EL SANTO FUNDADOR DEL OPUS
DEI
Autor: Jesús Infante
CAPÍTULO 3. DE MADRID AL CIELO
CUANDO LLEGÓ A MADRID en la primavera de 1927 el cura
Escrivá se encontraba en la indigencia y pasó
graves dificultades económicas en un ambiente adverso
y alejado de su familia. Encontró habitación
en una modesta pensión de la calle Farmacia, no lejos
de la céntrica plaza madrileña de Santa Bárbara.
Allí inició de forma activa la lucha por su
supervivencia llevando como único bagaje algunos nombres
de gente aragonesa conocida de la familia.
Tuvo que presentarse obligatoriamente en el obispado de Madrid-Alcalá
con una carta de presentación del arzobispado de Zaragoza,
con el fin de obtener las licencias oportunas para poder celebrar
la misa y confesar en una diócesis diferente a la de
Zaragoza.
Parece que no llegó a matricularse de los cursos de
doctorado en derecho. En el registro del Ministerio de Educación
no hay constancia de ningún alumno universitario con
ese nombre. [Santos, Carlos, "La doble vida de San
Escrivá", Revista Cambio 16, Madrid, 16 marzo
1992, p. 12.] Uno de los hagiógrafos del Opus Dei
afirma, en cambio, que se matriculó solamente de "una
de las asignaturas del doctorado, " [Vázquez
de Prada, Andrés, ob. cit., p. 105. Otro de los hagiógrafos
de Escrivá va más lejos señalando ambiguamente
que el 28 de abril de 1927 "estaba ya matriculado en
las asignaturas del doctorado en la Facultad de Derecho",
en Bernal, Salvador, ob. cit., p. 118] en consonancia
quizá con la escasez de medios económicos, pero
resulta extraño aquella matriculación tan singular
sin ofrecer mayores precisiones como, por ejemplo, sin que
se cite la asignatura o el nombre de su director de tesis.
Parece más bien que no era hacia la facultad de derecho
adonde se dirigían precisamente sus ambiciones.
Una vida centrada en la búsqueda de una situación
jurídica y económica estable parecía
constituir la mayor preocupación de Escrivá,
pero al mismo tiempo rebosaba interiormente de ansias de poder,
riquezas, fama y dignidades. José María Escrivá
comenzó a cultivar cuidadosamente la opinión
que la gente tenía de él, de la excelencia en
su sacerdocio y se reveló enseguida como un gran comunicador,
con buenas dotes para convencer a un auditorio conservador,
pero no buscaba ser un simple predicador de fama, sino que
le acompañaban otras ambiciones como el poder o las
riquezas. Como sacerdote buscaba poder para ser más
fuerte que otros y capaz de vencer a los enemigos de la Iglesia,
soñando a lo largo de su vida con estar colmado además
de bienes de fortuna. No se contentaba, sin embargo, con ser
un simple cura o con profesar humildemente su sacerdocio,
sino que quería ser más, y a lo largo de toda
su vida buscaría ansiosamente la fama.
Se instaló en Madrid al arrimo de su condición
de sacerdote, como tantos otos jóvenes provincianos
deseosos de probar fortuna en la capital de España.
José María Escrivá ofrecía el
tipo perfecto de cura buscavidas, entendiéndose como
tal a la persona diligente en buscarse el modo de vivir por
cualquier medio lícito. Podía asemejarse a uno
de los personajes literarios de Max Aub, que ha trazado en
su novela "La calle de Valverde" la viva estampa
de las clases medias del Madrid de los años veinte
al treinta. Para Escrivá, sin embargo, aquella aventura
representaba tan sólo "un eclipse de su personalidad"
y se trató sencillamente de unos años de vida
oscura.
La búsqueda de un empleo eclesiástico en Madrid
no era tarea fácil, pero tuvo suerte Escrivá
y cambió muy pronto de domicilio para alojarse en una
residencia de sacerdotes de la calle Larra, que pertenecía
a la congregación religiosa de las Damas Apostólicas
formada por señoras de la alta y media sociedad madrileña,
que ofrecían trabajo y alojamiento a jóvenes
sacerdotes entusiastas, debido sobre todo al fuerte auge que
tuvieron las actividades caritativas en la capital de España,
sobre todo durante la dictadura de Primo de Rivera.
La dictadura, que llegó envuelta en una oleada de
optimismo y buenas intenciones en las clases conservadoras,
había alcanzado su punto culminante en 1926, a los
tres años de existencia, pero enseguida empezó
a declinar, siendo ya impopular el dictador en 1928, incluso
dentro del ejército que le había aupado al poder.
[Brenan, Gerald, "El laberinto español. Antecedentes
sociales y políticos de la guerra civil", Ruedo
Ibérico, París, 1962, p. 63.]
A partir de 1924 proliferaron las instituciones públicas
y privadas dedicadas a la caridad, como las tiendas-asilos
y los hospitales, la sopa boba y otras. Las asociaciones privadas
de caridad, como las damas de la Obra Apostólica y
los caballeros de la Conferencia de san Vicente de Paúl
se presentaban como condescendientes instituciones burguesas,
dedicadas al socorro de pobres y desgraciados, típicas
en el panorama de beneficencia de la época.
Además de la residencia de sacerdotes, la Obra Apostólica,
como se denominaba la organización montada por la congregación
religiosa de las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón
de Jesús, se ramificaba en varias actividades y comprendía
la Obra de la Preservación de la Fe, la Obra Post-Escolar,
el Patronato de Enfermos y los Comedores de Caridad. El boletín
trimestral de la Obra Apostólica señalaba que
en el año 1927 las Damas Apostólicas realizaron
entre cuatro y cinco mil visitas a los enfermos, se hicieron
más de tres mil confesiones y se dieron otras tantas
comuniones, se administraron casi quinientas extremaunciones,
se hicieron setecientos u ochocientos matrimonios y se confirmaron
más de cien bautismos.
La Obra Apostólica, que representaba un apostolado
de alcurnia y era una de las instituciones de caridad más
prestigiosas de Madrid, había sido fundada por varias
damas de la aristocracia, entre ellas la hija de la marquesa
de Onteiro, y acababa de ser aprobada en 1927 por el Vaticano.
La enseñanza era, sin embargo, la gran labor de las
Damas Apostólicas. Tenían 58 colegios semigratuitos
para niños en donde se enseñaba a doce mil niñas
y niños, cuatro mil de los cuales hacían anualmente
la primera comunión.
Cuando el cura Escrivá se trasladó a Madrid,
su madre, su hermana Carmen y el pequeño Santiago permanecieron
en Zaragoza, pero no tardaron en seguirle y, a finales de
1927, la familia Escrivá se había instalado
pobremente en la calle Fernando el Católico, no lejos
de la sede de la Obra Apostólica, el distinguido lugar
donde trabajaba interinamente José María como
ayudante de uno de los capellanes.
Según cronistas oficiales del Opus Dei, para sacar
adelante a la familia, uno de sus primeros empleos en la capital
fue el de preceptor de los hijos de cierto marqués
con desconocido título nobiliario, por lo que acudía
diariamente a casa del aristócrata madrileño
para dar clases de latín y humanidades a sus hijos.
Lo cierto fue que halló trabajo durante el curso 1927-1928
como profesor de derecho canónico y romano en la academia
Cicuéndez, institución privada pero con un marcado
tinte clerical ya que su director, José Cicuéndez,
era cura como Escrivá.
Desde Madrid volvió en cierta ocasión a la
facultad de derecho de la universidad de Zaragoza, aunque
no se sabe si era para examinarse de las asignaturas de la
carrera que todavía no había aprobado o el viaje
se debía quizás a que acompañaba a examinarse
en Zaragoza a unos alumnos suyos de la academia Cicuéndez
de Madrid, pero en cualquier caso resultaba raro tal desplazamiento.
José María Bueno Monreal, colega y paisano de
Escrivá antes de llegar a ser nombrado cardenal-arzobispo
de Sevilla, tuvo un encuentro con él un día
de septiembre de 1928 en la facultad de derecho de la universidad
de Zaragoza. "Desconozco -cuenta Bueno Monreal- el motivo
exacto por el cual se encontraba en Zaragoza aquel día,
pues en esa época tanto él como yo vivíamos
en Madrid... Sea lo que fuere, coincidimos aquel día
en la universidad, mientras yo esperaba la convocatoria de
unos exámenes." [Bueno Monreal, José
María, "Un hombre de Dios. Testimonios sobre el
Fundador de! Opus Dei", Palabra, Madrid, 1991, pp. 11-12.
También en Varios Autores, "Un hombre de Dios",
Palabra, Madrid, 1994, pp. 9-10].
La convocatoria de exámenes de septiembre de 1928
representaba la última posibilidad de Escrivá
para poder acabar dentro del plazo fijado sus estudios jurídicos,
si no tendría que volver a Zaragoza, que era donde
oficialmente se encontraba incardinado como sacerdote. Pero
Escrivá no podía continuar con los estudios,
entre otras razones, porque tenía que ayudar a mantener
la familia formada por él, su madre viuda, hermana
y hermano pequeño. Desgraciadamente se le acababa el
permiso de dos años concedido por el arzobispado de
Zaragoza en el siguiente mes de marzo de 1929 sin haber logrado
conseguir para entonces el diploma de derecho. En su tesina
iba a tratar la ordenación al sacerdocio de mestizos
y cuarterones en los siglos XVI y XVII, pero nunca llegó
a redactarla.
Escrivá había decidido, sin embargo, quedarse
a vivir en Madrid como fuese y en Madrid se iban a manifestar
de forma paulatina las fuertes ambiciones del joven cura.
Dado que allí iba a fundar la Obra de Dios, Escrivá
se presentaría muchas veces, pese a no ser aficionado
a dar bromas, como madrileño. Tenía autorización
para permanecer sólo dos años pero llegó
a vivir allí diecinueve. En su lucha por la supervivencia
desempeñó de forma precaria varios empleos eclesiásticos
en la capital de España hasta 1934, logrando permanecer
en Madrid desde abril de 1927 hasta octubre de 1937 y desde
marzo de 1939 hasta noviembre de 1946, cuando se trasladó
definitivamente a Roma.
Como sacerdote se sometía periódicamente a
todos los exámenes previstos para clérigos extradiocesanos
en la diócesis de Madrid-Alcalá, con el fin
de poder celebrar la misa, administrar los sacramentos, predicar
y dar ejercicios espirituales, pues en ello le iba la supervivencia.
En su segundo año en Madrid, Escrivá, con veintiséis
años de edad y tres de sacerdocio, no había
cumplido aún a finales de septiembre de 1928 con la
tanda anual de ejercicios espirituales preceptiva en la diócesis
de Madrid-Alcalá. Como se celebraba entonces un retiro
para sacerdotes, decidió cumplir con aquella obligación
en la residencia de la calle García de Paredes número
45, dirigida por la congregación de los padres paúles,
junto a la basílica de la Milagrosa. Allí, en
la sede de aquella congregación de sacerdotes seculares,
iba a ocurrir sin testigos un memorable suceso, prescindiendo
Escrivá de los padres paúles, del director del
retiro y demás colegas. Sus seguidores aseguraron luego
que Dios había venido en ayuda de Escrivá como
fundador del OpusDei.
El suceso extraordinario lo cuenta uno de los cronistas oficiales
del Opus Dei: "2 de octubre, fiesta de los Santos Ángeles
Custodios, Madrid. El joven sacerdote funda el Opus Dei...
Y en la fundación se cumple a la letra todas las circunstancias
precisas para que la Obra pueda ser llamada Obra de Dios."
[Pérez Embid, Florentino, ob. cit. pág. 3].
En la mañana de 2 de octubre de 1928, según
otra versión de uno de sus hagiógrafos, "Escrivá
"vio" el Opus Dei, tal como Dios lo quería,
tal como iba a ser al cabo de los siglos. Con esa fecha quedó
fundado". [Vázquez de Prada, ob. cit. pág.
113]. El mismo hagiógrafo concreta aún más
las circunstancias del lugar, sin llegar a precisar el momento:
"Estando retirado en su cuarto, donde tenía sobre
la mesa unas anotaciones acerca de temas de su vida interior,
recibió en su espíritu, de par en par, luz para
ver lo que con ansias venía barruntando a ciegas."
La tradición oral, que ha sido el medio preferido por
el Opus Dei para divulgar la vida del fundador entre sus miembros,
sitúa el momento cuando celebraba la misa, exactamente
después de la consagración de la hostia y del
cáliz. En ese preciso momento, Escrivá tuvo
palabras del cielo sobre lo que tenía que ser la Obra
de Dios, el Opus Dei.
Poca importancia tiene la fecha y el momento. Las circunstancias
no presentan ninguna originalidad, ya que en los inicios de
casi todas las fundaciones eclesiásticas encontramos
comportamientos semejantes. Como Escrivá, decenas de
iluminados fundan cada día entre los de su círculo
familiar y algunos allegados organizaciones eclesiásticas
o paraeclesiásticas con ánimo de recuperar el
terreno perdido por la Iglesia. Pero en el caso de Escrivá
cabe señalar, como muy importante, que estaba obligado
a abandonar Madrid por no haber encontrado una situación
jurídica estable y, sobre todo, el hecho de que estaba
solo, completamente solo por unos días, cuando ocurrió
el suceso de la Milagrosa, sin el peso de la familia ni tampoco
de seguidores, porque aún no los tenía.
No obstante, para formar una asociación religiosa
de cualquier tipo se necesitan por lo menos dos personas y,
por consiguiente, no hay prueba testifical que demuestre que
el Opus Dei se fundara el 2 de octubre de 1928. Había
que esperar por lo menos siete años, hasta finales
de 1935, para que tuviera lugar de hecho la primera fundación
del Opus Dei. Uno de los hagiógrafos especializados
en narraciones almibaradas afirma textualmente, refiriéndose
a la época de 1928, que Escrivá "fue el
Opus Dei y al principio lo "fue" él "sólo";
y lo fue como sacerdote, como maestro, como "padre de
familia" y todo en un sentido muy amplio". [Peter
Beglar, ob. cit. pág. 61] Otro de sus hagiógrafos
reconoce que, entre octubre de 1928 y agosto de 1930, Escrivá
"estuvo totalmente solo". [Thierry,Jean Jacques,
LOPUS Dei. Mythe et realité, Hachette Litterature,
París, 1973. p. 19, nota 1.] También un
testigo excepcional de la época, Pedro Cantero Cuadrado,
quien fue luego arzobispo de Zaragoza y cuyo testimonio de
amistad y trato con Escrivá mereció los honores
de ser recogido en la causa de beatificación ante el
Vaticano, llegó a declarar categóricamente por
escrito que "durante el curso escolar 1930-1931 nos vimos
con frecuencia (...), no me habló entonces directamente
de la Obra, ni siquiera de que hubiera fundado nada".
[Cantero Cuadrado, Pedro, "Testimonio", en Varios
Autores, "Testimonios sobre el Fundador de! Opus Dei",
Palabra, Madrid, 1994, p. 63.]
Por otra parte, Escrivá había ido componiendo
por medio de lecturas un fichero de frases e ideas que le
gustaban, a las que a veces añadía comentarios
desde los tiempos del seminario en Zaragoza. Allí,
en la biblioteca del seminario se decidió a leer textos
religiosos como la Sagrada Escritura, especialmente los Evangelios,
los escritos de los Padres de la Iglesia y tratados de mística
y ascética, así como también autores
clásicos españoles, especialmente del Siglo
de Oro. [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit.,
p. 83. También aparece en 20966, p. 270, del llamado
Registro Histórico del Fundador, Archivos del Opus
Dei, Roma (Italia).] De todo ello, cuando leía
un pasaje interesante, tomaba nota y desde que llegó
a Madrid prosiguió haciendo acopio de notas, pensamientos
y frases, al ritmo de sus lecturas, además de ciertas
locuciones y una serie de jaculatorias que recitaba de memoria,
todo lo cual había trasladado a un cuaderno que desapareció
a partir de 1928 o en una fecha posterior. Sus hagiógrafos
afirman, sin embargo, que el 2 de octubre de 1928 las notas
que tenía Escrivá sobre la mesa, a fin de meditarlas
en reposo, durante el retiro sacerdotal, correspondían
a "locuciones recibidas hasta entonces de Dios".
[Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit. pág.
46].
Desgraciadamente los esfuerzos del Opus Dei para dar validez
al suceso con pruebas testificales o quizás una prueba
histórica o documental no sólo han resultado
vanos, sino sobre todo carentes de fundamento. No hubo testigos
ni hay rastro alguno de las notas que Escrivá había
escrito y llevado consigo al retiro espiritual. En el Registro
Histórico del Fundador, protegido celosamente en la
casa generalicia del Opus Dei en Roma, donde se guardan todos
los documentos y manuscritos relacionados con la pretendida
santidad de Escrivá, existe un hueco en ese archivo
secreto manejado únicamente por algunos miembros directivos
del Opus Dei, precisamente el que corresponde al suceso de
la Milagrosa: "Se conservan varios cuadernos pero no
el primero, que alcanzará hasta marzo de 1930",
señala uno de sus hagiógrafos, para explicar
seguidamente la causa de la desaparición: "Su
humildad le llevó a destruirlo, no fuera que siendo
"un pobre pecador" quien lo leyera creyese que era
un santo". [Vázquez de Prada, ob. cit. pág.
505].
No existe, en definitiva, ninguna prueba o recordatorio del
suceso porque, según las versiones oficiales que circulan
dentro del Opus Dei, ante la enormidad de "lo visto"
Escrivá rompió todos los papeles, dejando "en
blanco" a sus seguidores y borrando pistas de tan pretendida
fundación.
Todo ello, sin embargo, no ha arredrado a los fieles cronistas
del OD y según uno de sus hagiógrafos: "...
Escrivá afirmó siempre, sin sombra de duda,
que el Opus Dei no lo había inventado él, que
no lo había fundado como consecuencia de una serie
de elucubraciones, análisis, discusiones y experiencias,
que no era en absoluto el resultado de intenciones buenas
o piadosas (...) dejó entrever claramente que el "fundador"
era Dios mismo y que la transmisión a aquel "joven
sacerdote" de aquel encargo había sido un hecho
sobrenatural, una gracia divina". [Peter Beglar, ob.
cit. pág. 69]
La opacidad del suceso no impidió que alrededor de
la fecha del 2 de octubre de 1928 se haya elaborado posteriormente
un enorme montaje propagandístico, a pesar de que el
suceso de la Milagrosa tuvo lugar sin dejar rastro, sin escritos
ni seguidores ni tampoco testigos directos. De ahí
que no fuera suficiente señalar como fecha mágica
la festividad de los santos Ángeles Custodios, sino
que resultaba necesario añadir también algunos
detalles ambientales como, por ejemplo, celebrar la presunta
fundación echando las campanas al vuelo. Álvaro
Portillo, la sombra de Escrivá durante años
y su lugarteniente y sucesor a la cabeza del Opus Dei, se
encargó de adornar la presunta fundación con
el acompañamiento lejano de unas campanas: "Era
el día 2 de octubre, festividad de los santos Ángeles
Custodios. En aquella mañana vino al mundo el Opus
Dei. Sonaban a voleo las campanas de la cercana parroquia
de Nuestra Señora de los Ángeles, con motivo
de la fiesta de su Patrona. Y el Padre mientras subía
al cielo el repique gozoso de estas campanas -"nunca
han dejado de sonar en mis oídos", le he escuchado
decir frecuentísimamente-, recibió en su corazón
y en su alma la buena semilla: el Divino Sembrador, Jesús,
la había por fin echado de modo claro y contundente."
[Portillo, Álvaro, "Monseñor Escrivá
de Balaguer, instrumento de Dios, en La fundación del
Opus Dei", segunda parte, Discurso Universidad de Navarra,
Pamplona, 12 junio 1976, Suplemento Informativo, Basílica
Pontificia San Miguel. Madrid, 1978, pp. 10-11.]
A partir de la versión oficializada por Álvaro
Portillo, la necesidad de resaltar aquellas campanadas extremadamente
lejanas difiere según la fantasía de los hagiógrafos.
Así, para uno de ellos, las campanas significaron el
acompañamiento musical de la fundación y "por
eso, cuando muchos años después (Escrivá)
decía que nunca habían dejado de sonar en sus
oídos aquellas campanas, no hablaba sólo en
metáfora: expresaba exactamente el estado permanente
de aquel que ha percibido realmente una vocación, una
llamada". [Peter Beglar, ob. cit. pág. 69].
Desgraciadamente para el equipo de cronistas oficiales del
Opus Dei la fiesta de la Patrona en la parroquia de Nuestra
Señora de los Ángeles situada en el número
93 de la calle Bravo Murillo, a dos pasos de la glorieta de
Cuatro Caminos, se celebra el dos de agosto y no el dos de
octubre. Y difícilmente podían oírse
las campanas por una razón sencilla: que entre la basílica
de la Milagrosa, calle García de Paredes 45, y la parroquia
de Cuatro Caminos existe una más que respetable distancia.
Escrivá rehusó, por su parte, contar detalles
sobre el presunto comienzo del Opus Dei porque, según
él, estaban íntimamente unidos con la historia
de su alma y pertenecían a su vida interior. No obstante,
en una entrevista del fundador realizada por un sacerdote
del Opus Dei y publicada en una revista sacerdotal también
del Opus Dei, Escrivá llegó a afirmar refiriéndose
a la pretendida fundación de 1928 que "actué,
en todo momento, con la venia y con la afectuosa bendición
del queridísimo señor obispo de Madrid, donde
nació el Opus Dei, el 2 de octubre de 1928". [Escrivá,Josemaría,
Entrevista, Revista sacerdotal "Palabra", Madrid,
octubre 1967. También en "Conversaciones con Monseñor
Escrivá de Balaguer", Rialp, Madrid, 1968, p.
34.]. La conexión con la jerarquía eclesiástica
representaba una legitimación importante para Escrivá
y esta preocupación le empujó hasta falsificar
datos de su propia biografía. Como muestra de maquillaje
y falsificación biográfica se transcriben unos
párrafos del curriculum vitae oficial redactado por
el propio Escrivá y presentado muy posteriormente en
el obispado de Madrid-Alcalá el 28 de agosto de 1943
con destino a la Congregación de Religiosos, organismo
del Vaticano.
Según el curriculum vitae redactado por él
mismo, "marchó a Madrid en el año 1927
para preparar la tesis doctoral y entregado constantemente
al ministerio sacerdotal, a pesar de los trabajos científicos,
ejerció desde el año 1927 hasta el año
1931 el trabajo apostólico entre los niños pobres
y los enfermos indigentes, a los que visitaba todos los días
en sus casas por los suburbios más pobres de la ciudad.
Después, cuando la magnitud del trabajo entre los estudiantes
de la Universidad le obligó a dejar esta forma de actividad
sacerdotal, con la aprobación del "Reverendísimo
Señor Obispo", nunca dejó de visitar a
los enfermos pobres todos los domingos en el Hospital General.
En el mes de octubre de 1928, con el consentimiento del "Reverendísimo
Obispo de Madrid-Alcalá", acompañándose
de asidua oración unida a penitencia, empezó
un intenso y firme trabajo de formación apostólica
entre los jóvenes estudiantes, de la Universidad y
entre los alumnos de las Escuelas Especiales Superiores, mediante
el cultivo de la vida interior y de la perfección profesional.
Esta obra silenciosa estaba dirigida a un directo, profundo
y muy eficaz servicio de la Iglesia y "desde el principio
fue bendecida de todo corazón por muchos obispos".
[Escrivá, José María. "Currículo
vitae". Obispado de Madrid-Alcalá. Madrid, 28
de agosto de 1943].
Estas frases del currículum vitae de Escrivá,
redactadas por él mismo inducen a pensar que desde
el comienzo de su estancia en Madrid el joven sacerdote rindió
cuenta constantemente de sus iniciativas al obispo. Pero el
2 de octubre de 1928 Escrivá, como sacerdote incardinado
en la diócesis de Zaragoza, se encontraba en situación
de prestado en la diócesis de Madrid, por lo que difícilmente
podía informar sobre su decisión de fundar la
Obra de Dios a quien no era su obispo y cuando estaba a punto
de acabar además su autorización provisional
para poder residir en la diócesis madrileña.
Encaja, sin embargo, esta falsa actitud humilde de Escrivá
como clérigo disciplinado, asegurando la sumisión
como tal a un obispo de quien no dependía, con su incardinación
en la diócesis de Zaragoza y su inestable situación
jurídica; lo que, por otra parte, le empujaba en ocasiones
a ejercer un acoso continuado para congraciarse con canónigos
y vicarios en la capital de España, realizando abordajes
callejeros en Madrid a horas intempestivas. También
arraigó en él desde entonces el profundo deseo
secreto, muy carpetovetónico, de no depender de nadie
y que se manifestaría a lo largo de su vida como eclesiástico
solicitando el estatuto jurídico de prelatura móvil
para el Opus Dei hasta en el Vaticano.
Escrivá llegaría a conocer durante la Segunda
República al vicario general de la diócesis
de Madrid-Alcalá, quien le ayudó a buscar algún
estipendio o remuneración por medio de tandas de ejercicios
espirituales y otras actividades piadosas organizadas de la
Iglesia, pero no mantuvo relación alguna con el obispo
titular de Madrid-Alcalá hasta marzo de 1940, después
de la guerra civil española, según fuentes oficiales.
y si el obispado de Madrid, que no el obispo, estuvo "al
tanto de sus pasos" a partir de 1931, lo debió
estar lógicamente a través "del vicario
de la diócesis", juez eclesiástico nombrado
y elegido por los obispos para ejercer en la diócesis
la jurisdicción ordinaria.
Por otra parte, no hay rastro de documento alguno conteniendo
una instancia, personal o colectiva, a nombre de José
María Escrivá o del Opus Dei sobre la pretendida
fundación en 1928 en los archivos de la diócesis
de Madrid-Alcalá ni en los de Zaragoza. El primer documento
que figura en el archivo del obispado de Madrid-Alcalá,
haciendo referencia a una primera actividad apostólica
corresponde a una instancia firmada por José María
Escrivá con fecha de 13 de marzo de 1935 y dicho documento
menciona una actividad que se remonta tan sólo a 1933,
es decir, a dos años antes de 1935. Está claro
que Escrivá, desde su arribada en 1927 y por lo menos
hasta 1933, se encontró jurídicamente en Madrid
al margen de la Iglesia.
Escrivá había centrado su actividad dentro
de la Obra de las Damas Apostólicas en el Patronato
de Enfermos, donde llegó a ser capellán con
derecho a alojamiento en septiembre de 1929, encargándose
de los actos de culto, misa, rezo del rosario, etc. Sin embargo,
la dirección espiritual de toda la Obra Apostólica
era llevada por un viejo jesuita que no vio con buenos ojos
que Escrivá se extralimitara en sus funciones, intentando
hacer de todo, desde celebrar el culto hasta visitar enfermos.
Desde el principio tuvo roces en sus relaciones con el director
espiritual de la Obra Apostólica, porque Escrivá
aprovechaba las ausencias del jesuita para dirigir espiritualmente
a algunas señoras. Al director de la Obra Apostólica
le sentó mal que se convirtiera en el confesor de la
vieja marquesa de Onteiro, madre de una de las fundadoras
de las Damas Apostólicas. Por su cargo de capellán
del Patronato de Enfermos a Escrivá no le correspondía
la atención espiritual de las Damas Apostólicas.
En Madrid, Escrivá comenzó a desarrollar una
gran actividad para ampliar su labor apostólica. Demostró
tener una preocupación incansable por oficiar con empaque
la misa, no cejaba en la predicación del Evangelio,
la catequesis, conoció y entabló contactos con
la Acción Católica y se dedicó también
al apostolado social de las llamadas "clases pobres",
aunque con escasa fortuna. Si Escrivá hizo apostolado
entre las clases populares fue siempre a partir de la Obra
Apostólica, una institución de alcurnia sobre
todo en aquella época anterior a la República.
Una de las Damas Apostólicas cuenta que todas las semanas
iban en automóviles que les prestaban algunas familias
ricas y se acercaban a las casas de enfermos pobres. [Muñoz
González, Asunción, "Testimonio";
en Escrivá de Balaguer, "Josemaría, Un
hombre de Dios. Siete testimonios", Palabra, Madrid,
1992, p. 13.] Desde esta perspectiva es evidente que no
pudo dedicarse intensamente a este apostolado entre las clases
populares, debido entre otras razones a que las clases populares
mantenían un rechazo generalizado hacia la religión
en aquellos tiempos.
El cura Escrivá prefería sin duda el trato
con la aristocracia y a través de las Damas Apostólicas
gozó de algunas oportunidades que nunca desaprovechó.
Se puede citar como ejemplo el trato asiduo con un viejo "caballero
cristiano" hermanastro de María Concepción
Guzmán, condesa de Vallellano, apellidado también
Guzmán, quien le ayudaba con limosnas y Escrivá
llegó a convertirle por los sablazos en bienhechor
permanente suyo.
Escrivá se ocupó, también con cariño
de Mercedes Reina, una de las Damas Apostólicas que
murió "en olor de santidad" y que había
llevado una vida de sacrificio ejemplar, pues tenía
los pies totalmente deformados y a pesar de todo iba a visitar
a los pobres por los distintos barrios de Madrid. Durante
algún tiempo, tuvo en su poder el cuaderno donde la
Dama Apostólica había anotado sus reflexiones
espirituales. A Escrivá le impresionó tanto
que estuvo pensando en escribir su vida, al menos eso fue
lo que afirmó, pero no llegó a hacerlo y devolvió
el cuaderno a su familia. [Alvarado Coghem, Margarita (sor
Milagros del Santísimo Sacramento), "Testimonio,
en Varios Autores, Testimonios sobre el Fundador del Opus
Dei", Palabra, Madrid, 1994, pp. 287-288.] Lo más
curioso fue cuando, después de su muerte, Escrivá
pidió algún objeto como recuerdo personal suyo.
Así obtuvo una pequeña correa, desgastada y
raída, para contar luego a las otras Damas Apostólicas:
"Cuando me acerco a un enfermo con esta correa de Mercedes
Reina puesta, no se resiste a la gracia de Dios". [Muñoz
González, Asunción. Ob. cit. pág. 17]
Durante estos años Escrivá alternó en
Madrid el puesto de capellán del Patronato de Enfermos,
cargo fácil y sin retribución aunque con alojamiento
facilitado por la Obra Apostólica, con las clases de
derecho en la academia Cicuéndez y la captación
de seguidores para su proyecto. Su labor debería concretarse
en una nueva organización que uniera a sacerdotes y
seglares, es decir, él y algunos estudiantes, en donde
Escrivá sería el fundador y sus dirigidos espirituales
los colaboradores y seguidores.
A partir de 1928 se lanzó a hacer prosélitos
para materializar la idea de una nueva asociación religiosa.
Soñaba con utilizar la táctica de los círculos
concéntricos, como la piedra en el lago, produciendo
un primer círculo y luego otro y otro cada vez más
ancho. Sin embargo, la realidad fue otra y como deseaba ser
capellán de estudiantes frecuentó asiduamente,
con ánimo de captar jóvenes, la llamada entonces
Casa del Estudiante entre 1929 y 1930, pero no logró
encontrar seguidores para su proyecto. Ya de esta época
datan algunos contactos personales con un antiguo compañero
de estudios de Logroño, un pariente de las fundadoras
de las Damas Apostólicas, un militante católico
de Madrid miembro de la Asociación Católica
Nacional de Propagandistas (ACNP), y algunos estudiantes madrileños
que frecuentaban la Obra de las Damas Apostólicas,
cuya sede se hallaba entonces y sigue todavía en la
calle santa Engracia número 13 de Madrid. Con Isidoro
Zorzano, de su misma edad y antiguo compañero de estudios
de Logroño que ya trabajaba y vivía en Málaga,
mantuvo correspondencia a partir de 1930 donde le decía:
"Te he escrito precisamente para hablarte de una Obra
en la que estoy comenzando a trabajar... " [Gondrand,
Francois, ob. cit. pág. 69]. No obstante, pese
a la incesante actividad desplegada por Escrivá, su
labor de captación no tuvo éxito y nunca desbordó
los límites personales, es decir, los límites
de la acción apostólica de un sacerdote aislado
cualquiera.
La actividad infatigable de Escrivá espoleada por
su ambición y sobre todo su actitud de entrometimiento
provocaron algunos roces con los viejos jesuitas encargados
tradicionalmente de la dirección espiritual de la Obra
de las Damas Apostólicas. Cuando falleció el
jesuita director con quien no se entendía fue sustituido
en 1929 por otro jesuita, Valentín Sánchez Ruiz,
a quien Escrivá escogió inmediatamente como
confesor suyo. De esta época data una carta de Escrivá
al jesuita donde le confiesa lo siguiente con alguna doble
intención: "... cada vez veo más claro
que lo que el Señor quiere de mí es esconderme
y desaparecer". Las relaciones del cura Escrivá
con su confesor resultaron ser tensas, pero Escrivá,
según cuenta uno de sus hagiógrafos, no esperaba
consuelos de su director espiritual, quien le trataba con
dureza, favor que Escrivá "agradecía con
toda el alma", como venido de las manos de Dios, pues
ello le daba certeza de no buscarse a sí mismo. [Vázquez
de Prada, ob. cit. pág. 106].
El jesuita Valentín Sánchez Ruiz, director
espiritual de las Damas Apostólicas y confesor de Escrivá,
vivía en Chamartín de la Rosa, en las afueras
de Madrid. Y hasta allí se desplazaba el cura Escrivá
para confesarse, en lenta peregrinación descrita maliciosamente
por uno de sus hagiógrafos con todo lujo de detalles:
"Tras una jornada de intenso trabajo [Escrivá]
emprendía una larga caminata, Castellana arriba, hasta
el Hipódromo. Luego atravesando desmontes y caminos
de barro, llegaba rendido al colegio. Le hacían pasar
al recibidor. Aguardaba un rato y le atendía el jesuita.
Otras veces, la espera era larga; y el sacerdote aprovechaba
esa hora para leer el breviario o hacer oración. Había
días en que la tardanza resultaba interminable. Nadie
aparecía. Nadie daba excusas. Al fin un hermano lego
le comunicaba que el padre Sánchez Ruiz no podía
verle. Cualquier otro lo hubiera tomado como una desatención
grave. Pero el joven sacerdote mostró siempre comprensión
para con el tiempo y ocupaciones de los demás".
[Vázquez de Prada, ob. cit. pág. 106].
Como trabajaba en la Obra Apostólica, una institución
femenina, Escrivá solía decir que en su futura
organización no habría mujeres ni de broma.
No obstante, el 14 de febrero de 1930, fiesta de San Valentín,
celebró una misa en la capilla privada de la marquesa
de Onteiro, que vivía junto al paseo de la Castellana,
cuya hija era una de las fundadoras de la congregación
de las Damas Apostólicas. José María
acudía regularmente a decir misa y a confesar a la
vieja señora. Allí fue, el día de los
enamorados, en el oratorio privado de la aristócrata,
y parece que fue después de la comunión, durante
la misa, cuando Escrivá "vio claro que también
tendría que haber mujeres en su futura organización".
Así nació en su mente la sección femenina
de la Obra de Escrivá, según cuentan los cronistas
oficiales del Opus Dei; aunque luego, cuando Escrivá
consultó a su confesor, señalan las mismas fuentes,
el jesuita Valentín Sánchez Ruiz le dijo: "Esto
es tan de Dios como los demás". [Vázquez
de Prada, ob. cit. pág. 116]. Sin embargo, hasta
unos años más tarde, durante la Segunda República,
no llegó a convencer a algunas jóvenes de ser
dirigidas espiritualmente por él, logrando así
adhesiones; pero las mujeres se fueron apartando pronto del
proyecto. Estas deserciones significaron un rudo golpe para
Escrivá y debieron acentuar su carácter misógino.
Lo cierto es que ningún proyecto femenino podía
cuajar completamente mientras estuviera presente la madre,
doña Dolores, en las decisiones de José María
Escrivá.
Desde finales de 1929 el cura Escrivá se había
dedicado a acumular documentación para estudiar los
estatutos de organizaciones ya fundadas o recién creadas,
dedicadas exclusivamente a los hombres, a las organizaciones
mixtas dedicadas a hombres y mujeres, así como también
las instituciones religiosas que acogían sólo
mujeres dentro de la Iglesia católica. De esta época
datan sus primeros contactos con el cura Poveda, fundador
de las teresianas, una congregación seglar femenina,
con objeto de averiguar más sobre su funcionamiento
interno. Poveda había fundado en 1911 la Institución
Teresiana con el fin de atender a la educación de mujeres
jóvenes en todos sus grados y formas, la cual fue aprobada
en 1924 por el Vaticano. En sus conversaciones Poveda hablaba
siempre de los primeros cristianos y quería que sus
hijas, las teresianas, tuvieran por modelo las vidas de éstos,
mensaje que debió ser recogido por el joven cura Escrivá,
quien seguía además muy preocupado por conseguir
su incardinación en la diócesis de Madrid. De
ahí que siendo Poveda capellán real con influencias
en palacio se atreviera a pedirle ayuda para conseguir un
cargo eclesiástico. El cura Poveda le habló
de la posibilidad de nombrarle capellán palatino honorario,
lo cual no solucionaba su problema, además de que resultaba
tarde para obtener en el palacio real un cargo eclesiástico.
La Monarquía española tenía los días
contados y mientras se consumaba la descomposición
de la dictadura del general Primo de Rivera la cuenta hacia
atrás ya había comenzado políticamente
hacia la República.
Cuestión importante consiste en saber si entre los
modelos organizativos estudiados por Escrivá figuraba
o no alguna sociedad secreta católica, ya que su proyecto
iba a presentar en el futuro evidentes coincidencias con las
sociedades de este género. Conviene examinar por ello
si en la historia eclesiástica se hallan precedentes
comparables, lo que obliga a mencionar un grupo que fue un
poderoso núcleo integrista en la Iglesia católica
durante el primer tercio del siglo XX y llegó a ser
conocido como la Liga de San Pío V o "Sapiniere".
Toda la lucha secreta de "La Sapiniere" contra el
modernismo pudo ser conocida por numerosos sacerdotes en 1929
y es muy posible que pudiera dar ideas a hombres que deseaban
luchar también contra el modernismo, como el entonces
joven cura Escrivá. [Poulat, Émile, "Histoire,
dogme et critiques dans la crise modemiste", Casterman,
París, 1962, p. 85. También en Poulat, Émile,
"Integrisme et catholicisme intégral", Casterman,
París, 1969.]
Escrivá, sin embargo, leía poco y apenas tenía
libros, salvo algunas obras tradicionales del más rancio
catolicismo español. Todos los testimonios coinciden
en señalar que en la estantería de su habitación
tenía tan sólo algunos libros de rezos. A los
comienzos de su actividad como cura le inspiraba mucho "Meditaciones
Espirituales" del jesuita Francisco Garzón, libro
de lectura obligatoria en los seminarios diocesanos españoles
de la época y que debió leer forzosamente Escrivá
por las mañanas, durante los ratos de meditación
en el seminario de Zaragoza. El jesuita Garzón sólo
hacía glosar las ideas que en 1605 ya expuso otro jesuita,
Luis de la Puente, en "Meditaciones de los Misterios
de la Santa Fe", uno de los autores preferidos del joven
cura Escrivá, de donde sacó también ideas
sobre la perfección cristiana del laicado. [Luis
de la Puente, jesuita y teólogo del Siglo de Oro español,
nació en Valladolid y murió en 1624, siendo
uno de los autores predilectos del viejo clero español,
antes de serlo de Escrivá. Entre sus trabajos destaca
"Meditaciones y Guía Espiritual", libro dedicado
a la teoría y práctica de la perfección
espiritual.] También "Ejercicios Espirituales
para Seglares", libro publicado en 1911 del redentorista
Francisco María Negro, le sirvió de fuente de
inspiración sobre la espiritualidad de los laicos,
aunque su principal fuente sobre las perspectivas de santidad
en los seglares serían los escritos de san Francisco
de Sales, patrono de los periodistas, que se había
interesado mucho por los laicos y sugería los mismos
medios prácticos usados por los clérigos o religiosos
con algunas adaptaciones.
No hacían falta muchas lecturas para dar a luz el
esquema de organización sobre el que iba a fundamentar
su proyecto pues, en síntesis, era sencillo, ya que
no se trataba de insuflar nuevos ideales religiosos o una
nueva búsqueda espiritual de los seglares. La intuición
de Escrivá sobre el futuro proyecto de organización
laica consistía en crear núcleos dependientes
y secretos de seglares, en última instancia con el
objetivo de cultivar las élites intelectuales para
llegar a dominar la cultura, la política, los negocios...
Y que en el caso de España fuesen capaces de fructificar,
para cuando las condiciones de la época fueran más
favorables. Por tanto, para buscar el origen de su concepción
del laicado, es decir, sobre la condición o conjunto
de los fieles no clérigos había que remontarse
en el tiempo a Bernardo de Claraval (1091-1153) quien fue
luego más conocido como san Bernardo y sus fieles caballeros
templarios. O, aún antes, a Benito de Nursia (480-543),
quien fundó la orden monástica de los benedictinos
como único baluarte posible contra el caos que siguió
a la caída del Imperio romano, creando centros relativamente
protegidos como el monasterio de Monte Cassino en Italia.
Sin embargo, remontarse a las raíces históricas
del laicado es topar de lleno con la estructura básica,
"el cuerpo" de la Iglesia. Una organización
laica, seglar o secular, es distinta de una clerical. La Iglesia
católica distingue entre el clérigo y el laico
o secular. Las únicas personas que están comprendidas
en la categoría de clérigos son los sacerdotes
o los que están preparándose para el sacerdocio,
como son los diáconos o subdiáconos. Entonces,
o se es clérigo o se es laico en la Iglesia católica.
[Michael Walsh, "El
mundo secreto del Opus Dei", pág. Ed.
Plaza y Janés, pág. 42]. José María
Escrivá, con su proyecto de organización seglar,
estaba dispuesto a nadar entre las dos aguas, clericales y
laicas. Resultaba difícil de creer que un sacerdote
o clérigo pudiera fundar seglarmente una organización
laica y si tenía en mente exigir los tres votos, de
pobreza, castidad y obediencia, el proyecto no correspondía
a las organizaciones laicas de la época. Sin embargo,
a un cura ambicioso como Escrivá le iban a importar
poco tales distinciones, porque su formación ultraconservadora
le impedía captar muchas sutilezas técnicas
y tampoco tenía reparos jurídicos después
de haber estudiado y hasta enseñado derecho.
Su preocupación principal era tirar hacia delante
y poner en marcha su proyecto de organización laica,
seglar o secular, o lo que José María Escrivá
consideraba como tal. Porque en tales casos lo que importa,
en definitiva, es saber moverse en la amplísima y creciente
zona de penumbra que se extiende entre los clérigos
y los seglares dentro de la Iglesia católica. Para
comprender el proyecto de Escrivá hay que hacerse cargo
de que los tres votos tradicionales de pobreza, castidad y
obediencia, pueden tomarse en sentido muy amplio y atribuírselos
de forma privada a personas sin que exactamente les correspondan.
Luego había que tener audacia y también suerte,
porque algo de suerte hacía falta para un proyecto
como el que soñaba Escrivá. Y con ese trasfondo
carpetovetónico el cura Escrivá estaba dispuesto
a sacar adelante lo que tan sólo aparecía entonces
como un borroso proyecto.
El fallecimiento de la marquesa de Onteiro el 22 de enero
de 1931 hizo que Escrivá perdiera uno de sus apoyos
importantes entre las Damas Apostólicas del Sagrado
Corazón. El resultado fue que dejó la capellanía
de la Obra Apostólica en el curso del año 1931,
después de haberse proclamado la Segunda República,
cuando se enteró de que había posibilidades
de una plaza libre de capellán en un convento de monjas
cerca de la glorieta de Atocha y él podía desempeñar
provisionalmente el puesto.
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