
cabeza la que lo hace todo, no la realidad en sí.
Y así en todo. Necesitamos compañía
porque nos han hecho creer que la necesitamos; de hecho, podemos
ser perfectamente felices sin ella. Me siento culpable si
no llevo una vida seria y regular de oración, porque
eso es lo que me han inculcado desde mi más tierna
formación religiosa; y, sin embargo, Dios está
muy por encima de mis prácticas de oración,
y puedo tener una relación muy satisfactoria con él
aunque mi vida de oración no sea un modelo. ¡Cuánto
sentido de culpabilidad, resentimiento, odio a sí mismo,
sufrimiento y frustración vienen de la imagen que ha
sido esculpida en mi mente y del decreto tiránico que
me fuerza a ajustarme a esa imagen! Si consigo librarme de
esa imagen y de ese decreto, habré dado un paso de
gigante hacia la verdadera felicidad, satisfacción
y paz del alma, que es lo que en definitiva busco y deseo."
.
La contraseña ahora, entre nosotros, era: "Deja
caer las falsas ilusiones." Ilusión es que, para
ser feliz, necesitas a esa persona, ese objeto, ese suceso,
esa circunstancia, esa reacción, ese éxito,
esa satisfacción, esa seguridad... Todo eso no son
sino falsas ilusiones creadas en tu mente por el adoctrinamiento
y la costumbre: el lavado de cerebro al que nos han sometido
desde la infancia (con la mejor intención, sin duda,
y para nuestro bien), pero que es el que ha causado nuestra
ruina. Nos ha forzado a pensar de una manera, a disfrutar
con ciertas cosas y sufrir con otras, y a no podernos pasar
sin otras. Todo eso es pura ilusión. Podemos muy bien
pasarnos sin todo eso y ser tan felices. Si logras liberarte
de la convicción de que todas esas cosas te son necesarias,
tú mismo te quedarás sorprendido de ver lo fácil
que es vivir sin ellas.
Estas "ilusiones" del cerebro no son más
que otra manera de nombrar los "asimientos" de que
hemos tratado hasta ahora. Ambos términos se refieren
a aquello de que me han hecho creer que no puedo prescindir.
Ambos son puro producto arbitrario de la mente. Y ambos pueden
hacerse desaparecer con sólo caer íntimamente
en la cuenta de lo que son: ilusiones, sueños, fantasías.
.. Abre los ojos, míralo y entiéndelo. En cuanto
ves que una ilusión es una ilusión, deja de
serlo. Ese es el camino, y no hay otro. La lógica,
la argumentación, los silogismos, la fuerza bruta,
no sirven de nada aquí. Sigue escudriñando las
maquinaciones de tu mente, y cae en la cuenta de que todo
tu sufrimiento viene de la programación de tu cerebro.
Desprenderse de la ilusión es caer en la cuenta de
que lo es. La cinta magnética de tu ordenador personal
se ha cambiado. La ficha perforada es nueva. Un sufrimiento
menos en tu vida. Sigue cambiando las cintas. Sigue limpiando
tu cerebro de toda la suciedad y oxidación que ha adquirido
a lo largo de tantos años que lleva ya funcionando,
y verás cómo la salud y ]a felicidad vuelven
a tu vida.
Un dicho japonés: "No es el ruido el que te molesta
a ti; tú le molestas al ruido." Quiere decir:
estoy fastidiado, porque alguien está armando un verdadero
estrépito cerca de donde yo estoy, y no puedo concentrarme
en mi trabajo, no puedo estudiar, no puedo escribir, no puedo
dormir. El ruido me molesta. Me impacienta y me pongo furioso,
maldigo al ruido y a todos los que lo hacen, pero no puedo
evitar que lo hagan, ya que son trabajadores que están
reparando unas tuberías, lo cual tienen pleno derecho
y obligación de hacer, aunque, por desgracia, eso les
lleve a hacer un ruido insoportable. Esa consideración
no aplaca mis nervios, y cada vez me pongo más furioso
con ellos y conmigo mismo. Sí, conmigo mismo, porque
sé muy bien que hay otras personas que viven y trabajan
aquí mismo, donde yo lo hago, y a las que no les molesta
el ruido para nada. Pueden trabajar o dormir en medio de un
terremoto. Y en cambio, a mí me basta el vuelo de un
mosquito para sacarme de quicio. ¿Por qué ha
de ser así? ¿Por qué estoy yo hecho de
esa manera? ¿Por qué los otros se quedan tan
tranquilos? ¿Cuándo diablos va a parar ese ruido?
¿Va a explotarme la cabeza, o me voy a marchar de aquí
antes de reventar? Estoy hecho una lástima, y lo sé
muy bien.
Muchas veces he padecido esa situación. Y ahora vamos
a analizada un poco. Para empezar, no es el ruido en sí
lo que me molesta, porque hay otras personas en esta misma
casa que están oyendo el mismísimo ruido y se
quedan tan tranquilas. Está bien claro que lo que me
molesta a mí no es el taladro eléctrico, sino
mis nervios de punta. Otro paso: ¿Qué quiero
decir cuando hablo de "mis nervios de punta"? Ni
más ni menos que la convicción, grabada en las
células de mi cerebro desde mi más tierna infancia,
de que yo soy una persona muy sensible, que necesito paz y
tranquilidad para trabajar, que no puedo aguantar el ruido,
que en una sociedad civilizada no debería haber ruidos,
que la carta de los derechos humanos de las Naciones Unidas
me da derecho a una existencia libre de ruidos y de decibelios
y de taladros eléctricos en las cercanías de
mis delicados oídos. Y todo eso, bien visto, no es
más que una solemne estupidez. No es que yo esté
constituido intrínsecamente de manera que no pueda
tolerar el ruido, sino sencillamente que las circunstancias
y ambientes que he vivido me han acostumbrado a rechazar el
ruido, así como a otros les han acostumbrado a tolerado,
y aun a otros a no poder vivir sin él, que también
se dan casos... De modo que tampoco son mis nervios como tales
los que no pueden tolerar el ruido. De acuerdo. Pero ahora
viene la última y desesperada defensa de mi pobre y
acorralada sensibilidad contra la ofensiva del ruido: "Sí,
lo admito, me he acostumbrado mal, y eso es lo que me hace
ahora que me parezca el ruido insoportable; yo mismo quisiera
que no fuera así, y poder yo aguantar el ruido como
todo el mundo, pero ¿qué le voy a hacer?, el
mal ya está hecho y no tiene remedio. Mis nervios se
han puesto así, de punta, como decía, y es ya
demasiado tarde para intentar cambiados. Lo único que
me queda ya es sufrir sin esperanza de alivio, ponerme algodones
en los oídos, quedarme sin dormir, padecer la molestia
perpetua de mi debilidad ante el más mínimo
ruido y aceptar con resignación mi destino, por desagradable
que sea. No queda otro remedio." Ese es mi último
refugio, y he de destruirlo inmediatamente, sin dejar piedra
sobre piedra, si es que quiero avanzar en la vida y que crezca
mi espíritu. Es verdad que he estado sometido a un
condicionamiento que me ha llevado a este triste estado; pero,
una vez que lo sé y lo admito, todo lo que he de hacer
para remediar la situación es cambiar el condicionamiento.
Cambiar la cinta del magnetofón, la ficha perforada
del ordenador. O, mejor todavía (aunque a esto no llegue
la comparación), dejarme la cabeza libre de cintas
y fichas, limpiarme la mente de todos los condicionamientos
a que ha sido sometida. Nunca es demasiado tarde para caer
en la cuenta, desprenderme de la visión artificial
que se me había impuesto y volver a la sana naturaleza,
a la realidad virgen tal y como es. Entonces caeré
en la cuenta de que, lejos de ser el ruido el que me molesta
a mí, "yo soy quien le molesto a él."
Ese ruido, sea que venga del martilleo inevitable de trabajadores
honrados o del tubo de escape de una motocicleta irresponsable
sin silenciador, es parte de la realidad que me circunda y
que no está bajo mi control. Esa realidad está
ahí, para bien o para mal, y si yo la rechazo, porque
no encaja con mis deseos y necesidades, soy yo quien mentalmente
estoy atacando a esa realidad y al ruido que conlleva. Resistirse
a la realidad es, una vez más, "dar coces contra
e! aguijón", y eúnico que sale perdiendo
soy yo mismo. Si aprendo a cambiar mi perspectiva, a reconciliarme
con los hechos que no puedo cambiar, a aceptar el ruido, llegaré
a poder concentrarme en mi trabajo y a conciliar e! sueño.
Sabiduría oriental, una vez más.
"Vuelvo a repetir", insistía Tony sin cansarse:
"todo sufrimiento viene del cerebro programado. No echéis
a nadie la culpa de él ni os echéis la culpa
a vosotros mismos. Es sólo la maquinaria que lleváis
dentro la que está mal ajustada, y hay que volver a
ajustarla suavemente. Observadla sin cesar. Desenmascarad
vuestras falsas ilusiones. Poned todo en tela de juicio. Haced
vuestro trabajo. Nadie lo hará por vosotros, y nadie
quiere hacerla por sí mismo. Por eso la humanidad continúa
sufriendo. Es trabajo duro que requiere introspección,
reflexión, honestidad, tiempo y valor. Y, más
que nada, perseverancia. No es trabajo de un día. Las
falsas ilusiones han de caer una a una, y tenemos la bodega
tan llena de ellas que llevará tiempo el llegar a deshacerse
de todas. Cuantas más y cuanto antes las despachéis,
mejor. ¡Manos a la obra!"
Una cosa he de decir de Tony, y éste es el lugar de
decirla: Tony "se trabajaba" mucho a sí mismo.
No me refiero precisamente al cuidado que ponía en
preparar sus charlas, coleccionar cuentos, escribir libros
(soy escritor yo mismo, y sé muy bien lo duro que es
el escribir), sino a lo que trabajaba en mejorarse a sí
mismo, en experimentar él primero en su persona lo
que luego había de recomendar a los demás, su
autoexamen constante, su práctica de métodos
de oración y de ejercicios psicológicos, su
interés en recoger opiniones, en experimentar nuevos
enfoques, siempre pensando, verificando, explorando. Lo veía
yo a veces sentado horas enteras, solo, en la terraza del
edificio nuevo de Lonaula, y sabía muy bien que no
estaba soñando despierto. Dedicaba esos ratos de solitud
a planear, reflexionar, meditar. Un día nos dijo: "Ayer
expresé como opinión mía que toda pena
de familia era autocompasión. Luego, uno de vosotros
me vino a decir que quizá no fuera así siempre.
Anoche estuve un largo rato pensando sobre ello, y creo que
tiene razón. Puede haber casos en lo que no sea así.
Corrijo lo que dije."
A lo largo de los muchos años que conocí y
traté a Tony, recogí ciertos indicios de lo
que hacía él cuando le llegaban crisis personales,
como nos llegan a todos nosotros. Aquí están.
"Cuando me encuentro perdido y no sé lo que hacer,
dejo la mente en blanco y rezo a la Virgen." -"El
otro día me sentí como un niño asustado
y comencé a vagar solo y sin rumbo por los jardines.
Lo que me salvó entonces de ese estado fue la 'oración
de Jesús', la repetición rítmica de su
nombre a tono con la respiración consciente."
-"Cuando me encuentro deprimido, me voy a pasear solo
varias horas, sin decírselo a nadie." -"La
mejor manera que he encontrado para salir de mis crisis es
ayudar a otros a que salgan de las suyas." En uno de
sus libros ha contado la historia del guru que consiguió
la iluminación suprema, y sus discípulos le
preguntaron que cómo había cambiado eso su vida.
El guru respondió: "Antes de la iluminación
solía tener depresiones; ahora, después de la
iluminación... también las tengo." Tony,sabía
que todos habíamos leído sus libros y conocíámos
todas sus historias; y, sin embargo, nos repitió ese
cuento dos veces en Lonaula. Yo no pude evitar la impresión
de que tenía algo que ver con él mismo.
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