TRAS EL UMBRAL, UNA VIDA EN EL OPUS DEI. Carmen Tapia
CAPITULO XI: RETRATOS
En Barbastro, a trece de enero de 1902, don Ángel
Malo, regente de la Vicaría Catedral, bautizó
solemnemente a un niño nacido a las veinte y dos del
día nueve, hijo legítimo de don José
Escriba, natural de Fonz y de doña Dolores Albás,
natural de Barbastro, cónyuges vecinos y del comercio
de esta ciudad. Abuelos paternos, don José, de Peralta
de la Sal, difunto y doña Constancia Corzán,
de Fonz: maternos, don Pascual, difunto, y doña Florencia
Blanc, de Barbastro. Se le puso por nombre José María
Julián Mariano, siendo padrinos don Mariano Albás
y doña Florencia Albás, tíos del bautizado,
siendo aquél y ésta vecinos de Huesca y representada
en virtud de poderes por doña Florencia Blanc, a quienes
hice la advertencia del ritual.( Luis Carandell, Vida y
milagros de monseñor Escrivá de Balaguer, fundador
del Opus Dei, Barcelona (Laja), 1975, pp. 79-80).
En una anotación al margen dice:
Por orden del M.I. señor delegado episcopal de
esta diócesis de Barbastro, dictada el 27 de mayo de
1943, se muda en esta partida el apellido "Escriba"
en "Escrivá de Balaguer", debiéndose
escribir así en lo sucesivo: José María
Julián Mariano Escrivá de Balaguer Albás,
hijo legítimo de don José Escrivá de
Balaguer y de doña Dolores Albás.
Barbastro, 20 de junio de 1943
José Palacio
Hay que hacer notar que el nombre, o mejor dicho, los nombres
con los cuales se lo bautizó fueron: José, María,
Julián y Mariano. El unirse los dos primeros nombres
con guión, dicen sus biógrafos que fue por devoción
a la Virgen, oí decir a monseñor Escrivá
que él firmaba, en los documentos de la Obra, "Mariano",
por su devoción a la Santísima Virgen.
NOTA: La pila donde bautizaron a monseñor Escrivá
fue destruida durante la guerra civil española. A instancias
del Opus Dei, fue reconstruida y llevada a la casa central
en Roma.
En la página 387 del International Who'is Who
de la edición de 1967-68 aparece lo siguiente:
Escrivá de Balaguer, Mgr. Josemaría, D.1.U.R.,
S.T.D.; Spanisch ecclesiastic; b. 9 Jan. 1902; ed. Saragossa,
Madrid and Lateran Pontifical Univs. Ordained 25; founded
Opus Dei 28; former Superior Saragossa Seminary, Rector, Real
Patronato de Santa Isabel, Prof. of Philosophy, Madrid School
of Journalism, Prof. of Roman Law, Univ. of Madrid and Saragossa,
Doctor, h.c. of Univ. of Saragossa, mem. Colegio de Aragon,
Grand Chancellor Univ. of Navarra: mem. Accademia Theologica
Romana, Consultor (Adviser) of the S.C. of Semminaries and
Univs. of the Pontifical Comm. for the Authentic Interpretation
of the Code of Canon Law, Holy See; Pres. Gen. Opus Dei. Pubis.
The Way, Holy Rosary, The Abbess of Las Huelgas, Spiritual
Considerations, sobre The Apostolic Constitution Provida Mater
Ecclesia and Opus Dei, and works of ascetic literature, law
and history. Viaie Bruno Buozzi, 73, Rome, Italy.
El 22 de abril de 1947, monseñor Escrivá es
nombrado prelado doméstico de Su Santidad. Y en carta
de fecha 25 de mayo de 1947, S.E. el cardenal G. B. Montini
le adjunta dicho Diploma (A. de Fuenmayor, V. Gómez
Iglesias, J.L. Illanes, El itinerario jurídico del
Opus Dei. Historia y defensa de un carisma. Pamplona (EUNSA),
1989). Lo que nunca ha estado claro es el doctorado en
Derecho de monseñor Escrivá. Peter Berglar,
su biógrafo oficial, menciona en la página 388
de su obra anteriormente citada, que "en diciembre de
1939 monseñor Escrivá obtiene el doctorado en
Derecho en la Universidad de Madrid". Nunca se habla
en el Opus Dei de este título académico y parece
que nadie lo haya visto nunca. Tampoco se menciona en parte
alguna cuál fue la tesis de este doctorado. En "La
Abadesa de las Huelgas", escrita por monseñor
Escrivá y publicada por Ediciones Rialp, en 1944, no
se menciona que fuese ésa la tesis doctoral de su grado
en Derecho. Sin embargo, en Roma, sí utilizó
el Opus Dei este libro como tesis para el doctorado en Teología
que le fue concedido en la Universidad Laterana. El Opus Dei
no suele indicar tampoco en documentos oficiales la fecha
en que recibió este título, que, según
pienso, debió de ser entre 1957 y 1961.
El Ministerio de Justicia español en su Guía
Oficial de "Grandezas y Títulos del Reino"
publica la concesión del título de marqués
de Peralta a monseñor Escrivá, con fecha 5 de
noviembre de 1968, como sigue (Ministerio de Justicia, "Grandezas
y Títulos del Reino". Guía Oficial, Madrid
(Centro de Publicaciones) 1967-1969, p. 341):
PERALTA, Marqués de.
Concesión: 4 de marzo de 1718, confirmada por Real
Provisión de Fernando VI de 4 de diciembre de 1758.
Concesión: Don Tomás de Peralta, secretario
de Estado, de Guerra y Justicia del Reino de Nápoles.
DON JOSÉ MARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER
Y ALBÁS
Expedida Carta en 5 de noviembre de 1968.
Residencia: Roma, Bruno Buozzi, 73. Tel. 879042.
Los miembros del Opus Dei supimos, varios años antes
de salir esta noticia al público, y por un rescripto
breve enviado de Roma, la concesión de este título.
A mí, en principio, me pareció que era una vanagloria
contraria al espíritu de humildad que se decía
teníamos en el Opus Dei. Pero en el mismo rescripto
nos indicaban que "no se hablara de ello". El 17
de noviembre de 1972, o sea cuatro años después,
aparece en esta misma publicación del Ministerio de
Justicia, como puede verse a continuación, que dicho
título pasa oficialmente a don Santiago Escrivá
de Balaguer y Albás, nombrado previamente barón
de San Felipe.
PERALTA, Marqués de.
Concesión: 4 de marzo de 1718, confirmada por Real
Provisión de Fernando VI de 4 de diciembre de 1758.
Concesionario: Don Tomás de Peralta, secretario de
Estado, de Guerra y Justicia del Reino de Nápoles.
DON SANTIAGO ESCRIVÁ DE BALAGUER Y ALBÁS
Consorte: D. GLORIA GARCÍA-HERRERO RUIZ.
Expedida Carta en 17 dc noviembre de 1972.
Residencia: Madrid, Pico Mulano, 15. Mirasierra.
Y éste es el perfil de monseñor Escrivá
que el Opus Dei da a la prensa (Hoja Informativa, n.0 14.
Madrid (Vicepostulación del Opus Dei en España).
Segundo semestre, 1991):
"Monseñor Josemaría Escrivá
de Balaguer nació en Barbastro (España) el 9
de enero de 1902. Fue ordenado sacerdote en Zaragoza el 28
de marzo de 1925.
El 2 de octubre de 1928, en Madrid, fundó por inspiración
divina el Opus Dei, que ha abierto a los fieles un nuevo camino
de santificación en medio del mundo, a través
del ejercicio del trabajo profesional ordinario y en el cumplimiento
de los propios deberes personales, familiares y sociales,
siendo así fermento de intensa vida cristiana en todos
los ambientes. El 14 de febrero de 1930, el Venerable Josemaría
Escrivá entendió, con la gracia de Dios, que
el Opus Dei debía desarrollar su apostolado también
entre las mujeres; y el 14 de febrero de 1943 fundó
la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, inseparablemente
unida al Opus Dei. El Opus Dei fue aprobado definitivamente
por la Santa Sede el 16 de junio de 1950; y el 28 de noviembre
de 1982 fue erigido como Prelatura Personal, que era la forma
jurídica deseada y prevista por el Venerable Josemaría
Escrivá.
Con oración y penitencia constantes, con el ejercicio
heroico de todas las virtudes, con amorosa dedicación
e infatigable solicitud por todas las almas, y con una continua
e incondicionada entrega a la voluntad de Dios, Mons. Josemaría
Escrivá impulsó y guió la expansión
del Opus Dei por todo el mundo. Cuando rindió su alma
a Dios, el Opus Dei estaba ya extendido en los cinco continentes,
y contaba con más de 60.000 miembros de 80 nacionalidades,
al servicio de la Iglesia con el mismo espíritu de
plena unión y veneración al Papa y a los obispos
que vivió siempre el venerable siervo de Dios Josemaría
Escrivá.
La Santa Misa era la raíz y el centro de su vida
interior. El hondo sentido de su filiación divina,
mantenido en una continua presencia de Dios Uno y Trino, le
movía a buscar en todo la más completa identificación
con Jesucristo, a tener una tierna y fuerte devoción
a la Virgen Santísima y a san José, a un trato
habitual y confiado con los santos Ángeles Custodios,
y a ser sembrador de paz y de alegría por todos los
caminos de la tierra.
Mons. Escrivá había ofrecido su vida, repetidas
veces, por la Iglesia y por el Romano Pontífice. El
Señor acogió ese ofrecimiento, y Mons. Escrivá
entregó santamente su alma a Dios, en Roma, el 26 de
junio de 1975, en su habitación de trabajo.
Su cuerpo reposa en la Cripta de la Iglesia Prelaticia
de Santa María de la Paz -viale Bruno Buozzi, 75, Roma-,
continuamente acompañado por la oración y por
el agradecimiento de sus hijas e hijos, y de incontables personas
que se han acercado a Dios, atraídas por el ejemplo
y las enseñanzas del fundador del Opus Dei. La causa
de canonización de Mons. Escrivá fue introducida
en Roma el 19 de febrero de 1981. El Santo Padre Juan Pablo
II declaró el 9 de abril de 1990 la heroicidad de las
virtudes cristianas del venerable siervo de Dios."
Así es como el mundo externo, ajeno al Opus Dei, puede
conocer a monseñor Escrivá, desde su bautismo
hasta su muerte. Yo no voy a discutirlo. Simplemente voy a
diseñar la imagen de monseñor Escrivá
con pinceladas sueltas, usando los colores que tuve y tengo
a mi alcance. Aparecerán claroscuros que para mí,
o para personas a quienes yo conocí de cerca, tienen
importancia. Al mismo tiempo, como una luz de fondo, surgirá
también la imagen del sucesor de monseñor Escrivá,
monseñor Álvaro del Portillo.
A monseñor Escrivá se le llamaba "Padre",
porque él estableció que el Opus Dei era una
familia. Esta idea es el cimiento de la Obra y alrededor de
ella gravita todo lo demás: desde llamar "hermanas"
o "hermanos" a los otros miembros de la Obra hasta
llamar "tía" a Carmen, la hermana de monseñor
Escrivá, o "tío" a Santiago, su hermano.
Y, por la misma razón, se llamaba "abuelos"
a sus padres. La Obra era una familia, sí, pero relativa
a la familia del fundador, no a la de sus miembros. A nuestras
familias se las llamaba, para distinguirlas de la "familia"
de la Obra, "familias de sangre". Y desde luego,
con ninguna de nuestras familias se tuvo las delicadezas que
con la del Fundador.
Me sorprendió siempre el culto que monseñor
Escrivá quería que se rindiera a sus padres,
ya difuntos, que en nada tiene que ver con el trato que los
numerarios teníamos con nuestras familias. Hasta el
punto de que se trajeron sus cuerpos del cementerio donde
estaban enterrados para sepultarlos en la casa de Diego de
León, 14, en Madrid. Es cierto que monseñor
Escrivá nos dijo siempre que su madre y sus hermanos,
Carmen y Santiago, le habían dejado todo a la Obra
en la época fundacional, incluso lo que les correspondía
a estos últimos por herencia. También oí
decir muchas veces a monseñor Escrivá que su
madre y su hermana habían hecho posible la fundación
de la sección de mujeres a base de llevar la administración
de las primeras casas de varones. Yo nunca discutí
esto, aunque hay miembros de la Obra que no comparten esta
opinión, porque en mi caso personal no tuve elementos
de juicio, pero lo que no cabe duda es que fueron generosamente
retribuidos.
Antes de Lola Fisac, primera numeraria del Opus Dei, hubo
un pequeño grupo de mujeres, a quienes monseñor
Escrivá dirigió espiritualmente. Nunca se supo
exactamente qué sucedió con ellas, ni quiénes
fueron. Era uno de la serie de temas "tabú"
dentro del Opus Dei. Cuando alguna vez le pregunté
yo a Carmen, la hermana del Fundador, si las había
conocido, me dijo que sí y me comenté: "Eran
locas. Estaban todas chifladas." O sea que Carmen sabía
cosas de esos primeros tiempos de los cuales muchas numerarias
sabíamos apenas.
Recuerdo que, en Venezuela, la última vez que mandamos
un regalo para Santiago fue después de la muerte de
Carmen, y nos dijeron del gobierno central de Roma que había
dicho el Padre que no se le volvieran a hacer regalos a Santiago.
Nos extrañó esta orden, porque no daban ninguna
razón para que actuásemos de manera diferente
a como habíamos hecho siempre. La razón fue,
luego nos enteramos, que Santiago se iba a casar y el Padre
estaba muy contrariado por la elección que había
hecho. Es sabido en el Opus Dei que monseñor Escrivá
encargó a los sacerdotes de la Obra en España
que buscaran una novia para su hermano entre las chicas de
la aristocracia española, pero Santiago escogió
para casarse a quien quiso, por supuesto, resbalándole
la opinión de su hermano en un asunto tan personal.
Ello motivé un serio enfado a monseñor Escrivá.
Tanto así, que no quería ir a la petición
de mano de Yoya, la futura esposa de su hermano Santiago.
Sacerdotes de la Obra en España aconsejaron a monseñor
Escrivá que debería ir a Zaragoza, de donde
era la novia, a pedir su mano. Monseñor Escrivá,
en una especie de reto, dijo que solamente iría si
se alojaba en Zaragoza en el palacio de Cogullada y en la
misma habitación donde se alojó Francisco Franco,
el jefe del Estado español. Y que, si no era así,
no iba. Les costó a miembros de la Obra el hacer muchas
gestiones, pero al final lo lograron; y monseñor Escrivá
fue entonces a Zaragoza y se alojó en ese palacio de
Cogullada.
Las relaciones de monseñor Escrivá con Yoya
no fueron muy delicadas al principio. Tanto así que
una supernumeraria, tengo entendido que Mercedes Jiménez
de Andrade de Irastorza, se ocupó en aquella primera
hora de aconsejar a esta muchacha sobre la forma de vestir,
perfumes que usar, etc., "para que no se disgustara el
Padre".
No quiso monseñor Escrivá que sus hermanos
permanecieran en España y se los llevó a Roma,
según relaté anteriormente. Más tarde,
según detallé en su momento, Carmen quiso regresar
a morirse a España, pero monseñor Escrivá
no se lo permitió. Carmen está enterrada en
la casa central de Roma, en un nicho. En la pared, sobre un
mármol rosado, en letras de bronce, se lee: CARMEN
y la fecha de su fallecimiento. Santiago regresó a
España después de la muerte de su hermana Carmen,
y poco tiempo después contrajo matrimonio. Actualmente
vive en Madrid con Gloria, su esposa, y con sus hijos.
Las numerarias no podíamos tener fotografías
visibles de nuestras familias en las habitaciones personales,
no se diga ya en la casa donde vivíamos. En cambio,
en todas las casas de la Obra hay fotografías de "los
Abuelos" y de "tía Carmen". La fotografía
de "la Abuela" está sacada de una pintura.
Pintura que a su vez fue hecha sobre la base de una foto antigua,
en la que aparecía con un sencillo vestido negro. Esta
fotografía la modificó el pintor a1 hacer el
cuadro y le pusieron sobre el vestido un cuello de armiño
blanco para darle así más categoría.
Recuerdo muy bien que estando yo en Roma nos pidieron por
el telefonillo de dirección "una piel blanca",
porque la necesitaba el pintor (En los años cincuenta
había una habitación en la Villa Vecchia llamada
"del Pintor". Era donde trabajaban más de
un numerario haciendo cuadros, restaurando piezas antiguas,
etc., que más tarde se colocaron en la Villa Vecchia).
Una vez terminada la pintura, la fotografiaron, y ésta
es la imagen que existe en todas las casas de la Obra.
Estando yo en Roma hacia los años cincuenta, -un buen
día dijo monseñor Escrivá que teníamos
que aprender a hacer "crespillos", un dulce que
les hacía su madre en la casa cuando eran pequeños.
Y desde entonces, en las casas de la Obra, en el aniversario
del santo de "la Abuela", se hace este postre para
la comida principal.
Monseñor Escrivá preparó, al menos desde
que yo le conocí a finales de los cuarenta, su camino
hacia la santidad. Es decir, tenía el convencimiento
de que lo iban a subir a los altares. Tanto así que
de la manera más natural mandó construir su
tumba en la casa central de Roma, indicándonos a las
superioras: "Pero no me dejéis aquí mucho
tiempo. Que me lleven luego a una iglesia pública para
que os dejen en paz y podáis trabajar."
También solía decirnos a propósito de
que nuestra vida era la de cristianos corrientes: "Por
ello, hijas mías, si al abrir mi tumba, me encuentran
incorrupto, habré defraudado a la Obra. Solamente deben
encontrar piel y huesos." En este mes de marzo de 1992,
el Opus Dei ha dicho a sus miembros que trasladará
a la iglesia de San Eugenio -que ahora es una iglesia pública
del Opus Dei en Roma- en el Panoli, cerquísima de la
casa central, el cuerpo de monseñor Escrivá
para ser expuesto. Las palabras de monseñor Escrivá,
que acabo de exponer, me martillean. Por otra parte me parece
una santa ironía el que su cuerpo sea trasladado y
expuesto en esta iglesia que él siempre dijo que "parecía
un cuarto de baño".
En las fotografías de "corpore insepulto",
monseñor Escrivá aparece revestido con los ornamentos
correspondientes a su categoría de prelado doméstico
de Su Santidad, cosa sorpresiva, porque siempre indicó
que se nos amortajaría a todos con "una sencilla
sábana blanca", e incluso así había
que escribirlo en el testamento, como recordará el
lector que haya pertenecido al Opus Dei.
En plan más jocoso, bastantes veces le oí decir,
después de una visita a las obras de la casa: "Acabo
de sentarme en mi tumba y pocas personas podrían decir
lo mismo." También explicaba que arriba de su
tumba habría otras dos más: una para el arquitecto
que llevó a cabo las obras de Roma y otra para don
Álvaro, "que estará cerquica de mí
hasta después de mi muerte". A los pies de su
tumba dijo que habría otras dos para dos numerarias
de las primeras. Siempre se rumoreaba que una de ellas sería
Encarnita Ortega y otra posiblemente la primera numeraria
y sirvienta: Dora. Pero de esto no se dijo nada en concreto.
Lo que sí sé ahora es que, tanto Encarnita Ortega
como Dora, han prestado su testimonio en la causa de beatificación
de monseñor Escrivá.
Se guardaban en la casa central de Roma, y lo mismo en las
casas que visitaba, especialmente en sus últimos viajes
a América del Sur, para reliquias futuras, toda la
ropa personal que desechaba: desde pañuelos hasta el
cinturón de la bata de baño que usó,
pasando por el frasquito de agua bendita y los jabones que
usó en el baño o la cinta de una caja de chocolates
que llevó a las numerarias en alguna casa de la Obra.
Monseñor Escrivá daba de vez en cuando a las
numerarias cosas que ya él no utilizaba, como tijeras
de uñas, lapiceros, fotografías suyas con alguna
jaculatoria, etc. Las cosas que el Padre daba pasaban a ser
propiedad de la persona que las recibía y no entraban
en el "expolio" anual, ni ninguna superiora o superior
las podía quitar.
También durante su vida se guardaban, especialmente
en las casas donde iba de visita, y en particular en países
donde aquéllas no eran frecuentes, los platos o tazas
que usó; incluso las flores que había en el
altar donde monseñor Escrivá celebró
la misa, se enmarcaron más tarde y también se
solían marcar, por debajo, las sillas donde se sentó,
etc., etc.
Después de su muerte, y antes de enterrarlo, se le
cortaron cabellos que fueron entregados a diversas casas del
mundo, al igual que trozos de las sotanas que usó.
De todo esto era testigo, y le seguía "el juego",
don Alvaro del Portillo.
Don Alvaro del Portillo, ahora monseñor Alvaro del
Portillo, es, como se sabe, el actual prelado del Opus Dei.
Desde que entró a la Obra estuvo cerca del padre Escrivá,
pero desde su ordenación, el 25 de junio de 1944, no
se separó nunca más del lado de monseñor
Escrivá. Incluso cuenta uno de sus biógrafos
que él ya "desde 1940 rezaba por su hijo Alvaro,
con la idea de que fuera su sucesor" (Andrés Vázquez
de Prada, El Fundador del Opus Dei). A monseñor Escrivá
le interesaba tenerle junto a él. Primero, porque pertenecía
a una esfera social alta y sus relaciones familiares eran
valiosas para la Obra; segundo, porque era ingeniero de caminos
y eso, especialmente en la España de esa época,
tenía cierto relieve, pero, principalmente, porque
era un hombre de tacto diplomático, con buenos modales
y que, además del italiano, que dominaba, tenía
conocimientos de francés y rudimentos de alemán
e inglés. Es decir, podía defenderse con una
cierta soltura cara a un mundo internacional.
Con don Alvaro del Portillo, monseñor Escrivá
cubría la laguna que él personalmente tenía:
don de gentes, diplomacia, conocimiento de una esfera social
alta y un título profesional prestigioso hasta el punto
de que nos describió a muchos miembros de la Obra,
haciéndolo resaltar, como lo hace también uno
de sus biógrafos, el uniforme de gala de ingenieros
que llevaba a la entrevista con el Papa cuando, en 1943, concretamente
el 4 de junio, Su Santidad Pío XII recibió en
audiencia privada a don Alvaro del Portillo y a José
Orlandis. Tenía también, don Alvaro del Portillo,
un título profesional prestigioso, aunque le faltaba
la experiencia del ejercicio del mismo. Quizá su dedicación
al Opus Dei le impidió tenerla. Don Alvaro del Portillo
era una persona fina, amable en su trato, aunque uno nunca
llegaba a saber lo que en realidad pensaba. Como tampoco nadie
en el Opus Dei sabía quién mandaba a quién:
¿era monseñor Escrivá quien le decía
a don Alvaro del Portillo lo que tenía que hacer? o
¿era don Alvaro del Portillo quien le decía
a monseñor Escrivá lo que "no" tenía
que hacer? Esto sólo lo sabe monseñor Alvaro
del Portillo, quien, con su acostumbrada diplomacia, nunca
lo dirá. Pero la relación entre ellos dos era
muy peculiar. Monseñor Escrivá no sabía
estar solo y menos sin don Alvaro del Portillo. Cuando por
cualquier causa éste tenía alguna obligación
fuera de la casa, en el Vaticano o en alguna otra parte, monseñor
Escrivá se iba al Colegio Romano de la Santa Cruz y
hablaba con los varones o, incluso, algunas veces, pasaba
a Villa Sacchetti, especialmente cuando teníamos las
oficinas de la Asesoría en esta casa. Al tener las
oficinas en "La Montagnola", pasaba bastante menos.
En los viajes solía ir siempre monseñor Escrivá
con don Alvaro del Portillo, el numerario médico que
controlaba su salud y el chauffeur, que durante muchos años
fue el primer numerario portugués, Armando. En aquella
época, Javier Echevarría se ocupaba de acompañar
a los obreros cuando tenían que reparar algo en alguna
casa, pero aún no viajaba con monseñor Escrivá.
Esto vino bastante más tarde. Javier Echevarría
fue bastante tiempo secretario personal del Padre con don
Severino Monzó. Y luego fue su "custode".
Tenía monseñor Escrivá un timbre de alarma
en su dormitorio conectado con la habitación de Javier
Echevarría. En la sección de mujeres, don Alvaro
del Portillo gozaba de respeto y se lo quería porque
no era mal educado con nosotras. Sabía utilizar la
palabra "por favor", "gracias" y "perdona",
aunque fuera por cortesía, si se quiere, pero las usaba.
Monseñor Escrivá muy raramente usaba la expresión
"por favor". En vez de "gracias" solía
decir "Dios te lo pague", cuando lo decía.
Monseñor Escrivá no gozaba de buenos modales
naturales. Era rudo, brusco y mal educado. Cuando estaba enfadado
y tenía que reprender, no tenía mesura ni caridad
en su forma de hacerlo; y sus palabras ofensivas y violentas
herían profundamente a las personas. Recuerdo perfectamente
que durante la entrevista que, en 1973, tuve en el Vaticano
con S.E. el cardenal Arturo Tavera, entonces prefecto de la
Sagrada Congregación de Religiosos e Institutos Seculares,
me preguntó cuántos años había
pasado yo en el Opus Dei, y al decirle que dieciocho, me respondió:
-¿Y ha necesitado usted dieciocho años para
darse cuenta de lo mal educado que es José María
Escrivá?
Su lenguaje era muchas veces vulgar. Fui testigo un domingo
de Pascua en Roma de lo siguiente: a las numerarias de la
Asesoría Central nos habían dicho que podíamos
subir a felicitar al Padre al comedor de la Villa Vecchia,
después de su almuerzo. Al entrar al comedor, don Alvaro
estaba fumando en su acostumbrada boquilla de marfil. Monseñor
Escrivá, por una ventana abierta de par en par, que
daba al jardín de la Villa, hablaba, aunque no se los
veía desde donde nosotras estábamos, con un
grupo de numerarios del Colegio Romano de la Santa Cruz y
les decía entre grandes risotadas: "Bebeos el
coñac que os he mandado, pero eso sí, no hagáis
como ese monseñor Galindo (Monseñor Pascual
Galindo era el rector de la Iglesia del Espíritu Santo
en Madrid), paisano mío, que calentaba la copa
en la bragueta."
Todas le oímos perfectamente. Don Álvaro trataba
de advertirle que habíamos llegado y lo llamaba, "¡Padre!
¡Padre!", pero él no lo oía. Cuando
se dio cuenta, con uno de sus gestos característicos,
cerró la ventana de un golpe seco y nos dijo: "Hijas
mías, Dios os bendiga." (Este hecho nos lo
prohibieron comentarlo).
Groserías pretendidamente familiares eran el pan de
cada día. Una vez en Pamplona, ante más de cincuenta
numerarios, se sentó, se desabrochó la sotana
(era día caluroso) y comentó: "Bueno, yo
ya tengo culo de abadesa." Y volvió a vestirse
en público. Esto me lo contó un ex numerario
que estaba allí presente.
Durante mi última estancia en Roma y durante los meses
que duró el proceso de mi dimisión, lo que personalmente
más me dolió no fueron las broncas e insultos
encarnizados de monseñor Escrivá, sino su falta
de caridad, su falta de espíritu pastoral, su falta
de amor al prójimo. Todos sus argumentos los apoyaba
en "notas recibidas", "declaraciones juradas
pedidas", "opiniones de otros superiores",
pero "ni por un momento" me dio la oportunidad de
hablar, ni me explicó en concreto lo que según
su docto criterio había hecho yo mal. Tampoco me brindó
la posibilidad de que hablase con él, a solas, en el
confesonario o donde hubiera querido, como sacerdote de Dios,
como "Padre". Antepuso siempre su cargo de "presidente
general" y prestigio de "Fundador", a su carácter
sacerdotal. Y nunca admitió ni por asomo que yo no
fuera "culpable", sino que, sin oírme, juzgó
y falló sobre mí, basado, aparentemente, en
juicios ajenos.
Monseñor Escrivá predicaba que había
que ser "intransigente con el pecado, pero tolerante
con el pecador". En la práctica esto no era así.
Su expresión cuando oyó a una numeraria compadecerse
de otra diciendo que le daba "pena", fue: "¡Pena
con la Obra!" Era intransigente en detalles caseros como
el que indiqué en páginas anteriores al hablar
de las numerarias que trabajaban en la cocina y, al no resistir
el calor, abrieron una ventana y los olores subieron a su
casa.
Con las personas que abandonaban la Obra era muy duro. Prohibía
todo trato con esas numerarias y, por supuesto, no les proporcionaba
jamás la menor ayuda, tanto si abandonaban el Instituto
como si eran dimitidas. El Opus Dei deja a la gente "absolutamente
en la calle". Nunca se preocupó monseñor
Escrivá, ni está tan siquiera contemplado en
ninguna de las dos versiones de las Constituciones del Opus
Dei, de que las numerarias, o las numerarias sirvientas, tuvieran
seguros sociales de trabajo, vejez o enfermedad. Y como digo,
tampoco está contemplada la posibilidad de ayudar a
quienes salieran del Opus Dei. En cambio, sí está
explícitamente dicho en las Constituciones que las
numerarias que por cualquier circunstancia abandonen el Opus
Dei, no pueden pedir compensación alguna por los trabajos
realizados dentro de la Obra. Esto es tremendo y ha originado
problemas serísimos, no ya a numerarias solamente,
sino también en el caso de sacerdotes numerarios que
salieron del Opus Dei. La Obra no sólo no les ayudó,
sino que en más de un caso los difamó, por supuesto
en aspectos de conducta sexual.
Las "broncas" del Padre eran conocidas muy bien
por los miembros todos de la Obra. Yo diría que a monseñor
Escrivá, en su incoherencia, le faltaba el sentido
de caridad más básico: sabía muy bien
cómo mostrar su faceta de santo ante las multitudes,
incluso llamándose pecador, pero, como digo, era capaz
de insultar de la manera más terrible a cualquier persona
por el motivo más nimio: por ejemplo, si un huevo frito
no estaba hecho como a él le gustaba, podía
lanzar una bronca a la directora de la casa; si un mantel
de altar no se planchaba exactamente a los centímetros
del suelo que él tenía estipulados, era capaz
de lanzarle un exabrupto a la directora; o si en la cocina
se hacía ruido al fregar los cacharros, etc., etc.
Y, por añadidura, en el diario de la casa no se podía
decir: "El Padre se enfadó o lanzó una
bronca", sino que había que decir: "El Padre
nos enseñó hoy tal o cual cosa."
Una de las mejores definiciones que he oído sobre
el carácter de monseñor Escrivá, es la
que hace Alberto Moncada cuando dice que el Padre "es
encantador, grato y persuasivo cuando se está a su
favor. E intolerante, intratable y grosero cuando no se aceptan
sus criterios" (Alberto Moncada, El Opus Dei. Una
interpretación, Madrid (Índice), 1974, p. 126).
Todo esto lo presenciaba monseñor Álvaro del
Portillo y, al no reaccionar en momento alguno mostrando su
desacuerdo con esas actitudes, parecía aprobar esa
conducta. Esto verdaderamente me asusta más que los
mismos arrebatos del Fundador, porque lo considero como una
posición fría y calculadora. ¿Considera
monseñor Álvaro del Portillo que la forma de
actuar de monseñor Escrivá estaba justificada
porque reflejaba una "santa ira" y que la "justicia"
por parte del Fundador está por encima de la llamada
"caridad" para los cristianos?
El poder y la grandeza atraían a monseñor Escrivá.
"Yo desciendo de una princesa de Aragón"
("Crónica". Revista interna de los varones
del Opus Dei), dijo monseñor Escrivá; y
también se declaraba paciente de Miguel Servet. Y en
Torreciudad hizo poner en el altar mayor los siete escudos
de sus siete apellidos nobles. La idea de que era "el
Fundador" nos la hacía recordar con bastante frecuencia
y por una u otra razón. Y sus palabras eran: "En
mi vida he conocido varios Papas, cardenales, muchos, obispos,
un montón, pero Fundadores sólo uno." Y
después solía agregar: "Dios os pedirá
mucha cuenta de haberme conocido."
En uno de los Congresos Generales de la sección de
varones, monseñor Escrivá dijo a Antonio Pérez
Tenessa, cuando estaba aún en el Opus Dei, que propusiera
que, al presidente general del Opus Dei, lo saludaran sus
miembros con la rodilla izquierda en el suelo. Cosa que quedó
así establecida. Cuando monseñor Escrivá
nos notificó esto a nosotras, superioras del Opus Dei,
nos dijo: "Hijas mías, no es por mí, porque
sé que me queréis mucho y me respetáis.
Yo lo hago por el pobrecito que me siga."
Cuando se erigió oficialmente el Estudio General de
Navarra, monseñor Escrivá organizó las
cosas para que se le nombrara "gran canciller";
y desde entonces empezó a hacer sus apariciones en
teatros, aulas magnas, etc., etc., tratando de reunir grandes
masas. De esas reuniones se sacaban películas y fotos.
Cuando iba a algunas de esas ciudades, las preguntas que
se le hacían estaban, la inmensa mayoría, preparadas
y consultadas con los respectivos superiores de antemano.
Y, en muchos casos, consultadas con él también
previamente. Y lo mismo pasa con grupos de gente joven que,
perfectamente organizados, suelen visitar Roma anualmente
alrededor de Pascua de Resurrección.
Se trata de una entidad llamada UNIV, que existe en Roma
y está dirigida por el Opus Dei. Bajo el pretexto de
temas a discutir en diferentes países, se organiza
el viaje, formado por gente joven de diversas nacionalidades,
pero cuya directiva lleva el Opus Dei en cada uno de esos
países. Este grupo, con una organización bien
definida, asiste a la misa de la juventud que celebra el Santo
Padre y luego iba a visitar a monseñor Escrivá,
cuando vivía, y ahora a monseñor Álvaro
del Portillo. Tienen una tertulia con él, donde le
hacen preguntas que han sido perfectamente seleccionadas por
quien dirige el grupo y llevadas a consulta, incluso con el
Padre, para preparar la adecuada respuesta que, de frente
a las muchachas, parece espontánea.
Los viajes de monseñor Escrivá a los diferentes
países en los últimos años de su vida
resultaron verdaderamente escandalosos para muchas numerarias,
por el derroche y la fastuosidad. Por una parte eran un culto
al Fundador, ya que él consideraba "estos detalles"
como pruebas de "buen espíritu"; pero, por
otro lado, eran una auténtica bofetada al espíritu
de pobreza: desde aceptar que supernumerarias fletaran aviones
de un país a otro, enviando flores para la misa que
iba a celebrar monseñor Escrivá, hasta tener
que traer de pueblos del interior, para su comida, pollos
que estaban criados naturalmente porque no podían preparársele
los del mercado que ordinariamente se comían en las
casas del Opus Dei, pasando por tener en aquellas casas a
las que se suponía iba a visitar monseñor Escrivá,
cajones de naranjas, por si pedía un jugo, cuando no
era tiempo de esa fruta.
Y valga aquí el contar una anécdota divertida
que, a propósito de este tema, me sucedió a
mí en Roma. Una vez que monseñor Escrivá
estuvo invitado a almorzar en alguna parte, creo que en casa
del doctor Faelli, pero no estoy segura, tomó unos
quesos de porciones que "tenían una florecita
en la etiqueta". Y nos "recomendó" que
se los buscáramos. Después de muchas vueltas
y de caminarnos toda Roma para encontrarlos, entré
en "Allemagna", en la Piazza Colonna, y descubrí
una pila de cajas de quesitos de porciones en las que uno
de ellos tenía "la florecita". Ante mi sorpresa
gozosa, y al sacar una de las cajitas, se me vino encima la
pirámide que habían formado decorativamente
en aquella tienda con la serie de cajas de quesos suizos...
Como sólo había un queso de "la florecita"
en cada caja, teníamos que comprar varias cajas a fin
de presentar en la mesa de monseñor Escrivá
los quesos con "las florecitas", que resultaron
ser "edelweiss".
Sinceramente considero que, en los últimos años
de su vida, algo le falló psicológicamente a
monseñor Escrivá, porque es totalmente inconcebible
que una persona, precisamente por su calidad de sacerdote
y con el prestigio de fundador, dijera cosas como ésta:
"Si cuando a él le concibieron sus padres no le
hubieran deseado, les hubiera escupido en su tumba."
(Me contó este hecho en Madrid la señora
Maite Sánchez Ocaña, a quien se lo dijo un sacerdote
numerario del Opus Dei cuando llegó de Roma en 1967.
Este sacerdote lo oyó de monseñor Escrivá).
Me contaron el caso sucedido con María Paz Álvarez
de Toledo, que era amiga mía y compañera de
clase en las dominicas francesas de Valladolid. Mi ausencia
de Madrid me ha impedido confirmar este hecho directamente
con ella, pero la persona que me lo contó es fuente
fidedigna. Parece ser que a monseñor Escrivá
se le antojó un tapiz que esta señora tenía
en su comedor (en jerga del Opus Dei se diría: "Al
Padre le gustó el tapiz"), y no se le ocurrió
más que decirle a las superioras del Opus Dei en Madrid
que se lo pidieran para la Obra. Esta persona, muy educada
y generosamente dijo que no le era posible dárselo
porque pertenecía al patrimonio familiar; pero ofreció
un millón de pesetas (en el año 1962) para que
le comprasen otro tapiz a monseñor Escrivá.
Era en verdad extraño, aunque no sea único en
la historia, el comportamiento social de monseñor Escrivá.
Mi preocupación sobre todos estos hechos se acentuó
al comprobar que monseñor Álvaro del Portillo,
testigo ocular de casi todos ellos, es quien más ha
promovido y sigue promoviendo con todas sus fuerzas la causa
de beatificación de monseñor Escrivá.
Yo siempre había considerado a monseñor Álvaro
del Portillo un hombre reflexivo y justo, pero hoy creo que
estaba equivocada. No acierto a comprender que un hombre como
él cierre los ojos a la realidad e impulse, con obstinación,
una causa que él sabe que puede dañar a la cristiandad
entera. Monseñor Álvaro del Portillo sabe muy
bien cómo se ha manipulado este proceso de beatificación,
cómo han sido empleadas difamaciones y calumnias para
que los tribunales de la Iglesia declarasen no idóneas
como testigos a personas capaces de aportar testimonios esclarecedores.
Monseñor Álvaro del Portillo presenció
la mayoría de los hechos que he narrado en este libro
y probablemente otros muchos que yo desconozco, sobre todo
en lo que se refiere a relaciones con el Vaticano. Y debe
de recordar que, en distintos momentos, monseñor Escrivá
manifestó opiniones fuertemente despectivas sobre sumos
pontífices e incluso sobre el Vaticano II.
Es tristísimo el lenguaje que se lee en el sumario
del proceso de esta causa de beatificación, donde,
en cada párrafo, se reiteran, hablando de monseñor
Escrivá, expresiones como las de que ofrecía
"al Señor su propia vida y una intensísima
oración y mortificación para conseguir la conversión
de esas personas" (las que se iban de la Obra) o "procedía
con un ejercicio tan heroico de las virtudes que removía
a los que estábamos a su lado". Siempre le oí
repetir a monseñor Escrivá, cuando alguien dejaba
la Obra, "solamente se caen las ramas secas... Y ésas
bien caídas están", usando el símil
que había escrito en Camino al hablar de tribulaciones.
Por esta preocupación mía sobre el proceso
de beatificación de monseñor Escrivá,
envié a Su Santidad Juan Pablo II, como material secreto
y de conciencia, estas dos cartas que incluyo en el "Anexo
Documental", de las cuales, aunque llegaron a manos del
Santo Padre a través de su secretario, S.E. el cardenal
Ángel Sodano, nunca recibí respuesta. Sin embargo,
S.E. el cardenal Ratzinger tuvo la cortesía de acusarme
recibo de dichas copias.
Incluyo a continuación las directrices que recibían
las numerarias del Opus Dei para extender la devoción
a monseñor Escrivá. Directrices, todas ellas,
conocidas por monseñor Álvaro del Portillo.
"Devoción a nuestro Padre": Por piedad
filial y por justicia con la Iglesia, todos tenemos el grave
deber de extender constantemente la devoción privada
a nuestro Padre. Aprovechar las oportunidades que se nos presentan
para distribuir bastantes estampas y hojas informativas. Procurar
entregar a personas de ciertos gremios que tienen un buen
efecto multiplicador. Las parroquias e iglesias son un núcleo
eficaz de distribución. En algún caso, si una
asociada tuviera especial amistad con un párroco, no
habría dificultad en dejarle un pequeño lote
de estampas y hojas (no muchas, es preferible que se le agoten
y pida más) para que si no tiene inconveniente, las
deje a la vista junto con otros objetos piadosos, libros,
etc., que a veces suelen tener en la misma iglesia o en los
locales de reunión parroquial. No hacerlo nosotras
a las puertas de las iglesias. Recordar que interesa que consigamos
donativos para los gastos que supone la impresión de
la hoja informativa y de la estampa. El agradecimiento por
un favor recibido, el propósito de reforzar con el
sacrificio de la limosna una petición hecha, la penitencia
o, en general, el deseo de ayudar a la difusión de
esta devoción privada, que tanto bien hace a muchísimas
almas pueden ser motivo para estimular la generosidad de la
gente, tanto a través de muchas pequeñas limosnas,
como mediante donativos de mayor cuantía".
Hasta aquí estas pinceladas, como dije al principio,
que bien pueden esbozar o completar el retrato de dos hombres
muy distintos, reunidos por el ejercicio del poder. A ese
poder, lamentablemente, lo cobijan, por un lado, bajo el manto
de la Iglesia, y lo ejercen sobre personas, los miembros del
Opus Dei que con gran pureza de intención quieren acercarse
a Dios. Para ello, estas personas abandonan lo bueno que Dios
les deparó en la vida en aras de ese altar llamado
Opus Dei. Su Norte y su guía ha sido, mientras vivió,
monseñor Escrivá.
Monseñor Álvaro del Portillo prosigue ahora
ese camino y no vacila en señalar a quienes guía
la existencia de un nuevo "lucero", que no es sino
luz fatua, espejismo de santidad. Seguir esa dudosa luz puede
desorientar a las buenas almas que buscan la Verdad.
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