LOS HIJOS DEL OPUS: LA SOCIALIZACIÓN
DE LAS SEGUNDAS GENERACIONES DEL OPUS DEI
Autora: Esther Fernández Mostaza
Editorial: Mediterrania
CAPÍTULO VIII. El ejercicio
del rol dentro de la estructura familiar
1. Introducción
Cuando hablamos de roles nos referimos al papel que cada
persona juega en la sociedad, de la misma manera que un actor
juega o interpreta un determinado rol o papel sobre un escenario.
En función de esta similitud entre mundo teatral y
realidad cotidiana, el rol puede ser definido como "una
respuesta tipificada a una experiencia igualmente tipificada"
[Berger, Invitación a la sociología, 120];
y la tipología fundamental es la sociedad que la ha
definido previamente. En este sentido, se puede afirmar que
la sociedad es la encargada de suministrar el guión,
mientras que los individuos que la integran deben interpretar
los papeles que les han sido asignados en el reparto.
A pesar de la asignación social de roles, su ejercicio
está vinculado también a una cierta identidad.
Algunas identidades son perdurables y tienen una gran importancia,
otras no lo son tanto: es perdurable y tiene gran importancia
el hecho de ser mujer y no hombre, pero no tiene tanta importancia
ni es perdurable el hecho de ser cirujano o juez, por ejemplo.
Asimismo, esta característica de perdurabilidad no
nos puede hacer caer en el error: todas las identidades -incluso
la identidad de ser hombre o la de ser mujer- nos han sido
asignadas socialmente. Adquirimos unos roles sexuales y nos
identificamos con ellos de igual forma en que lo hacemos con
otros roles: el hecho de afirmar que "soy una mujer"
equivale a una afirmación de rol, de la misma manera
que el hecho de decir "soy médico". Es cierto
que se puede objetar que el sexo lo tenemos desde el nacimiento
-a diferencia del ejercicio de una profesión, que normalmente
se adquiere con los años-; sin embargo, existe una
gran diferencia entre el hecho de ser biológicamente
hembra o varón y el rol específico, socialmente
definido y, por tanto, relativo que supone la afirmación
"soy una mujer" o "soy un hombre".
a) Diferencias en el ser
Cuando en un texto, como el que presentamos a continuación,
el "ser" mujer se define con las características
de: "movimientos gráciles y suaves; humor variable;
influencia envolvente; actividades interdependientes; fuerza
intuitiva; interés por los detalles y lo actual, y
adaptabilidad constante" [Antonio Vázquez,
Matrimonio para un tiempo nuevo, colección "Hacer
Familia", n. 38 (Madrid: Palabra, 1993 7ª ed.),
60-61], la intención no es otra que la de identificar
el ejercicio de un rol -el de madre y esposa- con una realidad
biológica antes que con una realidad social. Lo mismo
ocurre con el hecho biológico de ser hombre (varón)
y el ejercicio del rol que por este hecho se debe interpretar,
caracterizándolo como un ser de "energía
concentrada; sensaciones fuertes; gestos bruscos y descuidados;
emociones profundas y estables; pasiones intensas; agresividad
y afán de mando; actividades disociadas; predominio
del raciocinio; interés por lo global y a largo plazo,
y tenacidad en las resoluciones" [Loc.cit.].
Estos dos fragmentos, extraídos de uno de los volúmenes
de la colección "Hacer Familia", muestran
la forma en que dos hechos como la masculinidad y feminidad
quedan identificados con dos sexos: macho y hembra. En otras
palabras: se relaciona masculinidad con sexo masculino y feminidad
con sexo femenino; haciendo de las diferencias de sexo, diferencias
de género (entendiendo género como "las
expectativas sociales sobre el comportamiento que se considera
apropiado para los miembros de cada sexo" [Giddens,
Sociología, 191]). Con esta clave que permite distinguir
entre, por un lado, atributos físicos a partir de los
cuales se diferencian hombres y mujeres y, por otro lado,
los rasgos socialmente formados de la masculinidad y feminidad,
es difícil quedar al margen de interpretaciones como
las siguientes:
"Con sólo asomarnos al texto más elemental
de psicología diferencial encontramos unos caracteres
distintos en el hombre y en la mujer. Así debe ser
y así debe continuar. Para que pueda existir armonía
y equilibrio entre los sexos es imprescindible que permanezcan
nítidas sus cualidades. Con su fina premonición
advertía Marañón hace muchos años
a los padres y educadores: "es preciso hacer hombres,
muy hombres a los hombres, y mujeres, muy mujeres a las
mujeres"." [Matrimonio para un tiempo nuevo,
61]
Una fórmula que continuamente se utiliza para justificar
una distinción clara entre las diferencias de "ser"
mujer y "ser" hombre es la de la complementariedad.
Es como si el hombre y la mujer fueran dos mitades que, para
formar una unidad perfecta, hubieran de estar nítidamente
diferenciadas: energía dispersa-concentrada, movimientos
gráciles-bruscos, influencia envolvente-agresividad.
Pero, además de complementarias, estas diferencias
en el "ser" se presentan como esenciales y superiores;
sobre éstas se sustentan las diferencias en lo que
se hace, y no sólo en lo que se hace, sino también
en lo que se siente. En realidad, se consigue transformar
en cualidades propias de cada uno de los sexos lo que no son
más que características definitorias en función
de las tareas que, tradicionalmente, se han asignado por un
lado a los hombres y, por el otro, a las mujeres. Y así
se puede afirmar:
"Un hombre tiene su energía vital concentrada
mientras que la mujer la tiene mucho más dispersa.
El hombre funciona por sacudidas, la mujer por constancia.
Así un hombre podrá cambiar en una mañana
todos los muebles de una casa para, a continuación,
sentarse a leer el periódico sin que nadie ose molestarle.
Una mujer puede estarse doce o quince horas con pequeñas
ocupaciones sin darse un respiro. El hombre hace una cosa
detrás de la otra y la mujer es capaz de hacer cinco
cosas a la vez, con el riesgo de dar tanta importancia a
los detalles que pierde lo esencial. Para la mujer todo
es urgente y muy pocas cosas son importantes. Nadie como
ella es capaz de resolver los acontecimientos imprevistos."
[Ibid., 64-65]
b) Diferencias en el hacer
Al leer el fragmento anterior, el interrogante que se abre
es si estas diferencias en el "hacer" entre hombre
y mujer provienen de las diferentes tareas asignadas socialmente
al hombre y a la mujer, o si, como nos quieren hacer ver en
el texto, se trata de capacidades con las cuales se nace para
hacer unas u otras. El hecho de hablar, por ejemplo, de la
capacidad improvisadora de la mujer, ¿tiene relación
con las tareas domésticas que se lo exigen, o con las
cualidades intrínsecas del "ser"?; y el hecho
de que una mujer pueda estar quince horas sin parar, ¿es
una adaptación a las necesidades del "hacer"
o, por el contrario, una capacidad innata? De hecho, lo que
hace el rol es proporcionar la pauta para actuar en el contexto
que socialmente se ha asignado tanto al hombre como a la mujer,
y así:
"El hombre alcanzado un éxito profesional se
asegura, se llena de fuerza y le desborda la satisfacción.
Lo da todo por lograr una meta, por el triunfo sobre una
dificultad. A la mujer le hace feliz la satisfacción
que su trabajo produce en los demás". [Ibid.,
67]
c) Diferencias en el sentir
Los roles, sin embargo, no sólo comportan determinadas
acciones sino que también condicionan y orientan las
emociones y las actitudes correspondientes. Por este motivo,
no sorprende encontrar entre los textos que analizamos un
fragmento como el que transcribimos a continuación
donde, primero, se define al hombre como "sectorial"
y a la mujer como "unitaria", argumentando después
esta diferencia:
"El hombre es más sectorial, y la mujer es
más unitaria. Expliquemos esta diferencia: la mujer
es más capaz de vivir la unidad de vida que el hombre.
Para éste el corazón está dividido
en compartimentos estancos Es capaz de llevar una vida profesional
brillantísima, mientras en sus relaciones sociales
es opaco, y en su vida matrimonial un desastre. Después
de una conversación animada con sus amigos de sus
mismas aficiones puede llegar a casa y no despegar los labios.
La mujer no, la mujer tiene su corazón como una espiral
que tiene su origen en el amor. Todo en su vida va maravillosamente
entrelazado formando una existencia única. Si ha
tenido un disgusto con su marido se le quemará el
souflé o no se enterará del litigio en el
trabajo profesional. Porque ella necesita un margen de holgura
y reposo para sedimentarse y madurar. Los acontecimientos
en su vida no están yuxtapuestos, necesita asimilarlos
para asumirlos e integrarlos a su proceso de madurez".
[Ibid., 71]
Y es que, a menudo, el rol nos acaba convirtiendo en aquello
que representamos. Así, la mujer puede nacer con un
nulo interés por las cosas pequeñas y sin esa
adaptabilidad constante que, según el texto, la caracteriza.
Pero, si las tareas que desarrolla se lo exigen, acabará
no sólo interpretando este papel de persona interesada
en los detalles y con capacidad para adaptarse a cualquier
situación, sino que interiorizará este rol y
"sentirá" conforme con el rol que interprete.
Al igual que ocurría cuando hablábamos de las
diferencias en el "ser" entre el hombre y la mujer,
también cuando nos referimos a las diferencias en el
"hacer" y en el "sentir" éstas
se presentan como complementarias, es decir: si él
tiene la energía vital concentrada, ella la tiene dispersa;
si él es más celebral, ella será intuitiva;
si él lo hace todo para vencer, ella lo hará
para gustar; si él es sectorial, ella será unitaria...
2. La reificación de roles
A lo largo de estas páginas -donde hemos presentado
lo que en la colección se interpreta como diferentes
maneras de ser, hacer y sentir entre el hombre y la mujer-
descubrimos en el orden en que las diferencias están
presentadas una actitud claramente reificadora. En vez de
partir de las diferencias en el "hacer" para después
descubrir las implicaciones que eso puede tener tanto en la
construcción de géneros como en las transformaciones
psicológicamente lógicas en el "sentir"
(en un ejercicio de adaptación al rol), se empieza
por las diferencias en el "ser" presentándolas
como intrínsecas a cada sexo -dadas por la naturaleza-,
justificando de esta manera las diferencias tanto en el "hacer"
como en el "sentir".
En el libro La construcción social de la realidad
de Berger & Luckmann, los autores introducen el concepto
de reificación para responder a la cuestión
de, hasta qué punto, se toma un orden institucional
-en todo o en parte- como una facticidad no creada por el
hombre. La reificación es, para los autores, "la
aprehensión de los fenómenos humanos como si
fueran cosas, es decir, en términos no humanos o quizá
suprahumanos. Se podría afirmar igualmente que la reificación
es la aprehensión de los productos de la actividad
humana como si fueran más que productos humanos: hechos
de la naturaleza, efectos de unas leyes cósmicas o
manifestaciones de la voluntad divina." [Berger &
Luckmann, La construcció social de la realitat, 129]
Con este concepto se quiere expresar, en primer lugar, que
el hombre es capaz de olvidar su condición de autor
del mundo humano; y, en segundo lugar, que la conciencia pierde
de vista la relación dialéctica existente entre
el productor, que es el hombre, y sus productos. "El
mundo reificado es, por definición, un mundo deshumanizado,
que el hombre vive como facticidad que le es ajena; un opus
alienum sobre el que carece de control, en vez de un opus
propium fruto de su propia actividad productiva." [Loc.cit]
Es así cómo la relación entre el hombre
y su mundo (el mundo que él ha fabricado) queda invertida
en la conciencia: el hombre, productor de un mundo, aparece
como si fuera un producto, mientras que la actividad humana
aparece como fenómeno resultante de unos procesos no
humanos. En este sentido, las significaciones humanas dejan
de ser percibidas como creadoras y pasan a ser percibidas
como productos de la "naturaleza" o de las cosas.
Paradójicamente, el hombre construye una realidad que
termina negándolo como su creador.
De la misma manera que puede haber aprehensión reificada
del orden institucional en su conjunto, también puede
haberla de determinados segmentos de aquél. Pensemos,
por ejemplo, en el matrimonio; se puede reificar el matrimonio
diciendo que "es un invento divino", con lo cual
se pierde de vista que el matrimonio es siempre una producción
humana. Percepción que podemos ver claramente expresada
en la siguiente cita: "El hombre y no otro, esa mujer
y no otra, forma parte de un querer divino. Dios, desde toda
la eternidad, tenía previsto que nos acompañara
en nuestro caminar terreno, y en ella/él y con ella/él,
encontrar la senda de la felicidad." [Matrimonio para
un tiempo nuevo, 92]
Y no sólo el matrimonio, sino también las decisiones
conyugales como por ejemplo el número de hijos:
"¡Desmemoriados! ¿Por qué esa
negligencia en recordar los gritos de Dios: "Creced
y multiplicaos" y "llenad la tierra"? Crecer,
multiplicarse y llenar la tierra de cristianos es una bendición
y un mandato de Dios a los que -por vocación divina-
habéis sido llamados al matrimonio. [...] Vosotros
ponéis el cuerpo, y Dios completa vuestra función
creando un alma distinta para cada hijo. Sois como partícipes
de aquella potencia de Dios con la que creó al hombre
del barro." [Jesús Urteaga, Dios y familia,
colección "Hacer Familia" n. 11 (Madrid:
Palabra, 1992), 44]
De forma parecida a cómo puede haber aprehensión
reificada del orden institucional, la misma identidad (tanto
propia como de los demás) puede también quedar
reificada. En estos casos tiene lugar una absoluta identificación
del individuo con las tipificaciones que le han sido socialmente
asignadas; es cuando el individuo termina por convertirse
en estereotipo, en aquello que representa.
Al igual que las instituciones y la propia identidad, también
los roles se pueden reificar. Cuando un rol se reifica, el
sector del autoconsciente que ha quedado objetificado en el
rol es vivido también como un destino inevitable, ante
el cual el individuo puede dejar de sentirse personalmente
responsable. Es cuando se olvida que uno se encuentra interpretando
un papel; que hay una distancia entre el ejercicio del rol
y la persona que lo interpreta; que, en definitiva, nos podemos
salir de las pautas que marca el guión. No es menos
cierto, sin embargo, que el ejercicio del rol obligará
más cuanto más pequeña sea la distancia
entre el ejercicio del rol y la persona que lo interpreta.
Como afirman Berger & Luckmann:
"Todo comportamiento institucionalizado implica unos
roles, lo cuales comparten, por tanto, las características
coercitivas de la institucionalización. Cuando los
actores quedan tipificados como realizadores de roles, su
comportamiento adquiere automáticamente un carácter
de obligatoriedad. La sumisión y la desobediencia
a las pautas socialmente definidas de un rol dejan de ser
una cuestión de gustos, aunque obviamente la gravedad
de las sanciones pueda ser diferente según los casos".
[Berger & Luckmann, La construcció social
del la realitat, 109]
Querríamos poner punto final a este apartado sobre
la reificación con un texto que en dos párrafos
ejemplifica la manera en que el rol de la mujer puede ser
reificado:
"No se piense que esos valores femeninos, esa peculiar
dignidad de la mujer es algo simplemente de carácter
psicológico, de formas de conducirse (como una fenomenología)
que pudiera de algún modo explicarse mediante modelos
educativos o usos y costumbres. Es algo de carácter
ontológico. No se trata de que la mujer se muestre
así. Se trata de que la mujer es así. Y es
su ser propio, tal como Dios se lo participa, lo que señala
su deber ser, lo peculiar de su norma ética, su identidad
reconquistada en la verdadera conciencia de lo que es, y
en el querer libremente obrar como tal: en el ser amable
precisamente porque ama y en su amor se da, porque el amor
es don de sí. El verdadero amor no es posesión
(ni antes apetencia), sino entrega. Por eso vengo afirmando
que la feminidad expresa de modo más patente el carácter
amoroso de la criatura personal.
Tenemos necesidad de esa expresión y de ese testimonio
visible, para reconocernos como fruto y término del
Amor creador divino. La mujer tiene que hacerse presente
en el mundo como mujer, aportando toda la riqueza de su
feminidad, que es su fuerza moral. Los hombres todos -tanto
varones como mujeres- hemos sido confiados por Dios a la
mujer (Juan Pablo II), y no principalmente en el orden biológico,
sino fundamentalmente en el psíquico y en el espiritual."
[Carlos Cardona, Ética del quehacer educativo
(Madrid: Rialp, 1990), 145-146]
En este texto el autor inicia su discurso hablando de las
diferencias en el "ser" con el fin de presentar
como innatas o dadas por la naturaleza (*) unas características
o, como dice el texto, "peculiaridades" que se atribuyen
a la mujer. Estas características, a la luz de la reificación,
habrá que interpretarlas como el resultado de las diferencias
en el ejercicio de los roles.
(*) [De hecho, la reificación es la acción
de convertir algo en cosa, o de concebirlo en analogía
con la naturaleza y estructura de las cosas]
3. La aprehensión de un rol
Ya hemos visto, al comenzar este apartado sobre el sistema
de roles dentro de la estructura familiar, que el rol de madre,
dentro del modelo de familia que caracterizamos, exige de
la mujer "adaptabilidad constante", "influencia
envolvente" y "energía dispersa", y
que como madre simbolizaba el papel de "guardiana de
valores". El concepto de la reificación nos ayuda
a descubrir que si se empieza por unas diferencias en el "ser"
como las descritas es porque en estas diferencias se pueden
justificar las otras (diferencias en el "hacer"
y en el "sentir"). En otras palabras: se toma como
base sustentadora de las diferencias en el ejercicio de los
roles unas diferencias que se presentan como dadas por la
naturaleza (o por Dios), no como diferencias construidas y
promulgadas por sus actores, con lo cual el ejercicio del
rol acaba significando la identificación total con
él.
Una vez interpretadas como reificadas las diferencias en
el ejercicio de roles, nos centraremos en las diferencias
en el "hacer" presentadas en la colección
a fin de comprobar que lo que hacemos no es única ni
principalmente herencia del ser; al contrario, es aquello
que hacemos lo que acaba convirtiéndonos en lo que
somos. Con la intención de probar que acabamos convirtiéndonos
en lo que representamos, permutaremos lo que se muestra como
diferentes maneras de hacer entre mujeres y hombres, otorgando
a la mujer lo que se presenta como maneras de "hacer"
del hombre. Imaginemos la siguiente descripción:
La mujer tiene su energía vital concentrada. [...]
funciona a sacudidas. [...] hace una cosa detrás
de otra. Es más celebral [que el hombre], su pensamiento
discierne de manera lineal planteándose unas premisas
y llegando a sus conclusiones. No es capaz mover un dedo
si no sabe por qué. A la mujer le interesan los datos
concisos con el menor número de adornos. Le atraen
las ideas: son su motor. No obstante, como sabe moverse
muy bien en el mundo de las abstracciones, puede confundir,
a veces, ideas y realidad. La mujer se siente atraída
por la magnificencia, por la causa a la que es preciso servir.
La realidad inmediata le sirve menos que las grandes corrientes
de pensamiento y que sus perspectivas de futuro. Aunque
no desarrolle una actividad intelectual, desea conocer por
dónde va el mundo. La mujer, cuando consigue éxito
profesional, se asegura, se llena de fuerza y la satisfacción
la desborda. Lo da todo por conseguir una meta, por un triunfo,
sobre una dificultad.
Lo que queremos demostrar con este ejercicio de permutación
es que las diferencias en el hacer entre el hombre y la
mujer no son herencia del "ser", sino exigencias
del rol o papel que cada uno juega dentro de la sociedad
y de la familia. Ser celebral, interesarse por los datos
concretos, llenarse de fuerza y satisfacción cuando
se consigue éxito profesional... son cualidades del
"ser" difíciles de conjugar con la responsabilidad
de educar los hijos y de "dirigir" las tareas
del hogar. Así, la descripción que hemos presentado
sólo puede cuadrar con un modelo de mujer, casada
o no, que ejerza una profesión fuera del ámbito
familiar, fuera del hogar, tal como puede hacer el hombre.
Por otro lado, al preguntarnos cuáles son estos
roles que hacen del ejercicio del "hacer" de mujer
la adquisición de ciertas cualidades que se presentan
como intrínsecas al "ser", encontramos
una aproximación en el siguiente texto: una carta
que supuestamente una mujer envía a quien fue su
prometido.
"Tú sostienes que el marido puede cuidar del
bebé, hacer la limpieza de la casa y llevar la cocina
exactamente igual que la mujer. Falso. Una vez más
pasas por alto la naturaleza de las cosas. Te olvidas de
que todo el ser de la mujer está marcado con el sello
de la maternidad, que le confiere una especial disposición
física y psíquica tanto para el cuidado de
los bebés como para el cuidado de la casa.
Yo soy una mujer que trabaja fuera del hogar y una convencida
que las mujeres estamos capacitadas para dirigir empresas
e intervenir en política. Y lo podemos hacer tan
bien como el varón. Pero, tanto la mujer que se dedica
a la investigación, como la que dirige una empresa
o se dedica a la política no deja de ser mujer y,
por consiguiente, sigue poseyendo unas aptitudes especialísimas
y únicas para cuidar a los hijos y llevar la responsabilidad
del hogar. Que los hombres podéis -y debéis-
ayudar a la mujer en estos cometidos es otra cuestión.
Pero debe quedar claro que tanto en el cuidado del hogar
como en el cuidado de los hijos pequeños, la mujer
debe llevar la dirección y el marido, en esos cometidos,
no es más que un subordinado de la esposa.
Sé que el reconocimiento de la superioridad de la
mujer hiere el amor propio de muchos varones. Pero es la
naturaleza la que hace que las cosas sean como son. (...)
Sé que gran parte de las muchachas de ahora no saben
freír un huevo ni cuidar un bebé. Que aprendan.
Y que los hombres aprendan a ser simples colaboradores de
su mujer en estas tareas." [Ramón Montalat,
Los novios. El arte de conocer al otro, colección
"Hacer Familia" n. 18 (Madrid: Palabra, 1993),
47-48]
En esta carta encontramos expresado con claridad lo que ya
hemos comentado sobre la reificación cuando se afirma
que "es la naturaleza la que hace las cosas como son",
confiriendo a la mujer especial disposición tanto física
como psicológica para cuidar de los hijos y llevar
la "dirección" del hogar. Y es precisamente
esta equiparación terminológica del trabajo
en el hogar con el mundo profesional lo que permite redefinir,
en nuestros días, el papel de la mujer casada y con
hijos.
Este intento de matizar con profesionalismo la labor de la
mujer casada y con hijos dentro del hogar, queda claramente
ejemplificado en el texto siguiente donde se equipara la labor
de la madre de familia numerosa con la de los educadores:
"-Perdone que insista en el mismo tema: por cartas
que llegan a la redacción, sabemos que algunas madres
de familia numerosa se quejan de verse reducidas al papel
de traer hijos al mundo, y sienten una insatisfacción
muy grande al no poder dedicar su vida a otros campos: trabajo
profesional, acceso a la cultura, proyección social...
¿Qué consejos daría usted a estas personas?"
A esta pregunta, recogida en el libro Conversaciones con
Monseñor Escrivá de Balaguer, Mons. respondió:
"-Pero, vamos a ver: ¿qué es la proyección
social sino darse a los demás, con sentido de entrega
y de servicio, y contribuir eficazmente al bien de todos?
La labor de la mujer en su casa no sólo es en sí
misma una función social, sino que puede ser fácilmente
la función social de mayor producción.
Imaginad que esa familia sea numerosa: entonces la labor
de la madre es comparable -y en muchos casos sale ganando
en la comparación- a la de los educadores y formadores
profesionales. Un profesor consigue, a lo largo quizá
de toda su vida, formar más o menos bien a unos cuantos
chicos o chicas. Una madre puede formar a sus hijos en profundidad,
en los aspectos más básicos, y puede hacer
de ellos, a su vez, otros formadores, de modo que se cree
una cadena ininterrumpida de responsabilidad y de virtudes."
[Conversaciones, n. 89]
4. El uso diferenciado del espacio y el valor diferenciado
del tiempo, según los roles
"Cuando una mujer se queja de que el hombre no cuenta
en casa sus problemas profesionales no ha caído en
la cuenta de que ése es un compartimento estanco
para él. Además no sabe expresarse, habla
con monosílabos o frases sin sentido concreto.
La mujer necesita hablar de lo que ha hecho. Sea cual sea
el precio de las tarifas telefónicas, es comunicativa
y expresiva. Está deseando que el marido llegue a
casa para contarle las "cosas" de los niños,
de los vecinos, de los parientes. Le gustaría que
su marido expresase más satisfacción por esa
comida, aquella flor y traduce -con un mal diccionario-
la falta de delicadeza como la falta de cariño".
[Matrimonio para un tiempo nuevo, 98]
Con esta cita queremos mostrar que el rol no sólo
asigna manera de hacer, sino que también delimita los
espacios donde se interpretan los roles. Nos sirve también
para observar la diferente manera de representar el espacio
y el valor también diferente del tiempo según
los roles de mujer y hombre. Veámoslos con mayor detenimiento:
a) La madre: alma de la casa (*)
(*) ["Tu casa: El descanso del guerrero. Si eres
una madre que está dedicada a su organización,
en cuerpo y alma, esperas con alegría la llegada de
tus hijos del colegio y de tu marido del trabajo. Llénalos
de sabor de hogar [...]". [Ana Sánchez, Experiencias
de una madre, colección "Hacer Familia" n.
44 (Madrid: Palabra, 1994), 141-142] ]
En este fragmento, a pesar de querer mostrar las diferentes
maneras de expresarse, de comunicarse, entre hombre y mujer,
podemos descubrir los diferentes espacios que mujer y hombre
ocupan: dentro del hogar y fuera de él, respectivamente.
En el texto citado resalta la manera en que el hogar se presenta
como el lugar a donde llega el marido, convirtiéndose
en el espacio central de la mujer que le espera "para
contarle las cosas de los niños, de los vecinos, de
los parientes". Y si volvemos a las características
del "ser" donde se distinguía entre la "influencia
envolvente" de la mujer, y la "agresividad y afán
de mando" del hombre [Matrimonio para un tiempo nuevo,
61], ¿en qué otro sitio se puede tener influencia
envolvente si no es dentro del hogar?; además, la agresividad
y el afán de mando, ¿no son propios del competitivo
mundo profesional? En este sentido, encontramos un ejemplo
significativo cuando -en el mismo apartado de las diferencias
en el "ser" entre hombre y mujer- al definir el
papel de madre y padre se usan las expresiones de "guardiana
de valores" para la mujer y "arquitecto del mundo"
para el hombre [Loc.cit].
Esta distinción espacial entre lo que se considera
espacio "natural" de la mujer frente al espacio
del hombre, se hace todavía más evidente cuando
se habla del trabajo fuera de casa:
"Pocos temas han hecho correr tantos ríos de
tinta como éste. Desde los que piensan que el único
lugar de la mujer es el hogar y el único trabajo
las labores de la casa, hasta los que exigen relevar a la
mujer de su esclavitud y situarla en plena calle, único
sitio donde realizará su proyecto.
Para poder enfocar el problema con un mínimo de sosiego
pienso que sería conveniente aclarar unas cuantas
ideas: No hay por qué contraponer el trabajo en casa
y fuera de ella.
Son realidades perfectamente compatibles cuando se saben
centrar las cuestiones.
El trabajo de la casa, las labores del hogar son también
un trabajo profesional que exige preparación, esfuerzo
y maestría.
Es cierto que hay momentos en que puede plantearse esta
disyuntiva. Cuando esto ocurra -que debe ser excepcional-,
la mujer y el marido tienen que tener la suficiente serenidad
de juicio para aceptar la realidad y lograr esa compatibilidad
de trabajos con el viejo refrán que dice: lo mejor
es enemigo de lo bueno." [Ibid., 135]
En este fragmento queda claro que cualquier trabajo fuera
del hogar para una mujer casada se contempla como una situación
excepcional y en cualquier caso, continúa el texto,
"habrá que estar muy en guardia para que la situación
no se prolongue demasiado pues el peligro de esquizofrenia
-doble vida- es eminente. Cuando mejora la situación
económica que provocó ese estado de excepción,
habrá que saber cortar". [Ibid., 136]
En situaciones que son excepcionales, el trabajo de la mujer
fuera del hogar se presenta como una opción que queda
abierta para cuando los hijos sean mayores:
"[...] en la vida de una persona suele haber tiempo
para descansar, tiempo para trabajar en ocupaciones exteriores,
tiempo muy propio de la familia. Por ejemplo, los primeros
años, a pesar de las estrecheces económicas,
son muy importantes para que la mujer se centre en la casa
en su recién estrenada maternidad. Ya habrá
tiempo de todo... Es importantes sobre todo en los trabajos
intelectuales, que la mujer no pierda "el paso"
profesional por tener que dedicarse más al hogar.
Será el momento de buscar contratos aislados sobre
pequeños trabajos, suscribirse a publicaciones, etc.;
que las permita mantener ese necesario contacto. De lo contrario,
pasado el tiempo, puede necesitar un esfuerzo desproporcionado
par volver a situarse en su nivel." [Ibid., 137-138]
Situación expresada también es este otro fragmento:
"Ernesto y Laura se complementan muy bien. Ambos son
muy serenos y sonrientes. Él acaba de rebasar los
cuarenta años. Ella algo menos. Laura, después
de todos estos años dedicada a tiempo completo a
la dirección del hogar, proyecta hacer unas oposiciones.
Ernesto no está muy convencido de su proyecto."
[Gerardo Castillo Ceballos. Preparar a los hijos para
la vida, colección "Hacer Familia" n. 16
(Madrid: Palabra, 1993), 181]
En cualquier caso, y como deja claro el texto que transcribimos
a continuación, nunca faltan argumentos para presentar
la esfera familiar como el espacio de la mujer madre y esposa:
"Todavía recuerdo a una mujer que había
logrado una brillante situación profesional. Un fin
de semana su marido ingresó en un hospital, donde
estuvo tres meses, como consecuencia de un acción
de automóvil. Inmediatamente solicitó una
excedencia. No sabía cuánto podía durar,
pero estaba claro que, en aquel momento, su trabajo profesional
más brillante estaba junto a su marido". [Matrimonio
para un tiempo nuevo, 137-138]
Lo que no sabemos es cuál habría sido la reacción
del marido en caso contrario. ¿Estaría igualmente
claro que "su trabajo profesional más brillante"
estaba junto a su esposa?
b) El padre: líder de los hijos (*)
(*) ["Tú, padre, en esta edad -de 0 a 8 años-
juegas un papel protagonista. Tienes que aparecer con fuerza
en la vida del niños, impulsándolos hacia delante.
[...] Tu hijo tiene los ojos puestos en ti, por eso tienes
que llegar a ser su verdadero líder." [Experiencias
de una madre, 125]]
Relacionada con la diferenciación según los
roles en el uso del espacio, también encontramos diferencias
entre el rol de la mujer y el del hombre en relación
al valor del tiempo: el tiempo del hombre en el papel de padre
es un tiempo escaso y, como tal, valioso; valioso porque lo
intercambia por dinero y escaso porque es un tiempo fragmentado
entre diferentes ámbitos u ocupaciones fuera del hogar,
lo cual le permite distinguir entre dentro y fuera. Por el
contrario, el tiempo de la mujer en su rol de madre-esposa
es un tiempo consagrado a los demás; un tiempo ajeno
del que difícilmente puede disponer en beneficio propio.
Además, al no haber intercambio económico por
lo que la mujer realiza en beneficio de la familia, este tiempo
dedicado a los demás carece de valor. Corroboraría
esta afirmación el siguiente fragmento, presentado
como sugerencias para mejorar la relación del padre
con los hijos:
"Con frecuencia, hablando con padres, les he propuesto
una técnica o habilidad para mantener constantemente
esta actividad de interés. No es fácil de
hacer.
Se trata de revisar y comentar con el niño, de tú
a tú, sin otros testigos, cada quince días
-mejor cada semana- los trabajos realizados en cuadernos,
cuadernillos o libretas.
Aunque algunas veces lo haga la madre, insisto en que es
de mucha más eficacia si lo hace el padre. Con ello,
se consigue que el niño vea que el interés
del padre no es teórico o limitado a preguntas más
o menos vagas sobre lo que hace; el niño ve que su
padre, hombre muy ocupado y expeditivo, dedica a su hijo
o hija una parte de su valioso tiempo.
La figura y personalidad del padre se engrandece ante la
mirada llena de gratitud del hijo. Si esta actividad se
realiza con naturalidad, es decir, sin juzgar, sino observando
e interesándose realmente por todo, no por los fallos,
conseguimos que aprenda a ser más sincero, a mostrarse
como es realidad; nos engañará menos.
Por lo general cuando hay desinterés o sólo
preocupan los errores se produce la actitud de rechazo del
niño, y procura engañar, de modo más
o menos consciente.
Este trabajo es eficaz, porque fuerza, sin violencia, a
que un niño se esmere y mejore en sus trabajos y
estudios, pues desea con ilusión ofrecer algo que
merezca la pena. Entonces digo que este niño o niña
ha encontrado a su verdadero líder." [Juan
Valls Julià, El desarrollo total del niño,
colección "Hacer Familia" n. 41 (Madrid:
Palabra, 1993 2ª ed.), 46-47]
Encontramos otro ejemplo muy claro en unas recomendaciones
o, como dice el autor del libro, "acciones positivas"
que se presentan con la finalidad de poder mejorar, dentro
del ámbito familiar, el ejercicio de confianza en uno
mismo. Así, el título del capítulo es
elocuente: "Hazlo y podrás. Si lo intentas, podrás".
Entre estas acciones positivas, destacamos:
-Cuantos más hermanos y hermanas mejor; siempre
que se asegure la relación personal, a solas, con
el padre.
-Estar algún tiempo a solas con cada hijo, en particular
el padre.
-El ejemplo de la madre le ayudará -más que
el padre- a ser una persona buena.
-La madre no debe forzar al niño o a la niña,
p. ej.: "Estoy segura de que eres capaz de algo grande."
Esto lo hace el padre, individualmente, a solas, con un
afecto especial y con una seriedad también especial.
-La madre ha de mantener siempre la confianza en cada uno
de sus hijos. Su vanidad en falsos valores del hijo acaba
destruyendo a éste. [Ibid., 127-128]
Resulta evidente que este diferenciado valor del tiempo según
el ejercicio de uno u otro rol, la mujer y el hombre -en sus
roles de madre y padre- acabarán por asimilar un uso
y un valor del tiempo distinto; y es evidente también
que los hijos y las hijas tenderán a reproducirlo.
Esta distinción queda expresada con claridad en los
textos que transcribimos a continuación. El primero
sitúa a las hijas grandes, en ausencia de la madre,
como "subdirectoras del hogar" [Preparar a los
hijos para la vida, 182]; el segundo presenta una serie
de actividades para un hijo adolescente con el fin de introducirlo
en el mundo profesional.
Dos subdirectoras del hogar
Ernesto y Laura se casaron hace dieciséis años.
Sus hijos se llaman Celia (14 años), María
del Carmen (13), Margarita (10) y Luis (10).
Laura ha puesto empeño en tener una cocina amplia,
funcional y bonita, que permita cocinar y convivir. Y un
salón, también grande, que facilite la convivencia.
Mli, además, puede organizar tertulias con grupos
de amigas.
Ernesto y Laura se complementan muy bien. Ambos son muy
serenos y sonrientes. Él acaba de rebasar los cuarenta
años. Ella algo menos. Laura, después de todos
estos años dedicada a tiempo completo a la dirección
del hogar, proyecta hacer unas oposiciones. Ernesto no está
muy convencido de este proyecto.
¿Qué pretenden de sus hijos? Que sean consecuentes
con sus ideas claras. Y que sean buenos cristianos. Rezan
con ellos. Por la noche, les enseñan a los pequeños
a hacer un breve examen de conciencia. Los domingos van
a Misa con ellos. Les enseñan a ser agradecidos.
Por otra parte, estos hijos colaboran mucho en el hogar.
Las dos mayores son unas buenas subdirectoras del hogar.
De modo que Laura puede ir delegando mucho en ellas. Se
ocupan, especialmente, de sus hermanos pequeños,
Margarita y Luis.
Un día llegó Ernesto un poco tarde, casi
a la hora de cenar. Y le propuso a Laura irse los dos solos
a cenar con unos amigos. Ella dijo que no podía.
Pero fue Celia quien se tomó la iniciativa:- "Mamá,
vete, porque nunca sales con papá. Y te aireas. Ya
nos encargaremos nosotras de las cenas y todo lo demás."
Y muy bien, ¡perfecto!
Ese es uno de los objetivos de Laura con sus hijas mayores:
prepararlas para saber llevar una casa; enseñarlas
a valorar el trabajo de casa; hacer de ellas, actualmente,
dos buenas subdirectoras del hogar y de paso, hacer algo
que no es muy corriente: educación femenina. Y les
ayuda a hacer compatibles sus responsabilidades hogareñas
y sus responsabilidades de amistad? [Ibid., 181-188]
***
Que [los hijos] sean buenos profesionales
Los estudios de los hijos serán una oportunidad
magnífica para desarrollar virtudes humanas como
la laboriosidad, el orden o la perseverancia.
Es conveniente que la colaboración de los hijos
no se reduzca al trabajo doméstico o del hogar, sino
que, por el contrario, se refiera también al trabajo
profesional de los padres. Esto será más factible
cuando llegan a la adolescencia, pero de algún modo
puede comenzar también antes. Los padres pueden pedir
a sus hijos:
- Comprensión ante las ausencias justificadas del
hogar por motivos de trabajo;
- consejo y sugerencias ante ciertas dificultades profesionales;
- ayuda material (que variará según la edad
de los hijos y el tipo de trabajo).
Pero para que ello sea posible es necesario que los padres
hablen en casa de su propio trabajo de un modo habitual,
de forma que sea un tema de conversación de la familia.
También es importante que los padres hablen de su
trabajo con agrado, sin quejarse del mismo. En la época
adolescente cobra también pleno sentido que los padres
aprovechen todas las oportunidades para poner a sus hijos
en contacto con la realidad laboral. Ello les servirá
tanto para conocer diferentes situaciones y experiencias
de trabajo como para ampliar su conocimiento de las distintas
profesiones (esto último facilitará la posterior
elección de profesión).
Este objetivo puede lograrse proponiendo a los hijos que
conozcan el lugar de trabajo de sus padres: dónde,
cuándo y cómo trabaja; en qué consiste
su profesión, etc. Los padres pueden hacer de guías
dc sus hijos en esa experiencia y pueden también
comentar con ellos en casa lo que han observado. Del mismo
modo, los padres pueden facilitar el que sus hijos se pongan
en contacto con profesionales amigos.
En íntima relación con este planteamiento
está la posibilidad de que los hijos estudiantes
ocupen su tiempo de vacaciones en algún trabajo profesional.
Es verdad que en la época actual no es nada fácil
encontrar un empleo fijo, pero, en cambio, existen muchas
oportunidades para trabajos ocasionales: repartir correspondencia;
cuidar ni ños; dar clases particulares a estudiantes
más pequeños; vender libros a domicilio, etc.
Estas ocupaciones permitirán a los hijos obtener
experiencias de trabajo difcrentes de las del estudio; entrar
en contacto con otro tipo de personas; contribuir de algún
modo a sacar adelante el presupuesto familiar, etc. [Ibid.,
218-221]
Finalmente, para terminar este capítulo dedicado al
sistema roles dentro de la estructura familiar, queremos resumir
lo que puede ser definido como el rol o papel que la mujer
y el hombre, respectivamente, juegan en sus papeles de madre-padre
y esposa-esposo en este modelo de familia que estamos caracterizando.
Para ello, usaremos un concepto que aparece en un libro publicado
en los años 50 que tiene el elocuente título
de L'etern masculí (*) donde podemos leer que
"la mujer, por su propia constitución, es profundamente
sensible, alterocentrista, es decir que todo lo desea para
sus seres queridos" [Llucieta Canyà, L'etern
masculí (Barcelona: 1957), 297]. En cambio, "el
padre es la fuerza centrífuga de la vida, el motor
que hace funcionar el barco de la economía familiar;
el camino desbrozado para ir por el mundo" [Ibid.,
296]. Estas dos expresiones -alterocentrista, ella, y
fuerza centrífuga, él- pueden sintetizar lo
que con los textos de la colección "Hacer Familia"
hemos querido representar como el sistema de roles dentro
del modelo opusiano de familia.
(*) De hecho, este libro es deudor de otro anterior titulado
L'etern femení y que, como se explica en la
contraportada: "Después de L'etern femení,
ninguna chica ni ninguna mujer no pueden dejar de consultarlo
de vez en cuando para hacerse cargo de la gran responsabilidad
que tiene la mujer en este mundo. [...] Este nuevo libro [L'etern
masculí] no quiere destruir nada, ni retractarse
de lo dicho en L'etern femení, sino al contrario: viene
a completar las mutuas responsabilidades, tan necesarias en
esta época difícil, para que el hombre comprenda
muchas cosas que, hasta ahora, por cualquier motivo, no había
comprendido, sea por comodidad, sea por egoísmo o por
inercia..."
(N.T.: En castellano, como se podrá imaginar, los títulos
de los libros serían: "Lo eterno masculino"
y "Lo eterno femenino").
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