TRAS EL UMBRAL, UNA VIDA EN EL OPUS DEI.
Carmen Tapia
CAPITULO IV: CÓMO
SE LLEGA AL FANATISMO
Es un proceso lento y sin estridencias, generalmente de varios
años, el modo en que los superiores del Opus Dei moldean
las almas y las personas. El punto de partida es, por supuesto,
la petición para entrar al Opus Dei. Poco a poco, a
través de todo un camino llamado de formación,
las personas cambian, como trataré de explicarlo en
las páginas siguientes, hasta llegar a adquirir ese
"buen espíritu" o espíritu de robot
en manos de los superiores del Opus Dei.
Después de escribir la carta de admisión a
monseñor Escrivá, mi directora en el Opus Dei,
Guadalupe Ortiz de Landázuri, me reiteró que
debería tener mucho cuidado en no decir a mis padres
absolutamente nada de mi vocación, ni de la carta escrita,
así como tampoco hablar de mis visitas a la residencia
del Opus Dei. La directora me dijo, de una manera muy clara,
que para mí la voluntad de Dios se manifestaba en lo
que me indicaran mis superiores de la Obra, quienes conocían
mejor que mis padres lo que era más conveniente para
mí.
De hecho, muchos años más tarde, concretamente
en 1979, cuando el Opus Dei elevó al Vaticano la petición
de cambio jurídico de Instituto Secular en Prelatura
Personal escribían:... el Opus Dei tiene un laicado
compuesto por fieles simples o ciudadanos comunes unidos por
la misma vocación específica 'rite probata...".
Por 'rite probata' quieren decir que sólo ellos conocen
"el espíritu" del Opus Dei y nadie que no
sean los superiores de la Obra pueden juzgar acerca de la
vocación de un posible candidato.
También me dijo Guadalupe que puesto que aún
no tenía ningún voto, podía decir a cualquier
persona, abiertamente y sin mentir, que yo no era del Opus
Dei. Hablar a los padres de nuestra vocación hubiera
sido quebrar una de las reglas más importantes en la
Obra: la discreción. Y de ahí la razón
de que me convirtiera en "misteriosa" para mi familia
y amigos.
Por supuesto que mis padres notaron un cambio muy grande
en mí; de repente dejé de ir a reuniones, incluso
a las puramente familiares, como bodas, cumpleaños
o bautizos, ya que ello hubiera implicado alternar con muchachos.
A nadie hablé de mi vocación, ni siquiera a
mis íntimas amigas. Como algo tenía que decirle
a mis padres al haber dejado a mi novio, les dije que estaba
considerando la posibilidad de entrar en algún grupo
religioso y que, al Opus Dei, aunque como una posibilidad
muy remota, no lo descartaba. Mi madre, que es muy lista,
me repetía enfurecida que toda mi actuación
era una pantomima para entrar al Opus Dei, puesto que mi cambio
se originó "en los dichosos ejercicios espirituales".
Una vez que la llamada "muchacha de san Rafael"
se decide y entrega su vida al cauce del Opus Dei, se la considera
"en probación" durante los primeros seis
meses. Desde que escribe su carta pidiendo la admisión,
entra a formar parte de la llamada "obra de san Miguel".
Se le encomienda a este arcángel la labor de los numerarios
y numerarias (la 'elite' del Opus Dei son estos miembros con
entrega plena a la Institución, que viven permanentemente
en las casas del Opus Dei) y también la labor de los
agregados y agregadas de la Obra (miembros éstos también
con dedicación plena, pertenecientes a cualquier clase
social pero que nunca viven en las casas del Opus Dei más
que por períodos cortos, de formación generalmente).
Tras escribir la carta de admisión, esa persona es
ahora un miembro de "la familia", de esta familia
del Opus Dei, que será más importante y cercana
para ella que su propia familia de sangre.
Por "obra de san Miguel" se entiende en el Opus
Dei toda la labor de formación (adoctrinamiento), educación,
estudios, trabajo personal, etc., que una numeraria realiza
desde que pide su admisión. Especialmente se pone bajo
la protección de san Miguel toda la formación
que la numeraria recibe desde el primer día.
La "Instrucción de san Miguel", un documento
interno, más bien breve, escrito por monseñor
Escrivá, explica en detalle la razón específica
del adoctrinamiento de las numerarias y las agregadas. Esta
instrucción se imprimió en la casa central de
Roma en los años cincuenta. Todos los numerarios y
numerarias, así como los agregados y agregadas, llamados
primeramente oblatos y oblatas, incluidos también los
sacerdotes del Opus Dei, todos, están bajo la protección
de san Miguel.
Aunque todavía estaba viviendo en casa de mis padres,
me permitieron los superiores, a los seis meses de haber escrito
la carta a monseñor Escrivá, que hiciera mi
primera incorporación al Opus Dei, llamada 'admisión'.
La ceremonia tuvo lugar en el pequeño oratorio de Lagasca,
124, en Madrid. En verdad, más que un oratorio, era
un armario empotrado, dentro de una minúscula habitación,
donde estaba el altar y el sagrario. Al abrir este armario,
la habitación que servía de comedor, cuarto
de estar y lugar para charlar con la directora, se convertía
en oratorio.
Un sacerdote del Opus Dei, la entonces directora central
de la sección de mujeres, Rosario de Orbegozo, y Lola
Fisac, la primera numeraria del Opus Dei, asistieron a esta
ceremonia, sencilla y breve, de acuerdo con el ceremonial
del Opus Dei. De rodillas delante de la cruz de palo, se contestan
unos textos cortos respondiendo a las preguntas del sacerdote,
también incluidas en el ceremonial. Tras de ello se
besa la estola del sacerdote y la cruz de palo y luego, todos
los que están en el oratorio rezan las "Preces",
oración oficial del Opus Dei, que, como norma diaria
del plan de vida, recitan los miembros todos, en general colectivamente.
La "admisión" significa que uno es aceptado
oficialmente, pero "a prueba". La "admisión"
no implica ningún vínculo legal, sino un compromiso
moral con el Opus Dei. Es decir, durante este período
de prueba, los superiores pueden aconsejarle a uno que se
vaya, lo mismo que uno puede irse del Opus Dei, sin quebrar
regla alguna. Si, tras de un año de prueba desde el
día que se hizo la "admisión", uno
va adaptándose al espíritu del Opus Dei: al
estilo de vida, a las indicaciones, a las obligaciones; es
decir, si uno va cambiando su estilo propio de vida por el
del Opus Dei y se esfuerza por adquirir el "buen espíritu"
que se se inculca, a uno pueden concederle, después
de pedirlo a su directora y en confesión, que se le
permita hacer la "oblación".
Por "oblación" se entiende en el Opus Dei
hacer los votos temporales que se toman hasta la próxima
festividad de san José, el 19 de marzo. Y de ahí
se renuevan cada año en dicha festividad de san José.
La ceremonia de la "oblación", consiste en
dos partes. Por la mañana, generalmente durante la
misa, se hacen los votos; si es un oratorio exclusivamente
para numerarias, en el momento del ofertorio, la numeraria
que hace la oblación se arrodilla ante el altar y lee
la fórmula: "En la presencia dc Dios Nuestro Señor
para quien es toda la gloria, confiando en la intercesión
de Santa María y de nuestros Patronos y poniendo por
testigo a mi Santo Ángel Custodio, yo [el nombre de
uno], hago voto de pobreza, castidad y obediencia hasta la
próxima fiesta de San José, según el
espíritu del Opus Dei." Por la tarde, también
en el oratorio, con la presencia de un sacerdote del Opus
Dei, de la directora de la casa y de alguna otra numeraria,
uno lee los textos, cortos, indicados en el ceremonial. Después
besa la estola del sacerdote, la cruz de palo y se termina
la ceremonia rezando las "Preces" con los asistentes
que haya en el oratorio, generalmente muy pocos, dos o tres,
una de ellos la directora de la casa.
Después de renovar los votos por cinco años
consecutivos, tienen lugar los votos perpetuos llamados "fidelidad".
Madrid: "Zurbarán"
De enero de 1949 a enero de 1950, mi vida, como nueva numeraria
del Opus Dei, se concentró en dos puntos: el trabajo
que continuaba haciendo en el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, y el deber que, como nueva vocación,
tenía de ir a "Zurbarán" diariamente,
o tan frecuentemente como pudiera, para hablar con la directora
y para "ayudar en la casa".
El hablar con la directora me resultaba agradable, ya que
Guadalupe Ortiz de Landázuri era una persona muy fina,
simpática, comprensiva, audaz y con un don especial
de gentes y de persuasión. Su manera de ser me invitaba
a contarle, de modo espontáneo, cuanta cosa pensaba
y hacía. Personalmente, la admiraba. Siempre me sentí
comprendida por ella. Cuando ya no era yo del Opus Dei, muchos
años más tarde, coincidimos en misa en la iglesia
del Espíritu Santo y pude notar que su amistad conmigo
parecía sincera a pesar de las circunstancias. La verdad
es que sentí muy de verdad su muerte ocurrida a su
regreso de México, no hace tantos años. Creo
muy de veras que tanto Guadalupe como el padre Panikkar, por
la manera de ser de ambos y por la forma de enfocar la vida,
fueron dos personas decisivas en mi vocación al Opus
Dei. Dudo mucho, por el contrario, de que ninguna de las otras
personas de la Obra en aquella época hubieran podido
impactarme hasta el punto de cambiar el rumbo de mi vida.
Por "ayudar en la casa" se entendía realizar
el trabajo de administración en la residencia, colaborando
y aprendiendo de las numerarias que se ocupaban de esa labor.
Al salir de mi trabajo en el Consejo, como digo, me iba a
"Zurbarán". Al llegar a la casa apenas veía
a nadie, ya que las residentes estaban, por lo general, en
el cuarto de estudio a esas horas. La sirvienta avisaba que
yo había llegado, y entonces la directora mandaba decir
si ella bajaba a la salita de visitas para hablar conmigo
o si yo debería bajar primero a la administración
para ayudar.
La administración de la casa estaba en el sótano
de aquel hotelito. Al bajar yo, a veces alguna de las numerarias
que vivían allí me pedía que la ayudara
a poner las mesas de la cena. Otras veces, me pedían
que ayudara a la numeraria encargada del planchero porque
estaba retrasada en la plancha de la semana y, otras veces,
me decían que ayudara a Manolita Ortiz, una numeraria
que aún no vivía en la casa, pero que estaba
encargada del oratorio, a preparar la misa del día
siguiente.
Vivía también en aquella residencia María
Jesús Hereza, segunda numeraria del Opus Dei en el
mundo. Estaba terminando entonces su tesis doctoral de Medicina
y era encantadora. Dio también la casualidad de que
había sido discípula de un tío mío,
Antonio García Tapia, en la Facultad de Medicina, y
éste fue el origen de mi primera conversación
con ella.
María Jesús Hereza siempre tuvo un gran don
de gentes. Además de buena, era sincera y leal. A lo
largo de los años, de su vida y la mía en el
Opus Dei, tuve siempre gran trato con ella por diferentes
circunstancias. Dejó el Opus Dei varios años
antes que yo y siempre seguimos siendo muy buenas amigas.
Su vida fue siempre un ejemplo vivo en favor de los pobres;
y su muerte, ocurrida hace sólo pocos años,
fue un golpe muy duro para quienes como yo, la queríamos
tanto y tan de verdad.
Sabina Alandes era una de las numerarias que estaba en la
administración de la residencia. Era simpática
y alegre, y por cierto, entre risa y risa, daba siempre trabajo
para hacer. El punto era que cuando yo llegaba a la residencia
siempre tenían algo preparado para que yo hiciera,
con lo cual la conversación no era frecuente con las
numerarias, puesto que el trabajo -al que yo no estaba acostumbrada-
ocupaba toda mi atención.
Únicamente el día que venía el padre
Panikkar a confesar me encontraba yo con otras muchachas que
conocía de fuera, y el ambiente era muy alegre. Pero
a diario no solía encontrarme con nadie; y entre las
residentes y las muchachas que íbamos de fuera había
una gran distancia.
La conversación con la directora solía tener
lugar antes o después de haber ayudado en los trabajos
manuales de la casa. Y generalmente, como dije, hablábamos
en la salita de la residencia, que no era muy acogedora por
cierto. Además allí solían interrumpir
mucho, bien porque llamaban por teléfono a la directora
o porque entraban a preguntarle cosas de la casa.
Otras veces hablábamos en su oficina, que en realidad
era su habitación, muy sencilla, pero agradable. Era
éste un lugar mucho más tranquilo y donde, por
lo menos, no la interrumpían tanto.
Los temas de conversación con la directora se referían
principalmente a mi vida espiritual y de apostolado, se orientaban
a que yo buscase entre mis amigas alguna que pudiera ser una
posible vocación al Opus Dei. También eran tema
de conversación el espíritu de sacrificio y
la mortificación corporal. Guadalupe fue quien me dio
el primer cilicio, mejor dicho, quien me lo vendió,
ya que en el Opus Dei se vive especialmente "el apostolado
de no dar".
El cilicio y la disciplina solía guardarlos en mi
despacho del Consejo porque ni de broma se me hubiera ocurrido
llevarlos a casa de mi familia. ¡No quiero ni pensar
la que me hubieran organizado si me los hubieran encontrado
en la casa! Se recomienda especialmente a las nuevas vocaciones
que no lleven el cilicio y la disciplina a casa de sus familias,
sino que los usen durante el tiempo que pasan en las casas
de la Obra.
El cilicio se usa alrededor del muslo atando las dos cintas
extremas a guisa de pulsera; o bien, como en el caso del dibujo,
pasando la cinta por la anilla extrema y apretándola
bien con una especie de semilazada. La generosidad de esta
mortificación depende de lo mucho que se apriete el
cilicio. Llega a producir un daño en el muslo -pequeñas
heridas- que obliga a que el cilicio sea cambiado frecuentemente
de pierna, para evitar posibles infecciones.
La disciplina es un instrumento de autoflagelación,
especie de látigo, que se usa en las nalgas desnudas,
nunca en la espalda, a fin de evitar daños en los pulmones
o costillas. Para ello hay que arrodillarse; se esgrime la
disciplina con la mano y se imparten los latigazos por encima
de los hombros a fin de que los golpes lleguen a las nalgas.
La generosidad de esta mortificación depende de la
fuerza con que se den los latigazos.
Además de estas conversaciones frecuentes e informales
con la directora, semanalmente tenía con ella una conversación
oficial, llamada hoy "charla fraterna" y entonces
"confidencia". Esta "charla fraterna"
es una de las normas semanales que obliga a todos y cada uno
de los miembros del Opus Dei sin excepción. Monseñor
Escrivá solía decirnos que para él "la
confidencia es más importante que la confesión"
y que la única diferencia que él hacía
entre las dos era que "la "confidencia no es sacramento."
En la "confidencia" o "charla fraterna",
todos los miembros del Opus Dei están obligados a hablar
de tres puntos principales: fe, pureza y camino (vocación).
Además se aconseja también que se hable de la
forma en que se cumplen las normas del plan de vida, de las
"personas que se tratan" (proselitismo) y de cualquier
otra cosa, por nimia que parezca, que pueda preocuparnos.
Es decir: hay que relatar hasta el último pensamiento
que nos haya cruzado por la cabeza. Era aconsejable también
hablar del trabajo que cada uno realizaba, sea cual fuera
el lugar y la calidad de trabajo: profesional, administrativo
o trabajo interno -se llamaba así al trabajo realizado
por las superioras que no tienen una ocupación profesional
externa-. Lo que sí está terminantemente prohibido
en el Opus Dei es tener conversaciones de tipo confidencial,
no sólo con gente extraña a la Obra, sino con
cualquier persona que no sea la directora asignada para recibir
esta "charla fraterna". Hasta el punto de que monseñor
Escrivá llamaba "desaguadero" al hecho de
hablar con otra numeraria de algo personal. Esto se prohibía
esencialmente para evitar entre numerarias las llamadas "amistades
particulares" (en lenguaje directo, "lesbianismo").
Por tanto, queda claro que el sentido de amistad como tal
no existe en el Opus Dei, puesto que si a alguna se le ocurriera
alguna vez hacer la menor confidencia, por absurda que fuera,
la persona que escucha y la que habló se sentirían
obligadas a reportarlo a la directora. Por supuesto que hablar
a la familia de algo personal e íntimo sería
una falta muy grave contra el espíritu de la Obra...
Puede imaginar el lector el calificativo que recibiría
una numeraria si cosas de su vida espiritual las hablara con
un sacerdote del Opus Dei que no fuera el asignado como su
confesor ordinario.
Recuerdo en mis conversaciones con Guadalupe haberla bombardeado
con preguntas relativas principalmente a la secularidad y
a la libertad en el Opus Dei. Me molestaba tremendamente el
mal gusto en la forma de vestir de las numerarias en aquella
época, porque contradecía a lo que se nos había
dicho al entrar de que "no nos distinguíamos de
las demás mujeres". Tampoco veía muy claro
el por qué desde que uno entraba al Opus Dei tenía
que consultar absolutamente todo con la directora, incluso
cosas de tipo cultural tales como si uno podía asistir
a conferencias o conciertos. No poder decidir directamente
sobre el terreno me hacía aparecer muchas veces como
estúpida. Y además no entendía yo por
qué las numerarias del Opus Dei teníamos que
actuar de modo diferente al de los numerarios. Notaba yo mucho
esta diferencia al trabajar en el Consejo de Investigaciones
Científicas. Los hombres del Opus Dei gozaban aparentemente
de gran libertad. Yo veía que ellos participaban en
almuerzos, reuniones, seminarios, etc., cosa que las mujeres
no podíamos hacer sin consultar primero y en cada caso
con la directora, la cual en la mayoría de las ocasiones
"no consideraba oportuna nuestra asistencia", ya
que, entre otras cosas era una "pérdida de tiempo".
Las numerarias del Opus Dei en aquella época no teníamos
libertad alguna. Como acabo de decir, todo tenía que
ser consultado con la directora. Hoy día esta situación
ha cambiado de modo relativo: las numerarias tienen aparentemente
mayor libertad para participar en conferencias o reuniones
sociales relacionadas con su profesión. Aunque hay
que aclarar que por "mayor libertad" se entiende
que "después de haber previamente consultado"
con los superiores respectivos, quienes "muy probablemente"
les concederán permiso para asistir a aquel acto cultural
o social relacionado con su trabajo profesional.
Por otra parte, los hombres del Opus Dei no tenían
distintivo externo alguno. En cambio, las numerarias teníamos
que arreglarnos de una manera que no era la común entre
las mujeres de esa época.
En los años 1949 y 1950, tuvimos que cambiar bastantes
cosas en nuestro aspecto externo: por ejemplo, una chica joven
tenía que recogerse en un moño o algo semejante
el pelo largo y suelto, cosa nada corriente en una chica de
aquellos años. Yo llevaba el pelo largo y suelto, y
me advirtieron que "era mejor" que me lo recogiera.
Naturalmente pregunté la razón de semejante
cambio y me dijeron que no teníamos que parecer atractivas
a los hombres. Recuerdo muy bien que éste fue mi primer
acto de obediencia.
Hoy día, las mujeres del Opus Dei pueden llevar el
pelo corto, pero no largo y suelto. También pueden
teñirse el pelo.
De hecho, monseñor Escrivá animaba a las mujeres
cuyo cabello empezaba a encanecer a teñírselo,
para parecer más jóvenes.
Otro punto a cambiar en el arreglo externo fueron las mangas
cortas por mangas largas, lo que en lugares cálidos
o en verano era realmente llamativo. Yo preferí llevar
jerseys de manga larga sobre el vestido de verano, antes que
usar vestidos de verano con mangas largas. Les dije claramente
que vestidas como ellos indicaban, en vez de aparecer como
seculares, adquiríamos todo el aspecto de legas de
conventos.
Cuando yo le contaba estas cosas a mi director espiritual,
él me entendía. Me recomendaba que tuviera paciencia,
que obedeciera, y me repetía que ya llegaría
la hora en que podría imponer mi estilo en muchas cosas
a la Obra. Ciertamente en esa época no me cabía
en la cabeza que yo pudiera llegar a influir de alguna manera
en las numerarias o en las costumbres del Opus Dei.
Andando los años, he de reconocer que fue cierto.
En las casas y países donde viví haciendo cabeza,
mantuve un tono de educación alto o, mejor dicho, el
simple tono de educación que había recibido
de mi familia. Pude hacer que las mujeres del Opus Dei fueran
bien arregladas sin estridencias: prevaleció mi interpretación
de las Constituciones sobre este punto.
El primer cambio oficial en la forma de vestir de las numerarias
tuvo lugar a mi llegada a Venezuela en 1956. Yo seguía
sin entender que, habiéndonos repetido una y otra vez
en Roma que éramos totalmente seculares y nunca debíamos
parecernos a "las teresianas del padre Poveda" (una
asociación laica que tomó la forma jurídica
de Instituto Secular después del Opus Dei y cuyas mujeres
en aquel tiempo no iban vestidas a la moda), tuviéramos,
sin embargo, una especie de distintivo: ir de manga larga
en un clima tropical.
En Roma nos habían repetido hasta la saciedad que
deberíamos ser "por fuera como todo el mundo y,
por dentro, como todo el mundo debería ser". Por
ello, y a fin de encontrar el origen de esta falta de coherencia,
le pedí en Venezuela al consiliario, hoy llamado vicario
regional, que nos prestara por unos días el volumen
de las Constituciones del Opus Dei, copia que en cada país
está siempre guardada (entonces y hoy día) por
el consiliario. Como dato curioso he de aclarar que el consiliario
custodia siempre el único ejemplar de las Constituciones
existente en la región a su cargo. Las mujeres no pueden
conservar este documento.
En las Constituciones del Opus Dei, en la parte IV dedicada
a las mujeres, número 439, se dice escuetamente:...
'sed externe in omnibus, quae saecularibus communia sunt et
a statu perfectionis non aliena, ut aliae mulieres propriae
condicionis, se gerunt, vestiunt, vitam ducunt" ("Dado
que las asociadas no son religiosas, no aportan dote ni usan
vestido o hábito religioso, sino que externamente en
todos los aspectos que son comunes con las mujeres corrientes
y no son ajenas al estado de perfección, se comportan,
visten y llevan su vida como las otras mujeres de su propia
condición.. Cf.: "Codex Iuris particularis Operis
Dei", Roma, julio 1986 y noviembre 1982, Apud Ediciones
Tiempo, S.A., Madrid (julio 1986).. Para evitar una errónea
interpretación de este punto que, ni de cerca ni de
lejos, como se ve, indica que las numerarias puedan ir o no
de manga corta, se trajo el tema a la reunión de Asesoría
Regional y se decidió enviar a Roma, al gobierno central,
en definitiva a monseñor Escrivá, esta pregunta.
Recibimos la aprobación del gobierno central de Roma;
es decir, monseñor Escrivá aprobó nuestra
sugerencia y, desde ese momento en la Obra entera, no solamente
en Venezuela, las mujeres pudieron ir de manga corta. Tal
vez este cambio parezca nimio al lector, pero en la práctica
originó un bienestar, eliminó una molestia cotidiana.
También está permitido hoy día en el
Opus Dei que las mujeres se pinten los ojos, algo que nos
estaba terminantemente prohibido al principio.
Yo tuve que dejar de esquiar, porque tanto el esquí
como la equitación son depones que no se consideran
adecuados para las numerarias. Además, a ellas se les
prohíbe el uso de pantalones aunque a partir de 1993
parece que, ocasionalmente, algunas pueden usarlos.
Hasta 1966 podíamos las numerarias ir a la playa,
cuidando el estilo de traje de baño. A partir de entonces
se nos prohibió ir a playas públicas, contrastando
este hecho, una vez más, con el espíritu de
secularidad aludido. El único lugar donde pueden nadar
las numerarias es en las piscinas de las casas de la Obra,
y los trajes de baño han de ser siempre con faldita.
El maillot está totalmente prohibido.
Al entrar al Opus Dei como numeraria, y no precisamente porque
se aumentase la contaminación del aire, tuve que dejar
drásticamente de fumar. Sin embargo, los hombres en
el Opus Dei pueden fumar cuanto quieran, porque así
como a las mujeres nos dijeron que fumar era falta de feminidad,
para los hombres era signo de hombría. Y más
aún: don Alvaro del Portillo, actualmente prelado del
Opus Dei y entonces procurador general, segundo en rango dentro
de la Obra, no solamente fumaba sino que tenía el privilegio,
concedido por monseñor Escrivá, de fumar en
presencia de las superioras del Opus Dei. Don Alvaro del Portillo
acostumbraba a fumar en boquilla de marfil. Muchas veces,
monseñor Escrivá nos repitió que él
le había dado a don Alvaro ese privilegio.
Al comienzo de mi vocación, no pude captar las muchas
diferencias que existían entre varones y mujeres del
Opus Dei. Las fui descubriendo lentamente. Y hoy día
comprendo que tales diferencias no eran sino una expresión
del comportamiento total, sexista y machista, que en mucha
mayor escala existía y todavía existe en el
Opus Dei, reflejo claro de la conducta de monseñor
Escrivá.
Cuando aún vivía con mis padres, me sentí
bastantes veces entre la espada y la pared: por una parte,
tenía que comportarme como siempre con mi familia;
por la otra, cuando iba a "Zurbarán", casi
a diario, se me exigía hacer proselitismo. La verdad
era que la mayoría de mis amigas o se iban a casar
o estaban casadas ya, y a otras hacía años prácticamente
que no las veía. El caso fue que una amiga mía,
compañera de colegio en París, Françoise
du Chatenet, estaba pasando un año en mi casa. Cuando
un buen día dije esto en la residencia del Opus Dei,
empezaron a presionarme por todos lados diciéndome
a derecha e izquierda que tenía qué llevarla
a la residencia y hacer que se confesara con don José
María Hernández Garnica. Yo me resistí,
porque, conociendo a Françoise, no me parecía
que tuviera vocación para numeraria del Opus Dei. Me
insistían en que podría ser la primera numeraria
francesa. La situación no era fácil para mí.
Tras horas de conversación en mi casa con Françoise
y con la excusa ridícula de que el padre Hernández
Garnica quería consultarle algo sobre las chicas universitarias
en Francia, a donde el Opus Dei pensaba ir pronto, y, la de
que fuera a tocar un rato el piano, conseguí que Françoise
fuera a "Zurbarán".
Como resultado de este episodio, Françoise nunca más
quiso oír hablar del Opus Dei. A través de los
años nuestra amistad ha sido sincera y fuerte; somos
amigas entrañables y como solía decir su madre,
a quien tanto quise, nuestra amistad era "la fidelité
de l'amitié" (La fidelidad de la amistad). A veces,
cuando el tema del Opus Dei sale a colación, Françoise
du Chatenet, ahora 'madame' De Tailly, dice entre risas, frente
a su marido y sus hijas que ella escapó "de las
garras del Opus Dei" a pesar de mi insistencia.
Me decía Guadalupe, muy a menudo, que el proselitismo
era muy importante porque era "la contratuerca"
de nuestra propia vocación. Este "estilo mío
personal" me llevó a ser sincera y decir a los
superiores lo que pensaba, lo que en más de una ocasión
me originó también reprensiones, puesto que
ello contrariaba, algunas veces, las indicaciones de monseñor
Escrivá. Mi "contratuerca" o la primera mujer
que, al hablar conmigo y ser dirigida espiritualmente con
el padre Panikkar, entró al Opus Dei en el año
1949, fue Pilar Salcedo, que entonces estaba terminando la
carrera de Filosofía. Cuando estaba en el Opus Dei
se hizo periodista. Coincidimos en Roma y vivíamos
en la misma casa, porque ambas estábamos entonces en
el gobierno central de la Obra. Fue nombrada directora regional
de Colombia en 1956, donde estuvo sólo algunos años.
Bastante tiempo después de haber dejado yo el Opus
Dei, supe que Pilar Salcedo también lo había
dejado. Conversé con ella en Madrid en varias ocasiones,
siendo ella periodista, pero nunca me quedó muy clara
su actitud posterior hacia el Opus Dei; por una parte, de
desprecio, por otra, como de miedo.
En el año 1949, una de las primeras pruebas que tuve
que pasar fue mi "charla semanal" con María
Esther, una muchacha numeraria que acababa de llegar de Barcelona
y vivía ahora de modo permanente en esta residencia
del Opus Dei. Me dijeron que Guadalupe estaba muy sobrecargada
de trabajo y que ella la ayudaría. Con grandes reservas,
acepté. Como nueva vocación, María Esther
llegó con las tablas de la ley en la mano. Le faltaba
flexibilidad y comprensión. La primera cosa que me
indicó que hiciera fue cambiar mi confesor por don
José María Hernández Garnica. Este cambio
de confesores es la regla general del Opus Dei y ello trae
consigo, con bastante frecuencia, la primera crisis en la
vida espiritual de una nueva vocación.
Yo simplemente dije que no lo pensaba hacer. Después
de la actuación del padre Hernández Garnica
en lo referente al Congreso de Filosofía, como detallé
anteriormente, no me atraía el cambio, ni me sentía
capaz de abrirle mi alma. Hablé el tema con Guadalupe
quien entendió muy bien mi reacción y le dijo
a María Esther que no me insistiera en ese punto. O
sea que por varios meses seguí con el mismo director
espiritual.
Hacia el mes de julio nos dijeron que el padre Panikkar había
recibido en el Opus Dei un encargo diferente, por cuya razón
no volvió ya más a "Zurbarán",
lo que significó que entonces yo tuviera que cambiar
de confesor.
Precisamente por este nuevo encargo en el Opus Dei, el doctor
Panikkar se ausentó igualmente del Consejo de Investigaciones
Científicas, donde en aquel momento estábamos
preparando las "Actas del Congreso Internacional de Filosofía",
celebrado el año anterior en Barcelona. Más
que una ausencia del Consejo fue una desaparición.
A nadie dio una explicación de ello ni tampoco habló
con nadie sobre cuándo pensaba regresar. Se comentó
en el Consejo que podría estar enfermo. Cuando me preguntaban,
tenía que decir que suponía que él estaba
de viaje. La situación era confusa. Por otra parte,
yo no podía decir tampoco en el Consejo lo que había
oído en "Zurbarán" de que le habían
dado un encargo especial en el Opus Dei.
Un buen día, estando en el despacho del Consejo, recibí
una llamada del padre Hernández Garnica quien, con
su estilo seco, me indicó que, de ahora en adelante,
todo el correo llegado a nombre del doctor Panikkar como secretario
general del Congreso Internacional de Filosofía había
que enviarlo con un botones a la central del Opus Dei en Madrid,
Diego de León, 14, desde donde se lo harían
llegar al doctor Panikkar.
Pregunté al padre Hernández Garnica si es que
el doctor Panikkar estaba enfermo y me dijo que no; que no
estaba enfermo. También pregunté por una dirección
o teléfono para poder darlo a personas que habían
preguntado por él, a lo que no me contestó.
Noté que simplemente lo dio por no oído e insistió
en que por favor se siguieran las indicaciones que me había
dado. La situación no podía ser más absurda.
Se lo conté al presidente del congreso, don Juan Zaragüeta
y al padre Todolí. Y fue fácil escuchar e1 rumor
general de "¡Otra situación típica
del Opus Dei!".
En "Zurbarán" le expliqué a la directora
la situación tan molesta a la que, en el Consejo, había
dado lugar la "desaparición" del padre Panikkar,
y mi propia situación como secretaria. Me respondió
muy seriamente que no volviera a hacer preguntas sobre ese
tema.
El hecho real fue que me quedé sola en el trabajo
enfrentando materialmente la edición de los tres volúmenes
de las "Actas del Congreso de Filosofía".
Dándose cuenta del enorme trabajo en cuestión,
tanto el padre Todolí como Roberto Saumells y Antón
Würster me ayudaron mucho.
Alrededor de Navidad de 1949 me llamó Rosario de Orbegozo,
la directora central, al Consejo. Me dijo que don Alvaro del
Portillo había llegado de Roma y quería hablar
conmigo. Pero que fuera a hablar con él a la casa del
gobierno central de los varones del Opus Dei, en Diego de
León, 14. Fui aquella tarde y estuvo muy cariñoso
conmigo, diciéndome que "el Padre", como
lo llamaban en el Opus Dei a monseñor Escrivá,
estaba muy contento conmigo y que podía hacer el curso
de formación para numerarias, que empezaría
en el mes de enero en "Los Rosales", en Villaviciosa
de Odón.
Le expliqué a don Alvaro mi responsabilidad en el
trabajo que llevaba en el Consejo de Investigaciones y que,
debido a la ausencia del padre Panikkar, no veía cómo
podría ausentarme. Me recomendó don Alvaro que
no me preocupara, que todo se arreglaría; y me contó
que le había traído al padre Panikkar, de Roma
y de parte de monseñor Escrívá, la cruz
de palo que el Opus Dei entrega a la primera vocación
de cada país, el primer inglés en este caso.
A los pocos días de esta conversación, una
tarde, antes de las Navidades de 1949, el doctor Panikkar
apareció en el despacho del Consejo. Ante nuestra sorpresa,
el padre Panikkar sonreía, parecía muy contento
e iba y venía de una oficina a la otra como queriéndolo
ver todo al primer golpe. Tras el primer momento de sorpresa,
mis preguntas salieron a torrentes: ¿Qué le
pasó? ¿Por qué desapareció de
ese modo? ¿Por qué no nos llamó por teléfono?
El doctor Panikkar seguía sonriendo divertido ante
nuestras preguntas, pero su respuesta no llegó nunca.
Cuando Roberto Saumells se fue, después de informarle
a grandes rasgos de la situación de nuestro trabajo
durante esos meses de su ausencia, yo tuve una larga conversación
con el padre Panikkar, la última que sostuve con él
antes de irme al centro de estudios "Los Rosales".
El padre Panikkar con toda calma me dijo que se había
enterado por Alvaro del Portillo de que yo iría al
centro de estudios al mes siguiente. Sus respuestas acerca
de sus meses de ausencia resultaban oscuras y se notaba, a
través de sus palabras, que bien hubieran podido ser
meses de sufrimiento. Muchos años más tarde,
cuando ya no era yo miembro del Opus Dei, me enteré
de que al padre Panikkar lo habían enviado durante
esa época a "Molinoviejo", posiblemente como
castigo. Ahora, con la perspectiva de la distancia, y conociendo
la suspicacia obsesiva del Opus Dei en lo que respecta a relaciones
entre hombres y mujeres, no descarto la posibilidad de que
hubiera incidido el hecho de mi resistencia a cambiar de confesor
y el que yo siguiera trabajando con él en el Consejo
de Investigaciones Científicas, sumado al incidente
de Barcelona que narré anteriormente.
Durante esta larga conversación, el padre Panikkar
me aseguró que estaba convencido de que en mi caso
personal yo sería feliz dentro de la Obra, pero con
una clase de felicidad diferente a la que yo esperaba en una
vida de casada. Que en el Opus Dei yo tendría la felicidad
de saber que estaba cumpliendo plenamente la voluntad de Dios
y que estaba entregándole mi vida para que el mundo
se convirtiera a Él.
Fue ciertamente una conversación profunda. Mientras
conversaba con el padre Panikkar tenía sentimientos
encontrados: por una parte sentía la alegría
y el agradecimiento a Dios de haber podido conversar con él
antes de irme al centro de estudios; pero por otra parte tenía
la pena, al saber las reglas del Opus Dei respecto a las mujeres
en su trato con los sacerdotes, de que nunca volvería
a hablar con él en el futuro, a menos que diera la
casualidad de que fuera el confesor ordinario en la casa a
la que yo fuera destinada. La verdad es que tenía miedo
de sentirme sola.
Como entendiendo mis temores, el padre Panikkar me animó
mucho diciéndome que mi apostolado sería muy
fecundo, que nunca me sentiría sola si tenía
verdadera vida de oración y que él rezaría
siempre mucho por mí. Me recalcó que Dios estaba
por encima de todo y de todos, y que mi perseverancia me haría
feliz y eficaz.
Mientras me recomendaba montañas de paciencia en las
cosas materiales que me fastidiaban, me insistía de
modo categórico en que yo, por mi manera de ser, podría
ayudar a mucha gente, que mi apostolado sería fecundo
y que además no olvidase lo que me había dicho
en otras ocasiones: que estaba convencido de que yo podría
traer mi alegría y mi estilo al Opus Dei. Entonces
me bendijo y se fue.
La verdad es que nunca supe por cuánto tiempo más
permanecí sola en aquel despacho del Consejo de Investigaciones.
Lo que sí recuerdo es que, cuando reaccioné,
la habitación estaba tan oscura, como oscuros eran
mis temores. Sentí, por supuesto, un gran agradecimiento
por la comprensión que el padre Panikkar había
tenido conmigo, y le prometí a Dios, en esa misma oficina,
que seguiría siempre los consejos que él me
dio como director espiritual respecto de mi vocación
y perseverancia en el Opus Dei.
Salida de casa de mis padres
Como recuerdo haber dicho anteriormente, mi tiempo de espera
antes de irme a vivir a una casa del Opus Dei fue motivado
por mi edad y la peculariedad de que, al ser éste un
Instituto Secular, yo tenía que alcanzar los 25 años
para "abandonar la casa paterna". Según la
ley española de entonces, la mayoría de edad
era a los 23 años. A esa edad yo podía casarme
o entrar a un convento, sin permiso de mis padres, porque
ello suponía tomar un "estado civil". Pero,
al ser el Opus Dei un Instituto Secular, la entrada a él
no suponía adquirir ningún estado; las personas
seguíamos siendo "solteras". Por tanto, cuando
se entraba al Opus Dei sin el permiso paterno, la ley española
lo equiparaba a "abandono del hogar paterno", y
protegía legalmente a las familias para devolverles
a las hijas, que se habían ido de la casa sin el consentimiento
de los padres.
El otoño de 1949 fue de una tensión enorme
en mi familia. Especialmente mi padre me pedía por
favor que consultara mi vocación con un dominico, con
un jesuita, con amigos suyos de sólida formación
católica. Mi respuesta invariablemente era la misma:
no. Yo ya había asimilado la primera parte de la formación
del Opus Dei: que para los miembros de la Obra todo el mundo
que quiera erigirse en consejero espiritual es "mal pastor",
y sólo cada uno de los superiores y sacerdotes del
Opus Dei es "buen pastor".
Tenía discusiones con mi madre, y me angustiaba el
silencio dolido de mi padre, que no podía entender
mi testarudez. Como resultado, el clima de mi casa era denso
y tenso. Mis hermanos, menores que yo, permanecían
callados frente a esta situación. Y era inevitable
el ambiente pesado durante las comidas. Yo entendía
a mis padres, pero estaba totalmente convencida de que los
superiores del Opus Dei tenían razón y conocían
las cosas mejor que mis padres: y aquí hago notar que
cuando un miembro de la Obra llega a este convencimiento ha
dado ya su primer y más importante paso hacia el fanatismo.
Mi abuela paterna era un consuelo para mí. No podía
verme sufrir y al mismo tiempo trataba de darles a mis padres
razones espirituales para que tampoco ellos sufrieran.
Mi cumpleaños era en marzo, luego ningún abogado
tomaba el caso, ya que por ley todo acabaría en tres
meses. Mis padres vieron que no podían hacer nada y
esto los sumió en tristeza y desesperanza infinitas.
Hasta 1949 todos los cursos de estudios de numerarias habían
tenido lugar en los veranos. En enero de 1950, por primera
vez en la historia de la Obra iba a tener lugar el primer
curso de estudios para numerarias en invierno y con una duración
de seis meses. La razón fue que los superiores decidieron
reunir en este curso a numerarias que, por diferentes razones,
no pudieron irse a vivir a la Obra antes.
A mediados de enero de 1950 dejé mi trabajo en el
Consejo de Investigaciones Científicas y dejé
la casa de mis padres. Salí sin la bendición
de mis padres y con la total oposición de mi madre
a que yo entrara al Opus Dei. De inmediato quedé fuera
de mi familia. Ostracismo que duró dieciocho años,
el tiempo de mi permanencia en el Opus Dei. En esos años
vi a mi madre solamente una vez: en Roma, en 1953 y por escasamente
dos horas. Nunca me escribió en esos años.
Como a pesar de todo no quería hacer una salida drástica
de casa de mis padres, procuré ir sacando mis cosas
poco a poco y, finalmente, en dos días consecutivos
preparé un par de maletas con lo esencial, y las llevé
muy temprano a la casa que las superioras del gobierno central
del Opus Dei tenían entonces en Juan Bravo, 20. Hasta
mi perro parecía que entendía la situación.
No me dejaba ni a sol ni a sombra y, cuando me veía
con las maletas, quería venirse conmigo. Recuerdo que
una de esas mañanas me encontré diciendo en
el ascensor: "Dios mío, hasta tuve que darle una
patada al perro para poder salir de mi casa." No era
alegría lo que sentía en esas mañanas
frías de enero. Tenía el alma congelada, pero
en mí había una idea fija: la de estar cumpliendo
la voluntad de Dios a pesar de los pesares.
La tarde en que oficialmente me iba de casa de mis padres,
ellos decidieron no salir de su habitación porque no
querían verme dejar la casa. A mis hermanos, los mandaron
al cine. Escribí una nota a mis padres diciéndoles
lo mucho que sentía no verlos y dejé para siempre
mi casa, acompañada de una prima mía recién
casada, Carmen Fullea Carlos-Roca, y de su marido, Antonio
Carrera. Estaban tan afectados con la situación familiar
que, a riesgo de perder la amistad con mis padres, a quienes
tanto querían, no consintieron en dejarme ir sola y
me acompañaron hasta la puerta de la casa del Opus
Dei en Juan Bravo, 20, en Madrid.
La recepción que tuve en la casa del Opus Dei fue
demasiado fría. Nadie, absolutamente nadie, mostró
una gota de afecto, de calor y de comprensión. Para
ellas, mi llegada era natural. Casi una rutina. Para mí
era un paso extraordinariamente importante y serio que había
dado en mi vida. Hoy día veo con claridad que fue inhumano
el recibimiento que me hicieron, dado que las superioras conocían
bien la lucha que tuve que sostener con mi familia a fin de
ir a vivir al Opus Dei. Nadie trató de hablar conmigo
en privado tampoco. Incluso el hecho de haber dejado yo mi
trabajo fue un tema que ni tocaron: como si no tuviera la
menor importancia. Lo único que especialmente me dijeron
fue que, como esa noche éramos muchas en la casa y
no había suficientes camas, yo sería una de
las que dormiría en el suelo. Fue, por cierto, la primera
vez en mi vida que dormí en un suelo de madera. Este
hecho me sirvió de pauta para ser, por el contrario,
muy cariñosa, después, cuando una numeraria
llegaba a vivir a una casa del Opus Dei donde yo estaba. Es
decir, yo procuré siempre evitar a las demás
los malos tratos que sufrí personalmente.Como mi estancia
en esa casa iba a ser muy breve, no me dieron un encargo preciso.
Simplemente me dijeron que me ocuparía de hacer los
recados que hicieran falta en la casa. Unos tíos míos
vivían en el mismo edificio; pedí permiso para
verlos, pero no me lo dieron. Simplemente me dijeron que los
saludara si me los encontraba en el ascensor.
"Los Rosales": curso de formación
Dos días después salí de Madrid con
Chelo Castañeda, una numeraria que acababa de llegar
de Santander, para ir a vivir al centro de estudios, la casa
llamada "Los Rosales", en Villaviciosa de Odón,
a pocos kilómetros de Madrid.
Antes de salir de Madrid, Rosario de Orbegozo, la directora
central, me pidió que cuidara mucho de Chelo Castañeda,
porque era "una vocación muy reciente".
Siempre recordaré con angustia aquel atardecer de
pleno invierno en Madrid, camino de la estación de
autobuses. Me sentía perdida, sola, tensa, totalmente
abandonada, habiendo roto todos mis lazos de cariño
y dejado atrás cuanto había amado en mi vida
entera. Me abandoné en las manos de Dios pensando que
estaba cumpliendo Su voluntad. No acertaría a explicar
el titánico esfuerzo que tuve que hacer para sobreponerme
a mis propios e íntimos sentimientos y dedicar toda
mi atención a mi compañera de viaje, que estaba
llorando.
Cuando llegamos a Villaviciosa de Odón, estaba más
oscuro que boca de lobo. En la estación de autobuses
nos esperaban Mary Tere Echeverría, la directora de
"Los Rosales" y Tere Zumalde, una numeraria de Bilbao.
Como la parada de autobuses quedaba bastante cerca de la casa,
llevamos nosotras mismas las maletas y, cruzando unas cuantas
calles del pueblo y la plaza del Ayuntamiento, casi desierta
a esa hora, llegamos por fin a "Los Rosales". ¡Qué
ajena estaba yo cuando cruzaba esta plaza del Ayuntamiento,
a que el reloj de su torre iba a regir mi vida durante los
seis meses siguientes! Cerrando los ojos y a la distancia
de años, resuenan aún en mi memoria el sonido
de las campanadas de ese reloj.
Al entrar en la casa, la directora nos llevó al oratorio,
abrió la puerta para saludar al Señor en el
sagrario, como es costumbre hacerlo en el Opus Dei cuando
uno entra a la casa o sale de ella.
Inmediatamente subimos al piso alto, donde estaban los dormitorios.
La directora nos asignó nuestras camas. En ese piso
había tres dormitorios para veintiuna personas, y un
solo cuarto de baño. Los primeros días dormí
en el cuarto de seis camas, luego me trasladaron al de doce
camas por el resto del tiempo que permanecí en esa
casa. Aunque lo sabíamos de antemano, nos dijeron expresamente
al llegar que las camas eran de madera, sin somier o colchón.
Por primera vez también dormí en una cama de
madera. La madera estaba cubierta con una cobija ligera. Y
por lo demás, la cama se preparaba como cualquier otra:
con sábanas, cobijas y colchas. Por cierto que las
colchas floreadas eran bonitas. Sólo se usaba una almohada.
En el Opus Dei las numerarias son las únicas que duermen
en tabla. Todos los demás, desde el prelado, pasando
por los sacerdotes y acabando por las sirvientas o numerarias
auxiliares, como se llaman desde 1965, todos duermen en camas
regulares con somier y colchón. Nos explicaron que
la razón por la que las numerarias teníamos
que dormir en camas de tabla se debía a que las mujeres
éramos más sexuales que los hombres... Otro
ejemplo más del trato diferente entre hombres y mujeres
y la obsesión del sexo. Alguna vez le oí decir
a monseñor Escrivá que tomó esta idea
para las numerarias de unas monjas de clausura que vivían
en Madrid, concretamente en el barrio de Argüelles.
Las camas de madera no es que sean precisamente blandas,
pero uno se llega a acostumbrar a dormir en ellas. Lo que
es terrible es el frío. En una casa como "Los
Rosales", situada en plena Castilla, en invierno, y sin
usar la calefacción, el frío era tan espantoso
que todas llevábamos el abrigo puesto dentro de la
casa. No se usaba la calefacción porque el carbón
era caro y el presupuesto de esa casa era muy bajo. Yo tenía
tanto frío por la noche que no podía dormir
y ansiaba oír las seis campanadas del reloj del Ayuntamiento,
hora en que la directora pulsaba en su cuarto un timbre, que
resonaba en toda la casa, para despertarnos.
El medio armario que me habían asignado en el vestíbulo
de ese piso con Anina Mouriz era tan pequeño que le
tuve que entregar a la directora la ropa que no usaba a diario.
Los miembros del Opus Dei solamente pueden guardar, en el
llamado "almacén", la ropa de verano en invierno
y la de invierno en verano. Pero nada más. Lo que no
se usa se entrega a la directora y no tiene vuelta.
La luz en los dormitorios era mortecina: leer en la cama
estaba totalmente prohibido. El silencio mayor empezaba después
de las últimas oraciones dichas en el oratorio y las
luces se apagaban treinta minutos después.
"Los Rosales" era la típica casa señorial
de estilo español situada en un pueblo pequeño
de Castilla. En el piso principal estaban el oratorio y el
comedor, usado como lugar de clases y de círculos de
estudio, y también allí desayunaba el sacerdote
que nos venía a celebrar la misa. En este mismo piso,
además, había un baño auxiliar y estaban
el despacho, dormitorio y baño de la directora.
En el sótano estaba la cocina, el office y un cuarto
de estar que se usaba como comedor o cuarto de trabajo, de
acuerdo a las necesidades. Había también un
cuarto de baño y un retrete independiente. A excepción
del sótano, que era de mosaico, el resto de los suelos
era parquet. La decoración era muy seria, un tanto
solemne, poco atractiva. Un jardín rodeaba la casa,
y un muro la propiedad entera.
Las primeras Constituciones de la Obra decían: "Aunque
los miembros del Opus Dei profesan plenamente la perfección
evangélica, sujetándose por una perpetua y definitiva
entrega a la servidumbre de Cristo Nuestro Señor, sin
embargo, el Instituto externamente no presenta en sus casas
propias ningún signo que huela a casa religiosa."
Por supuesto que siempre hay espejos en todas las casas de
mujeres del Opus Dei, tanto encima de los lavabos como en
lugares donde uno puede verse antes de salir. Concretamente
monseñor Escrivá, marcando la secularidad del
Opus Dei, indicó que donde viviera la sección
femenina debería haber siempre espejos.
Actualmente los centros de estudios del Opus Dei tienen muy
buenos edificios, la mayoría construidos de planta
y decorados con gusto. Curiosamente las primeras Constituciones
del Opus Dei decían en su punto 227: "No gastemos
nuestro tiempo en construir casas; más bien tomemos
por nuestras las que ya están construidas." (Cf.
"Constituciones". Apud. Ediciones Tiempo, S.A.,
Madrid (julio, 1986), p. 103) Las segundas Constituciones
no dicen nada. Actualmente tienen además en los centros
de estudios toda clase de facilidades; y las numerarias, además
de asistir a las clases asignadas, tienen tiempo para practicar
deportes, tenis y natación principalmente, ya que en
esas casas hay un jardín o terreno amplio con piscina
y cancha de tenis. Ahora cada numeraria tiene habitación
independiente con armario y lavabo. Los cuartos de duchas
están convenientemente distribuidos según el
número de habitaciones, y también hay algunos
cuartos con duchas dentro de ellos, generalmente reservados
para las superioras mayores. Tienen también los actuales
centros de estudios una administración independiente
que se hace cargo de todas las tareas, aunque, como experiencia
y aprendizaje, las numerarias del centro suelen pasar a la
administración, pero sin responsabilidad directa en
esas tareas.
Nuestro curso de estudios, por el contrario, fue espartano
de veras: si mal no recuerdo, el último de ese estilo
en la historia del Opus Dei.
Además de asistir a dos clases diarias por la mañana
y algunas veces otra más por la tarde, estábamos
encargadas, directamente y por turno riguroso, de todas las
labores de administración de la casa: limpieza, oratorio,
cocina, lavadero, etc. Una de las numerarias, la mayor parte
del tiempo Tere Zumalde, se ocupaba de las gallinas y los
cerdos, ayudada a ratos por un muchachito del pueblo. Teníamos
solamente media hora de tertulia después del almuerzo,
excepto los domingos, cuando la tertulia pasaba de la hora
entera.
Los domingos por la mañana se realizaban los llamados
"trabajos de domingo", que consistían en
arreglar lo que estaba estropeado, organizar cajones, o limpiar
cosas tales como las huellas dejadas en los bordes de las
puertas o los radiadores de la calefacción. Después
de lo cual, en grupo, solíamos salir a dar un paseo,
si no llovía o hacía demasiado frío,
al castillo cercano o por el campo, pero no se piense en un
campo tipo inglés, sino campos de siembra.
Oficialmente el curso empezó el 2 de febrero de 1950.
El horario estaba organizado de tal manera que no teníamos
tiempo ni de respirar; punto este muy importante en el adoctrinamiento
de grupo en una secta: no dar lugar a sus miembros para poder
pensar y recapacitar. Todo había que hacerlo de acuerdo
a las directrices marcadas. Y prácticamente a contrarreloj.
Por la mañana, al oír el timbre pulsado desde
la dirección había que levantarse de inmediato
y besar el suelo diciendo "Serviam!" (Te serviré,
te seré fiel). A renglón seguido, generalmente
de rodillas, ofrecer las obras del día, cada quien
a su modo. Nos levantábamos, pues, a las seis de la
mañana, en "silencio mayor", que no se rompía
hasta después de salir de misa. "Silencio mayor"
significa, como en cualquier orden religiosa, que no se puede
hablar con nadie, pase lo que pase. La intención es
dedicar ese tiempo a una mayor presencia de Dios y a una unión
más íntima con Él, pero como nos indicaban
que teníamos que llenar este silencio con jaculatorias,
actos de amor y desagravio, nuestra mente estaba controlada
asimismo, incluso durante este silencio, por las directrices
de la Obra. Es decir nuestra mente no estaba libre para poder
pensar a nuestro aire. Esta práctica se vive en todas
las casas de la Obra, en todos los países del mundo,
a la hora de levantarse. Tanto los hombres como las mujeres.
Además, de seis a siete, y por tanto durante el silencio
mayor, era la hora indicada para ducharse, tender la cama
y "personales". Era una hora febril, ya que en la
casa había tres baños, uno de los cuales era
para la dirección, o sea, que quedaban solamente dos
baños para más de veinte personas. Teníamos
menos de cinco minutos, para duchamos e ir al baño.
La ducha era con agua fría, se tuviera o no el período.
Todo había que hacerlo a tal velocidad que uno no estaba
todavía bajo la ducha, cuando la siguiente persona
golpeaba la puerta del baño anunciando que nos quedaba
solamente un minuto para terminar.
Esta práctica del agua fría duró muchísimos
años en el Opus Dei. Hacia 1965 se dijo que podíamos
usar agua caliente, posiblemente a consecuencia de muchos
casos de reumatismo, dolor de espalda crónico y problemas
ginecológicos, que en muchos casos terminaron en operación.
Durante esta hora, como digo, teníamos también
que dejar la cama tendida y estrujar los minutos para lo que
en el Opus Dei se llama "personales", que significa
cosernos un botón, limpiarnos los zapatos, o cepillamos
un vestido o falda; una cosa de este estilo. Sin embargo,
no podíamos escribir cartas en ese tiempo, porque hubiera
supuesto romper el silencio mayor y emplear ese tiempo en
algo que nos "distrajera" de la pura presencia de
Dios.
A las siete se empezaba el canto gregoriano de "Prima".
Durante muchos años en el Opus Dei se vivió
la costumbre, en los centros de estudio y en los cursos anuales,
de recitar las horas de "Prima", antes de la meditación
de la mañana; y "Completa", antes de irse
a la cama. En las primeras Constituciones de la Obra estaba
considerado el rezo de "Prima y Completa" (Horas
canónicas que dentro del breviario romano se cantaban
y cantan habitualmente en el coro de las religiosas y religiosos,
'Prima' por la mañana y 'Completa' antes de retirarse
a descansar por la noche). Esta costumbre desapareció
hacia 1965.
Parece que cada una de nosotras, individualmente, le fue
diciendo a la directora que nos sorprendía este canto
gregoriano, si éramos seculares. Ante ello, la directora
del centro de estudios nos explicó, a todas en general,
que esta costumbre era común en muchos lugares que
no eran conventuales, y citó como ejemplo el Castillo
de la Mota, lugar donde las chicas de Falange, el único
partido político de la era de Franco, solían
rezar estas horas bajo la dirección de fray Justo Pérez
de Urbel. No sé cuánta verdad habría
en esa explicación, pero sí recuerdo que a mí
me sorprendió la costumbre y no la califiqué
precisamente de "secular". Nos explicó también
Mary Tere Echeverría, la directora del curso, que el
"Padre" (monseñor Escrivá) quería
que se viviera esta costumbre en los centros de estudio y
en los cursos anuales.
Esta cuestión del rezo de las horas provocó
una especie de crítica general por su falta de secularidad,
entre todas las que hacíamos el curso. Por ello nos
reprendieron seriamente y nos advirtieron que teníamos
que tener muy claro que cualquier cosa dicha o escrita por
el Padre nunca y por ningún concepto admitía
comentario, y mucho menos crítica sobre nosotras, ya
que a eso en la Obra se le llamaba "murmuración",
porque supondría una gran falta de "buen espíritu",
y una "falta de "unidad". Y la "unidad"
en la Obra es sagrada. Las indicaciones sobre cualquier cosa
dicha por el Padre, es decir, cualquier cosa procedente del
Padre, había que aceptarla tal cual sin rechistar,
ya que Dios le había dejado ver muy claro cómo
Él (Dios) quería que fuese Su Obra. Por tanto,
nosotras, no podíamos enmendarle la plana a Dios. En
resumen: la crítica estaba absolutamente prohibida
en el Opus Dei.
Personalmente me sentí mal con la reprimenda; pensé
que mi espíritu crítico podría ser enemigo
de esa adquisición del "buen espíritu",
y como resultado me convertí en una persona reservada.
Todas empezamos a ser menos espontáneas y se notaba
abiertamente el temor que teníamos de decir nada relativo
a la Obra sin consultarlo primero, en confidencia, con la
directora.
La falta de crítica dentro del Opus Dei es evidente
y, como detallo, es el primer punto que nos dejaron claro
en el curso de formación. En esta falta de crítica
está basado el espíritu de "unidad"
que se imprime como una condición esencial a los miembros
todos de la Obra. De acuerdo con las palabras de monseñor
Escrivá, el espíritu de "unidad" debe
estar "esculpido" en cada miembro de la Obra, según
indican en la página 57 de "Cuadernos-3".
Impresiona la lectura del capítulo 7 de esta publicación
(pp. 52-59), especialmente en la parte titulada "Amar
la Unidad". Curiosamente se citan las palabras de san
Ignacio de Antioquía, "preocúpate de la
unidad, mejor que la cual nada existe" (Epis. ad Policarpum,
1, 2), para subrayar la unidad que debe existir en el Opus
Dei. Y no es a la Obra a lo que san Ignacio de Antioquía
se refería precisamente.
Si las palabras citadas de monseñor Escrivá
impresionan, es porque al hablar no se refiere a la Iglesia,
ni a la cristiandad, sino a la Obra: "Amar la "unidad"
de la Obra supone sentirse formando parte de este cuerpo allí
donde nos indiquen. Nos da lo mismo ser mano que pie, que
lengua que corazón, porque todos estamos en todas partes
de ese cuerpo, porque somos una sola cosa por la caridad de
Cristo que nos une. Yo quisiera haceros sentir como miembros
de un solo cuerpo. "Unum corpus multi sumus" (1
Cor.X, 17). Todos, una sola cosa y que esto se manifieste
en unidad de miras, en unidad de apostolado, en unidad de
sacrificio, en unidad de corazones, en la caridad con que
nos tratamos, en la sonrisa ante la Cruz y en la Cruz. ¡Sentir,
vibrar todos unísonamente!" "Cuadernos-3,
op. cit., p. 58".
En este capítulo queda claro también que la
"unidad" es una de las tres pasiones dominantes
que un miembro del Opus Dei debe tener.
A esta altura de mi vida puedo ver claramente que uno de
los medios a través del cual el Opus Dei encamina a
sus miembros al fanatismo es precisamente el abolir de sus
mentes, bajo pretexto de formación, todo aquello que,
de cerca o de lejos, se asemeje a la más velada crítica
de la Institución.
Espero que quede claro, con lo anteriormente expuesto, que
nuestro camino hacia el fanatismo había empezado a
toda orquesta.
Pero continuando con el plan de vida del curso de formación:
teníamos media hora de oración por la mañana
y media hora de oración por la tarde.
Por las mañanas venía de Madrid un sacerdote
del Opus Dei, generalmente el padre Hernández Garnica
y, en sus ausencias, el padre José López Navarro.
El sacerdote nos daba una meditación de media hora
antes de la misa.
Es bastante conocida en muchas esferas la costumbre del Opus
Dei de dejar a oscuras sus oratorios durante la meditación
dirigida por un sacerdote. Además de la luz del sagrario,
se pone un pequeño flexo sobre una mesita que se cubre
habitualmente con un fieltro verde o rojo y se coloca cerca
del altar. El sacerdote se sienta detrás de ella y
desde allí habla. Incluso algunas veces apaga la lamparita
de la mesa a fin de dar un énfasis especial a algún
punto. La explicación que se da en el Opus Dei de dejar
a oscuras el oratorio es porque así se facilita la
concentración de quienes escuchan la meditación.
El estilo de meditación varía según
la personalidad del sacerdote. Desgraciadamente el padre Hernández
Garnica era mal orador; y sus meditaciones, realmente monótonas.
Las que daba don José López Navarro eran, por
el contrario, muy vivas. Como norma general, en el Opus Dei
las meditaciones se dirigen de una forma muy personal, por
ejemplo, en lugar de decir "la humildad es necesaria
en la vida espiritual", decían "tú
tienes que ser humilde si quieres tener verdadera vida espiritual".
El impacto, en las meditaciones, de los sacerdotes del Opus
Dei, se basa en usar el "tú" directo. ¿Temas
de meditación? En el centro de estudios, lo mismo que
en la mayoría de las casas del Opus Dei, cualquier
capítulo de "Camino", el libro escrito por
monseñor Escrivá, era el que se usaba, generalmente
para marcar algún punto relativo a nuestra formación.
Otras veces, era el evangelio del día, pero, ordinariamente,
los temas usados en las meditaciones se referían a
nuestra formación dentro del Opus Dei o a fomentar
el espíritu de proselitismo.
Actualmente en las casas del Opus Dei se usan mucho, como
puntos de meditación, los textos de "Cuadernos".
Esta es una publicación interna del Opus Dei, formada
por una serie de volúmenes que recoge frases de monseñor
Escrivá mezcladas con textos anónimos, posiblemente
escritos por algún sacerdote de la Obra. Estos volúmenes
se imprimieron en Roma, en la imprenta del Opus Dei. Como
oración introductoria a la meditación y como
oración final de la misma, se usan siempre los textos
que compuso monseñor Escrivá.
Terminada la meditación, teníamos también,
como parte del plan de vida diario, la santa misa y la comunión.
Y diez minutos de acción de gracias después
de la misa.
Se desayunaba a las ocho y cuarenta y cinco. Nosotras, en
el comedor del sótano; y al sacerdote se le preparaba
su desayuno en una bandeja de plata que las numerarias encargadas
de cocina y del office dejaban en el comedor de la casa o
sala de conferencias, mientras las demás terminábamos
la acción de gracias de la misa.
Después del desayuno había dos clases seguidas:
una sobre el "Catecismo" del Opus Dei. En la segunda
clase las materias se alternaban: moral, dogma, liturgia y
praxis del Opus Dei. Nos advirtieron que no se podían
tomar notas ni hacer preguntas en las clases dadas por el
sacerdote. Si se tenía alguna duda, se preguntaba después
y a solas a la directora.
Por primera vez en nuestras vidas nos explicaron con especial
celo la importancia que tenía el "Catecismo"
de la Obra. Nos dijeron que la doctrina entera del Opus Dei
estaba contenida en este libro y que el Padre (monseñor
Escrivá) exigía a todos los miembros que lo
aprendiéramos de memoria. Nos advirtieron que era un
documento interno y que, dada la importancia del mismo, jamás
tenía que hablarse de él a la gente de fuera
de la Obra ni mostrarlo absolutamente a nadie, así
como tampoco hablar de su existencia. También nos advirtieron
que, para su estudio, cada una tendríamos un ejemplar
por espacio de una hora. Después de la tertulia fue
el tiempo que nos asignaron para estudiar.
Como digo, durante el curso tuvimos que estudiar el "Catecismo"
diariamente. El sacerdote era quien se encargaba de esta clase
y quien nos hacía las preguntas que teníamos
que responder exactamente al pie de la letra. No se admitía
excusa alguna para no estudiar de memoria las respuestas a
las preguntas que nos habían asignado el día
anterior.
En el "Catecismo" están escritas todas las
posibles preguntas que personas ajenas a la Obra pudieran
hacernos, así como las respuestas exactas que deberíamos
darles, fuera quien fuese, incluida la jerarquía de
la Iglesia de Roma. Se daba por sobresabido que nunca teníamos
que especular nada sobre ninguna de las preguntas o respuestas
contenidas en este libro. Por ejemplo una típica pregunta
y respuesta del "Catecismo" era:
P. ¿Qué debe respondérsele a una persona
que pregunta cuántas vocaciones hay en el Opus Dei?
R. Bastantes, las que Dios quiera, no nos preocupamos de contarlas
porque no nos interesan las estadísticas.
La Introducción del "Catecismo", escrita
por monseñor Escrivá, también era necesaria
aprenderla de memoria y decía así:
En este libro tan pequeño
está escrito el porqué
de tu vida de hijo de Dios.
Léelo con cariño,
ten hambre de conocerlo,
apréndelo de memoria,
para que haya siempre en tu cabeza,
en tu corazón,
y en tu camino,
luces claras.
Después, a orar,
a trabajar,
y a estar alegre.
Con la alegría del que
se sabe escogido
por su Padre del cielo
para hacer el Opus Dei en la tierra
siendo tú mismo Opus Dei.
Aprendiendo de memoria el "Catecismo" nos enteramos
de muchas cosas que no sabíamos, entre ellas las diferentes
clases de miembros, o asociados, que existen en el Opus Dei:
Las "numerarias" con total entrega de obediencia,
pobreza y castidad; de éstas las que se dedican a cargos
de dirección se llaman "inscritas". Y de
entre las inscritas, el Padre puede nombrar a las llamadas
"electoras", que tienen solamente voz pasiva en
la elección del presidente general y cuyo cargo es
vitalicio. Es decir, cuando el presidente general o prelado
es elegido por voto deliberativo del Consejo General (gobierno
central de los varones del Opus Dei), éstos han de
tener en cuenta, en la votación final, la opinión
de la sección de mujeres.
Están también las "numerarias sirvientas".
El "Catecismo" textualmente decía: "Hay
otras numerarias que se dedican a los trabajos manuales o
al servicio doméstico en las casas de la Obra: son
y se llaman "sirvientas"." Sin embargo, en
1965 monseñor Escrivá cambió el nombre
genérico de "sirvientas" por el de "numerarias
auxiliares".
En la vida ordinaria, dentro de la Obra, se las llama "auxiliares".
Su misión desde el principio fue trabajar como sirvientas
y solamente en las casas de la Obra. Un grupo de ellas, además
de su trabajo como tales, del que nunca se las excluye, ocupa
parte de su tiempo en algunas de las granjas que tiene el
Opus Dei, en la imprenta de la casa central de Roma o en algún
otro trabajo manual.
Otra clase de miembros son las "agregadas", llamadas
"oblatas" en aquel primer "Catecismo".
En el año 1950 no había ni una; empezaron a
llegar después. Estas asociadas tienen los mismos compromisos
que las numerarias y los mismos votos de pobreza, castidad
y obediencia.
La diferencia que existe con las numerarias es que pertenecen
a cualquier clase social, no solamente a la "elite",
como las numerarias. Las agregadas no pueden vivir nunca en
las casas de la Obra. Sólo se les permite hacerlo por
cortos períodos, que coinciden normalmente con las
épocas de su formación en retiros, cursos anuales,
etc.
Otra clase de asociadas son las "supernumerarias".
Cuando yo entré en la Obra, como menciono al principio,
no había ninguna tampoco. Estando en el centro de estudios
yo tenía ideas muy nebulosas acerca de esta clase de
miembros ya que, como digo, no había aún ninguna.
Y en más de una ocasión, las superioras, informalmente,
nos dijeron que cuando llegara su tiempo ya nos dirían
cómo era. Las supernumerarias pueden ser casadas o
solteras y tienen un compromiso parcial con el Opus Dei, de
acuerdo a su estado y a su condición social, como sus
votos indican. Para una supernumeraria casada su voto de castidad
consiste en tener tantos hijos como Dios quiera y solamente
con permiso especial de su confesor puede utilizar el control
de natalidad conocido por Ogino. Su obediencia al Opus Dei
se relaciona con su vida espiritual y, en cuanto a su pobreza,
las supernumerarias han de canalizar cualquier tipo de limosnas
a través del Opus Dei: mensualmente entregan al Opus
Dei, a través de la persona que recibe su "charla
fraterna", lo que se llama "aportación";
esto es, una cantidad formada por una parte fija, la limosna
que habitualmente daban antes a la parroquia o a cualquier
otro grupo de caridad, y a quienes ellas, al pedir al Opus
Dei su admisión como supernumerarias, dejarán
de ayudar económicamente; y otra parte, producto de
su generosidad. La verdad es que las supernumerarias han sido
siempre y siguen siendo cimiento económico del Opus
Dei. Recuerdo perfectamente haberle oído decir a monseñor
Escrivá, hablando de los supernumerarios en general,
así como de la labor de administraciones en el Opus
Dei, de las cuales hablaré más adelante:...son
como el esqueleto del Opus Dei y sin él, hijas mías,
la Obra se vendría abajo".
Las "cooperadoras" son un grupo especial de mujeres
que, sin ser miembros del Opus Dei y por tanto, sin el menor
compromiso espiritual, ayudan con sus oraciones, limosnas
y, si pueden, con su trabajo profesional o social, a los fines
de la Prelatura. Reciben bendiciones de la Iglesia de Roma
y pueden pertenecer a este grupo tanto personas católicas
como no católicas o "católicas apartadas
de la Iglesia", como es el caso, por ejemplo, de una
persona divorciada. Es precisamente en este punto en el que
el Opus Dei se apoya hoy para decir que monseñor Escrivá
y la Obra tenían un espíritu ecuménico
desde antes del Concilio Vaticano II. Nada más ajeno
a la realidad. El motivo fue esencialmente económico.
A aquellas personas se les presentaba, a través de
un trato personal e individual, la posibilidad de ayudar socialmente,
colaborando con empresas del Opus Dei en los centros de formación
de sirvientas, o en una labor con campesinas, o incluso en
la creación de becas para estudiantes universitarios
necesitados de ayuda financiera. A cambio de ello se les brindaba
una serie de bienes espirituales, creyeran o no creyeran en
ellos.
En países donde la mayoría no es católica
era la forma de obtener ayuda financiera para el Opus Dei.
Éste fue el real motivo, basado además en las
palabras de la Escritura de que "la limosna cubre multitud
de pecados". A través de las cooperadoras, el
Opus Dei obtiene, para sí, ayuda financiera, y, frente
a la Iglesia y a los fieles católicos, el prestigio
de preocuparse por los no creyentes o no practicantes.
Pero volviendo al tema del "Catecismo", este libro,
por considerarse entre los documentos "ad usum nostrorum"
(para nuestro uso), no se encuentra en los archivos oficiales
de la Iglesia Católica y mucho menos en cualquier librería
apostólica o biblioteca general o especializada. El
número de ejemplares están contados en el Opus
Dei.
Cuando años más tarde tuve acceso a las Constituciones
del Opus Dei, me di cuenta de que el texto del "Catecismo"
estaba formado por una selección de puntos básicos
de las Constituciones, traducidos al castellano, aunque siempre
nos dijeron que las Constituciones, escritas en latín,
no se traducirían nunca a ningún idioma.
Como medida de seguridad, todos los ejemplares del "Catecismo"
se guardan únicamente en los archivos de la casa de
las superioras de la región, de donde sólo salen
para su estudio durante algún curso. Esos ejemplares
se custodian con una especie de maniático celo: la
directora de un curso de formación cualquiera no puede
acostarse sin contar antes los ejemplares del "Catecismo",
si es que el libro se usó aquel día. Ni qué
decir tiene, que si no aparece uno de los ejemplares, la casa
entera no puede irse a descansar hasta que aparezca.
Lo que monseñor Escrivá no pudo evitar, y esto
tiene su ironía, es que, como resultado de su énfasis
en que aprendiéramos el "Catecismo" de memoria,
lo aprendimos todas tan bien que, incluso hoy día,
aquellas personas que no pertenecemos ya al Opus Dei, podemos
recordarlo literalmente punto por punto.
La edición que yo estudié se retiró
de la circulación por bastantes años, aproximadamente
de 1964 a 1975. Y, precisamente después del fallecimiento
de monseñor Escrivá, aprovechando viajes de
las superioras mayores de Roma a las diferentes regiones,
se repartió en ellas la nueva edición del "Catecismo",
de 1975, seguramente revisada por monseñor Escrivá
aún en vida. Lo que probablemente ocurrirá es
que, ante el cambio del Opus Dei en Prelatura Personal, la
edición de 1975 haya quedado obsoleta y dé paso
a otra edición corregida.
En el centro de estudios, cuando terminábamos las
clases, cada una regresaba al trabajo particular que le había
sido asignada por la directora. La directora, Mari Tere Echeverría,
por sí sola no regía el centro de estudios:
estaba ayudada por su consejo local, formado por ella, Nisa
González Guzmán como subdirectora, y Lourdes
Toranzo como secretaria. Mary Tere Echeverría tenía
mi edad. Era de San Sebastián. Pertenecía a
una familia económicamente bien consolidada, aunque
socialmente no eran de la "elite" de esa ciudad.
Tenía un hermano sacerdote del Opus Dei, a través
de quien ella conoció la Obra, que fue uno de los que
abrieron la fundación en Argentina, Ignacio Echeverría.
Mary Tere era muy buena y de carácter amable. Su visión
de la vida era muy limitada: no había estudiado, ni
tampoco llevado la vida normal de cualquier muchacha joven
en España. Había entrado a la Obra a los quince
años y siempre había estado metida en labores
internas, principalmente en "Los Rosales". Se sentía
muy insegura frente a algunas de nosotras, especialmente las
que proveníamos de un ambiente en el que nos movíamos
con soltura y, además, habíamos trabajado. Era
la típica numeraria que anteponía la Obra a
todo en su vida. En más de una ocasión me dijo:
"No os podéis dar cuenta la fuerza que tenéis
como grupo." Y era verdad: las Mouriz, Anina y Loli tenían
un carácter tan fuerte como el mío, y había
otras varias, como Mary Rivero, de Bilbao, que por las circunstancias
de su vida eran mujeres decididas y que no tenían pelos
en la lengua.
Nisa González Guzmán, la subdirectora, era
de León. Tenía una gran personalidad y actuaba
segura en cualquier ambiente. Era muy inteligente. Rígida
algunas veces, pero no fría. Sabía cómo
enseñar y su autoridad era innata. No era fanática
y quizá por ello monseñor Escrivá no
la quiso tener nunca a su lado, pero le encomendaba tareas
difíciles, que siempre sacaba a flote, como la de abrir
la fundación de mujeres en Chicago, en Estados Unidos.
Ahora reside en España, en Valencia, creo.
A Lourdes Toranzo, la secretaria, la conocía mucho
de "Zurbarán". Prácticamente entramos
al Opus Dei sobre la misma época, pero ella se fue
a vivir a la Obra antes que yo y había hecho el curso
de estudios anterior al mío. Lourdes había terminado
la carrera de Filosofía el año anterior. Era
simpática, inteligente, pero yo nunca me fié
de ella, porque tendía a ser una persona de dos caras.
Se mostraba cordial con nosotras, pero reportaba a las superioras
lo que fuera. Es decir, era el tipo de persona que lanzaba
la piedra y escondía la mano. Años después,
coincidimos en Roma porque a ella, como a mí, la nombraron
superiora del primer gobierno central de mujeres. Y, curiosamente,
volví a coincidir con ella otra vez en Roma, en mi
última etapa en el Opus Dei, donde pude comprobar que
era una persona de dos caras, como se verá después
cuando detalle ese tiempo.
El plan de vida espiritual que cada uno de los miembros numerarios
del Opus Dei ha de cumplir, esté donde esté,
en el centro de estudios se vivía con un énfasis
especial.
A las doce del mediodía se reza el Angelus o el Regina
Coeli, según la época litúrgica. Cualquier
acto de devoción en la sección de mujeres se
termina con la jaculatoria "Sancta Maria, Spes nostra,
Ancilla Domini" (Santa María, Esperanza nuestra,
Esclava del Señor), pronunciada por la directora o
quien la supla, a la que se responde "Ora pro nobis"
(ruega por nosotros). En la sección de varones, la
jaculatoria que dicen es: "Sancta Maria, Spes nostra,
Sedes Sapientiae" (Santa María, Esperanza nuestra,
Asiento de la sabiduría). La respuesta es igual "Ora
pro nobis" (ruega por nosotros). Es curioso notar que
hasta en esta clase de jaculatorias establecidas por monseñor
Escrivá había un claro tinte de machismo: para
las mujeres, la advocación a la Virgen debía
ser como "esclava"; para los hombres, como de "sabiduría".
Entra también en el plan de vida la lectura del Evangelio
y de algún libro espiritual. No menos de seis minutos
para la lectura del Evangelio y no menos de quince para la
lectura espiritual. La lectura se hace individualmente, de
acuerdo con el horario personal de cada uno. Los libros a
leer nos los recomendaba la directora, a quien se le podía
también sugerir algún título en la "charla
fraterna". Había una gran censura de libros espirituales.
No se podían leer libros o autores de tipo marcadamente
contemplativo. Es decir, de santa Teresa, por ejemplo, se
recomendaba solamente la lectura de "Las fundaciones",
y la lectura de san Juan de la Cruz no era muy recomendada.
Es más: por muchos años no nos permitían
leer el Antiguo Testamento, sino sólo el Nuevo Testamento.
Sobre la lectura de libros en plan de estudio, hay una censura
interna de la que hablaré más adelante, más
severa que las recomendaciones de la Iglesia de Roma.
Las "Preces" del Opus Dei es la oración
oficial de la Obra, como apunté anteriormente. Se empiezan
besando el suelo y pronunciando también el "Serviam!"
como expresión de servicio a Cristo y de rechazo al
demonio. Las "Preces" están compuestas por
una serie de peticiones, en forma de versículos, donde
se encomienda uno a la Santísima Trinidad y se pide
por el Papa, el obispo y el Padre, por los miembros de la
Obra, por los vivos y los difuntos, etc. El rezo no dura más
de seis minutos.
Hay también dos momentos durante el día en
los que se hace examen de conciencia: uno, generalmente antes
del almuerzo y a continuación del rezo de las "Preces",
pero el horario difiere de casa a casa, aunque la recomendación
es que el examen se haga antes del almuerzo. Otro momento
de examen es por la noche, como acto final en el oratorio
antes de acostarse.
Después del almuerzo, en todas las casas del Opus
Dei, es costumbre la visita al Santísimo Sacramento.
Después de la visita viene la tertulia, a la que todas
las numerarias de la casa tienen que asistir; si hay alguna
enferma, la directora envía a dos numerarias para que
hagan la tertulia con ella. Si la casa es pequeña,
todas las numerarias hacen la tertulia con la enferma.
La duración habitual es de media hora, durante la
cual la conversación se encamina, ahora de modo exhaustivo,
a hablar del Padre, contando y repitiendo anécdotas,
viajes, quién lo vio en tal o cuál lugar. O
hablando de cosas de la Obra en general; por ejemplo, si alguien
estuvo en Roma, contaba cómo era la casa, siempre con
gran entusiasmo y alabando sin cesar los primeros tiempos
de aquella casa. O cosas de la vida de "tía Carmen",
la hermana de monseñor Escrivá, si es que alguna
la había conocido. Ahora en las casas de la Obra se
"vigila" mucho el "buen espíritu"
en las tertulias.
En "Los Rosales", con tanta mujer, las tertulias
eran difíciles, al menos a mí se me hacían
insoportables. Las superioras aprovechaban esta ocasión
para que se bailaran danzas regionales, como la sardana o
la muñeira, y para que tratáramos de aprenderlas
las que no las sabíamos. La verdad es que yo nunca
fui agraciada para lo folklórico y quizá soy
poco objetiva cuando digo que aquellas tertulias eran un verdadero
tostón. Lo que absolutamente no podíamos hacer
era mantener una conversación entre pocas: las conversaciones
tenían que ser generales. Otras veces, especialmente
los domingos, cuando Rosario de Orbegozo solía venir
al centro de estudios, se cantaban canciones regionales y
se aprendían bien las canciones de la Obra. Por cierto,
más de una vez nos recomendaban que llevásemos
a la oración personal la letra de esas canciones, ya
que en todas ellas se habla de proselitismo o de entrega.
Las tertulias resultan más agradables cuando en las
casas viven solamente tres o cuatro numerarias; al menos son
más personales. Concretamente recuerdo que en "Los
Rosales", durante un par de días, María
Sofía Pacheco, la primera numeraria portuguesa, y yo
leímos el periódico. Yo recibí -y me
imagino que ella también- una corrección fraterna
diciéndome que la tertulia era para "alegrar la
vida de nuestras hermanas, no para enquistamos en gustos propios".
Algunos domingos por la tarde, alguna tocaba el piano un
rato, mientras solíamos escribir, como era permitido
los domingos, cartas a las familias y amigas. Ése era
todo nuestro contacto con el exterior, excepto que algunos
domingos la señora De Mouriz solía venir a ver
a sus hijas. Naturalmente, después de saludarla, las
demás nos íbamos a otro lugar de la casa.
Un domingo por la tarde, en primavera, tuve la enorme emoción
de ver a mi hermano el menor. Con sus doce años se
las arregló para convencer a la mujer de servicio de
mi familia de que lo acompañara y así venir
a verme. Estuve con él en el jardín y recuerdo
que Rosario de Orbegozo se enterneció al ver al crío
y me dijo que le preparara una limonada. Fue la única
visita que tuve de mi familia en esos seis meses.
Hasta 1966, los miembros de la Obra teníamos obligación
de rezar las tres partes del Santo Rosario: una en familia,
generalmente antes de la cena, y las otras dos cada uno por
su cuenta, mientras se trabajaba, se conducía o se
estaba esperando en algún lugar, por ejemplo, la consulta
de un médico. Actualmente, aunque se recomienda el
rezo de las tres partes del Rosario, sólo una, la del
rezo en familia, es obligatoria.
Los sábados por la tarde se tiene "exposición
menor" (Acto litúrgico en que se abre el sagrario
y, con el copón, se da la bendición a los concurrentes
) y se canta la Salve gregoriana en el oratorio.
También los sábados se hace en las casas de
la Obra la mortificación general de no merendar. Y
ese mismo día, por regla general, se usan las disciplinas:
treinta y tres golpes en las nalgas. Con permiso de la directora,
se podían usar las disciplinas otros días, generalmente
los martes. Cada una usa su habitación para esta mortificación,
pero en "Los Rosales" era un problema, ya que los
dormitorios eran colectivos; o sea, que uno tenía que
encerrarse habitualmente en el baño del piso donde
estaban los dormitorios, porque, si se hubiera usado el baño
del sótano, todas las que cosían en el cuarto
de trabajo junto a la cocina hubieran oído "el
concierto".
El cilicio teníamos que usarlo diariamente no menos
de dos horas, excepto en domingos y días festivos.
En esta mortificación el problema de generosidad era
grande, porque había que apretárselo lo más
posible al muslo, sin que se notase al andar. Es más,
si a una persona se le notaba al caminar que llevaba el cilicio,
había que hacerle la corrección fraterna. Además
de estas dos horas diarias de cilicio, éste se usaba
también cuando una daba una clase o dirigía
el círculo de estudios, por ejemplo. Yo nunca tuve
dificultad para que mi directora me permitiera llevar más
horas el cilicio, siempre que fuera para ofrecerlo por el
Padre, por sus intenciones o por el proselitismo, en especial
cuando alguna muchacha estaba a punto de "pitar"
como numeraria.
Cuando por primera vez en "Zurbarán" me
hablaron del uso del cilicio, tuve como una morbosa curiosidad
por saber "qué era aquello". Obviamente ocasionaba
dolor físico y, a veces, sobre todo al principio, originaba
tal impaciencia por quitárselo que le hacía
a una mirar el reloj a cada rato. Al cabo de un tiempo, uno
tenía que tener cuidado de alternar la pierna donde
se usaba el cilicio porque las púas originaban pequeñas
heridas. Era un triste espectáculo vernos cuando usábamos
el traje de baño: se notaba la marca de las heridas
del cilicio. Al usar las disciplinas, nos dijeron, los golpes
no deberían ser como quien usa un plumero, sino con
energía y fuerza.
Esta mortificación corporal se usa también
en el Carmelo y en algunas pocas familias religiosas. Es tan
poco frecuente que, en más de una ocasión y
país, por ejemplo en Venezuela, cuando quisimos comprar
cilicios y disciplinas para las nuevas vocaciones en algún
convento, nos encontramos con que era desconocida esta "mercancía"
en aquel lugar. Sólo las carmelitas descalzas los hacían,
usaban y vendían.
Por supuesto que, al salir del Opus Dei, la primera reacción
es echar a la basura estos instrumentos de tortura.
Bastantes mortificaciones trae la vida para considerar que
esta mortificación sea necesaria en la vida espiritual.
Al examinar precisamente estos puntos, me pregunté
muchas veces, cuando salí del Opus Dei, si la mortificación
corporal generosa, con objeto de reprimir la carne o con motivo
de apostolado o proselitismo, no puede confundirse con una
morbosa sensualidad.
Por la noche, después del rezo de "Completas"
y antes del examen particular, se leía un comentado
del Evangelio de aquel día, unas cuantas líneas
escritas por la persona de turno, revisadas, por supuesto,
por la directora.
Inmediatamente antes de acostarse, de rodillas y con los brazos
en cruz, cada una rezábamos en voz baja tres avemarías
para pedirle a la Virgen por la pureza. También por
esta razón se rociaba la cama con unas gotas de agua
bendita: que cada una teníamos en un frasquito sobre
la mesa de noche. A veces, con el uso del agua bendita, ocurrieron
cosas cómicas. Recuerdo que una numeraria prácticamente
bañaba la cama y, como era natural, la directora nos
dijo un día que el uso del agua bendita se refería
a "la calidad, no a la cantidad" usada.
Diariamente hay que rezarle a la Virgen, cada una por su
cuenta, un "Acordaos" por aquella persona de la
Obra que más lo necesite. Siempre le tuve gran cariño
a esta oración desde antes de entrar a la Obra y, por
tanto, me gustó esta costumbre. Fue mi padre, precisamente,
quien a mis buenos cuatro años, me enseñó
esta oración jugando conmigo, en el verano y a la hora
de la siesta. El juego era que yo repetía lo que mi
padre decía, pero cuando llegaba con él a la
frase de ...bajo el peso de mis pecados..." yo me ahogaba
de risa porque en mi mente traducía aquella frase como
"debajo de la balanza de los pescados...". A esa
edad para mí no existía otra acepción
de "peso" más que aquella de "balanza",
que solía ver en alguna tienda cuando iba con mi madre
a comprar algo y donde yo me daba cuenta de que las cosas
las ponían "sobre el peso" y no "bajo
el peso". Lo que yo me imaginaba en aquella frase del
"Acordaos", y de ahí mi risa, era un montón
de pescados con una balanza encima...
El plan de vida tiene también normas semanales como
la confesión, la charla fraterna con la directora,
el círculo de estudios; y el rezo del Salmo número
dos los martes.
Después de las clases nos reincorporábamos
cada una, como dije anteriormente, al trabajo al que habíamos
sido asignadas aquella semana. Quiero hacer notar que en "Los
Rosales" no había máquinas de tipo alguno.
Todo el trabajo se hacía manualmente. La única
ayuda que teníamos para sacar brillo al piso era un
cepillo con mango que, por supuesto, se movía a impulsos
de nuestros brazos. Y, al haber sólo uno para toda
la casa, la mayor parte del piso se abrillantaba brochándolo
con una bayeta debajo de cada pie. Ahí fue donde yo
aprendí a brochar.
En "Los Rosales" había solamente dos mujeres
de servicio y no eran de la Obra: una se encargaba de lavar
la ropa a mano, y otra nos servía la mesa y fregaba
los cacharros de cocina y los platos de las comidas. El resto
del trabajo lo hacíamos nosotras.
Yo pasé por todos los trabajos. El planchero fue lo
que llevé peor, por el hecho de que no lograba mantener
encendido el hornillo de carbón. Cada vez que lo prendía
se me apagaba a la hora, sin que yo pudiera explicarme la
causa. Por supuesto, había que planchar con planchas
de hierro, de las que ahora sólo se encuentran en los
anticuarios. Estaba situado el planchero en una casita pequeña
al final del jardín. Uno tenía que recoger las
bolsas de ropa que las numerarias habían preparado
previamente, metiendo en ellas una hojita con su nombre y
el contenido de la bolsa.
En el lavadero la numeraria tenía que abrir cada bolsa,
chequear cada pieza de ropa y, si alguna de ellas no venía
marcada, marcarla entonces con las iniciales de la persona
a quien pertenecía dicha bolsa. Una vez hecha esta
revisión, que daba bastante asco por cierto, ya que
requería tocar pieza a pieza toda la ropa sucia de
la casa entera, se preparaban los montones de ropa para que
los lavara la sirvienta. Ese trabajo me permitió conocer
con evidencia la educación y delicadeza de cada persona
de la casa.
El planchado era responsabilidad total de la numeraria. La
verdad es que planchar la ropa de más de veinte personas
no era una tarea pequeña, pero para colmo de males
yo no podía mantener encendido, como dije, aquel bendito
hornillo. Recuerdo mi lucha sin el menor éxito, como
también que asistía a las clases apestando a
humo.
Finalmente tuve que reportar a la directora que el domingo
siguiente las numerarias de la casa no recibirían toda
su ropa.
En vista de mi fracaso, al cambiar de oficio la siguiente
semana, le pedí a la directora por favor que me dejase
otra semana más en aquel trabajo, pero me negaron ese
permiso...
Continuación
capítulo IV
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