Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

Tras el umbral
Una vida en el Opus Dei
Autora: Carmen Tapia
Índice del libro:
I. Prólogo, presentación e introducción
II. Mi encuentro con el Opus Dei
III. Crisis vocacional
IV. Cómo se llega al fanatismo
V. Viaje a Roma
VI. Roma, la jaula de oro
VII. Venezuela
VIII. Roma II: retorno a lo desconocido
IX. Regreso a España
X. Represalias
XI. Retratos
XII. Los silencios
XIII. Bibliografía sobre el Opus Dei
XIV. Bibliografía general
 
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TRAS EL UMBRAL, UNA VIDA EN EL OPUS DEI. Carmen Tapia

CAPITULO IV: CÓMO SE LLEGA AL FANATISMO (Fin de capítulo IV)


Personalmente albergaba un lejano temor, y ello era de que a alguna superiora mayor se le ocurriera enviarme a Roma. La figura de monseñor Escrivá, como me la habían mostrado, me daba temor. Por supuesto que rechazaba esta idea pensando que seguramente así es como serían los santos, pero no obstante no dejaba de sentir un cierto temor a la persona de monseñor Escrivá. Comprendí, sin embargo, que mi amor al Fundador tendría que basarse: en el terreno sobrenatural, de saber que había sido escogido por Dios para hacer el Opus Dei del cual yo era miembro; y, en el terreno práctico, de vivir la perfección en el trabajo ordinario, para poder vivir la vida de santidad que el Padre quería viviéramos para ser santas.

El curso anual en "Molinoviejo" marcó en mi vida un nuevo paso hacia el fanatismo del Opus Dei, porque fue el aceptar la persona del fundador del Opus Dei como un santo reconocido, y cuyo amor a él tendría que ser superior a cualquier amor humano, ya que monseñor Escrivá nos había "engendrado en el Señor". Muy curiosamente esta idea queda reflejada textualmente así para las generaciones futuras: "...Dios os pedirá cuenta de haber estado con aquel pobre sacerdote que estaba con vosotros y que os quería tanto, tanto, ¡más que vuestras madres!" "Yo pasaré, y los que vengan después os mirarán con envidia, como si fuerais una reliquia: no por mí, que soy -insisto- un pobre hombre, un pecador que ama a Jesucristo con locura; sino por haber aprendido el espíritu de la Obra de labios del Fundador." (Cuadernos-3. Vivir en Cristo, p. 86)


Barcelona: "Monterols"

Barcelona me recibió con un sol precioso, típico de sus mañanas del mes de junio. De la estación de Francia tomé un taxi y fui a la administración de la residencia "Monterols", ubicada en la parte alta de la calle de Balmes, hacia donde toda la ampliación de Barcelona estaba prevista.

Mi estancia en la administración de "Monterols" refleja una administración más del Opus Dei y también reacciones de una numeraria que ya no es tan novata en la Institución y que "habla desde dentro"; quiero decir con ello: el encontrarse con personas conocidas, con trabajos que se conocen. Son pocas las sorpresas, aunque las expectativas siguen enfocándose hacia el proselitismo. No quiero, sin embargo, saltarme este escalón de mi vida en el Opus Dei porque refleja facetas que pueden brindar al lector luces sobre la vida de una numeraria, de varios años ya, dentro del Opus Dei.

La directora de la administración de "Monterols" era Maruja Jiménez, una de las primeras numerarías del Opus Dei y con quien no había coincidido antes porque generalmente ella estaba en administraciones fuera de Madrid. Era Maruja una persona alta, morena, de Zaragoza. Sin parecerse exactamente, tenía un aire físicamente a Guadalupe Ortiz de Landázuri. Era muy maternal y las numerarias todas la querían mucho. Al llegar a "Monterols" me dio una gran alegría encontrarme con Anina Mouriz, que estaba allí destinada y a quien no veía desde que hicimos el curso de "Los Rosales". Contrariamente a lo que algunas personas opinaban, Anina era una persona de una delicadeza enorme y de un gran sentido de perfección en el trabajo. Tenía, eso sí, un humor muy madrileño y quizás esto, por lo que encierra de irónico, irritaba a algunas personas. Pero de hecho, era muy agradable vivir con ella. A las demás numerarias de esta casa no las conocía más que de nombre.

La administración de "Monterols" estaba formada entonces por unas ocho numerarias. La casa era muy grande, de varios pisos, y la misma administración era enorme; por supuesto había ascensores. Nuestras habitaciones, individuales, con armario, ducha y lavabo eran también de un soberano tamaño. La ventana, amplia, de nuestros cuartos, daba a la parte de atrás de la residencia y enfrentaba otra serie de edificios modernos cuyas ventanas alcanzaba a ver incluso desde mi cama en las noches de verano.

"Monterols" fue la primera residencia de planta hecha por el Opus Dei. Y se notaba. Sirvió para corregir muchos errores posteriormente en otras residencias edificadas de planta también, pero en sí y tras las administraciones conocidas, era una felicidad poder vivir en esa casa, que incluso tenía junto al cuarto de estar una terracita de buenas dimensiones.

La residencia, aunque externamente figuraba como tal, en realidad era un centro de estudios de los varones del Opus Dei. El hecho de ser verano y que la mayoría de los numerarios asistían a los cursos anuales, hacía que la casa administrada estuviera casi vacía, pero, sin embargo, había que limpiarla.

Efectivamente me encargaron de la labor de san Rafael y asimismo de la limpieza de la residencia a donde pasábamos tres de nosotras con una serie de sirvientas, un grupo muy grande, que no eran del Opus Dei.

La primera persona que me presentaron en Barcelona fue la señora Mercedes Roig, que tenía un hijo numerario, Barto Roig, quien precisamente acababa de irse a la residencia del Opus Dei en Bilbao. Barto Roig, ingeniero industrial, estuvo viviendo más tarde muchos años en Caracas. Luego, el Opus Dei lo mandó de nuevo a Barcelona. Según tengo entendido dejó el Opus Dei porque parece ser que enfermó mentalmete. No sé si es esto verídico.

Mercedes Roig tenía otra hija, Merceditas, como se la conocía en la Obra; era numeraria y hacía el curso del centro de estudios aquel verano precisamente. Mercedes Roig era una mujer encantadora; viuda, más bien joven, venía todos los días a la administración y ayudaba en cualquier cosa que hiciera falta. Me dijo la directora de la casa que a Mercedes Roig la quería mucho monseñor Escrivá porque había sido siempre muy generosa con la Obra. Me sorprendí, por ejemplo, de que las "Preces", oración oficial de la Obra como dije anteriormente, las rezara ella también con nosotras. Maruja Jiménez me explicó que, así que el Padre lo permitiera, Mercedes Roig sería la primera supernumeraria del Opus Dei en Barcelona y, posiblemente, la primera de España.

Fue entonces cuando por primera vez uní la teoría aprendida en el "Catecismo" del Opus Dei sobre los miembros supernumerarios con una persona. Me explicó la directora que precisamente el caso de Mercedes Roig era muy único, ya que el ser viuda y tener dos hijos numerarios le daba mayor libertad para poder ayudar a la Obra.

En la casa, como era verano, no había charlas para las chicas de san Rafael, pero sí tertulias a las que acudían algunas universitarias que habían sido alumnas de don Francisco Botella, uno de los primeros sacerdotes numerarios del Opus Dei y catedrático de Matemáticas en la Universidad de Barcelona. Eran chicas simpáticas, aunque muy diferentes por carácter y estilo de las universitarias madrileñas. Roger Torrens, con sus 15 años flamantes, acababa de pedir la admisión como numeraria. Y sus padres estaban felices. Su padre solía traerla y llevarla a la residencia. Era una criatura encantadora. Y me asombraba que tan jovencita la hubieran dejado ya ser numeraria. Luego, al cabo de los años, la mandaron a Colombia donde coincidí con ella y tuve la alegría de ver también a sus padres en Caracas y poderles atender personalmente.

Concha Campá fue una de las numerarias que pidió la admisión también estando yo en Barcelona y precisamente también años más tarde la destinaron a Colombia, donde la volví a ver al cabo del tiempo.

Las superioras mayores de Madrid enviaron varios encargos para que los hiciera yo concretamente en Barcelona. Uno de ellos me fascinó: se trataba de ir a Montjuich y de copiar dibujos románicos de ese museo para algunas casullas que querían confeccionar en "Los Rosales". Por dicho motivo tuve la ocasión de visitar este bellísimo museo varias veces.

Por otra parte, después de la limpieza solía salir frecuentemente con alguna de las chicas recién admitidas en el Opus Dei o con futuras vocaciones y recorríamos Barcelona. Quede claro que cuando digo recorrer Barcelona era eso: visitar la ciudad a pie. Como miembros numerarios del Opus Dei no podíamos almorzar en ningún restaurante o cafetería a excepción de las universitarias quienes por horario han de hacerlo hoy día algunas veces. Tampoco las numerarias del Opus Dei asistíamos nunca a espectáculos públicos de tipo alguno.

Una de las muchachas que venían casi a diario por la administración de "Monterols" era María Josefa Planell. Era una chica joven, muy linda y encantadora, con una enfermedad en la columna vertebral que la hacía tener grandes dolores y por lo mismo tener régimen especial de descanso. A mí me encantaba María Josefa como persona y congeniamos mucho. Tenía dos hermanos numerarios, uno de ellos, Quico, formaba parte entonces del consejo local de "Monterols" y fue años más tarde ordenado sacerdote del Opus Dei. María Josefa solía ir a San Quirico, un pueblecito pequeño en la montaña, y había conocido a monseñor Escrivá y su hermana Carmen en alguna ocasión.

Yo deseaba que María Josefa Planell fuera numeraria, pero la directora me dijo que, por cuestión de salud, no podría serlo, pero que seguramente, andando el tiempo, sería oblata del Opus Dei. El término de "oblato" lo había aprendido en el "Catecismo" del Opus Dei como una de las clases de miembros de la Obra, pero no tenía ideas claras de cómo eran estos miembros en la vida práctica, diaria. Creo que finalmente pidió la admisión como oblata, pero no estoy segura de ello porque yo salí de Barcelona al poco tiempo. Sí sé, desgraciadamente, que hace pocos años, posiblemente producto de una depresión, se suicidó. La verdad es que la noticia me impresionó profundamente.

En aquella época de 1951, Barcelona y en realidad Cataluña, tenía la quemazón política de que Franco no permitía que el catalán se considerase como idioma oficial. Pero esto no era óbice para que se hablase catalán entre los miembros de la propia familia y especialmente en los pueblos o con el servicio. El punto era que el catalán no era idioma reconocido en España sino dialecto. Claro que, incluso hoy día que Franco murió hace tantos años y que el catalán está reconocido como idioma, es aún un punto que origina fácilmente querellas entre catalanes y no catalanes. Como a mí siempre me encantaron los idiomas, yo trataba de aprender cuanto podía de catalán. Me encantaba acompañar a las que iban a hacer la compra al mercado grande de Barcelona y volver a la casa con una serie de palabras más, aprendidas de las vendedoras, para enriquecer mi vocabulario. Roger Torrens era la que me corregía y se entusiasmaba de que me gustase el catalán.

Al hablar de los primeros tiempos del Opus Dei en Barcelona, hacia el año 1940, se hablaba del "Palau", nombre que a propósito dieron pomposamente a un pequeño piso que tenían los varones, los pocos que había entonces. Hasta oídos de la sección de mujeres llegaron las anécdotas sucedidas en aquel "Palau".

Pero hablando de estos primeros tiempos dejaban siempre ver, lo mismo las superioras que los sacerdotes del Opus Dei, que monseñor Escrivá sufrió mucho en Barcelona porque había habido ataques oficiales contra el entonces naciente Opus Dei y que uno de los más escépticos era el abad de Montserrat, en aquella época reverendo José María Escarré. Aunque en las biografías oficiales del Opus Dei sobre Escrivá no mencionan de modo claro que fueran los jesuitas también quienes más atacaron, dentro de las casas de la Obra, de una manera u otra, nos lo dejaban saber que habían sido ellos.

Me enteré igualmente en Barcelona de que, por toda la "contradicción" sufrida en esta ciudad, había dicho monseñor Escrivá que no regresaría a Barcelona en muchos años hasta que esta ciudad lo recibiera como se merecía. Éste era una especie dc punto negro que nunca conseguí esclarecer durante mi estancia en Barcelona: qué era lo que exactamente había ocurrido. Hablaban también, y esto muy casi en secreto, de que el Padre en su viaje a Roma embarcó en junio del 1946 en el "J. J. Sister" y que "el diablo casi lo hizo naufragar porque no quería que fuera a Roma". Pero como digo, todo esto muy en tono confidencial. Personalmente me llamó la atención el que monseñor Escrivá viajase a Génova en ese barco porque precisamente en él mi padre hizo el trayecto contrario, Génova-Barcelona a renglón seguido de que monseñor Escrivá llegase a Génova. Yo había ido a Barcelona con mi madre y mi hermano el pequeño a esperar a mi padre y precisamente había tomado una fotografía del barco. Cuando yo no era ya del Opus Dei le pregunté a mi padre sobre "la terrible borrasca" del "J.J Sister" en el viaje a Génova anterior a su regreso y mi padre me dijo que no se había mencionado como algo "extraordinario", sino como la cosa más ordinaria en esa época del año.

Y de hecho, oficialmente, monseñor Escrivá regresó a Barcelona en 1964 cuando el Ayuntamiento de Barcelona, cuyo alcalde era muy adicto al Opus Dei, lo nombró "hijo adoptivo de Barcelona".

En las tertulias se cantaban canciones catalanas, que suelen ser muy lindas y había muchas personas que se empeñaban en hacerme aprender la sardana, el baile regional, pero ahí se estrellaron conmigo porque los bailes folklóricos no han sido nunca mi pasión dominante.

Aunque en Barcelona la vida en la administración era amable, el plan de vida era tan rígido como en cualquier otra casa y esas costumbres de que no teníamos tiempo para leer o de que la lectura del periódico no se hacía, eran idénticas a las casas anteriores donde había vivido.

Se hablaba de que en Barcelona como apostolado futuro del Opus Dei, abrirían las mujeres una Escuela de Arte y Hogar, donde se impartirían clases de cocina, artesanía, pintura, etc., a muchachas que no fueran universitarias pero, donde principalmente pudieran venirnos a visitar, también participando en muchas de esas clases, señoras. Había mucho interés en el Opus Dei por Barcelona, porque era una ciudad con medios económicos fuertes que podría contribuir al desarrollo de las futuras labores de la Obra.

Durante mi estancia en Barcelona pude comprobar una vez más que nuestra vida, la vida de una numeraria, nada tenía que ver con el apostolado entre la gente pobre, aunque se recomendaba a las muchachas de san Rafael que hicieran, generalmente los sábados, una visita a los pobres. Cuando alguna vez hablaba con la directora sobre este apostolado con personas pobres, dijeron que de eso se encargaban otras congregaciones religiosas, pero que "lo nuestro" era hacer el apostolado "entre los intelectuales", es decir, los dirigentes dc la sociedad. Y esto se lo oí decir años más tarde directamente a monseñor Escrivá, aunque recomendaba que las chicas que venían por nuestras casas hicieran, sin embargo, visitas a los pobres, acompañadas por alguna vocación joven de la Obra, para así acercarse al Opus Dei. Es decir, las visitas a los pobres era una ocasión más de hacer proselitismo con las muchachas que venían por nuestras casas, más que un genuino apostolado con estas personas necesitadas de nuestra sociedad.

Por otra parte en más de una ocasión repetí en mi confidencia a la directora que este no estar en verdadero contacto con las cosas que sucedían en la ciudad, en la nación, este no leer ni siquiera el periódico local, nos hacía estar, como hubiera dicho una amiga mía hoy, "dentro de una burbuja", aisladas, sin contacto real con la vida.

Hacia el mes de septiembre me dijeron que dejaría Barcelona porque me habían destinado de "modo permanente" a Bilbao, y a la administración de la residencia de varones "Abando", donde me quedaría definitivamente sin mayores cambios futuros. Me dijeron igualmente que llevaría allí la labor de san Rafael. Concretamente me indicaron que había que "elevar el tono social de las vocaciones de numerarias en esa ciudad porque era muy bajo".

Y como de costumbre en el Opus Dei, cuando a uno le anuncian estos cambios, a los tres días va ya camino del nuevo destino.

Este nuevo cambio de destino, a los pocos meses de estar en Barcelona, fue una pincelada más en el carácter de mi vida en el Opus Dei: tenía que aceptar que nunca más habría ya nada permanente en mi vida. Una frase mía se quedó como un dicho en el Opus Dei y ella era que "uno sabía dónde se levantaba, pero nunca dónde se acostaba". Y era cierto. Desde que llegué a Barcelona, por ejemplo, empecé a preparar los planes para el nuevo curso y me quedé justo a la mitad. Mi estancia en Barcelona me hizo vislumbrar los nuevos miembros supernumerarios y oblatos del Opus Dei, pero sobre todo me hizo ver muy claro que como "definitivo" no habría ya nada en mi vida y me daba cuenta de que enseguida que me habituaba a un lugar, recibía una orden de cambio. Al ser tan diferente nuestra vida como Instituto Secular, de la vida de las religiosas, yo nunca pensé que en este punto de "cambios" era sin embargo casi idéntica a la de ellas. Y éste fue mi nuevo punto de entrega al Opus Dei y hacia el fanatismo de mi vida en la Institución: que estaría dispuesta a cambiar de lugar tantas veces como hiciera falta para el bien de la Obra y para el apostolado sin tener en cuenta mis propios sentimientos.

Estos cambios son un auténtico desapego de todas las personas a quienes se trataba y, repito, que en esto siempre consideré una incongruencia que "para hacer apostolado y proselitismo teníamos que ser amigas auténticas de las personas". No obstante, acepté ciegamente la incongruencia como forma de alcanzar ese "buen espíritu" del Opus Dei que tan "necesario" era para nuestra santidad en medio del mundo.

Me iba de Barcelona, pues, dejando un grupo pequeño, pero muy selecto, de nuevas vocaciones con las que, según la costumbre del Opus Dei, tampoco podría continuar la menor amistad.

La verdad es que las numerarias de Barcelona, excepto una, que era de Bilbao, no me envidiaron mi nuevo destino.


Bilbao: "Abando"

No hay hechos asombrosos durante mi estancia en Bilbao, sino la exposición de la vida de una numeraria del Opus Dei en la administración de una residencia de estudiantes. Relación de un trabajo constante en una vida rutinaria, oscura, escondida y, por supuesto, ajena a las vicisitudes de cualquier cristiano corriente, inmersa únicamente en la vida del Opus Dei y ajena al mundo que nos rodeaba; pendiente solamente de hacer proselitismo con la "elite" de esta ciudad, pero no apostolado con la gente pobre. Todo ello, pasos necesarios para formar en mí aquella numeraria "con buen espíritu", o sea, visto a la distancia, el punto final en la transformación de una mujer con carácter y personalidad como considero era yo, en una pieza más de ese "puzzle" llamado Opus Dei, una fanática que, a semejanza de un títere, se movía a los impulsos del hilo que tiraba de ella.

Cuando yo llegué a la estación de ferrocarril de Bilbao, tomé un taxi y llegué a la administración de la residencia "Abando", bastante cansada, por cierto, después del largo viaje desde Barcelona. No tenía mucha idea de la ciudad, pero me la imaginaba, por lo que me habían contado, muy gris, como efectivamente resultó ser, aunque, en el verano, los días de sol brillante eran angustiosos por la tremenda humedad.

Llegué a la casa y me recibió Dorita Calvo, la directora de la administración. Su sonrisa bondadosa fue una alentadora bienvenida. Luego, en el trato con ella, me llevé muy bien. Era una persona que no imponía su autoridad, pero su conocimiento y dominio como directora era tan claro que uno la seguía a ciegas. Mi trato con ella fue muy normal. Dorita era una persona que se hacía querer. En el trabajo que desempeñé en la administración, siempre me dio confianza, dentro, naturalmente, del espíritu del Opus Dei. Pero, por ejemplo, en la forma de arreglo personal de las numerarias, nos alentaba a que, si queríamos, nos cortásemos el pelo, cosa que Rosario Orbegozo, la directora central, cuando una vez me cortaron el pelo en "Los Rosales", me puso de vuelta y media.

Estaba de subdirectora Mercedes Morado y de secretaria, Tere Morán. Se esperaba mi llegada para que Dorita y Tere pudieran hacer el curso anual, curso que se celebraba ahí mismo, en la residencia "Abando" y en la parte dedicada a los varones, aprovechando que la casa estaba vacía, porque los estudiantes estaban de vacaciones y los numerarios del consejo local hacían su curso anual fuera de Bilbao.

O sea, que nos quedamos solamente en la administración por tres semanas: Mercedes Morado como directora, Loli Mouriz, hermana de Anina, que también hizo el curso de formación conmigo en "Los Rosales" y yo.

Este curso anual en "Abando" lo hacían las numerarias que formaban parte de la Asesoría Central y Regional y algunas directoras de las casas de mujeres del Opus Dei, las cuales, en esa época, septiembre de 1951, eran solamente administraciones, y de la residencia de "Zurbarán" en Madrid. En el Opus Dei hay un sentido jerárquico militar. Con ello quiero decir que un curso anual de formación, unos ejercicios espirituales, etc., están organizados de forma que las numerarias que participan sean homogéneas, es decir, curso de directoras, curso para superioras mayores, cursos para vocaciones recientes, etc., etc., y se evita la "mezcla" a toda costa.

Monseñor Escrivá, en los primeros tiempos del Opus Dei y en sus visitas a Bilbao, se quedó prendado de la casa, de las costumbres, del estilo y de la elegancia de la señora Carito Mac Mahon. Tanto así que procuró copiar para el Opus Dei ese estilo: desde los uniformes de las sirvientas, hasta la forma de servir la mesa.

En la administración, Loli Mouriz se ocupaba de la cocina y a mí me encargaron de la ropa, limpieza y office. Como digo, a Loli Mouriz la conocía porque hicimos el curso de "Los Rosales" juntas. Dentro del Opus Dei, las Mouriz -eran varias hermanas numerarias- tenían fama de ser muy peculiares, si por esta palabra se entiende tener una personalidad definida. Expliqué anteriormente mi impresión sobre Anina. Con Loli, que estaba en Bilbao, siempre me llevé bien. Acepté su carácter fuerte, como ella sabía también que era el mío, pero ambas nos domeñábamos por adquirir el espíritu del Opus Dei. Con Loli, mis conversaciones eran sobre el trabajo, puesto que ella estaba en la cocina y yo en el office, y ambas éramos muy respetuosas en la forma que cada una desempeñaba su trabajo. Loli era más joven que yo, como su hermana Anina, muy bien educada y cultivada. Había leído bastante. Era muy sensible a los detalles. Pero, sobre todo, tanto Anina como Loli eran francas y directas, y simplemente mirándolas a los ojos se sabía lo que pensaban, lo cual, para mi manera de ser, era muy agradable porque por carácter soy directa y todo lo que es esquivo me repele. En resumen, la convivencia con ella no me fue difícil en absoluto.

Por el contrario, Mercedes Morado, la subdirectora de la administración, que hacía las veces de directora esas semanas, no era una persona directa. Siempre parecía que estaba esperando el error de uno para corregírselo, no con cariño, sino con sentido disciplinario. Yo la conocía, no solamente de "Zurbarán", cuando hizo los mismos ejercicios espirituales que yo y pidió en ellos su admisión como numeraria, sino también de cuando yo trabajaba en el Consejo de Investigaciones Científicas con el doctor Panikkar, ya que ella iba a menudo a hablar con él cuando aún estudiaba la carrera de Filosofía, en la rama de Pedagogía. Y, yendo aún más allá, yo conocía también a Mercedes de Segovia, porque su familia conocía a la mía. Curiosamente, verla de directora me alegró, y pensé que todo iría bien, puesto que ambas estábamos dentro del mismo "espíritu". Mercedes había hecho el curso de formación de "Los Rosales", el último que, como centro de estudios, se celebró en el verano. Durante las semanas que Mercedes Morado hizo las veces de directora en la administración de "Abando", me di cuenta de que era muy rígida. Por ejemplo, si pasaba yo un día sin hacer una corrección fraterna a Loli o a ella, ella misma me hacía la corrección fraterna a mí por mi falta de sensibilidad en no haberme dado cuenta de tal o cual pequeño detalle. Resultaba agobiante, puesto que siempre se nos dijo en las clases que la corrección fraterna había que hacerla para corregir algún error en la conducta o en el espíritu, que nos llamara la atención, pero que no consistía en tener espíritu policíaco y "buscar" los motivos más nimios para ser corregidos. Siempre me dio la impresión, y quizá sea esto una acepción personal mía, de que Mercedes Morado sentía frente a mí una especie de complejo social, quizá motivado por niveles sociales diferentes. Elia sabía que mi familia era socialmente conocida en España, como yo conocía que la suya no lo era. Y esto, que no tiene en sí la menor importancia, le creaba, indiscutiblemente, una tensión sutil en este campo. Y siempre me dio la impresión de que usaba la jerarquía como directora para evitar que yo me saltara ningún escalón. Mi trato con Mercedes era estrictamente protocolario, ya que ella no daba pie para otra cosa: se mostraba habitualmente con una cierta reserva que uno no sabía exactamente qué era lo que pensaba por dentro. Por otra parte su trato hacia mí era correcto, pero siempre estableciendo, como dije, la distancia jerárquica de que ella era la directora.

Al cabo de los años y según relataré a su debido tiempo, Mercedes Morado fue nombrada directora de la Asesoría Central, y me encontré con ella en Roma, durante mi última etapa en el Opus Dei.

El horario en la casa se vivía a rajatabla. Entre nosotras tres no había conversación de tipo alguno durante el día, a excepción de la media hora que duraba el almuerzo o la cena y la media hora de tertulia. Del resto, cada una tenía su pequeña parcela que atender en la administración e incluso, físicamente, trabajábamos en lugares diferentes.

Actuábamos totalmente como administración considerando a la residencia o casa administrada como independiente. Sin embargo, recuerdo un detalle muy cariñoso de María Jesús Hereza, superiora mayor en aquella época, de la que también hablé cuando narré mi estancia en Córdoba. Hacía María Jesús este curso anual y un buen día pasó a la administración para que yo la enseñara a hacer "suizos", esos bollos típicos de la merienda en España. Y, con este motivo, pretexto justificado, indiscutiblemente, estuvo con Loli y conmigo en la cocina, hablándonos y haciéndonos pasar unas horas muy agradables.

Recuerdo, por el contrario, un detalle, negativo a mi entender, de María Teresa Arnau, directora regional de la Asesoría de España: un día, mientras yo hacía la limpieza en la casa administrada con las sirvientas, me mandó llamar a su despacho y me dijo que escribiera a "Arbor", la revista del Consejo de Investigaciones Científicas, donde yo había trabajado, para decirles que no me volvieran a mandar más ningún ejemplar de dicha revista, porque mi vida estaba envuelta ahora en otras cosas y no tenía tiempo para leerla. La verdad es que, desde que yo dejé de trabajar en el Consejo de Investigaciones para entrar al Opus Dei, la revista "Arbor" llegaba a la casa donde yo viviera, pero la directora no me la entregaba nunca, simplemente en mi confidencia, me decía que había llegado y me solía enseñar la portada.

Desde que llegué a Bilbao, estuve totalmente concentrada en la limpieza de la casa y en el planchero, como encargada de la ropa, además de atender el office. Como éramos solamente tres en la administración, materialmente no teníamos tiempo ni de respirar. La única salida que hice en varias semanas fue para unirme con las del curso anual e ir con ellas al santuario de la Virgen de Begoña, en las afueras de Bilbao. Por el camino pude echar un vistazo a la ciudad, que personalmente no me gustó: era una ciudad muy gris, con razón llamada "el bocho", porque es un auténtico hoyo. Cubierta de humo de los altos hornos y con un calor húmedo en verano, muy desagradable. Además, en aquella época, no existía aún el DDT y las pulgas eran frecuentes por limpias que se tuvieran las casas.

Cuando terminó el curso anual de estas numerarias, Dorita regresó a la administración como directora, Mercedes como subdirectora y Tere de secretaria. Tere era una persona muy delicada. Tratar con ella era de lo más agradable y siempre procuraba, con su ayuda, hacerle a uno la vida fácil.

Nuestra rutina en la administración de "Abando" seguía el ritmo del ascetismo clásico en el Opus Dei. No teníamos distracción de tipo alguno y, por supuesto, tampoco se leía el periódico ni ningún libro ajeno al de la lectura espiritual, que cada una tenía designado. Se solía salir muy poco. Exclusivamente, Tere, que estaba encargada de hacer las compras, era quien salía a diario, pero las demás sólo salíamos algunas veces con las sirvientas a dar un paseo hasta Las Arenas o Algorta; más que un paseo, era una excursión por la distancia a recorrer a pie y esto sucedía cada mes o mes y medio; pero, naturalmente, servía para tomar el aire.

Las sirvientas que teníamos no eran del Opus Dei y ellas sí salían los domingos por la tarde y también, algunas veces, un día entre semana, si es que tenían que comprarse algo.

La casa de la administración de "Abando" era bonita y agradable. Estaba puesta con gusto. Nos dijeron que la había decorado don Pedro Casciaro, el sacerdote numerario del Opus Dei que, en esa época, estaba ya de consiliario en México. En la primera planta estaba la salita de visitas y en la segunda el dormitorio-despacho de la directora y las habitaciones de las numerarias, todas individuales, con armario y lavabo. Había solamente un cuarto de baño, lo que hacía que muchas veces, bien Tere o yo, nos alternásemos y usáramos la ducha de las sirvientas para no dedicar más de media hora al arreglo personal y poder llegar puntuales a la oración de la mañana en el oratorio.

Las ventanas de los dormitorios de la administración estaban medio condenadas, porque daban a un patio común, donde también daban las ventanas de los residentes.

El oratorio, al ser una administración, era de celosía. El tamaño era bueno, pero, por supuesto, se guardaban todas las reglas que a este respecto expliqué hablando de Córdoba: la cortina de terciopelo rojo corrida durante el día, excepto la parte justa para ver el sagrario. Durante la misa se descorría la cortina, pero teníamos las luces en los reclinatorios para poder leer el misal sin ser vistas por la residencia. La comunión la recibíamos por la ventanita que abría la directora en ese momento, cuya llave guardaba ella celosamente en su despacho.

Una de nosotras, con algunas sirvientas, solíamos alternarnos para ir a misa fuera, a una iglesia pública. De esta forma, mientras los residentes estaban en el oratorio, se podían preparar los desayunos y se permitía el que las otras numerarias oyeran la misa en la casa. Había unas ocho o diez sirvientas, no recuerdo el número exacto. Cada una tenía su habitación ("camarilla" se llaman en el Opus Dei a sus cuartos) individual, con lavabo y armario. Había un cuarto de baño con varias duchas. Estas camarillas estaban en el sótano de la casa.

La cocina, también en el sótano, tenía muy mala ventilación. Era grande, antigua de estilo. Un recodo de la misma es lo que se llamaba el office, desde donde se daban las bandejas a las doncellas que servían el comedor de los residentes. Por supuesto, durante las comidas, el silencio en la administración era total. Se hablaba exactamente lo imprescindible y esto en tono muy bajo.

El planchero estaba formado por dos habitaciones grandes; en la interior había una máquina ancestral de lavar ropa y dos pilas de piedra donde las sirvientas lavaban la ropa a mano. En la habitación de fuera, había dos grandes mesas de plancha, y en ellas, habitualmente planchaban cuatro sirvientas. Aunque las planchas eran de hierro, generalmente, y teníamos allí mismo un hornillo para ellas, había también un par de planchas eléctricas para los lienzos de oratorio y para los trajes de los residentes. Estaban además los casilleros con los números de los residentes. El planchero daba la impresión de claustrofobia. No ya el hecho de que estuviera en el sótano, sino el que los ventanales por donde entraba la única luz directa estaban cerrados casi hasta el techo y además los cristales eran esmerilados. Este ventanal, que daba a un patio rectangular con cuerdas para tender la ropa, sólo se abría parcialmente, cuando dos sirvientas salían a tenderla. Como la mayoría de los días llovía o había un grado de humedad altísimo, teníamos también cuerdas dentro de las dos habitaciones del planchero, donde siempre por la noche, y muchísimas veces durante el día, se dejaba la ropa tendida para que se secara; lo que ambientalmente no daba ningún grado de belleza al lugar.

Mi misión, como encargada de la ropa, consistía en lo siguiente: los lunes, al final de la limpieza, recogíamos las bolsas de ropa sucia de los residentes y se ponían todas en un montón en el planchero. Yo era la única persona que podía abrir cada bolsa y comprobar que cada pieza de ropa sucia coincidiera con el número de la hoja que estaba dentro de la bolsa. A semejanza de lo que narraba en "Los Rosales", había igualmente que marcar cada pieza que no estaba marcada, con el número de la bolsa. El número de residentes no bajaba de sesenta.

Habitualmente había unas seis sirvientas en el planchero: dos lavando y cuatro planchando. Las que planchaban eran las doncellas que servían al comedor y las que también pasaban a la limpieza de la residencia. Mi misión como encargada de la ropa, implicaba, además, el estar a cargo de las sirvientas, tanto en lo material (cuidar que los uniformes fueran impecables, de su aseo personal, etc., etc.) como en su vida espiritual. Como la mayoría de las sirvientas pasaban muchas horas en el planchero, especialmente por las tardes, mi tarea era entretenerlas para hacerles ameno el trabajo. Para ello solíamos cantar unas veces, otras, les contaba cosas de algún país, costumbres de alguna región y también cosas del espíritu de la Obra, como, por ejemplo, el amor a las cosas pequeñas. Diariamente rezaba el Rosario con ellas en el planchero y les hacía también algún comentario del Evangelio o de algún tema espiritual, etc., mientras merendaban. Y, desde luego, mi principal misión era ganarme su confianza, ayudarlas y, especialmente, ver si alguna podía llegar a ser numeraria sirvienta del Opus Dei, ya que estas sirvientas, como dije, no eran de la Obra.

En general, las sirvientas en las casas del Opus Dei llevan para las faenas una bata de color, ordinariamente azul, y un delantal blanco. En aquella época también llevaban unos gorros blancos, cubriéndoles el pelo. Las doncellas que servían la mesa, llevaban uniformes negros con delantales pequeños blancos y cofia blanca, y los días festivos, servían la mesa con guantes blancos. En el planchero iban todas con batas azules y delantales blancos, excepto una que se quedaba con el uniforme negro y era la encargada de abrir la puerta.

Teníamos en el planchero el cuadro de timbres y según el número sabíamos si era la puerta o la directora quien llamaba. Había también telefonillos internos en el cuarto de la directora, en la cocina, en el planchero y en el cuarto de la secretaria.

Mi responsabilidad en el planchero no era planchar, sino hacer que todo funcionara en punto y también repasar la ropa para que no se entregara algo, por ejemplo, faltándole un botón.

Muchísimas horas de mi vida fueron las que pasé en este planchero de "Abando". Los viernes era un día especialmente atareado, ya que tenía yo que distribuir la ropa en los casilleros y comprobar que cada pieza planchada correspondiera al número del respectivo casillero. Si una pieza de ropa no aparecía, era un problema serio, porque había que recontar de nuevo cada pieza en cada casillero hasta que la pieza perdida apareciera. Generalmente, la directora bajaba al planchero los viernes para saber cómo iban las cosas, ya que la lluvia en Bilbao era un soberano azote en lo que a secar la ropa se trataba.

Los sábados por la noche, y mientras los residentes cenaban, entraba yo con dos sirvientas a la residencia y se distribuían las bolsas con la ropa limpia encima de la cama de cada residente, ya que en la hoja que entregaban con la ropa sucia indicaban también la habitación.

Personalmente, me dediqué en cuerpo y alma a esta labor y ofrecía todo mi esfuerzo y repugnancia muchas veces a Dios.

Un detalle curioso que me costaba en Bilbao era el dar cera a los pisos. Todos los suelos de la residencia y de la casa administrada eran de parquet, y, además de la cera ordinaria, había que dar la cera llamada "de palo". Esto era un palo terminado en forma de horquilla, que aprisionaba un pedazo de cera dura. Este palo había que moverlo en la dirección de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, siguiendo la raya de la madera. No había máquinas eléctricas de sacar brillo al piso y con unos cepillos que se ataban con correas a los pies y luego con bayetas de fieltro en cada pie, había que "brochar" y "bailar" la cera. Era un trabajo brutal del que acababa uno medio muerto. Esta forma de sacar brillo al suelo, trajo, al cabo de los años, el que muchas numerarias desarrollaran problemas de matriz que acababan en operación, generalmente, como fue mi caso también. Se tuviera o no el período había que brochar igual y, por supuesto, había que ir a la cabeza de las sirvientas para darles ejemplo.

Al poco tiempo de estar en Bilbao nos dijeron que se abriría un colegio para niños en Las Arenas, llamado "Gaztelueta", pero que esto "sería una excepción en el Opus Dei porque nuestra misión no era llevar colegios a la manera de los religiosos", había dicho monseñor Escrivá. Sabíamos que don Antonio Pérez, como secretario general del Opus Dei, era la persona que más se había ocupado de esta labor.


"Gaztelueta"

Como la apertura del colegio parecía inmediata y los numerarios del consejo local de "Gaztelueta" vivirían en la casa antes de Navidad, nos dijeron las superioras en Madrid que se abriría también una administración en "Gaztelueta", desde la que no se haría absolutamente ninguna labor externa. Nombraron de directora a Mercedes Morado, de subdirectora a María Ampuero, con cuya hermana María Paz, yo había estudiado en la Escuela de Comercio, y de secretaria iba Pina Revilla. Tanto María Ampuero como Pina habían venido a vivir a "Abando" unas semanas antes. Con este motivo, se rehizo el consejo local de la administración de "Abando". Dorita Calvo siguió de directora, Tere de subdirectora y a mí me nombraron secretaria de ese consejo local. Loli Mouriz siguió también viviendo en "Abando".

Este cambio trajo consigo un cambio también de habitación: la secretaria tenía un cuarto algo mayor que las demás y un "bureau" donde se guardaban todos los libros de contabilidad y también el dinero de la casa. Esta habitación era muy agradable y además estaba junto al oratorio precisamente.

Me dijeron también, sería ya noviembre de 1951, que me haría cargo de lleno de la labor de san Rafael, que temporalmente había llevado María Ampuero. Esto trajo consigo el que las tardes que yo tenía que dar el círculo de san Rafael y quedarme hablando con las muchachas que venían a él, unas veces Pina al principio y luego Tere, me suplían en el planchero.

La labor de san Rafael estaba bien organizada. Existía un fichero con nombres de las chicas que habían venido por la casa y con detalles acerca de su vida, su carácter, etc., además de su dirección y teléfono.

En la administración teníamos teléfono, lo que facilitaba el estar en contacto con estas muchachas. Y de nuevo me vi entre un grupo de chicas muy buenas.

Estando yo en Bilbao, pidió su admisión como numeraria, Begoña Elejalde, que era muy jovencita entonces. Begoña fue, años más tarde, una de las fundadoras de la sección de mujeres del Opus Dei en Venezuela. Estuve precisamente en ese país con ella y además dio la coincidencia de que siempre estuvimos viviendo en la misma casa. Como Begoña era tan joven, yo siempre la animaba mucho a que fuera generosa hasta el final y que procurase hacer proselitismo con sus hermanas. Prácticamente repetía yo a Begoña lo que me dijeron a mí, pero es cierto que procuraba ser muy cariñosa con ella y muy comprensiva, haciéndole su vida interior cuesta abajo para que las cosas no le resultaran tan duras como lo fueron para mí. Begoña era una persona inteligente y muy buena artista. Tenía muy buen gusto y un sentido innato de la decoración. De hecho, en Venezuela llevaba en la Escuela de Arte y Hogar "Etame" las clases de decoración y en las casas del Opus Dei en Caracas dejó huellas de su arte.

Cuando estas muchachas venían a la casa, hablaban conmigo con gran confianza. Me explicaban lo que habían hecho aquellos días y también el ambiente familiar de sus casas que ellas procuraban ir preparando para decirles cuanto antes que querían venirse a vivir al Opus Dei. Está claro que cuando una muchacha escribía la carta a monseñor Escrivá empezaba a vivir, en la medida de lo posible, absolutamente todo el plan de vida de cualquiera de las numerarias que estábamos ya viviendo permanentemente en las casas de la Obra. Por ejemplo, para usar el cilicio y la disciplina, mortificación corporal, aprovechaban el rato que estaban en nuestra casa, ya que hubiera sido una imprudencia que sus familias descubrieran que usaban dicha mortificacion corporal. Otras veces, antes de venir a vivir fijas a la Obra, tenían que dejar resuelto el problema financiero, el cómo iban a aportar a la Obra la cantidad estipulada para los dos primeros años, llamados de formación.

También pidió su admisión como numeraria Mirufa Zuloaga. Con Mirufa se estableció una gran corriente de simpatía recíproca. Tenía mi edad y hablábamos un lenguaje muy común entre las dos. Su forma de vivir, de haber salido, de divertirse era común con la mía. En cierta forma con Mirufa fui más exigente, pero siempre fui cariñosa con todas las que pedían la admisión, porque por experiencia propia sabía lo mucho que se sufría en dejar cosas que, si bien parecen comunes, han formado la trama de la vida de una muchacha joven. La familia de Mirufa eran artistas en su gran mayoría y curiosamente yo conocía a un tío suyo, pintor, porque era muy amigo de mi propia familia. Estas coincidencias parecen tontas, pero en un ambiente de proselitismo en el Opus Dei son muy importantes. Años más tarde Mirufa estuvo en Roma cuando yo vivía allí. Cuando regresó a España se hizo periodista y aún sigue ejerciendo como tal. Colaboró y supongo que sigue haciéndolo aún en la revista "Telva", cuya dirección está confiada a las mujeres del Opus Dei. Tere González fue otra de las muchachas que también pidió la admisión como numeraria en esa época. Tere era el colmo de la bondad: aceptaba todo con gran docilidad y consideraba que cuanto yo le decía era como venido de Dios.

Indiscutiblemente tanto Mirufa Zuloaga, como Begoña Elejalde y Tere me preguntaban cosas de la Obra y del Padre. Yo había asumido ya de tal manera el adoctrinamiento del Opus Dei que les hablaba a estas nuevas vocaciones con la mayor naturalidad de "las primeras", de la "misión que Dios había dado al Padre", de "Molinoviejo", de "la felicidad de entregarlo todo sin recibir nada a cambio", con tal fuerza y entusiasmo que iba prendiendo la llama de este amor al Opus Dei por encima a todos los otros amores, incluidos el debido a los propios padres, con la misma manipulación que hicieron conmigo. Lo curioso del cuento es que cuando uno se ha convertido en un fanático total, ejerce un cierto magnetismo que puede arrastrar incluso a aquellas personas que se consideran con mayor personalidad. Ésta es la terrible fuerza del fanatismo existente en las sectas: la gente de fuera no se explica que una persona pueda "cambiar tanto" en tan poco tiempo. La fe que estas muchachas, y pongo por ejemplo a estas tres, tenían en mí era infinita. Yo me daba cuenta, por otra parte, de mi responsabilidad de ser este "instrumento en manos de Dios a través de su Obra". Así me lo decían las superioras y así lo consideraba yo plenamente.

Las muchachas de Bilbao eran muy diferentes a las de Córdoba. Tan diferentes como las mismas ciudades lo son. Cada una con sus características especiales. La gente de Bilbao tiene fama en España entera de ser personas muy exquisitas. Efectivamente no es que fueran mejores que las muchachas andaluzas, pero sí tenían un sello muy especial. La sociedad bilbaína y la andaluza son dos tipos muy diferentes de sociedades en España, y difícilmente se podría señalar a la una como mejor que la otra. Sencillamente son distintas.

Yo apenas salía a la calle, pero estas muchachas venían casi todos los días por la tarde y un rato más el día del círculo. Cuando ellas llegaban, me avisaban y yo subía a la salita para hablar con unas u otras, como explicaba antes, sobre la vida que hacían, espiritual y material, y los problemas que en aquel entonces pudieran enfrentar. Mi misión era alentarlas para que sobrepasaran esa época de separación de las familias y de cuánto hasta ese momento había sido parte esencial de sus vidas, y se lanzaran dentro del Opus Dei sin la menor duda: con todas las fuerzas de su alma y entusiasmo de sus años jóvenes.

Mi vida en la administración de "Abando", diría en general, fue muy profesional. Por una parte, la directora, Dorita Calvo, era una mujer muy comprensiva, muy educada y muy sencilla. Tenía el carisma de haber pasado los primerísimos años de la Obra en Roma en la casa de monseñor Escrivá. Siempre le pedíamos que nos contara cosas de él y me doy cuenta ahora, al cabo de los años, de que las cosas que Dorita contaba eran más bien anécdotas amenas de la vida de familia en la casa del Opus Dei, pero nada esencialmente relativo a la manera de ser de monseñor Escrivá. Únicamente nos repetía el que "al Padre le gustaban las cosas bien hechas".

Mis confidencias con Dorita Calvo eran muy sinceras, y ella trataba de ayudarme mucho en todo aquello que podría acercarme a Dios. Indiscutiblemente los tres puntos básicos de la confidencia, como apunté en algún lugar anteriormente, eran los de fe, pureza y camino. En mi caso, gracias a Dios, nunca tuve dudas de fe y mi confianza en Dios siempre fue y es infinita; respecto a pureza había que detallar si uno había sentido cualquier impulso sexual del tipo que fuera, detallarlo y explicar cómo se venció; respecto al "camino" o sea la vocación, yo tampoco tuve dudas.

A grandes rasgos, y a título de ejemplo de confidencia, pienso en una de las mías cuando estuve en Bilbao, podría ser ésta:

Usando la agenda -la típica "Luxindex" española que pertenece a una de tantas empresas llevadas por gente del Opus Dei y que en definitiva es el Opus Dei- donde se anotaban celosamente los puntos/fallos para hablar de ellos en la confidencia, yo empezaba a hablarle del cumplimiento de las normas del plan de vida. Por ejemplo, si había sentido pereza al levantarme o me había detenido un instante antes de pegar un brinco de la cama y besar el suelo diciendo "Serviam!"; si la lectura espiritual me servía después como puntos para llevar a mi meditación personal y en qué forma había aplicado esos puntos a mi propia vida; si me había distraído o adormilado en la oración; si había practicado o no la corrección fraterna si había rezado rutinariamente o con sentido las tres partes del Santo Rosario; si en mi mortificación corporal había sido "generosa" (esto quería decir si el cilicio lo había llevado apretado al máximo o no, o si había usado las disciplinas con fuerza o con indulgencia).

A todos estos puntos la directora me hacía ver cómo el "sentir" no era importante, sino el "rechazar" o en caso contrario el "consentir". Los consejos ascéticamente eran sanos y encauzados a formar una voluntad férrea, como una coraza, que alejase sentimientos -"sensiblerías" es la palabra que el Opus Dei usa a mansalva-. Hasta aquí y desde un punto de vista estricto, todo es correcto según un espíritu ascético cristiano. Hasta aquí lo llamaría la parte "A" de la confidencia que, en cierto sentido, era un detallar con mayor amplitud la confesión semanal. La parte "B" que yo llamaría "manipulación" es cuando en la confidencia, y haciendo uso de ella, la directora agregaba que "eso" (relativo a lo ascético) no tenía en sí tanta importancia como lo tenía la forma en la que yo había vivido mi "filiación al Padre". Es decir, cuanto trabajo hubiera hecho, cuanto en mi vida interior hubiera desarrollado, todo, tenía que estar encauzado en función dc monseñor Escrivá. Entre el Opus Dei y monseñor Escrivá no había fronteras, eran lo mismo, puesto que el Padre "engendraba" al Opus Dei. No se nos preguntaba en la confidencia por nuestro amor al Papa, a la Iglesia, a los pobres, sino por nuestro "amor al Padre".

Se nos hacía sentir por él una veneración rayana en el culto puesto que se suponía que desde cuánto uno había rezado hasta cuánto uno se había mortificado, todo, absolutamente todo, tenía que estar orientado hacia "las cosas que llevaba el Padre en la cabeza por encima de cualquier pensamiento personal o de la Iglesia". La frase del Opus Dei de que "nosotros no nos preocupamos, sino que nos ocupamos de las cosas" tenía todo el sentido de que nada, absolutamente nada en nuestras vidas tenía la menor importancia. Sólo el Padre era importante y por consecuencia teníamos que considerar las cosas del Padre por encima de cualquier otra cosa. Debe tenerse en cuenta también el que todas las numerarias debíamos escribir a monseñor Escrivá, al Padre, "al menos" una vez al mes, no hacerlo reflejaba "mal espíritu" o "falta de espíritu de filiación>. Sin embargo, no escribir a nuestras familias en un mes no tenía la menor importancia... La directora -el Opus Dei en esencia- usa el gran instrumento de la confidencia para adoctrinar, aseverar, insistir en tales y tales puntos de la vida de una numeraria, con el objeto de hacerle asumir la doctrina dcl Opus Dei primero, y luego, todo lo que ello lleva consigo. La confidencia, en el Opus Dei, es la forma de control más absoluto de la libertad humana de sus miembros y una forma también muy clara de lavado de cerebro, que, aun sin llamarlo tal y bajo capa de "buen espíritu" o de "formación", se lleva a cabo con todos los miembros del Opus Dei.

En esa época también había que hacer fichas con nombres de personas que pudieran ayudar económicamente a la construcción de las obras de Roma, el Colegio Romano de la Santa Cruz. Esto también era tema de confidencia. Y por supuesto el cómo llevaba uno el proselitismo. En este punto yo le hacía una relación detallada de todas y cuantas muchachas de san Rafael habían hablado conmigo, de sus problemas, de sus confidencias. Y muchas veces la directora me indicaba aquí y allí lo que debía decirles o si tenía que corregir algo que no era correcto sobre el espíritu dc la Obra. Comprendo hoy día que, en estas confidencias, se manoseaban las almas de otras personas, puesto que cosas íntimas que estas muchachas de san Rafael, por ejemplo, me habían dicho en función de que creían en mi amistad, yo, en este caso, las repetía a la directora, a una superiora mayor si preguntaba o a cualquier otra persona que "por cargo" quisiera saber algo acerca de tal o cual muchacha. Y aquí tendría yo que entonar un "mea culpa", puesto que también yo repetí la historia cuando ocupé cargos de gobierno y específicamente en Roma. Es decir, lo más importante en la confidencia era relatar cómo se había vivido el espíritu del Opus Dei y específicamente "el amor al Padre".

He de confesar que cuando yo llegué a manos de Dorita muchas otras personas habían manipulado ya mi conciencia y mi alma. Es decir, estas confidencias en el Opus Dei son el mejor medio de aherrojar la libertad de la conciencia humana y de manipular, como digo, las fibras más íntimas de las personas.

Es interesante recordar aquí que según el derecho canónico los miembros de las instituciones religiosas tienen libertad para abrir su alma confiadamente a sus superiores (Código de Derecho Canónico), pero no hay punto en el código de Derecho Canónico que "obligue y considere un deber", una regla de vida básica, el hablar con el superior. En cambio, en el Opus Dei, el hablar con la directora semanalmente, "la charla fraterna", llamada anteriormente "confidencia", es una norma obligatoria y está marcado -por monseñor Escrivá- que hay que hablar en ella incluso con mayor claridad que con la que pudiera hablarse con el mismo sacerdote en el confesonario.

Para monseñor Escrivá la "confidencia" era mas importante esencialmente que la confesión ("La charla fraterna", Cuadernos-3, 17,, pp. 142).

Mis normas, mi plan de vida, los cumplía lo mejor que sabía. Interiormente en mi oración ofrecía mi trabajo por aquellas almas que trataba, y fue, en resumen, como si mi vida interior se hubiera profundizado, ya que hacer cuanto en el Opus Dei se me indicaba era prueba -según el espíritu de esta institución- de que estaba cumpliendo la voluntad de Dios y, por tanto, Dios estaba contento con uno. En el Opus Dei se cultiva la fe a través de la piedad.

Quiero decir con ello que se cultiva la piedad para que las personas no se formen interrogantes de clase alguna, cuya resolución las llevaría a la fe verdadera. En dos planos: en el Opus Dei se infantiliza a las personas, no se las hace madurar.

Este crear el espíritu infantil, de abandono en manos de los superiores, no es sino un evadir los hechos reales de la vida cotidiana que afronta cualquier fiel cristiano corriente. Me daba cuenta de que le había dado a Dios cuanto me pidió a través del Opus Dei, y que mi entrega al Opus Dei era absoluta, total. Había llegado ese momento en mi vida en que de una manera fría aceptaba lo que fuera sin que ello despertara ningún oleaje en mi vida espiritual. Era un fiel instrumento en las manos de los superiores: era una fanática perfecta y, por tanto, una numeraria sin problemas, dentro del Opus Dei. Por ello tenía la felicidad que puede tenerse en una vida de entrega en la Obra: la persona del Padre, el proselitismo eran lo primero para mí, después del trabajo, naturalmente.

Durante un tiempo las numerarias que iban a "Gaztelueta" vivieron en "Abando", pero las Navidades del año 1951 ya las pasaron en la nueva casa.

Era complicado llegar a la casa de la administración de "Gaztelueta", porque había que dar mucha vuelta y para complemento tenían un timbre que no se oía en parte alguna de la casa. El día de Navidad me dijo Dorita que, para que no estuvieran tan solas las de "Gaztelueta", fuera yo allá a almorzar con ellas.

Fui y creo que por primera vez saqué, desde hacía mucho tiempo, mi genio fuerte: caminando desde Las Arenas me costó trabajo encontrar la entrada a la administración lo primero, y, lo segundo, estuve más de cuarenta minutos llamando al timbre, bajo la lluvia, sin que me oyeran, con lo cual tuve que bajar de nuevo al pueblo y llamarlas por teléfono para que me abrieran la puerta.

Por la tarde, pasaban en esa administración a hacer la limpieza de la casa administrada, del colegio. Aunque no había clases en Navidad, la administración pasaba igualmente a dar una vuelta. La directora de la administración de "Gaztelueta", Mercedes Morado, me dijo que me pusiera una bata blanca y que las acompañara y así podría conocer el colegio de niños, el primero y el "único que el Opus Dei tendría en el mundo", según palabras de monseñor Escrivá.

"Gaztelueta" como colegio empezó a funcionar, como digo, en 1951 y fue el resultado de los esfuerzos hechos por Antonio Pérez Tenessa, en aquella época secretario general del Opus Dei. Le ayudó en la empresa Tomás Alvira, miembro del Opus Dei que había participado activamente en el Instituto Escuela, la proyección educativa de mayor importancia de la Institución Libre de Enseñanza.

Habiendo sido mi primer colegio el Instituto Escuela y yo precisamente de las alumnas que inauguraron el edificio recién construido en la calle de Serrano de Madrid y en el año 1931, no puedo describir apropiadamente mi asombro al visitar aquella tarde con la administración, siendo como era numeraria del Opus Dei, "Gaztelueta". Ante mis ojos veía la copia -una mala copia- incluso en detalles ínfimos, como podría ser la forma de los casilleros de los alumnos en la clase, las mesitas, en vez de pupitres, el número de alumnos en cada clase, etc. A mí me disgustó que se hubieran copiado las cosas materiales del Instituto Escuela para "Gaztelueta", haciendo creer a la gente, por supuesto la esfera social alta de Las Arenas, la "originalidad" del colegio del Opus Dei. Me daba cuenta de que la copia era mala porque se habían omitido cosas esenciales.

De regreso a Bilbao, aquella noche pensaba en el porqué de ese enfado mío al ver "Gaztelueta" como una copia del Instituto Escuela. Y creo ahora, a la distancia de los años, que mi desagrado tan grande era porque para mí el Instituto Escuela tenía un carisma especial: había sido mi primer colegio y todo su sistema era precioso. Cualquier alumna del "Insti", como lo llamábamos, se sentía orgullosa de pertenecer a él. Fue como si una ráfaga de luz me trajera de repente un fantasma de un pasado feliz, muy feliz, de mi niñez. Ante mis ojos veía "Gaztelueta" como algo degradado, sin indicación alguna dcl espíritu que animaba al Instituto Escuela. Era eso: se habían copiado el cascarón, pero no podían captar el espíritu: la libertad que se disfrutaba en el Instituto Escuela, el hecho de que era un colegio mixto, los deportes a gran escala, nada de eso podía vivirse en "Gaztelueta", que en sí era sólo un colegio para niños ricos de Las Arenas, ubicado en un hotelito de una familia conocida, donde incluso en el vestíbulo como decoración había una silla de manos. En la pared y sobre la escalinata de mármol había un gran repostero con el lema del colegio: "Sea vuestro sí, sí; sea vuestro no, no."

En el Instituto Escuela, pensé, el decir la verdad estaba tan imbuido en cualquier alumno que no necesitábamos de reposteros para recordarnos que la verdad era preciosa.

Creo que mi enfado me vino al ver una mala copia, una falsa copia, de algo muy bueno que viví y recordaba siempre.

Al hablar con dedicación especial sobre monseñor Escrivá explicaré con sumo detalle su gran sueño de "transformar para Cristo", haciéndolas suyas las ideas e ideales de la Institución Libre de Enseñanza. Ahora veo, sin lugar a dudas, que ésta ha sido siempre la táctica del Opus Dei bajo la dirección de monseñor Escrivá: copiar y adaptar. Si se ahonda en el pensamiento de monseñor Escrivá, no se encuentran muchas ni grandes ideas originales y, materialmente, su afán de copiarlo todo era notorio. Por ejemplo, en la decoración de las casas del Opus Dei, en la arquitectura de muchas de ellas, incluso en los oratorios, galerías, salas, etc., de la casa central del Opus Dei en Roma, el 99,99 % han sido copias de capillas, palacios, pueblos, muebles de cualquier sitio de Italia que visitaba monseñor Escrivá y se lo hacía copiar a uno de los arquitectos. Incluso cuando veía alguna película en el aula magna, si había algún detalle de decoración o de cualquier cosa que le interesara, no tenía el menor reparo en mandar cortar aquella parte de la película para luego, como negativo, ampliar aquella foto y copiar lo que fuera.

Tras mi visita a "Gaztelueta", hablé con mi directora contándole mi indignado asombro. Dorita no conocía el Instituto Escuela ni tenía la menor idea sobre ese colegio en cuestión. Me dijo por tanto, lo de siempre: que si monseñor Escrivá hacía una cosa era por inspiración divina. Y me dejó muy claro que yo no podía dudar nunca de esta inspiración, ni era quién para juzgar. Como el aceptar este hecho me era casi imposible, lo que hice fue rechazarlo, borrarlo de mi mente, no pensar más en ello.

El sacerdote que teníamos en Bilbao, don Alvaro Calleja, era muy bueno pero muy recién ordenado, y daba la impresión de que nos tenía un poco de miedo a las mujeres, impresión que, por otro lado, es común en los sacerdotes jóvenes recién ordenados del Opus Dei. No obstante, yo hablaba en el confesonario algunas veces, tras mi confesión, de las muchachas de san Rafael, pero en realidad más que una conversación era un monólogo porque él hablaba muy poco. Parecía muy enfermizo y en realidad lo debía de estar porque me enteré de que murió pocos años después.

Hicimos los ejercicios espirituales con don Alvaro Calleja todas las numerarias de "Abando" a primeros del año 1952 y aprovechando las vacaciones de Navidad de los residentes.

Las relaciones con mi familia seguían igual. No había discusiones, pero tampoco mejoras.

En el mes de marzo cumplí mis 27 años, en la administración de "Abando". Pocos días después, a primeros de abril, Rosario de Orbegozo, la directora central, anunció su visita a Bilbao. Todas la esperábamos con gran emoción porque regresaba de Roma y dijo que nos contaría "muchas cosas del Padre".

Efectivamente llegó y antes de la tertulia me mandó llamar a mí, estando Dorita delante. Parecía muy contenta cuando me empezó a hablar y me dijo que una de las cosas que le había dicho monseñor Escrivá era que quería que yo fuera a Roma como secretaria personal suya para los asuntos de la sección femenina en el mundo. Conmigo iría también María Luisa Moreno de Vega, una numeraria que era superiora mayor y que precisamente había trabajado también en el Consejo de Investigaciones Científicas con el secretario general de dicho Consejo, don José María Albareda.

Yo me quedé impresionada, sin reaccionar, tanto así que Rosario me dijo muy seria si es que no quería ir o no me daba cuenta del privilegio que la llamada del Padre suponía.

Le dije que sí, que comprendía el enorme privilegio de ir a trabajar directamente con el Padre a Roma, pero que tenía cierto temor al no saber exactamente cómo era el Padre. A Rosario no le gustó mi reacción y me dijo que parecía boba si no captaba plenamente lo que ir a Roma a trabajar directamente con el Padre significaba.

Rosario me dijo también que, aunque era Cuaresma, época en que no escribíamos ni teníamos relación alguna con nuestras familias, que llamase a mi padre por teléfono para anunciarle mi viaje a Roma y pedirle que me diera un billete Madrid-Barcelona-Roma.

Como puede verse nosotras no dábamos puntada sin hilo. Es decir, no había jamás contacto con nuestras familias que no fuera para pedirles algo: desde un billete a un abrigo, a un vestido, dinero o lo que fuera. Nos decían en el Opus Dei que siempre teníamos que hacer que nuestros padres nos dieran cosas, porque de esta forma se unirían a la Obra. Lo que puede darse uno cuenta clara es que a nuestras familias no se les brindaba ninguna atención, sino que se las usaba, se les manipulaba para "sacarles" algo. Y es curioso, que hoy día he oído también decir a algunas familias con hijos en el Opus Dei, que si les dan cosas a sus hijos, la Obra las consideraría mejor.

Rosario Orbegozo me dijo que María Luisa Moreno de Vega iría por avión, porque era superiora mayor, pero que yo iría por tren con una sirvienta y el baúl que había que llevar a la casa de Roma, con ropas y una serie de cosas que necesitaban.

Me fui al oratorio a darle gracias a Dios por la elección que el Padre había hecho al pedir que fuera yo a Roma para semejante encargo y también le pedí a Dios con toda mi alma que me ayudara porque tenia temor, quizá temor de lo desconocido.

Al día siguiente que Rosario se fue a "Gaztelueta", yo hablé con Dorita y aún recuerdo la pregunta que le hice:

-Dime, Dorita, ¿cómo es el Padre realmente, tú que le conoces?

Ella se echó a reír y me dijo:

-Vivir cerca del Padre es duro porque es muy exigente. -Y siguió-: La que le conoce muy bien es Encarnita Ortega, que es la directora de la casa allí. Por ejemplo: yo vi un día que Encarnita le dijo: "Padre, le ha llegado esta carta." Y junto con la carta Encamita le entregó unas tijeras y un abridor de cartas para que el Padre pudiera escoger lo que prefiriera para abrir aquel correo.

Aquello nunca se me olvidó.

Debí de dejar Bilbao hacia el 8 o 9 de abril, no recuerdo bien, llegando a Madrid al día siguiente a fin de preparar mi visado italiano, ya que mi pasaporte lo tenía al día.

Viendo con la perspectiva de los años aquel momento en que me anunciaron mi marcha a Roma, comprendo que yo era más una numeraria del Opus Dei que una persona corriente. Con esto quiero decir que yo estaba dispuesta a lo que fuera con tal de no ya cumplir la voluntad de Dios, sino "la voluntad del Padre". Esto es una de las cosas que cuando uno se convierte en una fanática del Opus Dei sucede: la voluntad de Dios no cuenta tanto porque lo que cuenta es "la voluntad del Padre", lo que "el Padre dice", lo que al Padre "le da alegría". Es decir, es como si la adoración debida a Dios, al adquirir el "buen espíritu del Opus Dei", se cambiara por "la voluntad de monseñor Escrivá". Es un identificar al Padre como a alguien semejante a Dios. La forma de culto al fundador se imprime de tal manera en las numerarias "con buen espíritu" que sus almas llegan a moldearse y por tanto a formar la esencia de su vida interior de esta manera: lo importante es agradar al Padre porque así se agrada a Dios y no a la inversa. Esta faceta es idéntica en cualquier secta que podamos analizar actualmente, desde la triste tragedia de Guayana, con Jim Jones a la cabeza, hasta la tan discutida de Rajnesh, cuyo líder murió hace algunos años, o la secta del reverendo Moon, por enunciar tres ejemplos extremos.

Y ésta es la tragedia del Opus Dei: que si bien esas sectas, que a modo de ejemplo enuncio, se consideran como islotes en el mundo de las religiones, sin pertenecer a ninguna en panicular, el Opus Dei es, ni más ni menos, tenemos que admitirlo, una secta también, pero nada menos que en el seno de Nuestra Santa Madre, la Iglesia Católica. El hecho de que el Opus Dei haya recibido todas las aprobaciones de la Iglesia: primero como Instituto Secular (2 de febrero de 1947); luego la aprobación a perpetuidad de sus Constituciones como tal Instituto Secular (16 de junio de 1950); y el 29 de noviembre de 1981 el cambio jurídico de Instituto Secular a Prelatura Personal, nada de ello excluye su carácter netamente sectario.

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Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?