TRAS EL UMBRAL, UNA VIDA EN EL OPUS DEI.
Carmen Tapia
CAPITULO VII: VENEZUELA
(primera parte)
De Roma salimos Lola de la Rica y yo con Carmen Berrio que iba
a Colombia. El 23 de septiembre de 1956, pues, dejamos Roma,
no sin antes haber escrito a nuestras familias en España
comunicándoles nuestro nuevo destino en Venezuela; y
Carmen el suyo, en Colombia.
Llegamos a Barcelona las tres, justo el 24 de septiembre,
festividad de Nuestra Señora de la Merced, patrona
de Barcelona. Era por tanto fiesta. Fuimos a "Monterols",
la administración donde yo había vivido por
varios meses hacía años, y la primera impresión
que tuve esta vez fue que la casa parecía vieja. Posiblemente
por contraste con el estilo romano a que me había acostumbrado.
Conocía a algunas numerarias de las que vivían
allí, pero había otro grupo nuevo para mí,
muchas de ellas vocaciones recientes. Me dio alegría
volver a encontrarme con Mercedes Roig, quien me dijo que
su hijo numerario, Barto Roig, estaba también viviendo
en Caracas y trabajando como ingeniero en una fábrica
de textiles, "Textilana", que era de la familia
de otro numerario catalán que también estaba
destinado en Caracas.
Como llegamos por tren a mitad de tarde, nos acompañaron
a oír misa a una iglesia pública. Todas las
numerarias, al regresar a la casa, querían que les
contásemos cosas del Padre y de Roma. Había
que comprender que para ellas era como si Lola, Carmen y yo
regresáramos de la Meca, pero estábamos tan
rendidas que hablamos muy poco y pedimos, en cambio, que nos
dejaran por favor ir a dormir.
Al día siguiente, Lola de la Rica y Carmen Berrio
se fueron bastante temprano hacia Bilbao, ya que en Las Arenas
vivía la familia de Lola y la de Carmen en Bilbao,
y tenían que despedirse de todos ellos. Como mi tren
no salía hasta la noche, antes de salir hacia Madrid,
fui al santuario de Nuestra Señora de la Merced. Personalmente
siempre me gustó esa advocación de la Virgen.
Recuerdo que le pedí ayuda a la Virgen porque estaba
asustada de ir nada menos que de directora regional a un país
que no conocía. Sólo tenía ideas acerca
del funcionamiento en sí de la Escuela Hogar "Etame"
por la información que el doctor Moles nos entregó
en Roma. Información que me leí a fondo. El
nombre de las alumnas me llamaba la atención: frente
a la costumbre española de poner el nombre de la Virgen
ante otro cualquiera: María Lourdes, María Pilar,
por ejemplo, había leído en las listas de esa
Escuela Hogar nombres como Eva Josefina, Julia Josefina, etc.
Por otra parte me había dado cuenta de que las preguntas
que les hacían a las alumnas en los exámenes
de la clase de religión eran curiosísimas y
denotaban muy escasa formación religiosa. Por ejemplo:
"Si alguien se muere, ¿qué es mejor, poner
dos velas a un santo u ofrecer una misa por su alma?"
Tenía gran confusión de ideas. Lo mismo con
el clima. Respecto a la geografía del país sabía
lo básico, pero respecto a la historia muy poco. Le
pedí a la Virgen que de verdad me ayudara y me guiara.
Al llegar a Madrid fui a vivir a la casa de la Asesoría
Regional de España, que estaba ubicada en una parte
del edificio de la Escuela de Arte y Hogar "Montelar",
en la calle de Serrano y a media cuadra de la casa donde vive
mi familia.
Tanto Crucita como Marisa Sánchez de Movellán
y especialmente María Ampuero estuvieron muy cariñosas
conmigo. Se ocuparon desde revisarme el ropero y suplirme
de lo que ellas pensaban podía necesitar, hasta de
darme permiso especial para que pudiera visitar a mi familia
en la forma que mejor creyera. Me dijeron que hacía
muchos años que no los veía y que tanto a ellos
como a algunas de mis amigas les tenía que dejar el
mejor recuerdo antes de irme de España para siempre.
Me indicaron que me pusiera de acuerdo con las superioras
para explicarles dónde pensaba ir cada día.
Esto no pasaba frecuentemente ni mucho menos en el Opus Dei
y se lo agradecí de verdad.
A las pocas horas de haber llegado, me dijo Crucita, la directora
regional de España, que don Antonio Pérez Tenessa
quería hablar conmigo. Don Antonio Pérez era
entonces el sacerdote secretario general, es decir, el superior
inmediato a monseñor Escrivá. Me dijeron Crucita
y Marisa que María Ampuero me acompañaría
a esa visita. La verdad es que ninguna sabía la razón
por la cual don Antonio quería verme.
Quedaron de acuerdo en que aquella tarde iríamos a
"Lagasca", desde donde subimos al comedor de Diego
de León, 14, María Ampuero y yo.
Yo siempre había tenido por don Antonio, como dije
al hablar de "Molinoviejo", no sólo un gran
respeto y admiración, sino un auténtico cariño.
Me parecía una persona muy veraz y muy de fiar. También
pensé que, por el motivo que fuera, monseñor
Escrivá le esquivaba.
Subimos a dicho comedor de Diego de León y llegó
don Antonio. Nos hizo sentar. Él estaba a un lado de
la mesa grande de aquel comedor y nosotras dos estábamos
en el extremo, cerca de las ventanas. Después de preguntarme
cómo había hecho el viaje y cómo había
dejado al Padre en Roma, pasó directamente a hablarme
del tema que le ocupaba. Su tono era serio, pero no enfadado.
Recuerdo sus palabras con toda claridad:
-María del Carmen, hace unos días vino a verme
tu padre. Me dijo que le habías escrito desde Roma
diciéndole que te ibas a Venezuela y que, naturalmente,
siendo tú la única hija y la mayor, le entristecía
sobremanera la noticia, máxime por la situación
de tu madre, quien al saberlo se puso enferma. Tu padre me
preguntó si no habría forma de que te quedases
en España.
-Y siguió don Antonio-: Y yo le dije directamente
que, si él no quería, tú no te ibas a
Venezuela. Que él era tu padre y tenía derecho
sobre ti y a tenerte cerca. Es más, le dije -agregó
don Antonio- que podía, siempre que te lo merecieras,
darte dos bofetadas.
Yo escuché todo esto en completo silencio y comprendí,
conociendo a mi padre, que las palabras de don Antonio eran
auténticas. Aquí don Antonio metió el
inciso, justo también, de que yo no había sido
cariñosa con mis padres, que les había escrito
poco y que nunca daba noticias de esas que les gusta a las
familias saber.
Continuó don Antonio diciéndome:
-Pero tu padre, que es todo un caballero, vino a verme otra
vez y me dijo que "él no quería hacer nada
que tú no quisieras y mucho menos estropearte tu carrera...".
Aquí yo me sonreí porque comprendí que
mi padre había hablado del Opus Dei en términos
profesionales. Don Antonio me marcó lo muchísimo
que mi padre me quería y lo poco que yo le había
correspondido. La verdad es que tuve que esforzarme para no
echarme a llorar allí mismo, porque yo a mi padre siempre
le quise de modo extraordinariamente profundo y a mí
también me costaba, una vez más, dejarlo y dejar
España.
Don Antonio me indicó que quería decirme todo
eso antes de que yo viera a mi padre. Esto debió de
ser el 26 de septiembre de 1956 y, una semana después,
el 4 de octubre, estaba previsto que yo saldría para
Venezuela.
Regresamos a "Montelar". Yo, muy compungida, la
verdad. Tengo que decir que todas las asesoras se volcaron
conmigo porque comprendían que, por una parte, yo tenía
que obedecer a monseñor Escrivá, pero por la
otra a don Antonio, que había sido muy humano con mi
padre, y no le faltaba razón por lo poco humana que
había sido yo con mi familia, cosa por otra parte cierta.
Al conversar yo con una de las asesoras, le preguntaba si
don Antonio sabría la serie de restricciones que teníamos
respecto al trato con nuestras familias. Y pensamos que no
debía de saberlo, aunque parezca increíble.
La cuestión fue que, para animar la situación,
Crucita y Marisa dijeron que aquella noche íbamos a
tener una cena extraordinaria y una tertulia, solamente con
las de Asesoría. Me preguntaron cuánto hacía
que no veía una película y se llevaron las manos
a la cabeza cuando les dije que desde el año 1950,
cuando en "Los Rosales" proyectaron la famosa "Botón
de ancla". Me prometieron que esa noche proyectarían
una película buena para ponerme al día. Alquilaron
"Ana", la espléndida película de Silvana
Mangano, muy en boga entonces no sólo desde el punto
de vista de la actuación o de la música y baile
del "bayón", sino también por el tema
central de la perseverancia de una monja. La cena, la tertulia,
la película fueron muestras de cariño y del
deseo de hacerme olvidar un poco los ratos fuertes del día
y los que aún me esperaban.
La verdad es que me fui a la cama con una serie de ideas
encontradas: por una parte, lo que me había dicho don
Antonio, todo humano, considerado y con gran sentido de caridad
hacia mi familia y, por otro lado, la actitud de monseñor
Escrivá, absolutamente ajeno al sentir y pensar familiar.
Luego, la acogida tan cariñosa y natural de todas las
numerarias de la Asesoría, la forma de vivir tan alegre,
sencilla y, al mismo tiempo, ese notable y sereno ambiente
apostólico. No se veía a las asesoras tensas,
sino responsables y sencillas. Y como final, la idea de la
película, que me encantó y pude saber lo que
estaba sucediendo en el mundo de esa época. Recuerdo
que me decían, bromistas, en "Montelar":
"Así cuando llegues a Venezuela sabes ya lo que
es el bayón, cuando hables con las chicas de san Rafael."
Naturalmente que esta visión mia era totalmente subjetiva
puesto que yo no vivía en la casa, estaba de paso y
bien podría haber otro mar de fondo desconocido totalmente
para mi.
Para mí fue un ejemplo de cómo, dentro de un
marco del Opus Dei, se podía vivir la vida de familia
y de gobierno. Este cuadro encajaba mejor con la idea interna
que yo tenía del Opus Dei que con el ascetismo frío
de una Encarnita y la casa de Roma.
Al día siguiente vi a mi padre, también a la
hora del café, y en el mismo sitio donde otras veces.
La última vez que lo había visto había
sido en un viaje muy corto de dos días que hizo por
motivos profesionales a Roma. Entonces me atreví a
subir a su habitación del hotel y vi a mi madre una
hora escasa, pero fue una situación tensísima
y tan dura que me apena recordarla, porque mi madre no quiso
hablar conmigo. Hacía, pues, más de tres años
desde esa vez en Roma que no veía a mi padre.
Ahora en Madrid, y con el permiso que me había dado
la Asesoría de España, me podía mover
con mayor libertad en cuanto al horario y duración
de las visitas a mi familia. La verdad es que procuré
estar de lo más comprensiva y cariñosa con mi
familia; pero, al mismo tiempo, aunque me costaba dejarlos,
era muy diferente mi sentimiento al de ellos. Para ellos,
me alejaba por una serie de años imprevistos, pero
muchos. Para mí, era el precio que debía pagar
en mi cumplimiento de la voluntad de Dios, a través
de la misión que me había encomendado monseñor
Escrivá.
Hoy día, comprendo la tristeza de mi padre más
a cabalidad porque me he quitado la venda del fanatismo. Y
creo que el Opus Dei hubiera tenido que tratar a las familias
de un modo muy diferente: con corazón de carne, simplemente,
y no con frases estereotipadas.
A mis hermanos también los vi. Incluso fui con mi
hermano Javier a casa de la familia Ybarra, a conocer a la
que era entonces su novia porque se le acababa de morir su
madre. Era una muchacha encantadora, bonita y fina, que ayudó
a mi hermano enormemente durante su carrera de medicina.
Pude también visitar y despedirme de mi amiga de toda
la vida, Mary Mely Zoppetti, y de su marido Santiago Terrer.
Es decir, fue una semana que la dediqué a ver a mi
padre todo el tiempo que él tuvo disponible, así
como a mis hermanos. Sin embargo, la pena grande que me llevé
fue que no vi a mi madre y no sabía por cuántos
años más no la vería. Mi padre y mis
hermanos me recomendaron que era mejor que no fuera a casa
para evitar cualquier tipo de reacción de mi madre.
La verdad es que se sentía mal esa temporada.
Lola de la Rica y Carmen Berrio llegaron a Madrid dos días
antes de irnos. Y el 4 de octubre salíamos para Caracas
con los billetes comprados por la Asesoría Regional
de Venezuela, y por la de Colombia a Carmen.
Recuerdo muy bien que subiendo la escalerilla del trimotor
de Iberia le dije a Lola: "Hoy es 4 de octubre, día
en que tenemos que hacer el "expolio" y con esto
del viaje me olvidé completamente". Lola de la
Rica me miró y me dijo muy seria:
-¿Te parece poco "expolio" dejar la patria?
A lo que me tuve que callar porque tenía razón.
(El "expolio" es una costumbre que existe en el
Opus Dei como una forma más de vivir la pobreza. El
4 de octubre se dejan encima de la mesa de la directora de
la casa aquellas cosas de uso personal como el reloj, collar,
pluma, etc. La directora es quien decide si ha de de volver
a la persona todas las cosas o solamente algunas). Iba en
el avión de azafata una chica que yo conocía
bastante, Cole Peña, quien trató de atendernos
lo mejor posible.
Y tanto para Lola como para Carmen y para mi aquel viaje
además fue nuestro bautismo de aire, atravesando el
Atlántico en un trimotor. El avión tuvo la primera
parada en la isla de Santa María a media noche. La
siguiente parada fue San Juan de Puerto Rico. Nos quedamos
totalmente maravilladas de la belleza de la isla de Puerto
Rico desde el aire: una mancha de verde oscuro sobre un mar
pronunciadamente azul. Nos sirvieron el desayuno a todos los
pasajeros en la cafetería del aeropuerto de San Juan.
Yo me senté en un sitio que encontré libre y
cuando miré a la señora que tenía enfrente
resultó ser nada menos que Viruchy Bergamín,
que vivía en Caracas y regresaba de visitar a un hijo
suyo que tenía enfermo en España. Viruchy era
aquella muchacha cuya familia alojó a la mía
en su casa en Madrid durante la guerra civil. Su padre era
un arquitecto español muy famoso que construyó
la zona residencial de El Viso y la Colonia de la Residencia
en Madrid. Me habló Viruchy de Caracas con gran entusiasmo
y me contó sobre una serie de edificios que su padre
había construido allí. Naturalmente llegó
el momento en que me preguntó qué venía
a hacer yo en Caracas. Le dije abiertamente que era del Opus
Dei. Muy educadamente me dijo que seguramente no coincidiríamos
en la ciudad porque ella no compartía "esas ideas".
Y es cierto. No la volví a encontrar nunca. Cosa que
sentí.
Seguimos vuelo a Caracas, donde llegamos al mediodía
del 5 de octubre de 1956. El calor húmedo del aeropuerto
de Maiquetía lo sentimos fuerte, tanto que para protegerme
del sol en plena pista no se me ocurrió cosa mejor
que ponerme debajo de un ala del avión y me cayeron
unos goterones de grasa negra que destrozaron el vestido rojo
que llevaba puesto.
Cruzamos la aduana y recogimos nuestro equipaje sin problemas.
Vimos que no había nadie en el aeropuerto esperándonos,
cosa que no nos extrañó demasiado porque el
correo entonces en Venezuela iba muy mal y pensamos que no
les habría llegado nuestra carta, como así había
sido. O sea que tomamos un taxi, o "carro libre",
como se llama allí, y subimos por la recién
inaugurada autopista hacia Caracas.
La primera impresión que tuvimos de Venezuela fue
que debía de haber algún golpe militar. La autopista
estaba llena de soldados con fusiles. No nos atrevimos a preguntarle
nada al chauffeur. Tampoco teníamos idea de las distancias
y, a la media hora de ir en automóvil, el camino se
nos hizo largo. Por fin entramos en la ciudad, y cruzándola
llegamos a la Urbanización Altamira. La dirección
que llevábamos era exacta e inmediatamente reconocimos
la casa por las fotografías que habíamos visto
en Roma: "Etame" aparecía con letras bonitas
de hierro forjado en el muro. Éste era el nombre de
la Escuela de Arte y Hogar.
Salió a abrir la puerta una sirvienta, pero al oírnos
llegar se levantaron todas de la mesa -estaban almorzando-
y vinieron a recibirnos. A Marichu, la directora regional,
la conocía poco, pero la había visto algunas
veces. A Begoña Elejalde por supuesto la conocía
de Bilbao y el volverla a encontrar me dio una alegría
enorme. Estaba también María Teresa Santamaría
a quien había conocido en Roma. No conocía a
Ana María Gibert más que de referencias, porque
su cuñado Alfredo Alaiz era compañero de mi
padre. Tampoco conocía a Carmen Gómez del Moral
ni a Marta Sepúlveda, una numeraria mexicana que había
llegado hacía unos meses para ayudar en el proselitismo.
Nos abrieron la puerta del oratorio para saludar al Señor.
Me pude dar cuenta de que era de estilo barroco. Y pasamos
al patio central. Al ver la casa, me quedé entusiasmada.
Era preciosa. Si valiera decir que mi amor por Venezuela fue
un "flechazo", diría que sí. Me pareció
que conocía de toda mi vida aquella casa, con su patio
central, la palmera en el medio, los corredores donde daban
todas las puertas de cada habitación. Era una casa
que respiraba claridad. El comedor estaba en un rincón
del mismo corredor. La casa me recordaba enormemente a las
de Andalucía. Pronto me enteré de que a Caracas
se la llama "la ciudad de los tejados rojos", y
es así. Desde el patio central se distinguían
las montañas. Un jardín de grama rodeaba la
casa; y un muro blanco con un tejadillo rojo, toda la propiedad.
El clima era ideal. Recuerdo que Carmen Berrio repasaba las
puertas con la vista y con las manos y me repetía:
"Es caoba. ¡Todas las puertas son de caoba!"
Me llevaron al cuarto de la secretaria regional, donde dejé
mi equipaje. A Lola y a Carmen las acomodaron en otras habitaciones.
Por la tarde, me presentaron a la primera y única vocación
de Venezuela: Julia Josefina Martínez Salazar. Estaba
terminando Económicas en la Universidad Central. Julia
era una muchacha de veintisiete años, de risa fácil,
alta, morena, bonita, con unos ojos negros preciosos. Por
su manera de tratar a Marichu Arellano me di cuenta de que
estaba muy consentida y que tendía al infantilismo.
También es cierto que por ser la pequeña de
varias hermanas, al quedarse huérfanas, sus hermanas
mayores la mimaron mucho.
Sería injusta aquí si no dijera que el cambio
y madurez que adquirió Julia Martínez en los
años en que yo estuve en Venezuela fue asombroso. No
sólo terminó su carrera, sino que la ejerció
brillantemente. Pero para mí el mayor valor de Julia
era su humildad. Era bondadosa con las personas que trataba.
Las señoras la querían muchísimo y también
profesionalmente se hizo respetar mucho. Julia vino conmigo
a una serie de viajes de apostolado a Valencia y Maracaibo.
Su entusiasmo era contagioso. Pero sobre todo su lealtad.
Yo la quise mucho y llegué a admirarla. Desde que salí
de Venezuela no la volví a ver ni a saber de ella directamente.
Me enteré, con profunda tristeza, de que había
fallecido de cáncer el 28 de agosto de 1987.
Nada más llegar a Caracas llamé por teléfono
al consiliario, el doctor Moles, para saludarlo. Le dije que
me encantaba la casa. Recuerdo que me contestó: "Es
bueno que te guste el lugar de trabajo." Me dijo que
ya nos veríamos, pero sin la menor prisa. Me di cuenta
durante esta breve conversación de que el doctor Moles
no pronunciaba las zetas al estilo español, sino que
las convertía en eses como hacían los andaluces.
Y también que solía decir con mucha frecuencia
"¡Ajá! ¡Ajá!", equivalente
a "sí, sí". Ambas expresiones, comprendí
más tarde, manifestaban una sincera voluntad de adaptarse
al país adoptando la forma de hablar de Venezuela.
Aquella tarde vino a confesar don José María
Peña, que era el sacerdote secretario regional. Antes
de entrar al confesonario, Marichu me presentó a él.
Vinieron varias señoras a confesarse con él,
entre ellas dos supernumerarias venezolanas ya mayores y cuando
Marichu me las presentó, exclamaron casi al unísono:
" ¡Tan jovencita! Mi hijita, pero si eres una criaturita."
Con una gran sonrisa, les contesté: "Eso, por
desgracia, se cura antes de lo que pensamos." La verdad
es que tenía solamente 31 años y aquellas señoras
me doblaban la edad fácilmente.
Lo primero de que me di cuenta era de que las señoras
estaban muy disgustadas de que Marichu se fuera y de que yo,
tan joven, me quedara de directora del país. Comprendí
que no se me cernía un horizonte demasiado fácil,
pero no me asusté tampoco.
En realidad quien iba a llevar la labor de san Gabriel, o
sea con las supernumerarias, iba a ser María Teresa
Santamaría. O sea que yo me sentía tranquila
porque María Teresa tenía costumbre de tratar
a las señoras, era muy inteligente y había estado
en Roma. Todo ello para mí, y más a primera
hora, era una tranquilidad. María Teresa era una persona
eficacísima. Era la secretaria de la Asesoría
Regional. Estuvo pocos años en Venezuela. Teníamos
puntos de vista diferentes, quizá porque yo era más
fanática, pero yo siempre la admiraba y quería
mucho. Después de una visita a Venezuela de don José
Luis Múzquiz, un visitador enviado por el Padre, decidieron
que era mejor que María Teresa se fuera a la región
de Canadá. Al irse ella se quedó de secretaria
regional Lola de la Rica.
Mi primera experiencia en el trópico fue el frío
que pasé la primera noche. Había rechazado olímpicamente
una cobija que me ofrecieron antes de irme a la cama, pero
cuando a media noche, aterida de frío, prendí
la luz y fui a echar mano de la gabardina que traía
en el avión, vi con asco inenarrable que en el camisón
tenía posada una cucaracha voladora de unos cuatro
o cinco centímetros de largo. Conteniendo la respiración
fui al cuarto de baño y la agarré con un papel
"toilette" echándola por el excusado.
Cuando al día siguiente supe que las cucarachas voladoras
no eran algo excepcional y noté que los zancudos y
los mosquitos me empezaban a comer las piernas, di como mi
primera orden en Venezuela poner telas metálicas en
todas las ventanas de la casa, cosa que me enteré hacía
la mayoría de la gente.
Al día siguiente vi al doctor Moles que vino a celebrar
la misa. Después de misa hablamos un momento Marichu
y yo con él. Marichu se iba a Roma esa misma semana
y tenía que llevarse correo y dinero para el Padre.
Preparamos en dos o tres días el viaje para Carmen
Berrio a Colombia y organizamos todo el viaje de Marichu a
Roma.
Marichu no habló mucho conmigo. Sólo las cosas
de rigor. Me puso al tanto de la parte económica de
la casa. La casa no era nuestra sino de una sociedad auxiliar
cultural de los varones a la que nosotras le pagábamos
mensualmente el alquiler.
Las primeras salidas que hicimos Lola y yo fue al centro
de la ciudad, a una parte llamada "El Silencio",
que es justamente lo contrario de lo que el nombre indica:
la parte más ruidosa de la ciudad. Tuvimos que ir a
Inmigración para arreglar nuestra residencia por un
año, según el visado que nos habían concedido
en el consulado de Venezuela en Roma, ya que ambas veníamos
con contrato de trabajo dado por la Escuela de Arte y Hogar
"Etame". Lola daría clase de primeros auxilios
y yo de italiano.
Hablé con Marichu sobre Roma, sobre el Padre, sobre
"unidad". Indiscutiblemente llegué con el
modelo "romano" y apliqué duramente la doctrina
sin tener en cuenta que yo no era monseñor Escrivá
y que Venezuela no era Roma. Como colofón, estrenando
mi mentalidad de "portadora de buen espíritu",
y, con la creencia de una fanática convencida como
era yo, envié a Roma una carta hablando del "mal
espíritu" de Marichu respecto a la "deformación"
que estaba causando en la primera vocación venezolana,
malcriándola y mimándola. Y por supuesto debí
marcar que no se vivía a la perfección el espíritu
de "unidad", porque había comentarios de
que "el Padre se parecía a Bolívar".
A mí me resultó horrible que comparasen a monseñor
Escrivá con Bolívar, que, a fin de cuentas,
era un líder político, y monseñor Escrivá,
en cambio, era un "santo"... ¡Así pensaba
yo en mis años de fanática en el Opus Dei! Sin
embargo, si hipotéticamente se hiciera hoy día
una encuesta en Venezuela, pongo por caso, de quién
debería subir a los altares, si Bolívar o monseñor
Escrivá..., ¡habría un grave problema...!
También me sorprendí -y esto lo incluyo como
detalle necio, pero gráfico- de que se tomara café
después del almuerzo a diario, costumbre que en "Roma"
y en "España" estaba relegada solamente a
los domingos o días de fiestas grandes. Naturalmente,
cuando días después arrastré una jaqueca
permanente que me hacía vomitar diariamente varías
veces, comprendí que el café en un clima tropical
es una necesidad, no un lujo.
Marichu se fue a Roma y sé que la baldaron a broncas.
Noventa por ciento de ello por mi culpa. Cosa que siempre
lamenté en mi vida y nunca me pude disculpar con ella,
porque nadie puede hacer lo que hice yo: juzgar sin conocer
a fondo el contexto de las cosas, esgrimiendo el criterio
aconsejado por Roma basado en la "defensa de la unidad"
y del "buen espíritu". Este fue el primer
y el único informe peyorativo que mandé a Roma
de una persona de la Obra.
A distancia de años comprendo que monseñor
Escrivá se permitía dar criterios sobre cosas
que desconocía plenamente; países, costumbres,
etc. Y juzgaba a hijos e hijas suyas sin conocimiento pleno
de causa, lo cual, a mi juicio, era reflejo de una notoria
ignorancia humana y una soberbia muy a tener en cuenta. Y
nosotras, las que él mandaba a otros países,
como títeres suyos, bailábamos al ritmo de la
cuerda que desde Roma nos movía.
Al segundo día de mi llegada a Venezuela vino a confesar
otro sacerdote del Opus Dei que pasó muchos años
en Caracas: don Rodrigo. Era un sacerdote que había
estado en el Colegio Romano de la Santa Cruz. Era muy proselitista
y dirigía espiritualmente a un grupo escogido de muchachas
caraqueñas, muchas de ellas pertenecientes a una asociación
muy bien organizada que se dedicaba a labores sociales, llamada
"El Comité de Santa Teresita" y, abreviadamente,
"el Comité". En su dirección estaban
María Evita y María Teresa Vegas Sarmiento,
María Elena Benzo, María Margarita del Corral,
Eva Josefina Uzcátegui, entre otras. Pero el alma y
la cabeza del Comité eran las dos primeras. El Comité
se deshizo porque todas ellas entraron al Opus Dei. Pertenecían
estas muchachas a familias de un estrato social alto, se habían
confesado primero con el doctor Moles, habían asistido
a clases en "Etame" y ahora que el doctor Moles
confesaba y dirigía sobre todo a señoras, don
Rodrigo era quien llevaba la dirección espiritual de
la mayoría de ellas.
Salvo el doctor Moles que se había hecho ciudadano
venezolano, los otros sacerdotes eran aún españoles.
Años más tarde, don José María
Peña se hizo también ciudadano venezolano.
Las mujeres del Opus Dei llegadas a Venezuela eran todas
españolas. Solamente Lola de la Rica y yo nos hicimos
ciudadanas venezolanas cuatro años después,
tan pronto como legalmente nos lo permitió la ley venezolana.
Cuando en días sucesivos fui conociendo a estas muchachas,
me hicieron una impresión excelente y me di cuenta
de que yo tampoco les había caído mal, precisamente
por lo que aquellas señoras del primer día encontraron
censurable en mí: la edad.
Pude comprobar que las mujeres venezolanas, a más
de muy lindas, eran extraordinariamente elegantes. Tenían
un gusto muy refinado. Y contrastaba esta impresión
con la opinión un tanto generalizada que existía
en España en aquella época de que los sudamericanos
eran "inferiores" a los españoles y las mujeres
"cursis". Pues ni lo uno ni lo otro; me convencí
muy pronto de ello. Me sorprendió también, hablando
con estas muchachas, de la confianza enorme que tenían
con sus padres.
A sus madres, por ejemplo, les contaban con pelos y señales
su trato con cualquier muchacho que las acompañara
o les gustase, cosa totalmente impensable para una mujer joven
española, al menos entonces. El temperamento abierto
y sincero las convertía en personas muy atrayentes.
Esta primera impresión mía la confirmé
a través de los años: la mujer venezolana es
muy sincera, muy audaz, muy capaz de enfrentar cualquier situación
en la gran mayoría de los casos.
Me di cuenta al hablar con ellas de que nuestro modo peninsular
de hablar el español resultaba allí chocante
por lo duro y por lo fuerte. En el continente sudamericano
la forma de hablar el español, como se sabe, es suave
y mucho más cadenciosa. Por eso decidí que lo
mismo que cuando uno va a un país se aprende el idioma
que allí se habla, en Venezuela habría que hablar
"venezolano": dejar las zetas de lado e incorporar
las eses en su lugar, desterrar el "vosotros" sustituyéndolo
por el "ustedes" e ir adoptando los términos,
giros y expresiones venezolanas. Ciertamente la gente se dio
cuenta de nuestro cambio y a nadie le pareció mal,
por el contrario.
Caracas: "Etame". Escuelas de Arte y Hogar
Las escuelas de Arte y Hogar fueron durante muchos años
el apostolado por excelencia de las mujeres del Opus Dei en
muchos países. En Costa Rica, Venezuela, Colombia,
Ecuador, Chile y Perú las fundaciones de las mujeres
del Opus Dei empezaron por una Escuela de Arte y Hogar.
Al llegar a Venezuela, como dije, yo estuve viviendo en Caracas
en "Etame", una de estas escuelas. La Asesoría
Regional del Opus Dei vivió en esta casa, donde al
mismo tiempo las asesoras dábamos clase en la escuela.
Como indicaba al principio, "Etame" era muy linda,
con todo el encanto de una casa colonial. Estaba bien decorada.
Y aquí hay que darle mucho crédito al doctor
Odón Moles, entonces consiliario, quien hizo muchas
recomendaciones al respecto. Las habitaciones de la casa que
eran aulas por el día, se convertían por la
noche en dormitorios de las numerarias. Yo viví en
esta casa todos los años que pasé en Venezuela.
Al trasladarse la Escuela Hogar a otra casa, ésta quedó
para vivienda y lugar de trabajo de la Asesoría Regional
del país. La llamamos "Casavieja". Para "Etame",
la Escuela de Arte y Hogar, se consiguió, como digo,
una casa más adecuada que compramos. Y éste
fue el primer bien inmueble que adquirimos las mujeres del
Opus Dei por nuestra cuenta, como explicaré más
adelante, al hablar de la cuestión económica.
Todo el mobiliario de "Etame" se llevó a
la nueva casa. Quedó muy bonita. Aprovechando uno de
los viajes que hizo Luis Borobio, el pintor numerario del
Opus Dei que vivía en Bogotá, le pedimos, a
través del consiliario, que nos diseñara la
portada del folleto de "Etame", que yo, con mi experiencia
de la imprenta en Roma, tenía ya diagramado. Y nos
lo hizo. Este folleto fue la primera propaganda que se hizo
de una labor corporativa de mujeres en el Opus Dei y sirvió
de modelo para muchos folletos posteriores de la Obra.
"Casavieja" conservó por muchos años
la solera y la historia de la fundación de la sección
femenina del Opus Dei en Venezuela. Hace sólo pocos
meses que el Opus Dei ha derrumbado esta casa hasta los cimientos
para poder vender el terreno y hacer "un buen negocio".
Es curioso que siendo el Opus Dei tan amigo de "conservar"
y de archivar cuanto se refiere a "los primeros tiempos"
de la Institución o Prelatura, y de inculcar a sus
miembros que "la pobreza debe vivirse como en época
fundacional", haya derruido, por afán de lucro
y porque la zona empezaba a ser más comercial que residencial,
la casa donde tuvo origen en Venezuela el comienzo de la labor
de mujeres, con una historia irrepetible: desde las primeras
vocaciones hasta los últimos días de las numerarias
que murieron en esa casa.
El "pensum" (programa) de las escuelas de Arte
y Hogar se apoyaba en la idea de dar un barniz de cultura
general a las muchachas que no se interesaban en ir a la universidad.
Hasta los años sesenta, en España y en Sudamérica,
generalmente hablando, se prefería, en ciertos círculos
sociales, que una muchacha recibiera una cultura superficial
a que estudiase en la universidad.
Por esta razón, monseñor Escrivá pensó
que sería una gran idea, a fin de reclutar muchachas
de esferas socialmente altas, el empezar con estas escuelas
de Arte y Hogar.
Más de una vez entre los superiores del Opus Dei,
sacerdotes incluidos, se expresó la idea de que los
profesionales, la mayoría de las veces, solían
prestar más atención a las muchachas por su
belleza que por su preparación intelectual, y que en
consecuencia, a través de este apostolado de las escuelas
de Arte y Hogar, podría prepararse a mujeres que más
tarde ocuparían un puesto relevante en la sociedad.
España era el único país en Europa donde
existían estas escuelas de Arte y Hogar: "Llar"
en Barcelona y "Montelar" en Madrid. Barcelona era
un lugar difícil para lograr vocaciones y por ello
las clases que "Llar" ofrecía, como lugar
oficial y público de las mujeres del Opus Dei, facilitó
enormemente la labor de proselitismo.
Antes, el apostolado y proselitismo, como dije, se hacía
en "Monterols", que era una administración
de la residencia de varones.
En Madrid, "Montelar" empezó al final de
los años cincuenta. Y desde entonces estuvo ubicada
en Serrano, 130, una zona muy residencial como es sabido,
lo que ayuda a atraer a la llamada "elite" española.
También en ese mismo terreno se construyó un
ala como casa de las superioras del Opus Dei.
En "Montelar" se impartían clases de cocina,
cerámica e incluso de filosofía e idiomas. Pero
las clases más populares fueron las de cocina.
Pilarín Navarro Rubio era la profesora de estas clases.
Además de su conocimiento profundo en este arte, tenía
un tremendo "cachet", una gran belleza y una elegancia
innata. Pilarín era una de las primeras numerarias
del Opus Dei en el mundo y fue por muchos años la directora
regional de las mujeres del Opus Dei en Italia.
Si a todo eso se añade que había sido también
la directora de la casa donde vivía monseñor
Escrivá y que su hermano, supernumerario del Opus Dei,
era entonces en España uno de los ministros del gabinete
de Franco, es fácil entender que el Opus Dei tratara
de usarla para hacer un impacto entre las señoras de
altos estratos españoles que asistían a sus
clases.
Pero, naturalmente, hay que entender que todas estas clases
eran el arma que el Opus Dei esgrimía para hacer proselitismo
entre señoras de la alta burguesía. Como nota
final debo añadir aquí que, después de
más de treinta años, Pilar Navarro dejó
el Opus Dei. Su desilusión por monseñor Escrivá
y por el Opus Dei va más allá de lo que a mí
me corresponde apuntar aquí.
En Caracas, las clases en la Escuela de Arte y Hogar eran
solamente por las mañanas. "Etame" tenía
una excelente profesora de Filosofía en Ana María
Gibert, con un doctorado por la Universidad de Madrid y una
gran experiencia docente previa a su entrada al Opus Dei.
En artesanía y decoración, Begoña Elejalde
era soberbia: una artista verdadera. Fue ella la que hizo
un mural precioso de pájaros para la clase de artesanía,
los reposteros de escudos de cualquier tipo, tanto para la
casa de varones como las nuestras y la que diseñó
los nombres de "Etame" "Casavieja".
Las clases de cocina las daba con gran maestría Carmen
Gómez del Moral, que era de Cataluña. Ella,
las dos profesoras anteriores y Marichu Arellano abrieron
la fundación de las mujeres del Opus Dei en Venezuela.
Carmen se encargó especialmente de las supernumerarias
del Opus Dei y de la labor de roperos con cooperadoras y señoras
de fuera. En estos roperos se hacían los lienzos de
nuestros oratorios conforme a las medidas que nos mandaban
de Roma. Como las cambiaban con frecuencia, los lienzos hechos
se daban a iglesias pobres y estas señoras confeccionaban
nuevos lienzos con nuevas medidas para nuestros oratorios
y los de la sección de varones. Otras de las labores
que hicieron las cooperadoras, y que Carmen atendía
con gran esmero, fue el empezar con un dispensario médico
para un barrio de los alrededores de Caracas, Baruta. Estas
labores se llevaban marginalmente, no eran esencia de las
numerarias del Opus Dei ni del latir apostólico de
la Obra. Era sencillamente una ocasión para que las
numerarias hicieran apostolado con las cooperadoras. En el
caso del ropero, con beneficio para la Obra. Carmen Gómez
del Moral murió, desgraciadamente. En Caracas y de
cáncer: el 26 de octubre de 1978, a los cincuenta y
cuatro años.
Lola de la Rica dio clases de primeros auxilios y yo de italiano.
Para la clase de francés se había contratado
a una excelente profesora nativa, que no tenía relación
alguna con el Opus Dei. Las alumnas de "Etame" eran
muchachas jóvenes, en su mayoría de familias
muy conocidas socialmente. Era bonito de ver, y tenía
un gran colorido, aquel grupo de alumnas, numeroso, cuando
entre clases se sentaban por los corredores del patio. Yo
las veía desde mi cuarto. Otras veces eran las prof
esoras quienes entraban a mi cuarto para desahogarse cuando
la clase no había ido bien o cuando alguna niña
por estar "en la luna" respondía una necedad,
para exasperación de la profesora. Yo no salía
de la casa generalmente cuando las clases estaban funcionando,
por si alguien necesitaba alguna cosa o los padres de alguna
niña querían hablar conmigo.
Pero en realidad el proselitismo se hacía con las
muchachas que venían por la tarde, muchas del Comité;
y la mayoría se confesaban con don Rodrigo.
Al llegar a Venezuela me enteré a fondo de la vida
y costumbres de la gente joven y comprendí que seguir
aquí el estilo de proselitismo usado en España
iba a ser problemático, ya que las muchachas les contaban
absolutamente todo a sus madres. Procuré, por todos
los medios, conocer a las familias y tratar de conversar con
ellos a fin de parapetar la situación cuando llegara
la ocasión.
La primera muchacha a quien le planteé el problema
vocacional fue a María Teresa Vegas, después,
naturalmente, de haberlo consultado con el doctor Moles. Ella
fue la segunda vocación numeraria venezolana. A la
que siguió Eva Josefina Uzcátegui, una muchacha
muy metida en los ambientes sociales caraqueños, de
inteligencia mediana, pero de muy buena voluntad y dócil,
aunque con gran tendencia al servilismo hacia los superiores,
lo que la hacía ser un instrumento fácilmente
manipulable. María Margarita del Corral es una mujer
extraordinariamente inteligente, muy proselitista, viva, alegre,
con dotes de mando. Cuando pidió la admisión
en el Opus Dei fue todo un problema con su familia: un hermano
de la madre era ministro de Sanidad cuando el régimen
político de la dictadura de Pérez Jiménez.
La esposa de este señor nos puso la casa bajo veinticuatro
horas de vigilancia policial para ver si su sobrina entraba
o no. Por parte de su padre la situación era más
suave, pero no más fácil, y acabaron por llevarse
a María Margarita a un viaje de varios meses por diferentes
países. Tras lo cual se vino a vivir a nuestra casa.
Tanto María Teresa Vegas como Eva Josefina y María
Margarita no tenían carrera universitaria. Tras de
ellas pidió la admisión una chica muy jovencita
de dieciséis años escasos: Mercedes Mújica,
"Amapola", como familiarmente la llamaban su familia
y sus amigas. Estaba acabando el bachillerato en un colegio
de monjas. Siempre quiso estudiar Sociología, pero
andando los años se la llevaron al Colegio Romano de
Santa María en Castelgandolfo y estudió Pedagogía.
Las siguientes numerarias fueron Elsa Anselmi, que estaba
terminando la carrera de Farmacia en aquella época,
y Sofía Pilo, que era estudiante de Arquitectura. Indiscutiblemente
fue un buen grupo el que entró al Opus Dei al llegar
yo a Venezuela. Ni qué decir tiene que monseñor
Escrivá y la Asesoría Central estaban radiantes
con la marcha de las cosas en nuestro país.
Estando todavía el doctor Moles en Caracas como consiliario,
decidimos enviar como primeras alumnas del Colegio Romano
de Santa María a las primeras vocaciones: Julia Martínez,
Eva Josefina Uzcátegui, Sofía Pilo y María
Teresa Vegas. Todas parecían vocaciones seguras. Era
María Teresa una persona exquisita en su manera de
ser y muy inteligente. A Julia y María Teresa las había
dirigido especialmente el doctor Moles. A Eva Josefina, don
Rodrigo; y a Sofía Pilo, don José María
Peña. A las familias no les cayó mal la noticia.
Comprendieron que era un cierto privilegio y eso les gustó.
Tras la ilusión de los preparativos del viaje y haberles
explicado yo un poco la complejidad de la casa central, salieron
todas para Roma a fin de participar en el Colegio Romano de
Santa María, que estaba aún en la casa central.
Les hablé de monseñor Escrivá mucho y
con gran cariño, tal cual yo lo sentía.
La única que tuvo problemas fue María Teresa.
Este viaje suyo a Roma o, mejor dicho, su regreso de Roma,
me hizo dudar por primera vez del sentido de caridad y de
justicia del gobierno central y del amor de monseñor
Escrivá por sus hijas.
Lo sucedido en Roma nunca nos lo aclararon totalmente, pero
los hechos, desde nuestro punto de vista, fueron los siguientes:
un buen día llegó un telegrama diciendo escuetamente
que en tal vuelo de tal día llegaba María Teresa
Vegas de Roma. Que la fuéramos a buscar al aeropuerto
y que la lleváramos a casa de sus padres porque ya
no era de "casa". Es decir, ya no era miembro del
Opus Dei.
Le informé inmediatamente al consiliario, quien me
dijo que por supuesto fuera yo a Maiquetía. Si no recuerdo
mal, creo que fue Lola de la Rica quien me acompañó
a Maiquetía, pero no estoy totalmente segura.
Sí recuerdo bien que María Teresa llegaba con
su sonrisa encantadora de siempre, pero como ida. Recogimos
su equipaje y mientras tanto ella parecía contenta
aunque un poco ajena a las cosas. No se la veía triste
de dejar Roma, ni tampoco yo le pregunté apenas nada.
Por la autopista yo me di cuenta de que María Teresa
venía completamente medicada o dopada, como se quiera
decir. No me atreví a llevarla a casa de sus padres
directamente y decidí que María Teresa se quedaría
en una de las habitaciones más retiradas y silenciosas.
Mi decisión puede haber sido considerada como un acto
de rebeldía; en ese momento no había tiempo
para consultar a nadie.
Vino el doctor Moles, y le explicamos la situación
de María Teresa: no sabíamos nada en concreto,
sino que había venido dopada. Le dije también
que a mí no me parecía en absoluto adecuado
dejarla ir así a su casa. El doctor Moles estuvo de
acuerdo. Durante varios días María Teresa se
levantaba un ratito, iba al oratorio y luego se volvía
a acostar. A todas éstas, nosotras no habíamos
dicho a su familia que había regresado de Roma porque
en las condiciones en que la veíamos no nos parecía
oportuno.
A la semana, entró un día a mi despacho y me
preguntó qué hacía ella en Caracas. Le
dije que no se sentía bien y que por eso los superiores
habían aconsejado que regresara. Naturalmente María
Teresa había tenido un desequilibrio mental, según
nos informaron de Roma más tarde. Ella me contó
cosas que no respondían a una mente sana. Yo la escuché
cuanto quiso y el doctor Moles, en el confesonario, igualmente.
Venía con una enorme fobia al Padre y a las superioras
de Roma, entre otras cosas. Cuando vimos que estaba en condiciones
de ir a su casa, pensamos con el doctor Moles quién
sería la persona más adecuada para darle la
noticia a su padre; y fue el doctor Moles quien lo hizo. El
padre de María Teresa recibió la noticia de
la enfermedad de su hija pensando que era herencia de la madre.
María Teresa regresó a casa de su familia, pero
el punto álgido era decirle que ya no era numeraria.
Costó meses hasta que pudimos aclararle su situación,
sin herirla. Pasaron los años, se casó, tiene
hijos y es supernumeraria del Opus Dei.
¿Por qué dudé yo del sentido de caridad
y de justicia del gobierno central y asevero que monseñor
Escrivá tenía poco cariño por sus hijas?
Muy sencillo: no me cabe aún en la cabeza que pueda
meterse en un avión a un ser humano dopado sin advertirle
a alguien las circunstancias de aquella persona, por muy "non-stop"
que sea el vuelo. Nunca llegué a entender por qué
no esperaron unas semanas en Roma a que la crisis hubiera
pasado o, incluso, por qué alguna de las superioras
no la acompañó en el viaje. Me parece de una
injusticia cruel que a un ser humano como María Teresa
se la dejase viajar sin la menor seguridad. Por otra parte,
¿es cariño de "padre" dejar a una
hija suya ir en esas condiciones y pensar únicamente
en que ha de dejar de pertenecer al Opus Dei porque su estado
mental se alteró y concebir que, en las circunstancias
en que la enviaron, teníamos que haberla dejado ir
a casa de su familia directamente? La verdad es que aquello
no me cupo en la cabeza entonces y mucho menos hoy día.
Ésta fue una alarma, diría, que despertó
en mí una duda latente. Aunque procuré disiparla,
nunca se me fue de la cabeza.
Escuelas de Secretariado
A partir del año 1964 el Opus Dei empezó a
hacer en varios países, incluida Venezuela, una transición
de escuelas de Arte y Hogar a escuelas de Secretariado. Pero
de hecho la única Escuela Oficial de Secretariado que
empezó a funcionar como tal fue "Kianda",
en Nairobi, Kenia. Era un momento crucial para el cambio de
la mujer en ese país, desde un punto de vista político
y sociológico. Y fue entonces cuando el Opus Dei empezó
esta Escuela de Secretariado y a través de ella obtuvo
algunas vocaciones.
Desde hace unos años y debido al cambio enorme de
la educación de la mujer en el mundo entero, las escuelas
de Secretariado, lo mismo que las escuelas de Arte y Hogar
se han eliminado prácticamente. En un sentido el Opus
Dei ha cambiado las escuelas de Arte y Hogar y de Secretariado
en escuelas de Enseñanza Media, aunque en muchos casos
los edificios existentes y sus nombres sigan igual, pero las
actividades son diferentes.
Escuelas de Idiomas
La única Escuela de Idiomas que existe para mujeres
y que el Opus Dei ha establecido oficialmente como tal es
"Seido", en Kioto, Japón.
"Casavieja": Asesoría Regional
Al hablar de "Etame" expliqué que "Casavieja"
era la casa que ocupaba la Asesoría Regional de Venezuela
en el antiguo inmueble de la Escuela de Arte y Hogar. Al llevarse
ésta todo el mobiliario, tuvimos que volver a amueblar
poco a poco la casa. El oratorio quedó precioso: una
señora que fue supernumeraria por bastantes años,
Dora McGill de las Casas, nos regaló la Virgen. Era
una maravilla de imagen de madera policromada. Parecía
del medioevo. La encontré en un anticuario yendo con
esta señora y, al ver ella que me gustaba para el oratorio
de "Casavieja", nos la compró. Igualmente
Dora nos regaló los apliques de luz, de bronce, para
el oratorio. Y fue ella también quien bordó
el sello del Opus Dei en el terciopelo rojo del respaldo de
los bancos que nos hicieron para este oratorio.
Esta persona que se portó tan bien con nosotras dejó
de ser supernumeraria porque no le volvieron a hacer caso
las numerarias del Opus Dei cuando yo salí de Venezuela.
En mi última visita a Caracas, la fui a visitar con
mi amiga la señora Cecilia Mendoza de Gunz a la residencia
donde estaba recluida. Se había quedado sin habla y
había perdido la capacidad de comunicarse. Le quedaba
su sonrisa de otros tiempos. Estuvimos con ella, le hablamos,
hablamos con la enfermera que la atendía y nos dijo
que, fuera de alguna persona de la familia, nadie venía
a visitarla. Al preguntarle si algún sacerdote la visitaba,
nos respondieron que tampoco.
Una vez más comprobé la falta de caridad -no
tiene otro nombre- con que el Opus Dei trata a las personas
que dejan de ser miembros de la Prelatura. ¡Con todo
lo que esta señora había hecho, dado y trabajado
por el Opus Dei! Contribuyó igualmente con becas para
el Colegio Romano de la Santa Cruz y en cuanta actividad preparábamos
en Caracas para recaudar fondos para lo que fuera. Al salir
de la residencia, Cecilia y yo, cuando nos dimos cuenta, íbamos
llorando por la calle. Murió hace pocos meses y es
con un gran dolor que recibí la noticia, porque yo
la quería como a una hermana y como a una entrañable
amiga.
Otra supernumeraria, Beatriz Roche de Imery, era como de
la familia. Solía venir a misa cada mañana.
Era generosa en grado superlativo y lo era además con
una naturalidad y una elegancia que siempre sorprendía.
Por ejemplo, uno entre miles: cuando ella vio que estábamos
cambiando el oratorio, nos regaló el suelo de mármol
gris para el piso y costeó igualmente los gastos de
su instalación.
El vitral para la ventana del oratorio lo dibujó Luis
Borobio de acuerdo con la idea que teníamos, y simbolizaba
los tres arcángeles: san Miguel, san Gabriel y san
Rafael, patronos de las labores del Opus Dei. Fue la señora
De Roche, cooperadora y madre de Beatriz de Imery, quien contribuyó
generosamente al mismo. Begoña Elejalde y yo seguimos
de cerca el trabajo con el vitralista a fin de lograr los
tonos deseados. El oratorio era una belleza. O al menos a
mí me encantaba.
Dora de las Casas también regaló para la sala
de visitas un juego de muebles antiguos, muy delicados, provenientes
de casa de sus padres. Faltaba tapizarlos y lo hicimos nosotras.
De hecho fueron también muchos los muebles que tapizamos
para la casa de la sección de varones, tanto para la
residencia como para la casa del consiliario. Naturalmente
no recibíamos la menor remuneración por el trabajo
ni por el tiempo que le dedicamos. Se sobreentiende que la
sección de mujeres en el Opus Dei debe hacer estas
cosas simplemente como una forma práctica de vivir
la "unidad" diría.
Cada una de las asesoras teníamos nuestra habitación.
Me ocupé muy de cerca de que todas las asesoras vivieran
de manera confortable y dispusieran de los elementos necesarios
de trabajo. Lola de la Rica, la secretaria de la Asesoría
Regional entonces, tenía la habitación de los
pájaros que había pintado Begoña. Habitación
que ocupó más tarde Eva Josefina Uzcátegui
al ser nombrada secretaria de la Asesoría Regional,
cuando Lola de la Rica fue a México.
Por cierto, nunca entendí este episodio: Lola de la
Rica era magnífica en todo sentido. Me ayudó
profundamente en mi llegada a Venezuela y arrimó el
hombro en las administraciones y con las sirvientas como la
primera. Nunca decía que no. Lo que la agobiaba eran
las exigencias del consiliario. En esa época ya no
estaba el doctor Moles, sino don Roberto Salvat Romero. Y
llegó un momento en que Lola se quebró: se puso
enferma. Las exigencias del consiliario estaban basadas en
la perfección que él exigía en las administraciones
que llevábamos, que eran tres. Lola llevaba una de
ellas. Casas que no eran pequeñas por otra parte y
el servicio era escaso e ineficiente: en su mayoría
niñas de 13 y 14 años, a las que, si por un
lado, más de una vez, Lola tenía que contarles
un cuento para animarlas a trabajar, otras veces tenía
que afrontar cosas más serias al darse cuenta de que
una de ellas había quedado embarazada.
A todo ello se unía el rigor de la vida interior de
oración, de mortificación interior y corporal,
de un plan de vida llevado seriamente, de haber impartido
por un tiempo más o menos largo alguna clase en la
Escuela de Arte y Hogar, y de la responsabilidad de gobierno
de pensar e ir organizando toda la estructura del futuro de
la sección de mujeres en Venezuela. Esto que se dice
tan fácilmente, a los veintiséis años
que tenía Lola no era tarea pequeña. Por muy
joven que sea una persona, el llevar este peso a diario lleno
de responsabilidad, agota. Y Lola era muy responsable. Llevaba
todo con una gran elegancia, pero frente a mí se abría
con toda sinceridad: comprendía que no podía
quejarse de las cosas que pedía la casa administrada,
porque eso hubiera supuesto una falta de "unidad",
pero físicamente no aguantaba más.
De acuerdo con ella, primero consultamos a la Asesoría
Central si podría ir un par de meses a México
donde la labor estaba más cuajada, y descansar allí.
Y así se hizo. Con este motivo estuve en correspondencia
con María José Monterde, directora regional
de México entonces, quien estuvo conmigo en la Asesoría
Central, y quien me dijo que Lola iba mejorando. Cuando ya
le correspondía a Lola de la Rica regresar a Venezuela,
recibí una carta de María José Monterde
notificándome que, previa consulta de ella con la Asesoría
Central, habían decidido dejar a Lola de la Rica en
México. La verdad es que yo me enfurecí porque,
aparte de lo mucho que yo la quería, Lola era un puntal
en Venezuela y nos privaban de ella de la mañana a
la noche. No recibimos explicaciones de ninguna clase ni de
nadie. Supe, más tarde, que Lola de la Rica había
regresado a España. Este asunto nunca lo entendí
pero, de acuerdo con el espíritu del Opus Dei, tampoco
podía preguntar nada acerca de las razones que habían
motivado aquello.
Con la ausencia de Lola de la Rica, la Asesoría Central
nombró a Eva Josefina Uzcátegui Bruzual secretaria
de la Asesoría Regional. Yo me llevaba bien con ella
y, de hecho, al ser la segunda en el gobierno regional, procuré
irle enseñando cuanto yo sabía: desde la minucia
de escribir a máquina hasta redactar correctamente
una nota. Siempre la tenía enterada de todo para que
pudiera suplirme en cualquier momento. Su preparación
era, sin embargo, muy deficiente, probablemente debido a que
nunca había trabajado ni estudiado en su vida. Procuré,
en toda la labor de gobierno, darles, tanto a ella como a
las demás asesoras, plena responsabilidad en sus cargos.
Humanamente me llevaba bien con todas las que componían
el gobierno regional del país, así como con
las directoras de las casas. De hecho, aprendí en Venezuela
a cambiar mi carácter explosivo por otro más
suave. Con todo y con ello, era mi caballo de batalla. Las
personas eran mucho más suaves que yo y me di cuenta
de que les podía hacer daño con mi carácter
fuerte. Puedo decir en verdad que la persona que yo era cuando
llegué a Venezuela y la que salió del país
diez años más tarde eran como dos personas distintas.
Venezuela me cambió, gracias a Dios. Había una
cosa que sabían las asociadas todas en el país,
especialmente las numerarias: que a todas en general y a cada
una en particular las quería con toda mi alma y hubiera
dado mil veces mi vida por cada una de ellas y eso es también
lo que hizo que todas ellas se fiaran de mí a plenitud
y me correspondieran en ese cariño. Tenían por
seguro, y así era, que yo no iba a mandar un informe
de ninguna de ellas a Roma sin haber primero tratado de que
se corrigieran en el punto que fuera. Y mi razonamiento era
muy simple: si una persona hace una cosa mal -la que sea-
se la corrige; la persona reconoce su falta y asegura que
se corregirá; y si es algo grave, se confiesa. Punto.
¿A qué llevaría, pues, el mandar un informe
de ello a Roma? Mientras la noticia va y la Asesoría
Central acusa recibo de ello y envía, dado el caso,
una recomendación, la persona en cuestión ha
podido corregirse mil veces, sin necesidad de mayor historia.
Mi idea era evitar que el nombre de quien fuera apareciera
con tinte negativo, sin necesidad real, en la agenda del gobierno
central. Lo que no significa que dejásemos de informar
de las cosas importantes en sí. Lo que yo siempre traté
de evitar fue el manoseo de las conciencias y de las personas.
Esto era algo que me crispaba cuando estuve en el gobierno
central y veía cuán fácilmente podía
juzgarse a una persona con excesiva frivolidad o bien con
una exageración motivada muchas veces por la distancia
y el desconocimiento de la idiosincrasia de un país
o hecho concreto. La experiencia de mis propios errores en
este aspecto me enseñó a obrar cautamente como
directora de la región de mujeres en Venezuela.
El tratar a la gente, muchachas y señoras, siempre
me gustó por mi espíritu apostólico.
El poder ayudarlas, el darles un buen consejo, el acercar
las almas a Dios y lograr que la vida de estas personas mejorase
era para mí, siempre lo fue, mi Norte. Pero además
del apostolado personal, contaba ahora en Venezuela de un
modo muy especial para mí, el proselitismo. Mi primer
año lo dediqué con exclusividad a la labor de
san Rafael, a empujar a esas muchachas jóvenes para
que dieran el paso definitivo de entrega a Dios en el Opus
Dei. Yo llevaba las confidencias de estas nuevas vocaciones
al principio, más las de las numerarias mayores. Poco
a poco, y conforme iban encajando en las costumbres y el espíritu
del Opus Dei, fui dejando en manos de las otras de la Asesoría
y de las directoras de las casas a aquellas almas jóvenes,
y yo me fui centrando en la labor interna de formación
de las numerarias y en la labor de gobierno del país.
Como me dijo el doctor Moles al llegar, el que la casa me
gustase era una ayuda para poder trabajar mejor.
Las gestiones económicas me llevaron mucho tiempo,
hacer muchas visitas, muchos sinsabores y muchas alegrías
también cuando las cosas salían.
Lo primero que vi al llegar es que la Escuela de Arte y Hogar
tenía que estar aparte de la casa de la Asesoría
y para ello era necesario tener otra casa. Y para tener otra
casa era imprescindible disponer de fondos. Al consultarlo
con el consiliario, me sugirió el doctor Moles que
fuera a hablar con doña Cecilia González Eraso,
que vivía en la Quinta Anauco (la casa que es ahora
monumento histórico), y que le pidiera que nos regalara
su casa. Yo le contesté al doctor Moles:
-¿Y si dice que vive en ella?
-Pues le sugieres -siguió el doctor Moles- que ella
tiene también otra casa en la avenida principal dc
El Bosque.
-¿Y si me dice que no?
-¡Ah! Pues entonces la dices que te dé 40.000
bolívares para poder empezar a hacer el primer pago
de una casa. (40.000 bolívares era, en aquel entonces,
equivalente a unos 20.000 dólares, cantidad suficiente
para el primer pago de una propiedad.)
Y dicho y hecho: Ana María Gibert concertó
la visita con la señora Eraso para ir a visitarla un
día a las cuatro de la tarde.
Llegué con Ana María a la casa y me quedé
subyugada con la propiedad y los jardines. La señora
Eraso estuvo encantadora y la conversación fue natural.
Yo no sabía que era viuda de un español, a quien
mataron los comunistas en la guerra civil española.
Me di cuenta de que era una persona muy piadosa, muy inteligente
y encantadora. Resultaba además que la novia del único
hijo que ella tenía era alumna de "Etame"
y Ana María le habló de lo buena muchacha que
era. Y una vez que se acabó la razón protocolaria
de la visita comprendí que tenía que afrontar
el punto económico. Con la mayor paz le expuse que
necesitábamos una casa mayor para "Etame",
y que habíamos pensado si ella querría darnos
su casa. Ella se echó a reír y, bromista, me
dijo:
-¿Y dónde quiere usted que vaya yo?
A lo que le respondí con toda naturalidad:
-¿Por qué no a su casa de El Bosque?
Me dijo que no. Y naturalmente acudí a mi último
recurso diciéndole:
-¿Cree usted entonces que nos podría dar 40.000
bolívares para la compra de la nueva casa?
Y me respondió:
-Eso sí. Yo se los mando con el ch uffeur dentro de
quince días.
Y con la misma naturalidad que llegamos, nos fuimos.
Cuando llegué a la casa llamé al doctor Moles
y se lo conté. No se lo podía creer. Pensaba
que habíamos entendido mal. Pero efectivamente a los
quince días llegó el chauffeur con el cheque
de los 40.000 bolívares. El doctor Moles me dijo después
que estaba convencido de que yo me había dado cuenta
de que no hablaba en serio cuando me dijo que le pidiera la
casa a la señora Eraso y todo lo demás. Por
eso se quedó tan asombrado cuando supo los resultados
de la visita.
La segunda petición fuerte que hice fue a Napoleón
Dupouy, cuya hija también era alumna nuestra. La cantidad
fueron otros 40.000 bolívares. O sea que ya, muy en
serio, empezamos a buscar la casa.
Y después de esas dos gestiones fuertes empecé
a visitar al director del Banco Mercantil y Agrícola
para gestionar el primer préstamo bancario que la sección
de mujeres íbamos a tener en Venezuela.
Por otra parte, nuestra fuente de ingresos fuerte eran las
aportaciones de las supernumerarias. Mensualmente Beatriz
Roche de Imery y su madre nos mandaban cerca de 3.000 bolívares
con lo cual podíamos por una parte pagar el alquiler
de "Casavieja" y, por la otra, enviar a Roma, para
las obras, no menos de 1.000 bolívares al mes: trescientos
dólares para tres becas de estudiantes, varones del
Colegio Romano de la Santa Cruz, futuros sacerdotes, y el
resto para las obras de Roma. Además de estas cantidades
agregamos otros trescientos dólares mensuales más
para costear tres becas en el Colegio Romano de Santa María,
tuviéramos o no estudiantes allí. En realidad
mandábamos a Roma más dinero del que disponíamos
para vivir.
Todos los meses, en cuanto nos entraba dinero, hacíamos
el cheque para cambiar en dólares en nuestro banco,
cantidad que enviábamos a Roma a nombre de don Alvaro.
Ana María Gibert era la que solía comprar los
cheques primero y luego Elsa Anselmi. Teníamos abierta
en el Bank of London & South America, que estaba ubicado
en Chacao, una cuenta a nombre de tres de nosotras, requerida
la firma de dos para sacar cualquier cantidad. Una de las
firmas fue siempre la mía. Las otras dos fueron, por
un tiempo al menos, la de Ana María Gibert y la de
Elsa o de Eva Josefina, no recuerdo en este momento.
Los cheques, según indicación recibida de la
Asesoría Central, se hacían a nombre de "Alvaro
del Portillo. Per le Opere di Religione". Bajo ese enunciado
se envió a Roma durante diez años, estando yo
en Venezuela, una cantidad anual no menor de 10.000 dólares,
lo que en esa época era una cantidad considerable.
Pero lo más heroico fue cuando me enteré de
que, en los tres primeros años de la fundación
de mujeres en Venezuela, y mientras las numerarias aprovechaban
hasta la pasta de dientes que les llegaba de anuncios para
no comprar nada, se enviaban a Roma sumas muy considerables
para ellas, aunque menores que las que enviamos después
para las obras del Colegio Romano.
Desde que llegué al Opus Dei me dijeron que nosotras
no podíamos dar limosna nunca porque éramos
pobres y que los superiores desde Roma se encargaban de hacerlo.
Fue una de las tantas cosas que me creí con toda mi
alma. Al llegar a Venezuela y decirnos que teníamos
que enviar cuanto más pudiéramos "per le
Opere di Religione", yo estaba totalmente convencida
de que esa plata era para grandes obras caritativas que el
Opus Dei haría desde Roma. Y salí del Opus Dei
con esa creencia. Pero por esas circunstancias de la vida
que Dios depara, conocí en Roma y me hice muy amiga
de un matrimonio joven, ambos médicos, él, Mino
Buonomini, ella, Teresa Mennini.
Un primero de año, que me hospedaba yo en su casa
en Roma, hablando con ellos, me enteré de que la familia
de Teresa era muy amiga del Santo Padre y de que el día
de la Epifanía solía ir toda la familia a visitar
al Pontífice (el padre de Teresa era economista en
el Vaticano). Y, sin que yo recuerde ahora por qué
razón, mencionaron el nombre de Banco per le Opere
di Religione como una entidad bancaria. Yo no daba crédito
a lo que oía... O sea que el dinero que de Venezuela
mandábamos a Roma iba a la cuenta que el Opus Dei,
a nombre de don Alvaro del Portillo, tenía en ese banco.
No sé si una persona es capaz de desilusionarse aún
más profundamente de lo que yo estaba ya del Opus Dei
al saber aquello. Y ante estos sucedidos siempre me pregunté:
¿Sabrá la Iglesia todo esto? ¿Cuáles
son las obras que de verdad el Opus Dei hace con los pobres,
con los necesitados, con los que no tienen techo, con los
desempleados? ¿Cuáles son esas obras? ¿Dónde
va el dinero que todos los países mandan a Roma?
Son desproporcionadas las cantidades que llegan a Roma comparadas
con las dos o tres obras sociales que en algunos países
de Centroamérica ha empezado a realizar ci Opus Dei
hace muy pocos años. Con el agravante de que cada país,
donde ocurren ahora estas actividades, se responsabiliza de
financiar esa obra benéfica. El dinero que va a Roma
es, pues, independiente. Y es producto de la buenísima
voluntad de muchos miembros del Opus Dei que, creyendo en
los superiores, se matan por conseguirlo. Quizás algunas
personas me consideren ingenua si a mi edad y a estas alturas
me atrevo aún a preguntar: ¿sabe la Iglesia
todo esto? ¿Cuánto es y dónde va el dinero
que recibe el Opus Dei en Roma?
Pero siguiendo con mi relato sobre Venezuela y el gobierno
regional: como digo, creo que en este gobierno regional nos
llevábamos todas muy bien. Sin embargo, en el trato
de vida de familia, me daba cuenta de que Eva Josefina chocaba
con muchas numerarias. Y, efectivamente, les suponía
esfuerzo aceptarla como superiora. Yo siempre creí
que era debido a que Eva Josefina intelectualmente no tenía
crédito válido con ninguna de las de su generación
y, sin malicia, tendía a presumir de conocer y haber
alternado con "la flor y nata" de la sociedad caraqueña,
además de dejar ver muy sutilmente lo exitosa que había
sido su vida social "vis-a-vis" de los muchachos
de su generación.
Sin embargo, a las asesoras del gobierno central en Roma
les caía Eva Josefina Uzcátegui extraordinariamente
bien, especialmente a Mercedes Morado, la entonces directora
central, y consideraban que tenia "muy buen espíritu"
porque les hablaba con gran deferencia y se doblegaba a cuanto
le dijeran, cayera quien cayese. Y buena prueba de ello fue
que la nombraron delegada de Venezuela directamente haciendo
caso omiso en Roma de la opinión que, a petición
de la Asesoría Central, habíamos enviado por
separado, según nos lo indicaron las otras asociadas
inscritas del país. Nuestro voto recayó sobre
Elsa Anselmi por ser ésta una persona madura, seria,
con responsabilidad profesional (era entonces la directora
de un laboratorio de Toxicología de la Seguridad Social
en Caracas).
Al llegar este nombramiento de Eva Josefina Uzcátegui
como delegada de Venezuela, ahí sí que me eché
yo a temblar, porque pensé que el país estaba
ahora en manos de alguien ignorante, sin personalidad definida,
con voto y veto en el gobierno regional del país y
con voto también en el gobierno central, dispuesta
"por buen espíritu" a rendirse a la menor
insinuación que le hicieran tanto el consiliario como
el gobierno central en Roma, como forma concreta de vivir
la "unidad". Por otra parte recordé aquello
que monseñor Escrivá solía decir, que
"en el Opus Dei "las grandes cabezas" no sirven
porque se convierten en "cabezas grandes"".
"Las "medianías", hijas mías,
sirven mucho porque son dóciles y están dispuestas
a aceptar lo que se les diga." Esto se lo había
oído yo bastantes veces repetir en Roma. Por ello,
asumí el hecho y, durante las semanas que Eva Josefina
fue a Roma para la convivencia especial de delegada, me ocupé
personalmente con Begoña Elejalde de prepararle su
cuarto, tapizándole los muebles y organizándole
una serie de ficheros, closets, etc., conforme al rescripto
recibido de la Asesoría Central donde se indicaba expresamente
cómo deberían ser los cuartos de las delegadas.
Y, naturalmente, le dejamos un cuarto de baño para
su uso exclusivo, así como una línea de teléfono.
La habitación quedó lindísima y muy funcional.
El cargo de delegada es muy importante: segundo en rango
en los gobiernos regionales. Las delegadas tienen voto y veto
en las cuestiones de gobierno y ocupan también un puesto
en el gobierno central de Roma. Son las representantes del
gobierno central en el gobierno regional, y de éste
en el gobierno central.
La casa de la Asesoría era en verdad una casa acogedora
y bonita, no un caserón. Toda ella enmarcada en el
estilo colonial de la construcción. De ser previamente
una casa ruidosa, cuando "Etame" estaba en este
edificio, se convirtió en una casa silenciosa. Se oía
el cantar del "Cristo fue", el pájaro venezolano
que en su piar repite claramente "Cristo fue" como
premio de Nuestro Señor a estar posado en los brazos
de su Cruz cuando El murió, cuenta lindamente la leyenda.
La sala de sesiones de Asesoría era de estilo colonial
y en ella estaba la imagen de la Virgen que aparece al principio
de este apartado. Dicha imagen fue esculpida por Ulibarrena,
un artista vasco que residía en Caracas, y bajo la
dirección del doctor Moles. Tiene la Virgen las facciones
clásicas de la india andina y lo mismo el Niño.
Esta imagen se le llevó a monseñor Escrivá
para que la bendijese en Roma.
A fin de dar luz a la habitación de la sala de Asesoría,
tumbamos prácticamente la pared y pusimos unas rejas
preciosas que nos las hicieron expresamente para ese lugar.
Estas rejas decoraban y separaban la sala de reuniones de
Asesoría, de una habitación que llamábamos
el porche. En una época fue aula de las alumnas de
"Etame" y ahora era el cuarto de estar nuestro donde
habitualmente se hacían las tertulias. Era también
la habitación donde teníamos la televisión.
Yo procuraba que se vieran todas las noches las noticias,
y muchas veces hacía la vista gorda cuando pasaba la
media hora marcada, si es que estaban proyectando alguna película
bonita o algún ballet que les interesara a la mayoría.
Procuraba muy de verdad que la tertulia fuera un rato de descanso
y que la gente se sintiera a gusto. En estas cosas decidí
vivir el espíritu cristiano, no la letra de la doctrina
del Opus Dei. Y para mí, cuando un sacerdote me decía
que "debía cuidar a mis hermanas", ésa
era una de mis interpretaciones, no solamente darle una aspirina
si le dolía la cabeza.
Por otra parte, me daba cuenta de que el apostolado que hacíamos
era entre señoras de las altas esferas sociales, donde
confluían la riqueza y el poder, y cuyos maridos o
familias eran conocidas y reconocidas en el país. Nuestra
amistad con tales personas nos situaba en un nivel muy diferente
y separado del pueblo, del pobre. Yo estaba convencida de
lo que me decía el Opus Dei: de que el apostolado con
los pobres no era lo nuestro, sino que eran las congregaciones
religiosas las que llevaban esas otras labores en la Iglesia.
Este principio estaba basado en la propia definición
del Opus Dei cuando dice que "...es hacer el apostolado
con todas las clases sociales, especialmente con los intelectuales".
Yo diría que más que entre los intelectuales
humanistas, que raras veces son ricos, el Opus Dei hace el
apostolado con la "tecnocracia", es decir, con los
intelectuales del mundo de la ciencia, de la banca, el derecho,
en dos palabras: con las clases dirigentes del país
que son los que en definitiva mueven dinero y poder. Es con
las esposas de esos señores con las que las mujeres
del Opus Dei hacen apostolado, "tratan" es la palabra
usada en la jerga del Opus Dei. A monseñor Escrivá
le había oído yo decir con frecuencia que "los
más pobres muchas veces son los intelectuales, porque
están alejados de Dios y nadie se ocupa de ellos".
Pero el hecho es que las casas del Opus Dei están
puestas de acuerdo con el nivel social de la clase de apostolado
que se realizará en las mismas.
La forma de vestir de las numerarias, sin ser lujosa, tenía
un tono distinguido alto. Ello no quiere decir que nuestro
ropero fuera "nuestro", ya que por virtud del voto
de pobreza estábamos siempre dispuestas a desprendernos
de lo que fuera en el momento que nos lo indicara un superior,
para dárselo a aquella otra que lo necesitara por la
razón que fuera. Es decir, yo puedo decirlo por mí
misma: la ropa que habitualmente yo tenía en el closet
era la que se usaba durante toda la semana, y si pasaba un
mes y no se usaba algo de inmediato, se lo daba a quien me
parecía que lo podía usar más en la casa.
Por otra parte, tengo que reconocer que las numerarias del
Opus Dei visten mejor que muchas mujeres de clase media alta
y que las casas del Opus Dei tienen en general un tono donde
una mujer del pueblo no se atreve a entrar más que
de sirvienta. A no ser que se trate de lugares donde el Opus
Dei hace apostolado con campesinas o con sirvientas.
La esencia del Opus Dei en materia de pobreza no es "no
tener, sino estar desprendido". Esto conduce a muchas
objeciones. Una de ellas, es la que sencillamente me apuntaba
mi padre hablándome de la pobreza con referencia a
las casas del Opus Dei (de la de Roma y otras, en general;
y de las que él conocía, Diego de León
en Madrid, por ejemplo, en particular): "Eso es muy elástico
-decía mi padre-. ¿Qué me importa a mí
no disponer del título de propiedad de un inmueble
perfectamente decorado si puedo vivir en él toda mi
vida?" Y creo que no le faltaba razón. Y esto
que ahora puedo verlo tan claro, entonces lo veía turbio,
aunque sí era consciente de que nos movíamos
entre gente de esferas altas y, por consiguiente, adinerada.
Más de una vez nos dijo monseñor Escrivá
a las del gobierno central, estando en Roma y a propósito
de la casa, que "ningún marido nos hubiera dado
lo que nos daba la Obra".
Y continuando con la vida ordinaria de nuestras casas en
Venezuela: el periódico llegaba diariamente a todas
las casas de la sección de mujeres y no se disculpaba
a quien no lo leyera, ya que si estábamos tratando
a la gente teníamos que estar informadas de las cosas
que ocurrían en cualquier parte. Y esto, hacía
yo que todas las directoras de las otras casas lo exigieran
a las numerarias que vivían en ellas. No quería
yo que la gente viviera en el limbo en que yo había
vivido durante muchos años en la Obra.
En la Asesoría Regional acordamos por lo mismo que
teníamos que empezar a leer libros. Y con ello quiero
decir no solamente libros de lectura espiritual. Decidimos
que podríamos empezar con los best-sellers, de los
cuales la gente que venía por la casa hablaba con frecuencia.
Recuerdo que uno de los primeros libros que leímos
fue "Exodo". Y después se los íbamos
recomendando a una u otra numeraria, según los intereses
de cada una. El caso es que la gente empezara a salir de ese
túnel en el que habíamos vivido por años.
Y lo mismo pasó con respecto a la música. En
Venezuela, niños y niñas aprenden desde chiquitos
a tocar el "cuatro", una guitarra pequeña
de cuatro cuerdas, y ello trae consigo el aprenderse también
las canciones de tipo folklórico, desde las cálidas
y movidas caribeñas hasta las más cadenciosas
del interior. Por ello, la gente joven, y aún hoy día,
se reúnen a menudo a tocar cuatro; no se diga al llegar
la Navidad donde el cuatro es el instrumento esencial de los
llamados "aguinaldos" (villancicos en España)
y de cualquier reunión familiar. A más de ello,
en todas las casas había un "pick-up" y se
solían tener los discos que, bien por regalos, bien
porque los traían las mismas numerarias cuando se venían
a vivir, había en cada casa. Incluso los días
de fiesta y los domingos, fechas en las que en las casas del
Opus Dei se suele tomar un aperitivo, se ponían siempre
algunos discos.
Las salidas semanales se llevaban a rajatabla, pero no necesariamente
en grupo. Cada quién aprovechaba esa salida para hacer
apostolado o proselitismo y también muchas veces, si
coincidía el que a dos nos interesaba ver la misma
exposición de pintura o arte, para ir juntas con arreglo
a los coches y al horario que cada quién tenía
disponible.
Cuando yo llegué a Caracas, solamente manejaban el
coche Carmen y Begoña, y las pobres estaban todo el
día al volante. Esto lo corté de un tajo haciendo
que todas las numerarias aprendieran a manejar y sacaran la
licencia correspondiente.
Modifiqué un poco el cuarto de la secretaria regional.
Encargué que me hicieran un closet pequeño en
el cuarto de baño y se dedicó el closet grande
del cuarto para archivo de la Asesoría. Estaba también
en este cuarto la IBM-executive que compramos como máquina
buena de escribir. En otro lugar de la casa teníamos
la fotocopiadora y la máquina de destruir papeles.
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