"TRAS EL UMBRAL, UNA VIDA EN EL OPUS DEI"
De María del Carmen Tapia
CRISIS VOCACIONAL
Los hechos que narro en este capítulo reflejan especialmente
la manera en que operó siempre el Opus Dei y cómo
opera -"mutatis mutandi"- hoy día, para crear
una crisis vocacional en una muchacha. Las personas y los
países pueden ser diferentes, pero la estrategia no
ha cambiado con los años: glosando el léxico
del Opus Dei sobre "la caza" y "la pesca"
referido al proselitismo, diría que la misma tenacidad
y astucia se siguen empleando para cobrar la presa.
Alrededor de enero de 1948, el doctor Panikkar me invitó
a colaborar con él en las actividades del Congreso
Internacional de Filosofía que iba a celebrarse en
Barcelona en octubre del mismo año. Esta invitación
implicaba dejar la plantilla de "Arbor", y, sin
dejar de trabajar en el Consejo de Investigaciones Científicas,
pasar a depender del Instituto "Luis Vives" de Filosofía.
Y además sin seguridad de empleo después de
dos años, ya que éste era un tiempo presupuestado
para los preparativos y realización del Congreso, así
como para la edición de las actas pertinentes. Por
una parte, se trataba de un trabajo muy atractivo y la línea
del mismo se ajustaba más a mis intereses personales.
Aunque la cantidad de trabajo iba a ser mayor, la compensación
financiera también era más alta.
Por otra parte, pensé que tampoco era para mi "un
gran qué" (en Venezuela, "no ser un gran
qué" significa "no tener importancia)
no tener seguridad de empleo después de dos años,
puesto que para esa época pensaba estar ya casada y
no vivir en Madrid.
Compartía muy de veras la idea del doctor Panikkar
de que este Congreso Internacional de Filosofía sería
la reunión intelectual más importante en España
después de la guerra civil. El doctor don Juan Zaragüeta,
como director del Instituto "Luis Vives" de Filosofía,
era el presidente del congreso. El doctor Panikkar era el
secretario general y yo estaba encargada de los problemas
administrativos inherentes al congreso y de las relaciones
públicas del mismo. Terminado el congreso, tuve a mi
cargo la edición de los tres volúmenes de las
"Actas" (Actas del Congreso Internacional de
Filosofía (Barcelona,4-10 octubre, 1948), con motivo
del centenario de los filósofos Francisco Suárez
y Jaime Balmes. Tres volúmenes, Madrid (Instituto "Luis
Vives" de Filosofía), Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, 1949) . El padre José Todolí,
O.P., sin ser oficialmente miembro de la junta directiva del
congreso, al ser secretario del Instituto "Luis Vives"
de Filosofía, siempre estaba dispuesto a echar una
mano en lo que fuera.
En aquella época se fundó también la
primera Sociedad Española de Filosofía y eligieron
a Panikkar como su primer secretario. Todo ello implicó,
como lógica consecuencia, aumento de trabajo para mí;
pero no me importaba porque todo ese conjunto de actividades
me gustaba, especialmente lo relativo a la preparación
del Congreso Internacional de Filosofía.
Por otra parte, y desde un punto de vista personal, yo estaba
tratando de prepararme cuidadosamente para mi matrimonio.
Estaba convencida de que necesitaba un mayor cimiento doctrinal
ya que la misa diaria que yo frecuentaba no era bastante ni
mucho menos. Trataba de buscar un sacerdote inteligente y
con mentalidad abierta para que me ayudara espiritualmente.
La mayoría de mis amigas tenían un director
espiritual que generalmente era un jesuita, pero yo no tenía,
ni había tenido nunca, director espiritual alguno.
He de confesar que más de una vez se me ocurrió
preguntarle al doctor Panikkar si hubiera querido ser él
mi director espiritual, pero después de aquella mañana
en "Arbor" nunca más había hablado
con él del menor tema personal.
Mi impresión del doctor Panikkar como sacerdote era
muy positiva, mayormente basada en las cartas que escribía
a diferentes personas, cuyos nombres nunca supe, porque los
ponía él después a mano. Los textos de
aquellas cartas revelaban no sólo una inteligencia
viva y amplia, sino también una gran apertura, discreción
y sensibilidad. No era una persona autoritaria, sino todo
lo contrario. Mostraba siempre comprensión hacia las
debilidades humanas. Era un testigo vivo de sus convicciones
cristianas.
Casi a diario, Panikkar me entregaba para copiar a máquina
dos o tres páginas de escritos suyos que titulaba "Cometas".
Muchos años más tarde, cuando en 1972, se editó
su libro con este mismo título, el doctor Panikkar
tuvo la deferencia de dedicármelo (Cometas. Fragmentos
de un diario espiritual de la posguerra, Madrid (Euramérica),
1972). Recuerdo perfectamente, por ejemplo, el "corneta"
que escribió con motivo del asesinato de Mahatma Gandhi.
En estos escritos el doctor Panikkar reflejaba su opinión
sobre acontecimientos sucedidos en esa época, lo mismo
en España que en cualquier país del mundo. Cuando
se dirigía a alguien sin nombrarlo, muchas veces intuí
que se trataba de destinatarios reales. La verdad es que yo
seguía estos escritos con un entusiasmo vivo.
Otro dc sus manuscritos que me impresionó especialmente
fue el de su libro "Religión y Religiones".
Era la primera vez que yo oía hablar de la pluralidad
de religiones. De hecho recuerdo, casi textualmente, el diálogo
que sostuve con el doctor Panikkar. Él me dio el manuscrito
para copiarlo y, al revisarlo yo, vi que la palabra "religiones"
estaba escrita siempre en plural. Hasta entonces mi educación
religiosa estaba basada en el singular: un país, un
presidente, un rey, una religión, etc. Me pareció,
pues, que el manuscrito tenía un error repetido: la
palabra religión estaba siempre pluralizada.
Por ello, le advertí al doctor Panikkar que no había
empezado a copiar el manuscrito hasta que él no lo
revisara de nuevo, basada en el error que yo pensaba existía.
Cuando le expliqué el aparente problema, él
me preguntó con una sonrisa divertida:
-¿Por qué piensa usted que hay un error en ello?
-Porque usted puso "religiones" en plural considerando
que todas las religiones son verdaderas.
-¿Y cuántas "religiones" cree usted
que son verdaderas? -me preguntó el doctor Panikkar.
-Es verdad que hay muchas religiones, pero verdadera sólo
una: la católica, apostólica y romana -le respondí.
-Si según usted sólo hay una religión
verdadera -prosiguió Panikkar- ¿cómo
denomina usted a las otras religiones?
-Bueno, "religiones naturales" -le respondí.
-¡Ah! -dijo el doctor Panikkar en tono verdaderamente
divertido-. Yo no sabía que para usted, la religión
católica, apostólica y romana es "una religión
artificial"...
Trabajar con el doctor Panikkar era ampliar el horizonte
para todos los que estábamos con él: Roberto
Saumells (Roberto Saumells estaba en Estrasburgo y París
estudiando, y en la Universidad de Estrasburgo como profesor
de Cosmología. Era un colega encantador que siempre
me ayudó mucho. Hacia 1950 entró al Opus Dei.
Fue enviado después a Centroamérica. Ahora está
en Madrid.) y José Gutiérrez Maesso, entre
otros.
Después de dar mil vueltas para encontrar un director
espiritual con el que yo pudiera encajar, y no encontrándolo,
decidí un buen día lanzarme a preguntarle al
padre Panikkar si podría ser él mi director
espiritual. Yo tenía afán, como digo, por prepararme
bien para mi matrimonio y el hecho de que iba a vivir en Marruecos
me hacía pensar que tendría que entender otra
cultura y otras costumbres, y enfrentarme con otro tipo de
religión.
Yo misma me quedé sorprendida una tarde cuando me
oí preguntarle al padre Panikkar si querría
ser él mi director espiritual. La verdad es que él
también se quedó muy sorprendido y como si quisiera
entenderme a mí por un lado, pero teniendo que ser
sincero con su filiación al Opus Dei por otra parte,
me dijo:
-Muy bien, pero le advierto que yo soy muy exigente y temo
que tendrá usted que ir a la residencia de mujeres
del Opus Dei para hablar conmigo, porque no es cuestión
de hablar aquí de temas personales.
El padre Panikkar llamó al día siguiente al
despacho para darme la dirección de la residencia de
mujeres del Opus Dei: Zurbarán, 26. Y, como de pasada,
me agregó que la directora se llamaba Guadalupe, pero
que él no recordaba su apellido.
Debo aclarar aquí algo que considero muy importante:
yo siempre creí que, un sacerdote, por el mero hecho
de su condición sacerdotal, separaba la relación
entre la persona que dirigía espiritualmente y su filiación
al grupo al que pudiera pertenecer, en este caso, al Opus
Dei. ¡Pero qué error tan grande el mío!
Acordamos una fecha.
No creo que nadie pueda llegar a un sitio, después
de cuanto yo había oído, con más recelo
por un lado y mayor asepsia por el otro, que con los que yo
llegué a la puerta de Zurbarán, 26, y toqué
el timbre. Hasta aquel momento yo sólo conocía
hombres del Opus Dei. Ahora, por primera vez en mi vida, iba
a conocer a mujeres del Opus Dei.
Me abrió la puerta una doncella de uniforme negro
con delantal de satín también negro. Me sorprendió,
porque a las ocho de la mañana no era el uniforme apropiado
en ninguna casa española de aquella época. El
uniforme negro era siempre un uniforme de tarde, excepto en
algunas consultas de médicos. Le anuncié que
tenía una cita con el padre Panikkar y me dijo que
la acompañara. La seguí por los escalones de
mármol blanco cubiertos de alfombra roja hasta llegar
a la sala. La sirvienta me preguntó mi nombre y se
fue dejando la puerta entornada. Me senté en el sofá
que había en la sala y empecé a contemplar la
habitación. Mi primera impresión fue que la
habitación tenía una luz realmente mortecina.
El sofá en el que yo me senté estaba adosado
a la pared y junto a él había dos sillones pequeños
de estilo victoriano tapizados en damasco de color rosado.
Como lámpara de techo, una araña pequeña.
A la derecha de donde yo estaba sentada había una mesa
tipo inglés de alas, junto a una puerta que daba, sin
duda alguna, a la habitación cuya puerta cerrada vi
al subir por la escalinata. Sobre esa mesa había un
volumen de "Camino". Sobre una cómoda estaba
la fotografía de una señora que yo pensé
era -en mi supina ignorancia sobre aquel grupo- la fundadora
del Opus Dei. Me informaron pronto que el Opus Dei no tenía
fundadora y que aquella señora era "la Abuela",
la madre del Fundador.
Me gustó bastante el cuadro de la Virgen que había
en la habitación. Era una pintura de tipo clásico
español sobre un caballete, y en él, flores
frescas. Era un bonito detalle. De una pared colgaba la fotografía
de un sacerdote, el padre Escrivá, me dijeron más
tarde. No parecía muy mayor. La alfombra era de lana.
También había en la habitación una vitrina
con muy pocas cosas y de mal gusto: un abanico con dos o tres
chucherías sin valor.
La habitación en conjunto no resultaba atractiva.
No había un solo libro en ella, más que el ejemplar
de "Camino". Tampoco había revistas de especie
alguna. ¿ Cómo es posible que en el lugar de
recibo de una residencia de estudiantes no haya ningún
libro?, me preguntaba a mí misma.
Un piano se apoyaba contra la pared, que posiblemente daba
al oratorio, ya que fácilmente se oían las oraciones
de la misa que venían de esa dirección. Media
hora de espera fue un buen tiempo para revisar esa habitación
desde mi sitio. Mi impresión de ella era que más
se parecía más a la sala de alguna de nuestras
tías mayores que a la sala de visitas de una residencia
de estudiantes.
Al finalizar las oraciones de la misa entró en la
sala, muy sonriente, una mujer joven que se presentó
a mí como Guadalupe Ortiz de Landázuri, directora
de la residencia. (Guadalupe Ortiz de Landázuri
estaba preparando en aquella época su tesis doctoral
de Química. Fue la persona cuya intervención
en mi entrada al Opus Dei fue decisiva. Era muy amable y bien
educada y, sobre todo, muy perseverante en sus convicciones.
En 1950, junto con otras tres españolas, Manolita Ortiz,
María Esther Ciancas y Rosario Morán (Piquiqui),
fue enviada por los superiores de la Obra a México
para abrir allá la fundación de mujeres del
Opus Dei). Su aspecto era agradable, parecía una
persona capaz, sencilla e inteligente. Sin embargo, yo sostenía,
dentro de la amabilidad de rigor, distancia, cosa, que, curiosamente,
a través de los años, ella siempre me lo recordó
con sus propias palabras: "¡Chica, eras tan distante!"
Le dije simplemente que tenía una cita con el padre
Panikkar.
Mientras llegaba el sacerdote, Guadalupe, siempre sonriente,
me inundó con una avalancha de preguntas: si yo era
estudiante, si trabajaba, dónde vivía, a todo
lo cual le contesté, también con una sonrisa,
pero lacónicamente: "Estudio, vivo en Madrid y
trabajo." En ese momento llegó el padre Panikkar
y Guadalupe, por supuesto, nos dejó.
En esta primera conversación personal con el padre
Panikkar yo le expliqué tanto mis intereses como mis
preocupaciones espirituales, a todo lo cual él me escuchó
con mucha atención. Me es fácil recordar que
el primer libro que me recomendó como lectura espiritual
fue "Historia de un alma", de Sainte Thérse
de Lisieux.
La nueva relación con el padre Panikkar como mi director
espiritual no interfirió con el trabajo diario. Existió
siempre una fina línea divisoria entre el trabajo,
con el ritmo impuesto por las tareas diarias de la preparación
del Congreso Internacional de Filosofía, y mi dirección
espiritual.
Hacia marzo de 1948, el padre Panikkar iba a dirigir un retiro
para jóvenes en la residencia de "Zurbarán",
al que decidí asistir. Yo había ya visitado
varias veces esta residencia para hablar con él.
Tenía yo entonces 22 años y la vida, como generalmente
se dice, me sonreía en todos sus aspectos: era una
mujer feliz y, según me dijo el padre Panikkar en más
de una ocasión, reflejaba tanto el haber tenido una
infancia feliz y normal como el sentirme orgullosa de mi propia
juventud. La verdad es que yo disfrutaba de la vida. Era optimista,
siempre curiosa por aprender algo nuevo, apasionada por leer
y profundamente interesada en arte, especialmente en arte
moderno. Estaba siempre dispuesta a cualquier reto. Estaba
enamorada de mi novio y me sentía correspondida por
él. Socialmente pertenecía a una familia que
me permitía moverme con libertad en cualquier ambiente.
El hecho también de que en mi familia había
mucho contacto con el extranjero debido, por un lado, a que
mi padre había cursado una de sus carreras de ingeniero
en Inglaterra y, por otro, a que muchos miembros de mi familia
se habían casado con personas de diferentes nacionalidades,
me abría en abanico un sentido de universalidad no
demasiado corriente en esa época en España entre
muchachas de mi edad. También es verdad que en la vida
siempre tuve la característica de querer llegar al
fondo de las cosas. Me gustaba conocer todo en profundidad
y por ello huí siempre de lo frívolo. El cuadro
anterior puede servir como base para explicar mi afán
de prepararme a fondo para mi futuro matrimonio. Quería
afrontar el nuevo estado con responsabilidad y hacer cuanto
estuviera a mi alcance para construir una familia feliz y
cristiana.
Así pues, libremente y llena de buena fe, decidí
asistir a aquellos ejercicios para reajustar mi vida espiritual
frente, como digo, a mi futuro matrimonio. Mi novio y yo habíamos
hablado del futuro y ambos estábamos totalmente de
acuerdo en que nuestra vida de casados fuera no solamente
cristiana de verdad, sino abierta a todo aquel que pudiera
necesitar nuestra ayuda. Los problemas sociales fueron siempre
en mi vida una preocupación muy seria. Cuando iba al
colegio pensé que mi idea de querer ayudar a los demás
podría ser signo de vocación religiosa, pero
vi muy claramente que yo no tenía vocación de
monja en absoluto. Por esto último, no temí
asistir a aquellos ejercicios espirituales organizados por
la residencia de "Zurbarán" y dirigidos por
el padre Panikkar. La verdad es que pensaba que podría
recibir una gran ayuda espiritual, especialmente guiada por
este sacerdote.
Mi novio estaba ya en Marruecos, como dije. En la víspera
de los ejercicios, varios de sus compañeros vinieron
a mi casa y me rogaron, prácticamente, que no asistiera
a ellos. Temían, me dijeron con franqueza, que la gente
del Opus Dei, mediante algunas de sus "artimañas",
me "pescara". Me sentí casi ofendida por
la insistencia en repetirme la misma cantinela y les dije
que estaba más que alerta a cualquier cosa que pudiera
parecerme "sospechosa". Estaba plenamente convencida
de mi fuerza frente a cualquier presión que el Opus
Dei intentase. Por otra parte, al haber visitado varias veces
esa residencia, pude notar que el ambiente era amable, sin
ser pegajoso; las chicas del Opus Dei que había conocido
me parecieron simpáticas, aunque bastante mal puestas,
por cierto, en aquel entonces. El oratorio era recogido. Y
además varias amigas mías iban también
a hacer aquellos ejercicios ya que también el padre
Panikkar era su director espiritual. No me sentía miedosa,
ni tensa. Estaba tranquila.
Puse de lado los consejos estridentes de los compañeros
de mi novio, a quienes les respondí de mala manera
que no se preocuparan tanto, porque quería a mi novio
de veras y no le iba a jugar una mala pasada. ¿Cómo
diablos iba a plantar a mi novio por el Opus Dei? ¡La
idea era absurda!
Mis padres no estaban muy entusiasmados con estos ejercicios
espirituales, pero tampoco les hubiera gustado que hiciera
cualquier otra clase de ejercicios.
Por tanto, fui.
Cuando estaba haciendo la inscripción, me encontré
con que una amiga mía, María del Carmen Comas
Mata, estaba también en la fila. Llena de asombro y
casi molesta, me preguntó:
-¿Qué demonios haces aquí?
-¿Y por qué no? -le pregunté-. ¿Acaso
no estás tú también aquí?
-Sí, pero yo no les gusto. Y estoy convencida que contigo
va a ser lo contrario. Tú les vas a caer bien y te
van a complicar la vida.
-¡No seas absurda! -le repliqué-. Yo he venido
a hacer los ejercicios y eso es todo.
-Por favor, no hables con ninguna de ellas -me dijo mi amiga
en un tono más amable.
Estaba hasta la coronilla de los temores de cuantos me conocían.
Personalmente quizá no les tenía mucha confianza
a las mujeres del Opus Dei, pero de mi director espiritual
me fiaba totalmente. Creía plenamente en él
porque en aquel entonces pensaba -¡con gran error por
mi parte!- que los sacerdotes del Opus Dei eran totalmente
objetivos para el beneficio de las almas.
Los ejercicios espirituales empezaron con toda normalidad.
Desde el punto de vista material, la casa estaba inmaculadamente
limpia; el ambiente, agradable; las comidas, delicadamente
preparadas en una época de escasez material en España;
la mesa, muy bien servida; las mujeres del Opus Dei, solícitas
sin ser obsequiosas. Por tanto mi impresión era muy
positiva.
Habían pasado ya dos días, cuando Guadalupe,
la directora de la residencia, me preguntó que cómo
iban las cosas y que si tenía cualquier duda sobre
alguna cuestión espiritual, que no dejara de preguntarle.
"Primera intentona", pensé riéndome
dentro de mí. Le contesté muy amablemente:
-Estoy bien, muchas gracias.
Era costumbre que, durante los ejercicios espirituales, el
sacerdote dedicara una de sus meditaciones a los temas de
"muerte", "caridad" y "vocación"
(referida ésta, generalmente, a la vocación
religiosa y al matrimonio).
La meditación sobre la muerte que dirigió el
padre Panikkar fue espléndida; la mejor que recuerdo
haber oído en mi vida: sencilla, clara, no aterradora.
También dio la meditación sobre caridad de una
manera muy linda. Pero no hubo meditación alguna sobre
"vocación" en los primeros tres días
de ejercicios. Sin embargo, una buena mañana, el padre
Panikkar empezó la meditación parafraseando
la canción popular de aquella época:
La hija de don Juan Alba
dicen que quiere meterse a monja.
Dicen que el novio no quiere.
Y ella dice ¡que no importa!
Al hacer una pausa después de esta estrofa, pudo oírse
una risa casi general en el oratorio, pero el padre Panikkar
continuó elevando el tono de su voz:
-Y ella dice "¡que no importa!", "¡que
no importa!".
Continuó la meditación con la parábola
del pobre Lázaro y el rico Epulón y, a renglón
seguido, leyó el poema de Rabindranath Tagore, "El
carruaje del rey": "¿ Qué me puedes
dar tú?". Finalizando su meditación con
el maravilloso poema de Oscar Wilde: "El ruiseñor
y la rosa".
Ni qué decir tiene que la meditación, los ejemplos,
las historias de generosidad oídas, calaron hondo.
Generosidad, sacrificio. ¿Tenía algo que ver
conmigo la chica de la canción de don Juan Alba? ¡No!
Puesto que yo no quería ser una monja en absoluto.
Pero ¿cómo podía interpretar al ruiseñor,
el pajarillo que permitió al rosal que tomara toda
su sangre para darle la oportunidad a aquel estudiante enamorado
de que encontrase una rosa, una rosa roja en pleno invierno?
¿Qué es lo que realmente quería darnos
a entender el sacerdote a través de esos mensajes literarios?
La piedra había sido lanzada. El tema de crisis vocacional
había empezado.
He de decir con toda sinceridad que esa meditación
fue el acontecimiento más serio de toda mi vida: el
punto de partida de una crisis vocacional que cambió
totalmente el rumbo de mi existencia. Para bien o para mal,
yo siempre he creído en las palabras venidas de personas
a quienes respetaba plenamente y en las que por consiguiente
confiaba, sobre todo si se trataba de un sacerdote.
Sumida en mis propios pensamientos, oí a Guadalupe,
la directora, que me preguntaba:
-¿Cómo interpretaste la meditación en
tu caso?
-Ése no es mi caso -le respondí-, porque yo
no quiero ser monja.
-¿No se te ha ocurrido nunca pensar en una vida religiosa?
-continuó Guadalupe.
-¡Oh, sí! -la contesté-. Pero fue hace
mucho tiempo. Yo era una cría pequeña. Yo no
tengo vocación de monja. Aclaré eso hace muchísimo
tiempo.
-Y agregué con gran sarcasmo-: Yo no soy la hija de
don Juan Alba...
-Por supuesto que no lo eres -replicó Guadalupe-. Pero
yo no me refiero a la "vida religiosa" como tal.
Como viste, el estudiante de la historia, el rico Epulón
de la parábola..., el mendigo del poema de Tagore...,
una persona le puede dar a Dios su riqueza; otra, su vida,
y otra... ¡un novio!, ¿por qué no? ¿No
se te ha ocurrido pensar en la posibilidad de dedicar tu vida
al servicio de Dios; de regalársela, sin cambiar nada
externo, simplemente como una mujer corriente? El Evangelio
necesita leerse de acuerdo a nuestra propia situación.
Todo es cuestión de generosidad.
La verdad es que sus palabras me hicieron sentir incómoda,
casi infeliz, considerando una posibilidad que no se me había
presentado como "vocación religiosa", sino
como un "acto de generosidad personal". Me sentí
confusa en mi interior al escuchar aquel planteamiento. Por
una parte, la meditación del sacerdote...; por otra,
las palabras de esta mujer... ¿Acaso Dios se valía
de ellos para hablarme o era esto la típica "artimaña"
del Opus Dei que la gente temía? Interiormente yo me
sentía en paz con Dios. Por supuesto, Dios no me iba
a tocar la puerta pidiéndome algo especial, como Guadalupe
señaló, pero ¿por qué yo, que
precisamente trataba de plantearme un matrimonio verdaderamente
cristiano?
Con este montón de interrogantes decidí hablar
con el padre Panikkar. Mis preguntas fueron claras y directas:
¿debería yo considerar su meditación
como algo para ponderar respecto a mi propia vida a pesar
de mi enamoramiento por mi novio? ¿Acaso no podía
yo ayudar a cualquier persona con las dos manos siendo casada?
¿Debería olvidar en mi caso esta meditación?
Su respuesta sonó clara y pacífica: No. Yo
no tenía que considerar esta meditación como
algo que no se refería a mí y a la posibilidad
de dedicar mi vida entera al servicio de Dios. Todo lo contrario:
debería considerarla seriamente y actuar en consecuencia,
"a cualquier precio", dijo marcadamente. Y añadió:
-Rezaré mucho por usted. Le pediré a Dios que
la ayude para ser generosa con Él, ¡con ese Dios
que le ha dado tantas cosas en la vida! Esta noche rezaré
por usted especialmente, frente al Santísimo.
Era víspera de un primer viernes.
El asunto de ser generosa con Dios me abrumaba horrorosamente:
toda la responsabilidad estaba sobre mis hombros, ya que Guadalupe
también me dijo que esta pregunta no se la hacían
ellos a todo el mundo.
Terminé los ejercicios espirituales en un mar de lágrimas
y llena de angustia: enfrentaba el dilema de la posibilidad
de terminar con mi futuro matrimonio dejando a mi novio, o
de casarme sabiendo que no había respondido a la llamada
de Dios y no había sido generosa con Él. El
problema no era pequeño para nadie, y menos para mí,
a mis 22 años de edad, que pensaba casarme muy pronto,
y que por otro lado me preocupaban los problemas sociales
y era lo que podríamos llamar una buena católica".
(El padre Panikkar me contó unos días más
tarde que muchas de las chicas que hicieron los ejercicios
le habían pedido que les escribiera algún pensamiento
en el reverso de una estampa que ellas le dieron y, que, aunque
yo no le había pedido nada, él pensaba haberme
escrito las líneas siguientes de Rabindranath Tagore:
"Si lloras por haber perdido ci sol, las lágrimas
no te dejarán ver las estrellas).
En los días siguientes después de los ejercicios,
Guadalupe no cesaba de llamarme por teléfono, y de
una manera sutil, y no tan sutil muchas veces, me preguntaba
si no quería charlar con ella sobre "mi problema".
Ella me sugirió, y lo mismo el padre Panikkar, que
le pidiera a mi novio que esperase un tiempo para que yo pudiera
contemplar "sin presiones" esta inesperada posibilidad.
No quisiera detallar, por lo doloroso, la sorpresa, el disgusto
y el sufrimiento de mi novio que, al estar acabando su año
de milicia, además de su trabajo en Marruecos, no podía
materialmente venir a Madrid hasta varios meses más
tarde. Por otra parte era un excelente católico y dentro
de ese marco se veía pillado. Hizo lo más que
humanamente pudo haber hecho en aquellas circunstancias y
en esa época: habló con el padre Panikkar, quien
le dijo que también él tenía que ser
generoso y aceptar la voluntad de Dios. Nunca olvidaré
en mi vida las palabras de mi novio:
-Si me dejases por otro hombre, le partiría la cabeza.
Pero ¿qué puedo hacerle yo a un Dios ante el
cual me arrodillo cada día?
Su angustia era muy profunda. Por las veces que habló
con el sacerdote, por su sufrimiento, su infelicidad, por
todo ello y por lo mucho que lo quería, me sentí
espantosamente culpable. No tenía paz.
Mientras tanto, me dijeron en el Opus Dei que el sufrimiento
era normal, casi un paso requerido por Dios como signo de
purificación. Me subrayaron una y otra vez que el sufrimiento
había sido la piedra de toque para todos aquellos que
entraron en el Opus Dei en la "etapa fundacional".
Me insistían en que debía dejar mi vida entera
en manos de Dios sin querer pedirle nada a cambio. Y que éste
era el sacrificio de la vida de cada uno por el bien de la
humanidad entera a la que yo había querido "ayudar",
pero de forma diferente y limitada. Y todo ello me lo dijeron
así, de un solo golpe.
Naturalmente hicieron una llamada a mi educación religiosa,
recordándome que debería seguir las sugerencias
indicadas por la directora y mi director espiritual.
Guadalupe me dijo que el Opus Dei era "la manifestación
de la voluntad de Dios en la Tierra" y que el Fundador
solía decir, producto de una inspiración divina,
sin duda, que "el Opus Dei era la manera de convertir
el mundo a Dios" y "el día que pongamos a
Cristo en la cúspide de todas las actividades humanas,
Dios atraerá el mundo hacia Él".
Pregunté si no podría ser yo un miembro del
Opus Dei, pero de los casados, ya que en el Consejo de Investigaciones
Científicas había hombres del Opus Dei, pero
casados. Abiertamente la respuesta de Guadalupe fue que no.
-Habrá mujeres casadas, quizá, pero no se sabe
cuándo. -Y agregó-: Ésa no es la vocación
para la que tú has sido llamada.
Me repitieron hasta la saciedad que lo único importante
para mí era mi generosidad hacia Dios y hacia las almas
a través de mi compromiso con el Opus Dei.
Dada mi manera de ser y deseando llegar al fondo de la cuestión
-mi vocación- vis-a-vis Opus Dei, recuerdo que pedí
que me dejasen una copia de las Constituciones para leerlas.
Guadalupe se echó a reír con todas sus fuerzas
y me dijo:
-Pero ¿para qué las quieres?, ¿para qué?
Por supuesto no me las dieron. Pero además en esa
época no estaban escritas tampoco. Sin embargo tanto
Guadalupe como las otras mujeres del Opus Dei, y asimismo
los sacerdotes del Opus Dei, me señalaron que, con
la promulgación de la Constitución "Provida
Mater Ecclesia" (2 de debrero de 1947), el Opus Dei era
el "primer Instituto Secular de la Iglesia Católica"
y que además la Iglesia le había concedido el
"Decretum Laudis" pocos días después
de la promulgación de esta Constitución. También
me explicaron que muy poca gente era capaz de entender esta
novedad de la Iglesia, y que por ello, era necesario guardar
una discreción extrema sobre el Opus Dei.
De hecho, en ese tiempo, el Opus Dei se presentaba como la
institución más moderna e innovadora dentro
del seno de la Iglesia por el mero hecho de que mujeres y
hombres, sin hábito o distintivo externo alguno, sin
cambiar sus nombres a la manera de los religiosos, y sin vivir
vida conventual, estaban plenamente dedicados de por vida
al servicio de Dios. Las casas no tienen aspecto conventual
tampoco y todos los miembros del Opus Dei deben seguir ejerciendo
su trabajo profesional, ya que a través de él
hay que hacer un fecundo apostolado para convertir el mundo
a Cristo, además, por supuesto, de alcanzar la santidad
personal.
Después de varios meses de luchas y de haber oído
sin parar que "mi camino estaba claro y que yo había
sido elegida por Dios para esta nueva clase de apostolado",
rompí con mi novio y escribí la carta requerida
al presidente general monseñor José María
Escrivá, pidiéndole ser admitida como numeraria
(miembro con dedicación plena) al Opus Dei.
Ni qué decir tiene que, bajo la fuerte indicación
de Guadalupe, mi directora en el Opus Dei, y de acuerdo a
las normas de la institución, yo no podía decir
ni media palabra de la carta escrita -que implicaba un compromiso
absoluto de mi vida para siempre- absolutamente a nadie, mucho
menos a mi familia o a cualquier sacerdote que no fuera del
Opus Dei.
Me sentía tan cansada y tan harta de todo que decidí
irme al extranjero y poder pensar allí sobre los hechos
sin la influencia de nadie. Fui a Francia y Suiza. Por supuesto
Guadalupe no quería ni loca que me fuera, pero afortunadamente
mi director espiritual consideró necesario mi viaje
y me fui.
En París vivía en la residencia de las dominicas
francesas, el colegio al que había ido en España.
Tuve la gran oportunidad de poder pasar también varias
semanas en Mortefontajne-sur-Oise, la Casa Madre de esta orden.
Allí pude hablar con la madre general, "mére"
Cathérine Dominique, que me conocía desde mis
buenos doce años y también con una religiosa,
profesora y amiga mía, "mére" Marie
de la Soledad, que no sólo me conocía perfectamente,
sino que de cierta forma había sido siempre mi guía
y confidente espiritual. Ambas no veían con claridad
las metas y medios que usaba el Opus Dei. Por otra parte,
eran respetuosas con la Institución, por el hecho de
que la Iglesia la hubiera aprobado como Instituto Secular.
No sólo me dijeron que rezara sin cesar para ver claro
mi futuro, sino que me recomendaron con insistencia que consultara
este hecho delicado de una posible vocación con otro
sacerdote ajeno al Opus Dei y que también se lo consultara
a mis padres.
Estas religiosas, que me habían conocido de pequeña
y que me trataron de joven, estaban muy preocupadas y, como
digo, no veían clara mi vocación al Opus Dei.
Estando en Suiza, y precisamente en Lucerna, decidí
escribir a mi novio pidiéndole que viniera a Madrid
para poder discutir juntos la situación. Nunca supe
cómo logró permiso del ejército ni del
director de su empresa, pero el caso es que vino y pudimos
conversar.
De nuevo volví a ser feliz y a estar tranquila. Y
por supuesto decidí no volver a hacer caso a ninguna
mujer del Opus Dei, tanto así que hablé con
Guadalupe y le dije que se olvidara de mi carta escrita al
fundador del Opus Dei pidiendo la admisión.
Después de unos cuantos días mi novio regresó
a Marruecos y dado que mi director espiritual no estaba en
Madrid, lo llamé por teléfono para informarle
acerca de mi última decisión de haber reanudado
las relaciones con mi novio. Era el 14 de septiembre de 1948,
fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, y ci padre
Panikkar me dijo que con mi última decisión
había aumentado el peso de su cruz, ya que estaba lleno
de esperanzas apostólicas con mi vocación. Al
cabo de muchos años, pude darme cuenta de que estas
expresiones se repetían en boca de los superiores del
Opus Dei cuando algún miembro se iba de la institucion.
La verdad es que yo estaba convencida de que de ahora en
adelante todo iba a ser fácil. Pero una vez más
me equivoqué de plano: Guadalupe, por un lado, y mi
director espiritual, por el otro, me repetían sin cesar
que no había sido fiel a Dios y a su llamada. El tema
era sutil y constante en charlas y confesiones. Por ejemplo,
aún recuerdo que, cuando mi novio iba a regresar de
vacaciones a Madrid, por muy pocos días, mi director
espiritual me puso de penitencia que no me pintara, precisamente
durante esos días.
A todo esto yo seguía trabajando en el Congreso Internacional
de Filosofía, que estaba ya para celebrarse en Barcelona.
Un buen día, estando en el Consejo de Investigaciones,
me telefoneó otro sacerdote del Opus Dei, José
María Hernández Garnica, pidiéndome que
fuera por la mañana temprano a "Zurbarán",
porque quería pedirme un favor.
Por educación, fui. No tenía ni la menor idea
de qué clase de favor quería pedirme este sacerdote.
Sabía, sin embargo, que era el sacerdote encargado
de la sección de mujeres del Opus Dei para toda la
Institución, sacerdote secretario central era su cargo,
en el que estuvo muchos años. A pesar de su brusquedad
con las mujeres, pude comprobar a través de los años
que este sacerdote era honesto con nosotras.
Nada más llegar a "Zurbarán" me saludó
y, sin el menor preámbulo, me pidió que no fuera
a Barcelona para asistir al Congreso de Filosofía ni
participara, por consecuencia, en ningún acto del Congreso
que se celebrara en aquella ciudad.
Frente a tal petición no sabía si darle un
plantón e irme, o si contestarle algo fuerte. Me dominé
lo suficiente como para explicarle que había dedicado
mi tiempo entero a la preparación de ese Congreso Internacional
de Filosofía y que lamentaba no poder complacerlo,
ya que pensaba ir a Barcelona, conforme estaba previsto por
toda la directiva del Congreso.
Hernández Garnica recogió velas un poco y me
explicó que, primero, me estaba pidiendo esto como
favor porque yo no era un miembro del Opus Dei, pero que si
yo hubiera sido miembro del Opus Dei me hubiera dicho esto
como una orden y "sin comentarios". Y, segundo,
agregó, que la razón de pedirme que no fuera
a Barcelona era porque en esa ciudad había sido el
lugar donde el Opus Dei había recibido más calumnias.
El hecho de que el ayudante del padre Panikkar en el Congreso
fuera una mujer, podría dar ocasión a que la
gente murmurase contra el Opus Dei. Lo que entonces no pude
ver con toda nitidez, porque escapaba a mi sana ingenuidad,
era que el Opus Dei no quería que, junto a la imagen
de un sacerdote suyo, apareciera la imagen de una mujer joven.
A lo largo de los años que viví en el Opus Dei
pude comprobar que la separación existente entre los
hombres y mujeres del Opus Dei, de acuerdo a las Constituciones,
era total. Esta separación se acentúa especialmente
cuando se trata de los sacerdotes y las mujeres del Opus Dei,
tanto, que en este caso se convierte en una obsesión;
a mi entender, reflejo fiel de la represión sexual
de monseñor Escrivá.
La petición de Hernández Garnica fue como si
me hubiera volcado un jarro de agua fría sobre el entusiasmo
con el que había trabajado en el Congreso, dedicándole
lo mejor de mi capacidad y atención y al que también
estaba previsto que asistiera en Barcelona como culminación
de mi labor y donde tendría oportunidad de conocer
a personas notables del mundo de la filosofía y de
las letras.
A pesar de toda la desilusión y el desagrado que me
invadió, fui capaz de defender frente a Hernández
Garnica mis puntos: 1) yo no era miembro del Opus Dei; 2)
aunque había otras muchas personas en el comité
directivo del Congreso, que no sólo eran hombres, sino
también sacerdotes, nadie había dicho nada contra
la presencia en el Congreso de las mujeres que trabajaron
en él.
Cuando el padre Hernández Garnica comprendió
que yo no estaba dispuesta a ceder y que iría a Barcelona,
empleó el "chantage" diciéndome que
si yo iba a Barcelona, los superiores del Opus Dei prohibirían
al doctor Panikkar que asistiera al Congreso Internacional
de Filosofía, y que, puesto que él era el secretario
general y sabía hablar en todos los idiomas que oficialmente
iban a emplearse en el Congreso, su ausencia resultaría
un desastre. Y, como estaba convencido de que yo no tenía
salida, me agregó que procurase dar una "amable
excusa" a don Juan Zaragüeta, presidente del Congreso
disculpándome de no poder ir a Barcelona...
Yo estaba tan enfadada cuando le conté al doctor Panikkar
la conversación que había tenido con el padre
Hernández Garnica, que él me dijo muy de verdad
que si yo quería ir a Barcelona que fuera, pero que,
desgraciadamente, él tendría entonces que quedarse
en Madrid. No tenía opción. Tenía que
claudicar si no quería que el Congreso fuera un desastre.
Cuando me excusé ante los miembros del comité
del Congreso por no ir a Barcelona, muy amable y discretamente
aceptaron mis excusas. Sin embargo, el padre Todolí
nunca se tragó el cuento y siempre pensó que
había sido una mala jugada del Opus Dei.
No creo que tenga necesidad de explicar que desde aquel día
el padre Hernández Garnica no fue santo de mi devoción...
Años después descubrí que esta forma
de actuar del Opus Dei no era un caso aislado en la historia
de la Institución, ya que todos los sacerdotes del
Opus Dei, además de los miembros llamados "inscritos"
(aquellos numerarios que tienen cargos de gobierno o de formación)
y de los superiores (ellos y ellas) están obligados
a hacer un juramento especial llamado "juramento promisorio".
Este "juramento promisorio", hecho sobre el Evangelio,
lleva como consecuencia, bajo pena de perjurio caso de no
cumplirlo, el que dichos miembros consulten con los superiores
del Opus Dei cualquier asunto relacionado con su vida social,
y profesional. Ello implica que, como la vida política
también está relacionada con la social, los
asuntos políticos, como el de si una persona puede
aceptar un ministerio o no, sean también un asunto
que merece ser consultado. Los miembros pueden seguir o no
el consejo recibido, pero igualmente los superiores del Opus
Dei, en virtud del voto de obediencia (que ahora, después
de convenirse el Opus Dei en Prelatura, no se llama "voto"
sino "compromiso"), pueden trasladar a un miembro
de una a otra esquina del mundo si consideran que el no haber
seguido el consejo dado es una "falta de espíritu"
porque podría ir en perjuicio del Opus Dei. Esto, pues,
es la gran farsa de la "libertad de que gozan los miembros
en el Opus Dei", tan declamada por sus superiores. Todos
los sacerdotes del Opus Dei tienen, como digo, este juramento.
Prosigo mi relato: de octubre a diciembre de 1948, el Opus
Dei lanzó una ofensiva para recobrar "mi vocación
perdida". Guadalupe Ortiz de Landázuri me repitió
hasta la saciedad que no estaba cumpliendo la voluntad de
Dios, lo que era como una tortura para mí. Igualmente
me dijeron los superiores del Opus Dei, por activa y por pasiva,
que "nunca podría ser feliz en mi vida ni tampoco
podría hacer feliz a mi marido, todo ello por no haber
cumplido la voluntad de Dios". Estas palabras suenan
suaves ahora comparadas con la presión a que me sometieron.
Por ejemplo, mi director espiritual me dijo, entre otras cosas,
que no le pidiera que celebrase mi matrimonio porque era tanto
como invitarlo a un crimen.
Guadalupe me dijo que rechazara como una sugerencia diabólica
mi idea de consultar el tema de mi vocación con un
sacerdote ajeno al Opus Dei. Ésta es la doctrina del
Opus Dei enseñada por su fundador.
A las nuevas vocaciones en el Opus Dei nos exigían
que no mencionásemos nada de nuestro compromiso con
la Obra a las familias de sangre, lo que originaba un gran
conflicto muchas veces, teniendo incluso que mentir. Esta
forma de actuar, llamada "discreción" por
el Opus Dei, se traducía en nuestras familias por "misterio"
o "secreto", ya que nuestra actitud era incomprensible
a ojos humanos.
Por otra parte no puedo negar, como indiqué anteriormente,
que el Opus Dei me resultaba atrayente como novedad secular.
Me daba la impresión de ser un "avant-garde"
en la Iglesia: me atraía la idea de santificar el trabajo
ordinario, de ser misionera sin ir a ningún país
remoto y pasando inadvertida, de no tener que cambiar el aspecto
externo para llevar una vida de dedicación completa
a Dios. En suma, me atraía ese modo de lograr la paz,
la salvación del mundo, la de todas las almas, siempre
a través del trabajo ordinario.
Para los católicos que vivimos de cerca los horrores
de la guerra civil, la perspectiva que presentaba el Opus
Dei en aquella época era sugerente, porque despertaba
todo un sentido de generosidad personal como remedio a los
males que habíamos vivido de cerca.
Me repetían entonces, una y otra vez, que dar por
amor a Dios nuestra juventud, lo mejor de nuestra vida, nuestro
íntimo amor humano, el sacrificio de un futuro social
brillante, era un razonable precio a pagar. Sin embargo, lo
curioso es que sea éste el mismo razonamiento que en
los años noventa emplee el Opus Dei con las posibles
candidatas. Hoy día, cuando la humanidad entera se
estremece ante la carencia de los derechos humanos más
básicos, como son la libertad, la vivienda, la nutrición,
la alfabetización, etc., la doctrina del Opus Dei con
respecto a los pobres, a la miseria, a las comunidades de
base, por ejemplo, refleja una bochornosa ausencia de sentido
cristiano y responsabilidad.
Volviendo a mi relato personal, el día de Nochebuena
de 1948 recibí en el correo una bellísima imagen
de la Virgen que tenía impreso el lema "Ecce Ancilla"
("He aquí la esclava del Señor").
Debajo estaba escrita una frase de mi director espiritual:
"¿Lo serás...?"
Finalmente, el Opus Dei ganó en mi caso. Y en la víspera
de Año Nuevo de 1949 rompí para siempre con
mi novio, con el convencimiento total de que estaba cumpliendo
la voluntad de Dios. Muchas personas me reprocharon mi conducta
respecto a mi futuro matrimonio. Fueron también muchas
las veces que oí a personas de mi familia y a amigos
decirme que "era una mujer sin sentimientos y sin corazón".
Sólo Dios sabe la crisis dolorosa que atravesé
hasta que finalmente me rendí a lo que yo creía
ser "la voluntad de Dios", como San Pablo, me dijeron,
que no veía cuando cayó del caballo.
No cabe duda alguna de que la forma en que el Opus Dei me
presentó la vocación estaba basada en mi propia
apasionada manera de ser y en que yo misma sabía que
me gustaba hacer las cosas en profundidad. Es decir: ellos
vieron mis ansias de apostolado y las encauzaron dentro del
espíritu de la Obra. Me hicieron ver las limitaciones
que el matrimonio impone a la tarea apostólica, lo
cual planteó en mí todo un dilema. Vieron también
que yo me desenvolvía bien socialmente y me señalaron
que yo podría emplear esa capacidad para ayudar espiritualmente
a mujeres de mi edad y más adelante, incluso a mujeres
casadas. También me hicieron notar que, por mis vinculaciones,
yo podía tener acceso a cualquier ambiente. Esto era
verdad y yo tenía conciencia de que no hallaba barreras
en ningún sitio adonde fuera. Me plantearon el dilema
de si quería emplear este don para Dios o para mi propia
vida. Es decir, me presentaron mi capacidad de liderazgo como
un don que Dios me había dado para emplearlo a Su servicio.
Todas estas ideas se entremezclaban en mi mente y en mi corazón
y, al final, decidí que tenía que darle a Dios
lo que me pidiera aunque fuera a costa del holocausto de mi
futuro matrimonio y de herir profundamente los sentimientos
de un hombre a quien quería con toda mi alma.
Muchos me rechazaron totalmente por haber tomado tamaña
decisión, incluyendo muchas personas de mi propia familia
que estuvieron desde un principio contra mi vocación
al Opus Dei y a quienes nunca volví a ver hasta pasados
veinte años, cuando salí de la Obra. Su comportamiento
hubiera sido, sin duda, muy diferente si yo hubiera entrado
en una orden o congregación religiosa, ya que en esa
época, como digo, el Opus Dei era considerado misterioso
y sospechoso. Solamente unos pocos, muy pocos, parientes míos
y amigos, así como mi padre y mis hermanos, de alguna
manera, y a pesar de la postura rotundamente negativa adoptada
por mi madre hacia mi entrada en el Opus Dei, siguieron en
contacto conmigo, a través de escasa correspondencia
o durante brevísimos encuentros a mi paso por Madrid
cuando me trasladaban de una casa a otra.
Recuerdo siempre con emoción que mi hermano pequeño,
un crío de doce años entonces, se las organizó
y convenció a la mujer de servicio de mi casa para
que lo llevase a verme a "Los Rosales", el centro
de estudios del Opus Dei en Villaviciosa de Odón, donde
yo estaba viviendo.
Mis padres nunca vinieron a verme a ninguna casa del Opus
Dei, ni yo tampoco recibí permiso para visitar la casa
de mis padres durante los casi veinte años que pasé
en la Obra. Había dos hechos patentes: 1) que el Opus
Dei siempre me tuvo alejada de Madrid, y 2) que los superiores
del Opus Dei nunca se tomaron la molestia de visitar a mis
padres y explicarles qué era el Opus Dei.
La escasa información sobre esta institución
que yo di a mis padres era nada en esencia, ya que en aquel
tiempo las Constituciones del Opus Dei no existían,
y por consiguiente no había información idónea
escrita sobre esta institución que, por otra parte,
no tenía tampoco la aprobación definitiva del
Vaticano.
Era corriente oír decir a nuestra directora en el
Opus Dei, que los padres, muchas veces, eran el instrumento
directo del demonio para arrebatar nuestra vocación
incipiente.
Otra de las primeras enseñanzas que el Opus Dei procura
a las nuevas vocaciones es el que si alguien pregunta: "¿Cómo
es la gente en el Opus Dei?", se le responda: "Como
todo el mundo debería ser."
Como final de este capítulo, me gustaría subrayar
que lo que enuncio a continuación y lo que revelo en
los capítulos siguientes sobre la organización
y el proceder del Opus Dei era totalmente desconocido para
mí cuando entré a la Obra, lo mismo que es desconocido
para cualquier nueva vocación hoy día. A grandes
rasgos, mis ignorancias sobre el verdadero "modus operandi"
del Opus Dei eran:
a) el no saber que por mi nombre y las circunstancias sociales
de mi familia yo pudiera ser un blanco para sus filas, ya
que intentaban reclutar personas conocidas socialmente;
b)el hecho de que el haber abandonado mi futuro matrimonio
fuera a usarse como motivo para que futuras vocaciones en
parecidas circunstancias imitasen mi ejemplo;
c) que el motivo de la risa de Guadalupe Ortiz de Landázuri
cuando le pedí las Constituciones del Opus Dei para
leerlas fuera debido a que las Constituciones no estaban ni
escritas ni por tanto presentadas a la Iglesia para su aprobación;
d) que la discreción que se nos exigía hacia
nuestras familias no era más que temor debido a la
débil situación jurídica del Opus Dei
en la Iglesia. Oí decir a monseñor Escrivá
años más tarde, hablando de las "batallas"
ganadas por la Obra, que, en la época que describo,
el Opus Dei estaba llevando a cabo la "batalla"
jurídica. Claramente no querían complicarse
en el ámbito social de nuestras familias. Y de ahí
el silencio;
e)que era desconocida la razón por la cual a las muchachas
que asistíamos a la residencia de la Obra nos llamaban
"las chicas de san Rafael", lo que en la jerga del
Opus Dei significa "posibles vocaciones".
He de hacer constar muy seriamente que, mirando estos hechos
a la distancia de años, considero totalmente inmoral
en la conducta del Opus Dei reclutar a las muchachas, exigiéndoles
que hagan un compromiso de por vida al escribir una carta
al padre (presidente general o prelado) para ser aceptadas
en la Prelatura del Opus Dei, sin hacerles leer primero, a
las posibles candidatas, las Constituciones, dándoles
meses de reflexión y de consideración frente
a la responsabilidad que tal compromiso encierra de por vida.
Es curioso, por otra parte, que, de aquella idea original
de "avant-garde" en la actuación, visualizada
y predicada por el Opus Dei en los años cuarenta y
cincuenta en medio del ambiente conservador de esa época,
esta institución, llamada Prelatura Personal, se haya
convertido hoy día en la organización más
conservadora, retrógrada y sectaria de la Iglesia Católica
Romana. Que la nomenclatura jurídica del Opus Dei haya
cambiado de alguna manera y que en lugar de Instituto Secular
se llame ahora Prelatura Personal; que se llamen ahora compromisos
o contratos a los votos y el que éstos sean aún
más sigilosos frente a terceros; el que a los consiliarios
se les llame vicarios; el que a monseñor Escrivá
se le llame ahora "nuestro Padre", y al prelado,
antes presidente general, "padre", no implica cambio
sustancial. El Opus Dei sigue siendo igual en su íntima
estructura: un afán de ser "diferentes",
un hacer creer a la Iglesia y al Romano Pontífice que
son indispensables en el momento actual de la Iglesia y un
servirse de la misma Iglesia para sus fines propios.
El Opus Dei, al cambiar su status de Instituto Secular -postura
jurídica nueva en la Iglesia Católica, sin votos
públicos ni vida en común a la manera de los
religiosos, entre otras cosas- en Prelatura Personal cuya
característica mayor es la libertad e independencia
de que disfruta con ámbito mundial, y sin límites
geográficos se convierte, sin salir del seno de la
Iglesia, en una iglesia dentro de la Iglesia, con todas las
características de una secta. (B. R. Wilson, Patterns
of Sectarianism, Londres, Melbourne, Singapur, Toronto, Cape
Town, Auckland, Ibadan, HongKong, Nairobi (Heinemann), 1967,
pp. 22-45.)
Así como a monseñor Escrivá se le rendía
en vida un culto basado en que era la encarnación del
espíritu del Opus Dei, hoy día, como dije, los
fines, todos, de la Obra tienden a acrisolar esa misma idea
para llevar a monseñor Escrivá a los altares,
a cualquier precio.
Mi vida, pues, es un ejemplo, pero concreto y personal, de
cómo el Opus Dei actuaba entonces y sigue actuando
hoy día -"mutatis mutandi"- a fin de crear
una crisis vocacional en la vida de una muchacha joven.
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