LA
FABRICACIÓN DE LOS SANTOS
Autor: Kenneth L. Woodward
CAPÍTULO 7. LA ESTRUCTURA DE LA SANTIDAD: LAS PRUEBAS
DE VIRTUD HERÓICA
A las cinco en punto de la tarde del 16 de noviembre de 1987,
ocho asesores teológicos se reunieron en una pequeña
sala en la parte trasera de la Congregación para la
Causa de los Santos. Tres de ellos eran estadounidenses, tres
irlandeses, uno italiano y otro de la India. Estaban convocados
para exponer y defender sus opiniones sobre si Katharine Drexel,
una monja norteamericana muerta treinta y tres años
antes, había manifestado las virtudes heroicas exigidas
a los santos. Como en todas las causas modernas, ninguno de
los asesores había conocido a la madre Drexel, sólo
uno de ellos recordaba haberla oído mencionar alguna
vez antes de verse destinado a juzgar la causa. Su juicio
acerca de la santidad de la religiosa se basaba, por tanto,
únicamente en la "positio" de mil seiscientas
páginas que habían recibido para estudiarla
dos meses antes.
Poca gente, fuera de la congregación y de sus asesores,
llega alguna vez a ver las "positiones". Como los
autos jurídicos o los memoriales, se producen para
un propósito específico, y los ejemplares son
difíciles de conseguir. La razón principal es
el coste. La impresión de una "positio" de
mil quinientas páginas puede costar veinte mil dólares
o más, por lo cual raras veces se imprimen tiradas
de más de ciento cincuenta ejemplares. Otra razón
es la preocupación por la confidencialidad. Aunque
las "positiones" en general no son tratadas como
documentos secretos, la congregación tampoco desea
que gente de fuera -sobre todo, si se trata de periodistas-
mire por encima de su hombro mientras está resolviendo
el destino de una causa. Eso vale especialmente para las causas
de personajes controvertidos, como Edith Stein o el papa Pío
IX (caso que veremos en el capítulo 10), o para aquéllas
políticamente delicadas, como las de los mártires
vietnamitas o del padre Pro de México. En algunos casos,
se intenta salvaguardar la reputación de personas aún
vivas, particularmente cuando se trata de prelados de alto
rango; en otros, es cuestión de proteger a los testigos.
Sin embargo, una vez una causa ha concluido con éxito,
la "positio" queda a disposición de los estudiosos
en los archivos del Vaticano. En décadas recientes,
los historiadores y quienes se dedican a las ciencias sociales
han encontrado en esa documentación, que abarca cuatro
siglos, un tesoro, sin precedentes, de información
sobre temas como las relaciones entre Iglesia y Estado o las
transformaciones en los conceptos morales de la sociedad y
en los valores espirituales, así como sobre la vida
de los santos individuales. Es curioso, sin embargo, que quienes
consultan muy raras veces las "positiones" son los
profesores de espiritualidad eclesiásticos, hecho que
desconcierta e irrita a algunos de los hacedores de santos.
"Es muy reprochable que esos tesoros de doctrina espiritual,
que se encuentran en los archivos de esta congregación,
no se exploten lo suficiente -comentó al padre Gumpel
en el transcurso de una conversación-, porque las observaciones
y los juicios de los asesores, de los postuladores y de los
"abogados del diablo" constituyen un caudal de materiales
del que surgieron muchas evoluciones en el campo de la espiritualidad."
Me aventuré a la conjetura de que la historia de la
"positio" misma, como medio oficial y metodología
de la creación de santos, no debe de ser el menos importante
de esos tesoros de archivo.
Se daba el caso de que la "positio" sobre las virtudes
heroicas de la madre Drexel fue la primera en la historia
de la congregación que se redactó por entero
en inglés [hubo una "positio" de martirio
anterior redactada en inglés: la de ochenta y cinco
mártires del siglo XVII beatificados en 1987]. Puesto
que sólo muy pocos de los asesores de la congregación
leen el inglés con cierta fluidez, el comité
que había de juzgar la "positio" lo constituyeron
cinco teólogos ajenos a la institución, elegidos.
Por su dominio de dicho idioma. Desde el punto de vista lingüístico,
por lo menos, las virtudes de Katharine Drexel iban a ser
juzgadas por sus iguales.
La "positio" me interesaba por varias razones.
Por una parte, aun siendo norteamericano y católico
romano razonablemente consciente, jamás oí mencionar
a Katharine Drexel. Por otra parte, treinta y tres años
son un lapso bastante breve para que una causa llegue a la
fase del juicio de virtudes heroicas, sobre todo cuando la
candidata es una entre muchas fundadoras de órdenes
religiosas. ¿Qué tenía esa causa, que
impulsaba a los funcionarios de la congregación a otorgarle
preferencia? Mucho más me intrigaba, de todos modos,
la oportunidad de estudiar una "positio" que era
una de las primeras -y más largas- preparadas conforme
a las nuevas normas establecidas por la reforma de 1983. Como
tal, supuse que sería un prisma útil, a través
del cual observar el impacto de esas reformas sobre los métodos
por los que la Iglesia verifica la santidad exigida a los
candidatos.
La Congregación para la Causa de los Santos tiene
un concepto bastante preciso de la santidad. La santidad es
la gracia de Dios que obra en los seres humanos y a través
de ellos. Las pruebas de santidad de la congregación
son también precisas y, de hecho, casi esquemáticas.
La santidad se manifiesta en una doble estructura de virtudes:
las tres virtudes sobrenaturales (llamadas así porque
son infundidas por gracia), de la fe, la esperanza y la caridad
(amor de Dios y del prójimo), y las cuatro virtudes
morales cardinales (originalmente derivadas de la ética
de Aristóteles), de la prudencia, la justicia, la firmeza
y la templanza. Puesto que de todos los cristianos se espera
que practiquen dichas virtudes, un santo es alguien que las
practica en grado excepcional o "heroico".
Si tenemos en cuenta que sólo Dios sabe qué
gracias han recibido una persona y cómo ha respondido
a las mismas, la virtud heroica ha de inferirse a partir de
pruebas externas. En todas las causas "recientes"
-es decir, aquellas de las que quedan aún testigos
vivos que conocieron al candidato-, la prueba de santidad
se basa en las declaraciones de los testigos, unidas a cartas,
diarios, libros, sermones y cualquier otro documento escrito
que dé fe de la vida espiritual del candidato. Estos
materiales constituyen la "positio", que generalmente
suele dividirse en tres volúmenes: una "vita"
o biografía documentada del candidato; las declaraciones
de los testigos y otros documentos relativos a las virtudes
del candidato, a su reputación de santidad y al beneficio
pastoral que la Iglesia puede esperar de la canonización
del siervo de Dios; y una "informatio" o resumen
de los argumentos y pruebas de existencia de las virtudes
exigidas.
La fase decisiva y la más difícil de todo proceso
de un no mártir es la prueba de virtud heroica. Bajo
el antiguo sistema, las pretensiones de virtud heroica del
candidato se dirimían mediante el diálogo entre
el "abogado del diablo" y el abogado defensor del
candidato; ahora que se han eliminado los abogados, todo depende
de la fuerza persuasiva del texto mismo.
La reforma de 1983 aspiraba, sin embargo, a mucho más
que a la mera eliminación de las disputas abogadiles.
También apuntaba a un cambio de enfoque, desde la presentación
jurídica de la prueba de santidad a otra narrativa
o biográfica. No sólo había que situar
la vida del candidato en su contexto histórico, sino
también presentarla de modo que revelara la santidad
singular de cada uno de ellos.
A ese respecto, la reforma fue una respuesta práctica
a una nueva teología de los santos que se desarrolló
en la época del II Concilio Vaticano y que pone el
énfasis en la irreductible originalidad de cada santo.
La aserción de que cada santo es efectivamente único
parece ser un punto en el que están de acuerdo los
teólogos conservadores y los liberales. Así,
para el difunto estudioso suizo Hans Urs von Balthasar, conocido
como el teólogo favorito del papa Juan Pablo II, "nadie
es tan él mismo como el santo, que se somete al plan
de Dios, al que está dispuesto a entregarse con todo
su ser, en cuerpo espíritu y alma". Por lo demás,
Von Balthasar insiste en que aquellos "santos representativos",
elegidos por la Iglesia para la beatificación y la
canonización, son "irrefutables y están
por encima de toda duda, tan indivisibles como los números
primos". Su homólogo liberal, el difunto jesuita
alemán Karl Rahner, se pronunció en un sentido
muy parecido:
"En eso reside la tarea especial que los santos canonizados
deben cumplir para la Iglesia. Ellos son los iniciadores y
los modelos creativos de la santidad que constituye la tarea
adecuada a su época particular. Crean un nuevo estilo;
prueban que una cierta forma de vida y de actividad existe
realmente como una posibilidad genuina; demuestran de manera
experimental que se puede ser cristiano incluso de "este"
modo; hacen que tal tipo de persona sea creíble como
un tipo cristiano".
En otras palabras, aunque todo el mundo está llamado
a la santidad, la santidad no es la misma para todos. El reto
al que se enfrentan los hacedores de santos consiste, pues,
en descubrir y exponer la santidad peculiar de cada siervo
de Dios. Pero aquí tropiezan con un problema de método:
¿qué forma de análisis y de interpretación
es la más adecuada para revelar la santidad particular
de cada candidato? Sobre este punto descubrí que existen
notables divergencias de opinión entre los funcionarios
de la congregación y sus asesores teológicos.
EL ESQUEMA Y LO PARTICULAR
Para apreciar el alcance del problema es preciso recordar
que, en la larga historia de la creación de santos,
el énfasis puesto en la singularidad espiritual es
muy reciente. En el pasado, los santos no sólo leían
las vidas de otros santos, sino que en su mayoría trataban
conscientemente de modelar sus vidas conforme a la de su predecesor
favorito. Ser un santo era imitar a Cristo, por supuesto,
pero, dado que Cristo es inimitable por definición,
los modelos operativos para la mayoría eran aquellos
pocos personajes verdaderamente innovadores, como san Francisco,
san Benedicto, Teresa de Avila o san Ignacio de Loyola, cada
uno de los cuales creó un nuevo sistema enormemente
influyente de la práctica y la disciplina espirituales.
De modo semejante, en la promoción de los candidatos
a la canonización, los biógrafos tendían
a moldear sus "vitae" sobre modelos aceptables,
demostrando que el siervo de Dios o bien se parecía
a algún santo reconocido o bien se aproximaba a un
tipo ideal como el santo monje, el obispo virtuoso o el príncipe
cristiano. Convertirse en santo equivalía, por tanto,
a imitar un modelo reconocido de santidad, y ser declarado
santo significaba ser reconocido como tal conforme a uno de
los esquemas aceptables.
También el método de canonización se
prestaba más a los esquemas que a las particularidades.
La forma más antigua de canonización episcopal
era una recitación oral de la vida del candidato ante
el obispo local, en la que se incluían todos los milagros
obrados por él o mediante su intercesión. En
otras palabras, la prueba de santidad se organizaba y se presentaba
de forma narrativa o, más precisamente, como una estilizada
epopeya espiritual en la que se mostraba al santo como un
héroe espiritual y taumaturgo, adalid de la causa de
Cristo contra sus adversarios, fuesen éstos el diablo,
el mundo y la carne o los enemigos de carne y hueso de la
Iglesia. Incluso en el proceso de canonización de un
candidato tan cerebral como Tomás de Aquino, su "vita"
se presentó como la historia de un combate intelectual
contra judíos, cismáticos y herejes.
En suma, durante la Edad Media la tendencia de la canonización
fue la de buscar en la santidad más los modelos que
lo particular. Es cierto que los santos más grandes
eran efectivamente "números primos", tan
singulares que se convirtieron en modelos para la mayoría
de quienes siguieron sus pasos en lo espiritual; pero, las
más de las veces, los santos se reconocían como
tales porque correspondían a un esquema dado. De hecho,
hasta muy entrado el siglo xx los biógrafos reescribían
a veces la "vita" de un candidato a fin de adaptada
a las transformaciones de los esquemas aceptables de espiritualidad.
[El caso de Inés de Jesús (Agnes Galand, 1602-1634)
ofrece una oportunidad excepcional de estudiar cómo
las vitae se amoldaban en cada momento a las expectativas
teológicas y políticas de la Santa Sede. En
el transcurso de tres siglos, su vida fue reescrita cuatro
veces, cada una de ellas con la esperanza de captar los vientos
predominantes que soplaban de Roma. Cuando Roma exaltaba lo
sobrenatural, el biógrafo realzaba las experiencias
místicas de Inés; cuando el misticismo se volvió
sospechoso, ella adquiría una espiritualidad y una
ejemplaridad de naturaleza menos exótica, y, aún
en fecha tan reciente como 1963, los hechos de su vida seguían
sujetos a reinterpretaciones].
Los procedimientos oficiales de canonización, establecidos
en 1642 por el papa Urbano VIII, consolidaron un auténtico
cambio de paradigma en la manera en que había de entenderse
y aceptarse la santidad; al menos, por parte de los hacedores
de santos autorizados por la Iglesia. Entre otras exigencias,
Urbano VIII estipuló que los candidatos a la santidad
debían haber practicado las clásicas virtudes
cristianas, tal como las definieron y codificaron Tomás
de Aquino y otros teólogos escolásticos. El
fin principal de esta exigencia era el de separar a taumaturgos
genuinos de practicantes de la magia y de las malas artes
diabólicas. "Un agente de Satanás era capaz
de saltarse las leyes de la naturaleza y empujar a otros,
por medio de la brujería, a los caminos del diablo;
pero alguien que practicaba las virtudes cristianas en grado
heroico no podía ser un aliado del diablo; así
por lo menos razonaban los teólogos."
Sean cuales sean las razones iniciales, las consecuencias
de los decretos de Urbano fueron varias y de gran alcance.
Primero, como era de esperar, el santo taumaturgo fue gradualmente
perdiendo terreno frente al santo que se destacaba por su
ejemplaridad moral. Ese proceso agravaba a su vez la separación
entre el santo como objeto de devoción popular y el
santo como superviviente con éxito del proceso de canonización.
Lo que alimentaba la reputación de santidad entre el
pueblo (en muchos casos, hasta el día de hoy) eran
los relatos, por lo general exagerados y a menudo apócrifos,
de las extraordinarias hazañas y los poderes carismáticos
del siervo de Dios; lo que contaba oficialmente para la canonización
eran las pruebas, verificadas mediante procedimientos jurídicos
(generalmente, declaraciones de testigos oculares), de las
ejemplares virtudes heroicas del candidato.
En segundo lugar, los decretos de Urbano produjeron un cambio
profundo en la metodología de la creación de
santos. Puesto que lo principal era la prueba de virtud heroica,
la historia de la vida del candidato perdió relativamente
importancia. De los sucesos de la vida del candidato, confirmados
por testigos, habían de extraerse las pruebas de virtud
heroica. En resumen, cambió la estructura de las pruebas
de santidad: la organización narrativa cedió
su lugar a los documentos judiciales, la comparación
al análisis, los relatos a los textos seguros, la simetría
a las categorías. El esquema de santidad no se basaba
ya en modelos ni se determinaba por la dinámica de
las biografías narradas, sino que venía dictado
por las categorías esencialmente estáticas de
las virtudes requeridas. Lo que convertía a una persona
en santo era la presencia de las mismas virtudes heroicas
que se hallaban en cualquier otro santo; lo que distinguía
a un santo de otro eran los accidentes de tiempo y de lugar
en que se manifestaban las virtudes requeridas. Si, al adecuarse
a las exigencias esquematizadas de una "positio"
oficial, el perfil de un candidato espiritual resultaba sumamente
parecido al de otro, el porqué estaba en que se esperaba
de ellos que se pareciesen unos a otros en todas y cada una
de sus virtudes heroicas.
La reforma de 1983 aspiraba a liberar las "positiones"
de la rigidez de los procedimientos jurídicos y del
enfoque estereotipado de las manifestaciones de las virtudes
cristianas. La prueba de virtud dependería menos de
lo que otros pensaban del siervo de Dios que de cuanto podía
deducirse de la vida del candidato. A tal fin, los hacedores
de santos debían recurrir a todas las ciencias humanas,
incluida la psicología, para llegar a lo que Molinari
llamó "la personalidad profunda" del santo:
"Algunos de nosotros llevábamos años intentando
aplicar ese criterio; ahora es la política oficial."
En una palabra, al integrar los mejores métodos de
la teología, de las ciencias humanas y del derecho
canónico, los reformadores esperaban producir unas
"positiones" que iluminasen la santidad única
del candidato y demostrasen así la relevancia del siervo
de Dios para su entorno histórico específico.
Una vez más, el acento recaería en la biografía
del candidato, pero sin las convenciones narrativas de la
epopeya espiritual. Se creía que los hechos -escrupulosamente
recogidos, científicamente verificados y teológicamente
interpretados- revelarían por sí solos la irrepetible
personalidad espiritual de cada candidato.
La manera como eso había de suceder, sin embargo,
no se explicitaba en la reforma. De hecho, la reforma misma
representaba un compromiso en la medida en que mantenía
la exigencia de demostrar cada una de las virtudes necesarias.
Por un lado, los relatores y sus colaboradores tenían
que presentar una biografía histórico-crítica
del candidato; por el otro, debían continuar disecando
esa vida en busca de pruebas de virtudes específicas,
como un médico que comprobara que cada uno de los sistemas
vitales del paciente -el cardiovascular, el neurológico,
el esquelético-muscular, etcétera- funcionan
en grado óptimo. El resultado lo constituyeron considerables
y a menudo apasionados desacuerdos sobre la manera en que
el nuevo enfoque histórico-crítico debía
relacionarse con el jurídico tradicional.
Según las directrices internas de la congregación,
las "positiones" deben titularse "super vita
et virtutibus", "sobre la vida y las virtudes"
del candidato. La cuestión era hasta dónde debía
abarcarse la vida. ¿Debía ser la "vita"
una biografía completa o debía limitarse a aquellos
aspectos de la vida del candidato que ponían de manifiesto
sus virtudes heroicas? Y, en este último caso, ¿dónde
había que trazar la divisoria? ¿Debe tratarse
el desarrollo del carácter de modo independiente del
desarrollo de la santidad? Y, en caso de ser así, ¿cómo
se relacionan los dos aspectos? Dependía de cada relator
elaborar las respuestas por su cuenta, caso por caso.
Una noche, durante la cena, le pedí al padre Molinari
que me explicase cómo entendía él la
relación entre la biografía del candidato y
la prueba de virtud heroica. Como teólogo y uno de
los más prominentes partidarios de la reforma, defendía
desde hacía largo tiempo la idea de que cada santo
presenta en su santidad un perfil único.
-Las virtudes son lo que la savia a la flor -dijo, acuñando
un dificultoso símil sacado de la horticultura-. Las
virtudes hay que demostrarlas para saber a ciencia cierta
que la savia está ahí. Ahora bien, cómo
florece esa savia depende de la vida individual.¿Es
una rosa? ¿Es un tulipán? Aquí tenemos
un san Francisco, ahí un san Benedicto, allá
un san Ignacio. El florecimiento depende de los elementos
únicos que hay en cada persona y, entre esas calidades
únicas, están los dones únicos que Dios
le ha otorgado a la persona en cuestión. Mediante el
estudio de las circunstancias históricas tratamos,
pues, de hacer que salga a la luz la singularidad del santo.
Sólo así su vida será portadora de un
mensaje que signifique algo para la gente de hoy. Y, desde
luego, debemos traducir ese mensaje de modo que llegue a la
gente y no se quede en la abstrusa fraseología de las
sacristías.
Convinimos en que la única manera de que yo comprendiera
la relación entre la savia y la flor -las virtudes
y la vida- era que me pusiera yo mismo a estudiar una "positio".
VIDA Y VIRTUDES DE KATHARINE DREXEL
La causa de Katharine Drexel (1858-1955) estaba hecha a medida
para el nuevo y más orgánico enfoque que los
reformadores habían introducido en el estudio de las
vidas de los santos. Nacida en Filadelfia durante la década
anterior a la Guerra Civil, murió en el decenio que
precedió el movimiento de los derechos civiles de los
años sesenta. Fue la fundadora de las Hermanas del
Santísimo Sacramento para los Indios y la Gente de
Color, y como heredera de una de las grandes fortunas familiares
de Estados Unidos, sin duda la mujer norteamericana más
rica que jamás tomó el hábito. A lo largo
de los noventa y siete años de su vida, se calcula
que Katharine Drexel regaló unos veinte millones de
dólares, destinados en su casi totalidad a misiones
y escuelas para los negros y los indígenas norteamericanos,
los objetos particulares de su apostolado y del de su congregación.
Como madre superiora fundadora, fue personalmente responsable
de establecer ciento cuarenta y cinco misiones católicas,
doce escuelas para indios y cincuenta escuelas para "la
gente de color" -como por entonces se llamaba a los negros-,
incluida la Xavier University de Nueva Orleans, el primer
colegio católico para negros de Estados Unidos. Puede
decirse con bastante razón que, hasta que llegó
Katharine Drexel, los obispos católicos estadounidenses
tendían a pensar que los negros eran protestantes -efectivamente,
casi todos lo eran y aún lo siguen siendo- y, por consiguiente,
no eran objeto de su preocupación pastoral.
A juzgar por la "positio", Katharine Drexel era
tan santa como generosa. Mucho antes de su muerte, las hermanas
de su congregación la consideraban una santa. Su entierro
en Filadelfia indicó que no estaban solas con su opinión:
miles de personas acudieron a los funerales, bloqueando el
tráfico a varias manzanas a la redonda en torno a la
iglesia. Durante los años siguientes, más de
cuatro mil personas -blancos, negros e indios- atestiguaron
curaciones y otros favores divinos, recibidos tras invocar
su intercesión. El 2 de marzo de 1966, poco más
de diez años después de su muerte, el arzobispo
-y posterior cardenal- John J. Krol abrió un proceso
ordinario en su favor. Seis cardenales, nueve arzobispos y
cuarenta y un obispos estadounidenses, así como cuatro
asociaciones religiosas y cívicas, escribieron a la
congregación apoyando la causa. En 1980, sus escritos
habían sido examinados en cuanto a la pureza doctrinal
y se inició la última fase de los testimonios,
el proceso apostólico. Katharine Drexel parecía
estar en buen camino hacia la santidad oficial.
Aunque la causa de Drexel avanzó con mayor rapidez
que la mayoría, surgieron serios problemas. En primer
lugar, la memoria de sus esfuerzos pioneros en favor de la
educación de los negros y de los indígenas norteamericanos
había palidecido ante el esplendor del movimiento de
derechos civiles de los años sesenta. Si Estados Unidos
había producido a un santo defensor de las minorías,
se creía generalmente que éste había
de ser el martirizado Martin Luther King, un predicador baptista
negro. En comparación con las dramáticas luchas
y las conquistas de King, que encabezó un movimiento
de liberación basado explícitamente en los postulados
y la autoridad de la Biblia (y en el principio de la no violencia
de Gandhi), los esfuerzos de Katharine Drexe parecían
limitados, institucionales, más bien tímidos
e impregnados de materna1ismo religioso. En la década
de los setenta, también los indígenas americanos
salían en defensa de sus derechos y sus identidades
triba1es, de modo que hacían aparecer la labor misionera
de Drexel como una forma de colonización religiosa.
Así pues, si se quería canonizar a Katharine
Drexel, la postulación debía rescatarla de las
mareas del cambio histórico y demostrar que su singular
ejercicio de las virtudes heroicas aumentó el bienestar
de los indígenas y los negros estadounidenses.
En segundo lugar, la idea de canonizar a la madre Drexel
-o a quien fuera- no entusiasmaba ya a muchas religiosas norteamericanas;
a la luz de las necesidades de los desfavorecidos, los costes
de un proceso de canonización les parecían un
gasto innecesario y casi vanidoso. En efecto, Katharine Drexel
misma mantuvo la opinión de que ningún miembro
de su orden sería canonizado jamás, porque sería
mejor gastar el dinero que requería el proceso en ayudar
a los indios y a los negros. No era sorprendente, pues, que
varias madres superioras de la propia orden religiosa de Katharine
Drexel manifestaran su indiferencia ante la promoción
de la causa.
También en Roma algunos funcionarios de la congregación
veían con poco agrado esta causa. En la lista de causas
pendientes abundaban ya los nombres de madres fundadoras,
de cada una de las cuales podía demostrarse que instituyó
su orden para satisfacer unas necesidades espirituales y temporales
específicas. ¿En qué, preguntaban los
funcionarios, se distinguía Katharine Drexel de las
demás? Por muy santa que hubiera sido, la canonización
se supone reservada a los siervos de Dios cuya vida y obra
revisten algo más que una significación local.
Eso fue, por lo menos, lo que monseñor James McGrath,
de Filadelfia, vicepostulador de la causa, interpretó
de las reacciones que recibió al visitar la congregación
en 1980. "Como la mayoría de los europeos -me
dijo McGrath-, ellos no comprendían cuán profundamente
la segregación había afectado la sociedad y
la cultura americanas. Por eso, tampoco sabían apreciar
que Katharine Drexel despertó la conciencia de la Iglesia
[católica] estadounidense en lo relativo a las necesidades
de los negros y los indios, y que por eso su ejemplo tendría
resonancia universal."
Afortunadamente, cuando los resultados del proceso apostólico
llegaron a Roma, las reglas del juego habían cambiado
ya. Las nuevas normas, al requerir que incluso las causas
recientes debían presentarse conforme a los cánones
de la historiografía crítica, significaba que
los argumentos en favor de la beatificación y la canonización
de Katharine Drexel podían centrarse en la singularidad
de su apostolado, dedicado a los negros y a los indígenas
estadounidenses, en una época en que a muy pocos de
sus compatriotas les importaba su destino. Dada la actual
preocupación de los norteamericanos por las minorías,
se argüía que la causa de Drexel merecía
una consideración prioritaria. Como lo formuló
el padre Robert Sarna, el único norteamericano entre
los colaboradores de la congregación, "la beatificación
de Katharine Drexel rebatiría la acusación de
que la Iglesia católica no hizo mucho por esa gente
marginada".
La causa de Drexel se asignó al padre Gumpel como
relator, y éste a su vez insistió en que le
ayudara, como "colaborador externo", a escribir
la "positio" un estudioso norteamericano calificado.
El cardenal Krol, que no es el tipo de arzobispo que permite
que su ciudad se pierda a un santo potencial, halló
exactamente al estudioso que Gumpel buscaba: Joseph Martino,
un joven sacerdote que poco tiempo atrás había
acabado una disertación doctoral en historia sobre
uno de los antecesores de Krol, el arzobispo James Ryan, un
prelado de Filadelfia que colaboró estrechamente con
Katharine Drexel. Aunque Martino estaba familiarizado con
el período histórico, tardó dos años
en investigar el tema y escribir la "positio"; y
ésta sería el texto, con todas sus mil seiscientas
páginas, por el cual se juzgaría la santidad
de Katharine Drexe.
La "positio" está encuadernada en tres volúmenes.
El primero y con distancia el más grueso es una biografía
de mil ciento dieciocho páginas, que incluye documentos
y notas a pie de página. El segundo volumen consta
de cuatrocientas seis páginas de declaraciones, seleccionadas,
de treinta y cuatro testigos; aproximadamente la mitad de
ellos, monjas que conocieron a la madre Drexel o colaboraron
con ella. El tercer volumen, de ochenta y nueve páginas,
es la "informatio" en la que se resumen los argumentos
y las pruebas que apoyan la santidad de la candidata, agrupados
por cada una de sus virtudes heroicas.
La biografía de Katharine Drexel escrita por Martino
lleva a modo de prefacio una historia de Estados Unidos en
cincuenta y seis páginas, con especial atención
al surgimiento de los negros y los indígenas como poblaciones
segregadas. El propósito de esa sección es demostrar
la necesidad de un esfuerzo concertado de los católicos
para evangelizar y educar a ambas minorías, así
como explicar por qué los católicos estadounidenses,
en su mayoría inmigrantes, tardaron en responder a
tal necesidad. Ante ese trasfondo, Martino presenta a Katharine
Drexel como una joven señora de enorme riqueza y elevada
posición social cuya familia mantiene vivo el principio
de que "la nobleza obliga", en la tradición
de Filadelfia inspirada en los cuáqueros. Su tío,
Anthony Drexel, fundó la Drexel University, destinada
a los estudiantes pobres -un ejemplo que Katharine recordaría
más tarde al fundar la Xavier University-, y su padre,
un banquero inmensamente rico, dejó millones a la caridad
cuando murió en 1885. Pero fue su madrastra, Emma Bouvier
Drexel, quien ejerció la influencia más importante
sobre la joven Katharine y sus dos hermanas. Martino observa
que Emma ganó renombre como "la señora
benefactora de Filadelfia", debido a su discreto apoyo
a numerosas empresas caritativas; mantenía incluso
un dispensario para los necesitados, al lado de su propia
casa, en el que la asistían sus hijas. Martino no hace,
sin embargo, ningún esfuerzo por explorar esa relación
entre madre e hija, aparte de citar unas pocas cartas que
se cruzaron; esto me hizo pensar que el origen psicosocial
del carácter aún no es tema del repertorio de
las "positiones".
Lo que importa es la evolución de la vida espiritual
de Katharine y de su subsiguiente vocación religiosa.
En ese aspecto, Martino tuvo suerte, pues parece que a las
hijas de la familia Drexel las hacían redactar ensayos
personales desde una edad muy temprana. En esos ensayos, así
como en las muchas y cautivadoras cartas que escribió
durante sus viajes por el extranjero, y, sobre todo, en el
diario espiritual que escribió desde los quince hasta
los veinticinco años, Katharine le proporciona al autor
de su "positio" un panorama bastante completo de
sus luchas espirituales. A partir de esas fuentes, Martino
logra demostrar los orígenes y la evolución
de su vitalicia devoción al Santísimo Sacramento.
En una carta, escrita cuando tenía nueve años,
la joven "Katie" pide a sus padres permiso para
recibir la primera comunión mucho antes de alcanzar
la edad entonces habitual de doce años. En otra, escrita
a los diecinueve años al padre James O'Connor, un párroco
que se convirtió en su consejero espiritual, indica
lo poco que la interesaba la vida social de una adolescente
burguesa de Filadelfia. En dicha carta, alude desdeñosamente
a su presentación oficial en sociedad, que se había
celebrado con una espléndida fiesta en aquella misma
semana, con una pasajera referencia a "una fiestecilla
en la que la otra noche me presentaron en sociedad",
lo cual suscita en Martino uno de sus raros comentarios de
autor: "Bien puede tratarse aquí del eufemismo
típico del siglo XIX. Probablemente nadie más
haya dicho tan poco sobre tan importante acontecimiento."
El período crítico en la vida de Katharine
resulta ser la década que siguió a la muerte
de su madre en 1885, a la edad de cuarenta y nueve años.
Aunque Martino pudo demostrar que recibió por lo menos
una oferta de matrimonio -que rechazó-, poco o nada
indica que a Katharine Drexel le interesara la vida matrimonial.
Con la muerte del padre, dos años después, las
tres hermanas Drexel se convierten en beneficiarias de los
intereses de una fortuna de catorce millones de dólares.
Cada una de ellas se ocupa de un ámbito especial para
su filantropía: Elizabeth ayuda a los huérfanos,
Louise elige a los negros y Katharine se centra, por motivos
que Martino no logra explicar, en los indios. Su deseo más
vehemente es hallar la manera de suministrar más sacerdotes
a las misiones de indios. Para ella, la mayor injusticia del
mundo es privar a algún grupo de la oportunidad de
alcanzar la íntima comunión con Cristo a través
de la eucaristía.
A lo largo de ese período, Katharine se enfrenta al
problema de qué hacer con su vida. En una larga correspondencia
con O'Connor, destinado en 1876 como vicario apostólico
a Omaha, Nebraska, manifiesta su deseo de unirse a una orden
de monjas contemplativas, para poder consagrarse plenamente
a la vida de oración y penitencia. Ante todo, desea
la oportunidad de recibir la eucaristía todos los días,
privilegio que en aquellos días estaba reservado a
los sacerdotes y a las monjas que vivían en comunidades
enclaustradas y contemplativas. En una carta particularmente
elocuente y conmovedora, escrita desde un hotel de San Remo,
en Italia, Katharine -que a la sazón, tenía
ya setenta y cinco años- se compara a "una niña
pequeña que lloró al descubrir que su muñeca
estaba llena se serrín y que su tambor era hueco (...).
Estoy decepcionada del mundo", confiesa, e insinúa
que la preocupación de su madre de que un día
pudiera entrar en un convento podría haber sido uno
de los motivos por los que había tardado tanto en tomar
la decisión.
O'Connor, de todos modos, se lo desaconseja. Como mujer rica
y privilegiada, considera que Katharine está mal preparada
para la vida austera del convento. La insta, en cambio, a
hacer voto de celibato y dedicarse, con la riqueza de que
dispone, a evangelizar a los indios y a otra gente necesitada.
Tras una larga disputa epistolar, Katharine acepta un compromiso
sugerido por O'Connor: ella misma fundará una nueva
orden religiosa de hermanas más activas que contemplativas,
que se dedicarán a la labor misionera entre los indios
y la gente de color (negros y mulatos). Y, para satisfacer
su gran deseo del Santísimo Sacramento, inscribirá
en las reglas de su comunidad la eucaristía diaria.
En el resto de la "positio" se describe con detalle
la fundación de la comunidad religiosa, la expansión
como orden misionera y educativa, los esfuerzos de Katharine
por obtener la aprobación de Roma de la constitución
que redactó para la orden y sus últimos años
de sufrimiento a resultas de varios achaques. La mayor parte
de los materiales proviene de los archivos de la orden, que
incluyen las numerosas cartas de la madre Drexel y sus directivas
a las funcionarias de la comunidad, de otras biografías
anteriores y de los testimonios reunidos durante los procesos
ordinario y apostólico. La intención principal
de Martino en esas páginas es subrayar el papel único
y, ya desde el punto de vista financiero, indispensable de
Katharine Drexel al extender la misión de la Iglesia
a los indios y a los negros, y demostrar que esa misión
apostólica estaba relacionada con su santidad personal.
Aunque vivía bajo el voto de probreza, Katharine Drexel
siguió cobrando alrededor de cuatrocientos mil dólares
anuales en intereses del fondo legado por el padre, lo cual
era una suma enorme para la época. Cualquier otra fundadora
de una orden religiosa habría empleado probablemente
semejante fortuna en beneficio de las instituciones propias
de la orden; en cambio, Drexel creía que su orden religiosa
debía mantenerse económicamente a sí
misma, por lo que utilizó su herencia para apoyar proyectos
específicos, y no en todos participaron las Hermanas
del Santísimo Sacramento. Ella era, de hecho, una fundación
caritativa unipersonal, la corte financiera de primera y última
instancia a la que acudían sacerdotes y obispos en
busca de fondos para construir o equipar escuelas para los
indios y los negros. Como observa Martino, Katharine recibió
durante su vida de monja más de diecisiete mil cartas,
y evaluaba cada pedido con la escrupulosidad de un contable.
La magnitud de las aportaciones económicas de Katharine
Drexel a la Iglesia puede medirse por dos ejemplos citados
en la "positio". Donó más de un millón
de dólares en apoyo del Departamento de Misiones Católicas
Indias. Además, cuando el Gobierno de Estados Unidos
comenzó en 1890 a retirar su apoyo a las escuelas de
indios, que funcionaban por contrato con organizaciones religiosas
-en su mayoría católicas-, Drexel les garantizó
una subvención anual de cien mil dólares, con
lo cual se convirtió en la principal responsable de
que las escuelas misioneras permaneciesen abiertas. En la
década de los años veinte fue de nuevo la donación
de setecientos cincuenta mil dólares, concedidos por
la madre Drexel, lo que permitió la adquisición
de los edificios que albergarían la Xavier University
de Nueva Orleans. Martino dice que la suma total de todas
sus donaciones es imposible de calcular, dado que ella prefería
guardar el anonimato, en parte por humildad, en parte porque
temía que, si su generosidad se hacía pública,
los católicos norteamericanos se sentirían menos
inclinados a apoyar las misiones. Cuando se inauguró
la Xavier University, Katharine estaba sentada de incógnito
en el balcón y prohibió que se mencionara su
nombre durante la ceremonia.
De las dos poblaciones que trataba de evangelizar y educar,
los negros presentaban el mayor número de problemas.
Martino se esfuerza visiblemente por explicar que, a pesar
de la emancipación la segregación era la norma
en la vida estadounidense, incluida la Iglesia católica.
A tal fin, resume extensamente una carta titulada "De
miserabili canditiane Cathalicarum nigrarum in America"
("De la miserable condición de los negros católicos
en América"), escrita a la Santa Sede en 1903
por un misionero belga, Joseph Anciaux, que trabajaba en las
misiones para negros en el sur de Estados Unidos. En dicha
carta, que causó considerable revuelo en el Vaticano,
Anciaux describía los abusos de los que eran objeto
los negros por parte de los blancos y la falta de derechos
civiles en que se hallaban aquellos; afirmaba que el linchamiento
a manos del populacho era más frecuente que el proceso
judicial justo, y hacía una crítica de la actitud
de los católicos estadounidenses hacia los negros,
sin exceptuar a la jerarquía.
En las palabras de Martino:
"Anciaux creía que la mayoría de los sacerdotes
católicos aborrecían trabajar con los negros
por prejuicio racial. Decía que a los negros se los
confinaba a galerías separadas en las iglesias católicas
y no se los admitía en las escuelas de benedictinos,
dominicos y jesuitas. Lamentó que incluso la Universidad
Católica de Washington, D.C., se negaba a admitir a
los negros por temor a causar "escándalo".
En cuanto a las vocaciones religiosas, Anciaux observó
que a las chicas negras se les negaba el acceso a los conventos
y que, incluso, se daba el caso de chicas que habían
sido expulsadas de las comunidades religiosas, a veces al
cabo de varios años, una vez se descubrió que
eran realmente negras."
Anciaux estaba también convencido de que los obispos
estadounidenses, con tres excepciones, no hacían ni
decían nada en público en defensa de los negros.
A modo de ejemplo negativo, Citó a un obispo de Savannah
que había criticado al presidente Theodore Roosevelt
por haber invitado a Booker T. Washington a cenar en la Casa
Blanca. Aunque aplaudía la labor de algunos sacerdotes
que habían decidido trabajar con los negros, el belga
proponía a los obispos estadounidenses establecer una
oficina análoga a la del Departamento de Misiones Católicas
Indias, con el fin de coordinar así los esfuerzos de
la Iglesia por acercar el catolicismo a los negros y apoyar
a aquellos que ya fueran miembros de la Iglesia; e insinuaba
que la madre Drexel, cuya labor elogiaba, estaría dispuesta
a aportar una buena parte de los fondos necesarios para la
oficina.
La carta de Anciaux llegó a conocimiento de los obispos
estadounidenses, que en 1906 fundaron finalmente, con el apoyo
personal y económico de Katharine, el Comité
Católico para el Trabajo de Misión entre la
Gente de Color. Pero el Comité nunca logró convertirse
en lo que Anciaux había esperado que fuese: un eficaz
cauce administrativo para centrar los esfuerzos católicos
en favor de los negros estadounidenses. Efectivamente, no
fue hasta 1946 -ocho años antes de que el Tribunal
Supremo de Estados Unidos declarase anticonstitucional la
educación pública "separada pero igual"-
cuando las primeras escuelas católicas, en Saint Louis,
abolieron la segregación racial.
Martino cita el apoyo prestado por Katharine al Comité
Católico como un ejemplo de sus esfuerzos "por
alcanzar la justicia racial". En otros pasajes de la
biografía menciona que ella se oponía a que
los negros se sentasen en las iglesias católicas en
galerías separadas, y describe lúcidamente las
complejidades morales a las que se enfrentaron los obispos
que instituyeron, a instancias de los propios católicos
negros, parroquias separadas para éstos. No deja de
ser curioso, sin embargo, que no cite ninguna otra prueba
indicativa de que Katharine hiciese o dijese algo "heroico"
o "profético" en oposición a la segregación
racial o en favor de los derechos civiles de los negros.
En la sección final, dedicada a "La espiritualidad
subyacente al celo apostólico de la madre Katharine",
Martino plantea la cuestión de los derechos civiles,
pero arguye inmediatamente que carece de relevancia para la
causa:
"La madre Katharine murió en 1955, justamente
cuando el Movimiento por los Derechos Civiles estaba alcanzando
sus primeros éxitos reales, al mejorar la condición
de los negros como ciudadanos estadounidenses. Quizás
un día se realizará un estudio que analice los
esfuerzos de la madre Katharine por mejorar la situación
cívica de los negros y de los indios (...)."
"El único peligro posible, sin embargo, de un
estudio sobre el papel de la madre Katharine en el Movimiento
por los Derechos Civiles reside en que dicho estudio pueda
ser excesivamente limitado, que se cuente sólo una
parte de la historia. Es cierto que la madre Katharine se
alegraba ante todo progreso que hiciera cualquier ser humano
en este mundo y, especialmente, si se trataba de sus queridos
negros e indios; pero ella tenía una visión
elevada de la humanidad que la hacía esperar más
que solamente una mejora de la situación legal de los
negros y los indios. La visión era simplemente ésta:
ella se consumía de amor a Dios y se sentía
sobrecogida por el hecho de que Dios nos amara tan profundamente.
Ese amor profundo que Dios nos tiene a los humanos se manifestaba,
en opinión de la madre Katharine, en el hecho de que
Él escogió morar en nosotros en forma del Santísimo
Sacramento. La madre Katharine deseaba que todo el mundo supiera
del amor de Dios. Deseaba que todo el mundo tuviera la oportunidad
de amarlo a él a su vez y temía que, sin el
conocimiento de Dios, nuestra dignidad humana sufriera una
mengua considerable. La verdadera dignidad humana significaba,
según la madre Katharine, la libertad de alcanzar el
potencial de sí mismo en este mundo; pero, ante todo,
significaba la unión con Jesucristo en la Sagrada Eucaristía.
Si la madre Katharine se oponía con su trabajo a la
injusticia en la educación, era porque temía
que, sin una escolarización adecuada, los negros y
los indios nunca llegaran a conocer lo suficientemente a Dios,
que nunca salvaran sus almas y que jamás alcanzaran
nada digno de ser poseído en este mundo."
En resumen, la historia de la vida de Katharine Drexel, tal
Como Martino la presentó al juicio de los asesores
teológicos de la congregación, era considerablemente
menos que una biografía en el pleno sentido de la palabra,
pero también era algo más que una mera enumeración
de hechos. Lo que el lector encuentra es una cronología
de su vida, situada en el contexto histórico y social
a fin de ilustrar la importancia de su trabajo. Para los propósitos
de la "positio", la evolución de su carácter
se detiene esencialmente poco después de llegar a los
treinta años, con la decisión de Katharine de
fundar una orden religiosa y su formación como novicia.
A partir de ese punto, predominan en la "positio"
las informaciones sobre sus actividades y las impresiones
de otros.
El esquema interpretativo, hasta donde lo haya, consiste
en demostrar que el amor de Dios que sentía Katharine
dio sus frutos en su apostolado por los indios y los negros.
Eso Martino lo consigue al permitir que "los hechos"
hablen por sí mismos. El que ella no se ocupara directamente
de las cuestiones de los derechos civiles y de la segregación
racial es, a su juicio, esencialmente irrelevante; por muy
importantes que sean esas cuestiones, Katharine se ocupaba
de algo mucho más importante: la salvación de
las almas. A lo largo de la "vita", Martino arguye
que, sólo por otorgar el primer lugar en su vida al
amor y a la adoración de Dios, la madre Katharine fue
capaz de realizar buenas obras en favor de los indios y los
negros. Y ése es, por debajo de la copiosa documentación
histórica, el sentido que le encuentra a su vida. Así
pues, la moraleja de la historia de la vida de Katharine Drexel,
tal como se presentó a los asesores teológicos,
era ésta: dando a Dios lo que es de Dios, alcanzó
el tipo de perfección moral que la Iglesia busca en
los santos canonizables.
Pero la "vita" o biografía documentada no
es el único texto en que se basa la santidad del candidato.
Están también las declaraciones de los testigos,
que, junto con las pruebas documentales, forman la base de
la "informatio", el documento en que se resumen,
virtud por virtud, los argumentos por los que la postulación
cree que el siervo de Dios ha de ser declarado digno de veneración.
En el caso de Katharine Drexel, la prueba externa de su virtud
se desprende de las declaraciones de treinta y cuatro testigos,
de los que quince son monjas, todas, menos dos, pertenecientes
a su propia orden; de los otros, cinco son sacerdotes y seis,
obispos. El resto incluye a cinco negros, dos mujeres blancas
y un indígena norteamericano; todos ellos, legos.
Ninguno de los testigos conocía a Katharine Drexel
antes de que ésta hiciera los votos religiosos y muchos
de ellos la conocieron sólo por su reputación
o a través del trabajo de la orden religiosa que fundó.
No es sorprendente que quienes mejor la conocían fuesen
las hermanas de su orden; pero lo que aportaban en términos
de conocimiento íntimo quedaba relativizado, hasta
cierto punto, por el presumible sesgo personal de sus declaraciones.
Un asesor teológico de la congregación, quien
me pidió que no publicara su nombre, lo explicó
de la siguiente manera: "Creo que el problema [de las
monjas como testigos para la canonización de su fundadora]
es que a esas mujeres se las ha educado desde el noviciado
para reverenciar a la madre fundadora como a una santa. Psicológicamente,
por tanto, les resulta muy difícil decir algo crítico."
Como en cualquier otro procedimiento jurídico, la
calidad de los testimonios depende de la calidad de las preguntas
y de la pericia del interrogador. Monseñor McGrath,
que actuó simultáneamente -pese a lo que parece
ser un obvio conflicto de intereses- como vicepostulador de
la causa y funcionario archidiocesano responsable de supervisar
el proceso ordinario, reconoce que él y sus colegas
eran bastante inexpertos en esta clase de procesos: "Procedíamos
sin mucha experiencia. Habríamos sido más inquisitivos
si hubiéramos sido mejor instruidos acerca de lo que
debíamos preguntar." El padre Gumpel asiente:
"Aquello fue uno de los procesos más pobres que
jamás tuve la desgracia de examinar."
Al leer las preguntas que se hicieron a los testigos, se
ve que el interrogatorio fue a la vez muy formal y muy amable.
De los veintiún testigos que declararon en el proceso
ordinario, once eran miembros de la congregación de
Katharine. En general, se les pedía a las hermanas
que describiesen su relación con la madre Drexel y
que nombrasen pruebas de cada una de las virtudes necesarias.
De las ciento cuarenta y una preguntas, sólo nueve
invitaban explícitamente a considerar una respuesta
negativa (por ejemplo: "¿Considera que la madre
Katharine Drexel practicó bien las virtudes de fe,
esperanza y caridad? Si no es así, ¿dónde
falló en el ejercicio de a) la fe, b) la esperanza,
e) la caridad?"). El proceso apostólico, celebrado
trece años después y dirigido en Roma por los
funcionanos de la congregación, fue sólo ligeramente
más inquisitivo y preciso (véase el apéndice).
Al leer las respuestas recogidas por Martino, se entiende
mejor quién era, a los ojos de sus admiradoras, la
madre Drexel y lo que ellas consideraban las virtudes heroicas.
Para empezar, ninguno de los testigos recuerda ninguna ocasión
en que la madre Drexel hubiera actuado sino virtuosamente;
con una sola excepción: una hermana recuerda que "arrojó
una prenda de lana muy encogida a la hermana que la había
lavado". Otra monja, que la acompañó en
sus viajes durante trece años, admitió que "a
lo largo de los años, sus imperfecciones fueron disminuyendo",
pero no especifica en qué consistían tales imperfecciones
ni nadie se lo pregunta. En un momento del proceso apostólico,
el juez alude a ciertos informes, según los cuales
Katharine no escucha las quejas de sus subalternas, y durante
los años que fue madre superiora de las Hermanas del
Santísimo Sacramento, no pagó a sus empleadas
"un salario justo"; sin embargo, se abandona inmediatamente
el tema cuando los testigos niegan tener conocimiento de esos
informes. También existen divergencias de opinión
acerca de si a la madre superiora realmente le gustaban los
niños; una hermana opina que no sentía ningún
"afecto natural" hacia los niños, otras aseguran
ante el juez que regalaba golosinas a los niños de
la escuela. Y así sucesivamente. No hay ningún
intento, por modesto que sea, de indagar aunque sea la menor
falta posible.
De todos modos, el principal propósito de los testimonios
no es descubrir los defectos del candidato, sino calibrar
la calidad de las virtudes. A la pregunta de si Katharine
Drexel practicaba las principales virtudes de la fe, la esperanza
y la caridad, los testigos contestan unánimemente que
sí. De los testimonios se desprende con claridad que
la fe personal de la madre Drexel se basaba en la eucaristía.
También resulta claro que fue ésta la fe que
motivó sus esfuerzos misioneros en favor de los indios
y los negros. Ella decretó que las hermanas debían
"convertirlos [a los indios y a los negros] en templos
vivientes de la Divinidad de Nuestro Señor". También
su esperanza se basaba en la divina providencia... y en la
certeza de que la voluntad de Dios, en cuanto a ella se refería,
se había manifestado en el consejo de O'Connor de fundar
una congregación, en contra de su propia inclinación
al adherirse a una orden puramente contemplativa. Su amor
de Dios se manifestaba en la profundidad de su vida de oración
personal y en el deseo de encender ese amor en otros. En este
punto, Martino subraya que "ese deseo de informar al
indio y al negro de su derecho de conocer y amar a Dios fue
el móvil de su misión, y no las ideas del actual
movimiento de derechos civiles".
Hay, de todos modos, cierta confusión entre los testigos
acerca del significado del adjetivo "heroico". Las
más de las veces el juez permitió que los testigos
midieran el heroísmo con sus propios criterios. Así,
Harold Perry, obispo. auxiliar de Nueva Orleans, el primer
negro que accedió a tal cargo en la jerarquía
estadounidense, observa: "Pienso que significa hacerlo
[ejercer una virtud] en un grado que va más allá
de las capacidades humanas normales, es decir, elevado a un
mayor grado de amor y fe. Creo que ella poseía esa
cualidad gracias a largos años de perseverancia; su
vida impecable y su valentía, apoyadas por la oración,
especialmente su devoción hacia la eucaristía,
fueron ciertamente heroicas durante tan largo período.
Y todo eso lo hacía con facilidad, espontáneamente
y con alegría."
Otro obispo, William Connare, de Greensburg, Pensilvania,
opina que "toda mujer que se entrega a Dios bajo los
votos de pobreza, obediencia y castidad y que vive conforme
a esos votos durante el resto de su vida es digna de canonización".
En alguna ocasión, el juez sugiere personalmente las
pautas de virtud heroica: "Las señales de heroísmo
-le explica a un testigo-, tal como aquí se indican,
son: consistencia, fidelidad, solicitud y amor. ¿Piensa
usted que esas señales pueden encontrarse en la labor
que ella realizó?"
Como respuesta, Warren Boudreaux, obispo de HoumaThibodaux,
Louisiana, donde Katharine fundó escuelas para los
negros de los "bayous" [los "bayuos" son
brazos de agua estancada o de escasa corriente, comunicados
con un río largo, lago o bahía, frecuentes al
sur de EE.UU.], ofrece una simple descripción de la
virtud heroica en acción: "Mi impresión
es que ella quería hacer todo lo que pudiese, lo mejor
que pudiese y durante todo el tiempo que pudiese."
Las preguntas que se centran en la práctica de las
virtudes morales cardinales (prudencia, justicia, firmeza
y templanza), así como la de los "consejos evangélicos"
(los votos religiosos de pobreza, obediencia y castidad) son
interesantes por la luz que arrojan sobre su carácter.
En su obediencia a los obispos podría concluirse que
era de una prudencia casi excesiva. Una y otra vez se pide
a los testigos que refieran anécdotas ilustrativas
de su docilidad hacia los miembros de la jerarquía,
y una y otra vez ellos saben satisfacer la curiosidad de los
jueces. [La respuesta del obispo retirado de Allentown, Pensilvania,
Joseph McShea, es interesante por la luz que proyecta sobre
la obediencia heroica de Drexel a la autoridad episcopal,
en comparación con la docilidad de una santa estadounidense
anterior. Preguntado sobre la obediencia de Katharine a los
obispos, McShea declara: "Excelente. No oí jamás
de ninguna controversia; muy al contrario de la madre [Frances]
Cabrini [canonizada en 1946], que reñía con
cuanto obispo se terciara, aunque generalmente se trataba
de problemas inmobiliarios y cosas por el estilo. Pero de
la madre Katharine no oí jamás que tuviera ningún
desacuerdo ni divergencia con un obispo."
Una monja recuerda que en una ocasión Katharine quiso
dejar de tomar un medicamento del que la experiencia le había
demostrado que no le aportaba alivio alguno; pero, ante la
insistencia del obispo, cedió. Otras atestiguan que
enseñaba a sus subalternos a obedecer a toda autoridad,
incluidas las leyes civiles, como proviniente de Dios.
Los testimonios indican que abrazó la pobreza personal
como sólo es capaz de hacerla quien está acostumbrado
a la autosuficiencia. Se zurcía ella misma las medias
y, en ocasiones, se remendaba los zapatos; era notorio que
hallaba el tiempo de coser un trapo de limpiar gastado y,
según una testigo, se negaba con vehemencia a cambiar
su hábito lleno de remiendos, de modo que las hermanas
tenían que comprarle subrepticiamente otros nuevos
en su ausencia.
Su templanza parece haber sido objeto de considerables murmuraciones
entre las hermanas. Como la mayoría de los miembros
de órdenes religiosas, tanto masculinas como femeninas,
Katharine Drexel practicaba "la disciplina"; es
decir, la autoflagelación y otras formas parecidas
de penitencia y mortificación. Martino ofrece a los
asesores teológicos el siguiente testimonio (tomado
de las memorias de la madre Mercedes, la sucesora inmediata
de Katharine como madre superiora de la orden) sobre las prácticas
de penitencia de la fundadora:
"La reverenda madre siempre me impresionó como
un alma que practicaba la mortificación en grado heroico.
Durante los primeros años, o más bien en mi
primer año de noviciado, cuando estaba encargada de
limpiar su celda y su despacho, tropecé un día
por casualidad con una pesada disciplina toda manchada de
sangre. Ese mismo año, posteriormente, tuve ocasión
de dormir en la misma parte de la casa en donde se hallaba
su celda, y muchas veces me despertaba un ruido aterrador
de azotes, sostenido con cierto vigor y fuerza durante tan
largo tiempo que casi me daba náuseas. Más tarde,
la vicaria general, la madre M. James, me enseñó
una disciplina que había sustraído a escondidas
del cajón de la madre superiora y estaba llena de pequeñas
puntas de hierro y toda impregnada de sangre. Yo sabía
que, después de la oración nocturna, solía
arrodillarse sobre las puntas de los dedos y permanecer así
durante quince o veinte minutos o, también, durante
períodos parecidos o más largos todavía,
con los brazos extendidos en fama de cruz (...)."
"Además, llevaba cadenas de hierro alrededor
de la cintura y de los brazos y, con mucha frecuencia, el
cilicio. En las comidas era de lo más frugal; durante
más de treinta años, nadie la vio tomar postre
ni cosa alguna que fuese inusualmente placentera al paladar,
como lo que solía comer la comunidad los días
de fiesta. Al ofrecérsele la bandeja, se observaba
que elegía siempre la peor porción de carne
o la más dura, y afirmaba que era la que más
le gustaba. Y hasta que se lo prohibió el cardenal,
o su director espiritual, no sé cuál de los
dos, ayunaba muy duramente durante toda la cuaresma y todos
los otros días de ayuno de la Iglesia (...)."
"Al arrodillarse, raras veces usaba soporte alguno,
incluso durante la misa o la adoración de media hora
previa al Santísimo Sacramento. Cuando se sentaba,
casi siempre se colocaba en el borde extremo de la silla y
muy raras veces reclinaba la espalda."
Cuando viajaba, insistía siempre en llevar las maletas
y los bolsos de mayor peso, por muy joven o robusta que fuese
la hermana que la acompañaba; y jamás, salvo
tras recibir órdenes estrictas al respecto, consintió
en viajar sino de la forma más barata, y aseguraba
que le gustaban más los coches de día, abarrotados
de gente hasta el límite de su capacidad."
Aparte de indagar las virtudes heroicas, se preguntó
a los testigos, de una forma u otra, qué beneficios
pastorales podía esperar la Iglesia de su canonización.
Esa línea de interrogación es especialmente
visible en el proceso apostólico de 1980-1981, e indica
que, por aquellas fechas, reinaba cierta preocupación,
tanto entre los entrevistadores como entre los entrevistados,
por la manera en que pudiera ser acogida la canonización
en Estados Unidos y, sobre todo, entre los negros y los indígenas.
Fue en ese contexto cuando surgió la cuestión
de su actitud hacia la segregación racial.
El primer testigo, Joseph McShea, obispo retirado de Allentown,
Pensilvania, pensaba que la canonización de Drexel
"sería un gran estímulo para proseguir
la labor misionera entre los negros". Además,
"sacaría a la luz no sólo los éxitos,
sino también los fracasos y las dificultades, y demostraría
que aquella mujer heroica logró juntar a una hueste
de mujeres, de mujeres dedicadas, enfrentarse a los problemas
y hacer tantas, tantas cosas". Le preocupaba, sin embargo,
que la canonización pudiera provocar quejas por parte
de los negros, teniendo en cuenta que, a lo largo de todos
los años que fue madre superiora, "no aceptó
a las candidatas negras" como miembros de su congregación
religiosa. Por otra parte, no esperaba tales "protestas"
de los indígenas norteamericanos.
El segundo testigo, el obispo Connare, era de la opinión
de que la madre Drexel serviría "como un gran
ejemplo de justicia racial". Al contestar a otra pregunta,
el obispo agrega: "Sería un reconocimiento del
sincero interés que la Iglesia ha mostrado por esas
minorías. A menudo se nos critica por lo que no hemos
hecho con los negros y los indígenas norteamericanos;
éste es un ejemplo de alguien que hizo algo positivo.
Tenemos constancia de que, de las escuelas que ella fundó,
han surgido muchas y buenas familias cristianas. Hay mucha
gente así y un buen número de vocaciones para
el sacerdocio y para la vida religiosa."
El testimonio de un tercer obispo, Warren Boudreaux, de Houma-Thibodaux,
Louisiana, es de particular interés. Boudreaux no tuvo
contacto personal con Drexel, pero, en su calidad de sacerdote,
había servido como secretario de Jules Jeanmard, obispo
de Lafayette, Louisiana, en cuyo territorio eclesiástico
vivían por entonces las dos terceras partes de los
católicos negros de Estados Unidos. De las preguntas
que se le hicieron a Boudreaux, resulta obvio que el tribunal
trataba de confirmar la importancia singular que la obra de
Katharine había tenido para la educación de
los negros en esa zona predominantemente católica.
Cuando se le preguntó "qué había
hecho por ellos [los negros] la Iglesia antes de la madre
Katharine Drexeh>, Boudreaux contestó de tres maneras.
Primero, defendió al obispo Jeanmard y, especialmente,
sus esfuerzos por atraer hacia la diócesis a los sacerdotes
negros. Luego, señaló lo difícil que
era en los años veinte y treinta hacer por los negros
mucho más que eso, observó que la integración
racial en las escuelas estaba prohibida por las leyes civiles
y declaró: "Así que debo decir francamente
que la madre Drexel hizo muy poco en el campo de la integración,
pero creo que es por el hecho de que, en cierto sentido, debía
temer graves consecuencias legales." Después,
el obispo continuó explicando por qué pensaba
que Katharine debía ser canonizada:
"Creo que es verdad que la Iglesia necesita un testigo
ante la historia. Los protestantes tuvieron su Martin Luther
King, pero he aquí una mujer católica que, en
una época en que eso no era popular, y en una época
en que a los negros en general se los despreciaba, tuvo verdaderamente
un gran éxito dando testimonio del amor de Dios y de
la Iglesia hacia los más abandonados del pueblo de
Dios; testimonio de que hubo, dentro de la Iglesia, una labor
atenta, bien acogida y con éxito entre los negros,
y estoy seguro de que también entre los indios, y de
que la madre Katharine fue testigo de ello."
Una de las diferencias más obvias entre el doctor
King y la madre Drexel está en sus actitudes respectivas
hacia las leyes que restringían los derechos civiles
de los negros. Hay que admitir que ambos sufrieron esas leyes,
aunque de manera muy diferente y desigual. Dado que las leyes
y las costumbres de Estados Unidos, y particularmente en los
Estados del Sur, prohibían la mezcla de razas, Katharine
Drexel se vio obligada a excluir de su congregación
religiosa a los negros y a los mulatos. De no haber actuado
así, tendría que haber introducido la segregación
en sus propios conventos, pues la ley no permitía que
negros y blancos adultos compartieran las mismas viviendas.
Existían ya además dos órdenes religiosas
de mujeres negras, las Hermanas Oblatas de la Providencia
y las Hermanas de la Sagrada Familia, y, según el testimonio
de la superiora general de las oblatas, sor Marie Enfanta
Gonzales, la madre Drexel no quería apartar a las candidatas
negras de la congregaciones exclusivamente negras.
Ninguno de los testimonios revela, sin embargo, las opiniones
personales de Katharine acerca de las leyes segregacionistas
del país. Tampoco hay ninguna indicación de
que jamás haya expresado su oposición a dichas
leyes o alentado a sus estudiantes negros a hacer lo propio.
Por el contrario, el único testigo que toca el tema
indica que en ese punto, como en otros, lo que más
le importaba a ella era la obediencia. A la pregunta de si
era "justa con la gente en general", Mary David
Young, antigua superiora general de la orden, responde:
"Hasta donde yo sé, sí lo era. Siempre
nos decía que tratáramos, hasta donde pudiéramos,
de que la gente con la que trabajábamos viera respetados
sus derechos. Principalmente se trataba de la iglesia y los
derechos religiosos; decía que debíamos intentar
hacer algo al respecto porque, en la mayoría de los
sitios en donde trabajábamos, se tenía en muy
poca consideración a los negros, incluso en la iglesia.
Sé que una de las cosas que a la mayoría de
nosotras nos molestaban mucho en el trabajo, particularmente
en el Sur, era esa separación tan visible [de las razas].
Lo que hacía ella creo que era tratar de decimos que
no debíamos incitar a otros a desobedecer la ley, porque
la ley es la ley; pero que debíamos actuar en ese punto
con tanta circunspección como nos fuera posible. Por
ejemplo, en cualquier sitio adonde llegábamos, incluso
en las iglesias, los negros tenían que sentarse atrás;
y no se les permitía recibir la comunión hasta
que no la hubieran recibido todos los blancos. Ella solía
decimos que eso no era justo, pero que, si ésa era
la ley, debían conformarse hasta donde pudieran; pero
que debíamos tratar de ver qué podíamos
hacer para cambiar ese estado de cosas."
Como observé más arriba al examinar la biografía,
Martino rechaza la cuestión de los derechos civiles
como esencialmente irrelevante para su tarea de demostrar
las virtudes heroicas de la candidata. Pero ¿realmente
lo es? Naturalmente, surge la pregunta: en un alegato en favor
de la causa de un personaje, cuya presunta santidad se basa
en gran medida en su trabajo entre los negros estadounidenses,
¿no requiere la "virtud heroica" algo más
que la aquiecencia frente a lo,que era, al fin y al cabo,
una forma obvia y maligna de segregación racial? La
cuestión es delicada. por un lado, parece injusto juzgar
a Katharine Drexel o a cualquier otro santo por las pautas
morales de una época posterior; en este caso, los valores
de justicia racial establecidos por el movimiento de los derechos
civiles, que surgió un cuarto de siglo después
de que ella se retirara de la dirección de la orden.
Aun así, de un santo se espera que se ajuste a unos
criterios que rebasan las normas válidas para el resto
de la humanidad; con lo cual recuerda a los demás,
a la manera de los profetas, que el Evangelio ofrece unas
normas de conducta que no son las del mundo y que todos los
cristianos están llamados a cumplir.
A juzgar por la "positio", la respuesta parece
ser la siguiente: en la clásica jerarquía de
los valores cristianos, tal como la defiende la Iglesia, la
caridad personal hacia los demás ocupa un rango más
alto que la justicia que se les hace. Más precisamente,
el amor al prójimo arraigado en el amor de Dios y manifiesto
en la atención personal a los individuos se acerca
más al ejemplo de Jesucristo que el hecho de alcanzar
la justicia para toda una clase de gente; sobre todo, cuando,
como en este caso, la justicia se expresa en la preocupación
por el bienestar social y civil más que por el bienestar
religioso de una población concreta. Como hemos observado
al final del capítulo 4, la "santidad política"
requeriría que los hacedores de santos pensaran en
una nueva clave. Así, dar a la virtud de la justicia
más importancia de la que le atribuía la madre
Drexel significaría violentar no sólo el concepto
que tenía ella de las virtudes, sino también
el que es propio de la Iglesia. De todas maneras, como observó
hace poco un historiador de la santidad cristiana, "no
era típico de los santos que buscaran, o que abogaran
por ellas, soluciones políticas a los problemas de
los necesitados, y, ciertamente, no tendían a ser favorables
a la revolución".
Aun así, de la "positio" resulta evidente
que todas las personas relacionadas con la causa esperan que
la beatificación (y posible canonización) de
Katharine Drexel sirva a un fin pastoral específico;
a saber, el de demostrar, con el ejemplo de esta mujer, que
la Iglesia católica de Estados Unidos ha trabajado
heroicamente por la verdadera liberación de los indios
y de los negros (es decir, la liberación del pecado
mediante la conversión). En su introducción
a la "informatio" de Martino, Gumpel, en su calidad
de relator, ofrece dos razones -una histórica, teológica
la otra- para declarar santa a Katharine Drexel:
"La verdad acerca de una situación ha de determinarse
mediante una presentación justa de los hechos objetivos.
La verdad y los hechos que le subyacen puede que en realidad
existan; pero, para que sean efectivos, es preciso que primero
sean conocidos y reconocidos."
"Muy a menudo, una personalidad relacionada con los
hechos objetivos puede ser el medio por el cual la verdadera
historia llega a la atención de otros. La madre Mary
Katharine Drexel es una de esas personalidades. Al estudiar
su vida santa y virtuosa, uno ve la auténtica historia
de la evangelización de los indios y los negros estadounidenses
realizada por la Iglesia católica; una historia, por
desgracia, frecuentemente desconocida, mal comprendida o silenciada.
La esperada canonización de la madre Katharine contribuirá
a la plena comprensión de los heroicos esfuerzos que
tantos y tantos católicos estadounidenses emprendieron
en favor de esos dos pueblos desatendidos."
"La causa de la madre Katharine tiene importancia pastoral
también por otro motivo. Hoy en día se admira
especialmente el altruismo, pero con frecuencia se basa en
motivos puramente humanitarios. La indagación de lo
que inspiraba a la madre Katharine en su trabajo con los negros
y los indios demostrará que ella no actuaba por otro
motivo que el amor de Dios. Ese amor de Dios se inició
en su primera infancia y pronto se convirtió en lo
único que le importaba a esa mujer acaudalada, perteneciente
a la clase de la alta sociedad. Precisamente cuando comenzó
a consumirse de amor a su Padre Celestial, Katharine deseó
que otros alcanzaran idéntico conocimiento. Fue una
verdadera altruista y su filantropía era aún
mayor que su altruismo. Si trató de mejorar las condiciones
de vida de los negros y de los indios, dos razas que sufrían
tanta discriminación en Estados Unidos, era solamente
porque Katharine estaba convencida de que ellos debían
saber que eran hijos e hijas de Dios. Sus obras caritativas
y educativas aspiraban a mejorar las relaciones de los negros
y de los indios norteamericanos con Dios."
"En una época en la que tantos otros realizan
buenas obras por una variedad de razones, importa más
que nunca subrayar la base específicamente cristiana
del amor al otro, a saber, que Dios nos amó primero.
A través de la personalidad de Katharine Drexel, nuestros
contemporáneos, y especialmente los jóvenes,
pueden ver la importancia de la presencia de Dios entre nosotros
en el Santísimo Sacramento, como punto de partida y
soporte de toda actividad apostólica."
Parece que de ello cabe concluir que a la persona de Katharine
Drexel se le ha asignado una responsabilidad pastoral enorme.
En primer lugar, la Iglesia cuenta con esta beatificación
para reivindicar su reconocimiento como una institución
preocupada, en el presente y en el pasado, por el verdadero
bienestar (es decir, el bienestar espiritual) de las minorías
estadounidenses. En ese sentido, todo el proceso en favor
de Katharine Drexel puede considerarse un acto de recuperación
y de revisión histórica. Pero ¿avalan
los hechos históricos, tal como se encuentran en la
"positio", realmente tal conclusión?
Sobre la base de las pruebas suministradas por Martino, se
puede llegar fácilmente a la conclusión de que
la Iglesia estadounidense, excepto la madre Drexel, hizo muy
poco por sus paisanos negros durante el siglo en que ella
vivió. De hecho, es precisamente porque la Iglesia
se preocupaba tan poco por ellos por lo que la labor misionera
de la madre Drexel resulta digna de mención. Parecería,
por tanto, que, al beatificada a ella, la Iglesia estaría
llamando la atención, de hecho, sobre la ausencia de
interés en la suerte de los negros mostrada por la
inmensa mayoría de los católicos norteamericanos,
la jerarquía incluida, durante el siglo transcurrido
entre la emancipación y el movimiento en favor de los
derechos civiles.
En segundo lugar, se espera que la beatificación de
Katharine Drexel transmita un mensaje teológico: para
los cristianos, el altruismo debe basarse en el amor de Dios
por nosotros y no en "motivos puramente humanitarios".
Como profesión de fe, tal mensaje es axiomático;
pero, precisamente por ser axiomático, resulta difícil
ver qué puede agregar a ese mensaje la personalidad
de Katharine Drexel para hacerla más actual o más
convincente, sobre todo para quienes no comparten sus creencias.
De nuevo parece, por el contrario, que la finalidad pastoral
concebida por los hacedores de santos no se halla del todo
avalada por los hechos. De las propias cartas de Katharine
se desprende con toda claridad que su mayor deseo no era servir
a los demás como misionera o maestra, sino llevar una
vida de oración contemplativa y de penitencia. Parece
por lo menos discutible que su altruismo procediera de la
idea de que "Dios nos amó primero" y no,
más concretamente, del ejemplo que le dio su familia
y, en especial, la generosa madrastra. Puesto que en la "positio"
no se hace ningún intento de dilucidar su carácter
salvo en categorías "espirituales", no hay
manera de determinar, a partir de las pruebas disponibles,
cuáles pudieron ser sus verdaderas motivaciones. El
motivo "superior" o religioso simplemente se presupone.
Estas observaciones, de ser ciertas, no quitan mérito
a su labor apostólica, pero sí tienden a empañar
el mensaje que supuestamente debe transmitir su beatificación.
Si Katharine Drexel renunció a su deseo de vivir como
una monja contemplativa y aceptó el compromiso al que
la instó el obispo O'Connor, fue sin duda un noble
y piadoso acto de abnegación; pero eso, a mi entender,
en modo alguno la convierte en la personalidad excepcional
o ejemplar que se espera de un santo.
Por otra parte, si se tiene la esperanza, como parece probable,
de que la beatificación de Katharine Drexel sirva como
ejemplo de que el altruismo inspirado por el amor de Dios
es superior al basado en motivos puramente humanitarios, entonces
la argumentación de la "positio" francamente
no viene al caso. Para hallar en su vida semejante mensaje,
me parece que debería existir algún indicio
de que la madre Drexel hubiese ido más allá
de lo que podría esperarse, digamos, de una enfermera
de motivación humanista que, además, consagró
su vida a ayudar a los negros y a los indios. Como mínimo,
cabría esperar de un santo alguna señal de transformación,
tanto en ella misma como en los seres con los que trató;
pero ni en su biografía ni en los testimonios se halla
el menor indicio de que los necesitados y desfavorecidos a
quienes ella sirvió tuvieron algún valor espiritual
que enseñarla. En ningún momento se dice ni
se da a entender que haya crecido en amor a Dios o al prójimo
a consecuencia de su servicio a los demás. Todo cuanto
nos dice la "positio" es que era, a los ojos de
sus colegas, una monja ejemplar cuya fortuna heredada hizo
posible que ella y sus colaboradoras satisfacieran una necesidad
evangélica que la Iglesia estadounidense y sus obispos
no hubieran podido responder sin ella. En resumen, su santidad
parece limitada a un apartado de su vida separado, como por
un velo de monja, de su labor altruista.
No tratamos de insinuar que Katharine Drexel no haya evolucionado
espiritualmente y ni mucho menos que no sea digna de beatificación;
pero sí nos estamos preguntando si la "positio"
cumple el fin que se propone. El problema fundamental es,
a mi entender, que la historia documentada de su vida y las
declaraciones de los testigos no cuajan en la descripción
de una personalidad adulta y acabada; aquella "personalidad
profunda" de la que hablaba Molinari. En ningún
momento la historia de la vida se funde con las virtudes de
tal modo que el lector pueda ver, según la metáfora
de Molinari, cómo la savia produjo la flor. Por un
lado, una biografía que no nos muestra la vida interior
de Katharine Drexel después de su crisis de vocación;
por el otro, unos testimonios esencialmente anecdóticos,
subjetivos y espiritualmente estereotipados, una serie de
instantáneas más que una secuencia íntegra
con imágenes en movimiento. En consecuencia, la relación
entre su altruismo y su espiritualidad, más que demostrarse,
se supone.
Ni la "vita" ni los testimonios le ofrecen al lector
una impresión viva de quién fue Katharine Drexel
durante los últimos sesenta años de su vida
ni de qué modo cada una de sus virtudes afectó
a las otras. En particular, no es posible discernir, a partir
de la "positio", si su silencio ante la segregación
racial era señal de prudencia heroica, de falta de
firmeza o de un exceso de obediencia. Lo que falta es un análisis
de cómo integró las virtudes que se le atribuyen.
En suma, no encontré nada en la "positio"
que indicara evolución del carácter, conocimiento
espiritual alcanzado a través de la duda, de la adversidad
o de la confusión moral, errores cometidos, flaquezas
superadas; nada, en otras palabras, que revelara aquel perfil
singular de la santidad que distingue, según nos dicen
los teólogos, a un santo de otro.
Quizás esperé demasiado de la "positio".
Sin duda le exigía, en cuanto a profundidad teológica
y exploración del carácter, más de lo
que el autor mismo se sentía llamado a ofrecer. Poco
después de que la "positio" fuera entregada
a los asesores teológicos, Martino reflexionó
sobre sus dos años de trabajo. Su tarea, tal como él
la entendió, no era escribir una biografía,
en el pleno sentido de la palabra, sino "presentar un
retrato equilibrado" de la candidata, teniendo presente
"lo necesario para desarrollar una argumentación
con el fin de que fuese declarada venerable" -es decir,
sus virtudes- y permitiendo que "se transparentaran"
cuantos defectos le pudiera descubrir. Pero, de hecho, no
le halló defecto alguno; y tampoco lo esperaba, según
me dijo. Me contó que había leído una
biografía de Katharine Drexel cuando estudiaba en el
seminario y, como otros católicos de Filadelfia, estaba
acostumbrado a dirigirle sus oraciones. No encontró
nada en los testimonios ni en las cartas ni en los materiales
de archivo que alterara esa primera impresión, y añadió:
"No sé qué harán con mi trabajo
los asesores teológicos; pero, si aquí no hay
virtud heroica, entonces no sé dónde encontrarla."
La mañana en que se reunieron los asesores, Martino
se mantuvo a su disposición para responder a las preguntas
y las críticas que acaso desearan plantearle. La sesión
duró poco más de una hora. El padre Sarno -que
presidió la reunión en sustitución del
promotor general, monseñor Petti, porque éste
no habla inglés- insistió en que cada asesor
se tomara por lo menos cinco minutos para manifestar las eventuales
reservas que pudiera sentir respecto a la "positio".
Hubo una breve discusión sobre si Martino había
incluido material suficiente para demostrar cómo gobernaba
la madre Drexel su comunidad religiosa.Sarno mismo le preguntó
a Martino si pensaba que había incluido documentación
suficiente sobre la perseverancia espiritual de la religiosa
durante los últimos quince años de su vida,
cuando era ya una anciana enfermiza y semisenil. Pero no se
hizo ninguna pregunta sobre su actitud ante la segregación
racial o los derechos civiles ni se manifestó ninguna
duda acerca de su santidad o de sus pruebas de virtud heroica.
Cuando se enunciaron los votos, los nueve asesores (incluido
uno que se hallaba ausente) la aprobaron por unanimidad.
Deseaba cotejar, por supuesto, mis propias reacciones con
las de los asesores teológicos que juzgaron la "positio",
pero las reglas de la congregación prohíben
que los asesores discutan las causas endientes o los motivos
de su voto. Sólo pude concluir, por tanto, que mi lectura
de la "positio" divergía en lo esencial de
la que hicieron los expertos.
Una vez más me equivocaba.
Me enteré de que varios de los asesores teológicos
de la congregación habían expresado durante
los últimos meses las mismas objeciones que había
encontrado yo en cuanto a las estructuras usadas para demostrar
las virtudes heroicas. Sus críticas no se dirigían
contra tal o cual "positio" en particular, sino
contra los métodos y presupuestos heredados por los
que se organizan y se juzgan convencionalmente las pruebas
de santidad. Aunque las críticas se mantuvieron rigurosamente
en el interior de la congregación, Gumpel mismo aludió
a algunas más tarde en letra impresa:
"Es de dominio común que una serie de teólogos
sumamente competentes y familiarizados con el trabajo de nuestra
congregación ponen en duda que sea prudente tratar
las virtudes individuales según el sistema clásico
de los escolásticos. Opinan que, al dividir y subdividir
las virtudes, se corre el riesgo de perder de vista la unidad
de la vida espiritual del siervo de Dios. Temen también
que tal enfoque esquemático impida que se eluciden
y se capten los elementos más típicos y personales
que influyen en la espiritualidad de la persona cuya vida
se está examinando".
Uno de los críticos consintió finalmente en
hablar conmigo, bajo la condición de que no revelara
su nombre. Como muchos de los asesores teológicos de
la congregación, es italiano, miembro de una orden
religiosa y profesor de espiritualidad en una de las universidades
pontificias de Roma. En el transcurso de una conversación
de dos horas que mantuvimos una tarde en su monasterio, señaló
una serie de cuestiones, relacionadas entre sí, que,
según me dijo, habían suscitado considerables
diferencias de opinión en el cuerpo de asesores de
la congregación.
En primer lugar, hay una preocupación generalizada
de que demasiados de los hombres y las mujeres propuestos
para la santidad sean "personajes meramente arqueológicos:
buenas personas que fueron fundadores o miembros de alguna
orden religiosa, pero cuya santidad no inspira a la gente
de ahora. El problema es que no sabemos cómo presentar
a esas personas de modo que tengan algún valor para
nuestra cultura".
Y, lo que es más, "muchos de los asesores mismos
viven en un mundo clerical bastante cerrado y tienen, por
consiguiente, un concepto bastante estático de la santidad;
en realidad, más que teólogos son archivistas.
Ellos están bastante contentos con el procedimiento
de considerar una por una las pruebas de cada una de las virtudes,
en vez de verlas en mutua relación, porque es eso a
lo que están acostumbrados. En algunas "positiones",
la prueba de virtud es casi una medida cuantitativa: tantos
testimonios de esta virtud, tantos de aquella otra. El problema
de ese enfoque es que se centra en la cantidad de fe, de esperanza,
etcétera, y no en el proceso. Y ese enfoque no lo puedo
aceptar".
-¿Por qué no? -pregunté.
-Porque no es natural. Una persona se hace santa viviendo
y realizando un proyecto de santidad, tendiendo a una síntesis
espiritual siempre mayor. En este proceso, es posible que
sobresalga durante una fase de la vida la virtud de la pureza,
en otra la caridad, en una tercera la contemplación,
y así sucesivamente. La vida espiritual, si es dinámica,
pasa por diferentes fases, con énfasis en una cierta
virtud en cada una de ellas. Lo que debemos discernir los
asesores es ese proceso de santidad y la manera como se realiza
en la vida. Pero en la mayoría de las "positiones"
no encontramos nada de eso.
-¿El problema está en el modo esquemático
de presentar las virtudes, o en la forma de organizar y de
escribir la historia de la vida del candidato?
-Ambas cosas. En alguna ocasión, un relator y su colaborador
usan la documentación para interpretar la vida de una
manera dinámica, pero eso de hecho no lo permite el
método que utiliza la congregación. En mi caso
personal, cuando recibo una "positio" de la congregación,
trato de leerla de manera dinámica, intento ver qué
proceso espiritual está actuando; pero, al dar mi voto,
tengo que atenerme a las formas tradicionales. Si quiero decir
mi opinión en las reuniones, debo acatar las reglas.
-¿No pueden cuestionar el material? ¿No pueden
vetar una "positio" que no presenta la dinámica
que ustedes buscan?
Mi interlocutor sonrió.
-No me entiende. Muchos asesores están muy contentos
con la forma jurídica de presentar las virtudes y con
las categorías tradicionales de concebir la santidad.
Su propia formación espiritual ha sido muy clerical
y ellos ven la documentación de una manera muy clerical.
-Se interrumpió, tratando de explicarse-. Estoy hablando
de dos mundos diferentes, el de ellos y el nuestro, dos sensibilidades
diferentes, dos actitudes culturales diferentes. En el mundo
de donde vienen ellos, la santidad existe de una cierta forma
y siempre existirá, mientras que nosotros...
-¿Cómo cambiaría usted la manera de
escribir las "positiones"? -interrumpí.
-No lo he pensado a fondo. Lo que pedimos es algo nuevo,
una interpretación más profunda de la vida y
de las virtudes. Nos han dicho que todo lo que podemos hacer
es insistir en la necesidad de un cambio; y, si somos bastantes
los que insistimos, es posible que el cambio se produzca.
La redacción de las "positiones" parece
ser un género en busca de una forma adecuada. Antes,
su forma estaba determinada por la convención -la epopeya
espiritual-; luego, por un método esencialmente ajeno
al contenido, el jurídico; ahora, tras la reforma,
carece de unos cánones específicos y propios,
como ciencia o como arte.
El género al que más se acerca es la biografía.
Igual que ésta, la "positio" transforma una
vida en un texto; pero, a diferencia de la mayor parte de
las biografías, intenta dilucidar lo que está
oculto: en este caso, el movimiento y los momentos de la gracia.
Para esta clase de biografía, lo que hace falta no
es solamente la historiografía crítica, sino
imaginación teológica. En este sentido, la redacción
de las "positiones" se parece a la traducción
de un poema de una lengua a otra: si el traductor se preocupa
exclusivamente por el mensaje, pierde la poesía.
Es de suponer que el significado de la santidad puede extraerse
de los sonidos, de la forma y de la música que le son
particulares.
Lo que buscaba el asesor teológico con quien hablé
-y lo que, según me parecía, todo el movimiento
de reforma se estaba esforzando por captar- es la melodía
de la gracia particular de cada vida vivida con la integridad
espiritual que se le exige a un santo. Y era eso lo que eché
de menos al leer la "positio" sobre Katharine Drexel.
No es suficiente, pensé, ser capaz de identificar las
notas de la santidad ni disponerlas conforme a unas pautas
teológicamente aceptables; es preciso saber escuchar
la música, discernir las combinaciones de tonos, semitonos
y acordes, de las pausas, cesuras y silencios, de los motivos
y el tema central: eso es lo que crea la armonía de
la santidad.
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