EL SANTO FUNDADOR DEL OPUS
DEI
Autor: Jesús Infante
CAPÍTULO 2. PRIMEROS AÑOS
DE VIDA OSCURA
EN LA PARTIDA DE BAUTISMO de José María Escriba
que figura en el libro de registro de la iglesia catedral
de Barbastro aparece un dato revelador sobre la familia y
quien mantuvo una preocupación constante en modificar
su apellido. Ellos no se llamaban originariamente Escrivá,
sino Escriba, es decir con be y sin acento, por lo que no
hay que excluir la hipótesis de que tuvieron que catalanizar
el apellido para camuflar un apellido de judío converso
como Escrivá. Más tarde, en el expediente de
estudios de José María, él mismo se firma
José María Escrivá, aunque en el encabezamiento
las autoridades académicas transcriban su nombre como
José María Escriba, el que figuraba en sus documentos
personales y en la partida de bautismo.
La familia Escriba pertenecía a la clase media de
Barbastro, un pueblo situado en las estribaciones montañosas
del Pirineo central, en la provincia de Huesca, limítrofe
con Francia. Dentro de Aragón, la comarca del Somontano,
en donde vino al mundo el fundador del Opus Dei, es un territorio
que se encuentra al pie de las montañas más
meridionales, próximo al valle del Ebro, en las altiplanicies
antes de los primeros contrafuertes del Pirineo, y Barbastro,
con cuatro mil habitantes en la época, era su núcleo
de población más importante.
Por parte del padre, los Escriba eran pequeños agricultores
oriundos de Lleida, provincia de la vecina Cataluña,
y por parte de madre, los Albás, también oriundos
de Cataluña, ejercían una actividad comercial
desde hacía varias generaciones. Establecidos como
honrados comerciantes en Barbastro, los Escriba formaban una
de esas familias "de recia contextura hogareña
y gran moralidad, pertenecientes casi siempre a la clase media",
["La moralidad pública y su evolución.
Informe reservado destinado exclusivamente a las autoridades.
Madrid, 1944, p. 315, en "Usos amorosos de la postguerra
española", Carmen Martín Gaite. Ed. Anagrama]
con tres tíos curas en la familia, dos por parte de
la madre y uno por parte del padre.
Sus hagiógrafos afirman que el origen de José
María Escriba Albás, fundador del Opus Dei y
protagonista de esta biografía, era de "antigua
y limpia estirpe por ambas ramas del árbol genealógico",
[Perez Embid, Florentino. "Monseñor Josemaría
Escrvá de Balaguer y Albás, Fundador del Opus
Dei, Primer Instituto Secular". Separata del tomo IV
de la Enciclopedia "Forjadores del Mundo Contemporáneo".
Ed. Planeta, Barcelona 1963, p. 2], lo cual nos hace pensar
en algo distinto sobre el origen social del hijo de unos comerciantes
de pueblo. La expresión, cuidadosamente calculada,
ha llegado incluso a formar parte de la leyenda elaborada
más tarde sobre el fundador, exhibiendo los miembros
del Opus Dei, totalmente entregados al subgénero histórico
de la hagiografía o vidas de santos, una habilidad
descomunal para disfrazar los hechos. No obstante, la profesión
de comerciante es difícilmente conciliable con la de
hijodalgo en un país como España, y decir "antigua
y limpia estirpe por ambas ramas del árbol genealógico"
representa tan sólo, por desgracia, que ningún
ascendiente de los Escriba nació en la calle, en el
prostíbulo o en la inclusa. En cualquier caso, resultan
ridículas las pretensiones de ilustre prosapia o hidalguía
campesina. La nobleza baturra de los Escriba se redujo, como
veremos más adelante, a unas ansias desmesuradas de
promoción social, para contrarrestar quizá unos
orígenes tan modestos en el pueblo de Barbastro.
Existen, sin embargo, diferentes versiones hagiográficas
de la vida de José María Escriba que han sido
perfectamente elaboradas a partir de retazos de una información
tergiversada, todo ello adobado con gran abundancia de anécdotas
inventadas, que sirven para consumo de simpatizantes y seguidores.
Sin embargo, esta biografía completa se limita a una
descripción somera y rigurosa de hechos realmente acaecidos,
para que los lectores puedan apreciar la naturaleza y alcance
de la peripecia biográfica de José María
Escriba. Este límite se justifica tanto más
cuanto que José María Escriba volverá
una y otra vez a sus recuerdos de infancia y adolescencia,
sobre todo desde que se convirtió en líder carismático
de una poderosa organización con sede en Roma, ejerciendo
una gran influencia hasta después de su muerte entre
sus seguidores y también en el Vaticano.
El primer fruto del matrimonio Escriba fue una niña,
bautizada con el nombre de Carmen, y el segundo de los hijos,
José María, quien protagonizaría la fundación
del Opus Dei, nació el 9 de enero de 1902, año
en que tuvo lugar la coronación del rey Alfonso XIII.
Con la mayoría de edad y la proclamación como
rey de Alfonso XIII una nueva era política parecía
comenzar en España. La subida al trono de un monarca
de diecisiete años representaba una apuesta política
llena de peligros y los restantes países europeos dieron
importancia al suceso, ["Memories de S.A.R., L'Infante
Eulalie 1868-1931", Plon, París, 1935, pp. 129
y 130] sobre todo después de la pérdida
reciente de colonias sufrida por España.
En Barbastro, provincia de Huesca, ocurrieron en 1904 otro
tipo de sucesos. Cuando Losé María cumplió
dos años, y esta edad marca un momento importante en
su desarrollo, padeció unos ataques de alferecía,
que es lo que modernamente se llama epilepsia. [Identificada
con la epilepsia, la alferecía es una enfermedad más
frecuente en la infancia, caracterizada principalmente por
accesos repentinos con pérdida brusca del conocimiento
y convulsiones]. A pesar de ser una enfermedad grave y
extendida en España, en donde aún se cuentan
más de 300.000 casos al año, [Centro de Información
Bioestadística. "Epilepsia en España. Informe
Gaba 2000, Madrid, 1994], 1a epilepsia es una de las enfermedades
crónicas menos invalidantes. Presenta a veces un proceso
con un componente psíquico muy fuerte, con aumento
de la irritabilidad, que puede obedecer a múltiples
causas. En el caso del niño Escriba conviene tener
en cuenta que se trataba de una patología con probados
antecedentes familiares y que le dejaría secuelas,
como ese aspecto reservado y de temperamento a la vez rígido
y ardiente, que se desbordaría a veces en bruscas y
violentas cóleras.
A partir del desencadenamiento de su primera crisis de epilepsia
infantil, José María Escriba pasó a estar
sobreprotegido por su madre y un manto de silencio cubrió
al afectado por parte de la familia. Incluso escondieron tan
aparatosa enfermedad a los fieles seguidores de José
María Escriba de los primeros tiempos, debido quizá
a la mala imagen que tiene la epilepsia entre la población
en general. Posteriormente, cuando tuvo que desplazarse a
Roma en 1946 y ya se le había declarado una grave diabetes,
Escriba consultó si existía alguna lesión
neurológica con el renombrado neuropsiquiatra español
Juan Rof Carballo. [Véase capítulo 7: "El
fundador en Roma"].
Pero de aquella primera crisis con dos años su familia
afirmaba que Escriba salió fortalecido y por ello su
madre le llevó en peregrinación a la ermita
de Torreciudad, en las cercanías de Barbastro, de cuya
Virgen era muy devota, en señal de agradecimiento por
una curación que luego sería calificada de milagrosa,
y Torreciudad significaría, como se analiza más
adelante, el triunfo de Escriba sobre la enfermedad. [Véase
capítulo 9: "Último
período en la vida del fundador". También
Berglar, Peter, "Opus Dei. Vida y obra del Fundador Josemaría
Escrivá de Balaguer", Rialp, Madrid, 1976, pp.
25-26: Gondrand, Francois, "Al paso de Dios", Rialp,
Madrid, 1985; Vázquez de Prada, Andrés, "El
fundador del Opus Dei", Rialp, Madrid, 1985, pp 50-52].
A partir de entonces, su madre ya no querrá despegarse
de José María, por estar necesitado de cuidados
constantes, lo cual tendrá una importancia decisiva
en la vida de ambos. Con una madre tan protectora se iba a
producir la fijación inevitable del niño con
su madre y, como consecuencia, un infantilismo persistente
agravado más tarde con el oscurecimiento de la figura
del padre, por no sacar adelante económicamente de
forma satisfactoria a su propia familia.
Tres niñas nacieron luego en el hogar de los Escriba:
Asunción en 1905, Dolores en 1907 y Rosario en 1909.
Pero de las cinco criaturas, sólo sobrevivieron dos:
Carmen, la mayor, y José María, destinado a
ser el fundador del Opus Dei. Antes de cumplir el año
murió Rosario. A los cinco años murió
Dolores y Asunción a los ocho años de edad.
Si 1905, 1907 Y 1909 representaron años de nacimiento,
los años 1910, 1912 Y 1913 significaron años
de muerte para la familia Escriba, afectada de una extraña
patología y que contaba además con graves antecedentes
familiares.
Como las tres hermanas se fueron muriendo a partir de 1910
en razón inversa a su edad, de la más pequeña
a la mayor, José María Escriba llegó
a decir el 9 de enero de 1972, cuando celebraba el septuagésimo
aniversario de su nacimiento, "no quiero cumplir más
que siete años". Y también comentó
en cierta ocasión que si tuviera que hacer alusión
a su edad iba a decir que sólo tenía siete años.
[Gondrand, Francois, ob. Cit., pp.270-271].
Tal sucesión de traumas infantiles tuvo que crear
una cierta predisposición a la neurosis crónica
y resulta muy revelador que Escriba fijase un intento de regresión
en su vida a 1909, un año antes del comienzo de tantas
desgracias familiares, con una edad, siete años, en
la que los niños ya dejan de creer en los Reyes Magos.
Respecto a la psicología del niño, la fase
edípica que empieza naturalmente a partir de los cinco
años debió tener un fuerte impacto en José
María Escriba. Se comprueban en efecto, tendencias
edípicas que, al ser expresadas puerilmente por un
niño, consisten en desear para sí solo a uno
de los dos padres, generalmente del sexo opuesto, pero siempre
el que ofrece mayor seguridad, excluyendo al otro. La exclusión
del otro se formula a menudo como un deseo de partida o de
muerte, teniendo en cuenta que para el niño la muerte
no significa habitualmente otra cosa que el alejamiento. [Véase
capítulo 7: "El fundador
en Roma" y capítulo 9: "Último
período en la vida del fundador"].
La mayoría de los psicoanalistas coinciden en afirmar
que la situación edípica es una situación
normal; aunque dicha fase puede convertirse en complejo, posible
generador de una neurosis ulterior, cuando se reúnen
varias condiciones precisas que actúan como agravantes
y que eran fácilmente constatables en el caso del niño
José María Escriba, analizando algunos datos
de los primeros años de su vida: por una parte, la
excesiva relación afectiva y la acusada preferencia
del niño por su madre, junto con una indulgencia excesiva
de la progenitora, proceso agravado más tarde con la
ruina económica protagonizada por el padre; y por otra
parte, el hecho de quedar José María como varón
único tras la muerte traumática de las hermanas,
junto con el nacimiento posterior de un hermanito, asunto
que remueve la cuestión del origen de los niños
y, con ello, sexualiza rápidamente los sentimientos
edípicos. [Mucchielli, Roger, "La personalidad
del niño. Su edificación desde el nacimiento
hasta el final de la adolescencia". Hogar del Libro.
Barcelona, 1938, pp. 88 y 90].
La madre, Dolores Albás, que era muy religiosa, había
enseñado a rezar devotamente a sus hijos y José
María se había convertido en un niño
muy piadoso. De aquella época doña Dolores guardaría
como reliquia un cuadro de la Virgen María con un Niño
Jesús, con aspecto de tener dos o tres años,
donde aparecía sonrosado y mofletudo, con mohín
candoroso, el pelo rubio, repeinado a raya y con bucle. [Vázquez
de Prada, Andrés, ob. Cit., pp. 483-484]. No hace
falta imaginar que la imagen era el modelo propuesto por la
madre para ser imitado por su hijo José María.
El cuadro que sería conocido familiarmente por la Virgen
del Niño Peinadico se convirtió más tarde
en un objeto preciado de la iconografía privada del
Opus Dei.
José María estudió las primeras letras
en las Escuelas Pías de Barbastro y allí cursó
también los primeros años de bachillerato, donde
iba a examinarse, llevado de la mano por los padres escolapios,
a los institutos de Huesca o de Lleida. Su expediente presenta
una normalidad escolar, con resultados satisfactorios en todos
los cursos.
Los Escriba poseían un cierto barniz de cultura y
José María se aficionó desde una edad
temprana a la lectura de temas medievales, como los cantares
de gesta. Téngase en cuenta que en las tierras del
Pirineo, durante la larguísima guerra de los cristianos
contra los moros que duraría ochocientos años,
la Reconquista cristiana tuvo un carácter distinto
que en otras regiones españolas. En Aragón la
Reconquista comenzó con la ocupación de Barbastro,
a donde se encaminó en el año 1064 una cruzada
predicada por el papa Alejandro II. La península Ibérica
estaba dominada entonces por el mismo enemigo de la cristiandad
que en Tierra Santa y tales cruzadas, así como las
órdenes militares y las guerras entre moros y cristianos,
debieron impresionar a José María, ya que Barbastro
fue una plaza fuerte sitiada varias veces por los cristianos
durante la Reconquista. "Las gestas relatan siempre aventuras
gigantescas, pero mezcladas con detalles caseros del héroe",
llegó a escribir luego José María, siendo
ya adulto, en Camino, el más famoso de sus libritos.
["Camino". Máxima 826] Y de sus lecturas
medievales debió partir, sin duda, como producto de
sus ensoñaciones juveniles, su obsesión por
pertenecer a una familia de alta alcurnia que le empujaría
a la búsqueda incansable de honores y privilegios,
llegando incluso a realizar actos ridículos de falso
ennoblecimiento para sí y para su familia. [Véase
capítulo 9: "Último
período en la vida del fundador"].
Algunas noches después de cerrar la tienda, José
María, acompañado de otros niños, se
quedaba ayudando a su padre a contar el dinero que se había
ganado ese día, según el testimonio de una vecina
de Barbastro, María Esteban Romero. Junto con otros
amiguitos, José María se sentaba encima del
mostrador y se entretenía mucho contando las monedas.
[Bernal, Salvador, ob., cit., p. 21]
Aquel niño aragonés, que se aficionó
desde muy pequeño a tocar y contar el dinero, conoció
también el dolor, en la peluquería. Él
mismo lo relataría años más tarde: "En
las fechas más destacadas de mi vida, el Señor
ha querido mandarme alguna contrariedad. Hasta el día
de mi primera comunión, al peinarme el peluquero, me
hizo una quemadura con la tenacilla."
Pero los sufrimientos del niño fueron poca cosa comparados
con los de su padre. Todo el mundo de la infancia de José
María se derrumbó de repente con el cierre en
1915 de la tienda de tejidos que don José Escriba regentaba
con otro socio en Barbastro. Quebró la tienda de paños
y los Escriba se fueron a Logroño, capital de la Rioja,
lo suficientemente alejada de Barbastro para evitar la tentación
del regreso. Allí el cabeza de familia, venido a menos,
hubo de buscar colocación como dependiente en otra
tienda de tejidos.
Si en las familias españolas las madres se hacían
cargo del hogar y la educación de los hijos mientras
que los padres se encargaban de resolver la situación
económica, los parámetros tradicionales de la
familia Escriba fallaron por parte del padre y la salida de
Barbastro tuvo más de huída que de mudanza,
abandonando el pueblo de noche para esquivar a los acreedores.
[Infante, Jesús. "La prodigiosa aventura del
Opus Dei. Génesis y Desarrollo de la Santa Mafia".
Ruedo Ibérico, París, 1970, p.4]. El fantasma
de la ruina no abandonaría nunca a José María,
el cual se esforzó toda su vida por devolver a la familia
la solvencia y el crédito perdido.
José María tenía edad suficiente, trece
años, como para darse cuenta de lo que representaba
la quiebra del negocio familiar en Barbastro. En Logroño,
sin embargo, continuó estudiando hasta acabar el bachillerato
y en octubre de 1918, cuando tenía dieciséis
años, inició la carrera de sacerdote como alumno
externo en el seminario de Logroño.
José María le había comentado previamente
a su padre la intención de ingresar en el seminario,
desde que un día de invierno, en el mes de diciembre
de 1917, vio las huellas de pasos de un carmelita descalzo
en la nieve. Entonces sintió el impulso de hacerse
carmelita, para encerrarse a cantar las alabanzas de Dios
en el convento; aunque luego cambió de opinión
y dijo que no le interesaba la carrera eclesiástica,
que no le atraía ser cura y que su vocación
era la de arquitecto. Finalmente, la decisión fue tomada
y el padre, que trabajaba como dependiente de comercio, aceptó
que José María iniciara los estudios para el
sacerdocio con la condición de que cursara también
la carrera de derecho, a fin de evitar ser en el futuro un
hombre sin recursos si le fallaba la vocación religiosa.
Aconsejado también por su padre, el joven José
María consultó, antes de dar el paso, a un capellán
militar, Albino Pajares, personaje con la clásica visión
medieval en la que el sacerdocio es el saber y la milicia
la fuerza, cuya opinión tuvo un peso importante en
aquellos momentos.
En España, los hijos de los pequeños agricultores,
comerciantes y los sectores de la población rural no
asalariada encontraban en los seminarios durante el primer
tercio del siglo la única vía posible de acceso
a la cultura superior y de promoción social. Con ello
no se pretende afirmar que José María Escriba
tuviera forzosamente que ser eclesiástico de modo cerrado
y terminante; pero si se analiza someramente el ingreso en
los seminarios españoles y la aportación de
regiones como el Pirineo navarro-aragonés y la Rioja,
junto con el origen social de Escriba y su tremenda ambición
realzada en infinitos detalles personales, resulta fácil
concluir que el camino religioso era el único viable
para un individuo como él. Tuvo la ilusión de
ser arquitecto, pero se inclinó por el sacerdocio.
José María Escriba "escogió"
el "único camino" que podría llevarle
lejos y la ruta del sacerdocio eclesiástico le ofrecía
perspectivas más claras que cualquier otra carrera.
Parece probable, sin embargo, que Escriba no tuviera a los
dieciséis años una conciencia clara de lo que
ambicionaba, lo cual por otra parte, no impide la existencia
de una vocación eclesiástica. La vocación,
como escribe Castilla del Pino, es una ultraestructura o estructura
ulterior que uno elige para su persona, una vez que ya está
y comienza a actuar en el mundo que le ha sido dado vivir.
[Castilla del Pino, Carlos. "Dialéctica de
la persona, dialéctica de la situación".
Ed. Ibérica, Barcelona, 1968, p.139]. José
María Escriba pudo sentir vocación hacia el
sacerdocio pero, no conviene olvidarlo, se sintió llamado
dentro de unas estructuras como las de la sociedad española
que ofrecían entonces, y siguieron ofreciendo después,
un margen muy angosto y escaso de oportunidades.
En un ambiente de religiosidad familiar, con la vocación
de José María predeterminada por la madre, los
Escriba celebraron por aquellas fechas el nacimiento de un
nuevo varón en la familia. Nació el 28 de febrero
de 1919 y fue bautizado con el nombre de Santiago. Así,
otro hijo varón podía compensar la ausencia
de José María cuando tuviera que irse y sólo
quedara la hija mayor, Carmen.
Cuenta uno de los hagiógrafos de Escriba que unos
meses antes, a finales de 1918, cuando José María
estudiaba en Logroño como alumno externo del seminario,
su madre les dijo a él y a su hermana "que pronto
tendrían un hermanito" y, ante la noticia, la
primera reacción de José María, repuesto
de la sorpresa, "fue el pensar que sería varón,
pues así lo había pedido a Dios". Luego,
con la noticia del nacimiento tuvo una gran alegría,
comentando posteriormente que "con aquello toqué
con las manos la gracia de Dios, vi una manifestación
de Nuestro Señor. No lo esperaba" [Vázquez
de Prada, Andrés, ob. Cit., p.75]. José
María Escriba se refería con este comentario
posterior a la supuesta intervención divina conseguida
por él y de ahí que este suceso fuera incluido
años más tarde dentro del proceso de turbosantidad,
en el capítulo de hechos sobrenaturales, por sus seguidores
del Opus Dei.
En el seminario de Logroño José María
no pudo ser alumno interno, entre otras razones, por motivos
de salud. Comenzó su carrera eclesiástica como
seminarista externo yendo a clases aunque viviendo en casa,
en donde también recibía clases particulares
además de los cuidados maternos.
En septiembre de 1920 se trasladó a Zaragoza. Era
poco corriente tal desplazamiento pero José María
iba a estudiar también derecho empujado por su padre,
lo cual era imposible en Logroño. Además el
seminario dependía de la diócesis de Burgos
y se veía obligado a cursar por libre la carrera de
leyes en Valladolid, mientras en Zaragoza existía entonces
una universidad pontificia, lo que le permitía simultanear
los estudios eclesiásticos con los civiles de derecho,
abandonando provisionalmente un universo que era el del pasado
y el de la familia.
Con este nuevo traslado José María Escriba
mostraba que no estaba resignado a ser un sencillo mosén
en su diócesis y lo universitario o académico
representaba un peldaño en su ambición social.
Estaba además la familia: en Zaragoza tenía
como parientes a dos eclesiásticos hermanos de la madre,
uno de ellos canónigo de la catedral. Después
de haber solicitado su traslado al seminario de Zaragoza para
el curso escolar 1919-1920, logró obtener una media
beca que completaría la ayuda que sus padres pudieron
prestarle. [Gondrand, Francois, ob. Cit., p.35].
En el seminario de Zaragoza José María Escriba
vivió bastante al margen de sus condiscípulos
y algunos de sus compañeros de estudios conservan el
recuerdo de un joven poco mezclado en la vida común,
de aspecto reservado y de temperamento rígido y a la
vez ardiente, que se desbordaba a veces en bruscas y violentas
cóleras [Artigues, Daniel, "L'Opus Dei en Españgne.
Son évolution politique et ideologique. Ed. Ruedo Ibérico,
París, 1968, p. 9] Un compañero de Escriba
en el seminario, Manuel Mindán Manero, le calificó
de "hombre oscuro, introvertido y con notable falta de
agudeza. No me explico -añadiría Mindán,
que también se hizo sacerdote- cómo un hombre
de tan pocas luces pudo haber llegado tan lejos".
En las navidades de 1922 había recibido los grados
de ostiario y lector, junto con los de exorcista y acólito.
En 1923, con la primera tonsura Escriba logró ser nombrado
superior, también llamado moderador, un pequeño
puesto que equivalía a inspector encargado de vigilar
a sus compañeros, tanto en clase como en los paseos,
con el privilegio de poder repetir plato en las comidas. Cuando
terminó los años de teología preceptivos
de la carrera eclesiástica fue ordenado subdiácono
en la iglesia de San Carlos el 14 de junio de 1924.
En aquellos tiempos José María Escriba iba
a demostrar una enorme voluntad de poder que mantendría
a lo largo de toda su vida y ya en el seminario repetía
incansablemente una jaculatoria en latín, invocando
a la Virgen María: "Domina, ut sit! Domina, ut
veam!", lo cual equivale a decir: "¡Señora,
que sea! ¡Señora, que vea!".
En la de entonces existente universidad pontificia de Zaragoza,
José María Escriba completó los cinco
curso íntegros de estudios eclesiásticos y el
28 de marzo de 1925 fue ordenado sacerdote. Se dispone del
testimonio del propio Escriba quien describe cuál era
en aquella época su visión del mundo: "Cuando
yo me hice sacerdote, la Iglesia de Dios parecía fuerte
como una roca, sin una grieta. Se presentaba con un aspecto
externo, que ponía enseguida de manifiesto la unidad:
era un bloque de una fortaleza maravillosa." Para luego
contar el mismo Escriba años después, antes
de su muerte en el año 1975, que la Iglesia "si
la miramos con ojos humanos, parece un edificio en ruinas,
un montón de arena que se deshace, que patean, que
se extiende, que destruyen..." [Bernal, Salvador,
ob. cit., p. 262].
Entretanto su padre había muerto en Logroño
unos meses antes y José María se hizo cargo
de su madre, de su hermana Carmen y de su hermano Santiago,
que tenía entonces seis años. La familia Escriba
se encontraba en una situación económica extremadamente
grave: el sueldo de dependiente de comercio se había
terminado y se habían enfriado además las relaciones
con los parientes de Zaragoza. Sin embargo, José María
aprovechó el triste suceso de la muerte de su padre
para realizar un cambio familiar importante con la modificación
del apellido. José María ya no soportaba más
tener como primer apellido familiar el de Escriba, porque
en la antigüedad así se denominaba a los copistas
y amanuenses, y a los doctores e intérpretes de la
ley entre los hebreos.
La familia Escriba pasó a ser Escrivá de forma
pública; aunque luego, más tarde, tuvieron que
añadir de Balaguer por las ínfulas de nobleza
y para que no hubiera más dudas en la catalanización
del apellido.
Con las licencias eclesiásticas obtenidas, José
María Escrivá, ya no Escriba sino Escrivá,
se había convertido en un mosén, que era el
título que se daba principalmente a los clérigos
y que provenía del tratamiento que en la antigüedad
ostentaban los nobles de segunda clase en el reino medieval
de Aragón. Al día siguiente de haber cantado
su primera misa, José María fue enviado como
cura ecónomo a Perdiguera, un pueblo de varios centenares
de habitantes en el límite del cuasidesierto de Los
Monegros. Allí hizo las funciones de párroco
por vacante del titular durante la Semana Santa de 1926, para
regresar siete semanas más tarde a Zaragoza., en donde
ya se encontraba instalada en un piso de la calle de Rufas,
muy pobremente, su familia.
Como no disponía de peculio propio y tenía
encima que sostener a la familia, se dedicó a dar clases
de latín y fue hasta profesor encargado de los cursos
de derecho canónico y romano en el Instituto Amado,
una academia privada dirigida por un capitán de Infantería
que preparaba principalmente el ingreso en la Academia Militar
de Zaragoza.
El joven sacerdote se ocupó además de desempeñar
interinamente varios trabajos eclesiásticos que le
encargaron desde el arzobispado, aunque sus preferencias personales
en las celebraciones de culto se dirigían a la iglesia
de San Pedro Nolasco, regida entonces por sacerdotes miembros
de la Compañía de Jesús, los famosos
jesuitas. También estuvo de sustituto del párroco
de Fombuena, aldea de doscientos cincuenta habitantes cercana
a Daroca, durante la Semana Santa de 1927.
Había empezado a estudiar por su cuenta una carrera
civil, la de derecho, en la universidad de Zaragoza, de acuerdo
con los deseos de su fallecido padre, para tener una garantía
de mayor seguridad en el futuro. José María
Escrivá intentó simultanear entonces derecho
con sus estudios eclesiásticos, pero era muy difícil
que un seminarista pudiera realizar una carrera universitaria
en el mismo espacio de tiempo. Un catedrático de derecho
con quien se examinó José María Escrivá
señalaría años más tarde que "no
sabía mucho, no sabía mucho. Para un aprobadete.
Le di notable porque era cura. Y se enfadó porque no
le di sobresaliente".
Tuvo algunos suspensos y en otras ocasiones no pudo presentarse
a los exámenes. El caso es que en 1925, cuando se instaló
su madre con sus otros dos hermanos en Zaragoza, no había
aprobado aún la mitad de las asignaturas de la carrera.
Se presentó luego a los exámenes en junio y
septiembre de 1926, aunque se ignora si lo hizo en convocatorias
posteriores para acabar la carrera y obtener el título
de licenciado en derecho.
En este período inicial de la vida del futuro fundador
del Opus Dei otro punto oscuro aparece en las incompletas
biografías oficiales. Uno de sus hagiógrafos,
Florentino Pérez-Embid, notable miembro del Opus Dei,
escribe: "Al llegarle la edad de la formación
universitaria, cursó la carrera de derecho en la universidad
de Zaragoza, y los estudios eclesiásticos en el seminario
cesaraugustano de San Carlos, "del que fue superior".
Recibió la tonsura clerical de manos del cardenal Soldevila,
el famoso arzobispo de aquella diócesis, que al poco
tiempo caía asesinado por un anarquista". Otro
miembro del Opus Dei, Carlos Escartín, autor de un
"Perfil biográfico" sobre Escrivá,
afirma igualmente: "Estudió la carrera de leyes
en la facultad de derecho de la universidad de Zaragoza, al
mismo tiempo que realizaba los estudios eclesiásticos
en el seminario de San Carlos de esta ciudad. Recibió
la tonsura clerical de manos del cardenal Soldevila, arzobispo
de Zaragoza, "que le nombró Superior del Seminario".
En efecto, tras la primera tonsura en su carrera sacerdotal
Escrivá había sido nombrado superior, también
llamado moderador, puesto humilde que equivalía a inspector
encargado de vigilar a sus compañeros, tanto en clase
como en los paseos, con el privilegio de mostrar mayor urbanidad
y de repetir plato en las comidas. En cambio, para los hagiógrafos
del fundador del Opus Dei el humilde puesto de superior ofrece
una mayor consideración social, por lo que la pretensión
de hacerle superior del seminario de San Carlos, antes de
su ordenación como sacerdote, nos plantea un caso de
precocidad extraordinaria en los anales de la Iglesia católica.
Ser a la vez diácono y rector de un seminario resulta
excesivo, sobre todo si tenía veintiún años
de edad cuando recibió la tonsura clerical y veintitrés
cuando fue ordenado sacerdote.
Hay versiones de su vida todavía más peregrinas
como la de Javier Ayesta Díaz, uno de los portavoces
oficiales del Opus Dei, quien llegó a declarar que
"por entonces José María Escrivá
era todavía seglar. Estudió derecho en la universidad
de Zaragoza, se hizo abogado y posteriormente se ordenó
sacerdote. Debido a haberse ordenado tan tarde conservó
la mentalidad del seglar y por ello creó una asociación
seglar". [Ayesta, Javier. Entrevista. Diario "Der
Gelderlander", Nimega, Holanda].
Aquí aparece al descubierto el móvil de las
tergiversaciones y los falsos datos biográficos, que
consiste en demostrar años después que Escrivá
hizo de todo: de abogado a superior de seminario, pasando
por cura párroco de aldea. Y así todos los esfuerzos
de los hagiógrafos del Opus Dei se centran en ofrecer,
para el consumo propio y de extraños, la figura sacerdotal,
universitaria y secular del fundador del Opus Dei, cargado
de experiencias laicas y alejado de todo espíritu de
religión o clericalismo, siendo el mismo Escrivá
el primero que estuvo firmemente interesado en mantenerla.
Existen serias dudas sobre si aprobó todas las asignaturas
de la carrera, condición necesaria para obtener el
título de licenciado en derecho. Los más escépticos
de sus críticos se preguntan ¿dónde está
el título de licenciado?, ya que su expediente académico
ha sido buscado infructuosamente y no aparece en los archivos
de la facultad de derecho de la universidad de Zaragoza, así
como tampoco existe justificante o recibo del pago de las
tasas correspondientes para la obtención del título
a nombre de José María Escrivá, en los
primeros meses de 1927 ni en fechas posteriores.
¿Acabó entonces la carrera de derecho? Antonio
Pérez Tenessa, destacado abogado y letrado del Consejo
de Estado, que fue durante años sacerdote numerario
y secretario general del Opus Dei en España, va mucho
más lejos afirmando: "Dudo mucho de que hubiera
estudiado derecho. Nunca vi su título de licenciado
y tal como eran las cosas de la Obra, de haberlo hecho, se
le hubiera situado en un marco dorado impresionante. Aunque
pudo haberse perdido ese documento, como tantos otros, durante
la guerra (...). Desde luego, por las conversaciones que teníamos,
yo creo que si había estudiado derecho lo había
olvidado por completo. En cambio, tenía alguna idea
vaga de derecho canónico, producto lógico de
lo que había estudiado en el seminario" [Moncada,
Alberto, "Historia
oral del Opus Dei". Ed. Plaza y Janés,
Barcelona, 1987, p.19].
Existen por otra parte indicios como, por ejemplo, cuando
el rector de la universidad de Zaragoza invistió a
José María Escrivá en 1960 con el doctorado
honoris causa, éste apareció ante el catedrático
que actuaba de padrino con la muceta azul de los doctores
en filosofía y no con la roja de los doctores en derecho.
El rector de Zaragoza explicó en su discurso que la
actividad a que se había venido dedicando Escrivá
no era la específica de un doctor en derecho y que
era la facultad de filosofía y no la de derecho la
que había solicitado que le fuera concedido el doctorado
honoris causa.
Aún no sabemos si le quedaron arrastrando varias asignaturas
pendientes de su estancia en Zaragoza y aunque presentaba
un expediente académico dudoso, porque no existen rastros
del título o diploma de licenciatura, Escrivá
pidió permiso para trasladarse a Madrid y proseguir
sus estudios, pues el doctorado en derecho sólo podía
obtenerse en la universidad central madrileña, aunque
ello no implicara que había acabado la carrera en la
facultad de derecho de Zaragoza. Con fecha 17 de marzo de
1927 el arzobispado le autorizó a residir durante dos
años en Madrid para preparar el doctorado en derecho
y obtener el título correspondiente.
La última etapa de su estancia en Zaragoza, después
de su ordenación, había significado para las
ambiciones de José María Escrivá, un
auténtico callejón sin salida. Había
decidido ir a Madrid porque, entre otras razones, se ahogaba
en los ambientes que frecuentaba en Zaragoza. Su rasgo de
carácter más acusado era el de querer distinguirse
siempre del resto de sus compañeros de juego durante
su infancia y, más tarde, de sus compañeros
de estudio en el seminario de Zaragoza. Si para ir a Zaragoza
desde Logroño el motivo había sido estudiar
la carrera de derecho, el pretexto para irse de Zaragoza a
Madrid fue el de hacer el doctorado, aunque fuese con una
carrera universitaria que no había terminado.
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