Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

Tras el umbral
Una vida en el Opus Dei
Autora: Carmen Tapia
Índice del libro:
I. Prólogo, presentación e introducción
II. Mi encuentro con el Opus Dei
III. Crisis vocacional
IV. Cómo se llega al fanatismo
V. Viaje a Roma
VI. Roma, la jaula de oro
VII. Venezuela
VIII. Roma II: retorno a lo desconocido
IX. Regreso a España
X. Represalias
XI. Retratos
XII. Los silencios
XIII. Bibliografía sobre el Opus Dei
XIV. Bibliografía general
 
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TRAS EL UMBRAL, UNA VIDA EN EL OPUS DEI. Carmen Tapia

CAPITULO VII: VENEZUELA (primera parte)


De Roma salimos Lola de la Rica y yo con Carmen Berrio que iba a Colombia. El 23 de septiembre de 1956, pues, dejamos Roma, no sin antes haber escrito a nuestras familias en España comunicándoles nuestro nuevo destino en Venezuela; y Carmen el suyo, en Colombia.

Llegamos a Barcelona las tres, justo el 24 de septiembre, festividad de Nuestra Señora de la Merced, patrona de Barcelona. Era por tanto fiesta. Fuimos a "Monterols", la administración donde yo había vivido por varios meses hacía años, y la primera impresión que tuve esta vez fue que la casa parecía vieja. Posiblemente por contraste con el estilo romano a que me había acostumbrado.

Conocía a algunas numerarias de las que vivían allí, pero había otro grupo nuevo para mí, muchas de ellas vocaciones recientes. Me dio alegría volver a encontrarme con Mercedes Roig, quien me dijo que su hijo numerario, Barto Roig, estaba también viviendo en Caracas y trabajando como ingeniero en una fábrica de textiles, "Textilana", que era de la familia de otro numerario catalán que también estaba destinado en Caracas.

Como llegamos por tren a mitad de tarde, nos acompañaron a oír misa a una iglesia pública. Todas las numerarias, al regresar a la casa, querían que les contásemos cosas del Padre y de Roma. Había que comprender que para ellas era como si Lola, Carmen y yo regresáramos de la Meca, pero estábamos tan rendidas que hablamos muy poco y pedimos, en cambio, que nos dejaran por favor ir a dormir.

Al día siguiente, Lola de la Rica y Carmen Berrio se fueron bastante temprano hacia Bilbao, ya que en Las Arenas vivía la familia de Lola y la de Carmen en Bilbao, y tenían que despedirse de todos ellos. Como mi tren no salía hasta la noche, antes de salir hacia Madrid, fui al santuario de Nuestra Señora de la Merced. Personalmente siempre me gustó esa advocación de la Virgen.
Recuerdo que le pedí ayuda a la Virgen porque estaba asustada de ir nada menos que de directora regional a un país que no conocía. Sólo tenía ideas acerca del funcionamiento en sí de la Escuela Hogar "Etame" por la información que el doctor Moles nos entregó en Roma. Información que me leí a fondo. El nombre de las alumnas me llamaba la atención: frente a la costumbre española de poner el nombre de la Virgen ante otro cualquiera: María Lourdes, María Pilar, por ejemplo, había leído en las listas de esa Escuela Hogar nombres como Eva Josefina, Julia Josefina, etc. Por otra parte me había dado cuenta de que las preguntas que les hacían a las alumnas en los exámenes de la clase de religión eran curiosísimas y denotaban muy escasa formación religiosa. Por ejemplo: "Si alguien se muere, ¿qué es mejor, poner dos velas a un santo u ofrecer una misa por su alma?" Tenía gran confusión de ideas. Lo mismo con el clima. Respecto a la geografía del país sabía lo básico, pero respecto a la historia muy poco. Le pedí a la Virgen que de verdad me ayudara y me guiara.

Al llegar a Madrid fui a vivir a la casa de la Asesoría Regional de España, que estaba ubicada en una parte del edificio de la Escuela de Arte y Hogar "Montelar", en la calle de Serrano y a media cuadra de la casa donde vive mi familia.

Tanto Crucita como Marisa Sánchez de Movellán y especialmente María Ampuero estuvieron muy cariñosas conmigo. Se ocuparon desde revisarme el ropero y suplirme de lo que ellas pensaban podía necesitar, hasta de darme permiso especial para que pudiera visitar a mi familia en la forma que mejor creyera. Me dijeron que hacía muchos años que no los veía y que tanto a ellos como a algunas de mis amigas les tenía que dejar el mejor recuerdo antes de irme de España para siempre. Me indicaron que me pusiera de acuerdo con las superioras para explicarles dónde pensaba ir cada día. Esto no pasaba frecuentemente ni mucho menos en el Opus Dei y se lo agradecí de verdad.

A las pocas horas de haber llegado, me dijo Crucita, la directora regional de España, que don Antonio Pérez Tenessa quería hablar conmigo. Don Antonio Pérez era entonces el sacerdote secretario general, es decir, el superior inmediato a monseñor Escrivá. Me dijeron Crucita y Marisa que María Ampuero me acompañaría a esa visita. La verdad es que ninguna sabía la razón por la cual don Antonio quería verme.

Quedaron de acuerdo en que aquella tarde iríamos a "Lagasca", desde donde subimos al comedor de Diego de León, 14, María Ampuero y yo.

Yo siempre había tenido por don Antonio, como dije al hablar de "Molinoviejo", no sólo un gran respeto y admiración, sino un auténtico cariño. Me parecía una persona muy veraz y muy de fiar. También pensé que, por el motivo que fuera, monseñor Escrivá le esquivaba.

Subimos a dicho comedor de Diego de León y llegó don Antonio. Nos hizo sentar. Él estaba a un lado de la mesa grande de aquel comedor y nosotras dos estábamos en el extremo, cerca de las ventanas. Después de preguntarme cómo había hecho el viaje y cómo había dejado al Padre en Roma, pasó directamente a hablarme del tema que le ocupaba. Su tono era serio, pero no enfadado. Recuerdo sus palabras con toda claridad:

-María del Carmen, hace unos días vino a verme tu padre. Me dijo que le habías escrito desde Roma diciéndole que te ibas a Venezuela y que, naturalmente, siendo tú la única hija y la mayor, le entristecía sobremanera la noticia, máxime por la situación de tu madre, quien al saberlo se puso enferma. Tu padre me preguntó si no habría forma de que te quedases en España.

-Y siguió don Antonio-: Y yo le dije directamente que, si él no quería, tú no te ibas a Venezuela. Que él era tu padre y tenía derecho sobre ti y a tenerte cerca. Es más, le dije -agregó don Antonio- que podía, siempre que te lo merecieras, darte dos bofetadas.

Yo escuché todo esto en completo silencio y comprendí, conociendo a mi padre, que las palabras de don Antonio eran auténticas. Aquí don Antonio metió el inciso, justo también, de que yo no había sido cariñosa con mis padres, que les había escrito poco y que nunca daba noticias de esas que les gusta a las familias saber.

Continuó don Antonio diciéndome:

-Pero tu padre, que es todo un caballero, vino a verme otra vez y me dijo que "él no quería hacer nada que tú no quisieras y mucho menos estropearte tu carrera...".

Aquí yo me sonreí porque comprendí que mi padre había hablado del Opus Dei en términos profesionales. Don Antonio me marcó lo muchísimo que mi padre me quería y lo poco que yo le había correspondido. La verdad es que tuve que esforzarme para no echarme a llorar allí mismo, porque yo a mi padre siempre le quise de modo extraordinariamente profundo y a mí también me costaba, una vez más, dejarlo y dejar España.

Don Antonio me indicó que quería decirme todo eso antes de que yo viera a mi padre. Esto debió de ser el 26 de septiembre de 1956 y, una semana después, el 4 de octubre, estaba previsto que yo saldría para Venezuela.

Regresamos a "Montelar". Yo, muy compungida, la verdad. Tengo que decir que todas las asesoras se volcaron conmigo porque comprendían que, por una parte, yo tenía que obedecer a monseñor Escrivá, pero por la otra a don Antonio, que había sido muy humano con mi padre, y no le faltaba razón por lo poco humana que había sido yo con mi familia, cosa por otra parte cierta.

Al conversar yo con una de las asesoras, le preguntaba si don Antonio sabría la serie de restricciones que teníamos respecto al trato con nuestras familias. Y pensamos que no debía de saberlo, aunque parezca increíble. La cuestión fue que, para animar la situación, Crucita y Marisa dijeron que aquella noche íbamos a tener una cena extraordinaria y una tertulia, solamente con las de Asesoría. Me preguntaron cuánto hacía que no veía una película y se llevaron las manos a la cabeza cuando les dije que desde el año 1950, cuando en "Los Rosales" proyectaron la famosa "Botón de ancla". Me prometieron que esa noche proyectarían una película buena para ponerme al día. Alquilaron "Ana", la espléndida película de Silvana Mangano, muy en boga entonces no sólo desde el punto de vista de la actuación o de la música y baile del "bayón", sino también por el tema central de la perseverancia de una monja. La cena, la tertulia, la película fueron muestras de cariño y del deseo de hacerme olvidar un poco los ratos fuertes del día y los que aún me esperaban.

La verdad es que me fui a la cama con una serie de ideas encontradas: por una parte, lo que me había dicho don Antonio, todo humano, considerado y con gran sentido de caridad hacia mi familia y, por otro lado, la actitud de monseñor Escrivá, absolutamente ajeno al sentir y pensar familiar. Luego, la acogida tan cariñosa y natural de todas las numerarias de la Asesoría, la forma de vivir tan alegre, sencilla y, al mismo tiempo, ese notable y sereno ambiente apostólico. No se veía a las asesoras tensas, sino responsables y sencillas. Y como final, la idea de la película, que me encantó y pude saber lo que estaba sucediendo en el mundo de esa época. Recuerdo que me decían, bromistas, en "Montelar": "Así cuando llegues a Venezuela sabes ya lo que es el bayón, cuando hables con las chicas de san Rafael." Naturalmente que esta visión mia era totalmente subjetiva puesto que yo no vivía en la casa, estaba de paso y bien podría haber otro mar de fondo desconocido totalmente para mi.

Para mí fue un ejemplo de cómo, dentro de un marco del Opus Dei, se podía vivir la vida de familia y de gobierno. Este cuadro encajaba mejor con la idea interna que yo tenía del Opus Dei que con el ascetismo frío de una Encarnita y la casa de Roma.

Al día siguiente vi a mi padre, también a la hora del café, y en el mismo sitio donde otras veces. La última vez que lo había visto había sido en un viaje muy corto de dos días que hizo por motivos profesionales a Roma. Entonces me atreví a subir a su habitación del hotel y vi a mi madre una hora escasa, pero fue una situación tensísima y tan dura que me apena recordarla, porque mi madre no quiso hablar conmigo. Hacía, pues, más de tres años desde esa vez en Roma que no veía a mi padre.

Ahora en Madrid, y con el permiso que me había dado la Asesoría de España, me podía mover con mayor libertad en cuanto al horario y duración de las visitas a mi familia. La verdad es que procuré estar de lo más comprensiva y cariñosa con mi familia; pero, al mismo tiempo, aunque me costaba dejarlos, era muy diferente mi sentimiento al de ellos. Para ellos, me alejaba por una serie de años imprevistos, pero muchos. Para mí, era el precio que debía pagar en mi cumplimiento de la voluntad de Dios, a través de la misión que me había encomendado monseñor Escrivá.

Hoy día, comprendo la tristeza de mi padre más a cabalidad porque me he quitado la venda del fanatismo. Y creo que el Opus Dei hubiera tenido que tratar a las familias de un modo muy diferente: con corazón de carne, simplemente, y no con frases estereotipadas.

A mis hermanos también los vi. Incluso fui con mi hermano Javier a casa de la familia Ybarra, a conocer a la que era entonces su novia porque se le acababa de morir su madre. Era una muchacha encantadora, bonita y fina, que ayudó a mi hermano enormemente durante su carrera de medicina.

Pude también visitar y despedirme de mi amiga de toda la vida, Mary Mely Zoppetti, y de su marido Santiago Terrer. Es decir, fue una semana que la dediqué a ver a mi padre todo el tiempo que él tuvo disponible, así como a mis hermanos. Sin embargo, la pena grande que me llevé fue que no vi a mi madre y no sabía por cuántos años más no la vería. Mi padre y mis hermanos me recomendaron que era mejor que no fuera a casa para evitar cualquier tipo de reacción de mi madre. La verdad es que se sentía mal esa temporada.

Lola de la Rica y Carmen Berrio llegaron a Madrid dos días antes de irnos. Y el 4 de octubre salíamos para Caracas con los billetes comprados por la Asesoría Regional de Venezuela, y por la de Colombia a Carmen.

Recuerdo muy bien que subiendo la escalerilla del trimotor de Iberia le dije a Lola: "Hoy es 4 de octubre, día en que tenemos que hacer el "expolio" y con esto del viaje me olvidé completamente". Lola de la Rica me miró y me dijo muy seria:

-¿Te parece poco "expolio" dejar la patria?

A lo que me tuve que callar porque tenía razón. (El "expolio" es una costumbre que existe en el Opus Dei como una forma más de vivir la pobreza. El 4 de octubre se dejan encima de la mesa de la directora de la casa aquellas cosas de uso personal como el reloj, collar, pluma, etc. La directora es quien decide si ha de de volver a la persona todas las cosas o solamente algunas). Iba en el avión de azafata una chica que yo conocía bastante, Cole Peña, quien trató de atendernos lo mejor posible.

Y tanto para Lola como para Carmen y para mi aquel viaje además fue nuestro bautismo de aire, atravesando el Atlántico en un trimotor. El avión tuvo la primera parada en la isla de Santa María a media noche. La siguiente parada fue San Juan de Puerto Rico. Nos quedamos totalmente maravilladas de la belleza de la isla de Puerto Rico desde el aire: una mancha de verde oscuro sobre un mar pronunciadamente azul. Nos sirvieron el desayuno a todos los pasajeros en la cafetería del aeropuerto de San Juan. Yo me senté en un sitio que encontré libre y cuando miré a la señora que tenía enfrente resultó ser nada menos que Viruchy Bergamín, que vivía en Caracas y regresaba de visitar a un hijo suyo que tenía enfermo en España. Viruchy era aquella muchacha cuya familia alojó a la mía en su casa en Madrid durante la guerra civil. Su padre era un arquitecto español muy famoso que construyó la zona residencial de El Viso y la Colonia de la Residencia en Madrid. Me habló Viruchy de Caracas con gran entusiasmo y me contó sobre una serie de edificios que su padre había construido allí. Naturalmente llegó el momento en que me preguntó qué venía a hacer yo en Caracas. Le dije abiertamente que era del Opus Dei. Muy educadamente me dijo que seguramente no coincidiríamos en la ciudad porque ella no compartía "esas ideas". Y es cierto. No la volví a encontrar nunca. Cosa que sentí.

Seguimos vuelo a Caracas, donde llegamos al mediodía del 5 de octubre de 1956. El calor húmedo del aeropuerto de Maiquetía lo sentimos fuerte, tanto que para protegerme del sol en plena pista no se me ocurrió cosa mejor que ponerme debajo de un ala del avión y me cayeron unos goterones de grasa negra que destrozaron el vestido rojo que llevaba puesto.

Cruzamos la aduana y recogimos nuestro equipaje sin problemas. Vimos que no había nadie en el aeropuerto esperándonos, cosa que no nos extrañó demasiado porque el correo entonces en Venezuela iba muy mal y pensamos que no les habría llegado nuestra carta, como así había sido. O sea que tomamos un taxi, o "carro libre", como se llama allí, y subimos por la recién inaugurada autopista hacia Caracas.

La primera impresión que tuvimos de Venezuela fue que debía de haber algún golpe militar. La autopista estaba llena de soldados con fusiles. No nos atrevimos a preguntarle nada al chauffeur. Tampoco teníamos idea de las distancias y, a la media hora de ir en automóvil, el camino se nos hizo largo. Por fin entramos en la ciudad, y cruzándola llegamos a la Urbanización Altamira. La dirección que llevábamos era exacta e inmediatamente reconocimos la casa por las fotografías que habíamos visto en Roma: "Etame" aparecía con letras bonitas de hierro forjado en el muro. Éste era el nombre de la Escuela de Arte y Hogar.

Salió a abrir la puerta una sirvienta, pero al oírnos llegar se levantaron todas de la mesa -estaban almorzando- y vinieron a recibirnos. A Marichu, la directora regional, la conocía poco, pero la había visto algunas veces. A Begoña Elejalde por supuesto la conocía de Bilbao y el volverla a encontrar me dio una alegría enorme. Estaba también María Teresa Santamaría a quien había conocido en Roma. No conocía a Ana María Gibert más que de referencias, porque su cuñado Alfredo Alaiz era compañero de mi padre. Tampoco conocía a Carmen Gómez del Moral ni a Marta Sepúlveda, una numeraria mexicana que había llegado hacía unos meses para ayudar en el proselitismo.

Nos abrieron la puerta del oratorio para saludar al Señor. Me pude dar cuenta de que era de estilo barroco. Y pasamos al patio central. Al ver la casa, me quedé entusiasmada. Era preciosa. Si valiera decir que mi amor por Venezuela fue un "flechazo", diría que sí. Me pareció que conocía de toda mi vida aquella casa, con su patio central, la palmera en el medio, los corredores donde daban todas las puertas de cada habitación. Era una casa que respiraba claridad. El comedor estaba en un rincón del mismo corredor. La casa me recordaba enormemente a las de Andalucía. Pronto me enteré de que a Caracas se la llama "la ciudad de los tejados rojos", y es así. Desde el patio central se distinguían las montañas. Un jardín de grama rodeaba la casa; y un muro blanco con un tejadillo rojo, toda la propiedad. El clima era ideal. Recuerdo que Carmen Berrio repasaba las puertas con la vista y con las manos y me repetía: "Es caoba. ¡Todas las puertas son de caoba!"

Me llevaron al cuarto de la secretaria regional, donde dejé mi equipaje. A Lola y a Carmen las acomodaron en otras habitaciones. Por la tarde, me presentaron a la primera y única vocación de Venezuela: Julia Josefina Martínez Salazar. Estaba terminando Económicas en la Universidad Central. Julia era una muchacha de veintisiete años, de risa fácil, alta, morena, bonita, con unos ojos negros preciosos. Por su manera de tratar a Marichu Arellano me di cuenta de que estaba muy consentida y que tendía al infantilismo. También es cierto que por ser la pequeña de varias hermanas, al quedarse huérfanas, sus hermanas mayores la mimaron mucho.

Sería injusta aquí si no dijera que el cambio y madurez que adquirió Julia Martínez en los años en que yo estuve en Venezuela fue asombroso. No sólo terminó su carrera, sino que la ejerció brillantemente. Pero para mí el mayor valor de Julia era su humildad. Era bondadosa con las personas que trataba. Las señoras la querían muchísimo y también profesionalmente se hizo respetar mucho. Julia vino conmigo a una serie de viajes de apostolado a Valencia y Maracaibo. Su entusiasmo era contagioso. Pero sobre todo su lealtad. Yo la quise mucho y llegué a admirarla. Desde que salí de Venezuela no la volví a ver ni a saber de ella directamente. Me enteré, con profunda tristeza, de que había fallecido de cáncer el 28 de agosto de 1987.

Nada más llegar a Caracas llamé por teléfono al consiliario, el doctor Moles, para saludarlo. Le dije que me encantaba la casa. Recuerdo que me contestó: "Es bueno que te guste el lugar de trabajo." Me dijo que ya nos veríamos, pero sin la menor prisa. Me di cuenta durante esta breve conversación de que el doctor Moles no pronunciaba las zetas al estilo español, sino que las convertía en eses como hacían los andaluces. Y también que solía decir con mucha frecuencia "¡Ajá! ¡Ajá!", equivalente a "sí, sí". Ambas expresiones, comprendí más tarde, manifestaban una sincera voluntad de adaptarse al país adoptando la forma de hablar de Venezuela.

Aquella tarde vino a confesar don José María Peña, que era el sacerdote secretario regional. Antes de entrar al confesonario, Marichu me presentó a él.

Vinieron varias señoras a confesarse con él, entre ellas dos supernumerarias venezolanas ya mayores y cuando Marichu me las presentó, exclamaron casi al unísono: " ¡Tan jovencita! Mi hijita, pero si eres una criaturita."

Con una gran sonrisa, les contesté: "Eso, por desgracia, se cura antes de lo que pensamos." La verdad es que tenía solamente 31 años y aquellas señoras me doblaban la edad fácilmente.

Lo primero de que me di cuenta era de que las señoras estaban muy disgustadas de que Marichu se fuera y de que yo, tan joven, me quedara de directora del país. Comprendí que no se me cernía un horizonte demasiado fácil, pero no me asusté tampoco.

En realidad quien iba a llevar la labor de san Gabriel, o sea con las supernumerarias, iba a ser María Teresa Santamaría. O sea que yo me sentía tranquila porque María Teresa tenía costumbre de tratar a las señoras, era muy inteligente y había estado en Roma. Todo ello para mí, y más a primera hora, era una tranquilidad. María Teresa era una persona eficacísima. Era la secretaria de la Asesoría Regional. Estuvo pocos años en Venezuela. Teníamos puntos de vista diferentes, quizá porque yo era más fanática, pero yo siempre la admiraba y quería mucho. Después de una visita a Venezuela de don José Luis Múzquiz, un visitador enviado por el Padre, decidieron que era mejor que María Teresa se fuera a la región de Canadá. Al irse ella se quedó de secretaria regional Lola de la Rica.

Mi primera experiencia en el trópico fue el frío que pasé la primera noche. Había rechazado olímpicamente una cobija que me ofrecieron antes de irme a la cama, pero cuando a media noche, aterida de frío, prendí la luz y fui a echar mano de la gabardina que traía en el avión, vi con asco inenarrable que en el camisón tenía posada una cucaracha voladora de unos cuatro o cinco centímetros de largo. Conteniendo la respiración fui al cuarto de baño y la agarré con un papel "toilette" echándola por el excusado.

Cuando al día siguiente supe que las cucarachas voladoras no eran algo excepcional y noté que los zancudos y los mosquitos me empezaban a comer las piernas, di como mi primera orden en Venezuela poner telas metálicas en todas las ventanas de la casa, cosa que me enteré hacía la mayoría de la gente.

Al día siguiente vi al doctor Moles que vino a celebrar la misa. Después de misa hablamos un momento Marichu y yo con él. Marichu se iba a Roma esa misma semana y tenía que llevarse correo y dinero para el Padre.

Preparamos en dos o tres días el viaje para Carmen Berrio a Colombia y organizamos todo el viaje de Marichu a Roma.

Marichu no habló mucho conmigo. Sólo las cosas de rigor. Me puso al tanto de la parte económica de la casa. La casa no era nuestra sino de una sociedad auxiliar cultural de los varones a la que nosotras le pagábamos mensualmente el alquiler.

Las primeras salidas que hicimos Lola y yo fue al centro de la ciudad, a una parte llamada "El Silencio", que es justamente lo contrario de lo que el nombre indica: la parte más ruidosa de la ciudad. Tuvimos que ir a Inmigración para arreglar nuestra residencia por un año, según el visado que nos habían concedido en el consulado de Venezuela en Roma, ya que ambas veníamos con contrato de trabajo dado por la Escuela de Arte y Hogar "Etame". Lola daría clase de primeros auxilios y yo de italiano.

Hablé con Marichu sobre Roma, sobre el Padre, sobre "unidad". Indiscutiblemente llegué con el modelo "romano" y apliqué duramente la doctrina sin tener en cuenta que yo no era monseñor Escrivá y que Venezuela no era Roma. Como colofón, estrenando mi mentalidad de "portadora de buen espíritu", y, con la creencia de una fanática convencida como era yo, envié a Roma una carta hablando del "mal espíritu" de Marichu respecto a la "deformación" que estaba causando en la primera vocación venezolana, malcriándola y mimándola. Y por supuesto debí marcar que no se vivía a la perfección el espíritu de "unidad", porque había comentarios de que "el Padre se parecía a Bolívar". A mí me resultó horrible que comparasen a monseñor Escrivá con Bolívar, que, a fin de cuentas, era un líder político, y monseñor Escrivá, en cambio, era un "santo"... ¡Así pensaba yo en mis años de fanática en el Opus Dei! Sin embargo, si hipotéticamente se hiciera hoy día una encuesta en Venezuela, pongo por caso, de quién debería subir a los altares, si Bolívar o monseñor Escrivá..., ¡habría un grave problema...!

También me sorprendí -y esto lo incluyo como detalle necio, pero gráfico- de que se tomara café después del almuerzo a diario, costumbre que en "Roma" y en "España" estaba relegada solamente a los domingos o días de fiestas grandes. Naturalmente, cuando días después arrastré una jaqueca permanente que me hacía vomitar diariamente varías veces, comprendí que el café en un clima tropical es una necesidad, no un lujo.

Marichu se fue a Roma y sé que la baldaron a broncas. Noventa por ciento de ello por mi culpa. Cosa que siempre lamenté en mi vida y nunca me pude disculpar con ella, porque nadie puede hacer lo que hice yo: juzgar sin conocer a fondo el contexto de las cosas, esgrimiendo el criterio aconsejado por Roma basado en la "defensa de la unidad" y del "buen espíritu". Este fue el primer y el único informe peyorativo que mandé a Roma de una persona de la Obra.

A distancia de años comprendo que monseñor Escrivá se permitía dar criterios sobre cosas que desconocía plenamente; países, costumbres, etc. Y juzgaba a hijos e hijas suyas sin conocimiento pleno de causa, lo cual, a mi juicio, era reflejo de una notoria ignorancia humana y una soberbia muy a tener en cuenta. Y nosotras, las que él mandaba a otros países, como títeres suyos, bailábamos al ritmo de la cuerda que desde Roma nos movía.

Al segundo día de mi llegada a Venezuela vino a confesar otro sacerdote del Opus Dei que pasó muchos años en Caracas: don Rodrigo. Era un sacerdote que había estado en el Colegio Romano de la Santa Cruz. Era muy proselitista y dirigía espiritualmente a un grupo escogido de muchachas caraqueñas, muchas de ellas pertenecientes a una asociación muy bien organizada que se dedicaba a labores sociales, llamada "El Comité de Santa Teresita" y, abreviadamente, "el Comité". En su dirección estaban María Evita y María Teresa Vegas Sarmiento, María Elena Benzo, María Margarita del Corral, Eva Josefina Uzcátegui, entre otras. Pero el alma y la cabeza del Comité eran las dos primeras. El Comité se deshizo porque todas ellas entraron al Opus Dei. Pertenecían estas muchachas a familias de un estrato social alto, se habían confesado primero con el doctor Moles, habían asistido a clases en "Etame" y ahora que el doctor Moles confesaba y dirigía sobre todo a señoras, don Rodrigo era quien llevaba la dirección espiritual de la mayoría de ellas.

Salvo el doctor Moles que se había hecho ciudadano venezolano, los otros sacerdotes eran aún españoles. Años más tarde, don José María Peña se hizo también ciudadano venezolano.

Las mujeres del Opus Dei llegadas a Venezuela eran todas españolas. Solamente Lola de la Rica y yo nos hicimos ciudadanas venezolanas cuatro años después, tan pronto como legalmente nos lo permitió la ley venezolana.

Cuando en días sucesivos fui conociendo a estas muchachas, me hicieron una impresión excelente y me di cuenta de que yo tampoco les había caído mal, precisamente por lo que aquellas señoras del primer día encontraron censurable en mí: la edad.

Pude comprobar que las mujeres venezolanas, a más de muy lindas, eran extraordinariamente elegantes. Tenían un gusto muy refinado. Y contrastaba esta impresión con la opinión un tanto generalizada que existía en España en aquella época de que los sudamericanos eran "inferiores" a los españoles y las mujeres "cursis". Pues ni lo uno ni lo otro; me convencí muy pronto de ello. Me sorprendió también, hablando con estas muchachas, de la confianza enorme que tenían con sus padres.

A sus madres, por ejemplo, les contaban con pelos y señales su trato con cualquier muchacho que las acompañara o les gustase, cosa totalmente impensable para una mujer joven española, al menos entonces. El temperamento abierto y sincero las convertía en personas muy atrayentes.

Esta primera impresión mía la confirmé a través de los años: la mujer venezolana es muy sincera, muy audaz, muy capaz de enfrentar cualquier situación en la gran mayoría de los casos.

Me di cuenta al hablar con ellas de que nuestro modo peninsular de hablar el español resultaba allí chocante por lo duro y por lo fuerte. En el continente sudamericano la forma de hablar el español, como se sabe, es suave y mucho más cadenciosa. Por eso decidí que lo mismo que cuando uno va a un país se aprende el idioma que allí se habla, en Venezuela habría que hablar "venezolano": dejar las zetas de lado e incorporar las eses en su lugar, desterrar el "vosotros" sustituyéndolo por el "ustedes" e ir adoptando los términos, giros y expresiones venezolanas. Ciertamente la gente se dio cuenta de nuestro cambio y a nadie le pareció mal, por el contrario.


Caracas: "Etame". Escuelas de Arte y Hogar

Las escuelas de Arte y Hogar fueron durante muchos años el apostolado por excelencia de las mujeres del Opus Dei en muchos países. En Costa Rica, Venezuela, Colombia, Ecuador, Chile y Perú las fundaciones de las mujeres del Opus Dei empezaron por una Escuela de Arte y Hogar.

Al llegar a Venezuela, como dije, yo estuve viviendo en Caracas en "Etame", una de estas escuelas. La Asesoría Regional del Opus Dei vivió en esta casa, donde al mismo tiempo las asesoras dábamos clase en la escuela.

Como indicaba al principio, "Etame" era muy linda, con todo el encanto de una casa colonial. Estaba bien decorada. Y aquí hay que darle mucho crédito al doctor Odón Moles, entonces consiliario, quien hizo muchas recomendaciones al respecto. Las habitaciones de la casa que eran aulas por el día, se convertían por la noche en dormitorios de las numerarias. Yo viví en esta casa todos los años que pasé en Venezuela. Al trasladarse la Escuela Hogar a otra casa, ésta quedó para vivienda y lugar de trabajo de la Asesoría Regional del país. La llamamos "Casavieja". Para "Etame", la Escuela de Arte y Hogar, se consiguió, como digo, una casa más adecuada que compramos. Y éste fue el primer bien inmueble que adquirimos las mujeres del Opus Dei por nuestra cuenta, como explicaré más adelante, al hablar de la cuestión económica.

Todo el mobiliario de "Etame" se llevó a la nueva casa. Quedó muy bonita. Aprovechando uno de los viajes que hizo Luis Borobio, el pintor numerario del Opus Dei que vivía en Bogotá, le pedimos, a través del consiliario, que nos diseñara la portada del folleto de "Etame", que yo, con mi experiencia de la imprenta en Roma, tenía ya diagramado. Y nos lo hizo. Este folleto fue la primera propaganda que se hizo de una labor corporativa de mujeres en el Opus Dei y sirvió de modelo para muchos folletos posteriores de la Obra.

"Casavieja" conservó por muchos años la solera y la historia de la fundación de la sección femenina del Opus Dei en Venezuela. Hace sólo pocos meses que el Opus Dei ha derrumbado esta casa hasta los cimientos para poder vender el terreno y hacer "un buen negocio".

Es curioso que siendo el Opus Dei tan amigo de "conservar" y de archivar cuanto se refiere a "los primeros tiempos" de la Institución o Prelatura, y de inculcar a sus miembros que "la pobreza debe vivirse como en época fundacional", haya derruido, por afán de lucro y porque la zona empezaba a ser más comercial que residencial, la casa donde tuvo origen en Venezuela el comienzo de la labor de mujeres, con una historia irrepetible: desde las primeras vocaciones hasta los últimos días de las numerarias que murieron en esa casa.

El "pensum" (programa) de las escuelas de Arte y Hogar se apoyaba en la idea de dar un barniz de cultura general a las muchachas que no se interesaban en ir a la universidad.

Hasta los años sesenta, en España y en Sudamérica, generalmente hablando, se prefería, en ciertos círculos sociales, que una muchacha recibiera una cultura superficial a que estudiase en la universidad.

Por esta razón, monseñor Escrivá pensó que sería una gran idea, a fin de reclutar muchachas de esferas socialmente altas, el empezar con estas escuelas de Arte y Hogar.

Más de una vez entre los superiores del Opus Dei, sacerdotes incluidos, se expresó la idea de que los profesionales, la mayoría de las veces, solían prestar más atención a las muchachas por su belleza que por su preparación intelectual, y que en consecuencia, a través de este apostolado de las escuelas de Arte y Hogar, podría prepararse a mujeres que más tarde ocuparían un puesto relevante en la sociedad.

España era el único país en Europa donde existían estas escuelas de Arte y Hogar: "Llar" en Barcelona y "Montelar" en Madrid. Barcelona era un lugar difícil para lograr vocaciones y por ello las clases que "Llar" ofrecía, como lugar oficial y público de las mujeres del Opus Dei, facilitó enormemente la labor de proselitismo.

Antes, el apostolado y proselitismo, como dije, se hacía en "Monterols", que era una administración de la residencia de varones.

En Madrid, "Montelar" empezó al final de los años cincuenta. Y desde entonces estuvo ubicada en Serrano, 130, una zona muy residencial como es sabido, lo que ayuda a atraer a la llamada "elite" española. También en ese mismo terreno se construyó un ala como casa de las superioras del Opus Dei.

En "Montelar" se impartían clases de cocina, cerámica e incluso de filosofía e idiomas. Pero las clases más populares fueron las de cocina.

Pilarín Navarro Rubio era la profesora de estas clases. Además de su conocimiento profundo en este arte, tenía un tremendo "cachet", una gran belleza y una elegancia innata. Pilarín era una de las primeras numerarias del Opus Dei en el mundo y fue por muchos años la directora regional de las mujeres del Opus Dei en Italia.

Si a todo eso se añade que había sido también la directora de la casa donde vivía monseñor Escrivá y que su hermano, supernumerario del Opus Dei, era entonces en España uno de los ministros del gabinete de Franco, es fácil entender que el Opus Dei tratara de usarla para hacer un impacto entre las señoras de altos estratos españoles que asistían a sus clases.

Pero, naturalmente, hay que entender que todas estas clases eran el arma que el Opus Dei esgrimía para hacer proselitismo entre señoras de la alta burguesía. Como nota final debo añadir aquí que, después de más de treinta años, Pilar Navarro dejó el Opus Dei. Su desilusión por monseñor Escrivá y por el Opus Dei va más allá de lo que a mí me corresponde apuntar aquí.

En Caracas, las clases en la Escuela de Arte y Hogar eran solamente por las mañanas. "Etame" tenía una excelente profesora de Filosofía en Ana María Gibert, con un doctorado por la Universidad de Madrid y una gran experiencia docente previa a su entrada al Opus Dei. En artesanía y decoración, Begoña Elejalde era soberbia: una artista verdadera. Fue ella la que hizo un mural precioso de pájaros para la clase de artesanía, los reposteros de escudos de cualquier tipo, tanto para la casa de varones como las nuestras y la que diseñó los nombres de "Etame" "Casavieja".

Las clases de cocina las daba con gran maestría Carmen Gómez del Moral, que era de Cataluña. Ella, las dos profesoras anteriores y Marichu Arellano abrieron la fundación de las mujeres del Opus Dei en Venezuela. Carmen se encargó especialmente de las supernumerarias del Opus Dei y de la labor de roperos con cooperadoras y señoras de fuera. En estos roperos se hacían los lienzos de nuestros oratorios conforme a las medidas que nos mandaban de Roma. Como las cambiaban con frecuencia, los lienzos hechos se daban a iglesias pobres y estas señoras confeccionaban nuevos lienzos con nuevas medidas para nuestros oratorios y los de la sección de varones. Otras de las labores que hicieron las cooperadoras, y que Carmen atendía con gran esmero, fue el empezar con un dispensario médico para un barrio de los alrededores de Caracas, Baruta. Estas labores se llevaban marginalmente, no eran esencia de las numerarias del Opus Dei ni del latir apostólico de la Obra. Era sencillamente una ocasión para que las numerarias hicieran apostolado con las cooperadoras. En el caso del ropero, con beneficio para la Obra. Carmen Gómez del Moral murió, desgraciadamente. En Caracas y de cáncer: el 26 de octubre de 1978, a los cincuenta y cuatro años.

Lola de la Rica dio clases de primeros auxilios y yo de italiano. Para la clase de francés se había contratado a una excelente profesora nativa, que no tenía relación alguna con el Opus Dei. Las alumnas de "Etame" eran muchachas jóvenes, en su mayoría de familias muy conocidas socialmente. Era bonito de ver, y tenía un gran colorido, aquel grupo de alumnas, numeroso, cuando entre clases se sentaban por los corredores del patio. Yo las veía desde mi cuarto. Otras veces eran las prof esoras quienes entraban a mi cuarto para desahogarse cuando la clase no había ido bien o cuando alguna niña por estar "en la luna" respondía una necedad, para exasperación de la profesora. Yo no salía de la casa generalmente cuando las clases estaban funcionando, por si alguien necesitaba alguna cosa o los padres de alguna niña querían hablar conmigo.

Pero en realidad el proselitismo se hacía con las muchachas que venían por la tarde, muchas del Comité; y la mayoría se confesaban con don Rodrigo.

Al llegar a Venezuela me enteré a fondo de la vida y costumbres de la gente joven y comprendí que seguir aquí el estilo de proselitismo usado en España iba a ser problemático, ya que las muchachas les contaban absolutamente todo a sus madres. Procuré, por todos los medios, conocer a las familias y tratar de conversar con ellos a fin de parapetar la situación cuando llegara la ocasión.

La primera muchacha a quien le planteé el problema vocacional fue a María Teresa Vegas, después, naturalmente, de haberlo consultado con el doctor Moles. Ella fue la segunda vocación numeraria venezolana. A la que siguió Eva Josefina Uzcátegui, una muchacha muy metida en los ambientes sociales caraqueños, de inteligencia mediana, pero de muy buena voluntad y dócil, aunque con gran tendencia al servilismo hacia los superiores, lo que la hacía ser un instrumento fácilmente manipulable. María Margarita del Corral es una mujer extraordinariamente inteligente, muy proselitista, viva, alegre, con dotes de mando. Cuando pidió la admisión en el Opus Dei fue todo un problema con su familia: un hermano de la madre era ministro de Sanidad cuando el régimen político de la dictadura de Pérez Jiménez. La esposa de este señor nos puso la casa bajo veinticuatro horas de vigilancia policial para ver si su sobrina entraba o no. Por parte de su padre la situación era más suave, pero no más fácil, y acabaron por llevarse a María Margarita a un viaje de varios meses por diferentes países. Tras lo cual se vino a vivir a nuestra casa.

Tanto María Teresa Vegas como Eva Josefina y María Margarita no tenían carrera universitaria. Tras de ellas pidió la admisión una chica muy jovencita de dieciséis años escasos: Mercedes Mújica, "Amapola", como familiarmente la llamaban su familia y sus amigas. Estaba acabando el bachillerato en un colegio de monjas. Siempre quiso estudiar Sociología, pero andando los años se la llevaron al Colegio Romano de Santa María en Castelgandolfo y estudió Pedagogía.

Las siguientes numerarias fueron Elsa Anselmi, que estaba terminando la carrera de Farmacia en aquella época, y Sofía Pilo, que era estudiante de Arquitectura. Indiscutiblemente fue un buen grupo el que entró al Opus Dei al llegar yo a Venezuela. Ni qué decir tiene que monseñor Escrivá y la Asesoría Central estaban radiantes con la marcha de las cosas en nuestro país.

Estando todavía el doctor Moles en Caracas como consiliario, decidimos enviar como primeras alumnas del Colegio Romano de Santa María a las primeras vocaciones: Julia Martínez, Eva Josefina Uzcátegui, Sofía Pilo y María Teresa Vegas. Todas parecían vocaciones seguras. Era María Teresa una persona exquisita en su manera de ser y muy inteligente. A Julia y María Teresa las había dirigido especialmente el doctor Moles. A Eva Josefina, don Rodrigo; y a Sofía Pilo, don José María Peña. A las familias no les cayó mal la noticia. Comprendieron que era un cierto privilegio y eso les gustó.

Tras la ilusión de los preparativos del viaje y haberles explicado yo un poco la complejidad de la casa central, salieron todas para Roma a fin de participar en el Colegio Romano de Santa María, que estaba aún en la casa central. Les hablé de monseñor Escrivá mucho y con gran cariño, tal cual yo lo sentía.

La única que tuvo problemas fue María Teresa. Este viaje suyo a Roma o, mejor dicho, su regreso de Roma, me hizo dudar por primera vez del sentido de caridad y de justicia del gobierno central y del amor de monseñor Escrivá por sus hijas.

Lo sucedido en Roma nunca nos lo aclararon totalmente, pero los hechos, desde nuestro punto de vista, fueron los siguientes: un buen día llegó un telegrama diciendo escuetamente que en tal vuelo de tal día llegaba María Teresa Vegas de Roma. Que la fuéramos a buscar al aeropuerto y que la lleváramos a casa de sus padres porque ya no era de "casa". Es decir, ya no era miembro del Opus Dei.

Le informé inmediatamente al consiliario, quien me dijo que por supuesto fuera yo a Maiquetía. Si no recuerdo mal, creo que fue Lola de la Rica quien me acompañó a Maiquetía, pero no estoy totalmente segura.

Sí recuerdo bien que María Teresa llegaba con su sonrisa encantadora de siempre, pero como ida. Recogimos su equipaje y mientras tanto ella parecía contenta aunque un poco ajena a las cosas. No se la veía triste de dejar Roma, ni tampoco yo le pregunté apenas nada. Por la autopista yo me di cuenta de que María Teresa venía completamente medicada o dopada, como se quiera decir. No me atreví a llevarla a casa de sus padres directamente y decidí que María Teresa se quedaría en una de las habitaciones más retiradas y silenciosas. Mi decisión puede haber sido considerada como un acto de rebeldía; en ese momento no había tiempo para consultar a nadie.

Vino el doctor Moles, y le explicamos la situación de María Teresa: no sabíamos nada en concreto, sino que había venido dopada. Le dije también que a mí no me parecía en absoluto adecuado dejarla ir así a su casa. El doctor Moles estuvo de acuerdo. Durante varios días María Teresa se levantaba un ratito, iba al oratorio y luego se volvía a acostar. A todas éstas, nosotras no habíamos dicho a su familia que había regresado de Roma porque en las condiciones en que la veíamos no nos parecía oportuno.

A la semana, entró un día a mi despacho y me preguntó qué hacía ella en Caracas. Le dije que no se sentía bien y que por eso los superiores habían aconsejado que regresara. Naturalmente María Teresa había tenido un desequilibrio mental, según nos informaron de Roma más tarde. Ella me contó cosas que no respondían a una mente sana. Yo la escuché cuanto quiso y el doctor Moles, en el confesonario, igualmente. Venía con una enorme fobia al Padre y a las superioras de Roma, entre otras cosas. Cuando vimos que estaba en condiciones de ir a su casa, pensamos con el doctor Moles quién sería la persona más adecuada para darle la noticia a su padre; y fue el doctor Moles quien lo hizo. El padre de María Teresa recibió la noticia de la enfermedad de su hija pensando que era herencia de la madre. María Teresa regresó a casa de su familia, pero el punto álgido era decirle que ya no era numeraria. Costó meses hasta que pudimos aclararle su situación, sin herirla. Pasaron los años, se casó, tiene hijos y es supernumeraria del Opus Dei.

¿Por qué dudé yo del sentido de caridad y de justicia del gobierno central y asevero que monseñor Escrivá tenía poco cariño por sus hijas? Muy sencillo: no me cabe aún en la cabeza que pueda meterse en un avión a un ser humano dopado sin advertirle a alguien las circunstancias de aquella persona, por muy "non-stop" que sea el vuelo. Nunca llegué a entender por qué no esperaron unas semanas en Roma a que la crisis hubiera pasado o, incluso, por qué alguna de las superioras no la acompañó en el viaje. Me parece de una injusticia cruel que a un ser humano como María Teresa se la dejase viajar sin la menor seguridad. Por otra parte, ¿es cariño de "padre" dejar a una hija suya ir en esas condiciones y pensar únicamente en que ha de dejar de pertenecer al Opus Dei porque su estado mental se alteró y concebir que, en las circunstancias en que la enviaron, teníamos que haberla dejado ir a casa de su familia directamente? La verdad es que aquello no me cupo en la cabeza entonces y mucho menos hoy día. Ésta fue una alarma, diría, que despertó en mí una duda latente. Aunque procuré disiparla, nunca se me fue de la cabeza.


Escuelas de Secretariado

A partir del año 1964 el Opus Dei empezó a hacer en varios países, incluida Venezuela, una transición de escuelas de Arte y Hogar a escuelas de Secretariado. Pero de hecho la única Escuela Oficial de Secretariado que empezó a funcionar como tal fue "Kianda", en Nairobi, Kenia. Era un momento crucial para el cambio de la mujer en ese país, desde un punto de vista político y sociológico. Y fue entonces cuando el Opus Dei empezó esta Escuela de Secretariado y a través de ella obtuvo algunas vocaciones.

Desde hace unos años y debido al cambio enorme de la educación de la mujer en el mundo entero, las escuelas de Secretariado, lo mismo que las escuelas de Arte y Hogar se han eliminado prácticamente. En un sentido el Opus Dei ha cambiado las escuelas de Arte y Hogar y de Secretariado en escuelas de Enseñanza Media, aunque en muchos casos los edificios existentes y sus nombres sigan igual, pero las actividades son diferentes.


Escuelas de Idiomas

La única Escuela de Idiomas que existe para mujeres y que el Opus Dei ha establecido oficialmente como tal es "Seido", en Kioto, Japón.


"Casavieja": Asesoría Regional

Al hablar de "Etame" expliqué que "Casavieja" era la casa que ocupaba la Asesoría Regional de Venezuela en el antiguo inmueble de la Escuela de Arte y Hogar. Al llevarse ésta todo el mobiliario, tuvimos que volver a amueblar poco a poco la casa. El oratorio quedó precioso: una señora que fue supernumeraria por bastantes años, Dora McGill de las Casas, nos regaló la Virgen. Era una maravilla de imagen de madera policromada. Parecía del medioevo. La encontré en un anticuario yendo con esta señora y, al ver ella que me gustaba para el oratorio de "Casavieja", nos la compró. Igualmente Dora nos regaló los apliques de luz, de bronce, para el oratorio. Y fue ella también quien bordó el sello del Opus Dei en el terciopelo rojo del respaldo de los bancos que nos hicieron para este oratorio.

Esta persona que se portó tan bien con nosotras dejó de ser supernumeraria porque no le volvieron a hacer caso las numerarias del Opus Dei cuando yo salí de Venezuela. En mi última visita a Caracas, la fui a visitar con mi amiga la señora Cecilia Mendoza de Gunz a la residencia donde estaba recluida. Se había quedado sin habla y había perdido la capacidad de comunicarse. Le quedaba su sonrisa de otros tiempos. Estuvimos con ella, le hablamos, hablamos con la enfermera que la atendía y nos dijo que, fuera de alguna persona de la familia, nadie venía a visitarla. Al preguntarle si algún sacerdote la visitaba, nos respondieron que tampoco.

Una vez más comprobé la falta de caridad -no tiene otro nombre- con que el Opus Dei trata a las personas que dejan de ser miembros de la Prelatura. ¡Con todo lo que esta señora había hecho, dado y trabajado por el Opus Dei! Contribuyó igualmente con becas para el Colegio Romano de la Santa Cruz y en cuanta actividad preparábamos en Caracas para recaudar fondos para lo que fuera. Al salir de la residencia, Cecilia y yo, cuando nos dimos cuenta, íbamos llorando por la calle. Murió hace pocos meses y es con un gran dolor que recibí la noticia, porque yo la quería como a una hermana y como a una entrañable amiga.

Otra supernumeraria, Beatriz Roche de Imery, era como de la familia. Solía venir a misa cada mañana. Era generosa en grado superlativo y lo era además con una naturalidad y una elegancia que siempre sorprendía. Por ejemplo, uno entre miles: cuando ella vio que estábamos cambiando el oratorio, nos regaló el suelo de mármol gris para el piso y costeó igualmente los gastos de su instalación.

El vitral para la ventana del oratorio lo dibujó Luis Borobio de acuerdo con la idea que teníamos, y simbolizaba los tres arcángeles: san Miguel, san Gabriel y san Rafael, patronos de las labores del Opus Dei. Fue la señora De Roche, cooperadora y madre de Beatriz de Imery, quien contribuyó generosamente al mismo. Begoña Elejalde y yo seguimos de cerca el trabajo con el vitralista a fin de lograr los tonos deseados. El oratorio era una belleza. O al menos a mí me encantaba.

Dora de las Casas también regaló para la sala de visitas un juego de muebles antiguos, muy delicados, provenientes de casa de sus padres. Faltaba tapizarlos y lo hicimos nosotras. De hecho fueron también muchos los muebles que tapizamos para la casa de la sección de varones, tanto para la residencia como para la casa del consiliario. Naturalmente no recibíamos la menor remuneración por el trabajo ni por el tiempo que le dedicamos. Se sobreentiende que la sección de mujeres en el Opus Dei debe hacer estas cosas simplemente como una forma práctica de vivir la "unidad" diría.

Cada una de las asesoras teníamos nuestra habitación. Me ocupé muy de cerca de que todas las asesoras vivieran de manera confortable y dispusieran de los elementos necesarios de trabajo. Lola de la Rica, la secretaria de la Asesoría Regional entonces, tenía la habitación de los pájaros que había pintado Begoña. Habitación que ocupó más tarde Eva Josefina Uzcátegui al ser nombrada secretaria de la Asesoría Regional, cuando Lola de la Rica fue a México.

Por cierto, nunca entendí este episodio: Lola de la Rica era magnífica en todo sentido. Me ayudó profundamente en mi llegada a Venezuela y arrimó el hombro en las administraciones y con las sirvientas como la primera. Nunca decía que no. Lo que la agobiaba eran las exigencias del consiliario. En esa época ya no estaba el doctor Moles, sino don Roberto Salvat Romero. Y llegó un momento en que Lola se quebró: se puso enferma. Las exigencias del consiliario estaban basadas en la perfección que él exigía en las administraciones que llevábamos, que eran tres. Lola llevaba una de ellas. Casas que no eran pequeñas por otra parte y el servicio era escaso e ineficiente: en su mayoría niñas de 13 y 14 años, a las que, si por un lado, más de una vez, Lola tenía que contarles un cuento para animarlas a trabajar, otras veces tenía que afrontar cosas más serias al darse cuenta de que una de ellas había quedado embarazada.

A todo ello se unía el rigor de la vida interior de oración, de mortificación interior y corporal, de un plan de vida llevado seriamente, de haber impartido por un tiempo más o menos largo alguna clase en la Escuela de Arte y Hogar, y de la responsabilidad de gobierno de pensar e ir organizando toda la estructura del futuro de la sección de mujeres en Venezuela. Esto que se dice tan fácilmente, a los veintiséis años que tenía Lola no era tarea pequeña. Por muy joven que sea una persona, el llevar este peso a diario lleno de responsabilidad, agota. Y Lola era muy responsable. Llevaba todo con una gran elegancia, pero frente a mí se abría con toda sinceridad: comprendía que no podía quejarse de las cosas que pedía la casa administrada, porque eso hubiera supuesto una falta de "unidad", pero físicamente no aguantaba más.

De acuerdo con ella, primero consultamos a la Asesoría Central si podría ir un par de meses a México donde la labor estaba más cuajada, y descansar allí. Y así se hizo. Con este motivo estuve en correspondencia con María José Monterde, directora regional de México entonces, quien estuvo conmigo en la Asesoría Central, y quien me dijo que Lola iba mejorando. Cuando ya le correspondía a Lola de la Rica regresar a Venezuela, recibí una carta de María José Monterde notificándome que, previa consulta de ella con la Asesoría Central, habían decidido dejar a Lola de la Rica en México. La verdad es que yo me enfurecí porque, aparte de lo mucho que yo la quería, Lola era un puntal en Venezuela y nos privaban de ella de la mañana a la noche. No recibimos explicaciones de ninguna clase ni de nadie. Supe, más tarde, que Lola de la Rica había regresado a España. Este asunto nunca lo entendí pero, de acuerdo con el espíritu del Opus Dei, tampoco podía preguntar nada acerca de las razones que habían motivado aquello.

Con la ausencia de Lola de la Rica, la Asesoría Central nombró a Eva Josefina Uzcátegui Bruzual secretaria de la Asesoría Regional. Yo me llevaba bien con ella y, de hecho, al ser la segunda en el gobierno regional, procuré irle enseñando cuanto yo sabía: desde la minucia de escribir a máquina hasta redactar correctamente una nota. Siempre la tenía enterada de todo para que pudiera suplirme en cualquier momento. Su preparación era, sin embargo, muy deficiente, probablemente debido a que nunca había trabajado ni estudiado en su vida. Procuré, en toda la labor de gobierno, darles, tanto a ella como a las demás asesoras, plena responsabilidad en sus cargos. Humanamente me llevaba bien con todas las que componían el gobierno regional del país, así como con las directoras de las casas. De hecho, aprendí en Venezuela a cambiar mi carácter explosivo por otro más suave. Con todo y con ello, era mi caballo de batalla. Las personas eran mucho más suaves que yo y me di cuenta de que les podía hacer daño con mi carácter fuerte. Puedo decir en verdad que la persona que yo era cuando llegué a Venezuela y la que salió del país diez años más tarde eran como dos personas distintas. Venezuela me cambió, gracias a Dios. Había una cosa que sabían las asociadas todas en el país, especialmente las numerarias: que a todas en general y a cada una en particular las quería con toda mi alma y hubiera dado mil veces mi vida por cada una de ellas y eso es también lo que hizo que todas ellas se fiaran de mí a plenitud y me correspondieran en ese cariño. Tenían por seguro, y así era, que yo no iba a mandar un informe de ninguna de ellas a Roma sin haber primero tratado de que se corrigieran en el punto que fuera. Y mi razonamiento era muy simple: si una persona hace una cosa mal -la que sea- se la corrige; la persona reconoce su falta y asegura que se corregirá; y si es algo grave, se confiesa. Punto. ¿A qué llevaría, pues, el mandar un informe de ello a Roma? Mientras la noticia va y la Asesoría Central acusa recibo de ello y envía, dado el caso, una recomendación, la persona en cuestión ha podido corregirse mil veces, sin necesidad de mayor historia. Mi idea era evitar que el nombre de quien fuera apareciera con tinte negativo, sin necesidad real, en la agenda del gobierno central. Lo que no significa que dejásemos de informar de las cosas importantes en sí. Lo que yo siempre traté de evitar fue el manoseo de las conciencias y de las personas. Esto era algo que me crispaba cuando estuve en el gobierno central y veía cuán fácilmente podía juzgarse a una persona con excesiva frivolidad o bien con una exageración motivada muchas veces por la distancia y el desconocimiento de la idiosincrasia de un país o hecho concreto. La experiencia de mis propios errores en este aspecto me enseñó a obrar cautamente como directora de la región de mujeres en Venezuela.

El tratar a la gente, muchachas y señoras, siempre me gustó por mi espíritu apostólico. El poder ayudarlas, el darles un buen consejo, el acercar las almas a Dios y lograr que la vida de estas personas mejorase era para mí, siempre lo fue, mi Norte. Pero además del apostolado personal, contaba ahora en Venezuela de un modo muy especial para mí, el proselitismo. Mi primer año lo dediqué con exclusividad a la labor de san Rafael, a empujar a esas muchachas jóvenes para que dieran el paso definitivo de entrega a Dios en el Opus Dei. Yo llevaba las confidencias de estas nuevas vocaciones al principio, más las de las numerarias mayores. Poco a poco, y conforme iban encajando en las costumbres y el espíritu del Opus Dei, fui dejando en manos de las otras de la Asesoría y de las directoras de las casas a aquellas almas jóvenes, y yo me fui centrando en la labor interna de formación de las numerarias y en la labor de gobierno del país.

Como me dijo el doctor Moles al llegar, el que la casa me gustase era una ayuda para poder trabajar mejor.

Las gestiones económicas me llevaron mucho tiempo, hacer muchas visitas, muchos sinsabores y muchas alegrías también cuando las cosas salían.

Lo primero que vi al llegar es que la Escuela de Arte y Hogar tenía que estar aparte de la casa de la Asesoría y para ello era necesario tener otra casa. Y para tener otra casa era imprescindible disponer de fondos. Al consultarlo con el consiliario, me sugirió el doctor Moles que fuera a hablar con doña Cecilia González Eraso, que vivía en la Quinta Anauco (la casa que es ahora monumento histórico), y que le pidiera que nos regalara su casa. Yo le contesté al doctor Moles:

-¿Y si dice que vive en ella?

-Pues le sugieres -siguió el doctor Moles- que ella tiene también otra casa en la avenida principal dc El Bosque.

-¿Y si me dice que no?

-¡Ah! Pues entonces la dices que te dé 40.000 bolívares para poder empezar a hacer el primer pago de una casa. (40.000 bolívares era, en aquel entonces, equivalente a unos 20.000 dólares, cantidad suficiente para el primer pago de una propiedad.)

Y dicho y hecho: Ana María Gibert concertó la visita con la señora Eraso para ir a visitarla un día a las cuatro de la tarde.

Llegué con Ana María a la casa y me quedé subyugada con la propiedad y los jardines. La señora Eraso estuvo encantadora y la conversación fue natural. Yo no sabía que era viuda de un español, a quien mataron los comunistas en la guerra civil española. Me di cuenta de que era una persona muy piadosa, muy inteligente y encantadora. Resultaba además que la novia del único hijo que ella tenía era alumna de "Etame" y Ana María le habló de lo buena muchacha que era. Y una vez que se acabó la razón protocolaria de la visita comprendí que tenía que afrontar el punto económico. Con la mayor paz le expuse que necesitábamos una casa mayor para "Etame", y que habíamos pensado si ella querría darnos su casa. Ella se echó a reír y, bromista, me dijo:

-¿Y dónde quiere usted que vaya yo?

A lo que le respondí con toda naturalidad:

-¿Por qué no a su casa de El Bosque?

Me dijo que no. Y naturalmente acudí a mi último recurso diciéndole:

-¿Cree usted entonces que nos podría dar 40.000 bolívares para la compra de la nueva casa?

Y me respondió:

-Eso sí. Yo se los mando con el ch uffeur dentro de quince días.

Y con la misma naturalidad que llegamos, nos fuimos.

Cuando llegué a la casa llamé al doctor Moles y se lo conté. No se lo podía creer. Pensaba que habíamos entendido mal. Pero efectivamente a los quince días llegó el chauffeur con el cheque de los 40.000 bolívares. El doctor Moles me dijo después que estaba convencido de que yo me había dado cuenta de que no hablaba en serio cuando me dijo que le pidiera la casa a la señora Eraso y todo lo demás. Por eso se quedó tan asombrado cuando supo los resultados de la visita.

La segunda petición fuerte que hice fue a Napoleón Dupouy, cuya hija también era alumna nuestra. La cantidad fueron otros 40.000 bolívares. O sea que ya, muy en serio, empezamos a buscar la casa.

Y después de esas dos gestiones fuertes empecé a visitar al director del Banco Mercantil y Agrícola para gestionar el primer préstamo bancario que la sección de mujeres íbamos a tener en Venezuela.

Por otra parte, nuestra fuente de ingresos fuerte eran las aportaciones de las supernumerarias. Mensualmente Beatriz Roche de Imery y su madre nos mandaban cerca de 3.000 bolívares con lo cual podíamos por una parte pagar el alquiler de "Casavieja" y, por la otra, enviar a Roma, para las obras, no menos de 1.000 bolívares al mes: trescientos dólares para tres becas de estudiantes, varones del Colegio Romano de la Santa Cruz, futuros sacerdotes, y el resto para las obras de Roma. Además de estas cantidades agregamos otros trescientos dólares mensuales más para costear tres becas en el Colegio Romano de Santa María, tuviéramos o no estudiantes allí. En realidad mandábamos a Roma más dinero del que disponíamos para vivir.

Todos los meses, en cuanto nos entraba dinero, hacíamos el cheque para cambiar en dólares en nuestro banco, cantidad que enviábamos a Roma a nombre de don Alvaro. Ana María Gibert era la que solía comprar los cheques primero y luego Elsa Anselmi. Teníamos abierta en el Bank of London & South America, que estaba ubicado en Chacao, una cuenta a nombre de tres de nosotras, requerida la firma de dos para sacar cualquier cantidad. Una de las firmas fue siempre la mía. Las otras dos fueron, por un tiempo al menos, la de Ana María Gibert y la de Elsa o de Eva Josefina, no recuerdo en este momento.

Los cheques, según indicación recibida de la Asesoría Central, se hacían a nombre de "Alvaro del Portillo. Per le Opere di Religione". Bajo ese enunciado se envió a Roma durante diez años, estando yo en Venezuela, una cantidad anual no menor de 10.000 dólares, lo que en esa época era una cantidad considerable.

Pero lo más heroico fue cuando me enteré de que, en los tres primeros años de la fundación de mujeres en Venezuela, y mientras las numerarias aprovechaban hasta la pasta de dientes que les llegaba de anuncios para no comprar nada, se enviaban a Roma sumas muy considerables para ellas, aunque menores que las que enviamos después para las obras del Colegio Romano.

Desde que llegué al Opus Dei me dijeron que nosotras no podíamos dar limosna nunca porque éramos pobres y que los superiores desde Roma se encargaban de hacerlo. Fue una de las tantas cosas que me creí con toda mi alma. Al llegar a Venezuela y decirnos que teníamos que enviar cuanto más pudiéramos "per le Opere di Religione", yo estaba totalmente convencida de que esa plata era para grandes obras caritativas que el Opus Dei haría desde Roma. Y salí del Opus Dei con esa creencia. Pero por esas circunstancias de la vida que Dios depara, conocí en Roma y me hice muy amiga de un matrimonio joven, ambos médicos, él, Mino Buonomini, ella, Teresa Mennini.

Un primero de año, que me hospedaba yo en su casa en Roma, hablando con ellos, me enteré de que la familia de Teresa era muy amiga del Santo Padre y de que el día de la Epifanía solía ir toda la familia a visitar al Pontífice (el padre de Teresa era economista en el Vaticano). Y, sin que yo recuerde ahora por qué razón, mencionaron el nombre de Banco per le Opere di Religione como una entidad bancaria. Yo no daba crédito a lo que oía... O sea que el dinero que de Venezuela mandábamos a Roma iba a la cuenta que el Opus Dei, a nombre de don Alvaro del Portillo, tenía en ese banco.

No sé si una persona es capaz de desilusionarse aún más profundamente de lo que yo estaba ya del Opus Dei al saber aquello. Y ante estos sucedidos siempre me pregunté: ¿Sabrá la Iglesia todo esto? ¿Cuáles son las obras que de verdad el Opus Dei hace con los pobres, con los necesitados, con los que no tienen techo, con los desempleados? ¿Cuáles son esas obras? ¿Dónde va el dinero que todos los países mandan a Roma?

Son desproporcionadas las cantidades que llegan a Roma comparadas con las dos o tres obras sociales que en algunos países de Centroamérica ha empezado a realizar ci Opus Dei hace muy pocos años. Con el agravante de que cada país, donde ocurren ahora estas actividades, se responsabiliza de financiar esa obra benéfica. El dinero que va a Roma es, pues, independiente. Y es producto de la buenísima voluntad de muchos miembros del Opus Dei que, creyendo en los superiores, se matan por conseguirlo. Quizás algunas personas me consideren ingenua si a mi edad y a estas alturas me atrevo aún a preguntar: ¿sabe la Iglesia todo esto? ¿Cuánto es y dónde va el dinero que recibe el Opus Dei en Roma?

Pero siguiendo con mi relato sobre Venezuela y el gobierno regional: como digo, creo que en este gobierno regional nos llevábamos todas muy bien. Sin embargo, en el trato de vida de familia, me daba cuenta de que Eva Josefina chocaba con muchas numerarias. Y, efectivamente, les suponía esfuerzo aceptarla como superiora. Yo siempre creí que era debido a que Eva Josefina intelectualmente no tenía crédito válido con ninguna de las de su generación y, sin malicia, tendía a presumir de conocer y haber alternado con "la flor y nata" de la sociedad caraqueña, además de dejar ver muy sutilmente lo exitosa que había sido su vida social "vis-a-vis" de los muchachos de su generación.

Sin embargo, a las asesoras del gobierno central en Roma les caía Eva Josefina Uzcátegui extraordinariamente bien, especialmente a Mercedes Morado, la entonces directora central, y consideraban que tenia "muy buen espíritu" porque les hablaba con gran deferencia y se doblegaba a cuanto le dijeran, cayera quien cayese. Y buena prueba de ello fue que la nombraron delegada de Venezuela directamente haciendo caso omiso en Roma de la opinión que, a petición de la Asesoría Central, habíamos enviado por separado, según nos lo indicaron las otras asociadas inscritas del país. Nuestro voto recayó sobre Elsa Anselmi por ser ésta una persona madura, seria, con responsabilidad profesional (era entonces la directora de un laboratorio de Toxicología de la Seguridad Social en Caracas).

Al llegar este nombramiento de Eva Josefina Uzcátegui como delegada de Venezuela, ahí sí que me eché yo a temblar, porque pensé que el país estaba ahora en manos de alguien ignorante, sin personalidad definida, con voto y veto en el gobierno regional del país y con voto también en el gobierno central, dispuesta "por buen espíritu" a rendirse a la menor insinuación que le hicieran tanto el consiliario como el gobierno central en Roma, como forma concreta de vivir la "unidad". Por otra parte recordé aquello que monseñor Escrivá solía decir, que "en el Opus Dei "las grandes cabezas" no sirven porque se convierten en "cabezas grandes"". "Las "medianías", hijas mías, sirven mucho porque son dóciles y están dispuestas a aceptar lo que se les diga." Esto se lo había oído yo bastantes veces repetir en Roma. Por ello, asumí el hecho y, durante las semanas que Eva Josefina fue a Roma para la convivencia especial de delegada, me ocupé personalmente con Begoña Elejalde de prepararle su cuarto, tapizándole los muebles y organizándole una serie de ficheros, closets, etc., conforme al rescripto recibido de la Asesoría Central donde se indicaba expresamente cómo deberían ser los cuartos de las delegadas. Y, naturalmente, le dejamos un cuarto de baño para su uso exclusivo, así como una línea de teléfono. La habitación quedó lindísima y muy funcional.

El cargo de delegada es muy importante: segundo en rango en los gobiernos regionales. Las delegadas tienen voto y veto en las cuestiones de gobierno y ocupan también un puesto en el gobierno central de Roma. Son las representantes del gobierno central en el gobierno regional, y de éste en el gobierno central.

La casa de la Asesoría era en verdad una casa acogedora y bonita, no un caserón. Toda ella enmarcada en el estilo colonial de la construcción. De ser previamente una casa ruidosa, cuando "Etame" estaba en este edificio, se convirtió en una casa silenciosa. Se oía el cantar del "Cristo fue", el pájaro venezolano que en su piar repite claramente "Cristo fue" como premio de Nuestro Señor a estar posado en los brazos de su Cruz cuando El murió, cuenta lindamente la leyenda.

La sala de sesiones de Asesoría era de estilo colonial y en ella estaba la imagen de la Virgen que aparece al principio de este apartado. Dicha imagen fue esculpida por Ulibarrena, un artista vasco que residía en Caracas, y bajo la dirección del doctor Moles. Tiene la Virgen las facciones clásicas de la india andina y lo mismo el Niño. Esta imagen se le llevó a monseñor Escrivá para que la bendijese en Roma.

A fin de dar luz a la habitación de la sala de Asesoría, tumbamos prácticamente la pared y pusimos unas rejas preciosas que nos las hicieron expresamente para ese lugar. Estas rejas decoraban y separaban la sala de reuniones de Asesoría, de una habitación que llamábamos el porche. En una época fue aula de las alumnas de "Etame" y ahora era el cuarto de estar nuestro donde habitualmente se hacían las tertulias. Era también la habitación donde teníamos la televisión. Yo procuraba que se vieran todas las noches las noticias, y muchas veces hacía la vista gorda cuando pasaba la media hora marcada, si es que estaban proyectando alguna película bonita o algún ballet que les interesara a la mayoría. Procuraba muy de verdad que la tertulia fuera un rato de descanso y que la gente se sintiera a gusto. En estas cosas decidí vivir el espíritu cristiano, no la letra de la doctrina del Opus Dei. Y para mí, cuando un sacerdote me decía que "debía cuidar a mis hermanas", ésa era una de mis interpretaciones, no solamente darle una aspirina si le dolía la cabeza.

Por otra parte, me daba cuenta de que el apostolado que hacíamos era entre señoras de las altas esferas sociales, donde confluían la riqueza y el poder, y cuyos maridos o familias eran conocidas y reconocidas en el país. Nuestra amistad con tales personas nos situaba en un nivel muy diferente y separado del pueblo, del pobre. Yo estaba convencida de lo que me decía el Opus Dei: de que el apostolado con los pobres no era lo nuestro, sino que eran las congregaciones religiosas las que llevaban esas otras labores en la Iglesia. Este principio estaba basado en la propia definición del Opus Dei cuando dice que "...es hacer el apostolado con todas las clases sociales, especialmente con los intelectuales". Yo diría que más que entre los intelectuales humanistas, que raras veces son ricos, el Opus Dei hace el apostolado con la "tecnocracia", es decir, con los intelectuales del mundo de la ciencia, de la banca, el derecho, en dos palabras: con las clases dirigentes del país que son los que en definitiva mueven dinero y poder. Es con las esposas de esos señores con las que las mujeres del Opus Dei hacen apostolado, "tratan" es la palabra usada en la jerga del Opus Dei. A monseñor Escrivá le había oído yo decir con frecuencia que "los más pobres muchas veces son los intelectuales, porque están alejados de Dios y nadie se ocupa de ellos".

Pero el hecho es que las casas del Opus Dei están puestas de acuerdo con el nivel social de la clase de apostolado que se realizará en las mismas.

La forma de vestir de las numerarias, sin ser lujosa, tenía un tono distinguido alto. Ello no quiere decir que nuestro ropero fuera "nuestro", ya que por virtud del voto de pobreza estábamos siempre dispuestas a desprendernos de lo que fuera en el momento que nos lo indicara un superior, para dárselo a aquella otra que lo necesitara por la razón que fuera. Es decir, yo puedo decirlo por mí misma: la ropa que habitualmente yo tenía en el closet era la que se usaba durante toda la semana, y si pasaba un mes y no se usaba algo de inmediato, se lo daba a quien me parecía que lo podía usar más en la casa. Por otra parte, tengo que reconocer que las numerarias del Opus Dei visten mejor que muchas mujeres de clase media alta y que las casas del Opus Dei tienen en general un tono donde una mujer del pueblo no se atreve a entrar más que de sirvienta. A no ser que se trate de lugares donde el Opus Dei hace apostolado con campesinas o con sirvientas.

La esencia del Opus Dei en materia de pobreza no es "no tener, sino estar desprendido". Esto conduce a muchas objeciones. Una de ellas, es la que sencillamente me apuntaba mi padre hablándome de la pobreza con referencia a las casas del Opus Dei (de la de Roma y otras, en general; y de las que él conocía, Diego de León en Madrid, por ejemplo, en particular): "Eso es muy elástico -decía mi padre-. ¿Qué me importa a mí no disponer del título de propiedad de un inmueble perfectamente decorado si puedo vivir en él toda mi vida?" Y creo que no le faltaba razón. Y esto que ahora puedo verlo tan claro, entonces lo veía turbio, aunque sí era consciente de que nos movíamos entre gente de esferas altas y, por consiguiente, adinerada. Más de una vez nos dijo monseñor Escrivá a las del gobierno central, estando en Roma y a propósito de la casa, que "ningún marido nos hubiera dado lo que nos daba la Obra".

Y continuando con la vida ordinaria de nuestras casas en Venezuela: el periódico llegaba diariamente a todas las casas de la sección de mujeres y no se disculpaba a quien no lo leyera, ya que si estábamos tratando a la gente teníamos que estar informadas de las cosas que ocurrían en cualquier parte. Y esto, hacía yo que todas las directoras de las otras casas lo exigieran a las numerarias que vivían en ellas. No quería yo que la gente viviera en el limbo en que yo había vivido durante muchos años en la Obra.

En la Asesoría Regional acordamos por lo mismo que teníamos que empezar a leer libros. Y con ello quiero decir no solamente libros de lectura espiritual. Decidimos que podríamos empezar con los best-sellers, de los cuales la gente que venía por la casa hablaba con frecuencia. Recuerdo que uno de los primeros libros que leímos fue "Exodo". Y después se los íbamos recomendando a una u otra numeraria, según los intereses de cada una. El caso es que la gente empezara a salir de ese túnel en el que habíamos vivido por años.

Y lo mismo pasó con respecto a la música. En Venezuela, niños y niñas aprenden desde chiquitos a tocar el "cuatro", una guitarra pequeña de cuatro cuerdas, y ello trae consigo el aprenderse también las canciones de tipo folklórico, desde las cálidas y movidas caribeñas hasta las más cadenciosas del interior. Por ello, la gente joven, y aún hoy día, se reúnen a menudo a tocar cuatro; no se diga al llegar la Navidad donde el cuatro es el instrumento esencial de los llamados "aguinaldos" (villancicos en España) y de cualquier reunión familiar. A más de ello, en todas las casas había un "pick-up" y se solían tener los discos que, bien por regalos, bien porque los traían las mismas numerarias cuando se venían a vivir, había en cada casa. Incluso los días de fiesta y los domingos, fechas en las que en las casas del Opus Dei se suele tomar un aperitivo, se ponían siempre algunos discos.

Las salidas semanales se llevaban a rajatabla, pero no necesariamente en grupo. Cada quién aprovechaba esa salida para hacer apostolado o proselitismo y también muchas veces, si coincidía el que a dos nos interesaba ver la misma exposición de pintura o arte, para ir juntas con arreglo a los coches y al horario que cada quién tenía disponible.

Cuando yo llegué a Caracas, solamente manejaban el coche Carmen y Begoña, y las pobres estaban todo el día al volante. Esto lo corté de un tajo haciendo que todas las numerarias aprendieran a manejar y sacaran la licencia correspondiente.

Modifiqué un poco el cuarto de la secretaria regional. Encargué que me hicieran un closet pequeño en el cuarto de baño y se dedicó el closet grande del cuarto para archivo de la Asesoría. Estaba también en este cuarto la IBM-executive que compramos como máquina buena de escribir. En otro lugar de la casa teníamos la fotocopiadora y la máquina de destruir papeles.

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Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?