LIGERO DE EQUIPAJE
Tony de Mello, un profeta para nuestro tiempo
Carlos G. Vallés S.J.
EL DIOS DE LA NEGACIÓN
El primer día del cursillo de Lonaula, Tony anunció
que uno de los temas de que iba a tratar expresamente sería
el de nuestra vida de fe y oración, nuestro concepto
de Dios y nuestra relación con él. El tema,
sin embargo, se perdió en la mezcla deliciosa y confusa
que fueron aquellos días, y en mis notas no encuentro
más que referencias aisladas a la materia. El hecho
de que Tony mencionara por su nombre el tema el primer día
quiere decir que tenía interés especial en tratarlo;
y el hecho de que se perdiera en las encrucijadas que siguieron
no asombrará a nadie que sepa qué eran y cómo
funcionaban aquellas reuniones al margen de toda estructura
o reglamentación. Algunos días Tony llegaba
a la sala después de haber preparado cuidadosamente
el tema del día; pero, antes de que abriera la boca,
alguien en el grupo levantaba la mano con una pregunta urgente...
y el tema del día quedaba generosa e irremediablemente
olvidado desde aquel momento en aras del momento presente,
que hacía cambiar de rumbo a toda la sesión.
Eso a veces les molestaba a algunos, pero Tony, de ordinario,
aunque no siempre, tenía tal interés por el
"aquí y ahora" que sacrificaba con facilidad
su propia preparación inmediata a una petición
espontánea y sincera. En todo caso, la falta de sistema
y de estructura era absoluta y explica en este caso, como
en bastantes otros, que un tema fuera solemnemente anunciado...
e inocentemente olvidado.
Ya en sus primeros años de Sádhana, Tony había
multicopiado y repartido siete hojas con el título
"Notas sobre la oración", que fueron la semilla
de donde brotó más adelante su primer libro,
"Sádhana, un camino de oración". En
esas notas, como luego en el libro, distingue claramente entre
la "oración de la devoción" y la "oración
de la consciencia", que es el término usado en
la traducción castellana de su libro, y que se refiere
al "caer en la cuenta", "estar en contacto",
"estar alerta", "tomar conciencia", sentidos
todos ellos de la importante voz inglesa awareness y la sánscrita
jagruti. Esa distinción la aplicaba también
a Dios, es decir, a nuestro concepto de Dios; y así,
hablaba también del Dios de la devoción y, ya
con terminología más radical y más mística,
del Dios de la negación. En la India, cuna de misticismo
y encrucijada de religiones, existen todos estos conceptos
de la divinidad en la teoría y en la práctica,
y ayudan a entender y recorrer los distintos caminos que el
alma tiene para llegar a Dios, sin comparar o preferir uno
a otro, sino explorando las posibilidades que el hombre tiene,
con la gracia de Dios, para aprovecharse de ellas generosamente
según su propia inclinación y deseo y según
la necesidad que experimente en cada etapa concreta de su
vida. Los términos técnicos con que el hinduismo
se refiere a estos dos conceptos complementarios y fundamentales
pueden traducirse por "el Dios concreto" y "el
Dios abstracto". Ambos títulos se refieren, desde
luego, al mismo y único Ser Supremo, y cada uno enfoca
un aspecto distinto de su realidad infinita tal como la percibe
con fe y reverencia el limitado entender del hombre.
El Dios de la devoción es el Dios de casi todos nosotros,
el objeto de nuestro amor y adoración, de nuestras
oraciones y de nuestro culto; un Dios a quien podemos hablar
en lenguaje de fe y que nos habla a nosotros en lo profundo
del corazón y en el secreto de nuestra conciencia;
un Dios cuyas imágenes podemos esculpir (el Dios "concreto"),
imágenes que, aun sabiendo que son sólo imágenes,
nos ayudan a fijar en él nuestra mirada, concentrar
nuestros pensamientos, avivar nuestra fe y enriquecer nuestra
liturgia. Es el Dios de quien nos enamoramos, a quien sentimos
constantemente a nuestro lado, a quien llamamos nuestro Padre
y Creador y a quien tratamos, en medio del más íntimo
respeto y reverencia, como a un amigo, un hermano, un amante.
El Dios de la devoción es el Dios de toda nuestra tradición
y nuestra experiencia, de nuestra poesía y pintura,
de nuestras capillas y nuestras catedrales, de toda una civilización
de amor y de fe que ha sentido y expresado lo mejor que el
hombre es y tiene, levantando hasta el cielo toda la riqueza
y humildad de la tierra. En esa concepción se basa
nuestra vida.
El vínculo principal que nos une al Dios de la devoción
es la oración hecha con fe, y Tony era maestro eminente
en ese arte. Fue precisamente esta habilidad suya de saber
enseñar a orar la que atrajo a muchos hacia él
en un principio. De las muchas cosas que era Tony, una de
las principales era, sin duda, el ser un gran maestro de oración.
Tony era consciente de ello, y él mismo expresó
esa idea en la introducción de su primer libro: "He
pasado los quince últimos años de mi vida dando
retiros y dirigiendo espiritualmente a las personas para que
avanzaran en la práctica de la oración. Cientos
de veces he tenido que escuchar las quejas de quienes afirmaban
no saber cómo hacer oración. Me repetían
que, a pesar de todos sus esfuerzos, parecían no progresar
en la oración; que les resultaba tediosa y desalentadora.
Oigo a muchos directores espirituales afirmar que se sienten
totalmente desarmados cuando tienen que enseñar a orar
o, para decido con mayor exactitud, cuando se trata de conseguir
satisfacción y plenitud en la oración. Todas
estas manifestaciones me producen sorpresa, ya que para mí
ha sido siempre relativamente fácil ayudar a la gente
a hacer oración." Un amigo suyo y mío lo
expresó con más fuerza: "Tony podía
enseñar a orar a una piedra." El conocía
su carisma, lo ejerció con generosidad, y creía
tanto en el poder de la oración y de la fe que durante
una temporada de su vida pensó seriamente, y así
nos lo dijo en público, en dedicarse al ministerio
de sanación carismática bajo la gracia de Dios
y el poder de su Espíritu.
Se pueden distinguir tres etapas en el ministerio de Tony
(que reflejan tres períodos en el desarrollo de su
personalidad), y éste es el momento de señaladas.
Tony como director espiritual (el movimiento de Ejercicios
Espirituales); Tony como terapeuta ("Sádhana I");
y Tony como guru ("Sádhana II"). Las etiquetas,
desde luego, son estrechas, y las etapas se cruzan; pero en
líneas generales responden a la realidad y a la dirección
que llevó el pensamiento y el trabajo de Tony a lo
largo de su vida. El siguió avanzando siempre con una
mentalidad abierta y un corazón generoso, combinando
a cada paso lo mejor de cuanto había aprendido en el
pasado con las nuevas ideas que brotaban en el presente y
que él podía libremente aceptar, precisamente
porque estaba sólidamente fundado en el pasado.
Su propia sinceridad y libertad le llevaron a caer en la
cuenta de las dificultades que el concepto del "Dios
de la devoción" hace surgir, por muy legítimo
y fecundo que el concepto sea en sí mismo. El lo expresaba
así a veces, usando el lenguaje del "análisis
transaccional": "El inconveniente de llamar a Dios
'Padre' es que, más tarde o más temprano, ese
'Padre' se ha de convertir en 'Progenitor Crítico',
y eso nos hace daño." El "progenitor crítico"
es ese censor negativo y ese controlador estricto que todos
llevamos dentro y que nos impone sus mandatos "paternos"
-que en realidad son tiránicos-, nos amenaza, nos obliga,
nos castiga, nos hace sentirnos culpables y nos fuerza a someternos
a sus caprichos por puro miedo. No es que Dios haga eso, pero
ésa es la imagen que muchos creyentes llegan a formarse,
y eso es altamente perjudicial para la vida del espíritu.
Es una caricatura de Dios dolorosa, pero, por desgracia, no
infrecuente entre aquellos que "temen a Dios", como
los judíos llamaban a los prosélitos. "Una
religión basada en el miedo", decía Tony,
"no puede llamarse la Buena Nueva".
Uno de sus temas predilectos era el de "el amor incondicional
de Dios", por oposición al amor de los hombres,
que siempre está sujeto a alguna condición explícita
o implícita. Dios me ama. Punto. Nada de "si me
porto bien, Dios me amará", sino que me ama tal
como soy, pecador de siempre, sin condicionar nunca su amor
a mi conducta. En este contexto, Tony gustaba de citar a J.
B. Phillips, estudioso y traductor eximio de la Biblia, que
ha dejado dicha esta frase responsable y valiente: "La
diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento es que,
en el Antiguo, Dios ama al justo y castiga al pecador, mientras
que en el Nuevo ama a los dos." Para reforzar esta idea
contó aquí Tony una anécdota emocionante
de su propia vida. "Una vez", dijo, "le dije
yo a mi madre, para hacerla rabiar un poco y ver cómo
reaccionaba: '¿Qué sentirías tú
si yo dejara el sacerdocio y me casase?' Ella se entristeció
visiblemente y contestó con voz grave, pero firme:
'Me llevaría un disgusto grandísimo y lo sentiría
con toda mi alma.. .; pero tu mujer sería mi hija.'
Así es como yo creo que Dios también me ama.
Nada de condiciones."
Doctrina esta muy bella y consoladora y que todos sentimos
en el fondo del. alma que ha de ser y es eternamente verdadera.
Pero doctrina, al mismo tiempo, difícil de reconciliar
a nivel de lógica con las sombras del juicio final
y del infierno eterno que siguen siendo dogma de fe, y en
general con el problema eterno, que subyace a toda filosofía,
de la existencia del dolor humano y del mal moral en el mundo.
Si Dios ama al hombre y lo puede todo, incluso, según
los teólogos, restablecer la paz y el orden en el mundo
respetando la libertad humana, ¿por qué no lo
hace? La respuesta de Tony, como la de todos los sabios contemplativos
en todas las religiones, no estaba en construir silogismos,
sino en ver de entender mejor a Dios, en purificar el concepto
existente de Dios, en ahondar en la oscuridad de la fe, de
la mano de los místicos de todos los tiempos, y en
sentirle con el corazón lo que ya desbordaba a la razón.
Tony era, a su manera, una autoridad en teología mística,
y citaba con familiaridad a nuestra santa Teresa y san Juan
de la Cruz, a santa Catalina de Siena, a Meister Eckhart,
a Juliana de Norwich y al clásico autor anónimo
de "La nube del no-conocer". Este último
tratado era lectura obligatoria para todos nosotros, que al
mismo tiempo instruía y deleitaba. Cito aquí
una muestra de ese clásico de la mística inglesa,
poco conocido en España. "En verdad, si he de
decido así con toda reverencia, cuando nos entregamos
a esta tarea santa de encontrar a Dios, de poco sirve o de
nada el pensar aunque sea en la misericordia y dignidad de
Dios, o de Nuestra Señora, o de los santos o ángeles,
o de las alegrías del cielo, si es que piensas que
tales raeditaciones han de ayudarte en tu cometido. En esta
empresa concreta no te servirán de nada. Porque, aunque
es bueno pensar en la misericordia de Dios y amado y alabado
por ella, es mucho mejor pensar de él tal como es y
amado y alabado por sí mismo. Por eso dejaré
a un lado todo aquello que puedo pensar, y escogeré
como objeto de mi amor aquello en que no puedo pensar. ¿Por
qué? Porque Dios puede ser amado, pero no pensado.
Puede ser aprehendido por el amor, pero nunca por el pensamiento.
Por eso, aunque a veces puede ser bueno el pensar en la misericordia
y dignidad de Dios, y puede incluso darnos alguna luz y formar
parte de nuestra contemplación, sin embargo, en la
empresa final que nos ocupa, todo esto ha de ser abandonado
y cubierto por la nube del olvido. Has de hollar todo eso
resueltamente bajo tus pies, con devoto y ferviente amor,
y así intentar penetrar en la oscuridad que se cierne
sobre ti. Hiere esa espesa nube del noconocer con los dardos
agudos del amor ardiente, y por nada del mundo desistas de
tu empresa. Pisotea tus propios pensamientos por causa del
amor de Dios, sí, aunque esos pensamientos parezcan
ser muy santos y capaces de acercarte a Dios..., aunque sean
pensamientos de la sagrada Pasión de Cristo. El alma
avezada en los caminos del espíritu ha de abandonar
todo pensamiento y rechazado al fondo de la nube del olvido,
si es que quiere llegar a penetrar la nube del no-conocer
que se extiende entre Dios y el hombre."
Con este silencio del pensamiento ante la Divina Majestad,
estamos ya en "el Dios abstracto", "el Dios
de la negación", "el Dios del no-conocer",
que todo son palabras para expresar lo inexpresable. El silencio
de la mente es el acto supremo de adoración del hombre
ante Dios, y el encontrado en el contacto personal y profundo
con el mundo que él ha creado a nuestro alrededor y
en nuestras entrañas es la oración anónima
y la liturgia secreta del universo, que nos une a la fuente
del ser con cada aliento que exhalamos y cada palabra que
pronunciamos en nuestro compromiso diario con la vida. Esta
era, para Tony, la espiritualidad más profunda a que
podíamos llegar, y hacia ella se dirigían todos
los esfuerzos de desprendernos de todo asimiento, toda falsa
ilusión y todo condicionamiento paralizador y aun,
ahora, de todo pensamiento para llegar en pura pobreza creacional
al centro de la vida que es Dios mismo.
En mi opinión, éste es uno de los mayores servicios
que Tony prestó a las almas que trataba y a la Iglesia
que amaba, y fue el de abrir la mente y la experiencia de
sus oyentes y dirigidos a nuevas maneras de entender y vivir
a Dios, saliendo así al paso a la crisis de fe y obediencia
que acosa a conciencias y preocupa a la Iglesia, y que tiene
su mejor solución en este buscar en nuestra mejor tradición
nuevas maneras de sentir a Dios y, así, no sólo
salvar, sino acrecentar nuestra fe y nuestra religiosidad.
Yo he escrito todo un libro ("Dejar a Dios ser Dios")
basado en esta idea que le debo a Tony y que me ha ayudado
a mí radicalmente en mi vida y en mi trato con gente
que busca a Dios; así es que sé muy bien su
importancia, y anoto con alegría la deuda. La primera
vez que alguien en dirección espiritual me preguntó:
"Cuando hago ejercicios de contacto conmigo mismo, mi
respiración, mis sentidos, la naturaleza, el entorno,
el espacio... ¿hago oración?", mi respuesta
espontánea (tras años largos de una experiencia
que aquí apenas he descrito) fue: "Sí,
por que, si estás en contacto contigo mismo, estás
en contacto con Dios." Siempre me ha dado alegría
pensar en aquella respuesta, que no iba preparada ni estudiada,
y nació virgen en mi mente como fruto de ese entrenamiento
que queda aquí brevemente aludido. La clave de Sádhana
era estar "en contacto", y una vez que la fe nos
hace ver y sentir a Dios en todas las cosas (que piensen mis
hermanos jesuitas en la "Contemplación para alcanzar
amor" de san Ignacio), estos ejercicios de contenido
aparentemente neutro se hacen oración y adoración
ante la presencia sagrada y total, dentro y fuera de nuestro
ser, de aquel "en quien vivimos, nos movemos y somos".
Son palabras de Tony: "Sádhana no os servirá
de nada si no la aprovecháis para profundizar en vuestro
sentido del infinito."
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