LOS HIJOS DEL OPUS: LA SOCIALIZACIÓN
DE LAS SEGUNDAS GENERACIONES DEL OPUS DEI
Autora: Esther Fernández Mostaza
Editorial: Mediterrania
CONCLUSIONES
Nuestro propósito al caracterizar el modelo de familia
opusiano ha sido el de analizar la acción educativa
de los padres sobre los hijos, considerándola como
acción socializadora. Para tal fin, nos hemos centrado
en la acción socializadora de los progenitores
en una doble vertiente: culturizadora y personalizadora.
Con el fin de guiar estas conclusiones, presentamos la siguiente
descripción del proceso de socialización: "La
socialización es un proceso mediante el cual el individuo
aprende e interioriza unos contenidos socioculturales, a la
vez que desarrolla y afirma su identidad personal bajo la
influencia de unos agentes exteriores y mediante mecanismos
procesales frecuentemente no intencionados." [José
Coloma Medina, "La familia como ámbito de socialización
de los hijos". En: José María Quintana
Cabanas (Coord.), Pedagogía familiar (Madrid: ediciones
Narcea, 1993), 32]
Esta definición contiene los puntos que nos conducirán
a lo largo de las páginas siguientes:
a) El término socialización no se puede
entender, sólo, en términos durkheimianos; es
decir, como aprendizaje de los contenidos socioculturales
que todo individuo necesita para integrarse en la sociedad
en la que vive. Aunque socializarse continúa significando
hacerse social dentro de la sociedad en la que uno
vive, este proceso de aprendizaje de lo que es social va necesariamente
acompañado por el proceso de hacerse persona.
Así, cuando hablamos de socialización de los
individuos, incluimos en este concepto la consecución
de dos efectos: la culturización y la personalización.
b) Es importante destacar la doble dirección del proceso
socializador: el niño no debe ser visto dentro de la
familia como sujeto pasivo de la socialización, sino
al contrario: participa activamente tanto en su acción
culturizadora como en su acción personalizadora. Dentro
de la familia, los agentes socializadores no son sólo
los padres en calidad de padre o madre; cada uno de los miembros
del grupo familiar son al mismo tiempo socializadores y
socializados, porque cada uno de ellos ejercen y reciben
una acción socializadora en relación con el
resto.
c) Finalmente, no podemos olvidar los aspectos procesales
de la socialización: la socialización supone
la interiorización de los elementos culturales,
convirtiéndolos de alguna manera en la sustancia de
la propia personalidad. Por eso, la socialización ideal
será aquella que lleva al individuo a la aprehensión
de los elementos culturales como si fueran suyos. Sin olvidar
que los mecanismos intencionados de socialización son
tan importantes como los inintencionados: los padres
son agentes de socialización no sólo cuando
se proponen unos objetivos explícitos y unas estrategias
calculadas, sino que lo son siempre que interactúan
con los hijos.
1. Características de la familia opusiana en el
ámbito institucional
a) Defensa contra las repercusiones de los cambios
macrosociales en la convivencia familiar
Cuando se habla de cambios recientes que condicionan la función
socializadora de la familia, hay dos que destacan: primero,
la disminución en el número de miembros que
componen la familia nuclear (entendida como grupo integrado
por los progenitores y sus hijos hasta que abandonan el hogar);
y, segundo, la incorporación de la mujer al mercado
laboral. En cuanto al número de hijos, el modelo de
familia que presentamos se basa en la defensa de la familia
numerosa con el argumento siguiente: debido a que el individuo,
en nuestra sociedad, se encuentra entre dos tipos de relaciones
sociales (desigualdad entre la autoridad y los miembros de
la comunidad; y desigualdad de estos miembros entre sí),
la familia numerosa es la que mejor puede reproducir este
sistema de relaciones. Así, las relaciones de desigualdad
se encuentran representadas en la familia por las relaciones
padres-hijos; las relaciones de igualdad, por la relación
entre los hermanos. De esta manera, y en la medida en que
la familia es un reflejo de la dinámica de la sociedad
en que vivimos, "[...] sería un pálido
reflejo de la comunidad humana si sólo hubiera padres
y un número excesivamente corto de hermanos. Porque
en esta situación podría convertirse en una
comunidad exclusivamente coadyuvante en la cual se protegiera
excesivamente a sus miembros menores, es decir, a los hijos,
mientras que cuando son numerosos los hermanos, el carácter
competitivo de la sociedad humana se refleja en las relaciones
fraternales en las que hay competencia sin que se rompa la
solidaridad. Magnífica lección que podríamos
aprender los adultos para ser capaces de aceptar y comprender
las diferencias con los otros sin por eso sentirnos extraños
ni mucho menos enemigos de los demás." [Víctor
García Hoz, "La familia y la tarea educativa".
En: Cuestiones fundamentales sobre matrimonio y familia, 737]
Otro aspecto presentado como favorable de las familias numerosas,
es el hecho de que éstas "exigen perentoriamente
una distribución de tareas en la vida familiar. Para
que la casa vaya adelante es necesario el esfuerzo de todos;
cada hijo ha de tomar su propia responsabilidad en la medida
de su nivel de desarrollo personal, y también ¿por
qué no? en la medida de sus aptitudes y sus gustos."
[Ibid., 737-738]
Finalmente, aunque el tema se trata con mucho cuidado y de
manera indirecta, no se olvida el hecho de que las familias
numerosas pueden ayudar a incrementar el número de
vocaciones sacerdotales y religiosas: "El ambiente de
sacrificio alegre y esfuerzo común, propio de una familia
cristiana numerosa, es sin duda un fuerte condicionante para
el despertar de una vocación de entrega total a Dios."
[Ibid., 738] Sin dejar de reprobar "la falta de
generosidad de los padres que prefieren un coche nuevo a un
nuevo hijo." [Ibid., 736, nº 44]
En cuanto a la incorporación de la mujer al mundo
laboral, hemos encontrado a lo largo de los textos analizados
que, aunque no se niega la posibilidad de que la mujer pueda
trabajar fuera del hogar, esto siempre se presenta como una
situación excepcional. Paralelamente, se convierte
el hogar en el espacio donde la mujer casada y con hijos puede
desarrollar, con la misma profesionalidad o maestría
que por ejemplo su marido, unas tareas que por el hecho de
reducirse al hogar no deben ser desvaloradas: "No tienen
por qué ser tediosas, rutinarias ni atomizadas las
tareas domésticas. Lo son si se toman como fines de
la vida familiar; no, cuando son medios para una convivencia
grata y educativa. En ese caso demandan una jerarquización
en un orden de importancia: las personas antes que las cosas,
lo importante antes que lo urgente. Y las "tareas"
(trabajos manuales) se convierten en un medio para educar
en una serie de hábitos virtuosos: ni manías,
ni negligencias; orden, puntualidad, delicadeza, buen gusto,
etc." [Ana María Navarro, "El feminismo
y la familia". En: Cuestiones fundamentales sobre matrimonio
y familia, 489]
En este sentido, se equipara el trabajo de la mujer casada
y con hijos dentro del hogar con el trabajo del hombre fuera
del hogar; ambas funciones se presentan bajo la óptica
de la profesionalidad, reproduciéndose el modelo de
relaciones del ámbito productivo en la esfera reproductora,
de donde la necesidad de "ver las tareas [domésticas]
como ocasión de adquirir una buena disciplina, para
lograr un mayor aprovechamiento del tiempo y del esfuerzo,
educa a quien las desempeña, y ennoblece las tareas
mismas, al conferirles valor de trascendencia." [Loc.cit.]
(En este sentido, sólo hay que recordar todas las referencias
a la profesionalidad de la mujer casada en el ejercicio de
su rol de madre y esposa, así como toda la terminología
que se usa: directora del hogar, empresa educativa, etc.)
b) La familia: agente socializador y grupo socializante
Una consecuencia del traspaso o delegación de ciertas
funciones de la familia tradicional a favor de otras instituciones
exteriores, tanto públicas como privadas, es la concentración
de la institución familiar en sus funciones internas.
Estas innovaciones se consideran como una conquista positiva,
no sólo para las mujeres sino también para los
miembros que integran la familia, al facilitar una concentración
de la familia hacia aquellas funciones específicas
que de alguna manera sólo la familia puede cumplir:
equilibrio y seguridad emocional, desarrollo y afirmación
de la propia identidad, socialización de los hijos...
Sin embargo, la delegación de funciones antes encomendada
a la familia, en vez de producir una mayor dedicación
a las tareas específicamente familiares, puede introducir
dentro de la estructura familiar un racionalismo práctico
y calculado, debilitando así el clima solidario que
se encuentra dentro de la familia en circunstancias adversas
e inseguras de la vida; o bien, como en el caso de las mayores
facilidades ofrecidas por las instituciones educativas, puede
provocar que los padres caigan en un cierto dimisionismo educativo,
actuando como meros colaboradores de los demás agentes
socializadores en la socialización de sus hijos. (Así,
podemos recordar el tipo y el alcance de las relaciones que
hemos visto que se establecía en el colegio, mediante
la figura del preceptor, tanto en relación con los
alumnos como con los padres).
Por otro lado, destaca la manera en que los cónyuges
participan de otros agentes socializadores. En este sentido,
podemos afirmar que desarrollan una doble función en
el proceso socializador: la de sujeto agente y la de objeto
paciente, de forma que el colegio, el grupo de amigos, la
iglesia o los clubs se presentan como instituciones o lugares
que, por un lado, refuerzan este modelo particular de familia
y, por el otro, corrigen las alteraciones o derivaciones que
en el seno de algunas parejas o familias pudieran producirse.
Así, creemos que parte del interés de los padres
al participar en las actividades dirigidas a ellos -como los
primeros y más importantes agentes socializadores-
nace a iniciativa de la propia institución, al presentar
el matrimonio y la familia como dos instituciones que necesitan
ser renovadas: "Este novísimo modo de entender
el matrimonio no es una quimera. Yo he visto, conozco, miles
de hombres y de mujeres que luchan y se fuerzan por hacer
de su casa, un hogar alegre, abierto, resplandeciente y espléndido.
[...] Su genealogía, su trabajo, su desarrollo cultural,
su estilo y sus modos de vivir son inmensamente variados.
Tienen sin embargo un afán común: convertir
su vida matrimonial en una realidad muy humana y muy divina
a la vez. Tomando ocasión de esa familia que han fundado
se proponen dar a Dios toda la gloria... y por añadidura
ser enormemente felices." [Vázquez, Matrimonio
para un tiempo nuevo, 93-94]
Como hemos ido viendo, esta "nueva" manera de entender
el matrimonio y la familia recupera moldes de una concepción
de la vida marital y familiar que, a la luz de la realidad
actual, se podría catalogar de tradicional.
2. Características de la familia opusiana en el
ámbito de ideas y actitudes
a) Racionalidad instrumental en la familia
Para Max Horkheimer, los principios del individualismo y
la racionalidad instrumental, característicos de la
sociedad industrial, se habrían filtrado dentro de
la familia afectando tanto a las relaciones conyugales como
a las relaciones entre padres e hijos. Así, como consecuencia
de la corriente individualista, el matrimonio se convertiría
en un contrato, un contrato que -como sucede en el mundo de
la empresa- se rompe cuando deja de ser útil para alguna
de las partes. En las relaciones padres-hijos, esta mentalidad
también tiende a imponerse, de manera que: "La
madre moderna planifica casi científicamente la educación
del hijo, desde la dieta adecuada hasta la proporción
igualmente equilibrada entre reprimenda y cariño, tal
como recomienda la literatura psicológica popular.
Toda su actitud hacia el niño "se racionaliza".
Incluso el amor se administra como un ingrediente de higiene
pedagógica. Entre las clases cultas y urbanas, nuestra
sociedad fomenta en las madres una actitud "profesional"
altamente utilitarista..." [Max Horkheimer, "La
familia y el autoritarismo". En: La familia (Barcelona:
ediciones Península, 1986, 6ª ed.), 185]
Este concepto de racionalidad instrumental presenta una relación
clara con la pauta de análisis presentada de la ética
de la responsabilidad. Ya hemos visto en los textos analizados
cómo aquellas relaciones familiares que participan
de la esfera doméstica en su función más
organizativa se presentan bajo fórmulas consensuadas,
orientadas a alcanzar unos objetivos preestablecidos, y evaluándose
según el cumplimiento de estos objetivos. De hecho,
el concepto familia queda redefinido equiparándose
a una empresa educativa; equiparación que como
hemos constatado guía, no sólo las funciones
dentro del ámbito doméstico, sino también
todo un discurso que reproduce el mundo productivo dentro
de la esfera familiar. Sin embargo, estas fórmulas
empresariales no se aplican sólo a la esfera organizativa
de la familia, sino que también las encontramos expresadas
en el conjunto de relaciones entre padres e hijos.
De esta manera, la educación de los hijos se transforma,
como apunta Harris [C.C. Harris, Familia y sociedad industrial
(Barcelona: ediciones Península, 1983), 291], en
una tarea técnica que se juzga en función de
los efectos que consigue. Los padres, de manera parecida a
los productores, son juzgados por la calidad de sus productos.
La jerarquía, la tradición, la autoridad y el
control son, sin embargo, rasgos arcaicos propios de la sociedad
preindustrial y han de ser reemplazados por la espontaneidad,
la igualdad y la libertad.
b) El dilema de la permisividad-responsabilidad educativa
de los padres
Continuando con el punto anterior, queremos expresar con
este dilema la dificultad con que se encuentran los padres
para conciliar, en la relación con sus hijos, la presión
hacia la permisividad, por un lado, y la responsabilidad,
por el otro. Si antes hablábamos de la racionalidad
instrumental propia del mundo empresarial trasladada a la
familia, ahora nos centraremos en la situación de los
padres que, a diferencia de lo que sucede en las empresas
(donde aquellas personas a quienes se confiere responsabilidad
reciben el poder para cumplirla), se les llama a la responsabilidad
pero se les quita la autoridad para ser responsables.
Si recordamos las referencias que hacíamos a este
modelo de familia al hablar de dos modelos de relaciones entre
padres e hijos (acciones guiadas por una ética de la
responsabilidad; acciones orientadas por una ética
de las convicciones) nos resultará fácil aplicarlo
a este dilema: el rigor y la autoridad de los padres para
defender unas convicciones; la responsabilidad y la racionalidad
para alcanzar unos objetivos. Pero esta fórmula interpretativa
abre el interrogante de qué acciones son guiadas por
las convicciones y qué otras por la responsabilidad.
Creemos que aquellas acciones que contradicen con claridad
alguna de las pautas de comportamiento que pueden definir
este modelo de familia (sexualidad, matrimonio, número
de hijos...), son condenadas sin paliativos y de forma intransigente,
por el hecho de convertirse en un ataque directo contra los
padres, últimos responsables de los procesos de socialización
y, especialmente, de los resultados de estos procesos (en
especial al tratarse de una institución cuya voracidad
tiene el poder y la fuerza para redirigir las acciones consideradas
por el grupo como desviadas). Así, los hijos, cuando
muestren modos de comportamiento antagónicos, se transformarán
en el espejo donde los padres se juzgarán a la vez
que serán juzgados. Y es que "una de las características
de la cultura familia del siglo XX es que, mientras que en
el pasado un mal hijo era considerado como una desgracia y
se tenía al padre por digno de simpatía, hoy
simboliza un defecto del carácter del padre ("No
sé en qué nos hemos equivocado"). [Ibid.,
290-291]
c) Rol doméstico de la mujer vs. rol público
del hombre
En el modelo de familia que caracterizamos, los roles de
la mujer madre-esposa y el hombre padre-esposo se encuentran
claramente diferenciados. Esta diferenciación se apoya,
primero, en el principio de la complementariedad entre los
cónyuges y, segundo, en todo un ejercicio reificador
que convierte las diferencias en el "hacer" de la
mujer y el hombre, en diferencias en el "ser": "Por
lo tanto, habremos de explicar a nuestra hija adolescente
que es precisamente de la desigualdad entre el varón
y la mujer donde nacen los valores femeninos. Es, de ese no
ser iguales, de donde nace esa complementariedad que enriquece
a ambos sexos por igual, aportando cada uno lo que de suyo
le es propio." [Cristina Mata, La afectividad en los
adolescentes (Madrid: ediciones Palabra, 1995), 177]
Así, causado por los valores y normas que los orientan,
los roles de hombre y mujer se configuran en roles laborales
y roles domésticos, respectivamente. (En términos
parsonianos hablaríamos de la división entre
el ámbito familiar-expresivo asignado a la esposa-madre,
y del rol instrumental-ocupacional y de enlace con el exterior
asignado al marido-padre.) Esta distinción se traduce
en una nítida división espacial que convierte
a la madre en el "alma de la casa" [Ana Sánchez,
Experiencias de una madre (Madrid: ediciones Palabra, 1994,
2º ed.), 141] y la casa se convierte en el "descanso
del guerrero" [Ibid., 135]; y también se
traduce en una asignación diferenciada del valor del
tiempo según se trate del tiempo de la madre, o del
tiempo del padre: "hombre muy ocupado y expeditivo, [que]
dedica a su hijo o hija una parte de su valioso tiempo".
[Julián Valls Julià, El desarrollo total
del niño (Madrid: ediciones Palabra, 1993, 2ª
ed.), 46]
d) El principio de la complementariedad trasladado
a la pareja
Otra conclusión, ya comentada en el transcurso de
la tercera parte de la investigación, es que el sistema
de roles dentro de la esfera familiar se presenta sobre la
base de un principio reificador; deberíamos añadir
que estos roles, una vez reificados, se muestran como complementarios,
exigiéndose así una diferenciación clara,
nítida. De esta manera, las diferencias entre el hombre
y la mujer en el ejercicio de sus roles se presentan como
diferencias "naturales" (y por tanto inmutables)
que se complementan: "Un hombre es un hombre y una mujer
es una mujer. Esta verdad que firmaría Perogrullo,
es el origen de una multitud de disgustos que surgen en el
matrimonio. Sorprende ver matrimonios con cuarenta años
de vida en común que, todavía, no han aprendido
este principio básico. Intentan, en vano, identificarse
en lugar de complementarse. Son sencillamente diversos, distintos."
[Vázquez, Matrimonio para un tiempo nuevo, 59]
Este mismo modelo de pareja inspirado en la complementariedad
lo encontramos cuando se habla de la sexualidad dentro del
matrimonio: "La realización del acto conyugal
exige sin duda una preparación. Para adentrarnos en
ella será necesario volver a recordar todas las características
diferenciales del hombre y de la mujer. El hombre es una llama
de gas, la mujer es una llama de carbón lenta para
encenderse y lenta para apagarse. La mujer conquista por la
belleza que entra por los ojos; el arma del hombre es la palabra
que entra por el oído. El varón necesita conquistar
y poseer, mientras la mujer necesita ser deseada y conquistada.
El hombre es más sexual, mientras la mujer es más
sensual. La mujer necesita aperitivo, el hombre prefiere cuanto
antes llegar al plato fuerte. Si uno y otro olvidan, no conocen
o no quieren ser consecuentes con estas reglas, que la naturaleza
ha marcado en la psicología de cada uno, pueden ir
derechos al fracaso." [Ibid., 149]
En un modelo de familia como éste, el esfuerzo por
complementar al otro difícilmente es recíproco;
a menudo, sólo uno de los miembros del matrimonio termina
"complementando" al otro, termina cediendo. Además,
el hecho de presentar la relación de pareja o marital
como complementaria supone negar el carácter de construcción
que tiene la relación marital: "El matrimonio
impone una nueva realidad. La relación de la persona
con esta nueva realidad es dialéctica: el individuo
actúa sobre la realidad, en colisión con el
otro cónyuge y la nueva realidad rebota sobre ambos
-el individuo y su cónyuge- soldándose así
la nueva realidad conjunta." [Berger & Kellner,
"Matrimoni i construcció de la realitat. Un exercici
de microsociologia del coneixement". En: Perspectiva
social, nº 9 (Barcelona, 1977), 50] La pareja nace
de las dos personas que la forman, con sus posibilidades,
limitaciones, negatividades; se trata, en definitiva, de construir
más que de completar. En cambio, cuando hablamos de
una relación de pareja basada en el principio de la
complementariedad, es como si los elementos configuradores
de la pareja llegasen ya formados al matrimonio: no se trataría
entonces de un ejercicio de ir construyendo, sino de acertar
en la elección.
Como ya hemos apuntado, con esta concepción de la
pareja como de dos mitades que se complementan, es difícil
imaginar el matrimonio como lugar de renuncia de ambos cónyuges.
Así, si partimos de una concepción complementaria
del matrimonio, el objetivo será adaptarse al otro
(o mejor dicho, a la ficción del otro), con todo lo
que eso supone: las adecuaciones, la mayoría de las
veces, las practica uno de los miembros de la pareja, mientras
que el otro se mantiene en una posición muy próxima
a la inicial. En el modelo de familia que caracterizamos,
es la mujer quien hace un ejercicio más gran de adecuación.
Es este sentido, encontramos expresiones como la de "Rescatar
a la mujer" [Vázquez, Matrimonio para un tiempo
nuevo, 73] que da título a lo que se considera
como tarea urgente, ya que:
"Cuando la mujer pierde el centro, la sociedad va
a la deriva: Salvar a la mujer. He aquí el gran empeño
para salvar la familia, salvar la sociedad y en definitiva
salvar al hombre. Es preciso que la mujer conquiste y reconquiste
su lugar y sus capacidades más genuinas. Dan ganas
de gritar: "Mujer, sé tú misma..."
Vuelve a encontrarte. [...] Nos falta saborear tu presencia.
Tú eres otro sabor de lo humano y no hay nada peor
que una mujer que no sabe a mujer." [Ibid., 73]
En cambio, no encontramos ningún texto que haga referencia
a la necesidad de cambio o adecuación por parte del
hombre a este modelo de familia (repartiéndose las
tareas del hogar; participando más de la educación
cotidiana de los hijos; colaborando con la mujer en la educación
de los hijos, sobre todo cuando se trata de familias numerosas,
etc.)
d) La familia y los demás agentes socializadores:
actitudes coincidentes y actitudes hostiles
En el capítulo dedicado a los agentes de socialización,
éstos han sido analizados según dos criterios:
a) función específica y b) edades. Estos criterios
nos han ayudado a descubrir que cuando los agentes de socialización
se sitúan dentro de grupos identificables, la relación
con este modelo de familia que presentamos es coincidente;
en cambio, cuando se trata de agentes de carácter más
difuso, dirigidos a una masa o colectividad, éstos
se presentan como opuestos, hostiles al modelo familiar
(y de aquí surge la necesidad de filtros y estrategias
para controlarlo, en forma de planes de acción que
sirven tanto para combatirlo como para redirigirlos).
Continuando con esta idea, podemos clasificar los agentes
de socialización presentados en dos grandes grupos:
primero, aquellos que cooperan en la construcción de
un modelo de familia definido por la institución como
EL modelo (hacia el que el grupo tiende y que configura
la percepción colectiva de los miembros supernumerarios
del Opus); y, segundo, aquellos agentes que no coinciden con
este modelo de familia porque presentan modelos de familia
diferentes, a veces contradictorios, razón por la que
exigen cierto control mediante mecanismos que nacen del propio
grupo.
En cuanto al primer grupo, el coincidente, la estrategia
de la familia es participativa, ya que actúan como
refuerzo: la familia encuentra apoyo en ellos y los adopta
como colaboradores en la tarea socializadora. En cuanto al
segundo grupo, el hostil, exige la utilización de filtros
de control para redirigir el discurso hacia el modelo de familia
concreto; el control se convierte en necesario y se termina
intercambiando la libertad de escoger entre una pluralidad
de opciones, por la seguridad que da el encontrar coincidencias
que refuerzan el modelo de familia en la mayoría de
los ámbitos o esferas en las que se participa. Esta
seguridad que se siente al habitar un mundo sin contradicciones
aparentes, viene de la mano de unas pautas prescriptivas o
planes de acción que dictan formas de actuar
ante las agresiones a la unidad de este modelo familiar. De
hecho, en este segundo grupo de agentes socializadores hostiles,
se esconde la idea de grupo cerrado versus sociedad
global que se presenta bajo la dicotomía del "nosotros"
vs. "los otros" (los de fuera de la organización,
de donde provienen las formas diferentes de hacer, sentir
y ser, formas que se deberán evitar).
No olvidemos que estamos hablando de la primera generación
de miembros del Opus Dei, que ha sido definida como generación
que ha experimentado procesos de resocialización y
que, por tanto, habita verdades todavía débiles.
La única forma de luchar contra los criterios opuestos
es, en estos primeros estadios, alejarse, construir un grupo
cerrado, de seguridades, de fórmulas sabidas y dadas
por sobreentendidas o por supuestas. Si, además, añadimos
la idea del carácter que hemos definido como receptivo
de los miembros supernumerarios del Opus Dei, entenderemos
la manera en que se combinan las necesidades de vivir un mundo
sin contradicciones, con pautas rígidas y modos de
acción altamente prescriptivos.
Finalmente, si recordamos la definición del Opus Dei
como institución voraz, nos resultará
fácil comprender cómo la institución
aglutina todas las esferas en las que un miembro de la organización
se mueve, y participa, en una única esfera: la de miembro
supernumerario. Esta categoría exige la asimilación
de un modelo de familia en todas sus dimensiones como si fuera
el modelo por excelencia. Tratándose de la agencia
socializadora más importante, no es extraño
que la familia se erija en el centro alrededor del que giran
todos los demás agentes, con el fin de reforzar o corregir,
según los casos, para convertirla en el instrumento
socializador más eficaz de las segundas generaciones.
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