LOS HIJOS DEL OPUS: LA SOCIALIZACIÓN
DE LAS SEGUNDAS GENERACIONES DEL OPUS DEI
Autora: Esther Fernández Mostaza
Editorial: Mediterrania
PRIMERA PARTE. ¿DE QUÉ
HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DEL OPUS DEI?
Hemos querido empezar este estudio con una pregunta que,
por simple, peca de ser una cuestión de difícil
respuesta: ¿De qué hablamos cuando hablamos
del Opus Dei? No son pocos los que, habiendo oído hablar
de la organización, o por conocer a alguien que pertenezca
a ella, o sencillamente porque ellos mismos hayan sido miembros,
no encuentran ninguna dificultad en responder que el Opus
Dei "es una secta"; además, no les faltarán
argumentos para defender su afirmación: el carácter
secreto de algunas obligaciones de sus miembros, las prohibiciones
sobre ciertas conductas, la ausencia de información
sobre algunas acciones... Paralelamente, y quizás precisamente
porque hay quien afirma que el Opus Dei es una secta, encontramos
aquellos que la defienden "a capa y espada" diciendo
que no, que "el Opus Dei no es una secta"; también
este grupo tiene argumentos a su favor, quizás el más
rotundo sea la beatificación de su fundador, Josemaría
Escrivá de Balaguer, por el actual Papa Juan Pablo
II.
Es precisamente este último punto (la participación
del Opus Dei en la estructura eclesiástica) lo que
introduce un elemento importante: la palabra secta
no se puede entender sin su contraria: iglesia. Así,
se podría asegurar que lo que no es secta es iglesia.
Cuestionar esta afirmación sólo tendría
sentido si nuestro interés fuera realizar un estudio
sociológico sobre el uso de estos dos conceptos, en
realidad elementos de una dicotomía, y su aplicación
en el ámbito de la sociología. Sin embargo,
aunque el tema central de este trabajo no es el de averiguar
si el Opus Dei es o no una secta, sí que hemos creído
necesario hacer un breve recorrido teórico desde los
orígenes de la dicotomía secta-iglesia hasta
los esfuerzos más recientes por superarla.
Para salir del atolladero al que lleva la aplicación
de una dicotomía, hemos construido en el capítulo
primero un sistema más dinámico donde poder
reflejar la evolución histórica de la organización
Opus Dei desde sus inicios hasta la actualidad. Se trata de
transformar la dicotomía en un contínuum, cuyos
extremos serán, por un lado, el polo del sectarismo
y, por el otro, el de la eclesialidad. En el polo del sectarismo
situaríamos al Opus Dei de la postguerra, de los estudiantes
universitarios (hombres, sólo, y todos solteros) que
se reunían alrededor de la figura del Padre. En el
polo de la eclesialidad situaríamos al Opus Dei erigido
como Prelatura Personal, integrado por miembros de todas las
condiciones sociales y extendidos por todo el mundo, con instituciones
educativas, colegios y universidades en todos los continentes,
y siendo un miembro numerario de la Obra (Joaquín Navarro
Valls) quien ocupa el cargo de director de la Oficina de Prensa
de la Santa Sede. Sin olvidar lo que sin duda constituye el
elemento más importante de la eclesialidad del Opus
Dei: la Beatificación de su fundador.
Una vez constatado que por esta vía no encontramos
respuesta a la pregunta que da título a esta primera
parte de la investigación, en el capítulo segundo
orientamos los esfuerzos hacia un concepto que, emparentado
con el concepto goffmaniano de instituciones totales,
se nos presenta como una figura perfecta para referirnos al
Opus Dei. Se trata de las instituciones voraces, introducidas
por C. Lewis Coser. La voracidad de un institución
viene expresada, según Coser, por los elementos siguientes:
primero, se trata de grupos que exigen de sus miembros una
adhesión absoluta, con la clara pretensión de
abarcar toda su personalidad dentro de un círculo cerrado
de relaciones. Segundo, son grupos o asociaciones que piden
a sus miembros una lealtad incondicional, al mismo tiempo
que intentan reducir la influencia que sobre ellos puedan
ejercer otros competidores. Finalmente, y a diferencia de
las instituciones totales, las instituciones voraces elaboran
un sistema de barreras simbólicas que impiden al individuo
entrar en contacto con grupos o instituciones que contradigan
sus postulados.
Este tipo de organizaciones necesita unos individuos que
voluntariamente acepten participar en ellas; unas personas
dispuestas a someterse a esta lealtad absoluta e incondicional
que exige el hecho de participar en una institución
voraz. De este ejercicio que lleva implícita una cesión
de libertad, tanto en la forma de actuar como de pensar, hablaremos
en el capítulo tercero. Cesión de libertad que
podemos comprender si, al preguntarnos por los individuos
que acceden a participar de este tipo de instituciones, acudimos
al sistema caracterológico de Erich Fromm y nos centramos
en lo que este autor define como individuos con un carácter
social receptivo.
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