Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

Ligero de equipaje
Ligero de equipaje
Autor: Carlos G. Vallés
Índice
Lonaula
Bombas
Cambiar o no cambiar
Amar o no amar
La flor de loto y el lago
El cerebro programado
Sufrir para acabar de sufrir
Inocente e intachable
¿Buena suerte? ¿Mala suerte?
El Dios de la negación
El yo y el no-yo
Garabatos
El espíritu de "Sádhana"
El terapeuta
El director espiritual
El escritor
El lector
La puesta en escena
Ligeros de equipaje...
 
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LIGERO DE EQUIPAJE
Tony de Mello, un profeta para nuestro tiempo

Carlos G. Vallés S.J.

LIGEROS DE EQUIPAJE

Cuando Tony me preguntó sobre mis entrevistas con Krishnamurti, y hablamos sobre ellas, hubo un tema que se destacó con claridad meridiana, ya que nos decía mucho a los dos y nos gustaba hablar de ello. No se trataba de nada nuevo, y ambos lo habíamos leído ya en sus libros, pero adquirió un nuevo frescor como experiencia vivida y oída de labios de la persona misma, y disfrutábamos recordándolo juntos.

Krishnamurti me había dicho: "Cuando me doy esos largos paseos diarios y voy solo por los bosques una o dos horas, me sucede que ni un solo pensamiento cruza mi mente en todo ese rato. Sí, ya sé que los psicólogos dicen que eso no es posible, pero, ¿qué le voy a hacer?, eso es lo que me pasa a mí. ¡Debo de ser un bicho raro!" Se sonrió alegremente al decir "bicho raro", para lo cual usó en inglés la palabra "freak", y se interrumpió a sí mismo para preguntarme si sabía yo lo que esa palabra quería decir, ya que no es palabra muy corriente en inglés. (Eso me recordó la verdadera manía que tenía de no seguir hablando, ni en privado ni en público, hasta no asegurarse de que todos habían entendido lo que acababa de decir.) Después continuó: "También me pasa algo parecido por la noche al dormir. Duermo perfectamente, y nunca sueño. Aquí también dicen los psicólogos que tal cosa no es posible, pero tal es mi caso." Y entonces llegó a la confidencia vital: "Creo que esto me pasa porque yo entro del todo en cada experiencia, pequeña o grande, y salgo también total y limpiamente de cada una. Me meto de lleno en todo lo que hago... y salgo de lleno de todo lo que hago. Nada se me queda pegado a la mente, y quizá sea por eso por lo que siempre queda limpia." No dijo más sobre ello, pero yo comprendí al momento que había dicho algo de importancia transcendental.

Tony sentía y vivía la misma idea por su cuenta y a su manera, y nos la repitió muchas veces aquellos días con insistencia estudiada y con frases tajantes que la grabaran en nuestra memoria: vivid plenamente cada experiencia, para que no deje traza en vuestra mente. Nada de sobras, nada de restos, nada de basura. Una 'cuenta sin "suma y sigue", un relato sin "continuará", una excursión sin mochila. Nunca viváis de crédito, sino pagad al contado en cada instante. Adentro y afuera; entrad y salid; entrad del todo y salid del todo. Una vez más, la flor de loto intacta sobre el agua, la sinfonía que fluye sin interrupción, el río que sigue su curso.

Lo que no nos deja vivir de esa manera (que es la única manera auténtica de vivir) son, por un lado, los apegos y, por otro, los miedos. Nos aferramos a una experiencia gozosa y no la soltamos en nuestra mente, aun cuando el suceso haya ya pasado; o tenemos miedo de algo que va a pasar, y ese temor llena la mente antes de que el suceso se produzca. Con una mente así cargada no se puede vivir. La mente en libertad no lleva cargas. La mente en libertad vive cada instante en cada instante, y ése es el secreto de vivir de lleno la vida.

Tony no sólo hablaba así, sino que vivía también así, y eso es lo que daba fuerza a sus palabras. Un día, en aquel cursillo, nos dijo algo que levantó por un momento el velo de su propia experiencia en materia tan importante. Los terrenos de nuestra finca en Lonaula son extensos, y están divididos en dos partes. La parte antigua, donde está todavía la villa de vacaciones del colegio de San Estanislao, y donde el Instituto de Sádhana se había alojado durante varios años, y la parte nueva, que es una parcela de terreno sacada de la parte antigua, separada ahora de ella por un muro, y dónde estaban a medio construir los edificios del nuevo Instituto en el que ya vivíamos. Los dos terrenos eran contiguos, pasábamos con toda facilidad del uno al otro (el camino más corto para ir a la ciudad pasaba por el terreno antiguo), y en ese contexto se coloca lo que Tony dijo un día al grupo: "Es curioso lo que me pasa, pero lo he observado una y otra vez. Paso con frecuencia por los antiguos terrenos de Sádhana, donde viví y trabajé tantos años con la intensidad que todos conocéis, hasta el punto de que cada palmo y cada rincón de esos terrenos están llenos de recuerdos de todas clases para mí. Lo sé perfectamente, y me acuerdo de todo ello perfectamente, y, sin embargo, el hecho es que, cuando paso por esos sitios, solo o acompañado, no siento absolutamente nada de emoción, apego, querencia o nostalgia. Nada. Ni un ápice. Y no es que yo sea de piedra, que bien me conocéis. Siento las cosas a fondo. Pero nada se mueve dentro de mí cuando paso por esos lugares. La razón debe de ser que viví esa experiencia íntegramente, y no ha dejado traza dentro de mí. Así es como quiero vivir."

Así es como vivió. Y de 'ello dejó un eximio testimonio en las últimas palabras que nos dijo en Lonaula, que van a ser también las últimas palabras de este libro.

Adiós inspirado, despedida íntima, bendición profética al final de la última Eucaristía que ofrecimos todos juntos en agradecimiento sentido al grupo entero, a Tony y a Dios.

Era la última noche del último día, 13 de abril de 1987, lunes de Semana Santa. La Eucaristía estaba a punto de terminar en aquel mismo salón y con aquellas 'mismas sillas que habían sido testigos de tantos bellos e intensos momentos en aquellos benditos quince días. Estábamos saboreando con cariño y sin prisas el profundo silencio marcado por la patena y el cáliz al pasar de mano en mano con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que nos unía sacramentalmente en aquel momento en el abrazo de su presencia y de su amor. En medio de aquel silencio sagrado, Tony habló, y éstas fueron sus palabras:

"No cambiéis. El deseo de cambiar es enemigo del amor.

No os cambiéis a vosotros mismos: amaos a vosotros mismos tal como sois.

No hagáis cambiar a los demás: amad a todos tal como son.

No intentéis cambiar el mundo: el mundo está en manos de Dios, y él lo sabe.
y si lo hacéis así... todo cambiará maravillosamene a su tiempo y a su manera."

Hizo una pequeña pausa, y añadió las últimas palabras:

"DEJAOS LLEVAR POR LA CORRIENTE DE LA VIDA... LIGEROS DE EQUIPAJE."
Así se fue él.

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