Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

El santo fundador del Opus Dei
Índice del libro
Introducción
1. Turbosantidad del fundador
2. Primeros años de vida oscura
3. De Madrid al cielo
4. La segunda República y la guerra civil española
5. A la sombra de la dictadura
6. Cuatro fundaciones
7. El fundador en Roma
8. Intenso crecimiento
9. Último período en la vida del fundador
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EL SANTO FUNDADOR DEL OPUS DEI
Autor: Jesús Infante

CAPÍTULO 9. ÚLTIMO PERÍODO EN LA VIDA DEL FUNDADOR

SI LOS MITOS FUNDADORES DEL Opus Dei consistían en la dedicación al apostolado de las elites y en el desprecio a las demás formas de extender el catolicismo, otro de los mitos más característicos del Opus Dei residía en la personalidad del fundador. Se entiende por mito, además de fábulas o ficciones alegóricas especialmente en materia religiosa, el relato o noticia que desfigura lo que realmente es una persona y le da apariencia de ser más atractiva o más valiosa.

Desde sus orígenes Escrivá exigió fomentar entre los miembros del Opus Dei un verdadero culto idolátrico hacia su persona. [Carta de adhesión a María Angustias Moreno. En Varios Autores, "Escrivá de Balaguer ¿Mito o Santo?" Libertarias-Prodhufi, Madrid, 1992, pp. 267-268.] Pero no se trataba de la discreta y humana admiración que merece el fundador de una orden o congregación religiosa, sino que fue un auténtico culto idolátrico, como si el Opus Dei fuera una secta religiosa en la que se practica la adoración como ídolo del fundador. Se trataba de un culto comparable por su dimensión al de los regímenes políticos fascistas vigentes durante los años cuarenta en Europa. Este culto pagano al fundador se extendió dentro del Opus Dei, alcanzando aspectos extremadamente vituperables para una sedicente organización católica y en donde todo iba a girar alrededor de la figura de Escrivá, considerado como "el Padre" y fundador por antonomasia.

Escrivá había convencido fácilmente a sus seguidores de que era un santo en vida y que Dios le había elegido como instrumento, "aun siendo un gran pecador" como él decía, para la salvación del mundo. Era un hombre, sacerdote por más señas, enviado por Dios que utilizaba su divina influencia para proteger a la Obra de Dios. "Papas y cardenales hay muchos -solía decir-, pero fundador del Opus Dei sólo hay uno."

Ya desde los primeros años de la posguerra española, cuando el Opus Dei tenía poco dinero y se veía obligado a hacer economías en la comida de los miembros numerarios, Escrivá exigía tener a su disposición un lujoso coche para pasearse por Madrid, "igual o mayor que el de los ministro". [Carandell, Luis, "La otra cara del Beato Escrivá, Revista Cambio 16, Madrid, marzo 1992]. Escrivá justificaba las vanidades y grandezas de las que hacía gala pensando que tenía que aparecer como una persona importante porque así se le tendría respeto a su Obra. Él no podía ir, por consiguiente, a un hotel de mala muerte sino a uno lujoso. No podía llevar gemelos baratos sino de oro. Y siempre que hacía ostentación de algo procuraba jugar con la carta sobrenatural porque, si no, no se hubiera encontrado a gusto, y tranquilizaba su conciencia asegurando que lo hacía por el bien de la Obra. [Fisac, Miguel: "Nunca le oí hablar bien de nadie", en Varios Autores, ob. cit., pp. 63-64].

Aunque Escrivá se declaraba el único transmisor de la voluntad divina, en el culto idolátrico al fundador se entremezclaban, sin embargo, la cazurrería pueblerina y un pretendido carisma que se resumía en el axioma que si alguien amaba a Dios tenía que acatar a pies juntillas lo que afirmaba el fundador, llegándose a fundamentar todo dentro del Opus Dei sobre su único y absoluto criterio.

Por parte de los miembros del Opus Dei la entrega a Escrivá resultaba incondicional, no admitía réplica de ninguna clase ni se toleraba la más mínima disidencia, convirtiéndose todos los hombres y mujeres pertenecientes a la Obra en una milicia o cuerpo paramilitar perfectamente disciplinado. [Castillo, J. M., "La anulación del discernimiento", en Varios Autores, ob. cit., p. 136]. Una mujer que perteneció muchos años y ocupó cargos de dirección en la rama femenina del Opus Dei reconoce que cualquiera, por el hecho de ser de la Obra de Dios, siempre estaba en lo cierto. En el Opus Dei se daba la doctrina segura porque nada más ingresar uno ya estaba avalado, apoyado y garantizado por unas personas especialmente selectas, los directores, que poseían dones extraordinarios por estar unidas al Padre y en la Obra todo pasaba por el Padre, porque el Padre no se equivocaba nunca. "Habéis de pasarlo todo por mi cabeza y por mi corazón", afirmaba repetidamente Escrivá. [Moreno, María Angustias, El Opus Dei. Anexo a una historia, Planeta, Barcelona, 1976, p. 61].

La antigua miembro que ocupó cargos de dirección en la rama femenina del Opus Dei también afirma abundando en este sentido que "resulta impresionante la suficiencia espiritual que se vive en la Obra, y que se basa en ese hilo directo, en ese teléfono rojo que une al fundador con Dios. Sin intermediarios. El cielo está empeñado en que se realice la Obra a través de lo que piensa y se propone monseñor Escrivá. Por lo tanto, no hay nada que temer. Como no hay "nada" que dialogar con "nadie": lo quiere Dios y basta. Hay que mirar sólo hacia arriba, hay que desentenderse de toda preocupación, hay que desechar necesidades personales, incluso la necesidad de razonar". [Moreno, María Angustias, ob. cit., p. 61-62].

Cuando los miembros del Opus Dei contaron con la fuerza financiera suficiente se dedicaron a comprar cualquier lugar u objeto que estuviera vinculado con el fundador en cualquiera de las etapas de su vida. Este proceso se inició en vida de Escrivá y estuvo supervisado por él personalmente.

La sencilla casa de pueblo en la calle Mayor de Barbastro donde nació Escrivá fue adquirida, para su derribo, por sus seguidores y sobre sus ruinas se construyó una gran casa señorial con los solares añadidos de "otras varias casas circundantes, de acuerdo con la supuesta importancia de quien allí nació". El resultado, según los miembros del Opus Dei, es "un edificio de prestancia y puro estilo aragonés, en perfecta armonía con el contorno, que está dedicado a centro cultural con capilla y una pequeña residencia, muy cerca de la gran casa solariega en que nacieron los Argensola, los dos célebres poetas aragoneses y en la que nació y vivió también el glorioso general don Antonio Ricardos, conde de Truillas. Un rincón realmente importante: en cosa de pocos metros cuadrados vieron la luz primera los cuatro hijos de Barbastro que más han abrillantado la aureola del nombre de la ciudad". [Diario "La Vanguardia", Barcelona, 25 julio 1972]

También hicieron intento de adquirir la pila de agua bendita de la iglesia catedral de Barbastro, en donde Escrivá fue bautizado; pero ésta había sido destrozada durante la guerra civil, aunque los seguidores de Escrivá lograron reconstituirla en un plano tan sólo para hacer una copia de acuerdo con la original y enviarla a la sede central del Opus Dei en Roma.

En 1971, coincidiendo con las fiestas locales de Barbastro, se inauguró la avenida que lleva el nombre de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, como homenaje al que ya era hijo predilecto desde 1947. En el curso de la inauguración, el consiliario del Opus Dei en España, Florencio Sánchez Bella, pronunció unas palabras en representación del fundador homenajeado: "Barbastro, bien lo sabéis vosotros, es a la vez cuna de monseñor Escrivá de Balaguer y testigo de la historia de su familia. El nombre que dáis a esta avenida pertenece a una estirpe que ha resonado durante siglos por estos lugares, ligada como está por los cuatro costados al viejo reino de Aragón. De la raigambre altoaragonesa de monseñor dan testimonio nobles apellidos, tan mencionados por los historiadores como el propio Escrivá, enraizado en Balaguer desde la Reconquista, Albás y Boyl, Entenza y Zaydín, Blanc, que le pertenece por línea paterna y materna, Falces y Corzán, Bardaxí, Peralta, Azlor, Valón y tantos otros cuyos miembros aparecen una y otra vez a lo largo de los siglos en las vicisitudes históricas de esta ciudad. No nos puede extrañar, pues, el cariño de monseñor Escrivá de Balaguer por su tierra, la tierra de sus mayores, como no nos extraña el cariño que, en unión con él, sienten por esta región personas de tantas razas en todo el mundo". Saltamos así de lo que es local a lo que resulta ya universal y católico. [Patronato de Torreciudad, Hoja de Información, Madrid, octubre 1971].

El lugar donde afirmaba Escrivá que fue a rezar en su infancia, la pequeña ermita de Torreciudad, cerca de Bolturina y no lejos de Barbastro, sufrió grandes trasformaciones. Allí, en el lugar de devoción de los más tiernos años del fundador, el Opus Dei decidió construir un gran santuario. Escrivá había manifestado un ambicioso deseo de levantar tres o cuatro santuarios a la Virgen en distintas partes del mundo [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 398] y, siguiendo los deseos en vida del fundador, los miembros del Opus Dei iniciaron la tarea por su pueblo. Poco importaba que el santuario tradicional y popular de la comarca fuese el de la Virgen del Pueyo, el fundador del Opus Dei decidió que fuera en Bolturina, en la ermita de Torreciudad, porque estaba ligado a su infancia y allí además, según contaba a sus seguidores, había ocurrido un acontecimiento excepcional. Torreciudad significaba el triunfo sobre la enfermedad en las imaginaciones de Escrivá, porque su madre le había llevado en peregrinación a lomos de caballería a la ermita, cuando sólo tenía dos años de edad, para invocar a la Virgen y en señal de agradecimiento para la tan deseada curación de unas alferecías que sufría el fundador del Opus Dei. La alferecía es una enfermedad caracterizada por convulsiones y pérdida del conocimiento, más frecuente en la infancia e identificada con la enfermedad que modernamente se llama epilepsia. [Véase cap. 2. "Primeros años de vida oscura", pp. 37-38].

Tres de los primeros miembros numerarios del Opus Dei pusieron en marcha el proyecto. Las obras para las edificaciones comenzaron en los años sesenta, pero Escrivá no pudo ver acabado el complejo inmobiliario que se terminó de construir en 1976. La primera ceremonia que se celebró en el santuario de Torreciudad fue un funeral solemne por el alma del fundador del Opus Dei. En Torreciudad el Opus Dei ha construido un centro social educativo, un archivo histórico del antiguo reino de Aragón, una hospedería y una escuela familiar agraria, además de una grandiosa basílica, con un coste global superior a los tres mil millones de pesetas. El financiamiento fue con dinero público y con cargo en su mayor parte al presupuesto del Estado franquista.

En el centro del complejo inmobiliario se encuentra la basílica destinada a alojar una Virgen que ya contaba desde hacía siglos con su ermita original. Declarado santuario mariano, los miembros del Opus Dei intentaron trasladar la imagen de la Virgen desde la ermita a la basílica, pero tropezaron con dificultades. El primer paso para su apoderamiento fue emprender la restauración de la talla románica de la Virgen que, según la leyenda, se apareció en el siglo XI a unos leñadores de Bolturina. Existía, sin embargo, un contrato con la diócesis, según el cual la imagen debía permanecer en la ermita antigua y no se podía sacar de ella. Para llevarse la imagen a la nueva basílica, los miembros del Opus Dei buscaron un subterfugio legal, modificando el acuerdo y conviniendo la sociedad inmobiliaria del Opus Dei propietaria de Torreciudad con el obispado de Barbastro que el recinto formado por el nuevo santuario y la ermita antigua fueran considerados como una única unidad eclesial, de tal forma que la imagen podía estar lo mismo en la ermita que en el nuevo santuario. Desde entonces la imagen de la Virgen se encuentra generalmente arriba, en la basílica del Opus Dei, situada en lo alto de la montaña, desde donde se domina el horizonte, y en muy raras ocasiones abajo en la antigua y humilde ermita, como siempre ha deseado la mayoría de los habitantes de Bolturina. Por todo esto, las maniobras en torno a la Virgen de Torreciudad fueron sentidas entre los católicos de la comarca del Somontano como una intromisión y una consecuencia más del cacicazgo religioso que por ser la cuna de Escrivá ejerce el Opus Dei sobre la comarca.

La ambición del Opus Dei consiste en convertir el santuario de Torreciudad en un centro mariano internacional vinculado íntimamente a la historia del Opus Dei. Los detalles no faltan. En la explanada del complejo inmobiliario de Torreciudad se encuentra una de las campanas de bronce de la iglesia madrileña de Nuestra Señora de los Ángeles, junto a la glorieta de Cuatro Caminos, que afirmaba haber escuchado Escrivá una tranquila mañana de otoño, el 2 de octubre de 1928, una fecha mágica en los orígenes del Opus Dei. [Véase cap. 3. "De Madrid al cielo", pp. 53-56]. También existe dentro de la basílica la imagen de un Cristo crucificado que recuerda un momento íntimo en la vida de Escrivá ocurrido, según él, en Madrid el 7 de agosto de 1931. Por otra parte, el altar de azulejos del oratorio de la primera residencia del Opus Dei abierta en la calle Samaniego de Valencia en 1940 fue reconstruido milimétricamente e instalado en la basílica de Torreciudad. Inicialmente, el altar mayor contaba con un retablo de alabastro de 15 metros de altura, copia de estilo plateresco y renacentista, donde aparecían siete escudos nobiliarios que expertos en genealogía afirman que corresponden aproximadamente a los siete apellidos del fundador del Opus Dei.

Se trata, en definitiva, de convertir el complejo inmobiliario de Torreciudad en un lugar "conocido por cristianos de todo el mundo" [Revista "Mundo Cristiano", Madrid, julio 1964] y todo vale para ello. Sin embargo, el Opus Dei no reconoce el culto al fundador como una de sus principales devociones y las causas de la presencia en Torreciudad y alrededores se explican de la siguiente manera: "El amor a Nuestra Señora ha llevado al Opus Dei a hacerse cargo del Santuario para establecer allí una intensa labor espiritual, abierta a personas de todos los países, que dará a Torreciudad un nuevo esplendor." [Revista "Mundo Cristiano", art. cit.] Con esa perspectiva el Opus Dei logró en 1983 que el santuario de Torreciudad fuese incluido en la ruta mariana oficial que une El Pilar de Zaragoza con Lourdes en el sur de Francia.

Otro ejemplo de culto al fundador tuvo lugar en la iglesia de San Cosme en Burgos. Un buen día apareció un equipo de expertos que reprodujo, milímetro por milímetro, un pequeño altar barroco con una imagen de la Virgen Inmaculada con más de doscientos años de antigüedad. La copia exacta iba destinada a Roma para que el fundador pudiera rezar en uno de los oratorios de la casa generalicia, sin hacer grandes esfuerzos de imaginación, como lo hizo en la parroquia de San Cosme mientras estuvo en Burgos durante la guerra civil.

En la mansión alquilada en Madrid, situada en la calle Diego de León esquina a Lagasca, se levantó a partir de los tres pisos iniciales un imponente edificio de ocho plantas, cuando fue adquirida la mansión por el Opus Dei en 1957. La construcción se dio por terminada en 1966 y la curiosidad arquitectónica residía en que el nuevo inmueble se levantó manteniendo en el aire el piso central, con todo el alarde técnico que esto suponía, para conservar la antigua vivienda utilizada por Escrivá y su familia en la primera época del Opus Dei después de la guerra civi1. El inmueble, que sirve de sede central del Opus Dei en España, alberga también en uno de los sótanos, a veinte metros por debajo del nivel de la calle, una cripta en donde se hallan los restos mortales de los padres del fundador del Opus Dei que fueron trasladados en 1969 desde el cementerio de la Almudena de Madrid. En los muros de la cripta, a derecha e izquierda de un altar, se encuentran dos urnas con la inscripción "In Pace" y con los nombres y fechas de nacimiento y defunción de José Escrivá y de Dolores Albás.

Con ocasión de sus primeros viajes a Roma, Escrivá visitó en dos ocasiones Barcelona en 1946 y las dos veces rezó ante la Virgen de la Merced. La segunda vez mandó pintar una Virgen de la Merced con dos fechas, las de sus dos rezos: 21 de junio-21 de octubre de 1946 [Varios Autores, "Escrivá de Balaguer ¿Mito o Santo?", Libertarias-Prodhufi, Madrid, 1992]. El cuadro se encuentra en uno de los oratorias de la sede central del Opus Dei en Roma como recordatorio de las primeras navegaciones de Escrivá por el Mediterráneo.

En la sede española del Opus Dei en Madrid, calle de Diego de León 14, se conservan la rueda del timón y la bitácora con la aguja señalando el "camino" de Roma. Ambos objetos fueron comprados por miembros del Opus Dei, una vez desguazado el vapor correo de más de mil toneladas de la Compañía Transmediterránea, J.J. Sister, que cubría semanalmente la travesía entre Barcelona y Génova, y que transportó al fundador del Opus Dei.

Desde que Escrivá se instaló en Roma, como estaba convencido de su predestinación, instaba a sus seguidores para que fueran apuntando todas las frases que él dijera "porque servirían para la posteridad". Según un antiguo miembro del Opus Dei, "era la preparación personal que empezaba a hacer par ir construyendo su propio altar". [Tapia, María del Carmen, "Tras el umbral", Ediciones B, Barcelona, 1992, p. 192]. También les decía a tiempos: "No hagáis como los jesuitas, que ahora lamentan haber destruido las huellas de San Ignacio. " [Moncada, Alberto, "Historia oral del Opus Dei", Plaza & Janés, Barcelona, 1987, p. 22].

Como otra dimensión más del culto idolátrico al fundador, Escrivá hizo que su familia también fuese sacralizada, difundiendo sus fotos en todas las casas del Opus Dei, lo mismo que ya habían hecho con las suyas. [Badules, Rosario, "Testimonio", en Varios Autores, Escrivá de Balaguer ¿Mito o Santo?, p. 22]. Hubo entonces fotografías de los abuelos y de la tía Carmen, es decir, los padres y la hermana de Escrivá, en todas las casas del Opus Dei. La fotografía de la abuela fue sacada de un retrato al óleo pintado a partir de una foto antigua en la que aparecía la madre de Escrivá con un sencillo vestido negro. En la fotografía la abuela del Opus Dei aparecía con una imagen ventajosa respecto de la que antes tenía, pues el pintor, para darle más categoría, le puso sobre el vestido un cuello de armiño blanco. [Tapia, María del Carmen, ob. cit., p. 463]. Conviene señalar como contraste, que ningún miembro del Opus Dei podía tener en cambio fotografías de su familia natural expuestas de forma visible en las habitaciones personales de las residencias, tan sólo de la familia Escrivá, la que estaba al frente de la familia sobrenatural del Opus Dei. El culto a la persona impuesto por el fundador era cotidiano y, a través de miles de objetos y de detalles, la figura del Padre y de su familia estaba presente en cada rincón de las casas del Opus Dei y en las mentes de sus seguidores.

Los gustos y costumbres de Escrivá se impusieron hasta en los más mínimos detalles. Por ejemplo, el viernes de Dolores antes de la Semana Santa en todas las casas se impuso como costumbre comer unos dulces de espinacas que cuando era niño Escrivá le hacía su madre y que se llamaban crispillos. Así en el aniversario del santo de la abuela del Opus Dei, los viernes de Dolores, ese postre casero pasó a ser la comida principal en todas las casas de la Obra. [Tapia, María del Carmen, ob. cit., p. 464]. Otro de los dulces que se extendió dentro del Opus Dei fueron las tortas de aceite, especialmente de la marca Inés Rosales, porque le gustaban mucho al fundador del Opus Dei.

Fue el propio Escrivá quien le dijo a uno de sus más íntimos colaboradores que pidiera en el Congreso General que el saludo oficial al Padre fuera con la rodilla izquierda en el suelo y besándole la mano. Petición que también se hizo en el Congreso paralelo de la Sección Femenina y que fue recibida con grandes aplausos en su presencia. [Badules, Rosario, "Testimonio", en Varios Autores, Escrivá de Balaguer ¿Mito o Santo? Libertarias-Prodhufi, Madrid, 1992, p. 22].

Durante su larga estancia en Roma, Escrivá no solía ir a reuniones en las que no quedara claro de antemano que él iba a ser la persona más importante. Por eso iba a tan pocas. jamás asistió a los funerales de ningún cardenal ni de ninguna personalidad, eclesiástica o no. Él sólo recibía en casa, se solía argumentar dentro del Opus Dei. [Moreno, María Angustias, El Opus Dei. "Entresijos de un proceso", Libertarias-Prodhufi, Madrid, 1993, p. 63]. Pero una tarde, a finales de los años cuarenta, señala Antonio Pérez, ex dirigente de la Obra, el entonces embajador español en el Vaticano, el democristiano Ruiz Giménez, invitó a Escrivá a una recepción en la embajada española y al llegar le saludó con un sencillo "¿Cómo está usted?". El fundador del Opus Dei dio media vuelta y se marchó. Luego explicó su lugarteniente Álvaro Portillo que aquélla no era manera de tratarle. El embajador Ruiz Giménez le hubiera podido decir Padre a secas o monseñor Escrivá, pero no "padre Escrivá". [Pérez Tenessa, Antonio, "Testimonio", En Moncada, Alberto: "Historia oral del Opus Dei", Plaza &: ]anés, Barcelona, 1987, p. 63].

Cuenta también el ex dirigente del Opus Dei Antonio Pérez, que "Escrivá consideraba que, como fundador del Opus Dei, él tenía, debía tener, ante sus hijos, más carisma, más importancia que obispos, cardenales e incluso papas. Por eso diseñó una curiosa legislación para cuando hubiera personalidades eclesiásticas en la Obra, que se basaba sustancialmente en cancelar la libertad personal que los religiosos logran respecto a sus instituciones cuando llegan a ser obispo u otros cargos en el mundo eclesiástico ordinario. En el Opus, por el contrario, se acentuaba la subordinación al Padre e incluso había una peculiar simbología al respecto. Yo recuerdo una vez en Roma, cuando me encontré en la casa central a Lucho Sánchez Moreno, un peruano numerario, que había trabajado conmigo en la secretaría general y que resultó ser el primer obispo del Opus. Al verle, yo me acerqué a saludarle y muy sinceramente le besé al anillo pastoral. Al Padre aquello le sentó muy mal porque "en casa sólo se le besa la mano al Padre". [Pérez Tenessa, Antonio, "Testimonio", en ob. cit., p. 29].

Pese a desmentidos posteriores, Escrivá tuvo una pasión desmedida por todo lo que significaba lujo y riquezas de este mundo. Las casas del Opus y Dei sobre todo la sede central de Roma en donde vivía Escrivá se llenaron de antigüedades valiosas. Cuando enseñaba el fundador del Opus Dei la biblioteca de la casa central de Roma decía: "Este suelo es de ónice. Con estas piedras se hacen anillos las señoras." [Badules, Rosario, "Testimonio", en Varios Autores, "Escrivá de Balaguer ¿Mito o Santo?, p. 25]. En una puerta de un patio de la sede central de Roma Escrivá marcó sus pies, junto con los de su lugarteniente Álvaro Portillo, en cemento blando como demostración que los miembros del Opus Dei tenían que seguir sus pasos en la vida como señal de la voluntad de Dios.

"Le gustaban los objetos caros, los restaurantes caros y todo de la mejor calidad", confiesa una de las numerarias que estuvo al servicio de Escrivá. Se encaprichaba de las cosas más caras que encontraba a lo largo de sus viajes y los miembros del Opus Dei no tenían más remedio que regalárselas. Tenía sobre todo una debilidad especial por los reposteros, esos paños rectangulares con emblemas heráldicos que mandaba colocar en todos los vestíbulos y pasillos de las casas y centros del Opus Dei. En una ocasión fue a Sevilla y comió en el comedor de la residencia masculina de estudiantes. Como el comedor era muy grande se cerró con dos biombos pertenecientes a una familia aristócrata andaluza. Cuando Escrivá vio los biombos, la numeraria que estaba en la cocina atendiendo su comida oyó como decía: "Estos biombos para Roma". Como la prestataria no pudo regalarlos porque pertenecían al patrimonio de la familia, dio dinero para que se adquirieran otros por lo menos parecidos. [Badules, Rosario, Testimonio, en Varios Autores, ob. cit., p. 25]. Algo parecido ocurrió en Madrid con un tapiz de época. También le gustó y dijo a los miembros del Opus Dei que lo pidieran, pero no pudo obtenerlo porque pertenecía al patrimonio indiviso de una familia. Entonces fueron a un anticuario y le compraron un tapiz parecido que costó un millón de pesetas en los años sesenta. Cuando llegó a Roma mandó colgar el tapiz, llamó a algunos miembros del Opus Dei y les dijo: "Mirad, hijos míos. Estos son los regalos que me hacen mis hijas. Aprended." [Badules, Rosario, Testimonio, en Varios Autores, ob. cit., p. 25].

En una ocasión mandó comprar una gran sopera de plata de orfebrería italiana maravillosa y dijo: "Esta es para la procura, para que cuando vengan los cardenales se queden con la boca abierta y digan ¡ah!". Otra vez quiso una colección de monedas de oro de los tiempos de Carlos III, las llamadas peluconas, que consiguió como habitualmente hacía a través de las supernumerarias ricas del Opus Dei. Lo mismo que una colección de abanicos antiguos que quiso para una vitrina de la casa central de Roma. Otra vez, como quiso joyas, consiguió una esmeralda de gran tamaño "para ponerla en el fondo de la copa de un cáliz y no la viera más que Dios", aunque después estaba expuesta en la sacristía con luces indirectas para que la viera todo el mundo. [Badules, Rosario, Testimonio, en Varios Autores, ob. cit., pp. 25-26].

Por causa de su delicado estado de salud el fundador tenía una dieta especialísima y comía casi siempre solo, aunque eso sí, junto con su lugarteniente Álvaro Portillo y una fiel servidumbre en torno de la mesa durante las comidas. Si le limpió la habitación durante años la misma numeraria sirvienta, la mesa era servida siempre por la misma doncella, otra numeraria sirvienta con cofia, delantal blanco y uniforme negro. Escrivá disponía además alrededor suyo de otras dos numerarias, especialmente cualificadas por sus estudios universitarios, para la elaboración y supervisión de sus comidas y para su ropa, limpieza de habitaciones y preparación de ornamentos sagrados en el oratorio. [Moreno, María Angustias, ob. cit., p. 63]. Estas dos numerarias especialmente seleccionadas preparaban sus comidas con gran delicadeza y le acompañaban también cuando viajaba llevando latas de paté francés y flores para las mesas, además de otras vituallas exquisitas. [Badules, Rosario, "Testimonio", en Varios Autores, Escrivá de Balaguer ¿Mito o Santo? Libertarias-Prodhufi, Madrid, 1992, p. 26]. Los gustos de Escrivá, no obstante, si se resumen en una expresión, correspondían a la actitud que se denomina popularmente en España de nuevo rico.

En Roma, si invitaba a comer a un cardenal, las numerarias sirvientas debían servirle primero a Escrivá, que era de poco comer, pero exigía que la mesa estuviera perfectamente dispuesta e impecablemente servida. También pedía los mayores niveles de calidad culinaria y en cierta ocasión obligó a una cocinera a repetir siete veces una tortilla hasta que estuvo a su gusto. [Revista "Cambio 16", Madrid, 16 marzo 1992, también en Varios Autores, "Escrivá de Balaguer ¿Mito o Santo?", p. 255].

También cuando viajaba Escrivá, había siempre preparado un cajón de naranjas en las casas a las que se sospechaba pudiera llegar por si pedía un zumo. En las casas grandes del Opus Dei tuvieron siempre acondicionada, en la parte más noble de la casa, una "suite" de lujo que permanecía siempre cerrada, esperando que algún día llegase el Padre. [Badules, Rosario, Testimonio, en Varios Autores, ob. cit., p. 26]. Una vez en Lisboa se ilusionó mucho por comer langosta. Curiosamente aquel día sus seguidores no la encontraron en el mercado. El enfado del fundador fue de tal calibre que no quiso probar bocado y se molestó porque sus acompañantes se atrevieron a comer sin problemas. En la fiesta del día de los Reyes, los miembros del Opus Dei le solían poner en el roscón en lugar de las clásicas figuritas de la suerte, monedas de oro llamadas peluconas, sabedores de la enorme satisfacción que le proporcionaba encontrarlas. [Carandell, Luis, "La otra cara del Beato Escrivá", Revista Cambio 16, Madrid, marzo 1992].

"Cuando el Padre venía a España -cuenta una antigua numeraria del Opus Dei- el derroche era increíble, porque cuando se trataba de él no se miraba el dinero para nada porque Padre sólo hay uno" se decía. Conozco a una persona que estuvo a punto de marcharse de la Obra porque en uno de sus viajes la habían tenido durante tres días buscando una merluza de pincho para su comida. Una vez el Padre dijo: "Si fuerais listas y pillas me daríais vino de marca en una jarra de agua, para que yo no lo note". "Para mandarle a Roma he comprado las cosas más caras de Madrid, frutas fuera de época, almendras dulces que sólo había en un sitio determinado." Todo esto se enviaba a Roma para que el Padre lo diera en las tertulias. Otra vez hicieron su primera comunión los sobrinos de Escrivá en Molinoviejo. Aquello se convirtió en una floristería, tales eran los centros de flores que allí había y que, además, no se traían de Segovia, que estaba al lado, sino de Burguiñón, que era la tienda más cara de Madrid. "y en la despensa se hicieron toda clase de pequeños dulces para que los sobrinos pudieran tomar todo aquello que les apeteciera." [Ortiz de las Heras, Blanca, Testimonio, en Varios Autores, ob. cit., p. 75].

En la indumentaria, Escrivá vestía elegantes sotanas de seda mezclada con lana pura, pelo muy repeinado con gomina, sin descuidar los ostentosos gemelos de oro resaltando en blancas camisas con puños y alzacuello almidonados. Escrivá se presentaba como español a machamartillo con el anatema en el bolsillo y los zapatos con mucho brillo.

Según los diversos testimonios recogidos, todas las mañanas en la casa central de Roma la numeraria doncella con cofia entraba en la cámara presidencial mientras monseñor desayunaba y arrodillándose depositaba sobre la mesa una bandeja de plata con la correspondencia importante ya preseleccionada. Si embargo, el máximo refinamiento consistía en que junto a la correspondencia le presentaba unas tijeras y un abridor de cartas para que el Padre pudiera escoger lo que prefiriese aquel día para abrir el correo. [Carandell, Luis, "Vida y milagros de monseñor Escrivá de Balaguer", Deriva, Madrid, 1992, p. 97].

En diferentes ocasiones durante los años sesenta a Escrivá le concedieron en España condecoraciones como las cruces de San Raimundo de Peñafort, de Alfonso X el Sabio, de Isabel la Católica, de Beneficencia y de la Real y muy Distinguida Orden de Carlos III. Cuando el gobierno español, donde estaban presentes miembros militantes del Opus Dei, le concedió la Gran Cruz de Carlos III, sus seguidores en España mandaron labrar en oro la condecoración que debía imponérsele. El fundador la devolvió con cajas destempladas exigiendo que la Gran Cruz fuese de brillantes. [Carandell, Luis, "Vida y milagros de monseñor Escrivá de Balaguer", Deriva, Madrid, 1992, p. 97]. La concesión de condecoraciones y el reconocimiento de su altísima dignidad no tuvo límites por parte de sus seguidores, pero este ensalzamiento con nombres y alabanzas hacia Escrivá no fue privativo de los miembros del Opus Dei, sino también de amplias capas de la sociedad española durante la dictadura de Franco.

Como cualquier déspota ejerciendo un mando supremo, Escrivá también sufría ataques intempestivos de mal humor y de cólera que no disimulaba. En los comienzos de la Obra, cuenta uno de los primeros miembros del Opus Dei, "no había fiesta importante en el Opus que él no aguara, ya fuera Nochebuena o cualquier otra. De pronto se enfadaba, no sabíamos por qué, y se metía en su cuarto dejándonos allí tirados. Eso era algo habitual en él. No sabíamos nunca cómo iba a reaccionar ni nos daba ninguna explicación". [Fisac, Miguel, "Nunca le oí hablar bien de nadie", en Varios Autores, ob. cit., p. 61]. A veces era la fruta que no le gustaba o que el plato cocinado tal día no era de su preferencia. Uno de los puntos álgidos de los enfados en la vida cotidiana de Escrivá eran con respecto a la cocina, [Tapia, María del Carmen, ob. cit., p. 194] aunque también la bronca del fundador podía surgir por otras causas como, por ejemplo, la decoración.

En una ocasión memorable, que cuenta Luis Carandell en su biografía sobre Escrivá, el fundador del Opus Dei fue a inaugurar un centro de la Sección Femenina dedicado a escuela de hogar. "Monseñor es hombre muy exigente en materia de gusto en la decoración y cuando entra en una estancia y ve, por ejemplo, un cuadro torcido, su sentido del orden le hace levantarse de la silla donde está sentado y colocar personalmente el cuadro en posición correcta. Aquel día, la decoración del local a cuya inauguración asistía no le debió gustar y comenzó a ponerse de mal humor. Por más que intentaron tranquilizarle, prometiéndole sus hijas que introducían en el local las deseadas modificaciones, Escrivá se fue poniendo cada vez más nervioso y llegó un momento en que se acercó a una puerta y dijo: "Esta moldura es una porquería." Y tomando un extremo de la moldura, tiró de ella y la arrancó de cuajo. Luego hizo lo mismo con otras molduras de la misma puerta y con las de las ventanas más próximas. Las hijas de monseñor comenzaron a agitarse por aquella reacción y para que se vea cuál es la fuerza de atracción que ejerce el Padre dentro de la Obra, se sintieron impulsadas a participar, también ellas, en la destrucción que monseñor estaba llevando a cabo. La escena fue apocalíptica porque -así lo cuentan las veinte o veinticinco personas que había en el local se lanzaron a ultimar la labor de devastación que había iniciado el que todo lo iniciaba en el Opus Dei". [Carandell, Luis, "Vida y milagros de monseñor Escrivá de Balaguer", Deriva, Madrid, 1992, pp. 153-154].

No hay magnificencia en este capítulo descriptivo sobre la intimidad del fundador. Probablemente ningún otro hombre ha gozado como Escrivá de un poder tan ilimitado y arbitrario en la historia contemporánea de la Iglesia católica. Lo que más sorprende en el fundador del Opus Dei, un encumbrado cura de pueblo, ambicioso y cicatero, es la vulgaridad de sus gustos, la escala trivial de sus aficiones y costumbres que supo esconder, combinando astucia con fanfarronería, bajo la pátina de un espíritu preocupado en mostrar sólo refinamientos. De ahí que lo importante también para los miembros del Opus Dei sea ofrecer una imagen de buena educación, buen gusto en el vivir y desenvoltura en el trato, de acuerdo con la pose original del fundador.

Existen innumerables testimonios y documentación abundante que entierran la grandeza de espíritu y las actitudes de refinamiento por parte del fundador. Escrivá ha venido mostrando en vida un comportamiento cotidiano verdaderamente alejado de la tan pretendida santidad, pese a la repetición insistente de las hagiografías oficiales que se han declarado juez y parte en el proceso de turbosantidad del fundador.

De la intimidad del tirano, imponiendo su poder y superioridad en grado extraordinario, cuenta una antigua numeraria y secretaria del fundador que Escrivá hablaba en cierta ocasión por una ventana abierta de par en par, que da a uno de los jardines de la sede central en Roma, con un grupo de miembros numerarios y les decía entre grandes risotadas: "Bebeos el coñac que os he mandado, pero eso sí, no hagáis como ese monseñor Galindo, paisano mío, que calentaba la copa en la bragueta." Su lugarteniente Álvaro Portillo trató de avisar a Escrivá de la proximidad del grupo de mujeres miembros del Opus Dei que había oído todo lo que decía, y, cuando el fundador se dio cuenta, con uno de sus gestos característicos, cerró la ventana de un golpe seco y les dijo: "Hijas mías, Dios os bendiga". [Tapia, María del Carmen, ob. cit., p. 467]. Escrivá llegaba a mostrar en ocasiones doble personalidad: por un lado se presentaba como el sacerdote perfecto, con un aspecto exterior de limpieza ejemplar, y también aparecía a veces en público con el sucio hábito o condición del que emplea artificios para engañar.

Ante el peligro que representa que una tradición de zascandiles quede asentada permanentemente en la sociedad con la aparición de sedicentes grandes figuras como la de Escrivá, el mundo ultraconservador, tan amante de los mitos, debe tener presente un dicho popular que se refiere al arte de preparar una buena comida: "la mano que levanta la tapadera nunca ha sido la causa del humo que sale del puchero". Y como al fundador del Opus Dei le gustaba repetir la frase castiza "una sola familia, un solo puchero", [Véase cap. 4. "Segunda República y guerra civil española", p. 77. 281] el autor de esta biografía utiliza también la comparación gastronómica hasta las últimas consecuencias, porque en el caso del fundador del Opus Dei el guiso huele a pegado, al quemarse por haberse adherido excesivamente a la olla.


Pareció claro que los miembros del Opus Dei actuaban coordinadament6 en la posguerra española bajo la batuta de Escrivá, formando un aparato político en marcha hacia el Poder. Como fuerza política emergente, en el Opus Dei se dieron cuenta de que, además de con Franco, había que contar, por si acaso, con el pretendiente al trono de España, Juan de Barbón. En la magna operación que significaba la salida política del régimen de Franco, llamada luego "la larga marcha hacia la Monarquía" por el destacado miembro de la Obra López Rodó, los miembros del Opus Dei iban a jugar a dos bandas, o a tres y cuatro bandas, en el billar de la política interior española, según sus intereses y la oportunidad del momento.

Después de promulgada la Ley de Sucesión en 1947, convirtiendo a España en un reino, el dictador Franco había iniciado una estrategia política cuya meta era la educación del príncipe Juan Carlos de Borbón. Así la batalla personal de Franco contra el heredero del ex rey Alfonso XIII, el pretendiente al trono Juan de Borbón, escondía una segunda operación: el afianzamiento de su hijo Juan Carlos en su sucesión, para lo cual contaba con el apoyo tanto del gobierno de Madrid como del contragobierno formado en Estoril, actuando los miembros del Opus Dei como bisagra entre ambos. Por ello se tomó una decisión cuasi salomónica sobre la educación del príncipe Juan Carlos, que se realizaría en España bajo la dictadura, pero con las personas que designara su padre Juan de Borbón. El Opus Dei, que estaba al quite, consiguió que en el equipo de educadores del príncipe entraran varios miembros numerarios de la Obra. Escrivá era un franquista convencido pero se declaraba también monárquico y estaba a favor de que después de Franco continuara la dictadura y lo mejor para ello era que reinara en España un Borbón. A finales de los años sesenta el fundador del Opus Dei decidió pues hacerse con un título nobiliario como si fuera su preparación personal para la monarquía que se avecinaba.

También desde 1947, cuando Franco volvió a convertir a España en reino, reaparecieron socialmente y existieron legalmente los títulos nobiliarios. Desde entonces, raro fue el día que no apareció en el Boletín Oficial del Estado alguna noticia de sucesiones o rehabilitaciones nobiliarias, sólo leídas por los allegados a las personas interesadas y los escasos expertos en ciencias genealógicas existentes en España. Aunque el 25 de enero de 1968 el Boletín Oficial del Estado publicaba en la página 1.088 una solicitud de rehabilitación nobiliaria que alborozaba a algunos miles de españoles. Decía lo siguiente: "Ministerio de Justicia: Don Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás ha solicitado la rehabilitación del título de marqués, concedido el 12 de febrero de 1718 por el archiduque Carlos de Austria a don Tomás de Peralta, eligiendo en la gracia ahora interesada la denominación de marqués de Peralta, y en cumplimiento de lo dispuesto en el artículo cuatro del decreto de 4 de julio de 1948, se señala el plazo de tres meses, a partir de la publicación de este edicto, para que puedan solicitar lo conveniente los que se consideren con derecho al referido título. Madrid, 24 de enero de 1968. El subsecretario, Alfredo López". A continuación, y en el mismo boletín, Santiago Escrivá de Balaguer y Albás solicitaba también la rehabilitación de la baronía de San Felipe. Los miles de españoles que se alborozaban con la noticia de semejante desempolvamiento eran, salvo algunos malévolos, miembros del Opus Dei: Josemaría Escrivá era su fundador y primer presidente general y Santiago era el hermano menor de Josemaría.

La fecha parecía especialmente escogida a comienzos del año 1968, cuando las condiciones eran favorables al Opus Dei para rematar definitivamente la operación política de la sucesión de Franco. En el diario llevado por Fraga Iribarne, entonces ministro de Información y testigo en aquella coyuntura, las anotaciones de aquellos días fueron las siguientes: "Nació el primer hijo varón de los príncipes, don Felipe, hoy príncipe de Asturias. Monseñor Escrivá, fundador del Opus Dei, reclamó, con sorpresa general, un título de marqués. Fuerte sequía. Yo con un poco de gripe. Pésimas noticias de Vietnam". [Fraga Iribarne, Manuel: "Memoria breve de una vida pública", Planeta, Barcelona, 1980].

Después de la promulgación por el Vaticano de la ley canónica sobre los Institutos Seculares y la obtención por parte del Opus Dei del "decreto de alabanza" como primer Instituto Secular en febrero de 1947, Escrivá debió sentirse incómodo sin ningún título cuando ya se encontraba al frente de un flamante Instituto Secular y dos meses más tarde, el 22 de abril de 1947, logró ser nombrado prelado doméstico de Su Santidad, cargo honorífico que le daba derecho al tratamiento de monseñor. No obstante, sintió que le faltaba un título nobiliario civil ante la monarquía que se avecinaba. Escrivá solicitó por ello en Madrid la rehabilitación del marquesado de peralta, título nobiliario que le fue concedido el 3 de agosto de 1968, seis meses después de haber realizado la solicitud. Así, el fundador del Opus Dei que era desde 1947 "noble"por la Iglesia, también pasó a serlo por el Estado español: monseñor se había hecho también marqués.

Desde hacía años Escrivá quería conseguir un título nobiliario. Primero lo intentó por el conducto pontificio, sin que le fuera factible, a pesar de que la operación estuvo muy bien pensada. Se trataba de pedir conjuntamente uno para él y simultáneamente otros dos miembros españoles adinerados del Opus Dei pedirían otros dos títulos nobiliarios pontificios con el dinero suficiente para cubrir los gastos de los tres y así "no gravar a la Obra". El Vaticano dejó por entonces de conceder títulos nobiliarios, por lo que el intento prosiguió en España por la vía civil, que resultaba más asequible dadas las influencias y medios con que contaba el Opus Dei en España. [Moreno, María Angustias, "El Opus Dei. Entresijos de un proceso", Libertarias-Prodhufi, Madrid, 1992, p. 254]. Entre las personas que habían intervenido en la consecución del marquesado de Peralta figuraba en primer lugar Álvaro Portillo, lugarteniente de Escrivá y secretario general del Opus Dei con residencia en Roma, encargado de acumular pruebas sobre la santidad y los orígenes aristocráticos del fundador. En Roma, Escrivá en sus obsesiones aristocráticas ensalzaba a su lugarteniente Álvaro Portillo diciendo en voz alta y con frecuencia.: "¡Álvaro del Portillo! ¡Grande de España no sé cuantas veces! ". [Ynfante, Jesús, "Opus Dei", Grijalbo-Mondadori, Barcelona, 1996, p. 454]. Portillo se presentaba como una pálida copia, un "alter ego" discreto, sin la brillantez y facundia que desplegaba Escrivá. Luego, en Madrid, otra de las personas que intervino en la obtención del título nobiliario fue Alfredo López, miembro supernumerario del Opus Dei, que se encargó como subsecretario del Ministerio de justicia de gestionar directamente la concesión del marquesado de Peralta. Y, por último, también intervino un profesional de la rehabilitación, Adolfo Castillo Genzor, de Zaragoza. De uno a tres millones de pesetas solía cobrar por cada servicio, pero el de Escrivá, por la publicidad que representaba para él, lo hizo gratis. En 1987, poco antes de su muerte, Castillo Genzor se vio implicado en un escándalo por rehabilitación fraudulenta de títulos nobiliarios. Falsificar títulos resultaba ser una costumbre muy rentable en aquella época y muy extendida en España. [Varios Autores, "Escrivá de Balaguer ¿Mito o Santo?", Libertarias-Prodhufi, Madrid, 1992, p. 254].

La rehabilitación es una autorización para desempolvar un título nobiliario que se halla abandonado, sin que tenga que ser el rehabilitado descendiente directo del noble o ennoblecido que lo poseía. El demandante, sin embargo, tiene que demostrar sólo en teoría algún derecho por parentesco. Es decir, que el título puede ser comprado por otra persona que no tiene nada que ver con el antiguo propietario y ése fue el caso del fundador del Opus Dei.

Escrivá obtuvo el marquesado, pero algunos se preguntaban qué iba a hacer con él. Que su hermano Santiago hubiera pedido la rehabilitación de la baronía de san Felipe parecía excluir la posibilidad de que existiera un compromiso doméstico o familiar que, aprovechando los méritos del fundador del Opus Dei, iría seguido de una cesión a su hermano. El marquesado era en principio para él, para Josemaría Escrivá, a cuyo uso recurrió para satisfacer su tremenda ambición, y para hacer olvidar definitivamente a aquel hijo de un pequeño comerciante arruinado de Barbastro.

Según uno de sus hagiógrafos, el fundador decidió rehabilitar los títulos nobiliarios que pertenecían al tronco familiar, "por piedad filial y por justicia". [Vázquez de Prada, Andrés, "El Fundador del Opus Dei", Rialp, Madrid, 1984, p. 348]. Y según otro de sus hagiógrafos, el título de marqués de Peralta había sido otorgado en 1718 "a un antepasado de su madre". [Gondrand, Francois, "Al paso de Dios", Rialp, Madrid, 1985, p. 251]. Esta vinculación familiar con los antepasados de la madre resultaba obligatoria, porque en la rehabilitación del título nobiliario Escrivá tenía que demostrar algún parentesco con descendientes del primer marqués de Peralta, aunque fuese de forma imaginaria. Era, no obstante, sintomático que la conexión nobiliaria se realizara por parte de la madre y no del padre.

Observadores políticos opinaron entonces que Escrivá pensaba utilizar el título nobiliario para una operación política de envergadura relacionada con la ausencia de estatuto jurídico que sufría el Opus Dei. La operación podía haber consistido en la toma del poder y consiguiente ocupación por parte de los miembros "nobles" del Opus Dei de todos los puestos directivos de la Soberana Orden de Malta. Desde 1964, los altos responsables de la Orden se encontraban extremadamente inquietos por las operaciones de sondeo realizadas por miembros del Opus Dei en Roma y en Madrid. La Soberana Orden Militar de San Juan de Jerusalén, llamada de Malta, sigue siendo la única orden de caballería que existe en el mundo con un estatuto jurídico equivalente al de un Estado en derecho internacional aunque sin territorio, con la facultad de conceder pasaportes diplomáticos a sus miembros y que mantiene al mismo tiempo relaciones diplomáticas con el Vaticano, España, Senegal y algunos otros Estados del mundo.

Resultaba más verosímil, sin embargo, que pensara utilizarlo con la monarquía que se avecinaba en España. El título nobiliario había sido a todas luces bien escogido. El marquesado de Peralta había sido concedido a un partidario del archiduque Carlos de Austria, pero había sido reconocido a su vez por Felipe V, primer rey en España de la dinastía de los Borbones. Así Escrivá no se comprometía ni frente a los partidarios de la familia Borbón, ni frente a los carlistas, sus rivales dinásticos. Con la maniobra que representaba la compra del título, Escrivá se convertía en miembro, aunque advenedizo, de la aristocracia española y entraba a formar parte en plan honorario de la familia política carlista, pues el marqués de Peralta fue uno de los fieles del archiduque Carlos que se enfrentó al primer Borbón de la dinastía durante la guerra de Sucesión. No se olvide, además, que el Opus Dei ya tenía instalada una universidad en Pamplona y contaba con fuerza hegemónica en un tradicional feudo carlista como es Navarra. Con el título nobiliario Escrivá pretendía ganar asimismo la consideración de los monárquicos partidarios de la familia Borbón, bien fueran seguidores de Juan de Borbón o de su hijo el príncipe Juan Carlos. Estaba claro que el marqués de Peralta aspiraba a ser una pieza clave de la monarquía que se preparaba desde 1947, hacía más de veinte años, en España. Las entrevistas del fundador del Opus Dei con el pretendiente-padre en Estoril y con Carlos Hugo, el pretendiente carlista, en mayo de 1967, más los contactos directos que mantenía con el general Franco y con el almirante Carrero Blanco, el verdadero "patrón" del régimen, sin olvidar el control que ejercía en la enseñanza del príncipe Juan Carlos, así parecían confirmarlo.

Podía calcularse en más de un millón de pesetas el coste mínimo de la operación político-nobiliaria del fundador del Opus Dei. A la rehabilitación de un título de marqués, sin grandeza de España, que costaba 175.000 pesetas había que añadirle gastos adicionales como investigaciones heráldicas, certificaciones y actas notariales. En España un millón de pesetas representaba entonces una suma de dinero considerable, aunque este capricho de Escrivá fuera una bagatela para la Obra. Lo extraordinario del caso fue que la operación político-nobiliaria con el marquesado de Peralta les salió gratuita.

El solo hecho de la solicitud para obtener el marquesado causó un verdadero escándalo incluso entre los miembros del Opus Dei, a pesar de los esfuerzos para justificar la decisión. [Albás, Carlos, "Opus Dei o Chapuza del Diablo", Planeta, Barcelona, 1992, p.70.] La concesión del título nobiliario fue tan mal recibida por la opinión pública que hasta la prensa española bajo la censura se ocupó del caso y se hizo eco del escándalo, abundando los comentarios sarcásticos cargados de anticlericalismo a costa del nuevo marqués. La revista satírica "La Codorniz" propuso, por ejemplo, como blasón nobiliario del marquesado, sobre un campo de gules un obispo rampante y la leyenda "piensa como Cristo y vive como Dios". Un sobrino del fundador del Opus Dei , Carlos Albás Domínguez, y otros familiares bromearon sobre tal afán de distinción, comentando humorísticamente: "Marqués de Peralta, ¡una mierda así de alta! ". [Albás, Carlos, "Declaraciones", Diario "El País", Madrid, 11 julio 1991].

La maniobra política y nobiliaria de Escrivá resultó ser un fracaso estruendoso. Según el testimonio de un antiguo miembro del Opus Dei, "todos los socios mayores de la Obra pasamos muy malos ratos tratando de entender, y de explicar más tarde, por qué se había hecho reconocer como marqués de Peralta, con las consiguientes apariciones en el Boletín Oficial [del Estado]. Pero no nos sorprendió en absoluto; porque a nivel interno, le habíamos visto, al mencionar su niñez, subrayar ciertos rasgos de bienestar familiar, dejando siempre en penumbra las conocidas dificultades económicas de sus padres, normales y a mi juicio honrosas. En Barbastro, permitió que se derribase su auténtica casa natal, sustituyéndose por otra, que copia las mansiones nobles del Alto Aragón. Nunca se ha tratado de conservar la entrañable y modesta casa de Martínez Campos, 4, aún intacta, donde vivió con su familia años decisivos. En cambio, puso todo su afecto en el antiguo palacete de Rafal, en Diego de León, 14, en el que instaló un repostero nobiliario en la escalera central. y en la basílica de Torreciudad, en el retablo del altar mayor, figuran siete escudos con sus siete apellidos nobles". [Saralegui, Francisco, "Testimonio", en Moncada, Alberto, "Historia oral del Opus Dei", Plaza & Janés, Barcelona, 1992, p. 127].

En 1970, dos años después de la rehabilitación del título de nobleza, publiqué en París en castellano el libro titulado "La prodigiosa aventura del Opus Dei: génesis y desarrollo de la Santa Mafia", editado en Francia porque no pudo publicarse bajo la dictadura en España. En él, analizaba las repercusiones del nombramiento de marqués para el fundador del Opus Dei en aquella época, y como al parecer eran sus orígenes nobiliario s lo único que le importaba a Escrivá, un antiguo miembro numerario de la Obra señala al respecto que "cuando se publicó el libro de Ynfante, la reacción del padre Escrivá, contenida en un escrito aireado por los superiores, fue contraatacar solamente las afirmaciones del autor sobre la prosapia de sus mayores y proclamar que sus padres eran nobles por los cuatro costados". [Moncada, Alberto, "El Opus Dei, una interpretación", Índice, Madrid, 1974, p. 127]. Uno de los primeros seguidores afirmaría por su parte que Escrivá había adquirido un "terrible complejo" en los años en los que su padre, comerciante de paños, tuvo que abandonar Barbastro tras la quiebra de su negocio. "Sufría mucho cuando al presentarse ante gente de la aristocracia tenía que responder que sus apellidos no eran Escrivá de Romaní, sino Escrivá y Albás. Se desvivía con las marquesas y estaba tan obsesionado con ese problema de sus orígenes que no paró hasta hacerse con el título de marqués de Peralta". [Diario El País, Madrid, 28 julio 1991].

A partir de 1972 comenzaron a afirmar oficiosamente dentro del Opus Dei que Escrivá había pedido el título para agradecer a su familia todo lo que habían hecho por la Obra. [Moreno, María Angustias, ob. cit., p. 61]. La realidad era que no vivían ni sus padres ni su hermana y Escrivá había estado muy preocupado antes de la cesión del título por la actitud irresoluta de su único hermano Santiago. El fundador del Opus Dei hubiera querido que su hermano se casara con una aristócrata española y había movilizado por ello a los directores de la Obra para que le buscasen en Madrid una novia adecuada a sus pretensiones. Supuso una contrariedad enorme para él, hasta provocarle airados enfados, que se enamorara de una maestra de escuela de Zaragoza con la que se casó. Escrivá se negó primero a asistir a su boda y luego consintió en ir a la petición de mano, como persona más indicada puesto que era el mayor de la familia, si le hospedaban en el palacio de Cogullada, igual que al general Franco, pero con la condición de que dicho honor siempre figurara como debido a su gran categoría y nunca como deseado por él. [Moreno, María Angustias, ob. cit., p. 63]. Antes de la boda, su hermano Santiago fue ingresado en la Orden del Santo Sepulcro para que se pudiera casar con el uniforme de caballero. Por aquellas fechas adquirieron también un cuadro para la sede central en Roma con un retrato al óleo de un miembro de esa Orden y llegaron a cambiarle la cara por la de su hermano Santiago, apareciendo así dignamente en un cuadro de época Santiago Escrivá como caballero profeso en la Orden de Caballería del Santo Sepulcro de]erusalén. [Badules, Rosario, Testimonio, en Varios Autores, ob. cit., p. 26].

Escrivá nunca se atrevió a utilizar de forma ostentosa y en público el título nobiliario desempolvado y después de ejercer durante cuatro años como marqués de Peralta, sin airearlo fuera del Opus Dei por el escándalo causado, lo cedió discretamente el 5 de agosto de 1972 a su hermano Santiago, quien había solicitado simultáneamente la rehabilitación de la baronía de san Felipe y no había obtenido respuesta oficial para la concesión de este segundo título nobiliario, por haber quedado paralizado oficialmente el expediente a petición de los interesados. Antes de ceder el marquesado a su hermano, Escrivá lo disfrutó y Vladimir Felzman, sacerdote y primer miembro numerario checo del Opus Dei, que tradujo "Camino" al checo y convivió con el fundador en esa época, recuerda cómo le expresó "su satisfacción cuando descubrió que tenía un pasado aristocrático" y "su regocijo cuando se diseñó su escudo de armas y hablamos de dónde podría colocarse en la casa central". [Felzman, Vladimir, Testimonio, en Varios Autores, ob. cit., p. 253]. Según fuentes internas del Opus Dei, para Escrivá el título de marqués representaba uno de los puntos más altos que podía alcanzar en su culminación personal, sobre todo por haber obtenido la carta de nobleza en la tierra que le vio nacer y a la que tanto amaba.

Respecto a sus enfermedades Escrivá tenía un déficit neurológico congénito y cuando sólo tenía dos años de edad había sufrido, como ya hemos indicado, unas alferecías o ataques de epilepsia, que no es una enfermedad simple sino un desarreglo en el cerebro o en la función que le corresponde. La epilepsia es una patología del sistema nervioso caracterizada por una descarga neuronal descontrolada en una o varias zonas del cerebro. Son las neuronas las causantes de la epilepsia. El cerebro humano cuenta entre sesenta y setenta billones de neuronas que funcionan continuamente regidas por un sistema de autocontrol. Cuando este sistema falla en un punto determinado del cerebro, las neuronas comienzan a actuar con un voltaje y rapidez mayores de lo normal y pueden provocar extrañas sensaciones y parálisis. Y esa especie de cortocircuito neurológico pudo ser la causa de las crisis inesperadas que sorprendieron de manera improvisada a lo largo de su vida a Escrivá y que desembocaron a veces en episodios de éxtasis. En la afección padecida por el fundador del Opus Dei surge una luz en la primera fase; después viene la parálisis del cuerpo, las alucinaciones y al final, la sensación de placer.

Las crisis que padeció de forma irregular Escrivá fueron inoportunas en muchas ocasiones: le afectaban a todo el cuerpo e iban acompañadas de pérdidas de conciencia y alucinaciones, entre otros síntomas. Sin embargo, estos ataques epilépticos sufridos por Escrivá no fueron frecuentes y los años discurrían sin ningún agravamiento. La epilepsia que arrastraba desde su más tierna infancia presentaba unos síntomas que permitieron luego calificada de suave, es decir, un tipo de epilepsia que los expertos denominan crisis de felicidad. Se trata de una epilepsia diferente a la más generalizada, la que se manifiesta con pérdida de conciencia, convulsiones y mordedura de la lengua. En la Grecia clásica se la denominaba enfermedad sagrada, puesto que se le atribuía un origen divino, aunque en la actualidad la padezca de hecho aproximadamente un cinco por mil de la población española. Sin embargo, dentro del Opus Dei creyeron a pies juntillas la leyenda negra en torno a esta patología que podía arrojar, sin duda, alguna luz sobre los repetidos éxtasis divinos de Escrivá, pero que también ofrecía riesgos incalculables si era conocida públicamente porque podía ensombrecer la aureola artificiosa de santidad levantada en torno a su figura junto con el consecuente culto al fundador. Por ello fue uno de los secretos mejor guardados dentro del Opus Dei.

Otro grave padecimiento de Escrivá era una diabetes mellitus, devastadora enfermedad que va avanzando lentamente y que, sin previo aviso, puede aparecer en estado agudo. Esta patología, también llamada diabetes tipo uno, es especialmente angustiosa. Los pacientes tienen que inyectarse insulina todos los días durante el resto de sus vidas e incluso pueden padecer afecciones asociadas como la ceguera. Un diabético que deje de inyectarse insulina a las horas indicadas entra en estado de coma, según la gravedad de su enfermedad, entre los tres y los cuatro días, y pasado un corto espacio de tiempo, según la resistencia física del enfermo, suele sobrevenir la muerte en gran parte de los casos.

Como insulinodependiente para el resto de sus días, Escrivá era un enfermo crónico, aunque sin llegar a tener instalado el dolor en su vida de manera permanente, por lo menos hasta que tuvo cincuenta y dos años. Antes de las comidas, su lugarteniente Álvaro Portillo le inyectaba insulina, pero el 27 de abril de 1954, como consecuencia de una variante en el tipo de medicación con una insulina retardada, tuvo un choque o trastorno con pérdida durante varios minutos del conocimiento; [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 278] es decir, con impresionabilidad exagerada produciéndole desórdenes varios y graves en el organismo. A partir de entonces, le sobrevinieron complicaciones oculares, además de lesiones vasculares y neurológicas periféricas originadas por la diabetes. La situación personal de Escrivá desde el punto de vista de la salud llegó a ser francamente catastrófica. En relación con la diabetes tuvo hemorragias, inflamaciones, jaquecas, neuralgias y postración física. Se le infectaban las heridas, le subía la fiebre y sufría mucho con la sed. A veces tenía que guardar cama, se reponía y volvía a recaer. Le aparecía a veces una infección en la boca y el giro violento de las raíces dentales le obligó un día a ir al dentista, quien hubo de hacerle una extracción con los dedos para evitar una posible y fatal hemorragia, porque los dientes estaban sueltos. [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., pp. 253-254].

Desde 1954, sin embargo, sus más íntimos colaboradores afirmaron que se había curado y que ya no era insulinodependiente porque no necesitaba inyectarse más insulina y también que sus úlceras habían desaparecido. Pero aquello no fue declarado como un milagro, porque lo que había resuelto en apariencia el grave problema de salud era el silencio sepulcral sobre la enfermedad y la decidida actitud por parte de los miembros del Opus Dei para procurarle al Padre la mejor calidad de vida posible. En otras palabras, que la diabetes mellitus de Escrivá prosiguió su devastador camino, pero algunos de los primeros seguidores, entre ellos Jiménez Vargas y su lugarteniente Portillo, establecieron un muro de silencio alrededor suyo, que acabó aislando a Escrivá de su entorno, con menoscabo de su capacidad como dirigente máximo de la organización; aunque, como compensación, la única salida que al parecer encontraron fue lanzarle espectacularmente al estrellato, como santo fundador del Opus Dei.

Como diabético fue afectado por una retinopatía proliferativa con pérdida paulatina de la visión periférica y de la visión nocturna. Con la retina dañada, Escrivá sufría además una nefropatía diabética y hasta úlceras en las piernas. En tales condiciones su trabajo en los últimos tiempos se limitaba a pasear porque ni siquiera podía trabajar algunas horas diarias. No obstante, lo que más de cabeza traía a los médicos eran sus frecuentes depresiones. Aparte de que también padecía diversas manías de tipo obsesivo, Escrivá solía pasarse días enteros encerrado sin querer ver a nadie.

Respecto a sus padecimientos, la actitud de Escrivá era muy clara, como ya solía decir en los comienzos de las actividades del Opus Dei: "En la Obra no nos podemos permitir el lujo de estar enfermos, y suelo pedirle al Señor que me conserve sano hasta media hora antes de morir. Hay mucho que hacer, y necesitamos estar bien, para poder trabajar por Dios. Tenéis, por eso, que cuidaros, para morir viejos, muy viejos, exprimidos como un limón, aceptando desde ahora la Voluntad del Señor". [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 377].

El muro de silencio levantado en torno a las enfermedades de Escrivá surtió efecto y sólo después de su muerte uno de sus hagiógrafos fue autorizado a publicar que había padecido diabetes, aunque para señalar a continuación que se había curado de ella en 1954. [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., pp. 253-254]. Incluso mujeres numerarias del Opus Dei, que llegaron a desempeñar cargos de importancia junto a Escrivá en Roma, nunca tuvieron conocimiento de enfermedades o padecimientos crónicos mientras vivió el fundador. "Sabíamos que el Padre tenía un régimen especial, pero abiertamente no se decía qué tenía", reconoció una de ellas en un libro publicado con su testimonio. [Tapia, María del Carmen, ob. cit., p. 190] Desde fuera del Opus Dei, Luis Carandell, uno de los raros biógrafos de Escrivá, mencionó que "ha habido rumores de que monseñor padecía una enfermedad y aunque esos rumores quedaron parcialmente desmentidos con ocasión de su viaje a España, no se descarta la posibilidad de que esa enfermedad exista. Qué clase de enfermedad sea, no se dice, y toda la cuestión se mueve en el campo de la mera conjetura". [Carandell, Luis, "Vida y milagros de monseñor Escrivá de Balaguer", Deriva, Madrid, 1992,p. 86]. Hasta la crónica del viejo corresponsal del diario ABC en Roma, Eugenio Montes, negaba que Escrivá estuviera enfermo en el día de su fallecimiento: "Monseñor Escrivá de Balaguer no se encontraba enfermo. Al menos, a nadie le había comunicado las menores inquietudes sobre su estado de salud. Pero alguna persona de su círculo íntimo sospecha que él no se sentía completamente bien, aunque, por su intensa espiritualidad, seguía entregado abnegada mente a su misión... ". [Diario ABC, Madrid, 27 junio 1975].

En España se calcula que más de dos millones de personas padecen la diabetes, pero sólo la mitad de ellos lo sabe. Escrivá estaba enterado, pero no hasta los últimos extremos de las dolencias que le aquejaban. Desde finales de 1969 puede afirmarse que la ceguera diabética en Escrivá comenzó a ser inevitable y con ella empezaba la cuenta hacia atrás de la sucesión al fundador en el Opus Dei, pero en vida el mecanismo de la sucesión ya se había puesto en marcha y Escrivá había sido reemplazado de hecho a la cabeza de la organización por Álvaro Portillo, su alter ego, que estaba considerado como el más fiel y destacado de sus seguidores.

Una de las actitudes mantenidas por la cúpula directiva del Opus Dei dirigida por su lugarteniente Álvaro Portillo en la última época en la vida de Escrivá fue la sobreprotección. Ningún dirigente dentro del Opus Dei quería que el enfermo se enterase de la gravedad de su situación y procuraban no hablar del tema delante de Escrivá, pensando que así le evitaban un sufrimiento adicional. Pero estos muros de silencio, que suelen ser habituales dentro del Opus Dei, resultaban ser muy perjudiciales para Escrivá, aunque obedecían a actos de amor de sus seguidores, alejándole cada día más de la realidad política de la organización. Tan sólo sus dos custodios, Álvaro Portillo y Javier Echevarría, junto con algún otro de los miembros numerarios como Juan Jiménez Vargas, conocieron en profundidad los problemas de salud que afectaban al fundador del Opus Dei, pero incluso estos miembros llegaron a negar cualquier dimensión patológica en la personalidad de Escrivá en testimonios posteriores. Sobre todo, cuando al final de su vida el fundador daba muestras evidentes de desequilibrio psíquico y si le invitaban a cenar, entre plato y plato, se ponía a llorar y a besar a todos.

Como los médicos le recomendaron a Escrivá animación y cambio frecuente de aires, empezó a ausentarse cada vez más a menudo de Roma. Durante largas temporadas, especialmente los meses de verano, se alojaba en residencias del Opus Dei cerca del mar o en la montaña. Se hallaba tan delicado de salud que, en ocasiones, un miembro del Opus Dei iba delante de Escrivá con un termómetro tratando de medir la temperatura de las habitaciones para evitar que un mal aire lo hiciera santo antes de la cuenta. [Revista Cambio 16, Madrid, marzo 1992, también en Varios Autores, "Escrivá de Balaguer ¿Mito o Santo?", ob. cit., p. 255]. En los viajes solía ir siempre Escrivá acompañado de un miembro numerario médico que controlaba su salud, además del chófer, que era otro miembro numerario, y de sus dos custodios, Álvaro Portillo y Javier Echevarría. Cuando llegaba la expedición a cualquier casa de la Obra, Escrivá generalmente utilizaba a dos mujeres numerarias y también a dos mujeres auxiliares sirvientas para su servicio directo, que se encargaban además de la casa donde él descansaba siempre. En total, un equipo de ocho personas de ambos sexos, todos miembros militantes de la Obra, para cuidar al fundador del Opus Dei.

A partir de los años setenta Escrivá comienza a recorrer el mundo en lo que él denominaba "correrías apostólicas" y también "campañas de catequesis". El Opus Dei estaba obligado a efectuar un cambio en la estrategia exterior siguiendo las indicaciones del Vaticano. Así, lo que buscaba el Opus Dei con los viajes del fundador era, además de un efecto espectacular de escaparate, cumplir la penitencia impuesta, a modo de correctivo, por el papa Pablo VI y que resultase visible desde la clausura del Concilio Vaticano II, en donde la mayoría del Opus Dei no había estado presente, habiendo brillado el búnker de la Obra por su ausencia. En una de las reuniones multitudinarias, Escrivá dijo con énfasis al respecto: "Ya veis que no exagero cuando digo que la Obra es una gran catequesis. No es otra cosa el Opus Dei." [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 388]. Y en Argentina, el 7 de junio de 1974: "Toda la Obra es una gran catequesis y ¿qué intenta la catequesis? Dar a conocer a Dios, para que se practique la religión verdadera...". [Sastre, Ana, ob. cit., p. 564]. Pero la catequesis o catequismo es un ejercicio sumario de instrucción religiosa y lo catequístico se limita fundamentalmente a preguntas y respuestas, por lo cual resultaba excesivamente simple, aunque quizá era de algún modo complementario de la prolija y férrea actividad apostólica oculta del Opus Dei.

Como ya ha quedado señalado, la convocatoria de masas del Opus Dei no era un objetivo que se había propuesto Escrivá cuando empezó su fundación como organización secreta de elite hacia 1935. Aunque quizá soñara con ello, pues las espectaculares concentraciones de masas también se celebraban entonces con frecuencia como ceremonia de culto a líderes y caudillos en los mejores tiempos del fascismo. [Véase cap. 4. "Segunda República y guerra civil española", pp. 81-85]. Escrivá en sus "correrías apostólicas" imitaba a los grandes líderes de masas con sus recursos escénicos, promocionándose a sí mismo como un político americano y con aquella actividad el fundador del Opus Dei pudo desarrollar una elevada dosis de histrionismo, demostrando ser un actor impresionante en todos los terrenos interpretativos. En efecto, Escrivá impresionaba a sus acompañantes y seguidores cuando aparecía como la persona que se expresaba con la afectación o la exageración propia de un actor teatral, aunque eso sí, de "inspiración divina". En Chile, en el verano de 1974 describe el micrófono que le instalan en el pecho como "un cencerro" y el cable le permite hacer en voz alta la reflexión siguiente: "¿Véis cómo me llevan atado?". [Sastre, Ana, ob. cit., p. 570]. En febrero de 1975, en Venezuela, vuelve a hablar por propia iniciativa de lo mismo en una escena descrita por uno de sus hagiógrafos: "El Padre se iba hacia la derecha, hacia la izquierda, arrastrando consigo el cable del micrófono, que le colgaba del pecho, sin poder adivinar de dónde partiría la próxima andanada. "Padre, soy de Maracaibo...", gritó una voz. "Tú eres de Maracaibo, pero te puedes mover; y yo no soy de Maracaibo y me tienen atado, y no me puedo mover más que hasta aquí." Don Javier Echevarría (su segundo hombre de confianza), en efecto, soltaba o recogía cuerda, según los pasos. La longitud del cordón no le dejaba aventurarse más allá de la tarima, aunque en ciertas ocasiones hubiese querido abrazar a alguno de la concurrencia. [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 471]

En una de las reuniones de Escrivá con miembros del Opus Dei un estudiante venezolano abordó el tema de la diabetes: "Desde niño tengo diabetes y me han dicho que usted también la tuvo". A ello respondió Escrivá: "Yo la tuve durante diez años. Una diabetes morrocotuda". Insiste el estudiante: "Quería darle las gracias a usted y a la Obra porque la enfermedad se ha convertido para mí en un medio de santificación, y no me ha hecho perder la alegría." Respuesta seca y evasiva de Escrivá, a quien no le gustaban los enfermos ni los aceptaba como miembros numerarios en la organización: "De eso tienes que dar las gracias a Dios, no a mí ni a la Obra...". [Sastre, Ana, ob. cit., p. 437].

La procesión iba por dentro y de los cien días en Sudamérica durante el verano de 1974, Escrivá permaneció enfermo más de diez días en Perú guardando cama. En Quito, capital del Ecuador, permaneció entre el 1 y el 10 de agosto sin poder ver a nadie ni llevar a cabo plan alguno. El 15 de agosto se trasladó a Venezuela, había llegado todavía enfermo y como su estado físico empeoró en Caracas, decidieron acortar el largo viaje de catequesis del fundador del Opus Dei. Varios meses más tarde, ante un nuevo viaje al hemisferio sur, pero en Madrid, antes de tomar el avión para Caracas, reconoce que no le apetece nada ir a América. El 15 de febrero de 1975 cae de nuevo gravemente enfermo. Durante la semana que permaneció en Guatemala se redujeron al mínimo las visitas y fueron canceladas las grandes reuniones previstas, porque Escrivá reconoció que le habían abandonado las fuerzas. [Sastre, Ana, ob. cit., pp. 589-590].

En los años sesenta Escrivá repitió varias veces ante miembros de la Obra que había tenido una visión extraordinaria con la fecha de su muerte situándola en el año 1982. Pero iba a morir de repente, de un infarto, mucho antes de la fecha que él había asegurado. Desde que se sentía viejo y enfermo repetía a menudo "cualquier día me voy". Llevaba además en su chochez como reliquia el "lignum vía", un supuesto trozo de la cruz de Cristo, que lucía en el pecho y que deseaba llevasen sus sucesores. Murió el 26 de junio de 1975, en el mismo año y tan sólo unos meses antes de la muerte del dictador Franco. Como no acertó con la fecha de su muerte, se elaboró una versión dentro de la Obra para justificar tal adelanto, porque el Padre no podía equivocarse. La versión consistía en señalar que dada la situación en que se encontraba la Iglesia católica, muy mala en 1975, el fundador había ofrecido su vida por la Iglesia, y por eso la fecha era distinta, porque Dios le había aceptado su sacrificio. [Varios Autores, "Escrivá de Balaguer ¿Mito o Santo?", Libertarias-Prodhufi, Madrid, 1992, pp. 39-40].

El Opus Dei lo había previsto casi todo y ya estaba todo atado y bien atado. Tras su muerte se editaron dos números extraordinarios de "Noticias", una de las revista interna de la Obra, para dar cuenta del fiel cumplimiento de sus prescripciones. Lápida de mármol, tipo de cordones, almohada de terciopelo, quien debía hacerle la mascarilla, el embalsamamiento, el mechón de pelo que debía cortársele, etc. La inscripción en la lápida debía ser, como así fue, una única palabra, "El Padre", de igual forma que la que aparece en los Evangelios y en donde se insiste en que Padre sólo hay uno y es Dios. [Moreno, María Angustias, "El Opus Dei. Creencias y controversias sobre la canonización de Monseñor Escrivá", Libertarias-Prodhufi, Madrid, 1992, pp. 61-62.] Escrivá no necesitaba la muerte porque los hechos ocurridos durante su vida ya se habían convertido en leyenda.. Lo peor, por su parte, fue consentir un culto idolátrico a su persona junto a la búsqueda incesante del poder, la política y el dinero, que llegaron a erigirse como rasgos permanentes y definitorios del Opus Dei.

En definitiva, que por ser una persona de relieve que destacó en sus actividades dentro y fuera de la Iglesia, Escrivá se ha convertido en personalidad destacada del siglo XX, pero que no se puede tomar como ejemplo. El fundador del Opus Dei no pasará a las mejores antologías de santidad de la Iglesia católica, a las que quizá no aspiraba, pero tampoco a las de la turbosantidad que ambicionó. Hasta un miembro del Opus Dei se ha atrevido a señalar que "será santidad rápida y superficial, pero santidad al fin y al cabo". Más criticado que respetado, Escrivá se queda en un remedo de santidad de los tiempos del franquismo y por mucho que cuente con apoyos en el Vaticano si la historia de santidad del fundador no conmueve es que su disciplinada y clerical-autoritaria organización ha fallado para siempre.

Existe una dimensión espectacular en cuestión de centenarios, porque si en los Estados Unidos de América y en todo el mundo occidental ha habido "100 años de magia" con un Walt Disney 1901-2001, España también tiene con el fundador del Opus Dei un Escrivá 1902-2002, aunque sea una celebración que no desata o resuelve dudas históricas. Y como ya existe el parque temático de Torreciudad en Barbastro, provincia de Huesca, para visitar a Escrivá en su centenario, de igual manera participativa reza la publicidad norteamericana cuando asegura que "celebramos contigo cien años de la magia de Disney".

Los mitos son relatos o noticias que desfiguran lo que realmente es una persona y le dan apariencia de ser más valiosa o más atractiva. Como esta biografía completa desmitifica la vida y la obra del fundador, la mítica santidad de Escrivá desfila ante el lector junto a otros muchos episodios de su vida: desde que nació en un pueblo aragonés hasta que falleció en Roma, pasando por el éxtasis de creerse el único enviado divino para reformar la Iglesia católica, siguiendo los criterios del fascismo europeo de los años treinta y cuarenta, especialmente en materia religiosa. .

Para los miembros de la Obra de Dios, sin embargo, nunca hubo posibles errores en la actuación del Padre. Por eso desean para el santo fundador "todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén".

 

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Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?