Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

Los hijos del Opus
Índice del libro
Prólogo
Introducción
PRIMERA PARTE. ¿De qué hablamos cuando hablamos del Opus Dei?
I. Por una superación de la dicotomía secta-iglesia
II. El Opus Dei entendido como institución voraz
III. El carácter receptivo de los miembros del Opus Dei
SEGUNDA PARTE. La socialización de las segundas generaciones
IV. El proceso de socialización
V. Cuando el proceso de socialización se repite: la resolización
TERCERA PARTE. Caracterización del modelo de familia en el que socializan las segundas generaciones del Opus Dei.
VI. Matrimonio, familia y el lema de la sentificación
VII. Tipos de relaciones en el ámbito familiar
VIII. El ejercicio del rol dentro de la estructura familiar
IX. La familia y los otros agentes de socialización
Conclusiones
Bibliografía
FIN DEL LIBRO
 
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LOS HIJOS DEL OPUS: LA SOCIALIZACIÓN
DE LAS SEGUNDAS GENERACIONES DEL OPUS DEI

Autora: Esther Fernández Mostaza
Editorial: Mediterrania

CAPÍTULO VII. Tipos de relaciones en el ámbito familiar: relaciones orientadas por las convicciones o por la responsabilidad.

En las conclusiones del libro El Opus Dei y sus paradojas [Joan Estruch], se interpreta a la luz de los conceptos ética de las convicciones y ética de la responsabilidad, lo que a simple vista parece una contradicción: "la percepción bastante común de que el Opus Dei es una organización al mismo tiempo reaccionaria e innovadora, tradicionalista y moderna". Se trata de una interpretación basada en dos conceptos weberianos: "acción zweckrational, es decir, en términos de orientación racional a un sistema de fines, donde las expectativas de comportamiento del otro se toman como "condiciones" o "medios" para alcanzar los fines racionales del actor; y acción wertrational, es decir, en términos de orientación racional a un valor, lo que implica una creencia consciente en el valor absoluto de un comportamiento ético, estético, religioso, etc." [Max Weber, L'ètica protestant i l'esperit del capitalisme (Barcelona: Edicions 62, 1984), 146, nota 30].

Dentro del ámbito familiar en el que centramos este estudio, nos hemos encontrado con situaciones que también oscilan entre estos dos polos aparentemente opuestos: tradicionalismo y modernidad. Asociadas a valores tradicionales encontramos soluciones a problemas o interpretaciones declaradamente intransigentes, rígidas, utilizándose un modelo de autoridad altamente jerarquizado; por el contrario, la eficacia en los resultados es el principio que mejor puede resumir situaciones donde los valores dejan paso a los fines, los cuales se pactan entre los miembros de la familia y donde lo que cuenta son los resultados.

1. Ética de las convicciones y ética de la responsabilidad, según Weber.

Siguiendo la distinción que hace Weber, podemos explicar el tradicionalismo del Opus por el hecho de que sus creencias y en defensa de sus valores, sus miembros se comportan como personas intransigentes, de acuerdo con las pautas de una acción orientada a los valores; por el contrario, su carácter innovador se deriva de la flexibilidad y del criterio de racionalidad instrumental que adoptan en el uso de los medios técnicos característicos de la modernidad. Por esa razón, es fácil establecer una correlación entre intransigencia en los valores (tradicionalismo) por una lado, y flexibilidad en los fines (modernidad) por el otro.

Para Weber [Max Weber, El político y el científico (Madrid: Alianza Editorial, 1988), 163 y ss.], cualquier acción éticamente orientada se puede ajustar a dos máximas diferentes entre sí e irremediablemente opuestas: puede orientarse conforme a la ética de la convicción o conforme a la ética de la responsabilidad. Esto no implica que la ética de la convicción sea idéntica a la ausencia de responsabilidad o que la ética de la responsabilidad sea idéntica a la ausencia de convicción. Lo que Weber intentar subrayar con su formulación es que existe una diferencia abismal entre obrar según la máxima de una ética de la convicción (aquella que, como ejemplifica Weber, ordena al cristiano a obrar bien y dejar en manos de Dios el resultado de la acción) o según una máxima de la ética de la responsabilidad, que obliga a tener en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción. [Para Weber, la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción no son conceptos absolutamente opuestos, sino elementos complementarios que deben concurrir para formar el hombre auténtico con "vocación política"].

Cuando las consecuencias de una acción realizada conforme a una ética de la convicción son negativas -continúa explicando Weber-, aquel que la ejecutó no se siente responsable de las consecuencias sino que responsabiliza al mundo, a la estupidez de los hombres o a la voluntad de Dios. Por el contrario, aquel que actúa conforme a una ética de la responsabilidad toma en consideración todos los defectos del hombre. No tiene ningún derecho a suponer que el hombre es bueno y perfecto, y no se siente en situación de poder descargar sobre los otros las consecuencias no previstas de su acción: afirmará que estas consecuencias son imputables a su acción.

Según Weber, ninguna ética del mundo puede eludir el hecho de que para conseguir fines "buenos" se debe contar, en numerosas ocasiones, con medios moralmente dudosos o, como mínimo, peligrosos con la posibilidad (o incluso la probabilidad) de consecuencias adyacentes moralmente malas. Ninguna ética del mundo puede resolver cuándo ni en qué medida quedan "santificados" -por el fin moralmente bueno- los medios y las consecuencias adyacentes moralmente peligrosas. De hecho, de la misma manera que no es posible decretar éticamente qué fines pueden santificar tal y tal otro medio, tampoco es posible situar dentro de la misma categoría la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad.

Una última aclaración: Al hacer esta distinción entre ética de la convicción y ética de la responsabilidad, Weber opera -como siempre hace- con tipos ideales. Por eso, ética de las convicciones y ética de la responsabilidad no son conceptos que se excluyan recíprocamente: ni la primera implica ausencia de responsabilidad, ni la segunda supone ausencia de principios o de convicciones. Al contrario, una ética de las convicciones no acompañada y matizada por una ética de la responsabilidad desembocaría en intolerancia y exaltación de ciertos principios; una ética de la responsabilidad que sacrificara todas las convicciones conduciría a acciones ausentes de principios y sin escrúpulos.

A continuación presentamos tres situaciones, extraídas de diferentes libros de la colección "Hacer Familia", que pueden ilustrar la manera en que dentro de este modelo de familia que caracterizamos se reproducen situaciones que oscilan entre estos dos polos: el tradicionalista-reaccionario y el moderno-innovador. En el polo reaccionario corresponden las acciones orientadas por las convicciones; el innovador será guiado por acciones orientadas a la consecución de unos fines.

2. Relaciones orientadas por las convicciones

Con la finalidad de ilustrar qué es una acción claramente orientada por las convicciones, introducimos una narración de una situación presentada como estudio de caso, extraída del libro de la colección "Hacer Familia" titulado Decisiones familiares. En este libro se presentan -incluyendo el caso en el que centramos nuestros comentarios- diez casos con un desarrollo similar: primero la presentación de un problema, después su análisis, y finalmente la toma de decisiones a la luz de una de las cuatro virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza). En cuanto a los temas tratados en este libro, tal y como indica la contraportada, "se ha elegido como línea general la conducta irregular de algunos jóvenes en materia sexual (relaciones prematrimoniales, anticonceptivos, divorcio, etc.)". El caso que hemos seleccionado para ilustrar lo que consideramos relaciones orientadas por las convicciones tiene el sugerente título de El despido. Empieza con el siguiente diálogo:

"-Me quiero casar por lo civil. Necesito vuestra autorización. Como me vais a decir que no, os pido que me deis la mayoría de edad.

Quien decía esto era Piluca, la segunda de los ocho hijos del matrimonio Galván.

Habló el padre:
-No podemos darte la mayoría de edad. Por dos razones. La primera, porque no estamos de acuerdo con el matrimonio civil. Un bautizado -y tú lo eres- o se casa por la Iglesia, o no se casa. La segunda, porque no podemos sentar un precedente ante tus hermanos. Cuando seas mayor de edad, y te faltan sólo seis meses, podrás decidir tú. Entretanto tendrás que avenirte a las normas de la casa...

-No se trata de esperar por esperar, tenemos ya experiencia matrimonial.

Susto y estupor en los padres. Reaccionando, terció la madre:
-Estaríamos dispuestos a olvidarlo todo. Esto quedaría entre nosotros, si prometes no tener relaciones sexuales hasta que seas mayor de edad y te cases.

-No quiero ser insincera conmigo misma. No estoy dispuesta a cambiar...

-Entonces... -la lentitud de las palabras delataba el peso de su dolor- ... tendrás que irte de casa. No podemos cobijar bajo este techo a alguien que está en una disposición como la tuya..."

[Ana María Navarro, Decisiones familiares, colección "Hacer Familia", n. 10 (Madrid: Palabra, 1992), 61-62]

De la lectura de este diálogo se desprende que la actitud "irregular" de la hija en materia sexual es motivo suficiente para que los padres tomen la decisión de echarla de casa. Y si recordamos el título del caso podremos afirmar que la relación padres-hijos se presenta como una especie de contrato susceptible de ser roto por una de las partes cuando algunas de las convicciones que rigen el orden familiar se transgrede.

Después de la exposición, se presenta el comentario del caso:

"Ésta es una situación que aunque poco frecuente en nuestros días, presenta una escena bastante fuerte, por lo que merece ser comentada. El comentario nos va a dar pie para estudiar lo que hay detrás de la anécdota.
Lo primero que podemos preguntarnos es esto:
-¿Cómo se explica el despido de Piluca?
-¿Hicieron bien o hicieron mal sus padres?" [Ibid, 62-63]

Y así, para responder a lo que podrían ser consideradas como causas explicativas del despido, se dan dos tipos de elementos a fin de estudiar la decisión tomada por los padres:

a) De tipo intelectual:

En primer lugar, nos encontramos ante un conflicto de fidelidades. En los padres, a sus convicciones profundas respecto a los principios morales y a la norma de la Iglesia. En Piluca, a su sinceridad.
En el plano de la responsabilidad social, los padres piensan en los hermanos y Piluca en sí misma. Es un poco el bien común contra el bien privado.
Si tenemos que valorar estos datos para diagnosticar el problema, habría que decir que las "obligaciones" de los padres son más graves que las de Piluca, porque les transcienden". [Loc.cit.]

Así pues, las "obligaciones" de los padres tienen más peso que las de la hija, por interpretar que aquéllas les transcienden, al presentarse como un modelo de actuación ante los otros hijos. Un modelo, por otra parte, que no admite matices.

b) De tipo afectivo:

Da la impresión de que Piluca no les da a sus padres la menor facilidad. Antes bien, se comporta como si quisiera "ponerles contra la pared". Es decir, como si el despido, más que decisión de los padres, hubiera sido provocado por la hija.
Piluca sitúa al mismo nivel a sus razones que las de sus padres. Con lo cual parece que estamos asistiendo a un combate, donde se espera que uno gane y otro pierda.
Esta impresión, junto con la sorpresa, puede quizá explicar la prontitud de la respuestas de los padres. Más que respuesta suena a reacción. Pero es una reacción que tiene detrás un deber de fidelidad.
En el fondo, el problema es una mezcla entre los elementos intelectuales o racionales y los elementos afectivos o sentimentales. De ahí que este caso deje a más de uno incómodo ante la respuesta de los padres". [Ibid., 64]

Asimismo, observamos que lo que se entiende como elementos intelectuales o racionales se encuentra fundamentado en las convicciones (al fin y al cabo, ideas de las que uno está convencido).

Otra cuestión es la de si los padres actuaron mal o bien:

"El efecto inmediato es que Piluca se va a vivir con su novio. Es decir, que se produce lo contrario de lo que los padres querían. Y, además, de algún modo, ese final ha sido provocado por ellos.
¿Son responsables los padres de Piluca de esta última conducta de su hija? En parte sí; en parte, no. Veámoslo.
La sorpresa es probable que hubiera desencadenado en los padres unos sentimientos de ira o de enojo. Si han echado a la hija por eso, son en parte responsables.
Si han ponderado su propia "imposibilidad" de cambiar, y han sido consecuentes no ella, no lo son.
A fin de cuentas, Piluca hace lo que ella quiere, no porque los padres se hubieran molestado con ella. Es decir, que es ella la máxima responsable de sus actos. De ahí que la molestia de los padres no sea razón suficiente para culparles". [Ibid., 65]

Por tanto, si alguien tiene que cambiar de actitud, es Piluca -la hija-. Pero si los padres no consiguen hacer cambiar su comportamiento, la responsabilidad de una decisión como esta no recae en los padres (que se mantienen firmes en sus convicciones), sino en la hija (que transgrede las convicciones sobre las que se asienta el orden familiar). Y así, no es el resultado de la acción lo que decide si sus actores actúan o no correctamente, sino el hecho de prevalecer las convicciones.

"Con todo, esta solución, el despido de Piluca, no es la única posible. Habría probablemente que apelar a la prudencia, que daría un poco más de tiempo a unos y a otra para reflexionar. Pero en ningún caso, la decisión final debería invertir el recto juicio de los padres. Es decir, si ellos no están dispuestos a admitir bajo su techo a una persona que malvive con alguien, no es quién Piluca para hacerlos cambiar de modo de pensar. Tiene derecho a decidir sobre lo ámbitos que les pertenecen, en este caso, la casa. Es así como los padres ejercen su libertad.

Sea como sea, los padres saben que su decisión final tiene un costo, y están dispuestos a pagarlo. Este costo va desde la constatación de la vida que va a hacer Piluca en adelante, lo cual les va a hacer sufrir bastante, hasta la duda de si pudieran haber hecho otra cosa mejor. Además de arrostrar las iras de más de un "bienpensante". [Ibid., 66]

Y el comentario de este caso termina con la siguiente frase, enmarcada y en mayúsculas: "Un hombre sin convicciones es un pelele, marioneta en las manos de los manipuladores". [Ibid., 68]

Este caso ejemplifica lo que, al hablar de la tipología weberiana, Freund define como el partidario de la ética de la convicción: "Es el hombre de principios, de pureza intransigente, animado únicamente por el sentimiento de obligación hacia aquello que considera su deber, sin tener en cuenta las consecuencias que puede ocasionar la realización de su ideal." [Julien Freund, Sociología de Max Weber (Barcelona: Ediciones Península, 1986), 31]

Se trata, pues, de una moral incondicional: del todo o nada. Por el contrario, el partidario de la ética de la responsabilidad tiene en cuenta aquello que es posible, valorando los medios más apropiados para alcanzar su fin, consciente de la misión que debe realizar y de su responsabilidad hacia los demás, así como las consecuencias que de su acción se puedan derivar.

3. Relaciones orientadas por la responsabilidad

En cierta manera, la ética de las convicciones ocupa un papel central en todos los aspectos que tienen relación con la familia entendida como institución social encargada de la regulación de la sexualidad, de la procreación y de la socialización de los hijos. Tanto es así que, para poder aplicar a la familia los criterios de la ética de la responsabilidad, primero tenemos que definir el concepto de familia; si antes la familia era una instancia reguladora, ahora se convertirá en una empresa "y como tal posible de mejorar" [Fernando Corominas, Educar hoy, colección "Hacer Familia", n.1 (Madrid: Palabra, 1994 9ª ed.), 140].

A lo largo de la colección, encontramos muchas referencias a la familia que denotan esta equiparación con una empresa. Así, se utilizan las categorías de "directora del hogar", "subdirectoras" y "coordinador" para designar a la madre, las hijas grandes y al padre, respectivamente, en todo lo relacionado con el ámbito doméstico: funciones, relaciones, responsabilidades delegadas, etc. A estas categorías se añaden expresiones como empresa educativa o bien la Teoría Z de la empresa aplicadas a la familia para describir el tipo de relaciones establecidas entre los cónyuges, por un lado, y los padres e hijos, por otro. Será justamente la aplicación a la educación de los hijos de la Teoría Z japonesa sobre organización interna de empresas, lo que nos ayudará a presentar lo que definiríamos como translación al ámbito doméstico de un modelo empresarial caracterizado por: a) la cohesión del grupo, b) el alto rendimiento productivo, y c) la orientación de la voluntad. Puntos que veremos con más detalle a continuación.

¿Por qué no emplear en "cómo educar mejor", los resultados de los miles de millones de dólares que se gastan las empresas en "cómo vender más"? [Ibid., 133]. Esta pregunta sintetiza la finalidad que se persigue cuando la intención es la de aplicar en el ámbito doméstico teorías que funcionan de manera eficaz en el mundo empresarial, como por ejemplo la Teoría Z. Empezaremos por definirla para después presentar su aplicación en la educación de los hijos.

a) Definición de la Teoría Z

Para explicar en qué consiste esta teoría, acudimos a la definición que de la Teoría Z da su creador, William G. Ouchi:

"Como país, los Estados Unidos han desarrollado una noción del valor que tiene la tecnología y su enfoque científico, pero se han olvidado del valor que posee el ser humano. El gobierno destina cientos de millones de dólares a la investigación de nuevas técnicas en los campos de la ingeniería eléctrica, de la física o de la astronomía; y apoya el desarrollo de complejas ideas económicas. Sin embargo, casi no se asignan fondos que ayuden a comprender cómo se debe tratar y organizar a los individuos en el trabajo, y esto es justamente lo que hay que aprender estudiando a los japoneses (Teoría Z, Ouchi W.G. 1985).

Igual que, en su día, el mundo occidental admitió que la acupuntura era una gran aportación al campo de la medicina, hoy podemos afirmar que, en el área del comportamiento humano, los orientales nos pueden servir de ejemplo en más de una ocasión.

¿Por qué las empresas japonesas tienen, de media, productividades más elevadas que las norteamericanas? ¿Por qué, en el área comercial, las sociedades japonesas aventajan a las occidentales? La respuesta no hay que buscarla ni en la tecnología ni en los sistemas financieros. La razón está en que: "el comportamiento humano de las personas es diferente". ¿Por qué?

Porque, en la relación Tecnología-Persona, los japoneses, por razones atávicas y sin necesidad de esforzarse, han sabido dar al ser humano la importancia debida. En esta línea, han conseguido llevar las vivencias de las personas en el seno de la familia a las empresas, y este "saber hacer" japonés en el área del comportamiento, al ser imitado por las empresas norteamericanas, ha dado nombre a lo que conocemos por Teoría Z". [Ibid., 134-135].

Y se resume el objetivo final de la Teoría Z en la siguiente frase: Que las personas se encuentren felices trabajando [Ibid., 135]. La Teoría Z busca así trasladar las vivencias para aumentar la productividad y mejorar las relaciones que tiene lugar dentro de los diferentes estamentos.

"No debemos olvidar que las empresas japonesas, en la organización de las relaciones humanas, recibieron una fuerte influencia de las características de la vida familiar de su país; ahora, las empresas del mundo occidental se esfuerzan por incorporarlas a sus sistemas de organización, adaptándolas a nuestra mentalidad; lo que nos queda por hacer a nosotros, padres de familia, es estudiar esas características y la adaptación a nuestros sistemas educativos de todo lo que nos sea útil, y dada la cantidad de datos disponibles se presenta como una tarea asequible". [Ibid., 141]

b) Aplicación de la Teoría Z a la organización familiar

Dentro de esta orientación de hacer coincidir familia y empresa, podemos situar un fragmento extraído de otro libro: Hacer familia hoy. En este volumen se presenta como pedagogía innovadora la Teoría Z aplicada a la organización familiar "porque la empresa Z parece inspirarse en la familia. Y quizá resulte más fácil aplicarla a las familias que a otras empresas" [Oliveros F. Otero & Fernando Corominas, Hacer familia hoy, colección "Hacer Familia" (Madrid: Palabra, 1992 4ª ed.), 25]. Se añade a esta primera y principal razón lo que se considera como una de las particularidades de la organización japonesa: el hecho de que el trabajador tiene un puesto de trabajo vitalicio, "¿No ocurre lo mismo en las familias? Aquella que uno mismo funda, o en la que uno nace, es su familia, ya de por vida" [Ibid., 26]. Otra característica de la empresa japonesa es la integración en grupos, así los trabajadores se implican más y, de esta manera, se les inculca un sentimiento de solidaridad: "Un sentimiento de solidaridad que uno echa en falta en muchos hijos de familias aparentemente buenas. Quizá por una sutil influencia del individualismo ambiental". [Loc.cit.] Sin embargo, es un modelo en el que a veces los directivos no se aseguran de que el trato recibido por los empleados sea todo lo humano y justo que debiera; igualmente, no siempre los padres son conscientes, como jefes de la empresa familiar, de un trato a los hijos no del todo humano y justo [...]. Por consiguiente, a veces tendrán que recibir quejas. Pero, igual que vimos respecto de los empleados de una organización Z, convendrá educar a los hijos para que sepan hacer compatibles, en su conducta, la queja y la lealtad." [Ibid., 29]

Para ilustrar su aplicación, transcribimos lo que uno de los libros presenta como ejemplo de técnicas empresariales y su aplicación en el área de la educación:

"Entre las muchas cosas que hacen bien los japoneses, hay una indiscutible: "vender". Sobre las teorías de vender bien, hay cientos de investigaciones, miles de libros y millones de dólares gastados. El "marketing" ha obsesionado a miles de empresas en los últimos años, pero, de una forma simple, ¿cuál es el objetivo final del marketing?" [Educar hoy, 143-144]

El objetivo es orientar la voluntad hacia una decisión determinada previamente. Y como ejemplo, encontramos dentro del ámbito comercial:
-Querer comprar un coche.
-Desear hacer un viaje.
-Decidir votar a un partido.
-Querer fumar cigarrillos
-Desear beber un "whisky".
-Querer usar una colonia.
Son decisiones de la voluntad hacia un objetivo concreto. [Ibid., 144]

Aplicando esta teoría a la familia, estas decisiones -se dice en el texto- pueden llevar a los hijos a:
-Querer estudiar más.
-Desear no tomar drogas.
-Decidir no llegar tarde a casa.
-Querer no ver "tal" película.
-Desear cambiar de amigos.
-Querer adquirir una virtud. [Idid., 145]

Observamos que en estos ejemplos "orientar la voluntad" significa hacer que alguien no quiera hacer lo que, a priori, puede querer hacer: llegar más tarde a casa, estudiar menos, ver determinada película, etc. Parece, pues, que más que orientar la voluntad lo que se pretende es oprimirla con prohibiciones.

"Es cuestión de orientarlas para ayudar a buscar el bien, para ayudar a las personas a ser más responsables y libres". [Ibid., 133-148]

En la definición de la Teoría Z que hemos presentado, encontramos explicitada su relación con el modelo familiar de relaciones. Resulta por lo menos curioso que, lo que se entiende como traslación de un modelo de relaciones familiares al mundo de la empresa, revierta sobre la familia. Podemos concretar lo que con esta reversión se consigue en los siguientes puntos: a) cohesionar el grupo, y b) motivar la voluntad hacia unos objetivos ya marcados. No hay duda de que si los objetivos están definidos, el siguiente paso será asignar a cada miembro su papel dentro de la organización, desarrollando las habilidades necesarias para cumplir las funciones que el rol o papel le han asignado. Y si se marcan unos objetivos y se asignan unos roles, es para cumplir unos propósitos que, obviamente, tienen que ser evaluados.

c) Procedimientos de la Teoría Z

Describiremos a continuación dos de los procedimientos presentados como aplicaciones de esta teoría de la familia: la rotación de lugares y los círculos de control de calidad.

La rotación de lugares es presentada, junto con el trabajo en equipo, como punto clave en las empresas tipo Z porque:

"Evita que los empleados se encasillen en un campo de acción limitado y permite una mejor relación laboral en los distintos departamentos y divisiones de la empresa (...). Los empleados japoneses están al tanto de su empresa, y mantienen un profundo interés por sus compañeros de trabajo y los problemas a los que se enfrentan todos los días (...). Quizá uno de los beneficios más atractivos de la rotación de personal sea la oportunidad que brinda de relacionarse con todos los empleados". [Hacer familia hoy, 161-162]

¿Tiene aplicación en el ámbito familiar?, se preguntan los autores. La respuesta que dan es:

"Si hubiera un poco más de imaginación, sí. Si los encargos no fueran un tanto infantiles, si tuvieran -aunque informales- la categoría de puestos, esta rotación de encargos serviría también para conocer más a fondo el funcionamiento de la propia familia, entre otras cosas". [Ibid., 162]

Como veremos más adelante, al hablar del sistema de roles dentro de la estructura familiar, la rotación de puestos no altera la asignación de funciones según el sexo. Al hablar de rotación de puestos se hace referencia a la delegación de funciones, madre-hija por ejemplo, sin alterar el tipo de funciones.

Otro procedimiento de aplicación de la Teoría Z son los círculos C-C (de Control de Calidad). Así, si en las empresas tipo Z se da mucha importancia a la calidad, "ya que se trata de una responsabilidad compartida que no se limita a los altos ejecutivos", también esto tiene traslación a la familia:

"Y ¿qué se hace para solucionar problemas en control de calidad? Las empresas japonesas han implantado un sistema único de participación colectiva para solucionar los problemas que surgen en control de calidad: los círculos de control de calidad. Dice Ouchi: "uno de los aspectos más fascinantes del arte de la administración japonesa -y uno de los que más se acercan a la esencia de la teoría Z- es el círculo de control de calidad o círculo C-C- (...). Lo que hacen es compartir con la administración la responsabilidad de definir y resolver problemas de coordinación y productividad. En otras palabras, los círculos se dan cuenta de todo lo erróneo que ocurre dentro de una organización y dan la señal de alarma". [Ibid., 163]

Por tanto, son círculos que no sirven para compartir decisiones, sino para detectar problemas lo antes posible y solucionarlos inmediatamente; es decir:

"Son un método útil para obtener alta calidad, una productividad más elevada y un mejor estado de ánimo en los empleados -todo esto a costo relativamente bajo-." [Ibid., 164]

Veamos ahora el funcionamiento de los círculos C-C:

"En Japón, un círculo C-C está constituido básicamente por grupos de uno a diez empleados que se encuentran asignados a él en forma permanente (...). Los empleados de cada círculo forman un grupo natural de trabajo, en el cual las actividades de todos se relacionan en alguna forma (...). La tarea de cada uno de ellos, encabezada por un supervisor, consiste en estudiar cualquier problema de producción o servicio que se encuentra dentro del ámbito de su trabajo.

En la mayoría de los casos, un círculo emprende un proyecto de estudio que puede solucionarse en tres meses aproximadamente y que no tomará arriba de un semestre (...).

Normalmente, cada círculo se reúne durante una hora o dos semanalmente; algunas veces la compañía absorbe los gastos, otras más van por cuenta de los empleados. El objetivo es discutir el proyecto.

He aquí un sistema de control de calidad que moviliza en Japón a cerca de ocho millones de obreros. Los japoneses ponen mucho énfasis en que el éxito de sus círculos C-C- no dependa exclusivamente de la técnica, sino del aspecto humano fundamental de sus objetivos productivos. Tal como lo ha manifestado el Sindicato, los propósitos fundamentales del círculo C-C son:
-Contribuir a mejorar y desarrollar la empresa;
-Respetar el lado humano del individuo y edificar un lugar en que reine la felicidad y donde sintamos que vale la pena trabajar;
-Poner de lleno todo el talento humano para extraer, finalmente, posibilidades infinitas". [Ibid., 164-165]

La aplicación en el ámbito doméstico de los círculos de control de calidad queda explicitada en el siguiente fragmento:

"Los círculos C-C en las familias deben estar formados por grupos de hijos y un supervisor (uno de los padres; uno de los hijos mayores; algún otro miembro familiar próximo). Ya se ve que tienen especial aplicación en familias numerosas.

En familias cortas puede estar formado el grupo por la totalidad de la familia, pudiendo ser el supervisor uno de los padres o alguno de los hijos cuando se crea conveniente.

Habrá que estudiar familia a familia para lograr una buena adecuación del sistema. O dicho de otro modo,

-en cada familia, sus primeros responsables verán si es viable o no el control de calidad mediante los círculos C-C;
-no deben rechazarlo de antemano, pensando que "no hemos salido mal" o frases por el estilo que, en el fondo, ocultan pereza, cobardía, rutina, etc.;
-deben plantearlo muy bien, en caso de considerarlo viable, sabiendo que el círculo C-C no puede entenderse en forma aislada, sino sólo como una de las partes de un sistema organizado más grande y más complejo, y dicho sistema es el que la Teoría Z nos ofrece.
-en cualquier caso es un sistema para conseguir la mejora personal, y mejorar siempre es positivo y posible." [Ibid., 167-168]

A continuación transcribimos, a modo de sugerencias prácticas, las acotaciones presentadas como objetivos reales y elegidos por las familias con el fin de ser desarrollados dentro de los círculos de control de calidad:

"1.- Cómo motivar a un hermano para que acepte las decisiones tomadas en los C-C de la familia.
2.- Medidas a tomar entre todos los miembros de la familia para bajar el recibo del teléfono.
3.- Decidir los domingos los programas de TV que se podrán ver durante la semana.
4.- Cómo transformar los encargos en colaboraciones voluntarias.
5.- Cómo ayudar al amigo de un hermano para que crea en Dios.
6.- Mejorar la piedad en familia.
7.- Conseguir voluntarios para limpiar los zapatos de todos.
8.- Ayudar a Juan a estudiar para aprobar las matemáticas.
9.- Crear un sistema de turnos para limpiar la vajilla de la cocina entre todos.
10.- Cómo ayudar al primo de Pedro que tiene malos amigos.
11.- Cómo organizarse en la casa en las ausencias de mamá.
12.- Cómo motivar a Sofía, 17 años, para que los viernes regrese pronto a casa." [Ibid., 169]

Los círculos C-C se presentan también como procedimientos útiles a fin de ayudar a la familia a mejorar alguna virtud:

"En este caso, es recomendable formar el círculo sólo por dos personas: papá o mamá y uno de los hijos.

Padre e hijo se propondrán mejorar los dos en una virtud, elegida previamente: el orden, la generosidad, la laboriosidad (estudiar más), la sinceridad...

Un buen objetivo es hablar una vez a la semana padre e hijo, y en la charla comentar las ventajas de esa virtud y marcarse metas concretas para los dos:
-Papá ordenará los cajones de su despacho.
-Lolita ordenará su armario de ropa.
Y a la semana siguiente se comprobará su cumplimiento y se fijarán nuevas metas...

Después de 6 u 8 semanas se cambiará de virtud.

El mejor ejemplo que pueden dar unos padres es el esfuerzo y la luchar por ser mejores". [Ibid., 169-170]

En definitiva, con los círculos de control de calidad se consigue canalizar las energías del grupo familiar a fin de poder ejercer control sobre cualquier conducta discrepante que en su seno se pueda presentar. Se trata, en definitiva, de otra manera de ejercer control autoritario con la apariencia de consenso.

A lo largo de este capítulo hemos querido ilustrar la manera en que este modelo opusiano de familia representa, en su sistema de relaciones, lo que ya definimos -al introducir el capítulo- como acciones orientadas o por las convicciones o por la responsabilidad, y la manera paradójica en que éstas se conjugaban. Las primeras son expresión de una organización tradicional, reaccionaria, y las segundas, moderna e innovadora. Con el caso de El despido hemos mostrado la forma de actuar cuando no se tienen en cuenta las consecuencias previsibles de una acción, sino el hecho de que éstas se adecuen a las convicciones. Por el contrario, con lo que se presenta como aplicación de la Teoría Z a la familia hemos constatado otra manera de obrar: una vez definidos los objetivos, ejecutar aquellas acciones que faciliten su consecución.

 

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