EL SANTO FUNDADOR DEL OPUS
DEI
Autor: Jesús Ynfante
CAPÍTULO 5. A LA SOMBRA DE
LA DICTADURA
ESCRIVÁ ENTRÓ en el recién conquistado
Madrid el 28 de marzo de 1939, a bordo de un camión
militar con la primera columna de avituallamiento de las tropas
de Franco. Así emprendió Escrivá al finalizar
la guerra el regreso a Madrid, dispuesto a enterrar para siempre
el pasado republicano en España y decidido a reiniciar
la consolidación de su proyecto de Obra de manera definitiva
para volver a tiempos pasados, por lo menos a la Edad Media
o al siglo I de los primeros cristianos. Más de un
año y medio había transcurrido desde que dejó
su familia, madre y hermanos, para proseguir la aventura de
la primera fundación del Opus Dei con un viaje iniciático
por los Pirineos y la posterior estancia en Burgos, capital
de la cruzada. José María Escrivá no
estaba dispuesto a desaprovechar ni un minuto del tiempo inmediato
a la finalización de la guerra. Por fin su proyecto
volvería a hacerse realidad en la posguerra, pese a
que iban a subsistir durante largos años las turbaciones
ocasionadas por la contienda española, junto con el
desencadenamiento de la segunda guerra mundial. Escrivá
podía estar dichoso, ya era feliz, porque llegó
triunfante a Madrid, donde pensaba dirigir de nuevo su actividad
hacia los barrios bien establecidos, de una vez por todas.
Las precariedades de la posguerra iban a significar poco en
comparación con las de la preguerra. Como militante
en el bando de los vencedores, Escrivá estaba convencido
del triunfo de su proyecto.
La madre y hermanos de Escrivá permanecieron en Madrid,
sufriendo hambre en el largo asedio y fue Isidoro Zarzano
quien los alojó y alimentó con su sueldo de
ingeniero de los ferrocarriles. Los archivos con la correspondencia
y los primeros documentos de la Obra, que cabían entonces
en una caja de cartón, permanecieron escondidos debajo
de la cama en los cuartos donde durmió la madre de
Escrivá. Después del regreso de José
María, la familia se instaló provisionalmente
en la vivienda del patronato de Santa Isabel, propiedad del
Patrimonio Nacional, en donde Escrivá había
sido restablecido en el puesto de rector; pero la iglesia
y el convento habían quedado dañados durante
la guerra y Escrivá tuvo que ceder la vivienda de la
casa rectoral a la comunidad de monjas, mientras se reconstruía
el convento con cargo, por supuesto, a los fondos del Nuevo
Estado.
Cuando estaba aún en Burgos, José María
Escrivá aprovechó varias ocasiones para visitar
los frentes de batalla. Durante uno de sus desplazamientos
al frente de Madrid en junio de 1938 por labores militares
de apostolado, Escrivá había tenido la oportunidad
de observar con unos anteojos desde Carabanchel Alto la última
casa alquilada, el palacete de la calle Ferraz, y creyó
verla completamente destruida, lo que significaba en sus imaginaciones
volver a empezar de la nada. Sin embargo, cuando regresó
a Madrid Escrivá pudo comprobar que la casa de Ferraz
16 se encontraba en un estado lamentable, aunque no "totalmente
destruida" como luego contaron exageradamente -porque
así la "vio" Escrivá- los cronistas
oficiales del Opus Dei. La fachada estaba acribillada de impactos
de bala, los balcones y cristales rotos, el piso astillado
lleno de cascotes, y en semejantes condiciones la noble casa
de Ferraz, propiedad de una aristocrática familia,
no podía representar ninguna continuidad para la Obra,
no por el grado de destrucción, sino porque no les
pertenecía y no habían pagado los importes de
los alquileres, pues se trataba de un contrato de alquiler
en precario concedido in extremis en el mes de julio de 1936
por el administrador de la familia propietaria, los Silva
Azlor de Aragón, que se encontraban refugiados en el
sur de Francia. Estaba claro que ni la casa reunía
condiciones de habitabilidad inmediata ni los miembros de
la Obra disponían tampoco del dinero necesario para
arreglada.
En junio de 1939 Escrivá se fue a Valencia para dar
unos días de retiro espiritual en el colegio mayor
universitario Juan de Ribera, situado en Burjasot, por invitación
del vicario general de la diócesis y rector del colegio,
uno de los contertulios de Escrivá en Burgos cuando
era capital de la cruzada. El colegio universitario de Burjasot
había sido un núcleo relevante de oposición
de los estudiantes católicos contra la República
y de aquel retiro espiritual dirigido por Escrivá,
donde la mayoría de los asistentes eran estudiantes
aún militarizados, surgieron las primeras vocaciones
de la posguerra, convirtiéndose Valencia en uno de
los núcleos más potentes de militantes en los
primeros tiempos de la Obra. Escrivá aprovechó
también su estancia para preparar la primera edición
del librito Camino, que sería publicada en el mes de
septiembre con escasas páginas, en formato amplio de
libro, y con tapas blancas, en Valencia.
"Allá por los primeros años de la década
de los cuarenta, iba yo mucho por Valencia -recordó
Escrivá en cierta ocasión-, no tenía
entonces ningún medio humano y, con los que se reunían
con este pobre sacerdote, hacía la oración donde
buenamente podíamos, algunas tardes en una playa solitaria."
Años después, sin embargo, se utilizarían
imágenes con barcos y redes como recordatorio dentro
del Opus Dei, que tenía una significación especial
para los primeros miembros, porque "aquello tenía
hondo sabor de primitiva cristiandad". [Vázquez
de Prada, Andrés, "El Fundador del Opus Dei",
Rialp, Madrid, 1985, p. 202.] La Obra, con Escrivá
al frente, pretendía volver como fuese al espíritu
de los primeros tiempos del cristianismo, porque los siglos
posteriores significaban para Escrivá una pura desviación
de la Iglesia.
En el otoño de 1939 se reanudó con más
o menos normalidad la labor apostólica entre los jóvenes
universitarios de los barrios bien establecidos de la capital
de España. Para tener reunidos a los seguidores de
la Obra y simpatizantes se alquilaron dos pisos situados en
la planta cuarta del número seis en la calle Jenner
de Madrid. En la entrada de la nueva residencia DyA había
un mapamundi donde aparecía una cruz con los cuatro
brazos en forma de flecha, orientados hacia los cuatro puntos
cardinales, y hacia donde imaginaba Escrivá que debían
dirigirse, como una rosa de los vientos, sus futuros apostolados.
La familia de Escrivá se acomodó en otro piso
de la segunda planta del mismo inmueble, donde se instaló
también el comedor de la nueva residencia. Los Escrivá
no podían volver a la vivienda del rectorado en el
patronato, ocupado por las monjas. La madre y la hermana de
José María se iban a encargar de todo lo relativo
a la intendencia, así como otras cuestiones de administración,
en la nueva residencia de la calle Jenner, muy cerca del paseo
de la Castellana, entonces la zona más aristocrática
de Madrid. En la residencia se mantuvo el mismo "espíritu
de familia", mejor será decir "espíritu
de pensión de familia", que tan buenos resultados
dio antes de la guerra en la residencia de la calle Ferraz
y que ayudó a hacer cuajar la espiritualidad del incipiente
Opus Dei. En su mejor momento los Escrivá llegaron
a albergar en la posguerra, en aquellos años popularmente
llamados del hambre, casi treinta pupilos en la nueva residencia
DyA de la calle Jenner.
Los primeros éxitos de Escrivá en la posguerra
consistieron en atraer a estudiantes universitarios parasitando
principalmente a otras organizaciones católicas y de
esta manera vertebrar las convicciones de los militantes católicos
ofreciéndoles ingresar en la Obra "por ser superior
a las demás organizaciones", que acusadas de tibieza
se habían dejado arrollar por los enemigos de la Iglesia.
En la evolución de muchos de esos jóvenes hacia
un compromiso moral y político más integrista,
la referencia a la Acción Católica Nacional
de Propagandistas (ACNP) era obligada, por haber sido acusada
de colaboracionismo durante la República. El razonamiento
último de los jóvenes militantes de la Obra
consistía en explicar que resultaba necesaria una ideología
de conquista, porque una ideología de conservación
no tenía la fuerza necesaria para arrastrar a la gente;
sin embargo, no existían grandes diferencias entre
unos y otros, porque se trataba, en definitiva, de la misma
idea conservadora que habían de defender, aunque de
forma más agresiva en el Opus Dei.
La hostilidad de los miembros de la Obra hacia otros sectores
de ideología católica era permanente. Si la
democracia cristiana franquista representaba la clásica
derecha española, Escrivá se situaba en la ultraderecha,
es decir, a la derecha de la derecha española. En el
Opus Dei solían decir que "hay expresiones descompensadas
y una de ellas es democracia cristiana, como hay cuadros que
se caen de un lado y como hay barcos escorados". A Escrivá,
según cuenta uno de sus primeros seguidores, "le
molestaba mucho un cierto liberalismo de la democracia cristiana,
creía que se trataba de una típica deformación
de los propagandistas que, para él, no eran muy de
fiar ideológicamente" [Fisac, Miguel, "Testimonio",
en Moncada, Alberto, "Historia oral del Opus Dei, Plaza
&: Janés, Barcelona, 1987, pp. 61-62.]
Por otra parte, la guerra civil había dejado flotando
en el ambiente una mitología del héroe y todo
ese conjunto de jóvenes contaba con un arsenal de mitos
muy sugestivos para dinamizar su vida: la catolicidad, el
retorno al sentido cristiano de la vida, la revitalización
del concepto de aristocracia, la Hispanidad, etcétera.
La España de esos nuevos cruzados estaba reencontrando
su propio pulso porque las condiciones estratégicas
ya estaban dadas. La cosa estaba clara: se trataba de realizar
"una revolución desde arriba", desde la universidad,
desde "la minoría", desde la "aristocracia
intelectual". La universidad iba a extender sus tentáculos
fuera de ella y allí estaba la Obra de Escrivá
al quite, para aprovechar la coyuntura.
Entretanto, Escrivá abandonó a su antiguo confesor
el jesuita Valentín Sánchez Ruiz, quien fue
el que había bautizado, entre 1935 y 1936, sin percatarse
de ello, a la Obra de Escrivá como Obra de Dios, cuando
en las visitas de Escrivá al jesuita para confesarse,
éste siempre le preguntaba con tono de armonía
y buena correspondencia entre ellos: ¿cómo va
esa obra de Dios? Los tiempos eran diferentes a los de antes
de la guerra civil y Escrivá pasó a confesarse
todas las semanas con José María García
Lahiguera, que era entonces director del seminario de Madrid
y muy amigo sobre todo del obispo de Madrid-Alcalá,
Leopoldo Eijo Garay, lo que le iba a permitir acceder directamente
a la alta jerarquía eclesiástica. Resultaba
sintomático que si dejó de confesarse en 1940
con el jesuita Sánchez Ruiz, autor de un "Catecismo
social" que contenía un diseño del control
y la influencia de la Iglesia católica sobre las instituciones
sociales, fuera para escoger como confesor personal suyo a
un eclesiástico acérrimo franquista como García
Lahiguera que terminó su carrera como arzobispo de
Valencia. En 1964, siendo todavía obispo, García
Lahiguera escribió una circular donde decía
que "nuestro Caudillo es acreedor a la gratitud de todos
como el principal artífice humano de la paz y así
es justo reconocerlo y proclamarlo, rogando al Señor
que nos lo conserve muchos años". En aquellos
tiempos triunfales, además de rector del patronato
de Santa Isabel, Escrivá obtuvo un puesto oficial con
cargo al presupuesto del Estado con el nombramiento de consejero
nacional en el recién constituido Consejo Nacional
de Educación. Se trataba de un regalo político
del ministro de Educación Ibáñez Martín,
ya que el fundador de la Obra presumía entonces de
conocer perfectamente los problemas de la universidad española.
Escrivá se vanagloriaba además de ser el único
sacerdote del clero secular que se sentaba en el Consejo Nacional
de Educación, junto con otros representantes eclesiásticos,
entre los que se contaban tres obispos y varios miembros de
órdenes religiosas.
Como años antes había ido de Zaragoza a Madrid
para preparar un supuesto doctorado en derecho, Escrivá
aprovechó la atmósfera de euforia política
durante los años triunfales de la posguerra para conseguir
la licenciatura, título académico que no había
logrado en los doce años anteriores. Desde abril de
1939, para recuperar el tiempo perdido a causa de la guerra,
se implantaron cursos intensivos en las universidades españolas
y fue entonces cuando Escrivá logró aprobar
en septiembre algunas de las asignaturas que tenía
pendientes en su licenciatura en derecho. Corrían "tiempos
patrióticos", con exámenes patrióticos
y admisiones también patrióticas. Quienes se
presentaban a los exámenes amañados y a las
falsificaciones académicas demostraban tener por encima
de todo amor a su patria y procuraban todo el bien posible
empezando por sus carreras personales. Con el doctorado en
derecho, obtenido dos meses más tarde, en diciembre
de 1939, por fin Escrivá había conseguido en
Madrid su "ampliación de estudios", cumpliendo
así con el objetivo que le había traído
a la capital de España y que durante doce años
utilizó como pretexto.
La tesis doctoral trataba sobre la abadesa de las Huelgas
y le bastó solamente con presentar, en diciembre de
1939, un trabajo teóricamente elaborado durante su
estancia en Burgos, cuyo título completo era "Estudio
histórico-canónico de la jurisdicción
eclesiástica "nullius diocesis" de la Ilustrísima
Señora Abadesa del Monasterio de Santa María
la Real de las Huelgas" para obtener la calificación
de sobresaliente. Si en diciembre de 1939 obtuvo su tesis
por medio de exámenes entonces calificados de "patrióticos",
todavía tendrían que transcurrir otros cinco
años, hasta que pudiera elaborar realmente la tesis
por escrito con la ayuda de otros seguidores suyos y lograr
finalmente publicada como libro. Justificó el cambio
de la tesis del decenio anterior afirmando que había
perdido la biblioteca y la documentación en la destrucción
de la casa, lo cual no era cierto, pues antes de la guerra
la estantería de su cuarto sólo contenía
algunos libros de rezos y todos sus papeles habían
sido guardados religiosamente por su madre durante la guerra.
En aquellos tiempos bastaba con la sola presentación
del título de la tesis para obtener los diplomas por
complacencia política. El caos administrativo era imperante
en la universidad, que no logró restablecer la normalidad
académica hasta bien entrado el año 1941.
Para olvidar la humilde extracción social de la familia,
Escrivá decidió asimismo solicitar legalmente
una transformación del apellido en aquellos tiempos
triunfales de la posguerra. José María Escrivá
no estaba contento con su nombre ni con el apellido paterno.
Parecía arrastrar una crisis de identidad desde la
ruina del negocio familiar en 1925 con una constante preocupación
que pudiéramos llamar onomástica, por lo que
introdujo en el nombre original curiosas modificaciones.
Ya en el expediente de estudios en el instituto de enseñanza
media de Logroño él mismo se firmaba José
María Escrivá, con uve y con acento, aunque
en el encabezamiento de las autoridades académicas
transcribían su nombre como José María
Escriba, con be y sin acento, como así figuraba también
en la partida de bautismo que se conserva registrada en la
iglesia catedral de Barbastro.
En la época de los años triunfales que entonces
vivían en España los vencedores de la cruzada,
Escrivá iba a realizar con su apellido nuevas y deseadas
transformaciones. En un edicto publicado en el Boletín
Oficial del Estado de fecha 16 de junio de 1940 apareció
la solicitud presentada por los hermanos Carmen, José
María y Santiago Escrivá Albás en el
juzgado número 9 de Madrid "para modificar su
primer apellido en el sentido de apellidarse Escrivá
de Balaguer que, según expresa en el escrito inicial,
es el nombre que individualiza a la familia". La justificación
que para ello se daba era "que por ser corriente en Levante
y Cataluña el apellido Escrivá, dando lugar
a confusiones molestas y perjudiciales, se unió al
apellido el lugar de origen de esta rama de la familia, la
que es conocida por todos como Escrivá de Balaguer".
[Existe otra versión dentro del Opus Dei, según
la cual el fundador trataba de diferenciarse intencionadamente
de la familia aristocrática Escrivá de Romaní.
En Gondrand, Francois, "Al paso de Dios", Rialp,
Madrid, 1983, p. 167.] El argumento utilizado en la solicitud
de que el apellido Escrivá resulta corriente en Levante
y Cataluña es de por sí revelador de las ínfulas
del fundador de la Obra con su deseo de distinguirse en cuestión
de apellidos de sus homónimos de provincias, cuando
ya se encontraba establecido en la capital de España.
El Ministerio de Justicia autorizó la modificación
de apellido, en primer lugar a José María y
Carmen Escrivá, por orden del 18 de octubre, y posteriormente
a Santiago Escrivá, con otra orden ministerial del
12 de noviembre de 1940.
Según Julio Atienza, en su "Diccionario Nobiliario",
el apellido Escrivá viene de Valencia y es oriundo
de Francia y el de Albás ni se menciona. Así,
la autorización legal para modificar el apellido afectaba
tan sólo al paterno y como su padre nació en
Foz (Huesca) y su abuelo paterno en Balaguer (Lleida), la
catalanización sería doble: de Escriba a Escrivá
más el alargamiento con partícula al añadirle
de Balaguer. En cambio, en el apellido materno, de claro origen
catalán, no se produjeron modificaciones. Resultaba,
una vez más, una paradoja el ostentar dos apellidos
catalanes a alguien como él que presumía ser
de pura cepa aragonesa y hay que remontarse siglos atrás
a la Edad Media, a los tiempos de la Corona de Aragón,
para entender la catalanización forzada de su primer
apellido.
Pero no fueron éstas las únicas transformaciones
que experimentaron los nombres y apellidos del fundador del
Opus Dei, porque tampoco se llamaba Josemaría sino
José María y en su constante preocupación
onomástica había decidido unir en la firma sus
dos nombres de pila en un solo nombre, Josemaría, como
agradecimiento a san José y como manifestación
de su devoción a la Virgen María. Esta es, al
menos, la explicación que dan los cronistas oficiales
del Opus Dei que remontan la transformación onomástica
a la primera fundación de la Obra entre 1935 y 1936.
Aunque, según otras fuentes, lo hizo sencillamente
para distinguirse años más tarde de cuantos
utilizaban en España un nombre de pila tan corriente
como José, o como María. También hay
otros seguidores suyos que lo explican sobre todo por formar
ambos nombres juntos una síntesis de la Sagrada Familia.
Arreglada su identidad como él quería, Escrivá
se iba a encargar de arreglar también personalmente
su currículum vitae. En uno de los raros documentos
autobiográficos que se poseen sobre el fundador del
Opus Dei, éste afirmaba por escrito en 1943, refiriéndose
a sus actividades durante la guerra, que "no interrumpió
la labor de dirección de almas ni el Opus Dei",
bajo su dirección, dejó de trabajar clandestinamente
en tiempos de la dominación marxista y durante la guerra
de España, entre 1936 y 1939, tanto él como
sus discípulos padecieron una persecución acerba.
Habiendo conseguido llegar audazmente a la zona adicta al
Régimen Nacional, por sí mismo o por medio del
Opus, consiguió levantar la moral o ayudar a la juventud
estudiante que padeció o hizo la guerra. "¡Cuantos
caminos recorridos de aquí para allá, por diversos
frentes de guerra, consumido a veces por la fiebre, tuvo que
recorrer en el ejercicio de su profesión de padre espiritual!".
Las actividades apostólicas de la posguerra también
son relatadas en el mismo documento autobiográfico
por Escrivá, que no escatima los elogios sobre su propia
persona. En cuanto a la dirección espiritual, Escrivá
señala que es director espiritual de muchas personas
importantísimas, dirigentes de Acción Católica,
directores de otras obras nacionales, católicas y culturales,
catedráticos de universidad y alumnos, sacerdotes e
incluso religiosos, que acuden a él asiduamente porque
le consideran como varón dotado del "don del consuelo".
También dirigió a menudo ejercicios y retiros
espirituales a jóvenes y niños de Acción
Católica en Zaragoza, Valencia, Lérida, Valladolid,
León, Ávila, Madrid, etc. En Valencia, en enero
de 1941, desempeñó el cargo de director espiritual
en la reunión de consiliarios de Acción Católica.
Según Escrivá, los ejercicios espirituales
fueron otro aspecto del incansable apostolado ejercido desde
hacía ya muchos años por él mismo y señala
que dirigió muchas tandas de ejercicios espirituales
a sacerdotes y religiosos, pidiéndoselo los Reverendísimos
Obispos y los Superiores de los Institutos Religiosos. Esta
labor la hizo también para los alumnos de muchos seminarios
en las diócesis de León, Ávila, Segovia,
Vitoria, Pamplona, Madrid-Alcalá, Valencia, Lérida,
etc. Durante el año 1940 hicieron ejercicios espirituales
con él más de mil sacerdotes, entre los cuales
estuvieron presentes algunas veces los mismos Reverendísimos
Ordinarios del lugar. También afirmaba Escrivá
que es llamado a menudo por profesores y alumnos de las universidades
de muchas ciudades para dirigir ejercicios espirituales o
para dar días de retiro espiritual: conviene resaltar
la labor realizada recientemente con sus conferencias en la
Universidad de verano de Jaca, que depende de la Universidad
Estatal de Zaragoza. Para hacer más fácil su
labor entre los estudiantes de la Universidad le fue concedido
por la Santa Sede el privilegio del Altar Portátil,
por autorización del 20 de agosto de 1940.
Por último, en el juicio acerca de él y de
su ministerio, Escrivá señala en el documento
autobiográfico que son rasgos insignes de su carácter,
la fuerza de espíritu y también las dotes de
organización y de gobierno. La característica
especialísima de su labor sacerdotal es el actuar extremadamente
generoso con la Jerarquía Eclesiástica, fomentar
de palabra y por escrito, en privado y en público,
el amor a la Santa Madre Iglesia y al Romano Pontífice.
[Escrivá, José María, Currículum
Vitae, obispado de Madrid-Alcalá, Madrid, 28 agosto
1943, en Varios Autores, "El itinerario jurídico
del Opus Dei", EUNSA, Pamplona, 1989, pp. 521-524.]
En aquellos años triunfales, Escrivá también
obtuvo por medio de una recomendación del director
general de Prensa el puesto de profesor de Ética y
Deontología durante el curso 1940-1941 en la recién
creada Escuela Oficial de Periodismo, cuando ya tenía
además la prebenda extraordinaria de miembro del Consejo
Nacional de Educación. El puesto de profesor de Ética
y Deontología no le exigía demasiado esfuerzo
y lo buscó porque seguía en el pluriempleo,
necesitando dinero para atender a su familia, formada por
su madre y sus dos hermanos, ya que el sueldo de rector del
patronato era muy exiguo. Escrivá tenía la obsesión
del apostolado de la prensa, en recuerdo sin duda de los logros
de la ACNP con el diario "El Debate" y otras publicaciones
católicas. [Moncada, Alberto, ob. cit., p. 41.]
Pero si el líder de ACNP, Ángel Herrera, olvidó
su escalafón de abogado del Estado para trabajar de
periodista como director de "El Debate", Escrivá
estuvo de profesor de la Escuela de Periodismo para subvenir
a las necesidades económicas de su familia y desde
esta perspectiva el Opus Dei representa un amasijo de proyectos
en donde intervino sobremanera la supervivencia del fundador
y de su familia. El líder de la ACNP, Ángel
Herrera Oria, tenía fineza de espíritu, lo que
también se llamaba "clase", algo que le faltaba
a Escrivá; de ahí que, una vez conseguido el
cargo remunerado en la Escuela de Periodismo, se interesó
poco por la docencia periodística, tal como ha señalado
complacientemente el primer secretario de la Escuela de Periodismo:
"Creo que hubiera sido un gran periodista de no absorberle
sus actividades apostólicas". [Gómez
Aparicio, Pedro, "Testimonio", Hoja del Lunes, s.
f., Madrid, en Bernal, Salvador, "Monseñor ]osemaría
Escrivá de Balaguer", Rialp, Madrid, 1976, p.88.]
Este claro ejemplo de abandono en el trabajo laico y profesional
fue tan evidente en Escrivá que hasta uno de sus hagiógrafos
reconoció: "Aunque atendiese aquellos trabajos
con sentido de responsabilidad, estaba claro que no era su
"dedicación profesional". Solo quería
ser sacerdote...". [Bernal, Salvador, ob. cit., p.
88]. Escrivá no podía ocuparse de sus cursos
en la Escuela Oficial de Periodismo, porque su interés
principal residía en sacar adelante al Opus Dei.
La primera edición del manual destinado a la Obra
de Dios tuvo lugar en Valencia en septiembre de 1939, porque
allí se encontró el papel necesario para la
impresión, gracias al vicario de la diócesis.
Se trataba de una refundición del texto corto escrito
en 1934 bajo el título de "Consideraciones Espirituales",
con el añadido de la ampliación realizada en
Burgos, cuando la ciudad castellana era la capital de la cruzada
de Franco. El manuscrito completo tenía cabida en apenas
un centenar de páginas en formato normal de un libro
de época. Hasta la primera reimpresión realizada
en Madrid en el año 1944 no se redujo el librito al
formato de bolsillo, con mayor número de páginas,
que se ha conservado hasta el siglo XXI.
Durante los primeros años, Camino fue el único
código de referencias, y de instrucción religiosa,
que poseían a partir de 1939 los militantes en la Obra
de Dios. Era el tiempo en que coincidían aún
la biografía de Escrivá con la de los militantes
del Opus Dei. Desde el principio, el librito Camino se convierte
en un breviario citado y comentado sin tregua. Pronto se recomendará
a los miembros de la Obra hablar de Camino alrededor suyo;
pero se les recomienda igualmente que no presten su ejemplar.
Las personas a quienes interesase el librito debían
comprarlo, medio cómodo de allegar algo de dinero,
pues el Opus Dei no era rico en la época de la posguerra.
Esta regla, que continuó siendo aplicada, contribuyó
a la difusión de Camino, sobre la que el Opus Dei fundaba
un interés enorme y que descubría al mismo tiempo
el precoz sentido publicitario de los miembros de la Obra.
[Artigues, Daniel, "El Opus Dei en España",
Ruedo Ibérico, Pans, 1971, p. 36].
Si el título de Consideraciones Espirituales estaba
inspirado en "De Consideratione" de Bernard de Claraval,
más conocido por san Bernardo, el título de
Camino evocaba sin duda "El Camino de Perfección"
que escribió para sus monjas la madre Teresa de Jesús,
como figuraba en la primera edición de Salamanca publicada
en 1588. El nuevo librito de Escrivá se componía
de dos partes, la primera comprendía las 434 máximas
de "Consideraciones Espirituales" y la segunda parte,
con 565 máximas, fue redactada entre 1934 y 1939, con
más experiencia acumulada, por Escrivá, empeñado
como estaba en la fundación de la Obra.
El librito Camino se presenta redactado en máximas
o sentencias cortas, cuyo número de 999 tuvo especial
significación para Escrivá, aunque fuentes de
la Obra señalaron que era expresión de la devoción
del autor a la santísima Trinidad. ¿Por qué,
sin embargo, 999 máximas? ¿No es acaso un número
cabalístico? Escrivá no tenía suficiente
con escoger un número de una cifra esotérica
(999 = 3x333) de indudable origen masónico y perteneciente
a la cábala, sino que además en la sobrecubierta
de la primera edición, publicada en Valencia en 1939,
aparece el signo del 9 dibujado con trazos rectilíneos,
es decir, con un cuadro del que sale un trazo vertical rematado
por otro horizontal que sirve de base, lo cual permite suponer
que este signo es un anagrama con las iniciales de la palabra
Opus, cuyas letras escritas con trazo rectilíneo pueden
efectivamente obtenerse descomponiendo el signo. [Carandell,
Luis, Vida y milagros de monseñor Escrivá de
Balaguer, Laia, Barcelona, 1975, pp. 160-161.] El número,
sin duda, no es mero azar y está inspirado, como en
la cábala, en la tradición judía. Dentro
de la cultura cristiana, Dante utilizó profusamente
el número nueve u otros múltiplos de tres en
"La Divina Comedia" y si ello es así en Camino,
la Trinidad santísima (el Padre + el Hijo + el santo
Espíritu) -que algunos consideran homenajeada en la
gran obra de Dante- ha salido muy malparada en el librito
de Escrivá. Las razones del fundador del Opus Dei,
en la medida que fueron silenciadas, incluso en los primeros
tiempos de la Obra, refuerzan la hipótesis del esoterismo
cristiano. En Camino aparecen tres planos de santidad (máxima
387), tres etapas en la vida de formación (máxima
382), junto con las tres dimensiones físicas: el relieve,
el peso y el volumen (máxima 279), además de
las 999 máximas contenidas en el librito.
Pero no bastaba con el sentido enigmático de algunas
máximas y la utilización de ese número
esotérico perteneciente a la cábala, sino que
encima el librito ofrecía en su totalidad una significación
oscura y misteriosa que sólo se comprende desde la
perspectiva de un concepto medieval de la existencia, en el
que resulta a veces muy difícil de penetrar, sobre
todo por la forma como se propone una determinada lectura
reservada sólo para los iniciados en la Obra. "Para
sacar provecho de Camino, y aún para entenderlo se
requiere en el lector un mínimo de formación
cristiana, de vida de piedad y de experiencia apostólica,
de sacrificada preocupación por las almas", sugiere
cautamente la nota editorial de Camino, lo que equivale a
decir que hace falta una preparación especial o, en
otras palabras, tener el "espíritu de la Obra".
Ya en la introducción de la primera edición,
su autor, Xavier Lauzarica, garantizaba que "si estas
máximas las conviertes en vida propia, serás
un imitador sin tacha. Y con Cristos como tú volverá
España a la antigua grandeza de sus santos, sabios
y héroes". El autor de la introducción
de Camino era obispo administrador apostólico de la
diócesis de Vitoria cuando prologó el librito
de Escrivá en marzo de 1939, faltando todavía
un mes para que finalizara la guerra civil española.
Lauzarica había sustituido al obispo titular de la
diócesis, que mereció los honores de ser el
primer miembro de la jerarquía católica desterrado
de España en 1931 por sus manifestaciones verbales
contra la Segunda República. Xavier Lauzarica llegaría
a ser obispo de Vitoria y arzobispo de Oviedo para terminar
más tarde, tras su jubilación, loco de atar
y recluido en un manicomio.
Dentro de Camino aparece la perspectiva de un concepto medieval
de la existencia en la máxima 638 que está dirigida
al "caballero cristiano", presunto lector del librito.
Hay también referencias al "caballero cristiano"
en la máxima 390, al "caballero intransigente"
en la máxima 393 y a los "caballeros cristianos"
en la máxima 379 de Camino. Los caballeros representaron
en la Edad Media la síntesis de la milicia profesional
y la cristiandad; de ahí que "hace falta una cruzada
(...) y esa cruzada es obra vuestra", afirma, más
o menos insinuadamente, la máxima 121 y una imagen
pueril que también correspondía a los caballeros
cruzados, "hombre bien barbado", aparece en la máxima
652 de Camino. Para tales caballeros cristianos existe un
camino medieval por donde se circula a caballo, como revelan
varias máximas de Camino: "me has perdido el camino"
(máxima 137), "la causa que te aparta del camino
y te hace tropezar y aún caer" (máxima
170), "tu camino" (máxima 255), "nube
de polvo que levantó tu caída... el viento de
la gracia..." (máxima 260), "caído
así de hondo... te alzaste del suelo" (máxima
264), "la guerra es el obstáculo máximo
del camino fácil" (máxima 31l), "¡Galopar,
Galopar!... ¡Hacer, Hacer! ... ¡Galopar! ¡Hacer!"
(máxima 837), "manada en mesnada, rebaño
en ejército, la piara..." (máxima 914).
También aparecen en Camino las armas del caballero
medieval: "defensa, ataque, armadura, espada toledana"
(máxima 238), "arma de combate" (máxima
240), "cadena: cadena de hierro forjado" (máxima
170), "instrumento delicuescente, que se haga pedazos
a la hora de empuñado" (máxima 381), "maza
de acero poderosa, envuelta en funda acolchada" (máxima
397), "la última gota de cáliz del dolor"
(máxima 182), "espolón de acero" (máxima
615), "lengua tajante de hacha" (máxima 448),
"los instrumentos no pueden estar mohosos. -Normas hay
también para evitar el moho y la herrumbre" (máxima
486), "si no es el filo de tu arma de combate, te diré
que es la empuñadura" (máxima 655).
En Camino aparecen también las fortalezas medievales:
"táctica militar, guerra, posiciones, muros capitales
de tu fortaleza, torreones flacos para el asalto de tu castillo"
(máxima 307), "tan fuerte como una ciudad amurallada"
(máxima 460), "la piedra noble y bella de una
catedral" (máxima 456), "los-muros fuertes
de la perseverancia" (máxima 49), "los muros
o torres de las casas del Señor" (máxima
269), "piedras, sillares que se mueven, que sienten"
(máxima 756), "un viejo sillar oculto en los cimientos,
bajo tierra" (máxima 590), "sillares... que
suponen poco ante la mole del conjunto" (máxima
823), "llave para abrir la puerta y encontrar el reino
de Dios en los cielos" (máxima 754).
La vida de caballero que propugna Escrivá en Camino
es "vida noble" (máxima 254), "la derrota
de hoy... entrenamiento, victoria definitiva" (máxima
263), "hijos, hijos de Reyes, Rey, Gran Rey, "Padre
Dios", siempre delante del Gran Rey, tu Padre-Dios"
(máxima 265), "señor de ti mismo, poderoso,
tu señorío..." (máxima 295), "almas
de caudillos, de apóstoles" (máxima 411),
"laureles" (máxima 935), "ejército
de apóstoles" (máxima 602). Escrivá,
sin embargo, tiene también presente la cruzada de Franco:
"alférez médico" (máxima 361),
"la guerra tiene una finalidad sobrenatural" (máxima
311), "Frente de Madrid. Una veintena de oficiales en
noble y alegre camaradería... Aquel tenientillo de
bigote moreno" (máxima 145). Y tiene, sobre todo,
muy presente en Camino el caudillaje, la exaltación
fascista de la jerarquía, tan de moda entre los años
treinta y cuarenta en Europa: "eres jefe" (máxima
383), "nacido para caudillo" (máxima 16),
"sientes impulsos de ser caudillo" (máxima
365), "muy señor, y después, guía,
jefe, ¡caudillo!" (máxima 19), "ambiciones
de acaudillar" (máxima 24), "tú serás
caudillo si..." (máxima 32), "almas de caudillos"
(máxima 411), "utiliza tu voluntad para que Dios
te haga caudillo" (máxima 833) y "me dijiste
que querías ser caudillo" (máxima 931).
En Camino semejante universo aparece, por otra parte, poblado
de santos personajes encasillados en una determinada visión
de la historia de España: "Las Navas y los Lepantos
de tu lucha interior" (máxima 433), "Cisneros,
Teresa de Ahumada, Íñigo de Loyola" (máxima
11), "el pobre Ignacio al Sabio Xavier" (máxima
798), "el genio militar de san Ignacio" (máxima
931).
Para completar este mundo abracadabrante de cruzadas y caballeros
medievales junto con caudillos, Escrivá llegó
a escribir también sobre el valor secundario concedido
a la mujer: hay máximas de Camino en las que el elogio
exagerado que Escrivá tributa a las mujeres es el típico
elogio que se hace a los seres considerados prácticamente
inferiores, prejuicio que el Opus Dei comparte con la santa
Madre Iglesia católica. Así, en la máxima
982 Escrivá llega a decir: "Más recia la
mujer que el hombre, y más fiel a la hora de dolor.
-¡María de Magdala y María Cleofás
y Salomé! Con un grupo de mujeres valientes, como ésas
bien unidas a la Virgen Dolorosa, ¡qué labor
de almas se haría en el mundo!" y en la máxima
980: "¿Acaso no tenemos facultad de llevar en
los viajes alguna mujer hermana en Jesucristo, para que nos
asista, como hacen los demás apóstoles y los
parientes del Señor y el mismo Pedro? Esto dice san
Pablo en su primera epístola a los Corintios: -No es
posible desdeñar la colaboración de la mujer
en el apostolado".
La máxima 946 resume claramente lo que Escrivá
va a exigir a los hombres, y en segundo lugar, a las mujeres
en el Opus Dei: "Si queréis entregaros a Dios
en el mundo, antes que sabios -ellas no hace falta que sean
sabias; basta que sean discretas-, habéis de ser espirituales,
muy unidos al Señor por la oración: habéis
de llevar un manto invisible que cubra todos y cada uno de
vuestros sentidos y potencias: orar, orar y orar; expiar y
expiar". Y todo ello para conseguir el reinado de Cristo
en la tierra. Las citas abundan en Camino: "Regnare Christium
Volumus!" (máxima 11), "Pax Christi in regno
Christi (máxima 301), "si buscas el Reino de Dios"
(máxima 472), "reinado efectivo de Nuestro Señor"
(máxima 832), "reinado de Cristo" (máxima
905), "reino, reinado" (máxima 906).
Es un error pensar que el clericalismo de Escrivá,
o el clericalismo general de la época es un simple
reflejo de un modelo medieval que resulta hoy anacrónico.
La época de cruzada que dio nacimiento al Opus Dei
contiene elementos del pasado, pero tuvo también la
peculiar inmediatez y presencia constante del fascismo clerical,
con una visión que resume el poema de Jaime Gil de
Biedma: "y los mismos discursos, los gritos, las canciones,
eran como promesa de otro tiempo mejor, nos ofrecían
un billete de vuelta al siglo XVI. ¿Qué niño
no lo acepta?" [Gil de Biedma, Jaime, "Las personas
de! Verbo", Seix Barral, Barcelona, 1982, p. 123.]
Conviene señalar, por último, que Escrivá
promete hacer vivir a los militantes de la Obra "una
vida de infancia" y casi un diez por ciento del texto
de Camino está dedicado a ella. Esta promesa de una
vida de "infancia espiritual", junto con la oferta
del viaje al pasado de Escrivá, ayudan a comprender
un librito como Camino en España a partir de 1939.
En un seminario de la facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad de Madrid, dirigido por el catedrático
de Filología Latina, Agustín García Calvo,
un grupo de investigadores que analizaba los aspectos lingüísticos
de la sociedad llegó a utilizar el librito de Escrivá
Camino entre sus textos de análisis de vocabulario
y de estilo. Según esta investigación universitaria,
el lenguaje de la obrita de Escrivá contiene un elevado
número de irracionalidades lingüísticas,
entendiéndose lo de irracional como rasgos no lógicos
del lenguaje. Así, el análisis desde el punto
de vista formal de Camino pone de relieve el valor de las
locuciones fijas o estereotipadas del librito. También
puede advertirse cómo su valor retórico o impresivo
reside justamente en su vaguedad o inmovilidad semántica,
su ambigüedad o capacidad para no decir nada preciso;
pero cómo, por otro lado, consiste también en
el hecho de que esa vaguedad o ambigüedad está
oculta en la apariencia de decir algo preciso, sumamente definido,
con que estas fórmulas lingüísticas se
presentan. Dentro de las locuciones fijas o estereotipadas
se pueden distinguir dos clases: unas, cargadas del fascismo
clerical, la ideología dominante, que por ello mismo
carecen de valor semántico en cuanto al mensaje particular
que pretenden transmitir; y otras meramente introducidas por
su capacidad de llenar sitio, completar la línea de
la frase, que son expresiones que pueden llamarse de relleno
rítmico. Escrivá hace tan buen uso de ellas
como Hitler cuando intercalaba en sus discursos palabras de
estribillo. La máxima 520 es una muestra de locución
de relleno rítmico: "Católico Apostólico,
¡Romano! -Me gusta que seas muy romano. Y que tengas
deseos de hacer tu "romería" videre Petrum,
para ver a Pedro".
En resumen, el lenguaje de Camino puede ser traducido a un
lenguaje "neutro" en el que se observa el elevado
número de irracionalidades lingüísticas
que Escrivá utilizó en el librito.
Sin ninguna limitación de raíz política
y a través de cauces clericales revueltos y sin ninguna
transparencia, Escrivá y su grupo de seguidores hicieron
a finales de 1939 su primera aparición en la vida pública
española por el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas (CSIC), sirviendo este organismo de escotillón
por donde aparecieron en la escena política de la España
de la posguerra. Había llegado la hora de tomarse la
revancha, vengando la ofensa y la derrota sufridas durante
la Segunda República española. Se trataba de
apoderarse de los organismos culturales que habían
trabajado eficazmente durante la República para modernizar
la educación y que habían sembrado en ella las
exigencias críticas sin las cuales todo pensamiento
es una ficción. Para ello, el núcleo de primeros
miembros de la Obra de Escrivá encontró desde
el primer momento en la dictadura de Franco los apoyos para
borrar las exigencias críticas y clericalizar las apariencias
de ciencia e investigación. Así el Opus Dei
ayudó a crear el CSIC y se apoderó de la apariencia
de técnica y búsqueda intelectual, lo cual utilizaría
como anzuelo poderoso para captar nuevos adeptos y reportaría
de paso una suculenta tajada financiera.
En la universidad las cátedras estaban devastadas
y organismos como la Junta de Ampliación de Estudios
quedaron desmantelados y la huella de la Institución
Libre de Enseñanza parecía borrada. Una coyuntura
excelente que no iban a desaprovechar los personajes que entraron
en escena. Un destacado miembro del Opus Dei los describiría
más tarde como "un grupo pequeño, pero
compacto y bien preparados profesionalmente, de jóvenes
pertenecientes al Opus Dei, guiados por don Josemaría
Escrivá con una orientación firme y lúcida,
que interviene decisivamente en la puesta en marcha de algunas
empresas científicas, llamadas a adquirir un amplio
desarrollo". [Pérez Embid, Florentino, "Monseñor
]osemaría Escrivá de Balaguer y Albás,
Fundador de! Opus Dei", Primer Instituto Secular, Separata
del tomo IV de la Enciclopedia "Forjadores de! Mundo
Contemporáneo", Planeta, Barcelona, 1963 p. 5].
La orientación en el grupo era firme y los propósitos
estaban ya bien definidos. Escrivá en 1939 sabía
lo que quería, es decir, que tenía conciencia
cierta de sus propósitos. "Yo le oí muchas
veces decir (...) que la sustancia de nuestro apostolado consistía
en introducimos en las instituciones civiles, para transformadas
desde dentro -ha señalado uno de los primeros miembros
del Opus Dei-. Había una frase que repetía mucho:
nosotros trabajaremos con los medios y edificios del Estado."
[Fisac, Miguel, "Testimonio", en Moncada, Alberto,
ob. cit., p. 78.]
Dos máximas del librito Camino ayudan a esclarecer
los propósitos del ambicioso fundador que estaba a
la cabeza del grupo inicial del Opus Dei en 1939. Resulta
patente que cuando Escrivá escribió la máxima
844 de Camino pensaba en los edificios de ladrillo rojo, sede
de la Fundación Nacional de Investigaciones Científicas
durante la República: "¿Levantar magníficos
edificios?.. ¿Construir palacios suntuosos? ... Que
los levanten... Que los construyan... ¡Almas! -¡Vivificar
almas..., para aquellos edificios... y para estos palacios!
¡Que hermosas cosas nos preparan!". Otra máxima
de Camino, apunta en el mismo sentido: "¡Cultura,cultura!
-Bueno: que nadie nos gane en ambicionarla y poseerla. -Pero
la cultura es medio y no fin" (máxima 345).
Para el naciente Opus Dei la cultura representaba un medio
y hasta la propia religión otro, aunque sus miembros
intentaban deshacerse en explicaciones para afirmar lo contrario.
Así se aceptaban, tanto la religión como la
cultura, por su utilidad para concretar ciertos objetivos
que también podrían alcanzarse por otros medios.
Conviene tener en cuenta que en otros países europeos
la actitud científica había dejado de ser desde
hacía tiempo la antagonista militante de la religión.
Pero éste no era el caso de España, donde la
actitud científica tuvo que seguir pugnando contra
la acción de una religión utilizada como parapeto
por el fascismo clerical. La Iglesia católica negó
entonces con los hechos que ciencia y religión podían
ser complementarias. Este antagonismo clásico entre
ciencia y religión lo iba a seguir apoyando el Opus
Dei como lo expresa claramente la máxima 386 de Camino:
"Servir de altavoz al enemigo es una idiotez soberana;
y, si el enemigo es enemigo de Dios, es un gran pecado. -Por
eso, en el terreno profesional, nunca alabaré la ciencia
de quien se sirve de ella como cátedra para atacar
a la Iglesia". O en la máxima 750: "Óyeme,
hombre metido en la ciencia hasta las cejas: tu ciencia no
me puede negar la verdad de las actividades diabólicas.
Mi Madre, la Santa Iglesia -durante muchos años: y
es también una laudable devoción privada- ha
hecho que los Sacerdotes al pie del altar invoquen cada día
a san Miguel, "contra nequitiam et insidias diaboli"
-contra la maldad y las insidias del enemigo".
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas
(CSIC) se presentó entonces como algo extraordinario
que se adelantó al mundo entero, al tratar de impulsar
la investigación española en todos los campos,
y posteriormente se crearían en los países más
adelantados de Europa organismos similares. Aquello no era
cierto, pero qué importaba, nadie iba a contradecirlo
en una Europa convertida en escombros durante la segunda guerra
mundial. Tras la promulgación del decreto-ley de creación
del CSIC el 24 de noviembre de 1939, el ministro de Educación
ocupó la presidencia; fray José López
Ortiz, un claro ejemplo del clérigo franquista militante,
llamado familiarmente "tío José" por
los miembros del Opus Dei, ocupó la vicepresidencia
y como encargado de la coordinación y secretario general
fue nombrado el ya miembro de la Obra José María
Albareda. Detrás de Albareda y el "tío
José" se encontraba evidentemente Escrivá
ambicionando llevar a la práctica cuanto antes sus
ideas. El CSIC iba a representar un regalo extraordinario
para la naciente Obra, dado el vacío existente en la
intelectualidad española y porque se convertiría
en la primera gran plataforma de apostolado. Asimismo, la
dotación de medios puesta a disposición del
CSIC fue desorbitada si se la compara con otros organismos
de la época y la extensa nómina de investigadores
con el acaparamiento de sueldos, al cobrar simultáneamente
por varios puestos, llegó a ser una constante entre
los miembros del Opus Dei que controlaban el CSIC Otra fuente
importante de ingresos fue la construcción de un templo
y de nuevos edificios para la investigación científica
en la sede de Madrid. Se trataba de una operación que
favoreció los intereses del Opus Dei: el arquitecto
recibía dinero a cuenta y después iba haciendo
certificaciones de la obra ejecutada, y paralelamente otros
socios miembros del Opus Dei constituyeron pequeñas
sociedades, con la aprobación del fundador, para suministrar
los materiales necesarios para la construcción y puesta
a punto de los laboratorios de investigación.
La fórmula repetida por Escrivá hasta la saciedad
"se gasta lo que se deba, aunque se deba lo que se gaste",
que podría resumir el pensamiento económico
de la Obra, encontró fiel reflejo en la realidad de
aquellos años triunfales. Por ello Escrivá,
que tanto se había paseado a pie por Madrid, exigió
tener a su disposición un lujoso coche "igualo
mayor que el de los ministros", por su condición
de fundador y de Padre. [Carandell, Luis, "La otra
cara de! beato Escrivá", Revista Cambio 16, Madrid,
16 marzo 1992].
El gran paso en lo que Escrivá empezó a llamar
"la batalla de la formación" fue dado en
Madrid por el todavía incipiente Opus Dei tras el alquiler
de una casa de tres plantas con jardín, situada en
la esquina de las calles Diego de León y Lagasca en
el distinguido barrio de Sala manca y relativamente cerca
de la sede del CSIC Los dueños de la mansión
exigieron a Escrivá un documento del obispo en el que
se reconociera su condición de eclesiástico,
como aval para poder firmar el contrato. [Bueno Monreal,
José María, Testimonio, en Varios Autores, "Testimonios
sobre e! Fundador del Opus Dei", Rialp, Madrid, 1993,
p. 12]. Además de los tres pisos de la residencia
de la calle Jenner, que funcionaban a pleno rendimiento, alquilaron
otro piso pequeño en la calle cercana de General Martínez
Campos como lugar de residencia 'para miembros "mayores"
que así pudieran permanecer aislados de los estudiantes.
La mansión con tres plantas y jardín de la calle
Diego de León se convertiría en el primer centro
de estudios para la formación de los socios numerarios
de la Obra en 1941. La apertura de dicho centro significaba
la separación de las actividades académicas
y asistenciales de las propiamente dedicadas a la intensa
preparación de los miembros con una formación
militante y religiosa. Como ya estaban echando raíces,
llegaron a adquirirla más tarde. La casa centro de
Diego de León se convirtió en la sede central
en España del Opus Dei.
Tan sólo en el transcurso del primer año después
de la guerra, de la docena de seguidores iniciales de Escrivá
se había pasado a más de treinta miembros, aunque
para ello se tuvieron que simplificar los trámites
de ingreso: "Por aquel entonces y de modo excepcional,
el fundador permitió, mediante dispensa, abreviar los
plazos de incorporación a la Obra", ha reconocido
uno de los admitidos entonces. [Orlandís,José,
"Años de juventud en el Opus Dei", Palabra,
Madrid, 1991, p.1O2]. Otro antiguo miembro, que llegó
hasta ser secretario general y abandonó luego el Opus
Dei, ha llegado a explicar con detalle las causas del crecimiento:
"Yo entré en el Opus Dei en el año 1940
y considero que la Obra prosperó más que los
demás grupos religiosos de la posguerra, que hacían
apostolado entre jóvenes de clase media, porque respondía
mejor a las aspiraciones de éstos. ¿Qué
ofrecían los demás? En los ambientes universitarios
de posguerra la Acción Católica y organizaciones
similares se consideraban blandengues. Como decía un
compañero mío, mucha piedad, poco estudio y
nada de acción. Después de la guerra la gente
quería algo que tuviera más garra y el Opus
Dei ofrecía la clase de llamada que por entonces deseábamos
los universitarios católicos idealistas, aquello de
la Falange de mitad monjes, mitad soldados".
"Muchos de los que entramos en la Universidad de la
posguerra queríamos empezar una etapa completamente
nueva, en nuestra vida y en el país. Queríamos
hacer algo importante, una España grande, nos habían
metido en la cabeza todo aquello de la Hispanidad y del Imperio
hacia Dios. Ahora comprendo que parte de aquel fervor religioso
era falso, pero las iglesias estaban llenas y la religión
era un título de legitimación social. En los
jóvenes se mezclaba la religión, el patriotismo
y la austeridad. Por contar un detalle, en la Universidad
de Valencia, a las doce de la mañana, se escuchaba
por los altavoces el rezo del Angelus, una operación
de la que estaba encargado José Manuel Casas Torres,
director de Radio Valencia y miembro de la Obra."
"Entonces, en aquel ambiente llega una institución
que con mucho misterio, con prohibición absoluta de
hablar de ello, te plantea el que tú has sido elegido
por Dios, que puedes ser santo, que vamos a hacer la conversión
al cristianismo de la ciencia, reclutando a las mejores cabezas,
con una disciplina militar... y aquello prendió en
bastante gente, sobre todo en la que no tenía simpatías
por la Falange, que también decía algo parecido.
Por otra parte, aquello representaba un modo de vida más
atractivo que el de los religiosos. Lo de ser laico, estar
en medio del mundo, representaba un atractivo adicional. Por
eso, creo, el Opus Dei prendió enseguida y ya en 1942
había casas en Madrid, Barcelona, Valencia, Valladolid
y Sevilla." [Pérez Tenessa, Antonio, Testimonio,
en Moncada, Alberto, ob. cit., pp. 94-95].
El número de miembros del Opus Dei no sobrepasaba,
sin embargo, las tres docenas en 1940, como se pudo comprobar
el día dos de octubre, cuando se reunieron en Madrid
todos los militantes de la Obra para celebrar junto a Escrivá
la fiesta de los Ángeles Custodios. La Obra iba a necesitar
aún tiempo para alcanzar en 1941 el tope de los cincuenta
miembros, señalado en la máxima 806 de Camino:
"Necesito cincuenta hombres que amen a Jesucristo, sobre
todas las cosas". Escrivá hacía también
referencia en Camino a los orígenes en la máxima
820: "No juzgues por la pequeñez en los comienzos";
y en la máxima 821: "No me olvides que en la tierra
todo lo grande ha comenzado siendo pequeño. -Lo que
nace grande es monstruoso y muere." La treintena de miembros
de 1940 le había forzado a continuar rápidamente
la expansión, llegando Escrivá hasta simplificar
los trámites de ingreso para nuevos miembros, y siguió
abriendo nueva residencia en Madrid, además de dos
pequeños pisos, uno en Valladolid y otro en Barcelona,
los cuales venían a sumarse al de Valencia. Si el padrino
de los primeros tiempos del Opus Dei en Valencia fue el vicario
general de la diócesis, en Valladolid fue un canónigo
de la catedral, capellán de un colegio, siendo en ambos
casos colegas de Escrivá desde los tiempos pasados
juntos en Burgos, cuando era capital de la cruzada.
Detrás de ese "actuar secretamente y sin ruidos"
al que se refería Escrivá, lo que había
resuelto victoriosamente el fundador del Opus Dei con un "de
Balaguer" añadido personalmente para que no hubiera
confusiones, la Obra también tuvo problemas de afirmación
de identidad en aquella época. Sin embargo, el origen
del nombre de la organización como Obra de Dios fue
muy sencillo como ya he explicado más arriba.
Escrivá solía ir a confesarse regularmente
con su director espiritual el jesuita Valentín Sánchez
Ruiz. La pregunta ritual con que Escrivá era acogido
en sus visitas al jesuita era siempre la misma: ¿Cómo
va esa obra de Dios? Y aquí se encuentra el origen
del nombre de Obra de Dios, para diferenciarla de la Obra
Apostólica donde había trabajado y también
porque encajaba perfectamente con el ritmo y el sentido carismático
que pretendía imponerle. Hasta entonces hablaba simplemente
de la Obra, en el sentido de labor o tarea apostólica,
cuando se refería al proyecto, pero a partir de 1936
comenzó a utilizar el término añadido
"de Dios", de acuerdo con la pregunta sin retorcimiento
de su confesor. Si ya existía la Obra Apostólica,
la suya sería también "Obra" pero
no Apostólica sino "de Dios". De la Obra
Apostólica a la Obra de Dios sólo había
un paso y Escrivá lo dio, por persona interpuesta como
era su confesor, miembro de la controvertida y poderosa Compañía
de Jesús. Si la fundación de la Obra apostólica
para varones universitarios fue puesta en marcha por Escrivá
en Madrid antes de la guerra, la expresión Obra de
Dios justo con su traducción latina Opus Dei comenzó
a generalizarse más tarde después de la guerra
civil. Era una obra en femenino, que luego se convierte en
masculina y fue entonces cuando se empezó a hablar
del Opus Dei. Es decir, que solía utilizarse comúnmente
al referirse a la organización la expresión
"la Obra de Dios"o "la Obra", y más
raramente "Opus Dei", donde existía el problema
de traducción latina, "la Opus Dei", siendo
los fieles seguidores de Escrivá para solventar el
problema quienes utilizaron la expresión; al usar corrientemente
entre ellos el artículo masculino en lugar del femenino.
Así "la Opus Dei" en lenguaje coloquial se
convirtió en "el Opus Dei", expresión
más viril y que era más acorde con el espíritu
fascista de la época.
Sin embargo, cuando eclesiásticos durante la posguerra
afirmaron que la expresión era litúrgica -hecho
nunca desmentido por parte de Escrivá, íntimamente
satisfecho de aquella feliz coincidencia-, un azar objetivo
favorecería sus planes para la puesta en marcha definitiva
de su organización. Aún separándose del
asunto que se trata, todos estos comentarios tenían
su importancia porque la expresión "Opus Dei"
es utilizada como referencia a los cultos que se celebran
en el presbiterio, la zona "sacralizada" del templo
católico, lo que motivó que un intelectual católico,
José Luis López Aranguren, hablara de "un
movimiento que ha osado tomar su nombre: Opus Dei, de la liturgia."
[Aranguren, José L. López, "El futuro
de la Universidad", Taurus, Madrid, 1962, p. 12.] Por
su parte, fray Justo Pérez de Urbel, de la orden de
san Benito, que llegó a ser abad mitrado, por su militancia
franquista, de la abadía de Cuelgamuros en el monumental
Valle de los Caídos, ha señalado que "la
expresión Opus Dei se encuentra media docena de veces
en la regla de san Benito, pero con un sentido muy distinto.
Según el fundador de la orden benedictina, nadie debe
ser admitido en el monasterio "si no es solícito
con respecto al Opus Dei"; y en otra, san Benito ordena
que "ada se anteponga al Opus Dei". En suma, para
san Benito, el Opus Dei es la oración, y en especial
la oración litúrgica, el diálogo con
Dios y por extensión la vida espiritual". [Orlandís,
José, ob. cit., p. 102.] Por otro lado, Lilí
Álvarez, teórica de la espiritualidad seglar
en España, en el libro "En tierra extraña",
ofrece otra versión que difiere de la anterior, pero
completa lo que significa "Opus Dei" desde el punto
de vista del culto religioso: "De idéntica manera
los enrejados tupidos que, como celosías, separaban
en las abadías y catedrales la nave del presbiterio,
o sea, el recinto donde se celebran los misterios santos del
Opus Dei, de ése en el cual se amontona y deambula
el vulgo son también expresivos de esa distancia y
separación en las cuales eran mantenidos los fieles."
[Álvarez, Lilí, "En tierra extraña",
Taurus, Madrid, 1964, p. 230.]
Respecto al nombre de la organización se dispararon
algunas dudas en aquella época y lo importante para
Escrivá y sus seguidores era que la Obra de Dios en
lenguaje coloquial había ganado en virilidad y se iba
a llamar de la posguerra en adelante el Opus Dei.
Sería en el campo de la educación y, más
concretamente, de la docencia universitaria, donde el Opus
Dei recibiría las primeras adhesiones fuera del reducido
núcleo originario de los tiempos de la República.
La enseñanza impartida por la Iglesia católica
apenas había alcanzado un nivel universitario en España,
salvo raras excepciones. Representaba, pues, un golpe de audacia
que un organismo universitario como el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC) pasara en 1939 a
estar bajo el control del Opus Dei y que el ministro franquista
de Educación Nacional hubiera dado luz verde a su proyecto.
Pero téngase en cuenta que uno de los objetivos de
la cruzada de Franco era volver a conquistar la universidad
perdida desde hacía siglos para la Iglesia y todo aquello
representaba grandes pasos en la tan pretendida reconquista.
Un destacado miembro de la Obra, al analizar la situación,
hablaría más tarde de "un catolicismo que
emprende victoriosamente la tarea de recristianizar su cultura".
y también llegó a reconocer públicamente
que "quienes hemos vivido la terrible angustia de un
catolicismo minoritario en el orden político liberal,
no podemos sentir vacilaciones cuando emprendemos la realización
de la única salvación posible: la impregnación
de toda la vida nacional de un sentido católico".
[Calvo Serer, Rafael, "España sin problema",
Rialp, Madrid, 1957, pp. 152 y 163.].
Aunque estaba separado de la universidad, el CSIC era considerado
un organismo universitario y allí convergieron los
hilos de oposiciones y concursos para cubrir las cátedras
devastadas por la guerra civil, allí se concedían
las becas y bolsas de estudios, se regalaban premios y se
falsificaban prestigios. La penetración de la Obra
de Dios en la enseñanza superior se iba a realizar
en plan todo terreno, no despreciando ningún puesto,
y uno de los objetivos principales sería lo que se
denominó en aquella época "el asalto a
las cátedras". El acontecimiento, sin embargo,
no se limitó a las cátedras universitarias y
hubo también penetración en otros cuerpos de
élite del nuevo Estado franquista como el Consejo de
Estado, en donde dos miembros ingresaron como letrados, pero
fueron pocos en comparación con los miembros del Opus
Dei que iniciaron el asalto a las cátedras.
Aquello que el ministro franquista de Educación Nacional
llamó "abrir de par en par las puertas a una generación
no contaminada de pasados errores", iba a afectar en
primer lugar a las cátedras universitarias. Gran parte
de los hombres capaces de España, la mayor riqueza
que un país posee, hijos del pueblo o quienes se declararon
republicanos y se habían incorporado a la lucha contra
el fascismo, fueron exterminados. Los fusilamientos, la cárcel,
la depuración, fue el precio que pagaron en España
quienes habían luchado contra todo lo que Franco representaba.
El panorama de las cátedras era desolador, principalmente
en Madrid y Barcelona, donde enseñaban los hombres
más valiosos, y cuyas cátedras eran las más
preciadas. La solución de urgencia fue el traslado
a Madrid y a Barcelona de catedráticos de provincias
partidarios de Franco y así "se llenan las filas
semivacías de los claustros madrileños -señaló
un miembros del Opus Dei- con la flor y nata de las universidades
de provincias". [Fontán, Antonio, "Los
católicos en la Universidad española actual",
Rialp, Madrid, 1961, p. 72.] Sin embargo, los escasos
socios del Opus Dei no se iban a beneficiar tanto de los traslados
como de las nuevas oposiciones convocadas para recubrir los
huecos en el escalafón de catedráticos. Por
ejemplo,josé María Albareda, miembro del Opus
Dei y secretario general del CSIC, ganó en noviembre
de 1940 la fácil oposición a la cátedra
convocada para él en la Facultad de Farmacia de la
Universidad de Madrid. La cátedra del miembro del Opus
Dei, de Mineralogía y Zoología aplicadas a la
Farmacia, resultaba disparatada ya que unía a dos mundos
tan diferentes como minerales y animales, pero era una prueba
más de lo que eran entonces capaces aquellos cruzados
de la ciencia y obligó a su titular a explicar durante
la mitad del curso escolar los minerales y en la otra mitad
los animales. Albareda, el farmacéutico miembro del
Opus Dei, que era hijo a su vez de farmacéutico, consiguió
luego con métodos parecidos la cátedra de Geología
Aplicada en la facultad de Ciencias y se convirtió
en un gran especialista en edafología y todo lo relativo
a la ciencia de los suelos en la España de Franco.
Los miembros del Opus Dei, que ocupaban desde la plataforma
del CSIC una posición inmejorable cuando se iniciaron
las primeras oposiciones de cátedra, pronto las convirtieron
en operación política, hasta tal punto que para
designar a los concursos de oposición se llegó
a utilizar en los medios universitarios de la época
el neologismo "opusiciones". Posteriormente, hacia
1950, tuvo lugar en Roma una escena en la embajada de España
ante el Vaticano, cuando en presencia del entonces embajador
Ruiz Jiménez, alguien dio a entender ante Escrivá
que el Opus Dei iba al asalto de las cátedras universitarias
utilizando toda especie de procedimientos, el fundador replicó
agriamente y afirmó con énfasis que no veía
cómo jóvenes bien dotados y consagrados a la
Iglesia podían interesarse en ocupar puestos de profesores
en oscuras universidades de provincias con riesgo de comprometer
su salud eterna por un sueldo irrisorio.
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas
fue también aprovechado por el Opus Dei como instrumento
de contacto con la jerarquía de la Iglesia católica
en España, en la búsqueda sobre todo de apoyos
políticos y de conseguir favores del episcopado. La
fracción más franquista de la jerarquía
eclesiástica tomó directamente el Opus Dei bajo
su protección y lo cubrió tanto política
como canónicamente y también económicamente,
hallando Escrivá en el episcopado franquista sólidos
apoyos porque se desvivía para servirles y era siempre
muy obsequioso con ellos. No obstante, un inquietante episodio
le ocurrió en el verano de 1941 al grupo inicial de
miembros del Opus Dei. El obispo de Madrid-Alcalá,
Eijo Garay, que se había encargado personalmente de
proteger a la Obra de Escrivá, se consideró
con derechos suficientes sobre el grupo de militantes del
Opus Dei y ni corto ni perezoso tomó la determinación
de obligar a todos los miembros de la Obra que habían
sido alféreces provisionales durante la guerra civil
a alistarse "manu militari" en la División
Azul. Con el envío de esta unidad militar del ejército
de Franco como apoyo al ejército alemán en el
frente ruso, cuarenta mil españoles y algunos de los
miembros del Opus Dei iban a lucir el escudo con los colores
de la bandera española sobre el uniforme del ejército
nazi. Escrivá se encontraba fuera de Madrid dirigiendo
una tanda de retiros espirituales y a su regreso le causó
una impresión desagradable y molesta aquella injerencia
del obispo "protector". El fundador del Opus Dei
argumentaba enfadado que los miembros del Opus Dei eran muy
pocos y se iban a exponer a unos riesgos que no tenían
por qué correr. Finalmente no fueron enviados al frente
ruso, porque la oficialidad fue escogida entre los militares
de carrera y los alféreces provisionales no fueron
admitidos como mando. Si querían ir a luchar voluntariamente
debían alistarse como soldados rasos. Por supuesto
que en el frente ruso no hubo ningún miembro militante
de la Obra. El incidente podía significar un jocoso
episodio más de la dictadura de Franco o el escenario
de una bufonada, si se olvida que la División Azul
fue una patética singladura fascista, cuyo número
de bajas fue aproximadamente de doce mil heridos y cuatro
mil muertos.
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