Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

Ligero de equipaje
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Autor: Carlos G. Vallés
Índice
Lonaula
Bombas
Cambiar o no cambiar
Amar o no amar
La flor de loto y el lago
El cerebro programado
Sufrir para acabar de sufrir
Inocente e intachable
¿Buena suerte? ¿Mala suerte?
El Dios de la negación
El yo y el no-yo
Garabatos
El espíritu de "Sádhana"
El terapeuta
El director espiritual
El escritor
El lector
La puesta en escena
Ligeros de equipaje...
 
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LIGERO DE EQUIPAJE
Tony de Mello, un profeta para nuestro tiempo

Carlos G. Vallés S.J.

EL DIOS DE LA NEGACIÓN

El primer día del cursillo de Lonaula, Tony anunció que uno de los temas de que iba a tratar expresamente sería el de nuestra vida de fe y oración, nuestro concepto de Dios y nuestra relación con él. El tema, sin embargo, se perdió en la mezcla deliciosa y confusa que fueron aquellos días, y en mis notas no encuentro más que referencias aisladas a la materia. El hecho de que Tony mencionara por su nombre el tema el primer día quiere decir que tenía interés especial en tratarlo; y el hecho de que se perdiera en las encrucijadas que siguieron no asombrará a nadie que sepa qué eran y cómo funcionaban aquellas reuniones al margen de toda estructura o reglamentación. Algunos días Tony llegaba a la sala después de haber preparado cuidadosamente el tema del día; pero, antes de que abriera la boca, alguien en el grupo levantaba la mano con una pregunta urgente... y el tema del día quedaba generosa e irremediablemente olvidado desde aquel momento en aras del momento presente, que hacía cambiar de rumbo a toda la sesión. Eso a veces les molestaba a algunos, pero Tony, de ordinario, aunque no siempre, tenía tal interés por el "aquí y ahora" que sacrificaba con facilidad su propia preparación inmediata a una petición espontánea y sincera. En todo caso, la falta de sistema y de estructura era absoluta y explica en este caso, como en bastantes otros, que un tema fuera solemnemente anunciado... e inocentemente olvidado.

Ya en sus primeros años de Sádhana, Tony había multicopiado y repartido siete hojas con el título "Notas sobre la oración", que fueron la semilla de donde brotó más adelante su primer libro, "Sádhana, un camino de oración". En esas notas, como luego en el libro, distingue claramente entre la "oración de la devoción" y la "oración de la consciencia", que es el término usado en la traducción castellana de su libro, y que se refiere al "caer en la cuenta", "estar en contacto", "estar alerta", "tomar conciencia", sentidos todos ellos de la importante voz inglesa awareness y la sánscrita jagruti. Esa distinción la aplicaba también a Dios, es decir, a nuestro concepto de Dios; y así, hablaba también del Dios de la devoción y, ya con terminología más radical y más mística, del Dios de la negación. En la India, cuna de misticismo y encrucijada de religiones, existen todos estos conceptos de la divinidad en la teoría y en la práctica, y ayudan a entender y recorrer los distintos caminos que el alma tiene para llegar a Dios, sin comparar o preferir uno a otro, sino explorando las posibilidades que el hombre tiene, con la gracia de Dios, para aprovecharse de ellas generosamente según su propia inclinación y deseo y según la necesidad que experimente en cada etapa concreta de su vida. Los términos técnicos con que el hinduismo se refiere a estos dos conceptos complementarios y fundamentales pueden traducirse por "el Dios concreto" y "el Dios abstracto". Ambos títulos se refieren, desde luego, al mismo y único Ser Supremo, y cada uno enfoca un aspecto distinto de su realidad infinita tal como la percibe con fe y reverencia el limitado entender del hombre.

El Dios de la devoción es el Dios de casi todos nosotros, el objeto de nuestro amor y adoración, de nuestras oraciones y de nuestro culto; un Dios a quien podemos hablar en lenguaje de fe y que nos habla a nosotros en lo profundo del corazón y en el secreto de nuestra conciencia; un Dios cuyas imágenes podemos esculpir (el Dios "concreto"), imágenes que, aun sabiendo que son sólo imágenes, nos ayudan a fijar en él nuestra mirada, concentrar nuestros pensamientos, avivar nuestra fe y enriquecer nuestra liturgia. Es el Dios de quien nos enamoramos, a quien sentimos constantemente a nuestro lado, a quien llamamos nuestro Padre y Creador y a quien tratamos, en medio del más íntimo respeto y reverencia, como a un amigo, un hermano, un amante. El Dios de la devoción es el Dios de toda nuestra tradición y nuestra experiencia, de nuestra poesía y pintura, de nuestras capillas y nuestras catedrales, de toda una civilización de amor y de fe que ha sentido y expresado lo mejor que el hombre es y tiene, levantando hasta el cielo toda la riqueza y humildad de la tierra. En esa concepción se basa nuestra vida.

El vínculo principal que nos une al Dios de la devoción es la oración hecha con fe, y Tony era maestro eminente en ese arte. Fue precisamente esta habilidad suya de saber enseñar a orar la que atrajo a muchos hacia él en un principio. De las muchas cosas que era Tony, una de las principales era, sin duda, el ser un gran maestro de oración. Tony era consciente de ello, y él mismo expresó esa idea en la introducción de su primer libro: "He pasado los quince últimos años de mi vida dando retiros y dirigiendo espiritualmente a las personas para que avanzaran en la práctica de la oración. Cientos de veces he tenido que escuchar las quejas de quienes afirmaban no saber cómo hacer oración. Me repetían que, a pesar de todos sus esfuerzos, parecían no progresar en la oración; que les resultaba tediosa y desalentadora. Oigo a muchos directores espirituales afirmar que se sienten totalmente desarmados cuando tienen que enseñar a orar o, para decido con mayor exactitud, cuando se trata de conseguir satisfacción y plenitud en la oración. Todas estas manifestaciones me producen sorpresa, ya que para mí ha sido siempre relativamente fácil ayudar a la gente a hacer oración." Un amigo suyo y mío lo expresó con más fuerza: "Tony podía enseñar a orar a una piedra." El conocía su carisma, lo ejerció con generosidad, y creía tanto en el poder de la oración y de la fe que durante una temporada de su vida pensó seriamente, y así nos lo dijo en público, en dedicarse al ministerio de sanación carismática bajo la gracia de Dios y el poder de su Espíritu.

Se pueden distinguir tres etapas en el ministerio de Tony (que reflejan tres períodos en el desarrollo de su personalidad), y éste es el momento de señaladas. Tony como director espiritual (el movimiento de Ejercicios Espirituales); Tony como terapeuta ("Sádhana I"); y Tony como guru ("Sádhana II"). Las etiquetas, desde luego, son estrechas, y las etapas se cruzan; pero en líneas generales responden a la realidad y a la dirección que llevó el pensamiento y el trabajo de Tony a lo largo de su vida. El siguió avanzando siempre con una mentalidad abierta y un corazón generoso, combinando a cada paso lo mejor de cuanto había aprendido en el pasado con las nuevas ideas que brotaban en el presente y que él podía libremente aceptar, precisamente porque estaba sólidamente fundado en el pasado.

Su propia sinceridad y libertad le llevaron a caer en la cuenta de las dificultades que el concepto del "Dios de la devoción" hace surgir, por muy legítimo y fecundo que el concepto sea en sí mismo. El lo expresaba así a veces, usando el lenguaje del "análisis transaccional": "El inconveniente de llamar a Dios 'Padre' es que, más tarde o más temprano, ese 'Padre' se ha de convertir en 'Progenitor Crítico', y eso nos hace daño." El "progenitor crítico" es ese censor negativo y ese controlador estricto que todos llevamos dentro y que nos impone sus mandatos "paternos" -que en realidad son tiránicos-, nos amenaza, nos obliga, nos castiga, nos hace sentirnos culpables y nos fuerza a someternos a sus caprichos por puro miedo. No es que Dios haga eso, pero ésa es la imagen que muchos creyentes llegan a formarse, y eso es altamente perjudicial para la vida del espíritu. Es una caricatura de Dios dolorosa, pero, por desgracia, no infrecuente entre aquellos que "temen a Dios", como los judíos llamaban a los prosélitos. "Una religión basada en el miedo", decía Tony, "no puede llamarse la Buena Nueva".

Uno de sus temas predilectos era el de "el amor incondicional de Dios", por oposición al amor de los hombres, que siempre está sujeto a alguna condición explícita o implícita. Dios me ama. Punto. Nada de "si me porto bien, Dios me amará", sino que me ama tal como soy, pecador de siempre, sin condicionar nunca su amor a mi conducta. En este contexto, Tony gustaba de citar a J. B. Phillips, estudioso y traductor eximio de la Biblia, que ha dejado dicha esta frase responsable y valiente: "La diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento es que, en el Antiguo, Dios ama al justo y castiga al pecador, mientras que en el Nuevo ama a los dos." Para reforzar esta idea contó aquí Tony una anécdota emocionante de su propia vida. "Una vez", dijo, "le dije yo a mi madre, para hacerla rabiar un poco y ver cómo reaccionaba: '¿Qué sentirías tú si yo dejara el sacerdocio y me casase?' Ella se entristeció visiblemente y contestó con voz grave, pero firme: 'Me llevaría un disgusto grandísimo y lo sentiría con toda mi alma.. .; pero tu mujer sería mi hija.' Así es como yo creo que Dios también me ama. Nada de condiciones."
Doctrina esta muy bella y consoladora y que todos sentimos en el fondo del. alma que ha de ser y es eternamente verdadera. Pero doctrina, al mismo tiempo, difícil de reconciliar a nivel de lógica con las sombras del juicio final y del infierno eterno que siguen siendo dogma de fe, y en general con el problema eterno, que subyace a toda filosofía, de la existencia del dolor humano y del mal moral en el mundo. Si Dios ama al hombre y lo puede todo, incluso, según los teólogos, restablecer la paz y el orden en el mundo respetando la libertad humana, ¿por qué no lo hace? La respuesta de Tony, como la de todos los sabios contemplativos en todas las religiones, no estaba en construir silogismos, sino en ver de entender mejor a Dios, en purificar el concepto existente de Dios, en ahondar en la oscuridad de la fe, de la mano de los místicos de todos los tiempos, y en sentirle con el corazón lo que ya desbordaba a la razón. Tony era, a su manera, una autoridad en teología mística, y citaba con familiaridad a nuestra santa Teresa y san Juan de la Cruz, a santa Catalina de Siena, a Meister Eckhart, a Juliana de Norwich y al clásico autor anónimo de "La nube del no-conocer". Este último tratado era lectura obligatoria para todos nosotros, que al mismo tiempo instruía y deleitaba. Cito aquí una muestra de ese clásico de la mística inglesa, poco conocido en España. "En verdad, si he de decido así con toda reverencia, cuando nos entregamos a esta tarea santa de encontrar a Dios, de poco sirve o de nada el pensar aunque sea en la misericordia y dignidad de Dios, o de Nuestra Señora, o de los santos o ángeles, o de las alegrías del cielo, si es que piensas que tales raeditaciones han de ayudarte en tu cometido. En esta empresa concreta no te servirán de nada. Porque, aunque es bueno pensar en la misericordia de Dios y amado y alabado por ella, es mucho mejor pensar de él tal como es y amado y alabado por sí mismo. Por eso dejaré a un lado todo aquello que puedo pensar, y escogeré como objeto de mi amor aquello en que no puedo pensar. ¿Por qué? Porque Dios puede ser amado, pero no pensado. Puede ser aprehendido por el amor, pero nunca por el pensamiento.

Por eso, aunque a veces puede ser bueno el pensar en la misericordia y dignidad de Dios, y puede incluso darnos alguna luz y formar parte de nuestra contemplación, sin embargo, en la empresa final que nos ocupa, todo esto ha de ser abandonado y cubierto por la nube del olvido. Has de hollar todo eso resueltamente bajo tus pies, con devoto y ferviente amor, y así intentar penetrar en la oscuridad que se cierne sobre ti. Hiere esa espesa nube del noconocer con los dardos agudos del amor ardiente, y por nada del mundo desistas de tu empresa. Pisotea tus propios pensamientos por causa del amor de Dios, sí, aunque esos pensamientos parezcan ser muy santos y capaces de acercarte a Dios..., aunque sean pensamientos de la sagrada Pasión de Cristo. El alma avezada en los caminos del espíritu ha de abandonar todo pensamiento y rechazado al fondo de la nube del olvido, si es que quiere llegar a penetrar la nube del no-conocer que se extiende entre Dios y el hombre."

Con este silencio del pensamiento ante la Divina Majestad, estamos ya en "el Dios abstracto", "el Dios de la negación", "el Dios del no-conocer", que todo son palabras para expresar lo inexpresable. El silencio de la mente es el acto supremo de adoración del hombre ante Dios, y el encontrado en el contacto personal y profundo con el mundo que él ha creado a nuestro alrededor y en nuestras entrañas es la oración anónima y la liturgia secreta del universo, que nos une a la fuente del ser con cada aliento que exhalamos y cada palabra que pronunciamos en nuestro compromiso diario con la vida. Esta era, para Tony, la espiritualidad más profunda a que podíamos llegar, y hacia ella se dirigían todos los esfuerzos de desprendernos de todo asimiento, toda falsa ilusión y todo condicionamiento paralizador y aun, ahora, de todo pensamiento para llegar en pura pobreza creacional al centro de la vida que es Dios mismo.

En mi opinión, éste es uno de los mayores servicios que Tony prestó a las almas que trataba y a la Iglesia que amaba, y fue el de abrir la mente y la experiencia de sus oyentes y dirigidos a nuevas maneras de entender y vivir a Dios, saliendo así al paso a la crisis de fe y obediencia que acosa a conciencias y preocupa a la Iglesia, y que tiene su mejor solución en este buscar en nuestra mejor tradición nuevas maneras de sentir a Dios y, así, no sólo salvar, sino acrecentar nuestra fe y nuestra religiosidad. Yo he escrito todo un libro ("Dejar a Dios ser Dios") basado en esta idea que le debo a Tony y que me ha ayudado a mí radicalmente en mi vida y en mi trato con gente que busca a Dios; así es que sé muy bien su importancia, y anoto con alegría la deuda. La primera vez que alguien en dirección espiritual me preguntó: "Cuando hago ejercicios de contacto conmigo mismo, mi respiración, mis sentidos, la naturaleza, el entorno, el espacio... ¿hago oración?", mi respuesta espontánea (tras años largos de una experiencia que aquí apenas he descrito) fue: "Sí, por que, si estás en contacto contigo mismo, estás en contacto con Dios." Siempre me ha dado alegría pensar en aquella respuesta, que no iba preparada ni estudiada, y nació virgen en mi mente como fruto de ese entrenamiento que queda aquí brevemente aludido. La clave de Sádhana era estar "en contacto", y una vez que la fe nos hace ver y sentir a Dios en todas las cosas (que piensen mis hermanos jesuitas en la "Contemplación para alcanzar amor" de san Ignacio), estos ejercicios de contenido aparentemente neutro se hacen oración y adoración ante la presencia sagrada y total, dentro y fuera de nuestro ser, de aquel "en quien vivimos, nos movemos y somos". Son palabras de Tony: "Sádhana no os servirá de nada si no la aprovecháis para profundizar en vuestro sentido del infinito."

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