EL SANTO FUNDADOR DEL OPUS
DEI
Autor: Jesús Infante
CAPÍTULO 9. ÚLTIMO
PERÍODO EN LA VIDA DEL FUNDADOR
SI LOS MITOS FUNDADORES DEL Opus Dei consistían en
la dedicación al apostolado de las elites y en el desprecio
a las demás formas de extender el catolicismo, otro
de los mitos más característicos del Opus Dei
residía en la personalidad del fundador. Se entiende
por mito, además de fábulas o ficciones alegóricas
especialmente en materia religiosa, el relato o noticia que
desfigura lo que realmente es una persona y le da apariencia
de ser más atractiva o más valiosa.
Desde sus orígenes Escrivá exigió fomentar
entre los miembros del Opus Dei un verdadero culto idolátrico
hacia su persona. [Carta
de adhesión a María Angustias Moreno.
En Varios Autores, "Escrivá de Balaguer ¿Mito
o Santo?" Libertarias-Prodhufi, Madrid, 1992, pp. 267-268.]
Pero no se trataba de la discreta y humana admiración
que merece el fundador de una orden o congregación
religiosa, sino que fue un auténtico culto idolátrico,
como si el Opus Dei fuera una secta religiosa en la que se
practica la adoración como ídolo del fundador.
Se trataba de un culto comparable por su dimensión
al de los regímenes políticos fascistas vigentes
durante los años cuarenta en Europa. Este culto pagano
al fundador se extendió dentro del Opus Dei, alcanzando
aspectos extremadamente vituperables para una sedicente organización
católica y en donde todo iba a girar alrededor de la
figura de Escrivá, considerado como "el Padre"
y fundador por antonomasia.
Escrivá había convencido fácilmente
a sus seguidores de que era un santo en vida y que Dios le
había elegido como instrumento, "aun siendo un
gran pecador" como él decía, para la salvación
del mundo. Era un hombre, sacerdote por más señas,
enviado por Dios que utilizaba su divina influencia para proteger
a la Obra de Dios. "Papas y cardenales hay muchos -solía
decir-, pero fundador del Opus Dei sólo hay uno."
Ya desde los primeros años de la posguerra española,
cuando el Opus Dei tenía poco dinero y se veía
obligado a hacer economías en la comida de los miembros
numerarios, Escrivá exigía tener a su disposición
un lujoso coche para pasearse por Madrid, "igual o mayor
que el de los ministro". [Carandell, Luis, "La
otra cara del Beato Escrivá, Revista Cambio 16, Madrid,
marzo 1992]. Escrivá justificaba las vanidades
y grandezas de las que hacía gala pensando que tenía
que aparecer como una persona importante porque así
se le tendría respeto a su Obra. Él no podía
ir, por consiguiente, a un hotel de mala muerte sino a uno
lujoso. No podía llevar gemelos baratos sino de oro.
Y siempre que hacía ostentación de algo procuraba
jugar con la carta sobrenatural porque, si no, no se hubiera
encontrado a gusto, y tranquilizaba su conciencia asegurando
que lo hacía por el bien de la Obra. [Fisac, Miguel:
"Nunca le
oí hablar bien de nadie", en Varios Autores,
ob. cit., pp. 63-64].
Aunque Escrivá se declaraba el único transmisor
de la voluntad divina, en el culto idolátrico al fundador
se entremezclaban, sin embargo, la cazurrería pueblerina
y un pretendido carisma que se resumía en el axioma
que si alguien amaba a Dios tenía que acatar a pies
juntillas lo que afirmaba el fundador, llegándose a
fundamentar todo dentro del Opus Dei sobre su único
y absoluto criterio.
Por parte de los miembros del Opus Dei la entrega a Escrivá
resultaba incondicional, no admitía réplica
de ninguna clase ni se toleraba la más mínima
disidencia, convirtiéndose todos los hombres y mujeres
pertenecientes a la Obra en una milicia o cuerpo paramilitar
perfectamente disciplinado. [Castillo, J. M., "La
anulación del discernimiento", en Varios Autores,
ob. cit., p. 136]. Una mujer que perteneció muchos
años y ocupó cargos de dirección en la
rama femenina del Opus Dei reconoce que cualquiera, por el
hecho de ser de la Obra de Dios, siempre estaba en lo cierto.
En el Opus Dei se daba la doctrina segura porque nada más
ingresar uno ya estaba avalado, apoyado y garantizado por
unas personas especialmente selectas, los directores, que
poseían dones extraordinarios por estar unidas al Padre
y en la Obra todo pasaba por el Padre, porque el Padre no
se equivocaba nunca. "Habéis de pasarlo todo por
mi cabeza y por mi corazón", afirmaba repetidamente
Escrivá. [Moreno, María Angustias, El
Opus Dei. Anexo a una historia, Planeta, Barcelona,
1976, p. 61].
La antigua miembro que ocupó cargos de dirección
en la rama femenina del Opus Dei también afirma abundando
en este sentido que "resulta impresionante la suficiencia
espiritual que se vive en la Obra, y que se basa en ese hilo
directo, en ese teléfono rojo que une al fundador con
Dios. Sin intermediarios. El cielo está empeñado
en que se realice la Obra a través de lo que piensa
y se propone monseñor Escrivá. Por lo tanto,
no hay nada que temer. Como no hay "nada" que dialogar
con "nadie": lo quiere Dios y basta. Hay que mirar
sólo hacia arriba, hay que desentenderse de toda preocupación,
hay que desechar necesidades personales, incluso la necesidad
de razonar". [Moreno, María Angustias, ob.
cit., p. 61-62].
Cuando los miembros del Opus Dei contaron con la fuerza financiera
suficiente se dedicaron a comprar cualquier lugar u objeto
que estuviera vinculado con el fundador en cualquiera de las
etapas de su vida. Este proceso se inició en vida de
Escrivá y estuvo supervisado por él personalmente.
La sencilla casa de pueblo en la calle Mayor de Barbastro
donde nació Escrivá fue adquirida, para su derribo,
por sus seguidores y sobre sus ruinas se construyó
una gran casa señorial con los solares añadidos
de "otras varias casas circundantes, de acuerdo con la
supuesta importancia de quien allí nació".
El resultado, según los miembros del Opus Dei, es "un
edificio de prestancia y puro estilo aragonés, en perfecta
armonía con el contorno, que está dedicado a
centro cultural con capilla y una pequeña residencia,
muy cerca de la gran casa solariega en que nacieron los Argensola,
los dos célebres poetas aragoneses y en la que nació
y vivió también el glorioso general don Antonio
Ricardos, conde de Truillas. Un rincón realmente importante:
en cosa de pocos metros cuadrados vieron la luz primera los
cuatro hijos de Barbastro que más han abrillantado
la aureola del nombre de la ciudad". [Diario "La
Vanguardia", Barcelona, 25 julio 1972]
También hicieron intento de adquirir la pila de agua
bendita de la iglesia catedral de Barbastro, en donde Escrivá
fue bautizado; pero ésta había sido destrozada
durante la guerra civil, aunque los seguidores de Escrivá
lograron reconstituirla en un plano tan sólo para hacer
una copia de acuerdo con la original y enviarla a la sede
central del Opus Dei en Roma.
En 1971, coincidiendo con las fiestas locales de Barbastro,
se inauguró la avenida que lleva el nombre de Monseñor
Josemaría Escrivá de Balaguer, como homenaje
al que ya era hijo predilecto desde 1947. En el curso de la
inauguración, el consiliario del Opus Dei en España,
Florencio Sánchez Bella, pronunció unas palabras
en representación del fundador homenajeado: "Barbastro,
bien lo sabéis vosotros, es a la vez cuna de monseñor
Escrivá de Balaguer y testigo de la historia de su
familia. El nombre que dáis a esta avenida pertenece
a una estirpe que ha resonado durante siglos por estos lugares,
ligada como está por los cuatro costados al viejo reino
de Aragón. De la raigambre altoaragonesa de monseñor
dan testimonio nobles apellidos, tan mencionados por los historiadores
como el propio Escrivá, enraizado en Balaguer desde
la Reconquista, Albás y Boyl, Entenza y Zaydín,
Blanc, que le pertenece por línea paterna y materna,
Falces y Corzán, Bardaxí, Peralta, Azlor, Valón
y tantos otros cuyos miembros aparecen una y otra vez a lo
largo de los siglos en las vicisitudes históricas de
esta ciudad. No nos puede extrañar, pues, el cariño
de monseñor Escrivá de Balaguer por su tierra,
la tierra de sus mayores, como no nos extraña el cariño
que, en unión con él, sienten por esta región
personas de tantas razas en todo el mundo". Saltamos
así de lo que es local a lo que resulta ya universal
y católico. [Patronato de Torreciudad, Hoja de Información,
Madrid, octubre 1971].
El lugar donde afirmaba Escrivá que fue a rezar en
su infancia, la pequeña ermita de Torreciudad, cerca
de Bolturina y no lejos de Barbastro, sufrió grandes
trasformaciones. Allí, en el lugar de devoción
de los más tiernos años del fundador, el Opus
Dei decidió construir un gran santuario. Escrivá
había manifestado un ambicioso deseo de levantar tres
o cuatro santuarios a la Virgen en distintas partes del mundo
[Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 398]
y, siguiendo los deseos en vida del fundador, los miembros
del Opus Dei iniciaron la tarea por su pueblo. Poco importaba
que el santuario tradicional y popular de la comarca fuese
el de la Virgen del Pueyo, el fundador del Opus Dei decidió
que fuera en Bolturina, en la ermita de Torreciudad, porque
estaba ligado a su infancia y allí además, según
contaba a sus seguidores, había ocurrido un acontecimiento
excepcional. Torreciudad significaba el triunfo sobre la enfermedad
en las imaginaciones de Escrivá, porque su madre le
había llevado en peregrinación a lomos de caballería
a la ermita, cuando sólo tenía dos años
de edad, para invocar a la Virgen y en señal de agradecimiento
para la tan deseada curación de unas alferecías
que sufría el fundador del Opus Dei. La alferecía
es una enfermedad caracterizada por convulsiones y pérdida
del conocimiento, más frecuente en la infancia e identificada
con la enfermedad que modernamente se llama epilepsia. [Véase
cap. 2. "Primeros años
de vida oscura", pp. 37-38].
Tres de los primeros miembros numerarios del Opus Dei pusieron
en marcha el proyecto. Las obras para las edificaciones comenzaron
en los años sesenta, pero Escrivá no pudo ver
acabado el complejo inmobiliario que se terminó de
construir en 1976. La primera ceremonia que se celebró
en el santuario de Torreciudad fue un funeral solemne por
el alma del fundador del Opus Dei. En Torreciudad el Opus
Dei ha construido un centro social educativo, un archivo histórico
del antiguo reino de Aragón, una hospedería
y una escuela familiar agraria, además de una grandiosa
basílica, con un coste global superior a los tres mil
millones de pesetas. El financiamiento fue con dinero público
y con cargo en su mayor parte al presupuesto del Estado franquista.
En el centro del complejo inmobiliario se encuentra la basílica
destinada a alojar una Virgen que ya contaba desde hacía
siglos con su ermita original. Declarado santuario mariano,
los miembros del Opus Dei intentaron trasladar la imagen de
la Virgen desde la ermita a la basílica, pero tropezaron
con dificultades. El primer paso para su apoderamiento fue
emprender la restauración de la talla románica
de la Virgen que, según la leyenda, se apareció
en el siglo XI a unos leñadores de Bolturina. Existía,
sin embargo, un contrato con la diócesis, según
el cual la imagen debía permanecer en la ermita antigua
y no se podía sacar de ella. Para llevarse la imagen
a la nueva basílica, los miembros del Opus Dei buscaron
un subterfugio legal, modificando el acuerdo y conviniendo
la sociedad inmobiliaria del Opus Dei propietaria de Torreciudad
con el obispado de Barbastro que el recinto formado por el
nuevo santuario y la ermita antigua fueran considerados como
una única unidad eclesial, de tal forma que la imagen
podía estar lo mismo en la ermita que en el nuevo santuario.
Desde entonces la imagen de la Virgen se encuentra generalmente
arriba, en la basílica del Opus Dei, situada en lo
alto de la montaña, desde donde se domina el horizonte,
y en muy raras ocasiones abajo en la antigua y humilde ermita,
como siempre ha deseado la mayoría de los habitantes
de Bolturina. Por todo esto, las maniobras en torno a la Virgen
de Torreciudad fueron sentidas entre los católicos
de la comarca del Somontano como una intromisión y
una consecuencia más del cacicazgo religioso que por
ser la cuna de Escrivá ejerce el Opus Dei sobre la
comarca.
La ambición del Opus Dei consiste en convertir el
santuario de Torreciudad en un centro mariano internacional
vinculado íntimamente a la historia del Opus Dei. Los
detalles no faltan. En la explanada del complejo inmobiliario
de Torreciudad se encuentra una de las campanas de bronce
de la iglesia madrileña de Nuestra Señora de
los Ángeles, junto a la glorieta de Cuatro Caminos,
que afirmaba haber escuchado Escrivá una tranquila
mañana de otoño, el 2 de octubre de 1928, una
fecha mágica en los orígenes del Opus Dei. [Véase
cap. 3. "De Madrid al cielo",
pp. 53-56]. También existe dentro de la basílica
la imagen de un Cristo crucificado que recuerda un momento
íntimo en la vida de Escrivá ocurrido, según
él, en Madrid el 7 de agosto de 1931. Por otra parte,
el altar de azulejos del oratorio de la primera residencia
del Opus Dei abierta en la calle Samaniego de Valencia en
1940 fue reconstruido milimétricamente e instalado
en la basílica de Torreciudad. Inicialmente, el altar
mayor contaba con un retablo de alabastro de 15 metros de
altura, copia de estilo plateresco y renacentista, donde aparecían
siete escudos nobiliarios que expertos en genealogía
afirman que corresponden aproximadamente a los siete apellidos
del fundador del Opus Dei.
Se trata, en definitiva, de convertir el complejo inmobiliario
de Torreciudad en un lugar "conocido por cristianos de
todo el mundo" [Revista "Mundo Cristiano",
Madrid, julio 1964] y todo vale para ello. Sin embargo,
el Opus Dei no reconoce el culto al fundador como una de sus
principales devociones y las causas de la presencia en Torreciudad
y alrededores se explican de la siguiente manera: "El
amor a Nuestra Señora ha llevado al Opus Dei a hacerse
cargo del Santuario para establecer allí una intensa
labor espiritual, abierta a personas de todos los países,
que dará a Torreciudad un nuevo esplendor." [Revista
"Mundo Cristiano", art. cit.] Con esa perspectiva
el Opus Dei logró en 1983 que el santuario de Torreciudad
fuese incluido en la ruta mariana oficial que une El Pilar
de Zaragoza con Lourdes en el sur de Francia.
Otro ejemplo de culto al fundador tuvo lugar en la iglesia
de San Cosme en Burgos. Un buen día apareció
un equipo de expertos que reprodujo, milímetro por
milímetro, un pequeño altar barroco con una
imagen de la Virgen Inmaculada con más de doscientos
años de antigüedad. La copia exacta iba destinada
a Roma para que el fundador pudiera rezar en uno de los oratorios
de la casa generalicia, sin hacer grandes esfuerzos de imaginación,
como lo hizo en la parroquia de San Cosme mientras estuvo
en Burgos durante la guerra civil.
En la mansión alquilada en Madrid, situada en la calle
Diego de León esquina a Lagasca, se levantó
a partir de los tres pisos iniciales un imponente edificio
de ocho plantas, cuando fue adquirida la mansión por
el Opus Dei en 1957. La construcción se dio por terminada
en 1966 y la curiosidad arquitectónica residía
en que el nuevo inmueble se levantó manteniendo en
el aire el piso central, con todo el alarde técnico
que esto suponía, para conservar la antigua vivienda
utilizada por Escrivá y su familia en la primera época
del Opus Dei después de la guerra civi1. El inmueble,
que sirve de sede central del Opus Dei en España, alberga
también en uno de los sótanos, a veinte metros
por debajo del nivel de la calle, una cripta en donde se hallan
los restos mortales de los padres del fundador del Opus Dei
que fueron trasladados en 1969 desde el cementerio de la Almudena
de Madrid. En los muros de la cripta, a derecha e izquierda
de un altar, se encuentran dos urnas con la inscripción
"In Pace" y con los nombres y fechas de nacimiento
y defunción de José Escrivá y de Dolores
Albás.
Con ocasión de sus primeros viajes a Roma, Escrivá
visitó en dos ocasiones Barcelona en 1946 y las dos
veces rezó ante la Virgen de la Merced. La segunda
vez mandó pintar una Virgen de la Merced con dos fechas,
las de sus dos rezos: 21 de junio-21 de octubre de 1946 [Varios
Autores, "Escrivá de Balaguer ¿Mito o Santo?",
Libertarias-Prodhufi, Madrid, 1992]. El cuadro se encuentra
en uno de los oratorias de la sede central del Opus Dei en
Roma como recordatorio de las primeras navegaciones de Escrivá
por el Mediterráneo.
En la sede española del Opus Dei en Madrid, calle
de Diego de León 14, se conservan la rueda del timón
y la bitácora con la aguja señalando el "camino"
de Roma. Ambos objetos fueron comprados por miembros del Opus
Dei, una vez desguazado el vapor correo de más de mil
toneladas de la Compañía Transmediterránea,
J.J. Sister, que cubría semanalmente la travesía
entre Barcelona y Génova, y que transportó al
fundador del Opus Dei.
Desde que Escrivá se instaló en Roma, como
estaba convencido de su predestinación, instaba a sus
seguidores para que fueran apuntando todas las frases que
él dijera "porque servirían para la posteridad".
Según un antiguo miembro del Opus Dei, "era la
preparación personal que empezaba a hacer par ir construyendo
su propio altar". [Tapia, María del Carmen,
"Tras el umbral",
Ediciones B, Barcelona, 1992, p. 192]. También
les decía a tiempos: "No hagáis como los
jesuitas, que ahora lamentan haber destruido las huellas de
San Ignacio. " [Moncada, Alberto, "Historia
oral del Opus Dei", Plaza & Janés,
Barcelona, 1987, p. 22].
Como otra dimensión más del culto idolátrico
al fundador, Escrivá hizo que su familia también
fuese sacralizada, difundiendo sus fotos en todas las casas
del Opus Dei, lo mismo que ya habían hecho con las
suyas. [Badules,
Rosario, "Testimonio", en Varios Autores,
Escrivá de Balaguer ¿Mito o Santo?, p. 22].
Hubo entonces fotografías de los abuelos y de la tía
Carmen, es decir, los padres y la hermana de Escrivá,
en todas las casas del Opus Dei. La fotografía de la
abuela fue sacada de un retrato al óleo pintado a partir
de una foto antigua en la que aparecía la madre de
Escrivá con un sencillo vestido negro. En la fotografía
la abuela del Opus Dei aparecía con una imagen ventajosa
respecto de la que antes tenía, pues el pintor, para
darle más categoría, le puso sobre el vestido
un cuello de armiño blanco. [Tapia, María
del Carmen, ob. cit., p. 463]. Conviene señalar
como contraste, que ningún miembro del Opus Dei podía
tener en cambio fotografías de su familia natural expuestas
de forma visible en las habitaciones personales de las residencias,
tan sólo de la familia Escrivá, la que estaba
al frente de la familia sobrenatural del Opus Dei. El culto
a la persona impuesto por el fundador era cotidiano y, a través
de miles de objetos y de detalles, la figura del Padre y de
su familia estaba presente en cada rincón de las casas
del Opus Dei y en las mentes de sus seguidores.
Los gustos y costumbres de Escrivá se impusieron hasta
en los más mínimos detalles. Por ejemplo, el
viernes de Dolores antes de la Semana Santa en todas las casas
se impuso como costumbre comer unos dulces de espinacas que
cuando era niño Escrivá le hacía su madre
y que se llamaban crispillos. Así en el aniversario
del santo de la abuela del Opus Dei, los viernes de Dolores,
ese postre casero pasó a ser la comida principal en
todas las casas de la Obra. [Tapia, María del Carmen,
ob. cit., p. 464]. Otro de los dulces que se extendió
dentro del Opus Dei fueron las tortas de aceite, especialmente
de la marca Inés Rosales, porque le gustaban mucho
al fundador del Opus Dei.
Fue el propio Escrivá quien le dijo a uno de sus más
íntimos colaboradores que pidiera en el Congreso General
que el saludo oficial al Padre fuera con la rodilla izquierda
en el suelo y besándole la mano. Petición que
también se hizo en el Congreso paralelo de la Sección
Femenina y que fue recibida con grandes aplausos en su presencia.
[Badules,
Rosario, "Testimonio", en Varios Autores,
Escrivá de Balaguer ¿Mito o Santo? Libertarias-Prodhufi,
Madrid, 1992, p. 22].
Durante su larga estancia en Roma, Escrivá no solía
ir a reuniones en las que no quedara claro de antemano que
él iba a ser la persona más importante. Por
eso iba a tan pocas. jamás asistió a los funerales
de ningún cardenal ni de ninguna personalidad, eclesiástica
o no. Él sólo recibía en casa, se solía
argumentar dentro del Opus Dei. [Moreno, María Angustias,
El Opus Dei. "Entresijos de un proceso", Libertarias-Prodhufi,
Madrid, 1993, p. 63]. Pero una tarde, a finales de los
años cuarenta, señala Antonio Pérez,
ex dirigente de la Obra, el entonces embajador español
en el Vaticano, el democristiano Ruiz Giménez, invitó
a Escrivá a una recepción en la embajada española
y al llegar le saludó con un sencillo "¿Cómo
está usted?". El fundador del Opus Dei dio media
vuelta y se marchó. Luego explicó su lugarteniente
Álvaro Portillo que aquélla no era manera de
tratarle. El embajador Ruiz Giménez le hubiera podido
decir Padre a secas o monseñor Escrivá, pero
no "padre Escrivá". [Pérez Tenessa,
Antonio, "Testimonio", En Moncada, Alberto: "Historia
oral del Opus Dei", Plaza &: ]anés,
Barcelona, 1987, p. 63].
Cuenta también el ex dirigente del Opus Dei Antonio
Pérez, que "Escrivá consideraba que, como
fundador del Opus Dei, él tenía, debía
tener, ante sus hijos, más carisma, más importancia
que obispos, cardenales e incluso papas. Por eso diseñó
una curiosa legislación para cuando hubiera personalidades
eclesiásticas en la Obra, que se basaba sustancialmente
en cancelar la libertad personal que los religiosos logran
respecto a sus instituciones cuando llegan a ser obispo u
otros cargos en el mundo eclesiástico ordinario. En
el Opus, por el contrario, se acentuaba la subordinación
al Padre e incluso había una peculiar simbología
al respecto. Yo recuerdo una vez en Roma, cuando me encontré
en la casa central a Lucho Sánchez Moreno, un peruano
numerario, que había trabajado conmigo en la secretaría
general y que resultó ser el primer obispo del Opus.
Al verle, yo me acerqué a saludarle y muy sinceramente
le besé al anillo pastoral. Al Padre aquello le sentó
muy mal porque "en casa sólo se le besa la mano
al Padre". [Pérez Tenessa, Antonio, "Testimonio",
en ob. cit., p. 29].
Pese a desmentidos posteriores, Escrivá tuvo una pasión
desmedida por todo lo que significaba lujo y riquezas de este
mundo. Las casas del Opus y Dei sobre todo la sede central
de Roma en donde vivía Escrivá se llenaron de
antigüedades valiosas. Cuando enseñaba el fundador
del Opus Dei la biblioteca de la casa central de Roma decía:
"Este suelo es de ónice. Con estas piedras se
hacen anillos las señoras." [Badules,
Rosario, "Testimonio", en Varios Autores,
"Escrivá de Balaguer ¿Mito o Santo?, p.
25]. En una puerta de un patio de la sede central de Roma
Escrivá marcó sus pies, junto con los de su
lugarteniente Álvaro Portillo, en cemento blando como
demostración que los miembros del Opus Dei tenían
que seguir sus pasos en la vida como señal de la voluntad
de Dios.
"Le gustaban los objetos caros, los restaurantes caros
y todo de la mejor calidad", confiesa una de las numerarias
que estuvo al servicio de Escrivá. Se encaprichaba
de las cosas más caras que encontraba a lo largo de
sus viajes y los miembros del Opus Dei no tenían más
remedio que regalárselas. Tenía sobre todo una
debilidad especial por los reposteros, esos paños rectangulares
con emblemas heráldicos que mandaba colocar en todos
los vestíbulos y pasillos de las casas y centros del
Opus Dei. En una ocasión fue a Sevilla y comió
en el comedor de la residencia masculina de estudiantes. Como
el comedor era muy grande se cerró con dos biombos
pertenecientes a una familia aristócrata andaluza.
Cuando Escrivá vio los biombos, la numeraria que estaba
en la cocina atendiendo su comida oyó como decía:
"Estos biombos para Roma". Como la prestataria no
pudo regalarlos porque pertenecían al patrimonio de
la familia, dio dinero para que se adquirieran otros por lo
menos parecidos. [Badules, Rosario, Testimonio, en Varios
Autores, ob. cit., p. 25]. Algo parecido ocurrió
en Madrid con un tapiz de época. También le
gustó y dijo a los miembros del Opus Dei que lo pidieran,
pero no pudo obtenerlo porque pertenecía al patrimonio
indiviso de una familia. Entonces fueron a un anticuario y
le compraron un tapiz parecido que costó un millón
de pesetas en los años sesenta. Cuando llegó
a Roma mandó colgar el tapiz, llamó a algunos
miembros del Opus Dei y les dijo: "Mirad, hijos míos.
Estos son los regalos que me hacen mis hijas. Aprended."
[Badules, Rosario, Testimonio, en Varios Autores, ob. cit.,
p. 25].
En una ocasión mandó comprar una gran sopera
de plata de orfebrería italiana maravillosa y dijo:
"Esta es para la procura, para que cuando vengan los
cardenales se queden con la boca abierta y digan ¡ah!".
Otra vez quiso una colección de monedas de oro de los
tiempos de Carlos III, las llamadas peluconas, que consiguió
como habitualmente hacía a través de las supernumerarias
ricas del Opus Dei. Lo mismo que una colección de abanicos
antiguos que quiso para una vitrina de la casa central de
Roma. Otra vez, como quiso joyas, consiguió una esmeralda
de gran tamaño "para ponerla en el fondo de la
copa de un cáliz y no la viera más que Dios",
aunque después estaba expuesta en la sacristía
con luces indirectas para que la viera todo el mundo. [Badules,
Rosario, Testimonio, en Varios Autores, ob. cit., pp. 25-26].
Por causa de su delicado estado de salud el fundador tenía
una dieta especialísima y comía casi siempre
solo, aunque eso sí, junto con su lugarteniente Álvaro
Portillo y una fiel servidumbre en torno de la mesa durante
las comidas. Si le limpió la habitación durante
años la misma numeraria sirvienta, la mesa era servida
siempre por la misma doncella, otra numeraria sirvienta con
cofia, delantal blanco y uniforme negro. Escrivá disponía
además alrededor suyo de otras dos numerarias, especialmente
cualificadas por sus estudios universitarios, para la elaboración
y supervisión de sus comidas y para su ropa, limpieza
de habitaciones y preparación de ornamentos sagrados
en el oratorio. [Moreno, María Angustias, ob. cit.,
p. 63]. Estas dos numerarias especialmente seleccionadas
preparaban sus comidas con gran delicadeza y le acompañaban
también cuando viajaba llevando latas de paté
francés y flores para las mesas, además de otras
vituallas exquisitas. [Badules, Rosario, "Testimonio",
en Varios Autores, Escrivá de Balaguer ¿Mito
o Santo? Libertarias-Prodhufi, Madrid, 1992, p. 26]. Los
gustos de Escrivá, no obstante, si se resumen en una
expresión, correspondían a la actitud que se
denomina popularmente en España de nuevo rico.
En Roma, si invitaba a comer a un cardenal, las numerarias
sirvientas debían servirle primero a Escrivá,
que era de poco comer, pero exigía que la mesa estuviera
perfectamente dispuesta e impecablemente servida. También
pedía los mayores niveles de calidad culinaria y en
cierta ocasión obligó a una cocinera a repetir
siete veces una tortilla hasta que estuvo a su gusto. [Revista
"Cambio 16", Madrid, 16 marzo 1992, también
en Varios Autores, "Escrivá de Balaguer ¿Mito
o Santo?", p. 255].
También cuando viajaba Escrivá, había
siempre preparado un cajón de naranjas en las casas
a las que se sospechaba pudiera llegar por si pedía
un zumo. En las casas grandes del Opus Dei tuvieron siempre
acondicionada, en la parte más noble de la casa, una
"suite" de lujo que permanecía siempre cerrada,
esperando que algún día llegase el Padre. [Badules,
Rosario, Testimonio, en Varios Autores, ob. cit., p. 26].
Una vez en Lisboa se ilusionó mucho por comer langosta.
Curiosamente aquel día sus seguidores no la encontraron
en el mercado. El enfado del fundador fue de tal calibre que
no quiso probar bocado y se molestó porque sus acompañantes
se atrevieron a comer sin problemas. En la fiesta del día
de los Reyes, los miembros del Opus Dei le solían poner
en el roscón en lugar de las clásicas figuritas
de la suerte, monedas de oro llamadas peluconas, sabedores
de la enorme satisfacción que le proporcionaba encontrarlas.
[Carandell, Luis, "La otra cara del Beato Escrivá",
Revista Cambio 16, Madrid, marzo 1992].
"Cuando el Padre venía a España -cuenta
una antigua numeraria del Opus Dei- el derroche era increíble,
porque cuando se trataba de él no se miraba el dinero
para nada porque Padre sólo hay uno" se decía.
Conozco a una persona que estuvo a punto de marcharse de la
Obra porque en uno de sus viajes la habían tenido durante
tres días buscando una merluza de pincho para su comida.
Una vez el Padre dijo: "Si fuerais listas y pillas me
daríais vino de marca en una jarra de agua, para que
yo no lo note". "Para mandarle a Roma he comprado
las cosas más caras de Madrid, frutas fuera de época,
almendras dulces que sólo había en un sitio
determinado." Todo esto se enviaba a Roma para que el
Padre lo diera en las tertulias. Otra vez hicieron su primera
comunión los sobrinos de Escrivá en Molinoviejo.
Aquello se convirtió en una floristería, tales
eran los centros de flores que allí había y
que, además, no se traían de Segovia, que estaba
al lado, sino de Burguiñón, que era la tienda
más cara de Madrid. "y en la despensa se hicieron
toda clase de pequeños dulces para que los sobrinos
pudieran tomar todo aquello que les apeteciera." [Ortiz
de las Heras, Blanca, Testimonio,
en Varios Autores, ob. cit., p. 75].
En la indumentaria, Escrivá vestía elegantes
sotanas de seda mezclada con lana pura, pelo muy repeinado
con gomina, sin descuidar los ostentosos gemelos de oro resaltando
en blancas camisas con puños y alzacuello almidonados.
Escrivá se presentaba como español a machamartillo
con el anatema en el bolsillo y los zapatos con mucho brillo.
Según los diversos testimonios recogidos, todas las
mañanas en la casa central de Roma la numeraria doncella
con cofia entraba en la cámara presidencial mientras
monseñor desayunaba y arrodillándose depositaba
sobre la mesa una bandeja de plata con la correspondencia
importante ya preseleccionada. Si embargo, el máximo
refinamiento consistía en que junto a la correspondencia
le presentaba unas tijeras y un abridor de cartas para que
el Padre pudiera escoger lo que prefiriese aquel día
para abrir el correo. [Carandell, Luis, "Vida
y milagros de monseñor Escrivá de Balaguer",
Deriva, Madrid, 1992, p. 97].
En diferentes ocasiones durante los años sesenta a
Escrivá le concedieron en España condecoraciones
como las cruces de San Raimundo de Peñafort, de Alfonso
X el Sabio, de Isabel la Católica, de Beneficencia
y de la Real y muy Distinguida Orden de Carlos III. Cuando
el gobierno español, donde estaban presentes miembros
militantes del Opus Dei, le concedió la Gran Cruz de
Carlos III, sus seguidores en España mandaron labrar
en oro la condecoración que debía imponérsele.
El fundador la devolvió con cajas destempladas exigiendo
que la Gran Cruz fuese de brillantes. [Carandell, Luis,
"Vida y milagros
de monseñor Escrivá de Balaguer",
Deriva, Madrid, 1992, p. 97]. La concesión de condecoraciones
y el reconocimiento de su altísima dignidad no tuvo
límites por parte de sus seguidores, pero este ensalzamiento
con nombres y alabanzas hacia Escrivá no fue privativo
de los miembros del Opus Dei, sino también de amplias
capas de la sociedad española durante la dictadura
de Franco.
Como cualquier déspota ejerciendo un mando supremo,
Escrivá también sufría ataques intempestivos
de mal humor y de cólera que no disimulaba. En los
comienzos de la Obra, cuenta uno de los primeros miembros
del Opus Dei, "no había fiesta importante en el
Opus que él no aguara, ya fuera Nochebuena o cualquier
otra. De pronto se enfadaba, no sabíamos por qué,
y se metía en su cuarto dejándonos allí
tirados. Eso era algo habitual en él. No sabíamos
nunca cómo iba a reaccionar ni nos daba ninguna explicación".
[Fisac, Miguel, "Nunca
le oí hablar bien de nadie", en Varios
Autores, ob. cit., p. 61]. A veces era la fruta que no
le gustaba o que el plato cocinado tal día no era de
su preferencia. Uno de los puntos álgidos de los enfados
en la vida cotidiana de Escrivá eran con respecto a
la cocina, [Tapia, María del Carmen, ob. cit., p.
194] aunque también la bronca del fundador podía
surgir por otras causas como, por ejemplo, la decoración.
En una ocasión memorable, que cuenta Luis Carandell
en su biografía sobre Escrivá, el fundador del
Opus Dei fue a inaugurar un centro de la Sección Femenina
dedicado a escuela de hogar. "Monseñor es hombre
muy exigente en materia de gusto en la decoración y
cuando entra en una estancia y ve, por ejemplo, un cuadro
torcido, su sentido del orden le hace levantarse de la silla
donde está sentado y colocar personalmente el cuadro
en posición correcta. Aquel día, la decoración
del local a cuya inauguración asistía no le
debió gustar y comenzó a ponerse de mal humor.
Por más que intentaron tranquilizarle, prometiéndole
sus hijas que introducían en el local las deseadas
modificaciones, Escrivá se fue poniendo cada vez más
nervioso y llegó un momento en que se acercó
a una puerta y dijo: "Esta moldura es una porquería."
Y tomando un extremo de la moldura, tiró de ella y
la arrancó de cuajo. Luego hizo lo mismo con otras
molduras de la misma puerta y con las de las ventanas más
próximas. Las hijas de monseñor comenzaron a
agitarse por aquella reacción y para que se vea cuál
es la fuerza de atracción que ejerce el Padre dentro
de la Obra, se sintieron impulsadas a participar, también
ellas, en la destrucción que monseñor estaba
llevando a cabo. La escena fue apocalíptica porque
-así lo cuentan las veinte o veinticinco personas que
había en el local se lanzaron a ultimar la labor de
devastación que había iniciado el que todo lo
iniciaba en el Opus Dei". [Carandell, Luis, "Vida
y milagros de monseñor Escrivá de Balaguer",
Deriva, Madrid, 1992, pp. 153-154].
No hay magnificencia en este capítulo descriptivo
sobre la intimidad del fundador. Probablemente ningún
otro hombre ha gozado como Escrivá de un poder tan
ilimitado y arbitrario en la historia contemporánea
de la Iglesia católica. Lo que más sorprende
en el fundador del Opus Dei, un encumbrado cura de pueblo,
ambicioso y cicatero, es la vulgaridad de sus gustos, la escala
trivial de sus aficiones y costumbres que supo esconder, combinando
astucia con fanfarronería, bajo la pátina de
un espíritu preocupado en mostrar sólo refinamientos.
De ahí que lo importante también para los miembros
del Opus Dei sea ofrecer una imagen de buena educación,
buen gusto en el vivir y desenvoltura en el trato, de acuerdo
con la pose original del fundador.
Existen innumerables testimonios y documentación abundante
que entierran la grandeza de espíritu y las actitudes
de refinamiento por parte del fundador. Escrivá ha
venido mostrando en vida un comportamiento cotidiano verdaderamente
alejado de la tan pretendida santidad, pese a la repetición
insistente de las hagiografías oficiales que se han
declarado juez y parte en el proceso de turbosantidad del
fundador.
De la intimidad del tirano, imponiendo su poder y superioridad
en grado extraordinario, cuenta una antigua numeraria y secretaria
del fundador que Escrivá hablaba en cierta ocasión
por una ventana abierta de par en par, que da a uno de los
jardines de la sede central en Roma, con un grupo de miembros
numerarios y les decía entre grandes risotadas: "Bebeos
el coñac que os he mandado, pero eso sí, no
hagáis como ese monseñor Galindo, paisano mío,
que calentaba la copa en la bragueta." Su lugarteniente
Álvaro Portillo trató de avisar a Escrivá
de la proximidad del grupo de mujeres miembros del Opus Dei
que había oído todo lo que decía, y,
cuando el fundador se dio cuenta, con uno de sus gestos característicos,
cerró la ventana de un golpe seco y les dijo: "Hijas
mías, Dios os bendiga". [Tapia, María
del Carmen, ob. cit., p. 467]. Escrivá llegaba
a mostrar en ocasiones doble personalidad: por un lado se
presentaba como el sacerdote perfecto, con un aspecto exterior
de limpieza ejemplar, y también aparecía a veces
en público con el sucio hábito o condición
del que emplea artificios para engañar.
Ante el peligro que representa que una tradición de
zascandiles quede asentada permanentemente en la sociedad
con la aparición de sedicentes grandes figuras como
la de Escrivá, el mundo ultraconservador, tan amante
de los mitos, debe tener presente un dicho popular que se
refiere al arte de preparar una buena comida: "la mano
que levanta la tapadera nunca ha sido la causa del humo que
sale del puchero". Y como al fundador del Opus Dei le
gustaba repetir la frase castiza "una sola familia, un
solo puchero", [Véase cap. 4. "Segunda
República y guerra civil española",
p. 77. 281] el autor de esta biografía utiliza
también la comparación gastronómica hasta
las últimas consecuencias, porque en el caso del fundador
del Opus Dei el guiso huele a pegado, al quemarse por haberse
adherido excesivamente a la olla.
Pareció claro que los miembros del Opus Dei actuaban
coordinadament6 en la posguerra española bajo la batuta
de Escrivá, formando un aparato político en
marcha hacia el Poder. Como fuerza política emergente,
en el Opus Dei se dieron cuenta de que, además de con
Franco, había que contar, por si acaso, con el pretendiente
al trono de España, Juan de Barbón. En la magna
operación que significaba la salida política
del régimen de Franco, llamada luego "la larga
marcha hacia la Monarquía" por el destacado miembro
de la Obra López Rodó, los miembros del Opus
Dei iban a jugar a dos bandas, o a tres y cuatro bandas, en
el billar de la política interior española,
según sus intereses y la oportunidad del momento.
Después de promulgada la Ley de Sucesión en
1947, convirtiendo a España en un reino, el dictador
Franco había iniciado una estrategia política
cuya meta era la educación del príncipe Juan
Carlos de Borbón. Así la batalla personal de
Franco contra el heredero del ex rey Alfonso XIII, el pretendiente
al trono Juan de Borbón, escondía una segunda
operación: el afianzamiento de su hijo Juan Carlos
en su sucesión, para lo cual contaba con el apoyo tanto
del gobierno de Madrid como del contragobierno formado en
Estoril, actuando los miembros del Opus Dei como bisagra entre
ambos. Por ello se tomó una decisión cuasi salomónica
sobre la educación del príncipe Juan Carlos,
que se realizaría en España bajo la dictadura,
pero con las personas que designara su padre Juan de Borbón.
El Opus Dei, que estaba al quite, consiguió que en
el equipo de educadores del príncipe entraran varios
miembros numerarios de la Obra. Escrivá era un franquista
convencido pero se declaraba también monárquico
y estaba a favor de que después de Franco continuara
la dictadura y lo mejor para ello era que reinara en España
un Borbón. A finales de los años sesenta el
fundador del Opus Dei decidió pues hacerse con un título
nobiliario como si fuera su preparación personal para
la monarquía que se avecinaba.
También desde 1947, cuando Franco volvió a
convertir a España en reino, reaparecieron socialmente
y existieron legalmente los títulos nobiliarios. Desde
entonces, raro fue el día que no apareció en
el Boletín Oficial del Estado alguna noticia de sucesiones
o rehabilitaciones nobiliarias, sólo leídas
por los allegados a las personas interesadas y los escasos
expertos en ciencias genealógicas existentes en España.
Aunque el 25 de enero de 1968 el Boletín Oficial del
Estado publicaba en la página 1.088 una solicitud de
rehabilitación nobiliaria que alborozaba a algunos
miles de españoles. Decía lo siguiente: "Ministerio
de Justicia: Don Josemaría Escrivá de Balaguer
y Albás ha solicitado la rehabilitación del
título de marqués, concedido el 12 de febrero
de 1718 por el archiduque Carlos de Austria a don Tomás
de Peralta, eligiendo en la gracia ahora interesada la denominación
de marqués de Peralta, y en cumplimiento de lo dispuesto
en el artículo cuatro del decreto de 4 de julio de
1948, se señala el plazo de tres meses, a partir de
la publicación de este edicto, para que puedan solicitar
lo conveniente los que se consideren con derecho al referido
título. Madrid, 24 de enero de 1968. El subsecretario,
Alfredo López". A continuación, y en el
mismo boletín, Santiago Escrivá de Balaguer
y Albás solicitaba también la rehabilitación
de la baronía de San Felipe. Los miles de españoles
que se alborozaban con la noticia de semejante desempolvamiento
eran, salvo algunos malévolos, miembros del Opus Dei:
Josemaría Escrivá era su fundador y primer presidente
general y Santiago era el hermano menor de Josemaría.
La fecha parecía especialmente escogida a comienzos
del año 1968, cuando las condiciones eran favorables
al Opus Dei para rematar definitivamente la operación
política de la sucesión de Franco. En el diario
llevado por Fraga Iribarne, entonces ministro de Información
y testigo en aquella coyuntura, las anotaciones de aquellos
días fueron las siguientes: "Nació el primer
hijo varón de los príncipes, don Felipe, hoy
príncipe de Asturias. Monseñor Escrivá,
fundador del Opus Dei, reclamó, con sorpresa general,
un título de marqués. Fuerte sequía.
Yo con un poco de gripe. Pésimas noticias de Vietnam".
[Fraga Iribarne, Manuel: "Memoria breve de una vida
pública", Planeta, Barcelona, 1980].
Después de la promulgación por el Vaticano
de la ley canónica sobre los Institutos Seculares y
la obtención por parte del Opus Dei del "decreto
de alabanza" como primer Instituto Secular en febrero
de 1947, Escrivá debió sentirse incómodo
sin ningún título cuando ya se encontraba al
frente de un flamante Instituto Secular y dos meses más
tarde, el 22 de abril de 1947, logró ser nombrado prelado
doméstico de Su Santidad, cargo honorífico que
le daba derecho al tratamiento de monseñor. No obstante,
sintió que le faltaba un título nobiliario civil
ante la monarquía que se avecinaba. Escrivá
solicitó por ello en Madrid la rehabilitación
del marquesado de peralta, título nobiliario que le
fue concedido el 3 de agosto de 1968, seis meses después
de haber realizado la solicitud. Así, el fundador del
Opus Dei que era desde 1947 "noble"por la Iglesia,
también pasó a serlo por el Estado español:
monseñor se había hecho también marqués.
Desde hacía años Escrivá quería
conseguir un título nobiliario. Primero lo intentó
por el conducto pontificio, sin que le fuera factible, a pesar
de que la operación estuvo muy bien pensada. Se trataba
de pedir conjuntamente uno para él y simultáneamente
otros dos miembros españoles adinerados del Opus Dei
pedirían otros dos títulos nobiliarios pontificios
con el dinero suficiente para cubrir los gastos de los tres
y así "no gravar a la Obra". El Vaticano
dejó por entonces de conceder títulos nobiliarios,
por lo que el intento prosiguió en España por
la vía civil, que resultaba más asequible dadas
las influencias y medios con que contaba el Opus Dei en España.
[Moreno, María Angustias, "El Opus Dei. Entresijos
de un proceso", Libertarias-Prodhufi, Madrid, 1992, p.
254]. Entre las personas que habían intervenido
en la consecución del marquesado de Peralta figuraba
en primer lugar Álvaro Portillo, lugarteniente de Escrivá
y secretario general del Opus Dei con residencia en Roma,
encargado de acumular pruebas sobre la santidad y los orígenes
aristocráticos del fundador. En Roma, Escrivá
en sus obsesiones aristocráticas ensalzaba a su lugarteniente
Álvaro Portillo diciendo en voz alta y con frecuencia.:
"¡Álvaro del Portillo! ¡Grande de
España no sé cuantas veces! ". [Ynfante,
Jesús, "Opus Dei", Grijalbo-Mondadori, Barcelona,
1996, p. 454]. Portillo se presentaba como una pálida
copia, un "alter ego" discreto, sin la brillantez
y facundia que desplegaba Escrivá. Luego, en Madrid,
otra de las personas que intervino en la obtención
del título nobiliario fue Alfredo López, miembro
supernumerario del Opus Dei, que se encargó como subsecretario
del Ministerio de justicia de gestionar directamente la concesión
del marquesado de Peralta. Y, por último, también
intervino un profesional de la rehabilitación, Adolfo
Castillo Genzor, de Zaragoza. De uno a tres millones de pesetas
solía cobrar por cada servicio, pero el de Escrivá,
por la publicidad que representaba para él, lo hizo
gratis. En 1987, poco antes de su muerte, Castillo Genzor
se vio implicado en un escándalo por rehabilitación
fraudulenta de títulos nobiliarios. Falsificar títulos
resultaba ser una costumbre muy rentable en aquella época
y muy extendida en España. [Varios Autores, "Escrivá
de Balaguer ¿Mito o Santo?", Libertarias-Prodhufi,
Madrid, 1992, p. 254].
La rehabilitación es una autorización para
desempolvar un título nobiliario que se halla abandonado,
sin que tenga que ser el rehabilitado descendiente directo
del noble o ennoblecido que lo poseía. El demandante,
sin embargo, tiene que demostrar sólo en teoría
algún derecho por parentesco. Es decir, que el título
puede ser comprado por otra persona que no tiene nada que
ver con el antiguo propietario y ése fue el caso del
fundador del Opus Dei.
Escrivá obtuvo el marquesado, pero algunos se preguntaban
qué iba a hacer con él. Que su hermano Santiago
hubiera pedido la rehabilitación de la baronía
de san Felipe parecía excluir la posibilidad de que
existiera un compromiso doméstico o familiar que, aprovechando
los méritos del fundador del Opus Dei, iría
seguido de una cesión a su hermano. El marquesado era
en principio para él, para Josemaría Escrivá,
a cuyo uso recurrió para satisfacer su tremenda ambición,
y para hacer olvidar definitivamente a aquel hijo de un pequeño
comerciante arruinado de Barbastro.
Según uno de sus hagiógrafos, el fundador decidió
rehabilitar los títulos nobiliarios que pertenecían
al tronco familiar, "por piedad filial y por justicia".
[Vázquez de Prada, Andrés, "El Fundador
del Opus Dei", Rialp, Madrid, 1984, p. 348]. Y según
otro de sus hagiógrafos, el título de marqués
de Peralta había sido otorgado en 1718 "a un antepasado
de su madre". [Gondrand, Francois, "Al paso de
Dios", Rialp, Madrid, 1985, p. 251]. Esta vinculación
familiar con los antepasados de la madre resultaba obligatoria,
porque en la rehabilitación del título nobiliario
Escrivá tenía que demostrar algún parentesco
con descendientes del primer marqués de Peralta, aunque
fuese de forma imaginaria. Era, no obstante, sintomático
que la conexión nobiliaria se realizara por parte de
la madre y no del padre.
Observadores políticos opinaron entonces que Escrivá
pensaba utilizar el título nobiliario para una operación
política de envergadura relacionada con la ausencia
de estatuto jurídico que sufría el Opus Dei.
La operación podía haber consistido en la toma
del poder y consiguiente ocupación por parte de los
miembros "nobles" del Opus Dei de todos los puestos
directivos de la Soberana Orden de Malta. Desde 1964, los
altos responsables de la Orden se encontraban extremadamente
inquietos por las operaciones de sondeo realizadas por miembros
del Opus Dei en Roma y en Madrid. La Soberana Orden Militar
de San Juan de Jerusalén, llamada de Malta, sigue siendo
la única orden de caballería que existe en el
mundo con un estatuto jurídico equivalente al de un
Estado en derecho internacional aunque sin territorio, con
la facultad de conceder pasaportes diplomáticos a sus
miembros y que mantiene al mismo tiempo relaciones diplomáticas
con el Vaticano, España, Senegal y algunos otros Estados
del mundo.
Resultaba más verosímil, sin embargo, que pensara
utilizarlo con la monarquía que se avecinaba en España.
El título nobiliario había sido a todas luces
bien escogido. El marquesado de Peralta había sido
concedido a un partidario del archiduque Carlos de Austria,
pero había sido reconocido a su vez por Felipe V, primer
rey en España de la dinastía de los Borbones.
Así Escrivá no se comprometía ni frente
a los partidarios de la familia Borbón, ni frente a
los carlistas, sus rivales dinásticos. Con la maniobra
que representaba la compra del título, Escrivá
se convertía en miembro, aunque advenedizo, de la aristocracia
española y entraba a formar parte en plan honorario
de la familia política carlista, pues el marqués
de Peralta fue uno de los fieles del archiduque Carlos que
se enfrentó al primer Borbón de la dinastía
durante la guerra de Sucesión. No se olvide, además,
que el Opus Dei ya tenía instalada una universidad
en Pamplona y contaba con fuerza hegemónica en un tradicional
feudo carlista como es Navarra. Con el título nobiliario
Escrivá pretendía ganar asimismo la consideración
de los monárquicos partidarios de la familia Borbón,
bien fueran seguidores de Juan de Borbón o de su hijo
el príncipe Juan Carlos. Estaba claro que el marqués
de Peralta aspiraba a ser una pieza clave de la monarquía
que se preparaba desde 1947, hacía más de veinte
años, en España. Las entrevistas del fundador
del Opus Dei con el pretendiente-padre en Estoril y con Carlos
Hugo, el pretendiente carlista, en mayo de 1967, más
los contactos directos que mantenía con el general
Franco y con el almirante Carrero Blanco, el verdadero "patrón"
del régimen, sin olvidar el control que ejercía
en la enseñanza del príncipe Juan Carlos, así
parecían confirmarlo.
Podía calcularse en más de un millón
de pesetas el coste mínimo de la operación político-nobiliaria
del fundador del Opus Dei. A la rehabilitación de un
título de marqués, sin grandeza de España,
que costaba 175.000 pesetas había que añadirle
gastos adicionales como investigaciones heráldicas,
certificaciones y actas notariales. En España un millón
de pesetas representaba entonces una suma de dinero considerable,
aunque este capricho de Escrivá fuera una bagatela
para la Obra. Lo extraordinario del caso fue que la operación
político-nobiliaria con el marquesado de Peralta les
salió gratuita.
El solo hecho de la solicitud para obtener el marquesado
causó un verdadero escándalo incluso entre los
miembros del Opus Dei, a pesar de los esfuerzos para justificar
la decisión. [Albás, Carlos, "Opus
Dei o Chapuza del Diablo", Planeta, Barcelona,
1992, p.70.] La concesión del título nobiliario
fue tan mal recibida por la opinión pública
que hasta la prensa española bajo la censura se ocupó
del caso y se hizo eco del escándalo, abundando los
comentarios sarcásticos cargados de anticlericalismo
a costa del nuevo marqués. La revista satírica
"La Codorniz" propuso, por ejemplo, como blasón
nobiliario del marquesado, sobre un campo de gules un obispo
rampante y la leyenda "piensa como Cristo y vive como
Dios". Un sobrino del fundador del Opus Dei , Carlos
Albás Domínguez, y otros familiares bromearon
sobre tal afán de distinción, comentando humorísticamente:
"Marqués de Peralta, ¡una mierda así
de alta! ". [Albás, Carlos, "Declaraciones",
Diario "El País", Madrid, 11 julio 1991].
La maniobra política y nobiliaria de Escrivá
resultó ser un fracaso estruendoso. Según el
testimonio de un antiguo miembro del Opus Dei, "todos
los socios mayores de la Obra pasamos muy malos ratos tratando
de entender, y de explicar más tarde, por qué
se había hecho reconocer como marqués de Peralta,
con las consiguientes apariciones en el Boletín Oficial
[del Estado]. Pero no nos sorprendió en absoluto; porque
a nivel interno, le habíamos visto, al mencionar su
niñez, subrayar ciertos rasgos de bienestar familiar,
dejando siempre en penumbra las conocidas dificultades económicas
de sus padres, normales y a mi juicio honrosas. En Barbastro,
permitió que se derribase su auténtica casa
natal, sustituyéndose por otra, que copia las mansiones
nobles del Alto Aragón. Nunca se ha tratado de conservar
la entrañable y modesta casa de Martínez Campos,
4, aún intacta, donde vivió con su familia años
decisivos. En cambio, puso todo su afecto en el antiguo palacete
de Rafal, en Diego de León, 14, en el que instaló
un repostero nobiliario en la escalera central. y en la basílica
de Torreciudad, en el retablo del altar mayor, figuran siete
escudos con sus siete apellidos nobles". [Saralegui,
Francisco, "Testimonio", en Moncada, Alberto, "Historia
oral del Opus Dei", Plaza & Janés,
Barcelona, 1992, p. 127].
En 1970, dos años después de la rehabilitación
del título de nobleza, publiqué en París
en castellano el libro titulado "La prodigiosa aventura
del Opus Dei: génesis y desarrollo de la Santa Mafia",
editado en Francia porque no pudo publicarse bajo la dictadura
en España. En él, analizaba las repercusiones
del nombramiento de marqués para el fundador del Opus
Dei en aquella época, y como al parecer eran sus orígenes
nobiliario s lo único que le importaba a Escrivá,
un antiguo miembro numerario de la Obra señala al respecto
que "cuando se publicó el libro de Ynfante, la
reacción del padre Escrivá, contenida en un
escrito aireado por los superiores, fue contraatacar solamente
las afirmaciones del autor sobre la prosapia de sus mayores
y proclamar que sus padres eran nobles por los cuatro costados".
[Moncada, Alberto, "El
Opus Dei, una interpretación", Índice,
Madrid, 1974, p. 127]. Uno de los primeros seguidores
afirmaría por su parte que Escrivá había
adquirido un "terrible complejo" en los años
en los que su padre, comerciante de paños, tuvo que
abandonar Barbastro tras la quiebra de su negocio. "Sufría
mucho cuando al presentarse ante gente de la aristocracia
tenía que responder que sus apellidos no eran Escrivá
de Romaní, sino Escrivá y Albás. Se desvivía
con las marquesas y estaba tan obsesionado con ese problema
de sus orígenes que no paró hasta hacerse con
el título de marqués de Peralta". [Diario
El País, Madrid, 28 julio 1991].
A partir de 1972 comenzaron a afirmar oficiosamente dentro
del Opus Dei que Escrivá había pedido el título
para agradecer a su familia todo lo que habían hecho
por la Obra. [Moreno, María Angustias, ob. cit.,
p. 61]. La realidad era que no vivían ni sus padres
ni su hermana y Escrivá había estado muy preocupado
antes de la cesión del título por la actitud
irresoluta de su único hermano Santiago. El fundador
del Opus Dei hubiera querido que su hermano se casara con
una aristócrata española y había movilizado
por ello a los directores de la Obra para que le buscasen
en Madrid una novia adecuada a sus pretensiones. Supuso una
contrariedad enorme para él, hasta provocarle airados
enfados, que se enamorara de una maestra de escuela de Zaragoza
con la que se casó. Escrivá se negó primero
a asistir a su boda y luego consintió en ir a la petición
de mano, como persona más indicada puesto que era el
mayor de la familia, si le hospedaban en el palacio de Cogullada,
igual que al general Franco, pero con la condición
de que dicho honor siempre figurara como debido a su gran
categoría y nunca como deseado por él. [Moreno,
María Angustias, ob. cit., p. 63]. Antes de la
boda, su hermano Santiago fue ingresado en la Orden del Santo
Sepulcro para que se pudiera casar con el uniforme de caballero.
Por aquellas fechas adquirieron también un cuadro para
la sede central en Roma con un retrato al óleo de un
miembro de esa Orden y llegaron a cambiarle la cara por la
de su hermano Santiago, apareciendo así dignamente
en un cuadro de época Santiago Escrivá como
caballero profeso en la Orden de Caballería del Santo
Sepulcro de]erusalén. [Badules,
Rosario, Testimonio, en Varios Autores, ob. cit.,
p. 26].
Escrivá nunca se atrevió a utilizar de forma
ostentosa y en público el título nobiliario
desempolvado y después de ejercer durante cuatro años
como marqués de Peralta, sin airearlo fuera del Opus
Dei por el escándalo causado, lo cedió discretamente
el 5 de agosto de 1972 a su hermano Santiago, quien había
solicitado simultáneamente la rehabilitación
de la baronía de san Felipe y no había obtenido
respuesta oficial para la concesión de este segundo
título nobiliario, por haber quedado paralizado oficialmente
el expediente a petición de los interesados. Antes
de ceder el marquesado a su hermano, Escrivá lo disfrutó
y Vladimir Felzman, sacerdote y primer miembro numerario checo
del Opus Dei, que tradujo "Camino" al checo y convivió
con el fundador en esa época, recuerda cómo
le expresó "su satisfacción cuando descubrió
que tenía un pasado aristocrático" y "su
regocijo cuando se diseñó su escudo de armas
y hablamos de dónde podría colocarse en la casa
central". [Felzman,
Vladimir, Testimonio, en Varios Autores, ob. cit.,
p. 253]. Según fuentes internas del Opus Dei, para
Escrivá el título de marqués representaba
uno de los puntos más altos que podía alcanzar
en su culminación personal, sobre todo por haber obtenido
la carta de nobleza en la tierra que le vio nacer y a la que
tanto amaba.
Respecto a sus enfermedades Escrivá tenía un
déficit neurológico congénito y cuando
sólo tenía dos años de edad había
sufrido, como ya hemos indicado, unas alferecías o
ataques de epilepsia, que no es una enfermedad simple sino
un desarreglo en el cerebro o en la función que le
corresponde. La epilepsia es una patología del sistema
nervioso caracterizada por una descarga neuronal descontrolada
en una o varias zonas del cerebro. Son las neuronas las causantes
de la epilepsia. El cerebro humano cuenta entre sesenta y
setenta billones de neuronas que funcionan continuamente regidas
por un sistema de autocontrol. Cuando este sistema falla en
un punto determinado del cerebro, las neuronas comienzan a
actuar con un voltaje y rapidez mayores de lo normal y pueden
provocar extrañas sensaciones y parálisis. Y
esa especie de cortocircuito neurológico pudo ser la
causa de las crisis inesperadas que sorprendieron de manera
improvisada a lo largo de su vida a Escrivá y que desembocaron
a veces en episodios de éxtasis. En la afección
padecida por el fundador del Opus Dei surge una luz en la
primera fase; después viene la parálisis del
cuerpo, las alucinaciones y al final, la sensación
de placer.
Las crisis que padeció de forma irregular Escrivá
fueron inoportunas en muchas ocasiones: le afectaban a todo
el cuerpo e iban acompañadas de pérdidas de
conciencia y alucinaciones, entre otros síntomas. Sin
embargo, estos ataques epilépticos sufridos por Escrivá
no fueron frecuentes y los años discurrían sin
ningún agravamiento. La epilepsia que arrastraba desde
su más tierna infancia presentaba unos síntomas
que permitieron luego calificada de suave, es decir, un tipo
de epilepsia que los expertos denominan crisis de felicidad.
Se trata de una epilepsia diferente a la más generalizada,
la que se manifiesta con pérdida de conciencia, convulsiones
y mordedura de la lengua. En la Grecia clásica se la
denominaba enfermedad sagrada, puesto que se le atribuía
un origen divino, aunque en la actualidad la padezca de hecho
aproximadamente un cinco por mil de la población española.
Sin embargo, dentro del Opus Dei creyeron a pies juntillas
la leyenda negra en torno a esta patología que podía
arrojar, sin duda, alguna luz sobre los repetidos éxtasis
divinos de Escrivá, pero que también ofrecía
riesgos incalculables si era conocida públicamente
porque podía ensombrecer la aureola artificiosa de
santidad levantada en torno a su figura junto con el consecuente
culto al fundador. Por ello fue uno de los secretos mejor
guardados dentro del Opus Dei.
Otro grave padecimiento de Escrivá era una diabetes
mellitus, devastadora enfermedad que va avanzando lentamente
y que, sin previo aviso, puede aparecer en estado agudo. Esta
patología, también llamada diabetes tipo uno,
es especialmente angustiosa. Los pacientes tienen que inyectarse
insulina todos los días durante el resto de sus vidas
e incluso pueden padecer afecciones asociadas como la ceguera.
Un diabético que deje de inyectarse insulina a las
horas indicadas entra en estado de coma, según la gravedad
de su enfermedad, entre los tres y los cuatro días,
y pasado un corto espacio de tiempo, según la resistencia
física del enfermo, suele sobrevenir la muerte en gran
parte de los casos.
Como insulinodependiente para el resto de sus días,
Escrivá era un enfermo crónico, aunque sin llegar
a tener instalado el dolor en su vida de manera permanente,
por lo menos hasta que tuvo cincuenta y dos años. Antes
de las comidas, su lugarteniente Álvaro Portillo le
inyectaba insulina, pero el 27 de abril de 1954, como consecuencia
de una variante en el tipo de medicación con una insulina
retardada, tuvo un choque o trastorno con pérdida durante
varios minutos del conocimiento; [Vázquez de Prada,
Andrés, ob. cit., p. 278] es decir, con impresionabilidad
exagerada produciéndole desórdenes varios y
graves en el organismo. A partir de entonces, le sobrevinieron
complicaciones oculares, además de lesiones vasculares
y neurológicas periféricas originadas por la
diabetes. La situación personal de Escrivá desde
el punto de vista de la salud llegó a ser francamente
catastrófica. En relación con la diabetes tuvo
hemorragias, inflamaciones, jaquecas, neuralgias y postración
física. Se le infectaban las heridas, le subía
la fiebre y sufría mucho con la sed. A veces tenía
que guardar cama, se reponía y volvía a recaer.
Le aparecía a veces una infección en la boca
y el giro violento de las raíces dentales le obligó
un día a ir al dentista, quien hubo de hacerle una
extracción con los dedos para evitar una posible y
fatal hemorragia, porque los dientes estaban sueltos. [Vázquez
de Prada, Andrés, ob. cit., pp. 253-254].
Desde 1954, sin embargo, sus más íntimos colaboradores
afirmaron que se había curado y que ya no era insulinodependiente
porque no necesitaba inyectarse más insulina y también
que sus úlceras habían desaparecido. Pero aquello
no fue declarado como un milagro, porque lo que había
resuelto en apariencia el grave problema de salud era el silencio
sepulcral sobre la enfermedad y la decidida actitud por parte
de los miembros del Opus Dei para procurarle al Padre la mejor
calidad de vida posible. En otras palabras, que la diabetes
mellitus de Escrivá prosiguió su devastador
camino, pero algunos de los primeros seguidores, entre ellos
Jiménez Vargas y su lugarteniente Portillo, establecieron
un muro de silencio alrededor suyo, que acabó aislando
a Escrivá de su entorno, con menoscabo de su capacidad
como dirigente máximo de la organización; aunque,
como compensación, la única salida que al parecer
encontraron fue lanzarle espectacularmente al estrellato,
como santo fundador del Opus Dei.
Como diabético fue afectado por una retinopatía
proliferativa con pérdida paulatina de la visión
periférica y de la visión nocturna. Con la retina
dañada, Escrivá sufría además
una nefropatía diabética y hasta úlceras
en las piernas. En tales condiciones su trabajo en los últimos
tiempos se limitaba a pasear porque ni siquiera podía
trabajar algunas horas diarias. No obstante, lo que más
de cabeza traía a los médicos eran sus frecuentes
depresiones. Aparte de que también padecía diversas
manías de tipo obsesivo, Escrivá solía
pasarse días enteros encerrado sin querer ver a nadie.
Respecto a sus padecimientos, la actitud de Escrivá
era muy clara, como ya solía decir en los comienzos
de las actividades del Opus Dei: "En la Obra no nos podemos
permitir el lujo de estar enfermos, y suelo pedirle al Señor
que me conserve sano hasta media hora antes de morir. Hay
mucho que hacer, y necesitamos estar bien, para poder trabajar
por Dios. Tenéis, por eso, que cuidaros, para morir
viejos, muy viejos, exprimidos como un limón, aceptando
desde ahora la Voluntad del Señor". [Vázquez
de Prada, Andrés, ob. cit., p. 377].
El muro de silencio levantado en torno a las enfermedades
de Escrivá surtió efecto y sólo después
de su muerte uno de sus hagiógrafos fue autorizado
a publicar que había padecido diabetes, aunque para
señalar a continuación que se había curado
de ella en 1954. [Vázquez de Prada, Andrés,
ob. cit., pp. 253-254]. Incluso mujeres numerarias del
Opus Dei, que llegaron a desempeñar cargos de importancia
junto a Escrivá en Roma, nunca tuvieron conocimiento
de enfermedades o padecimientos crónicos mientras vivió
el fundador. "Sabíamos que el Padre tenía
un régimen especial, pero abiertamente no se decía
qué tenía", reconoció una de ellas
en un libro publicado con su testimonio. [Tapia, María
del Carmen, ob. cit., p. 190] Desde fuera del Opus Dei,
Luis Carandell, uno de los raros biógrafos de Escrivá,
mencionó que "ha habido rumores de que monseñor
padecía una enfermedad y aunque esos rumores quedaron
parcialmente desmentidos con ocasión de su viaje a
España, no se descarta la posibilidad de que esa enfermedad
exista. Qué clase de enfermedad sea, no se dice, y
toda la cuestión se mueve en el campo de la mera conjetura".
[Carandell, Luis, "Vida
y milagros de monseñor Escrivá de Balaguer",
Deriva, Madrid, 1992,p. 86]. Hasta la crónica del
viejo corresponsal del diario ABC en Roma, Eugenio Montes,
negaba que Escrivá estuviera enfermo en el día
de su fallecimiento: "Monseñor Escrivá
de Balaguer no se encontraba enfermo. Al menos, a nadie le
había comunicado las menores inquietudes sobre su estado
de salud. Pero alguna persona de su círculo íntimo
sospecha que él no se sentía completamente bien,
aunque, por su intensa espiritualidad, seguía entregado
abnegada mente a su misión... ". [Diario ABC,
Madrid, 27 junio 1975].
En España se calcula que más de dos millones
de personas padecen la diabetes, pero sólo la mitad
de ellos lo sabe. Escrivá estaba enterado, pero no
hasta los últimos extremos de las dolencias que le
aquejaban. Desde finales de 1969 puede afirmarse que la ceguera
diabética en Escrivá comenzó a ser inevitable
y con ella empezaba la cuenta hacia atrás de la sucesión
al fundador en el Opus Dei, pero en vida el mecanismo de la
sucesión ya se había puesto en marcha y Escrivá
había sido reemplazado de hecho a la cabeza de la organización
por Álvaro Portillo, su alter ego, que estaba considerado
como el más fiel y destacado de sus seguidores.
Una de las actitudes mantenidas por la cúpula directiva
del Opus Dei dirigida por su lugarteniente Álvaro Portillo
en la última época en la vida de Escrivá
fue la sobreprotección. Ningún dirigente dentro
del Opus Dei quería que el enfermo se enterase de la
gravedad de su situación y procuraban no hablar del
tema delante de Escrivá, pensando que así le
evitaban un sufrimiento adicional. Pero estos muros de silencio,
que suelen ser habituales dentro del Opus Dei, resultaban
ser muy perjudiciales para Escrivá, aunque obedecían
a actos de amor de sus seguidores, alejándole cada
día más de la realidad política de la
organización. Tan sólo sus dos custodios, Álvaro
Portillo y Javier Echevarría, junto con algún
otro de los miembros numerarios como Juan Jiménez Vargas,
conocieron en profundidad los problemas de salud que afectaban
al fundador del Opus Dei, pero incluso estos miembros llegaron
a negar cualquier dimensión patológica en la
personalidad de Escrivá en testimonios posteriores.
Sobre todo, cuando al final de su vida el fundador daba muestras
evidentes de desequilibrio psíquico y si le invitaban
a cenar, entre plato y plato, se ponía a llorar y a
besar a todos.
Como los médicos le recomendaron a Escrivá
animación y cambio frecuente de aires, empezó
a ausentarse cada vez más a menudo de Roma. Durante
largas temporadas, especialmente los meses de verano, se alojaba
en residencias del Opus Dei cerca del mar o en la montaña.
Se hallaba tan delicado de salud que, en ocasiones, un miembro
del Opus Dei iba delante de Escrivá con un termómetro
tratando de medir la temperatura de las habitaciones para
evitar que un mal aire lo hiciera santo antes de la cuenta.
[Revista Cambio 16, Madrid, marzo 1992, también
en Varios Autores, "Escrivá de Balaguer ¿Mito
o Santo?", ob. cit., p. 255]. En los viajes solía
ir siempre Escrivá acompañado de un miembro
numerario médico que controlaba su salud, además
del chófer, que era otro miembro numerario, y de sus
dos custodios, Álvaro Portillo y Javier Echevarría.
Cuando llegaba la expedición a cualquier casa de la
Obra, Escrivá generalmente utilizaba a dos mujeres
numerarias y también a dos mujeres auxiliares sirvientas
para su servicio directo, que se encargaban además
de la casa donde él descansaba siempre. En total, un
equipo de ocho personas de ambos sexos, todos miembros militantes
de la Obra, para cuidar al fundador del Opus Dei.
A partir de los años setenta Escrivá comienza
a recorrer el mundo en lo que él denominaba "correrías
apostólicas" y también "campañas
de catequesis". El Opus Dei estaba obligado a efectuar
un cambio en la estrategia exterior siguiendo las indicaciones
del Vaticano. Así, lo que buscaba el Opus Dei con los
viajes del fundador era, además de un efecto espectacular
de escaparate, cumplir la penitencia impuesta, a modo de correctivo,
por el papa Pablo VI y que resultase visible desde la clausura
del Concilio Vaticano II, en donde la mayoría del Opus
Dei no había estado presente, habiendo brillado el
búnker de la Obra por su ausencia. En una de las reuniones
multitudinarias, Escrivá dijo con énfasis al
respecto: "Ya veis que no exagero cuando digo que la
Obra es una gran catequesis. No es otra cosa el Opus Dei."
[Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 388].
Y en Argentina, el 7 de junio de 1974: "Toda la Obra
es una gran catequesis y ¿qué intenta la catequesis?
Dar a conocer a Dios, para que se practique la religión
verdadera...". [Sastre, Ana, ob. cit., p. 564].
Pero la catequesis o catequismo es un ejercicio sumario de
instrucción religiosa y lo catequístico se limita
fundamentalmente a preguntas y respuestas, por lo cual resultaba
excesivamente simple, aunque quizá era de algún
modo complementario de la prolija y férrea actividad
apostólica oculta del Opus Dei.
Como ya ha quedado señalado, la convocatoria de masas
del Opus Dei no era un objetivo que se había propuesto
Escrivá cuando empezó su fundación como
organización secreta de elite hacia 1935. Aunque quizá
soñara con ello, pues las espectaculares concentraciones
de masas también se celebraban entonces con frecuencia
como ceremonia de culto a líderes y caudillos en los
mejores tiempos del fascismo. [Véase cap. 4. "Segunda
República y guerra civil española",
pp. 81-85]. Escrivá en sus "correrías
apostólicas" imitaba a los grandes líderes
de masas con sus recursos escénicos, promocionándose
a sí mismo como un político americano y con
aquella actividad el fundador del Opus Dei pudo desarrollar
una elevada dosis de histrionismo, demostrando ser un actor
impresionante en todos los terrenos interpretativos. En efecto,
Escrivá impresionaba a sus acompañantes y seguidores
cuando aparecía como la persona que se expresaba con
la afectación o la exageración propia de un
actor teatral, aunque eso sí, de "inspiración
divina". En Chile, en el verano de 1974 describe el micrófono
que le instalan en el pecho como "un cencerro" y
el cable le permite hacer en voz alta la reflexión
siguiente: "¿Véis cómo me llevan
atado?". [Sastre, Ana, ob. cit., p. 570]. En febrero
de 1975, en Venezuela, vuelve a hablar por propia iniciativa
de lo mismo en una escena descrita por uno de sus hagiógrafos:
"El Padre se iba hacia la derecha, hacia la izquierda,
arrastrando consigo el cable del micrófono, que le
colgaba del pecho, sin poder adivinar de dónde partiría
la próxima andanada. "Padre, soy de Maracaibo...",
gritó una voz. "Tú eres de Maracaibo, pero
te puedes mover; y yo no soy de Maracaibo y me tienen atado,
y no me puedo mover más que hasta aquí."
Don Javier Echevarría (su segundo hombre de confianza),
en efecto, soltaba o recogía cuerda, según los
pasos. La longitud del cordón no le dejaba aventurarse
más allá de la tarima, aunque en ciertas ocasiones
hubiese querido abrazar a alguno de la concurrencia. [Vázquez
de Prada, Andrés, ob. cit., p. 471]
En una de las reuniones de Escrivá con miembros del
Opus Dei un estudiante venezolano abordó el tema de
la diabetes: "Desde niño tengo diabetes y me han
dicho que usted también la tuvo". A ello respondió
Escrivá: "Yo la tuve durante diez años.
Una diabetes morrocotuda". Insiste el estudiante: "Quería
darle las gracias a usted y a la Obra porque la enfermedad
se ha convertido para mí en un medio de santificación,
y no me ha hecho perder la alegría." Respuesta
seca y evasiva de Escrivá, a quien no le gustaban los
enfermos ni los aceptaba como miembros numerarios en la organización:
"De eso tienes que dar las gracias a Dios, no a mí
ni a la Obra...". [Sastre, Ana, ob. cit., p. 437].
La procesión iba por dentro y de los cien días
en Sudamérica durante el verano de 1974, Escrivá
permaneció enfermo más de diez días en
Perú guardando cama. En Quito, capital del Ecuador,
permaneció entre el 1 y el 10 de agosto sin poder ver
a nadie ni llevar a cabo plan alguno. El 15 de agosto se trasladó
a Venezuela, había llegado todavía enfermo y
como su estado físico empeoró en Caracas, decidieron
acortar el largo viaje de catequesis del fundador del Opus
Dei. Varios meses más tarde, ante un nuevo viaje al
hemisferio sur, pero en Madrid, antes de tomar el avión
para Caracas, reconoce que no le apetece nada ir a América.
El 15 de febrero de 1975 cae de nuevo gravemente enfermo.
Durante la semana que permaneció en Guatemala se redujeron
al mínimo las visitas y fueron canceladas las grandes
reuniones previstas, porque Escrivá reconoció
que le habían abandonado las fuerzas. [Sastre, Ana,
ob. cit., pp. 589-590].
En los años sesenta Escrivá repitió
varias veces ante miembros de la Obra que había tenido
una visión extraordinaria con la fecha de su muerte
situándola en el año 1982. Pero iba a morir
de repente, de un infarto, mucho antes de la fecha que él
había asegurado. Desde que se sentía viejo y
enfermo repetía a menudo "cualquier día
me voy". Llevaba además en su chochez como reliquia
el "lignum vía", un supuesto trozo de la
cruz de Cristo, que lucía en el pecho y que deseaba
llevasen sus sucesores. Murió el 26 de junio de 1975,
en el mismo año y tan sólo unos meses antes
de la muerte del dictador Franco. Como no acertó con
la fecha de su muerte, se elaboró una versión
dentro de la Obra para justificar tal adelanto, porque el
Padre no podía equivocarse. La versión consistía
en señalar que dada la situación en que se encontraba
la Iglesia católica, muy mala en 1975, el fundador
había ofrecido su vida por la Iglesia, y por eso la
fecha era distinta, porque Dios le había aceptado su
sacrificio. [Varios Autores, "Escrivá de Balaguer
¿Mito o Santo?", Libertarias-Prodhufi, Madrid,
1992, pp. 39-40].
El Opus Dei lo había previsto casi todo y ya estaba
todo atado y bien atado. Tras su muerte se editaron dos números
extraordinarios de "Noticias", una de las revista
interna de la Obra, para dar cuenta del fiel cumplimiento
de sus prescripciones. Lápida de mármol, tipo
de cordones, almohada de terciopelo, quien debía hacerle
la mascarilla, el embalsamamiento, el mechón de pelo
que debía cortársele, etc. La inscripción
en la lápida debía ser, como así fue,
una única palabra, "El Padre", de igual forma
que la que aparece en los Evangelios y en donde se insiste
en que Padre sólo hay uno y es Dios. [Moreno, María
Angustias, "El Opus Dei. Creencias
y controversias sobre la canonización de Monseñor
Escrivá", Libertarias-Prodhufi, Madrid,
1992, pp. 61-62.] Escrivá no necesitaba la muerte
porque los hechos ocurridos durante su vida ya se habían
convertido en leyenda.. Lo peor, por su parte, fue consentir
un culto idolátrico a su persona junto a la búsqueda
incesante del poder, la política y el dinero, que llegaron
a erigirse como rasgos permanentes y definitorios del Opus
Dei.
En definitiva, que por ser una persona de relieve que destacó
en sus actividades dentro y fuera de la Iglesia, Escrivá
se ha convertido en personalidad destacada del siglo XX, pero
que no se puede tomar como ejemplo. El fundador del Opus Dei
no pasará a las mejores antologías de santidad
de la Iglesia católica, a las que quizá no aspiraba,
pero tampoco a las de la turbosantidad que ambicionó.
Hasta un miembro del Opus Dei se ha atrevido a señalar
que "será santidad rápida y superficial,
pero santidad al fin y al cabo". Más criticado
que respetado, Escrivá se queda en un remedo de santidad
de los tiempos del franquismo y por mucho que cuente con apoyos
en el Vaticano si la historia de santidad del fundador no
conmueve es que su disciplinada y clerical-autoritaria organización
ha fallado para siempre.
Existe una dimensión espectacular en cuestión
de centenarios, porque si en los Estados Unidos de América
y en todo el mundo occidental ha habido "100 años
de magia" con un Walt Disney 1901-2001, España
también tiene con el fundador del Opus Dei un Escrivá
1902-2002, aunque sea una celebración que no desata
o resuelve dudas históricas. Y como ya existe el parque
temático de Torreciudad en Barbastro, provincia de
Huesca, para visitar a Escrivá en su centenario, de
igual manera participativa reza la publicidad norteamericana
cuando asegura que "celebramos contigo cien años
de la magia de Disney".
Los mitos son relatos o noticias que desfiguran lo que realmente
es una persona y le dan apariencia de ser más valiosa
o más atractiva. Como esta biografía completa
desmitifica la vida y la obra del fundador, la mítica
santidad de Escrivá desfila ante el lector junto a
otros muchos episodios de su vida: desde que nació
en un pueblo aragonés hasta que falleció en
Roma, pasando por el éxtasis de creerse el único
enviado divino para reformar la Iglesia católica, siguiendo
los criterios del fascismo europeo de los años treinta
y cuarenta, especialmente en materia religiosa. .
Para los miembros de la Obra de Dios, sin embargo, nunca
hubo posibles errores en la actuación del Padre. Por
eso desean para el santo fundador "todo honor y toda
gloria por los siglos de los siglos. Amén".
FIN DE LIBRO
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