LIGERO DE EQUIPAJE
Tony de Mello, un profeta para nuestro tiempo
Carlos G. Vallés S.J.
BOMBAS
Ni siquiera nos dio la oportunidad. Yo esperaba, y otros
conmigo, que Tony comenzaría la primera sesión
con la pregunta de siempre: "¿Qué queréis
que hagamos en estos quince días?". Todos los
hombres y mujeres que componían el grupo conocían
bien los métodos de Sádhana y estaban preparados
para reaccionar inmediatamente con sugerencias concretas y
problemas personales, pensados ya de antemano, de los cuales
Tony sacaría líneas convergentes para enfocar
el curso y plantear las sesiones. Pero esta vez no hizo nada
de eso. Es decir, sí, hizo la pregunta como siempre,
pero sólo por hacerla, como un mero "ejercicio"
de los que solía dar para que los hiciéramos
entre nosotros, pero esta vez sin intervenir él para
nada. Nos dijo: "Que cada uno de vosotros se busque un
compañero de su gusto, agrupaos de dos en dos y contaos
el uno al otro qué es lo que esperáis de estos
quince días. Tenéis cinco minutos para ello".
Así lo hicimos; pero luego no nos pidió que
presentáramos nuestras conclusiones al grupo o a él
en público o en privado. Sencillamente, dejó
a un lado el ejercicio y pasó a darnos otro... no sin
un toque de humor.
Llegó la orden: "Dividíos en grupos de
cinco de tal manera que los cinco de cada grupo se conozcan
y se arreglen bien entre ellos. ¡Pronto!". Empezó
el revuelo que seguía siempre a semejantes órdenes,
a las que ya estábamos bien acostumbrados. La ansiedad
de no quedarse solo; la búsqueda rápida; el
riesgo de pedir compañía a alguien que podía
decir que no con toda libertad; la divertida perplejidad al
sentir tirones opuestos por manos distintas, cada una en su
dirección; los últimos ajustes al encontrarse
un grupo con seis miembros y otro con cuatro; y, por fin,
el resultado final de los cinco grupos de cinco en pie y por
separado a lo largo del salón. Todos a la expectativa
de ver qué clase de juego nos iba a proponer y qué
consecuencias iba a sacar de él para enfocar la primera
sesión como gustaba hacerlo. "Que cada grupo se
dé ahora un nombre para poderlo llamar". Mi grupo
me hizo el honor de ponerse a sí mismo mi nombre: Carlos.
Poco me duró el honor. Tony prosiguió con solemnidad
afectada: "Estos grupos se encargarán, por turno,
de lavar los platos después de cada comida y de pelar
las patatas y las cebollas en la cocina por las mañanas".
Se acabó el juego. Reímos alegremente la broma
y nos volvimos a sentar. Entonces Tony empezó en serio.
"Sé muy bien qué es lo que quiero hacer
esta vez con vosotros. He llegado a un momento importante
de mi vida en que muchas de mis ideas han cambiado, y siento
la necesidad de aclarármelas a mí mismo, probarlas
y expresarlas. Para eso necesito al grupo. Cada mañana
propondré un tema, luego vosotros reaccionáis,
preguntáis todo lo que queráis, guarde relación
con el tema o no, y ya veremos luego por dónde tiramos.
Ah, y preparaos, porque va a haber bombas. Os tengo varias
preparadas."
Yo me alegré profundamente al oír hablar así
a Tony. Que él cambiaba de ideas con frecuencia no
era ningún secreto para los que le conocíamos.
Años antes, ya nos había dicho bien claramente:
"Si aceptáis lo que yo digo, lo hacéis
enteramente a vuestro riesgo, porque yo me reservo el derecho
de cambiar de opinión sin previo aviso." Había
quienes le atacaban por eso, y él mismo citaba casos.
En años anteriores, durante su etapa de director de
Ejercicios de mes, había insistido en la pobreza total,
no sólo espiritual, sino de hecho y en la práctica
más absoluta. Inspirados por su celo, hubo muchos que
abandonaron toda clase de comodidades y gustos y se entregaron
a una vida de gran austeridad exterior; y cuando Tony, más
adelante, cambió de rumbo "Caí en la cuenta
de que mi 'pobreza' se había convertido en mi 'riqueza',
es decir, que estaba orgulloso de la imagen que había
conseguido de religioso pobre, y apegado a ella, de modo que
la pobreza se había destruido a sí misma"),
algunos de aquellos que lo habían seguido en su pobreza
creyeron que les había hecho una faena y se volvieron
contra él. Esas críticas no le importaban. Siempre
defendió la vida sencilla y el desprendimiento interno;
y si alguien, debido a su anterior influencia, había
caído en extremos, allá él.
Tony conocía perfectamente sus propios poderes de
persuasión, y nos ponía en guarda contra ellos.
"No os dejéis hipnotizar por mí",
nos repetía. A mí me recordaba a aquellos dialécticos
de la escolástica medieval que, a falta de otros entretenimientos
públicos, erigían un púlpito en mitad
de la plaza del pueblo, defendían, contra todo aquel
que quisiera objetar, una tesis durante todo el tiempo que
quisieran, y luego cambiaban y defendían la tesis contraria
con el mismo éxito. Tony hacía algo muy semejante
en las sesiones de "puesta en escena" ("role-playing")
que describiré más adelante, en las que, haciendo
primero de cliente que venía a proponer un problema,
lo conseguía presentar como totalmente insoluble, y
luego, cambiando de papel y haciendo de terapeuta, lo hacía
aparecer como fácil y sencillo y de solución
inmediata.
Lo que sí tenía Tony en todo caso era una mentalidad
muy abierta y una gran libertad interior que le permitían
aceptar un nuevo punto de vista en cuanto se convencía
de su validez.
El mismo había comenzado a usar la terminología
de "Sádhana I" para sus ideas de hacía
diez o doce años, y "Sádhana II" para
sus puntos de vista actuales. Claro que siempre había
ido cambiando: no había sido un cambio brusco; pero
ahora había llegado a ver una clara línea divisoria,
y el mismo contraste le ayudaba a pensar mejor. Y la promesa
que ahora nos acababa de hacer era nada más ni nada
menos que la aventura de seguirle a él hasta la cumbre
de "Sádhana II" desde la base de "Sádhana
I " que todos teníamos bien conocida. Recorrer
con él su íntima trayectoria de experiencia
y pensamiento espiritual con todo el respeto y el interés
que su persona despertaba en nosotros. No se trataba de descubrir
"la última moda de Tony" por mera curiosidad,
y menos "la última locura de Tony", como
no faltaba quien dijera con desprecio a cada vuelta de la
carrera de Tony. Para nosotros, al contrario, en aquella primera
mañana de la convivencia de Lonaula (y desde luego
para mí, que había seguido paso a paso los andares
espirituales de Tony con admiración cariñosa
y con provecho propio), aquella era una oportunidad valiosa
para aprender en la misma fuente nuevos enfoques y experiencias
recientes que, sin duda, serían serios y prácticos
y aun, con gran probabilidad, tendrían gran alcance
en sus consecuencias. Mis sentimientos personales en aquel
momento eran como los que tiene el espectador después
de oír la obertura a toda orquesta de una ópera
clásica: expectación alegre y cosquilleo impaciente
por el buen rato que se avecina.
Cuando Tony había tomado una iniciativa tan clara
y decidida, yo estaba seguro de que respondería a ella.
Me dije a mí mismo: "Tengo suerte de estar aquí."
Que Tony necesitaba al grupo para aclararse a sí mismo
sus propias ideas era cosa que también sabíamos
todos. Necesitaba el laboratorio, el eco, las reacciones espontáneas,
la crítica instantánea. Cuando mejor funcionaba
era cuando escuchaba con atención concentrada una objeción,
miraba al techo unos instantes que delataban la intensidad
de su pensar, después se enfrentaba a la persona en
cuestión (a veces incluso físicamente, es decir,
levantándose de su sitio, arrastrando su silla y sentándose
en frente mismo de la víctima, entre el apuro de ésta
y la diversión de los demás) y comenzaba un
diálogo en "staccato" que siempre acababa
por aclarar el asunto a todos los presentes, incluido él
mismo. El sabía que donde mejor actuaba era en el grupo,
y por eso, aunque siempre estaba dispuesto a recibimos en
privado y era generoso sin límites en darle tiempo
a cualquiera que lo necesitara, nos decía claramente
desde el principio que prefería le propusiéramos
aun nuestros problemas personales en presencia del grupo,
ya que confiaba en tratarlos mucho mejor allí. Llamaba
a eso "el efecto del partido de fútbol".
En un partido amistoso sin público no es probable que
un jugador se emplee a fondo, mientras que en un partido de
campeonato, en un gran estadio lleno de seguidores apasionados,
se entrega al juego con toda su alma aun más allá
de sus fuerzas. Eso le pasaba claramente a Tony, y ahora que
se proponía revisar todo su aparato conceptual, quería
hacerlo dentro del grupo y con su ayuda, y de hecho había
estado esperando a esta oportunidad para hacerlo. Al final
de la experiencia nos dijo públicamente que le había
gustado mucho el grupo y le había ayudado enormemente.
No cabe duda de que esa interacción entre Tony y todos
nosotros fue el secreto del interés y la profundidad
que aquel intercambio de ideas, visiones e ideales tuvo para
todos. El constante tráfico de ida y vuelta era el
que mantenía viva la circulación.
Todavía hubo otra circunstancia que contribuyó
a hacer de aquel cursillo algo muy especial, distinto de todos
los demás. El profesorado de Sádhana lo integraban
Tony de Mello, José Javier Aizpún y Dick McHugh
(junto con el hábil y eficiente Mario Correa, que se
encargaba de todo lo demás). Sin embargo, en aquella
ocasión Dick estaba todavía convaleciente de
una penosa enfermedad, y Aizpún se hallaba recorriendo
conventos de Jesús y María por toda la India,
en una gira de renovación espiritual. El resultado
fue que nos quedamos sólo con Tony aquellos quince
días. Por un lado, sentimos la pérdida, porque
Aizpún y Dick, con sus personalidadés tan distintas
y complementarias, siempre contribuían grandemente
a enriquecer la experiencia de Sádhana. Pero, por otro
lado, la situación en exclusiva tenía también
su aspecto positivo, que compensaba por la pérdida.
Estando a solas con Tony todo aquel tiempo, en aquella coyuntura
tan importante, nos podríamos concentrar con intensidad
total en lo que él quería comunicarnos, sin
distracción alguna aun dentro de Sádhana, y
esa concentración ayudaría a crear una entrega
y consagración en todos nosotros que, sin duda alguna,
nos haría entender más rápidamente y
asimilar mejor todo lo que íbamos a recibir. Así
sucedió, en efecto. El contacto exclusivo con Tony
veinticuatro horas al día durante quince días
seguidos creó una atmósfera en la que cada palabra
reflejaba el mismo tema y cada incidente recordaba el mismo
propósito, y las sesiones del grupo se prolongaban
insensiblemente en cada conversación y en cada silencio.
Al despedirme le dije a Tony: "He sacado más fruto
de estos quince días que de los nueve meses de antes."
Una exageración, desde luego, pero también una
expresión genuina de lo que yo sentía en aquel
momento. Todo, en efecto, contribuyó a convertir aquella
experiencia en una ocasión memorable.
El horario no presentó problemas. Por la mañana,
sesiones de 9 a 12,30, con pequeñas pausas; por la
tarde, después de la siesta, Tony tenía entrevistas
privadas o salía de paseo con alguno del grupo, siempre
tratando asuntos personales; y antes de cenar, la Eucaristía
concelebrada, en la que él mismo ocupó todos
los días el puesto de concelebrante principal. Para
colmo, por la noche, después de cenar, veíamos
los "vídeos" de sus charlas en América,
sobre todo los de los "Ejercicios por satélite"
que dio allí hablando desde Nueva York y contestando
preguntas en directo de todas partes de los Estados Unidos
y Canadá a través de satélite; eran sus
mejores cintas, y las vimos varias veces a petición
popular. El mismo venía a ver sus propios "vídeos"
y los animaba con sus comentarios. "Fijaos qué
cara de tonto pongo para despistar en esa pregunta que es
bien comprometida." "Pero ¿qué diablos
hago yo con ese vaso de agua en la mano sin dejarlo ni beberlo?"
"Esa palabra... se me escapó. Es una de las ocho
palabras que tiene prohibida la televisión americana.
Los técnicos se miraron horrorizados cuando la dije,
pero iba en directo, así es que ya no había
nada que hacer. Luego me explicaron que no habían creído
necesario advertirme a mí de la lista de palabras prohibidas.
¡Si supieran el lenguaje que uso! Desde entonces tuve
más cuidado." y así iba todo el día.
Y en las comidas también, y en todo momento, su ruidosa
y alegre presencia, que hacía imposible que nos olvidáramos
ni por un instante que él estaba allí. Lo tuvimos
de lleno entre nosotros. Y al escribir esto me viene un pensamiento
triste. Es posible que el exceso de trabajo que le supuso
llevar todo el curso él solo influyera de alguna manera
en su salud y acelerara el triste desenlace. Sea de eso lo
que fuere, quiero dejar aquí constancia de la generosidad
sin límites con que se entregó a nosotros en
aquellos días de excepción. .
El era el único que hablaba durante la Eucaristía
diaria, y cuando, al cabo de unos días, nos preguntó
si queríamos cambiar, le contestamos unánimemente
que no, que preferíamos seguir del mismo modo. No era
pereza nuestra o negativa a participar, sino expresión
de la satisfacción que experimentábamos al verlo
acabar cada día en oración y Eucaristía
los temas que había tratado durante la jornada. En
rúbrica sencilla y reverente, leía dos meditaciones
breves de un libro que estaba preparando y que resumían
los pensamientos más salientes del día; y a
cada lectura seguía un largo silencio, subrayado por
melodías de la "flauta del dios Pan", instrumento
favorito de Tony y que, con un fondo de órgano, acompañaba
nuestras meditaciones eucarísticas desde "cassettes"
cuidadosamente escogidas. Noté que una aplicada Hermana
no cesaba de tomar notas solapadamente mientras Tony hablaba
en la Misa, decidida a no perderse ni una palabra de Tony
para su archivo personal.
Después de la bendición me acerqué a
ella, mientras aún estaba sentada con el cuaderno en
las rodillas y la pluma en la mano, y le pregunté con
fingido asombro: "¿Tú anotas todo lo que
Tony dice en la Misa?" "Sí", me contestó
recatadamente, "¡me ayuda tanto!" Yo seguí:
"y cuando dice: 'Bendito seas, Señor, Dios del
universo...', ¿también escribes eso?" Sonrió
al verse cogida... pero siguió escribiendo. Cada cual
queria sacar el mayor partido a su manera. Y o no tomé
nota de esas meditaciones, y por ello no las incluiré
aquí.
En la introducción, aquella primera mañana,
Tony volvió a repetir la palabra "bombas",
levantando la voz y moviendo la cabeza para mayor efecto.
"Sí, sí..., bombas...; preparaos... ¡que
vienen!" Estaba claro que lo que Tony pensaba decimos
esos días, fuese lo que fuese, era algo muy importante
para él.
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