TRAS EL UMBRAL, UNA VIDA EN EL OPUS DEI. Carmen Tapia
CAPITULO II: MI ENCUENTRO
CON EL OPUS DEI
El Opus Dei es un fenómeno socio-religioso que tiene
gran relación con la situación política
de España, y específicamente con aquélla
de la posguerra.
Al final de la guerra civil española, como es bien
sabido, las esperanzas e ideales de la juventud superaron
la animosidad y el odio de muchos adultos. Éramos una
juventud llena de aspiraciones: personales, políticas,
religiosas. Altruistas. Una juventud que había alcanzado
la madurez a fuerza de golpes durante los años de la
guerra civil. Personas de mi edad recordarán aquellos
años: el hambre, los bombardeos y la pérdida
en más de una ocasión de seres queridos, no
en un "glorioso" frente de batalla -que conforme
pasa el tiempo parece menos "glorioso"- sino bajo
la carnicería dirigida por fanáticos y criminales
de grado ínfimo, ya fueran comunistas o fascistas.
¡Si las templadas aguas del Mediterráneo, las
verjas de los cementerios, las orillas de los ríos,
los árboles de muchos parques, el polvo de muchas carreteras
pudieran hablar! Nos contarían la historia de la injusticia
de ejecuciones en masa, de cadáveres anónimos
cuyas familias no han podido hasta el día de hoy tener
el consuelo humano de llorar en sus tumbas.
Había también lugares donde la soledad, como
testigo mudo, facilitaba un refugio mejor para aquellos disparos
injustos. Todavía recuerdo un día del mes de
diciembre de 1936, bajo el sitio de Madrid por las tropas
del general Franco. Yo tenía entonces once años
y había salido de casa muy temprano para buscar alguna
comida en Chamartín. Mi madre estaba embarazada y ya
habíamos perdido nuestra casa -mi familia vivía
esquina al paseo de Rosales- a causa del asedio de Madrid
por las tropas de Franco. También habíamos perdido
más de treinta familiares muy cercanos asesinados por
los llamados comunistas. Mi padre estaba perseguido, pero
aún no le habían detenido. Mientras tanto vivíamos
con amigos (Carlos Anné y su familia. Era un ingeniero
de minas, compañero de mi padre en los Ferrocarriles
Españoles), compañeros de mi padre en la
llamada "zona neutral" (la zona neutral era principalmente
la calle de Serrano, algunas calles adyacentes y las zonas
residenciales de El Viso, colonia de la Residencia y colonia
Cruz del Rayo), lo que en lenguaje de guerra significaba
que las tropas de Franco no bombardearían ese lugar.
Salí de casa, como digo, por la mañana temprano,
con dos amigas mayores que yo (Elvira (Viruchy) Bergamín
Anné y Chelo Sánchez Covisa). Ellas tenían
quince años y su edad me daba seguridad. Cruzábamos
o, mejor dicho, atajábamos por una calle abierta pocos
meses antes de que la guerra empezara y donde sabíamos
que por la noche solían matar a gente. Íbamos
muy en silencio por mitad de la calle, cuando una dijo ¡cuidado!
Frente a nosotras había un charco de sangre fresca
aún, con algo dentro, que nunca se me irá de
la memoria. El típico crimen que se solía cometer
en aquella época al amanecer.
Seguimos nuestro camino y llegamos al lugar donde tras una
larga cola podríamos recoger alguna comida. Para llegar
a ese lugar tuvimos que echarnos por tierra varias veces:
unas, porque había un "paco" cuyos tiros
podían herir o matar a cualquiera; y otras veces, para
evitar los obuses disparados diariamente por las tropas de
Franco que asediaban a Madrid y que, aparentemente, iban dirigidos
a un cuartel cercano. Este era el problema serio: sentirse
abofeteado por ambos lados.
Hubo también otros motivos de sufrimiento: pérdida
de empleo, reducción de sueldos. Al terminar la guerra,
surgieron además otros problemas: los destierros. Bastantes
personas fueron desterradas de España y otras de la
ciudad que para ellos era su hogar. Me pregunto si existe
mayor tortura que el destierro. Un ser humano puede hacer
frente a la prisión e incluso a la muerte. Pero la
tortura del destierro, como muerte lenta, puede quebrar al
más fuerte.
Hubo también juicios, los famosos tribunales de guerra,
las "depuraciones", los avales políticos,
los falsos amigos, los buenos amigos, problemas económicos
fuertes, hambre, escasez de vivienda...
Nosotros, niños de aquellos años, nos vimos
obligados a dejar de lado los juguetes y a aprender que una
palabra nuestra dicha descuidadamente podría poner
en peligro a nuestros padres o incluso ocasionarles la muerte.
El hecho de haber tenido que madurar antes de tiempo nos
convirtió en una juventud llena de ideales nobles,
con deseos de ayudar a quien lo necesitara, y aun dispuestos
a consagrar nuestra vida a otros. Deseábamos dedicarnos
a ideales justos y humanitarios. Precisamente por la experiencia
que tuvimos, no queríamos más guerras, ni riquezas,
ni traiciones. Habíamos aprendido de la forma más
dura que las únicas cosas perdurables son la bondad
y la lealtad a una causa justa. Éramos religiosos sin
ser beatos. Aunque teníamos grandes ambiciones en sentido
espiritual, habíamos aprendido a ser felices con muy
poco; quizás éste fuera el "bendito pecado"
de la juventud de esa época. Éramos pobres materialmente,
viviendo, por un lado una situación dolorosa de posguerra,
y por otro, aunque no estábamos directamente envueltos,
todas las restricciones producto de la Segunda Guerra Mundial.
España, debido a la visión política de
Franco, sufrió el abandono de todos los países
de Europa. Sin embargo, no estábamos tristes. Teníamos
afán de aprender y aprovechamos los cursos intensivos
organizados por doquier en España para recuperar los
años que habíamos perdido en la guerra. Habíamos
perdido el hábito de estudio, era cierto, pero no el
afán de aprender. No éramos el tipo de estudiantes
que pueden comprar libros nuevos en las librerías,
sino que teníamos que vender el libro con el que habíamos
estudiado aquel año, a fin de poder comprar el libro
del curso siguiente. Éramos el tipo de estudiantes
que sabían descuartillar un libro y entre varios compañeros
copiarlo a mano para aquellos otros que no disponían
materialmente de tiempo para copiarlo ellos mismos. Entonces
no existían las fotocopiadoras.
Muchas mujeres tuvieron que sacrificarse y dejar de ir ellas
a la universidad para que la familia pudiera costear los estudios
del hermano varón.
Quizás algunas de las personas que lean estas páginas
encontrarán facetas de su propia vida reflejadas en
esta odisea.
Pues bien, aquellos niños y niñas de la guerra
civil española -y ésta ha sido la razón
de bosquejar en pocas páginas esos acontecimientos-,
aquellos adolescentes de esa misma guerra, aquellos jóvenes
de los años 1940-1950 fueron, en su mayoría,
los que poblaron las filas de las primeras vocaciones del
Opus Dei.
En aquella época, el Opus Dei como tal, era desconocido.
Sin embargo, "Camino", el libro escrito por el padre
José María Escrivá, con su lenguaje militar
combinado con pasajes del Evangelio (aunque ello hoy me parezca
una contradicción interna), era una invitación
provocativa para aquella juventud de la posguerra sin más
literatura asequible que los libros permitidos por la censura
de Franco o los religiosos. El padre Escrivá ofrecía
la gran aventura: darlo todo sin recibir nada a cambio; conquistar
el mundo para la Iglesia de Cristo; una vida contemplativa
a través del trabajo ordinario; ser misioneros sin
ser llamados tales, pero con una misión a realizar.
Para los estudiantes era cuestión de superarse en su
tarea, convirtiendo en oración el tiempo de estudio
como forma de alcanzar, más tarde, el puesto más
alto en el mundo profesional y, desde él, ofrecérselo
a Dios.
No era cuestión de hacerse frailes o monjas. Se trataba
de una cuestión provocativamente laical. ¿ El
campo de apostolado? Nuestro medio ambiente, entre nuestras
amigas. No existía casa central: la casa de nuestra
familia bastaba. ¿Y qué había que decir?
Nada. La forma de actuar estaba basada en el ejemplo, en el
silencio, en la discreción. "Camino", el
libro de monseñor Escrivá, confirma esta idea.
Todos estos factores fueron el origen de un estilo peculiar,
una efervescencia genuina en los jóvenes, hombres y
mujeres que entraron en la órbita del Opus Dei durante
la década del cuarenta al cincuenta y a quienes en
la jerga del Opus Dei se les llama "los primeros"
o "los viejos".
Curiosamente, las primeras referencias que tuve yo sobre
el Opus Dei fueron muy negativas; hablo de alrededor de 1945.
Recuerdo que alguien me dijo de una manera muy sutil que el
Opus Dei representaba un peligro para la Iglesia. Mucha gente
lo llamaba "la masonería blanca", jugando
con la abierta hostilidad española hacia los masones
como miembros de una sociedad secreta. También llegó
a mis oídos la idea de que el Opus Dei estaba envidioso
de los dos movimientos católicos más fuertes
en la España de aquella época: la Acción
Católica y la Asociación Española Nacional
de Propagandistas. Igualmente corría la voz de que
los jóvenes del Opus Dei pretendían a muchachas
jóvenes y cuando estaban casi enamoradas de ellos les
explicaban que eran miembros del Opus Dei y que no podían
casarse con ellas, pero las invitaban en cambio a que formaran
parte del Opus Dei. Esta conducta me indignó sobremanera
por su bajeza y falsedad.
Por todo cuanto oí sobre el Opus Dei y por mi respeto
hacia la Iglesia, llevé este tema a una conferencia
que tuvo lugar en mi parroquia, la de San Agustín.
El párroco (Don Avelino Gómez Ledo, párroco
de la iglesia de San Agustín, en Madrid. Años
más tarde creo que fue simpatizante del Opus Dei),
muy prudentemente, nos explicó que él no conocía
lo suficiente a ese grupo para poder dar una opinión
sobre el mismo y, por ello, prefería que no siguiéramos
hablando del tema. Aunque su respuesta fue sabiamente discreta
e indicaba un limitado conocimiento del Opus Dei, se atisbó
igualmente que tenía una opinión desfavorable.
Meses más tarde, en octubre dc 1946, asistí
a la boda de una prima hermana mía en Albacete. El
novio (Doctor Javier Sánchez Carrilero) era
muy amigo de un sacerdote del Opus Dei, Pedro Casciaro, quien
los casó. Yo sentía gran curiosidad por conocer
a aquella persona, la primera, del tan discutido, y en muchos
aspectos misterioso por lo desconocido, Opus Dei. Durante
la ceremonia pude darme cuenta de que el sacerdote no era
alguien espontáneo; habló en un tono tan bajo
que nadie, excepto los novios, oyeron una palabra de lo que
dijo. Antes de acabar la comida, salió disparado sin
casi saludar a nadie más que a los novios.
Con cierta soma yo apunté que su "escape"
se debía a que las señoras mayores que estaban
en la boda le llamaban "Pedrito", ya que le habían
conocido de pequeño. Luego, cuando hablé con
mi familia sobre la manera tan poco natural en la que se había
comportado el sacerdote, me explicaron que Pedro Casciaro
no quería ser visto en Albacete por la situación
política familiar.
El Opus Dei era un tema que me intrigaba y le pregunté
a mi novio seriamente su opinión sobre él. Me
dijo que uno de sus compañeros de clase de la Escuela
de Ingenieros donde estudiaba era miembro del Opus Dei y que
parecía una persona normal, excepto que no se le veía
nunca salir con ninguna mujer. Sin embargo, me añadió,
nadie sabe en realidad qué significa ser miembro del
Opus Dei ni qué estilo de vida tienen en la residencia
donde viven. También él había oído
rumores, en la misma línea mía.
En 1947, un año antes del que nos pensábamos
casar, mi novio, al terminar la carrera de Ingeniero de Montes,
aceptó su primer trabajo en Marruecos. Para librarme
del aburrimiento durante su ausencia y además porque
me interesaba el lugar y clase de trabajo que me ofrecieron,
acepté un puesto en la revista "Arbor" del
Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Mi
puesto era trabajar con el vicedirector de "Arbor",
que resultó ser Raimundo Panikkar (entonces Paniker).
La verdad es que cuando me lo presentaron me sorprendí
de que fuera un sacerdote quien ocupara ese alto cargo y además
de que su aspecto indio contrastase con su acento catalán.
Supe que Panikkar estaba recientemente ordenado y que, a pesar
de ser tan joven -tenía solamente veintiocho años-,
era muy considerado tanto en los ambientes intelectuales europeos
como por los directivos del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas. Verdaderamente todos lo consideraban brillante,
y su capacidad de trabajo era realmente asombrosa. Pude ver
la serie de artículos que había escrito en "Arbor",
llamándome mucho la atención un ensayo que escribió
sobre las ideas de Max Planck. Era también muy conocido
su dominio de idiomas, tanto modernos como clásicos.
Su aspecto era indio, como digo, y su nacionalidad todavía
británica. Vestía con la clásica sotana
de cualquier otro sacerdote católico de aquella época.
Era amable aunque notoriamente serio con las personas que
trabajábamos en "Arbor", y no cruzaba con
nosotros más palabras que las esenciales para cuestiones
de trabajo.
Yo empezaba a trabajar a las ocho de la mañana, antes
que las otras secretarias, y también salía una
hora antes. Una mañana, nada más llegar, me
avisaron que el doctor Albareda (José María
Albareda fue uno de "los primeros" en las filas
del Opus Dei. Profesor de la Universidad de Madrid. Cuando
se constituyó el Consejo de Investigaciones Científicas,
precisamente por su prestigio y edad, monseñor Escrivá,
a través de Ibáñez Martín, entonces
ministro de Educación, sugirió el nombre de
Allbareda. Murió pocos años después de
que monseñor Escrivá hiciera que se ordenase
sacerdote), secretario general del Consejo de Investigaciones
Científicas, quería verme, cosa que me extrañó,
puesto que disponía de todo un equipo trabajando para
él. Al entrar en su despacho me explicó que
sus secretarias tardarían aún una hora en llegar
y que tenía que escribir una carta muy urgente y confidencial
para que saliera en unos minutos. Me sorprendí cuando
empezó a dictarme la carta porque iba dirigida a monseñor
José María Escrivá de Balaguer, y también
de que Albareda conociera a Escrivá, el autor de "Camino".
Absorta en mis pensamientos, regresé a mi despacho.
Para entonces, dos de mis compañeras habían
ya llegado y empezaron a tomarme el pelo con la típica
ironía española: no hiriente, pero sí
burlona y aguda, sobre cómo me había ido en
la visita y si me habían ascendido.
-¿Ascendido? -pregunté-. Sí, sí...
Lo que hice fue escribir una carta al autor de "Camino".
-¡Claro! -me respondieron-. Ya que Albareda, como miembro
del Opus Dei ha de informar a su fundador...
-¿Qué? -pregunté asombrada-. ¿Que
Escrivá, el autor de "Camino", es el fundador
del Opus Dei y que Albareda es uno de ellos?
- ¿Pero tú no sabes -siguieron- que Florentino
Pérez Embid (Florentino Pérez Embid fue más
tarde conocido públicamente como miembro del Opus Dei.
Su orientación política era la monarquía
y de hecho jugó un importante papel en las deliberaciones
para traer al entonces príncipe Juan Carlos de Borbón
a España con el fin, como es sabido, de prepararlo
como futuro rey de España. Pérez Embid ocupó
diversos cargos en el gobierno de Franco, como por ejemplo
el de director general de Bellas Artes, entre otros. Sevillano
de nacimiento, murió en Madrid, a comienzos de la década
de los setenta), el secretario de "Arbor", es
también del Opus Dei, lo mismo que Rafael Calvo Serer?
(Rafael Calvo Serer, era un miembro atípico del
Opus Dei. Conocido públicamente como tal, tuvo una
actuación política muy discutida. El Opus Dei
se valió de él para demostrar a puertas abiertas
la llamada "libertad política" existente
en el Opus Dei)
-No. No tenía ni la menor idea -les respondí.
-¡Cómo! ¿Y tampoco sabes que el doctor
Panikkar es un sacerdote del Opus Dei?
-¿Pero están ustedes seguras de que el doctor
Panikkar es un sacerdote de ese grupo?
-¡Totalmente! -me respondieron-. Y también lo
es Sánchez de Muniain (Rafael Sánchez de Muniain
era el directo de "Albor").
-Pero si Sánchez de Muniain es casado -les dije.
- ¿Y eso qué importa? Él es también
uno de ellos. Punto. Aunque él pertenece a los casados.
Yo estaba enfurecida, porque mi concepto sobre el doctor
Panikkar era muy positivo y aquello me lo echaba todo a rodar.
Yo no podía creer que él perteneciera a un grupo
tan dudoso.
-Pero bueno, ¿quieren ustedes decirme qué pasa
aquí? ¿Dónde estoy metida? -les pregunté-.
¿Es que todo el mundo pertenece aquí al Opus
Dei? ¿Son ustedes también miembros?
-¡No, qué va! Nosotras no somos -me dijeron
a carcajadas-. Pero sí es verdad -agregaron- que casi
todo el mundo del Consejo de Investigaciones Científicas
pertenece al Opus Dei, al menos los que mandan -agregaron.
Me quedé totalmente anonadada de pensar que el autor
de "Camino", el libro que tanta gente joven leía
entonces, fuera precisamente el fundador del dichoso grupo
tan poco claro. Y por lo que veía, estaban usando el
Consejo de Investigaciones Científicas como un instrumento
para sus propios planes de infiltración en el mundo
intelectual. Y más aún: que el doctor Panikkar
fuera un sacerdote del Opus Dei.
Por otra parte, la posibilidad de sostener una conversación
con el doctor Panikkar sobre este asunto del Opus Dei y su
proliferación dentro del Consejo de Investigaciones
Científicas era poco menos que utópica, ya que
él nunca hablaba con nosotras. De hecho, durante los
cinco meses que llevaba trabajando en "Arbor", las
únicas palabras que crucé con él fueron
las correspondientes al saludo de llegada y salida, y a detalles
de trabajo. Por tanto, no había la menor posibilidad
de cualquier otro tema de conversación.
Sin embargo, una circunstancia inesperada cambió la
situación y me proporcionó esta oportunidad:
una mañana llamó el doctor Panikkar para preguntarme
si, como excepción, el sábado siguiente podría
trabajar por la mañana, ya que estaba urgido por un
montón de correo retrasado que necesitaba poner al
día. Le dije que sí y, efectivamente, la mañana
del sábado se trabajó ininterrumpidamente. Tanto
así que yo me preguntaba si podría tener la
oportunidad de llegar a hablarle del tema.
De repente, y después de unas tres horas de trabajo
en la correspondencia, el doctor Panikkar hizo una interrupción
con la siguiente pregunta:
-¿Le puedo preguntar por qué trabaja usted?
Si la interrupción me sorprendió la pregunta,
no digamos. Brevemente le expliqué que tenía
planeado casarme al año siguiente y que, para hacer
la ausencia de mi novio un poco más llevadera (Aunque
muchas personas puedan sonreírse hoy día, en
aquella época cuando una chica tenía novio formal,
su vida era más bien recoleta), empecé a
hacer un trabajo que me interesaba de verdad.
No hubo el menor comentario por su parte, y volvimos al silencio
del trabajo. Al terminar, cerca de la hora del almuerzo y
mientras rutinariamente me cercioraba de que todas las puertas
quedaran bien cerradas, el doctor Panikkar empezó una
conversación refiriéndose a su reciente visita
a Barcelona.
-Hacía un tiempo maravilloso en Barcelona-dijo él.
-Sí, lo sabía, porque mis padres también
acaban de regresar de allí y me lo contaron.
-¿Y cómo no se fue usted con ellos?
-Por la sencilla razón de que estoy trabajando aquí.
Entonces, bromeando, el doctor Panikkar agregó:
-Para ir a Barcelona siempre le daría algunos días
libres.
Yo respondí seriamente:
-Tengo tantas cosas que hacer este año, que no puedo
pensar en viajar, ni tan siquiera en hacer los ejercicios
espirituales. (En esos años, entre las chicas católicas,
especialmente en España, existía la costumbre
de dedicar cinco o siete días durante el año
para hacer los ejercicios espirituales, especialmente en Cuaresma)
A la vista de mi argumento, el doctor Panikkar me dijo:
-Yo voy a dirigir dos grupos de ejercicios espirituales para
chicas el mes próximo, por ello, si usted quisiera...
-¿Con usted? -dije casi con rechazo-. No, gracias.
-No le estoy diciendo que participe usted en los ejercicios
que yo voy a dirigir -continuó el doctor Panikkar con
gran calma-. Lo que quiero decir es que usted puede tener
libre una semana durante ese tiempo.
Siguió un embarazoso silencio por mi parte. No sabía
si disculparme o cómo continuar la conversación.
Finalmente el doctor Panikkar rompió el silencio con
una pregunta:
-¿Puedo preguntarle por qué dijo usted "que
conmigo no"?
-Porque usted pertenece al Opus Dei -respondí francamente.
-¡Ah, caramba! ¿Y qué tiene usted contra
el Opus Dei?
-¿Yo? Personalmente nada, pero creo que van contra
la Iglesia.
-Bien, bien -dijo el doctor Panikkar suavemente-. Gracias
por haber venido hoy. Creo que tendremos que tocar este tema
otra vez. -Y con una sonrisa muy suya, se fue.
Me sentía preocupada antes de regresar al trabajo
la semana siguiente, porque pensaba que había sido
muy brusca. Y la verdad es que nunca había respondido
de esa forma tan poco cortés a ningún otro sacerdote.
Sin embargo, cuando llegó el padre Panikkar, me saludó
como de costumbre, dispuesto -dijo- a reanudar la conversación.
Me preguntó amablemente:
-¿Podría usted explicarme sus puntos negativos
y las razones de sus opiniones tan anti Opus Dei?
Le conté al doctor Panikkar todo cuanto había
oído: desde que eran como una masonería por
la forma misteriosa en que actuaban, al no identificarse como
miembros del Opus Dei, hasta la falta de claridad de decir
cuáles eran sus residencias y quiénes los miembros
del Opus Dei dentro de ellas. También le dije que tenían
fama de "conquistar" las cátedras de la universidad,
reservándolas exclusivamente para los miembros del
Opus Dei, apartando del camino a cualquier persona que fuera
un contrincante. Igualmente le expliqué la falta de
naturalidad con la que había actuado Pedro Casciario
en la boda de mi prima en Albacete y la fama existente de
que los hombres del Opus Dei pretendían a las chicas,
para luego decirles que no tenían intención
de casarse con ellas, sino de invitarlas a que entraran al
Opus Dei.
El padre Panikkar me escuchó hasta el final sin delatar
la menor reacción, pero su respuesta, cuando llegó,
fue muy fuerte:
-¿Conoce usted el significado de la palabra calumnia?
-me pregunto.
-Por supuesto -le contesté.
-Pues bien, todo lo que usted ha oído, todo lo que
usted me acaba de contar, no es más que una gran calumnia.
Tengo que decir en verdad que el énfasis con que habló
el padre Panikkar tuvo, de alguna manera, más peso
en mi opinión que las críticas que había
oído anteriormente.
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