Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

Tras el umbral
Una vida en el Opus Dei
Autora: Carmen Tapia
Índice del libro:
I. Prólogo, presentación e introducción
II. Mi encuentro con el Opus Dei
III. Crisis vocacional
IV. Cómo se llega al fanatismo
V. Viaje a Roma
VI. Roma, la jaula de oro
VII. Venezuela
VIII. Roma II: retorno a lo desconocido
IX. Regreso a España
X. Represalias
XI. Retratos
XII. Los silencios
XIII. Bibliografía sobre el Opus Dei
XIV. Bibliografía general
 
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TRAS EL UMBRAL, UNA VIDA EN EL OPUS DEI. Carmen Tapia

CAPITULO XII: LOS SILENCIOS

Sinceridad. "Sinceridad salvaje." Es lo que insistentemente se recomienda a todos los miembros del Opus Dei, llamados ahora "fieles" de la Prelatura. Hay que hablar y decir la verdad en la charla fraterna, antes llamada "confidencia", y en la confesión y en la charla semanal con el sacerdote. "Para que el demonio mudo no se apodere de nuestra alma, es preciso vivir la sinceridad." "Cuando ocurra algo que no quisierais que se supiera, decidlo inmediatamente -corriendo- al Buen Pastor", decía monseñor Escrivá.

El adoctrinamiento del Opus Dei a sus miembros está basado esencialmente en vivir la sinceridad. Por activa y por pasiva se habla de sinceridad en el Opus Dei. E igualmente se le repite hasta la saciedad a todos sus miembros que la sinceridad es la gran panacea para todos los males. Cuando me acerqué al Opus Dei, creí en la sinceridad de esa propuesta sana y saludable.

Pero, por desgracia, el Opus Dei calla y miente. Y esto causa una de las mayores desilusiones que uno se lleva al caérsele de los ojos la venda del fanatismo. En el Opus Dei se "silencia" la verdad constantemente. Mientras por un lado se insta a un miembro de la Obra a que se desnude espiritualmente frente a su directora o frente a su confesor, por el otro, esa misma directora es capaz, "con santa picardía", de silenciar el verdadero motivo o intención que la mueven a darle una indicación, la que sea.

Muchas veces pensé que, con el afán de vivir la discreción tan recomendada en el Opus Dei, y sin mala intención por parte de las superioras, se creaba un clima de misterio: desde no decir quién llegaba de un país a la casa central, hasta callar que alguien se iba a otro país. Tarde o temprano, uno acababa enterándose por encuentros fortuitos en la escalera o en el oratorio. Esta clase de discreción es muy similar a la seguida en los regímenes totalitarios: la ausencia de información del dirigido afirma el poder en los dirigentes. El superior se siente poderoso al "conocer" lo que los demás desconocen. Y esto era el pan de cada día en el Opus Dei.

Mucho era lo que no se decía de monseñor Escrivá: ése era el "silencio" principal. Se callaban las cosas del Fundador desde lo más nimio a lo más serio: desde no mencionar, entre las mismas numerarias y sirvientas que limpiaban sus habitaciones, que muchos días monseñor Escrivá no se duchaba sino que se bañaba, hasta ocultar que un día monseñor Escrivá estuvo a punto de morirse. Le oí decir al Padre: "Me salvó la vida Álvaro, este hijo mío, con su gran serenidad." Nos enteramos solamente las que estábamos en la Asesoría Central, la tarde del día en que ocurrió, y porque el Padre vino con don Álvaro a contárnoslo. Pero el resto de la casa, que eran más de un centenar de personas, nunca supo nada hasta muchos meses después; a excepción de Rosalía López, claro está, que, por ser la doncella, presenció la escena. No se decía abiertamente que monseñor Escrivá era diabético. Cuando él cayó en coma, don Álvaro lo advirtió de inmediato. Pudo forzarlo a abrir la boca y prácticamente le vació en ella el azucarero que había sobre la mesa, rociando el azúcar con agua para que la tragase, mientras urgía a Rosalía que pidiera en la cocina más azúcar y llamara al numerario médico del Padre, que vivía en la misma Villa Vecchia.

Supe que quienes estaban en la cocina -ignorantes de lo que pasaba-, cuando Rosalía pidió bruscamente "azúcar para el Padre", iban a darle Otro azucarero; pero ella le arrancó de las manos la lata grande a la que estaba encargada de la cocina y la subió corriendo al comedor. Esto pasó el 27 de abril de 1954.

Nunca se habla en el Opus Dei de los "amigos" de la infancia del Fundador. ¿Los tenía? Sólo se conoce que era amigo de Isidoro Zorzano, según cuenta Daniel Sargent (Daniel Sargent, God's Engineer. Chicago (Scepter), 1954 ., donde detalla el Opus Dei como Instituto Secular. También "silenció" el Opus Dei en sus casas este libro de Daniel Sargent), pero durante el Bachillerato. Y es el único amigo del que se habla.

Se "silencia" en el Opus Dei la razón por la que no se continuó y se terminó el proceso de la posible beatificación de Isidoro Zorzano, iniciado en Madrid el 11 de octubre de 1948, cuya proclama se fijó en la puerta de la catedral de Madrid y decía: "Causa de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Isidoro Zorzano Ledesma, del Instituto Secular Opus Dei." Todos los miembros del Opus Dei hemos rezado a Isidoro. Y fue el modelo de una santificación de la vida ordinaria. Un hombre que no hizo ruido. ¿Se "lo silenció" porque se hizo santo a través del Opus Dei cuando éste era un Instituto Secular; y, ahora que se transformó en Prelatura, Isidoro no tiene posibilidad ya de ser beatificado? Lo cierto es que el Opus Dei ha "silenciado" este proceso. Como igualmente ha "silenciado" el de Monsita Grasses. Y ha puesto por delante el proceso de beatificación de monseñor Escrivá.

En el Opus Dei hay muchas cosas que se callan y muchas personas a quienes "se silencia", se las hace desaparecer balo el silencio. No se habla jamás de las personas que se fueron del Opus Dei ni de los que se suicidaron o intentaron suicidarse, ni de los que se volvieron locos. Se calla el hecho de que una numeraria haya dejado el Opus Dei para casarse, como hizo por ejemplo, María Esther Ciancas, una de las numerarias que abrieron la fundación en México, hecho del que he venido a enterarme cuando yo también había dejado el Opus Dei.

Y con mayor razón no se habla de los sacerdotes que dejaron la Obra: el Opus Dei "los silencia" a todos. A pesar de que muchos de ellos han seguido en su sacerdocio; y otros pidieron la secularización, obtuvieron la dispensa del Santo Padre y se casaron regularmente por la Iglesia. De algunos supe cuando aún estaba en el Opus Dei, y recuerdo que, al enterarme por casualidad de un caso, llamé al consiliario al confesionario y le pregunté si era verdad lo que me habían contado. Me confirmó la noticia que me dieron por la calle, pero naturalmente me recomendó que "no dijera nada", aunque socialmente en Caracas era un tema del que se hablaba "sotto voce". De otros casos, me enteré al salir del Opus Dei.

El Opus Dei "silencia" la verdad, como dije y, para evitar comentarios dentro de la Obra, de muchas personas que dejaron la Institución, los superiores han dicho -acaso con la mejor voluntad y sin darse cuenta de la responsabilidad que podría implicar semejante afirmación- que estaban "enfermas" en unos casos, o "dementes" en otros, en lugar de decir claro y raspado que se fueron del Opus Dei.

Lo que yo considero más grave son los silencios que interfieren con la libertad personal. El Opus Dei, con celo encomiable, no quiere perder vocaciones que han pasado, por lo menos, una decena de años en la Institución. Olvidan la frase que le repiten a uno al entrar: "La puerta del Opus Dei está entornada para entrar, pero de par en par para salir." Quizá, sin darse cuenta de la peligrosidad de su táctica, "silencia" a las personas, las asusta o extorsiona y les crea un complejo de culpa que las lleva a "silenciar" su pertenencia al Opus Dei. Se han dado casos de personas que, al salir del Opus Dei, sufrieron una desgracia y la consideraron "castigo de Dios por haberse salido". Recuerdo muy bien el caso de la hija de una amiga mía que por mucho tiempo se torturó con esta idea.

Estos fríos silencios del Opus Dei echados sobre quienes se salieron han provocado diferentes reacciones. Hay quienes al salir de la Obra se apartaron de la Iglesia como forma de rechazo al Opus Dei. Otros siguen dentro de la Iglesia y, al haber conocido al Opus Dei de cerca, lo consideran una secta dentro, por desgracia, de la Iglesia Romana de Cristo. Y es curioso que casi todos los miembros que pertenecieron al Opus Dei, aun los que no se conocieron personalmente mientras pertenecieron a la Obra, coincidan públicamente en denunciar que el Opus Dei "silencia" la verdad.

Todo lo dicho no implica que no haya dentro del Opus Dei gente buena. No sólo buena: hay personas excelentes dentro del Opus Dei. Personas que todavía están cegadas por su propia buena voluntad y su credibilidad. Hay también otras buenas personas que, aun sabiendo cómo es el Opus Dei por dentro, no se atreven a expresar lo que piensan por miedo a ser "silenciadas" por la Institución. Y aquí podría presentar en abanico una serie de circunstancias que "retienen" a esas personas dentro del Opus Dei; por ejemplo, la edad en el caso de muchas mujeres mayores de cincuenta años, incluso profesionales que no han ejercido su profesión por largo tiempo, que íntimamente no están de acuerdo con aspectos importantes del sistema empleado por el Opus Dei. Sistema que algunas de ellas padecieron en su propia persona con penas y regaños, pero no sabrían adónde ir si a estas alturas salieran del Opus Dei. Empezar una vida fuera no es sencillo, sobre todo cuando se arrastra la carga de los años pasados en el Opus Dei. Y dejan correr así su vida en "silencio", por una causa de la que, ante Dios, no están convencidas.

Otro caso es el de los sacerdotes numerarios a quienes el Opus Dei "silencia" cuando han querido ejercer la caridad como lo manda la Iglesia, pero no como lo ordena el Opus Dei. Generalmente son los sacerdotes que, con mayor personalidad y empuje y aun a costa de ser "silenciados", defendieron una causa justa. El Opus Dei se encargó de amonestarlos y de hacerles entender erróneamente que la falta de perseverancia en la Institución sería también falta de perseverancia en la Iglesia. Y los asustan diciéndoles que, si se fueran del Opus Dei, podrían caer en concubinato. Hace falta valor para que un sacerdote numerario mayor de cincuenta años de edad salga del Opus Dei por no estar convencido del sistema de la Obra. El cambio sería muy duro: pasar de la vida protegida y confortable de las casas del Opus Dei, al desamparo y a la pobreza de una parroquia de barrio. Y por ello, hay algunos que aceptan "las reglas del juego" del Opus Dei, se "silencia" y pasan una vida disconforme con su propia conciencia cara a Dios. No hay que olvidar que ha habido más de un caso de alcoholismo entre los varones del Opus Dei.

Hace años, cuando yo había dejado de pertenecer a la Obra, me tropecé con el caso curioso de un sacerdote de los típicos "silenciados" por el Opus Dei. Reconocía sin ambages que el del Opus Dei era un sistema nocivo, pero que no podía salirse de la Obra porque "había dado su palabra y tenía que cumplirla". Yo le sugerí que hablase con el obispo de aquel lugar y que se pusiera a sus órdenes, siempre como sacerdote, pero fuera del Opus Dei. Sus respuestas me dejaron impresionada. Incluyo aquí algunas de ellas: "Yo antes no había sido sacerdote, porque nunca se me ocurrió ser sacerdote antes de entrar a la Obra. Fue estando en la Obra que me ordené sacerdote "de la Obra"." "Yo no tengo nada que ver como sacerdote del Opus Dei con una labor de la Iglesia que no me haya sido encomendada por los superiores del Opus Dei. Y si a los niños de Vallecas les cuelgan los mocos, que se los limpie su párroco. Yo no tengo nada que ver con ello ni me importa. Y si una señora tiene tal o cual problema, pues allá a quien le toque. Yo no tengo nada que ver con ello, ni me toca hacerlo como sacerdote del Opus Dei. Ni me voy a preocupar por ello. " "Yo, como sacerdote del Opus Dei, he sido ordenado para servir a mis hermanos de la Obra y nada más y a nadie más. A no ser que los superiores [del Opus Dei] me indiquen otra cosa."

Esta doctrina de los sacerdotes del Opus Dei al servicio de la Prelatura antes que al servicio de la Iglesia no es nueva para mí. Lo había oído en diferentes ocasiones a monseñor Escrivá expresarse sobre este tema diciendo que "los numerarios del Opus Dei se ordenaban para servir a sus hermanos". Pero esto se silencia ante la Iglesia, y se dice lo contrario.

El Opus Dei, posiblemente con la mejor de sus intenciones, se arroga el derecho de "silenciar", privando de libertad a aquellos miembros que vacilan en su vocación, aislándolos y evitando su contacto con gente de fuera, obligándolos a una sumisión esclavizante por el tiempo que ellos, los superiores, juzguen "medicinal". En resumen, les quitan la libertad, los aíslan, los dejan incomunicados.

¿Cuál es la razón de que hombres y mujeres que salieron del Opus Dei tengan miedo de decir la verdad de lo que vieron, oyeron y, en muchos casos, sufrieron? Hay gente casada que teme que sus hijos puedan sufrir alguna afrenta del Opus Dei y guardan "silencio" sobre aquellos años de su vida, incluso ruegan que su nombre no salga a la luz porque "miembros de su familia que son del Opus Dei se apartarían de ellos para siempre".

El Opus Dei "silencia" a los espíritus críticos. No olvidemos lo que monseñor Escrivá repetía: "No quiero grandes cabezas en la Obra porque se convierten en "cabezas grandes". Las medianías, si son fieles, son muy eficaces." Un ingeniero, un banquero, un científico, pocas veces tendrá problemas con los superiores de la Obra, pero un humanista, un filósofo, un teólogo se frustra en el Opus Dei. En el momento en que alguien -que a veces puede ser un sacerdote- descuella en el mundo de la Filosofía o de la Teología, es prácticamente seguro que el Opus Dei acaba "silenciándolo". Desaparece. Lo arrincona el Opus Dei. Acaba por irse de la Institución o pasa a ser paciente de psiquiatra. El Opus Dei no deja pensar ni especular. Existe una "censura interna" que revisa los artículos, libros, conferencias o cualquier publicación que un miembro intenta publicar. Y jovencitos "con buen espíritu", ignorantes en la materia, se atreven a hacerle correcciones. La prueba es que no existe una teología del Opus Dei. Los juristas pueden adquirir estatura dentro del Opus Dei. Pero los filósofos y teólogos no tienen cabida en la Obra. Esto es bien conocido públicamente. No estoy descubriendo nada nuevo, sino confirmando un hecho.

Y yo no me excluyo tampoco de haber sido verdugo usando el arma del "silencio" en el Opus Dei, acatando y participando en el juego de la "discreción". Me costó aceptar esa regla del juego, pero la acepté. Supe cómo escatimar la verdad o, mejor dicho, cómo "silenciarla". Y esto durante largo tiempo, como prueba de haber adquirido el "buen espíritu" del Opus Dei.

Años más tarde, vivir en Venezuela me ofreció una liberación, un recordarme mi auténtica manera de ser, un despertarme la conciencia para mirar primero a Dios y luego a todo lo demás: un "desfanatizarme". Y, como dije en la "Introducción" de este libro, no puedo aceptar a estas alturas ser "silenciada" por el Opus Dei, aun a riesgo de que intenten destruirme, porque creo en la defensa de la libertad espiritual y en la de los derechos humanos.

"Ese cielo tan rosado
es que el día está rompiendo.
Esta fiesta se ha acabado:
Cantaclaro se está yendo."

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