EL SANTO FUNDADOR DEL OPUS
DEI
Autor: Jesús Infante
CAPÍTULO 7. EL FUNDADOR EN
ROMA
EN LOS AÑOS DE LA POSGUERRA española Escrivá
dirigió tandas de ejercicios espirituales a cientos
de personas, lo cual significaba también otra forma
de captación apostólica y de futuros ingresos
como miembros en el Opus Dei. Pero su deseo ardiente de conseguir
poder, riquezas, dignidades o fama no se paraba en un apostolado
sin mucho relieve. Escrivá intentaría llegar
al centro neurálgico del régimen, a quien centralizaba
en la dictadura todos los poderes, al generalísimo
Franco, caudillo de España. Y para ello, dada su condición
sacerdotal, logró en 1944, después de la ordenación
de los tres primeros sacerdotes de la Obra, dirigir los ejercicios
espirituales que realizaban anualmente el dictador Franco
y su familia en el palacio de El Pardo. [Carmona, Francisco
J., "La socialización del liderazgo católico
en Barcelona durante el primer franquismo", p. 84, en
Estruch, Joan, "Santos
y pillos", Herder, Barcelona, 1993, pp. 216-217].
Escrivá había hecho amistad con el capellán
de Franco, el padre Bulart, y a través de éste
logró ser introducido en el antiguo coto de caza y
de descanso de los monarcas españoles, en las cercanías
de Madrid, que el general Franco utilizaba como fortaleza
inexpugnable. Manteniéndose inaccesible, el dictador
evitaba cualquier represalia incontrolada de "los enemigos
de la Patria" y se protegía a su vez de las ambiciones
y aviesos consejos de sus compañeros de armas y seguidores.
Nadie, excepto su familia, los personajes que acudían
a las audiencias, sus ministros y su capellán rompían
el aislamiento en el que el dictador se había recluido
en El Pardo.
En los ejercicios espirituales del dictador, Escrivá
consideró que no le vendría mal una meditación
sobre la muerte. Franco escuchó con atención
las reflexiones de Escrivá sobre este punto de meditación
y dijo que, desde luego, había pensado alguna vez en
el asunto y que tenía tomadas las medidas oportunas,
revelando con aquella respuesta que la muerte para Franco,
aunque no tenía solucionada su sucesión, no
significaba entonces un problema. Más adelante, Franco
logró resolver tan espinoso asunto político
con el nombramiento de Juan Carlos de Borbón como "príncipe
de España" y sucesor suyo, contando sobre todo
con la ayuda prestada por políticos miembros del Opus
Dei.
Cuentan los hagiógrafos de Escrivá que cuando
el obispo de Madrid-Alcalá se enteró del triunfo
que significaba dar ejercicios espirituales a Franco en el
palacio de El Pardo le comentó en la primera ocasión
en la que coincidieron: "Después de ésta,
en España nunca será obispo...", a lo que
respondió Escrivá: "Me basta con ser sacerdote...
" [Berglar, Peter, "Opus Dei. Vida y obra del
Fundador Josemaria Escrivá de Balaguer", Rialp,
Madrid, 1988, p. 237; Gondrand, Francois, "Al paso de
Dios", Rialp, Madrid, 1985, p. 173. También Calvo
Serer, Rafael, "Testimonio", en Martí Gómez,
Josep y Ramoneda, Josep, Calvo Sere, "El exilio y el
reino", Laia, Barcelona, 1976]. El obispo Eijo Garay
conocía los deseos de Escrivá de ser obispo
desde 1941, cuando le consultó para la eventualidad
de aceptar o no el nombramiento, creyéndolo entonces
inminente. Como Escrivá "presentía"
esta posibilidad después de la guerra civil española,
había consultado también a su confesor particular,
José María García Lahiguera, que era
director en el seminario de Madrid. La respuesta de ambos
eclesiásticos, franquistas hasta la médula,
fue alentadora para Escrivá. Con aquellas aproximaciones
a Franco, en quien se centralizaban todas las decisiones importantes
o no para la vida política en España, Escrivá,
que ambicionaba ser obispo, movió resortes del poder
para conseguirlo y su nombre figuró durante varias
ocasiones en las listas de candidatos a obispo presentadas
por el gobierno español, pero su nombre no encontró
apoyo alguno por parte del Vaticano. Molesto porque nunca
salía cuando había figurado de manera prominente
en varias ternas de las que, conforme al estilo tradicional
presentaba el gobierno español al Vaticano para el
nombramiento de obispos, mandó averiguar las razones
y logró enterarse que la exclusión de las listas
no había sido obra del gobierno español sino
del Vaticano. [Pérez Tenessa, Antonio, "Testimonio",
en Moncada, Alberto, "Historia
oral del Opus Dei", Plaza & Janés,
Barcelona, 1987, p. 93]. Aquello fue una revelación
para Escrivá, ya que descubrió que los problemas
del futuro para él y para el Opus Dei no estaban en
Madrid sino en Roma. Después del rechazo continuo en
su deseado nombramiento como obispo decidió ir a Roma,
donde se debió contentar en 1947 con el título
de prelado doméstico de Su Santidad que le daba también
derecho al tratamiento de monseñor y que obtuvo por
medio de su lugarteniente Álvaro Portillo, después
de remover Roma con Santiago. Varios miembros de la Obra se
encontraban en la capital italiana, realizando operaciones
jurídicas y maquiavélicas para un reconocimiento
en tomo al Opus Dei por parte del Vaticano, cuando se movilizaron
para que "el Padre" tuviera al menos una dignidad
honoraria dentro de la Iglesia católica. Estando ya
en Roma, Escrivá sin embargo se enfadó nuevamente
y sufrió un ataque en su autoestima con el nombramiento
en 1947 como obispo de Málaga de Ángel Herrera
Oria, presidente de la Asociación Católica Nacional
de Propagandistas (ACNP), considerado públicamente
como uno de los laicos más ilustres de la Iglesia católica
española que llegó a alcanzar más tarde
el cardenalato y que había sido ordenado como sacerdote
finalizada la guerra civil, en 1940.
Está claro que los contactos personales de Escrivá
con el general Franco no se redujeron a ambiciones personales
y a actividades espirituales, sino que llegaría a visitar
en varias ocasiones al dictador al haberse asegurado, desde
los ejercicios espirituales de 1944, un fácil acceso
directo al palacio de El Pardo. Por ejemplo, en una de las
veces Escrivá visitó al dictador en los años
cincuenta para pedirle una cantidad importante de dinero para
la construcción de la casa central del Opus Dei en
Roma, después de haber agotado las posibilidades de
obtener más financiación por parte de los llamados
"fondos reservados" administrados secretamente por
el fiel Carrero Blanco desde la Presidencia del Gobierno.
y también en 1953, en un enfrentamiento de Falange
contra miembros del Opus Dei, como sintieron sus seguidores
mucho miedo en Madrid, Escrivá viajó desde Roma,
solicitó audiencia al dictador y fue recibido enseguida,
pidiendo protección política para él
y para "sus hijos" directamente a Franco en el palacio
de El Pardo. Reaccionó Escrivá como un padre
que defiende a su familia y como se esparcía la noticia
del crecimiento de la Obra aquellos viajes le ayudaban a mejorar
al mismo tiempo su imagen de "Padre de la Obra".
Por eso afirmó entonces públicamente que no
podía tolerar que de un hijo suyo se dijera que era
un hombre sin familia, cuando "tenía una familia
sobrenatural, la Obra, y él se consideraba su Padre".
[Urbano, Pilar, "El hombre de Villa Tévere",
Plaza & Janés, Barcelona, 1995, p. 257].
Después de tener más o menos controlado Madrid,
empezando por el general dictador residente en el palacio
de El Pardo, Escrivá se dirigirá a Roma porque
tenía que buscar nuevos y más abiertos horizontes,
ante el problema planteado en España a partir de 1946
con la condena política de la ONU, el cierre de fronteras
y la retirada de embajadores de los países democráticos.
De ahí que Escrivá le presentara a Franco la
instalación del Opus Dei en Roma como la salida espiritual
de España al exterior, precisamente cuando el régimen
de Franco se encontraba bloqueado diplomáticamente
por las potencias democráticas europeas después
de la segunda guerra mundial.
El Opus Dei inició el año 1946 con una maniobra
dirigida hacia el Vaticano. En el mes de febrero dos miembros
dirigentes del Opus Dei, uno de los cuales lograba expresarse
en italiano, llegaron a Roma y alquilaron un piso amueblado
cerca de la Piazza Navona, porque estaban dispuestos a permanecer
una larga temporada, consiguiendo el alquiler del piso por
medio del cónsul español en la Ciudad Eterna.
Los dos miembros del Opus Dei llegaron a Roma con cartas de
recomendación de eclesiásticos y obispos españoles,
pero sobre todo llevaban una solicitud en donde se pedía
un régimen jurídico universal para el Opus Dei.
La solicitud estaba firmada por Escrivá como "presidente
general de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz" y
tenía como fecha el 23 de enero de 1946. En ella el
fundador del Opus Dei pedía al papa Pío XII
"se digne conceder el decreto, así como la aprobación
de las constituciones de la Sociedad, la cual fue fundada
el día 2 de octubre de 1928, y canónica mente
aprobada como Pía Unión el día 19 de
marzo de 1941". Escrivá se presentaba en el escrito
como presidente de una sociedad sacerdotal sin referirse al
Opus Dei y otra vez insistía como fecha fundacional
en 1928. La Obra de Dios estaba en el origen de la Sociedad
Sacerdotal y pretendía que fuera el substrato inseparable
de ella, pero intentar introducir elementos ambiguos de confusión
en la solicitud al papa, con objeto de conseguir un reconocimiento
global tanto para la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz
como para el Opus Dei, representaba una maniobra jurídica
condenada al fracaso. Si el Vaticano refrendaba las constituciones
presentadas por el Opus Dei aprobaría dos organizaciones
y no una como figuraba en la solicitud. El escollo principal
residía en la articulación entre ambas organizaciones
y si el Opus Dei fue aprobado como pía unión
diocesana en 1941, la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz
fue aprobada como sociedad diocesana de vida común
sin votos públicos en 1943, dos años más
tarde.
La argumentación utilizada por el Opus Dei era que
se trataba de una defensa fundamental del carisma fundacional,
sin necesidad de caer en excesivos juridicismos, pero los
militantes del Opus Dei no iban a poder convencer a sus interlocutores
por ser ésta una complicada maniobra y no contar con
suficientes apoyos en los organismos del Vaticano. Un eclesiástico
agregado a la embajada de España en Roma, monseñor
Ussía, preparó las entrevistas y les ayudó
a mantener los primeros contactos oficiales. Para causar mayor
impresión, Álvaro Portillo se vistió
con el uniforme de gala del cuerpo de Ingenieros de Caminos,
elegante indumentaria con influencias militares rematada con
un penacho de plumas. El proyecto con la solicitud de Escrivá
iba preparado con el mismo formato con que se preparaban entonces
en España los proyectos de ingeniería, confiando
ingenuamente el lugarteniente de Escrivá que "en
la Curia romana estuvieran menos adelantados en materias de
métodos y sistemas". [Moncada, Alberto, "Historia
oral del Opus Dei", Plaza & Janés,
Barcelona, 1987, p. 21].
El atasco resultaba patente hasta para los miembros del Opus
Dei. Portillo reconocía en carta a Escrivá que
"no encontraba salida en aquel laberinto, temiendo que
el asunto quedase en la estacada". [Vázquez
de Prada, Andrés, "El Fundador del Opus Dei",
Rialp, Madrid, 1985, p. 240]. El Vaticano en principio
dio la callada por respuesta hasta el mes de junio de 1946,
cuando la Congregación de Religiosos respondió
negativamente "emitiendo una reserva", que no daba
lugar a dudas jurídicas, porque las denominaciones
oficiales no podían ser modificadas sin autorización
previa.
En esta tesitura los píos militantes del Opus Dei
habían realizado paralelamente una serie de peticiones
en apariencia anodinas pero que formaban parte de la misma
maniobra jurídica: obtener como fuera el reconocimiento
tanto de la Sociedad Sacerdotal como del Opus Dei por parte
del Vaticano. Se trataba de alcanzar los mismos objetivos,
a través de una serie de inocentes demandas, que se
referían a pequeños detalles piadosos como la
concesión de indulgencias y de escapularios. Una simple
descripción de las peticiones ilustra bien el sentido
de aquella nueva maniobra. Así, los militantes del
Opus Dei pedían permiso para que los sacerdotes de
la Obra, miembros de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz,
pudieran bendecir con la señal de la cruz rosarios
y crucifijos, con las indulgencias habituales para dichos
casos; erigir el vía crucis en todos los oratorios
de la Sociedad; imponer a todos los miembros o socios el escapulario
de la Virgen del Carmen; impartir los sacerdotes de la Sociedad
la bendición apostólica, con indulgencia plenaria,
a quienes hicieran ejercicios espirituales bajo su dirección;
indulgencias de 500 días cada vez que rezaren o venerasen
con la oración la cruz erigida en los oratorios de
la Sociedad; indulgencia plenaria para los que visitaran el
oratorio los días de la Invención y Exaltación
de la Santa Cruz; además de indulgencias diversas para
las horas dedicadas al estudio por los miembros de la Sociedad.
Y, sobre todo, pedían indulgencia plenaria en determinadas
fiestas del año, en el día de emisión
o renovación de los votos y en las fiestas de los patronos
de la Obra; recibir la absolución general en determinadas
fiestas para los miembros o socios de las dos ramas de la
Sociedad; y finalmente pedían indulgencia plenaria
para los actos de admisión, oblación y fidelidad,
tanto en la Sociedad Sacerdotal como en el Opus Dei, de la
misma forma que hacían los religiosos cuando realizaban
su profesión perpetua.
La Secretaría de Estado del Vaticano, cuyo encargado
entonces de Asuntos Extraordinarios era el cardenal Tardini,
emitió el breve "Cum Societatis" con fecha
de 28 de junio de 1946, documento que concedía todas
las indulgencias y devociones particulares solicitadas a un
híbrido jurídico denominado "Sociedad Sacerdotal
de la Santa Cruz y Opus Dei" y los miembros del Opus
Dei, muy satisfechos, consiguieron además que se mencionara
en el documento, como fecha de fundación, el día
2 de octubre de 1928. La importancia residía en que
un organismo vaticano como la Secretaría de Estado
atribuyera por primera vez al conglomerado de Escrivá
el título de "Sociedad Sacerdotal de la Santa
Cruz y Opus Dei", denominación que iba a pregonar
la Obra desde entonces, aun cuando no tuviese jurídicamente
aclarada su situación, por ser todavía una organización
católica diocesana. En aquella aprobación de
indulgencias, calificada de "apresurada" y de "precipitada"
por expertos del Vaticano, se adivinaba ya la mano protectora
de cardenales como Tardini, activos militantes del fascismo
clerical y de la ultraderecha en el Vaticano. Los objetivos
del Opus Dei en Roma fueron decididos en función de
la necesidad y consistieron más en "servirse de"
la Iglesia que en "servir a" la Iglesia.
Escrivá quiso intervenir directamente después
del relativo fracaso de las maniobras jurídicas emprendidas
durante el primer semestre de 1946 y decidió viajar
a Roma. Como fundador pensó dirigirse a la cabeza de
la Iglesia y solicitó audiencia al papa Pío
XII. La fecha de la audiencia le sería fijada para
el 16 de julio en Roma. Se iba a cumplir la máxima
520 escrita ocho años antes por el propio Escrivá
y publicada en el librito Camino: "Católico, Apostólico,
¡Romano! Me gusta que seas muy romano. y que tengas
deseos de hacer tu "romería", "videre
Petrum", "para ver a Pedro"". Antes de
preparar el viaje consultó al Consejo General del Opus
Dei, que le dio una opinión favorable, "porque
Dios así lo quería". [Vázquez
de Prada, Andrés, ob. cit., p. 240]. Por eso les
dijo: "Os lo agradezco, pero hubiese ido en todo caso:
lo que hay que hacer se hace". [Gondrand, Francois,
ob. cit., p. 178].
Como no se encontraba bien de salud, Escrivá acudió
entre otros médicos al neuropsiquiatra Juan Rof Carballo,
por si existía alguna lesión neurológica
como consecuencia de la dolencia que arrastraba desde la infancia.
Parece que uno de los doctores consultados desaconsejó
formalmente el viaje, pero él no hizo caso. [Bernal,
Salvador, "Monseñor Josemaría Escrivá
de Balaguer, Rialp, Madrid, 1976, p. 257; Sastre, Ana, "Tiempo
de caminar", Rialp, Madrid, 1989, p. 326]. Si la
enfermedad es el precio que el ánima paga por ocupar
el cuerpo, como un arrendatario paga una fianza para ocupar
la vivienda en que vive -en palabras de Shri RamaKrisna- el
fundador del Opus Dei con una salud delicada pagaba un alquiler
elevadísimo en una casa llena de goteras. Ya se le
declaró una enfermedad en febrero de 1938, perdió
la voz y comenzó a echar sangre por la boca. En septiembre
de 1939, cuando se encontraba en Valencia, tuvo unas fiebres
altas que se repetían en El Escorial, cerca de Madrid,
en 1944. Los médicos le examinaron el absceso del cuello.
Se trataba de un ántrax con complicaciones generales
y graves. Se hicieron los análisis clínicos
y por los síntomas y malestares que venía arrastrando
por algún tiempo como fatiga, forunculosis, sed, cansancios
con fiebres y tendencia a la obesidad, ya se le diagnosticó
entonces una fuerte diabetes. Sus crisis de salud fueron muy
frecuentes a partir de 1944. Como diabético insulinodependiente,
Escrivá sufría constantemente cansancios, trastornos
de la vista y se mantenía en pie gracias a inyecciones
y a una dieta, aunque con la excepción de Álvaro
Portillo y de alguno de sus más íntimos colaboradores,
casi nadie lo sabía ni se daba cuenta dentro incluso
del Opus Dei. [Beglar, Peter, "Opus Dei. Vida y obra
del Fundador Josemaría Escrivá de Balaguer",
Rialp. Madrid, 1988, p. 336. Véase cap. 2, "Primeros
años de vida oscura", pp. 37 Y 38; y cap.
9. "Último período
en la vida del fundador", pp. 253-257].
Antes de embarcarse para Italia, en Barcelona Escrivá
recapacita en público delante de miembros de la Obra
y pronuncia unas palabras en el transcurso de la misa que
son reveladoras de su estado de ánimo y su preocupación
por aquel primer fracaso en la batalla canónica ante
el Vaticano: "Señor, ¿Tú has podido
permitir que yo de buena fe engañe a tantas almas?
¡Si todo lo he hecho por tu buena gloria y sabiendo
que es Tu Voluntad! (...) Nunca he tenido la voluntad de engañar
a nadie. No he tenido más voluntad que la de servirte.
¿Resultará entonces que soy un trapacero?".
[Bernal, Salvador, ob. cit., p. 258; Gondrand, Francois,
ob. cit., p. 278; Sastre, Ana, ob. cit. p. 327; Varios Autores,
"El itinerario jurídico del Opus Dei", EUNSA,
Pamplona, 1989, p. 15; Vázquez de Prada, Andrés,
ob. cit., p. 241]. Trapacería o trapaza se traducía
por fraude o engaño y aquella meditación era
su manera de defenderse ante los ataques de otros sectores
del catolicismo español que le acusaban de practicar
artificios engañosos e ilícitos de forma continuada
con los que se perjudicaba y defraudaba a la Iglesia católica
en España.
Escrivá, sin embargo, se encontraba optimista porque
iba a ser recibido por el papa, la cabeza visible de la Iglesia
católica, y el Opus Dei iba a centrar sus objetivos
en el papado para ganar la batalla canónica. Durante
la travesía por mar hasta Génova estalló
un fuerte temporal que Escrivá atribuyó al Maligno
que "mostraba su rabo" intentando impedir el viaje.
Años después, miembros del Opus Dei compararon
la rueda del timón y la bitácora con la aguja
que señalaba el rumbo camino de Italia, cuando el barco
fue desguazado por la Compañía Transmediterránea
y objetos tan preciados para la Obra fueron depositados como
reliquias en la sede central de Madrid. Cuando llegó
a Roma, cuentan sus hagiógrafos, Escrivá se
pasó toda la noche rezando y contemplando la cúpula
de la basílica de San Pedro, así como la lucecita
de la ventana en los apartamentos del papa. [Gondrand,
Francois, ob. cit., p. 176].
Escrivá llegó el 23 de junio y permaneció
en Roma hasta finales de agosto. Mantuvo contactos con el
cardenal Tedeschini, antiguo nuncio en España y defensor
de Franco a ultranza que también se hizo amigo y protector
de la Obra, además de hombres poderosos de la curia
y representantes del ala ultraconservadora como el cardenal
Tardini, antes de ser recibido el 16 de julio en audiencia
por Pío XII, donde no obtuvo resultados.
Para no volver a Madrid de vacío logró una
carta de la Congregación de Religiosos de "alabanza
del fin" de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y
Opus Dei, fechada el 13 de agosto. La carta representaba una
antigualla jurídica y para redactada tuvieron que desempolvar
en el Vaticano un modelo de documento que no había
sido utilizado desde hacia más de cien años.
La carta contenía una felicitación al presidente
y a todos los miembros del Opus Dei por su apostolado y les
animaba a seguir. En lugar del "decreto de alabanza"
Escrivá volvía a España con una "carta
de alabanza del fin", un sucedáneo de lo que había
solicitado y que no iba más allá del escrito
aprobatorio de la tercera fundación con sacerdotes
dentro del Opus Dei, en 1943. No obstante, Escrivá
volvía contento pues frente a la negativa en su demanda
para disponer de un régimen jurídico universal,
existía una posibilidad de reconocimiento en una nueva
normativa que se estaba estudiando en el Vaticano y que iba
a dar lugar a la creación de la figura jurídica
de los institutos Seculares. Varias veces a lo largo de su
vida le iba a suceder a Escrivá, como también
le ocurre a cualquier ser humano, el actuar con decisión
para obtener un fin determinado y luego acaban consiguiendo
otro. Así, fracasando al intentar pasar del régimen
jurídico diocesano al interdiocesano, iba a conseguir
un estatuto como Instituto Secular que también le servía
para lo mismo.
La vuelta de Escrivá a Madrid fue esta vez en avión
y trajo consigo, como recuerdos del viaje, un retrato dedicado
del papa y las reliquias de dos niños martirizados
en el siglo II, santa Mercuriana y san Sínfero. Al
llegar a Madrid, Escrivá exclamó delante de
un grupo de miembros de la Obra: "¡Hijos míos,
en Roma yo he perdido la inocencia!". Con la frase Escrivá
traducía a su manera el dicho italiano "Roma veduta,
fede perduta": "Roma vista, fe perdida".
Estaba claro que la búsqueda de un estatuto era fundamental
en la década de los cuarenta para el incipiente Opus
Dei. Los reconocimientos jurídicos de 1941 y 1943 resultaban
demasiado exiguos para una organización con una férrea
estructura interna y una ideología agresiva que mostraba
desde sus comienzos un empuje y unos sueños verdaderamente
expansionistas.
Desde hacía más de diez años se estaba
estudiando en el Vaticano un nuevo ordenamiento jurídico
sobre unas asociaciones que habían aparecido en el
seno de la Iglesia y que el Código de Derecho Canónico,
promulgado en 1917, había ignorado. Dos miembros del
Opus Dei que ya vivían en Roma fueron adscritos en
calidad de consultores técnicos a la comisión
elaboradora que ya tenía los estudios muy avanzados
y, cuando el 2 de febrero de 1947 se promulgó la ley
canónica sobre los Institutos Seculares, el día
24 del mismo mes el Opus Dei logró que se le concediera
rápidamente, aunque solamente a su rama sacerdotal,
el decreto de alabanza por el cual quedaba constituido provisionalmente
como primer Instituto Secular de derecho pontificio. Tres
años más tarde, en 1950, la Sociedad Sacerdotal
de la Santa Cruz recibió la aprobación definitiva,
cuando el número de miembros del Opus Dei ordenados
como sacerdotes ya había alcanzado la docena.
Entre el ancho campo jurídico existente entre una
orden religiosa y las simples asociaciones de fieles aparecieron
los Institutos Seculares que tenían un marcado carácter
clerical, es decir, que desde sus orígenes en 1947
la figura jurídica de Instituto Secular no era ninguna
innovación rotunda en el campo del derecho canónico,
sino una ligera variación del statu quo religioso imperante.
Los católicos que militaban en grupos y tendencias
progresistas de la Iglesia católica quedaron decepcionados;
para los conservadores, en cambio, representaba otra obra
culminante llevada a cabo por Pío XII en su pontificado.
Se puede imaginar fácilmente la utilización
que de este texto pontificio hizo el Opus Dei para aumentar
sus adeptos, muy especialmente entre los miembros masculinos
de Acción Católica, cuyo número en España
rondaba entonces los 50.000 afiliados. [Guía de
la Iglesia española, edición 1964. En Ynfante,]esús,
La prodigiosa aventura del Opus Dei. Génesis y desarrollo
de la Santa Mafia, Ruedo Ibérico, París, 1970,
pp. 101-102]. De esta cifra considerable de militantes
católicos el Opus Dei fue reclutando lentamente los
elementos que consideraba más valiosos, pasando a ser
los enrolados en su mayor parte miembros supernumerarios del
Opus Dei. Para ello, la Obra llegó a ampliar en aquellos
tiempos su estructura con la categoría de miembros
denominada "supernumerario", que podían estar
casados y observar los tres votos de obediencia, castidad
y pobreza, de forma compatible con su estado. La sección
sacerdotal había obtenido fácilmente el estatuto
jurídico del Instituto Secular por ser organización
clerical, pero no el resto del Opus Dei. Sin embargo, el proselitismo
se basó en el fraude de que todo el Opus Dei era, por
antonomasia, el "number one" de los Institutos Seculares.
Así, el Opus Dei llegó a utilizar impunemente
durante años el estatuto jurídico que correspondía
sólo a una minoría de sus efectivos y para recubrir
este descubierto recurrió también como tapadera
a la denominación genérica de Asociación
de Fieles. [Según la definición de laico
de Karl Rahner sobre apostolado seglar, no es seglar el miembro
de la Iglesia católica que en virtud de unos votos
(por ejemplo, el miembro de un Instituto Secular) no se enrola
plenamente en el mundo y en sus estructuras. Así, el
miembro de un Instituto Secular no se enrola debido a su voto
de castidad en esa estructura del mundo que se llama matrimonio.
Rahner, Karl, "Escritos de Teología", tomo
II, Taurus, Madrid, 1961]. La estrategia fundamental para
el Opus Dei era la captación apostólica con
todos los medios a su alcance y la batalla canónica
tenía todos los visos de ser un medio, como otro cualquiera,
para tirar hacia delante y asegurar su expansión.
Mientras tanto, inmediatamente después del decreto
de alabanza y la aprobación provisional como primer
Instituto Secular, Escrivá consiguió ser nombrado
en abril de 1947 "prelado doméstico de Su Santidad",
título honorífico que, como ya hemos dicho,
le daba derecho al tratamiento de monseñor y a utilizar
sotana ribeteada de rojo y zapatos de hebilla. Así
ya tenía una de las dignidades honorarias de la Iglesia.
Era prelado doméstico y, como tal, eclesiástico
familiar del papa, pero se sentía también prelado
como su antecesora y modelo de vida, doña Jacinta de
Navarral, la abadesa de las Huelgas. En otras palabras, que
Escrivá había obtenido la prelacía, la
dignidad del prelado, pero todavía sin prelatura para
sus seguidores del Opus Dei. Desde dentro de la Obra resultaba
lógico el nombramiento y que Escrivá necesitara
un título para codearse con la jerarquía eclesiástica,
si ya se trataba, como ocurría en Roma, con grandes
dignidades de la Iglesia.
También en 1947 tuvo lugar la adquisición en
Roma de una casa burguesa con jardín en el número
73 de la calle Bruno Buozzi en el barrio de Parioli. La decisión
de compra fue, según Escrivá, porque "el
cardenal Tardini me empujaba" y le había dicho:
"conviene que dispongáis de una casa grande cuanto
antes". [Sastre, Ana, ob. cit., p. 339]. Buscaron
en Roma y pensaron adquirir el edificio de la embajada de
Irlanda ante el Vaticano, pero surgió la oportunidad
cuando se enteraron de que la antigua legación de Hungría
ante la Santa Sede estaba en venta, aunque seguía ocupada
por antiguos funcionarios húngaros aprovechando la
confusa situación creada después de la segunda
guerra mundial.
El propietario, un aristócrata italiano necesitado
de dinero, accedió a las condiciones de compra ofrecidas
por el Opus Dei. El primer pago, considerado la fianza, de
varios miles de dólares, se realizó en monedas
de oro que provenían de "una donación"
a la Obra y los restantes pagos aplazados, en francos suizos.
Aquel "puñaíco de monedas", como lo
calificaba Escrivá, consistía en mil monedas
llamadas "eagles", monedas de oro de diez dólares
americanos con un valor cinco veces superior, es decir, unos
cincuenta mil dólares aproximadamente en aquella época.
Se trataba de una parte del tesoro oculto de la Obra, cuyo
origen era España. Escrivá, para justificar
su procedencia, decía que pertenecía a la dote
del matrimonio de su madre y por esta razón no quería
deshacerse de ellas. [Tapia, María del Carmen, Tras
el umbral, Ediciones B, Barcelona, 1994, pp. 241-242].
Durante el primer año convivieron los miembros del
Opus Dei con antiguos funcionarios diplomáticos hasta
que los húngaros desalojaron el edificio en 1949. La
construcción de la casa central de la Obra y sede del
Colegio Romano del Opus Dei duraría trece años,
hasta 1960.
A partir de la casa burguesa originaria se levantaron ocho
edificios entre el "viale" Bruno Buozzi, "vía"
di Villa Sachetti y "vía" Domenico Cirillo,
albergando el engendro urbanístico de polémica
construcción las diversas sedes centrales del Opus
Dei; se llegó a construir tanto que los patios o "cortili"
originarios se convirtieron en "minúsculos patinillos
de ventilación". [Urbano, Pilar, ob. cit.,
p. 53]. Todo ello dio a la construcción un aire
imponente, como un búnker aislado en medio de la gran
ciudad de Roma con vida únicamente para la Obra de
Dios, un fiel reflejo de la imagen de poder que el Opues Dei
quería ofrecer de sí mismo, como si fuera el
símbolo del poder de una termitera. Porque la inmensa
estructura compleja e interconectada formada por los ocho
edificios con doce comedores y catorce oratorios, algunos
de los cuales eran subterráneos, y dando cabida el
mayor de los oratorios a más de doscientas personas,
se asemeja a una termitera, un modelo de construcción
donde viven las termitas juntas, formando un auténtico
grupo con enorme disciplina, repartiendo el trabajo según
categorías muy jerarquizadas y allí dentro cada
termita desarrolla el programa marcado dentro de la termitera
sin inmiscuirse en la labor que ejecutan sus vecinos, teniendo
gran instinto de defensa y mostrando su agresividad cuando
son atacadas.
Para los seguidores de Escrivá, sin embargo, el lugar
era excelente. Así un destacado miembro de la Obra
ha descrito la sede central donde residían el Padre
o Presidente y demás instancias máximas del
Opus Dei: "En una calle ancha y ruidosa, de mucha circulación,
que atraviesa uno de los barrios residenciales de la Urbe
por antonomasia, ha ido surgiendo a lo largo de estos últimos
años un grupo de edificios, que en nada desentonan
de los demás de la calle. Vistos desde dentro, sus
fachadas movidas y de diferentes alturas rodean una villa
vecchia, de tipo toscano quattrocentesco, que ya existía
allí, y en tomo a la cual las nuevas construcciones
han dejado libres una serie de cortili, patios. El conjunto
está destinado a albergar la Casa Generalicia del Opus
Dei." [Pérez Embid, Florentino, "Monseñor
]osemaría Escrivá de Balaguer y Albás,
Fundador del Opus Dei", Primer Instituto Secular, Separata
del tomo IV de la Enciclopedia "Forjadores del Mundo
Contemporáneo", Planeta, Barcelona, 1963, p.2].
Dentro de los edificios de la sede central del Opus Dei llama
la atención la abundancia de oratorios y sagrarios,
lo que respondía a una vieja obsesión de Escrivá,
reflejada en el librito Camino: "¿No te alegra
si has descubierto en tu camino habitual por las calles de
la urbe ¡otro sagrario!?" (máxima 270).
"Niño: no pierdas tu amorosa costumbre de "asaltar
sagrarios"" (máxima 876). En la Casa de Roma,
el sagrario del oratorio de la Trinidad fue el preferido de
Escrivá y en donde rezaba, si cabe, con mayor devoción.
Allí sus hijos colocaron la Columba, una "paloma
eucarística", objeto muy venerado dentro del Opus
Dei. La famosa Columba se halla colgada del techo encima del
altar y es una paloma fabricada de oro y piedras preciosas,
en cuyo buche se abre un pequeño sagrario donde se
guardan las hostias consagradas para la comunión. Cuentan
dentro del Opus Dei que, minutos antes de su muerte, Escrivá
dirigió hacia aquel objeto precioso, recubierto de
oro y pedrería, sus últimas miradas en la tierra.
En la Columba, según Escrivá, tomaba cuerpo
el deseo de amar a Cristo y de convertirse en un sagrario
viviente.
Abundan también las inscripciones latinas en la casa
central del Opus Dei en Roma. Coincidiendo con el final de
las obras se inauguró, por ejemplo, el oratorio de
san Miguel en cuyo pie de altar aparece la inscripción
siguiente: "Joseph María Escrivá de Balaguer
pauper servus et humilis, Operis Deí conditor",
que viene a decir que José María Escrivá
es un pobre y humilde siervo que dirige el Opus Dei.
Es importante señalar la frustrada vocación
de arquitecto que tuvo desde pequeño Escrivá.
Ya su madre había afirmado que "una vez tuvo la
ilusión de que José María llegara a ser
arquitecto". Sin embargo, fue a partir de los años
cincuenta cuando Escrivá pudo dedicarse verdaderamente
a la arquitectura, coincidiendo con la expansión internacional
de la Obra de Dios. Fue entonces además cuando Escrivá
lanzó a sus seguidores a una orgía de realizaciones
materiales, contagiándoles la fiebre expansiva en ladrillos
y cemento, y de ahí la tensión extrema para
conseguir dinero y financiación de unas actividades
que eran básicamente deficitarias. [Moncada,
Alberto, "El Opus
Dei, una interpretación", Índice, Madrid,
1974, p. 28].
La fiebre constructora dentro del Opus Dei alcanzaría
tal grado de efervescencia que desde la casa central de Roma
comenzaron a enviar, por conducto reglamentario, una serie
abundante de instrucciones muy detalladas con recomendaciones
en la construcción de inmuebles o con modificaciones
que debían tenerse obligatoriamente en cuenta en todas
las casas del Opus Dei. Impresas en la propia casa central
del Opus Dei, las instrucciones fueron tan abundantes que
fueron recogidas más tarde en unos volúmenes
encuadernados a los que se les llamó "Construcciones".
[Tapia, María del Carmen, ob. cit., p. 256].
Derecho y Arquitectura (DyA) fueron dos ambiciones en el
apostolado de Escrivá de antes de la guerra civil española
y, como había logrado estudiar derecho, ya sólo
le faltaba arquitectura y la vocación de arquitecto
del fundador del Opus Dei se desató después
de la compra de la casa burguesa en Roma que estaba destinada
a ser la Casa Generalicia. Como era, sin embargo, de la cáscara
intolerante, Escrivá no aceptaba las opiniones de otros
o que se le contradijera en el ejercicio de su nueva vocación
como arquitecto. Ya durante la construcción de la casa
central de Roma, Escrivá gritaba mucho al arquitecto
encargado de las obras. Hasta el punto que le tuvieron que
enviar a España, porque se puso muy enfermo, al parecer
de los nervios, y su joven sustituto también recibía
los gritos sin contemplaciones del fundador. [Tapia, María
del Carmen, ob. cit., p. 194]. Por su parte, Miguel Fisac,
renombrado arquitecto y uno de los primeros miembros del Opus
Dei que evolucionó mucho en su profesión y también
en su relación con la Obra de Dios, hizo los bocetos
de ampliación de la zona posterior de la casa de Roma
pero chocó con las ideas e impresiones arquitectónicas
de Escrivá, que se hallaba en plena fiebre constructora.
Pese al monumentalismo fascista imperante en la posguerra
española y dentro del Opua Dei, Fisac se había
orientado hacia una simplificación arquitectónica
que le fue aproximando, casi sin darse cuenta, a las soluciones
de los empiristas nórdicos y en esta línea se
encontraban trabajos suyos como el Instituto de Óptica
en Madrid o el Colegio de los Dominicos en Valladolid. [Dorfles,
Gillo, "Arquitectura moderna", Seix Barral, Barcelona,
1967]. Como Fisac no estaba de acuerdo con todo aquello,
Escrivá le dijo que dejase de intervenir. Posteriormente
Fisac fue a Roma y al ver lo que se estaba realizando, lo
criticó detalladamente y fue entonces cuando Escrivá
le prohibió que volviera a poner los pies en la ciudad,
prohibición que mantuvo mientras duró la construcción
de la sede central del Opus Dei. [Moncada, Alberto, "Historia
oral del Opus Dei", Plaza & Janés,
Barcelona, 1987, pp. 37-38].
Refiriéndose a la actividad de Escrivá, un
destacado miembro del OD señaló que se le podía
encontrar con frecuencia "en el silencio de su cuarto
de trabajo, o bien rodeado por un grupo de esos estudiantes,
en el rincón de un patio, junto a una mesa cargada
de planos y proyectos, o junto al sagrario de uno de los muchos
oratorios, que en aquella casa hay por todas partes".
[Pérez Embid, Florentino, ob. cit., p. 2]. La
mesa cargada de planos y proyectos en el cuartel general del
fundador en Roma no formaba parte de la decoración,
sino que era fiel reflejo de la actividad a la que estaba
entregado completamente el fundador del Opus Dei, quien supervisó
personalmente los proyectos de edificios construidos en la
fuerte expansión mantenida por el Opus Dei durante
los años cincuenta y sesenta.
Escrivá, sin embargo, olvidó definitivamente
con su dedicación a la arquitectura la primera estrategia
que pensaba desarrollar en la inmediata posguerra de utilización
de instrumentos ajenos, tal como apuntaba la máxima
844 del librito Camino: "¿Levantar magníficos
edificios?.. ¿Construir palacios suntuosos?.. Que los
levanten... Que los construyan... ¡Almas" ¡Qué
hermosas casas nos preparan". Esta máxima enlazaba
además con la norma 227 de las constituciones secretas
del Opus Dei, [Ynfante, Jesús, "La prodigiosa
aventura del Opus Dei. Génesis y desarrollo de la Santa
Mafia", p. 425. También en Ynfante,jesús,
"Opus Dei", p. 577] que tenía su origen
e inspiración en la gran mística Teresa de Ávila:
"No construyamos más casas, tomemos por nuestras
las que están ya construidas". En un asunto tan
material como son las piedras y las edificaciones ya no se
trataba, a partir de los años cincuenta, de saber si
la Obra tenía intención de utilizar o no los
edificios y palacios suntuosos ya construidos, tomándolos
como si fueran propios. La fiebre expansiva en ladrillos y
cemento del Opus Dei, azuzada por las obsesiones arquitectónicas
de Escrivá, consistía en levantar edificios
de nueva planta en unos tiempos en que ya empezaba a tener
medios poderosos. De la fase de utilización de instrumentos
ajenos se pasaba en unos años a la fase de utilización
de instrumentos propios, tanto en política como en
economía, y la construcción no iba a la zaga.
Respecto a la rica tradición mística cristiana,
de la cual Teresa de Ávila es una de sus más
egregias representantes, el Opus Dei se situaba, mucho antes
de su fiebre constructora, precisamente en las antípodas.
La intención de Teresa de Ávila era que "la
casa jamás se labre, si no fuere la iglesia" y,
como consecuencia de ello, las primeras dependencias de las
carmelitas se instalaron en casas que ya existían previamente
y que tuvieron que ser adecuadas, de forma progresiva, a su
nueva función.
Siendo una de sus preocupaciones fundamentales en Roma, Escrivá
ya había utilizado en el librito Camino metáforas
arquitectónicas: "Deja tu afición a las
primeras piedras y pon la última en uno solo de tus
proyectos" (máxima 42). "Si no levantarías
sin un arquitecto una buena casa para vivir en la tierra,
¿cómo quieres levantar sin Director el alcázar
de tu santificación para vivir eternamente en el cielo?"
(máxima 60). "¿Has visto cómo levantaron
aquel edificio de grandeza imponente? -Un ladrillo, y otro.
Miles, Pero, uno a uno. -y sacos de cemento, uno a uno trabajan,
día a día, las mismas horas... ¿Viste
cómo alzaron aquel edificio de grandeza imponente?..
-¡A fuerza de cosas pequeñas!" (máxima
823). "¡Galopar, galopar!... ¡Hacer, hacer!...
Fiebre, locura de moverse... Maravillosos edificios materiales...
Espiritualmente: tablas de cajón, percalinas, cartones
repintados... ¡galopar! ¡hacer! -y mucha gente
corriendo: ir y venir (...)" (máxima 837). La
máxima 844, citada anteriormente y que finalizaba con
un "¡Qué hermosas casas nos preparan!",
hacía también referencia a los edificios y a
la arquitectura.
La fiebre constructora del Opus Dei, como consecuencia directa
y a su vez motor de la expansión, se mantuvo dentro
de las coordenadas arquitectónicas del falso monumentalismo
neo clásico imperan te durante la posguerra española,
de inequívoca influencia nazi y fascista, como ha señalado
Oriol Bohigas, que.produjo edificios en España como
el Valle de los Caídos, el Cuartel General del Aire
en Madrid y la Universidad Laboral de Gijón. [Bohigas,
Oriol, "Apéndice", en Dorfles, Gillo, ob.
cit]. En todos los edificios importantes del Opus Dei
se impusieron las ideas arquitectónicas de Escrivá
basadas en decoraciones ampulosas, con mármoles y lujosa
ornamentación. [Fisac, Miguel, "Testimonio",
en Moncada, Alberto, "Historia
oral del Opus Dei, Plaza & Janés, Barcelona,
1987, p. 37]. Su afán de copiarlo todo era notorio.
Por ejemplo, en los oratorios, salas y galerías de
la casa central del Opus Dei en Roma, casi todo fue copia
de capillas, palacios, pueblos, muebles de cualquier sitio
de Italia que visitaba Escrivá y se lo hacía
copiar a uno de los arquitectos miembros del Opus Dei y de
su confianza. Incluso cuando veía alguna película
en el aula magna, si había algún detalle de
decoración o de cualquier cosa que le interesara, no
tenía el menor reparo en mandar cortar aquella parte
de la película para luego, como negativo, ampliar aquella
foto y copiar lo que fuera. [Tapia, María del Carmen,
ob. cit., p. 160].
Escrivá se hizo un firme adepto del plagio arquitectónico
que él utilizaba para lo que entendía como "arte
sacro con distinción". Así, la fachada
del edificio central de la Universidad de Navarra sería
una copia exacta de la fachada de una iglesia de Roma. Escrivá
"se inspiró" para Pamplona en la fachada
de la iglesia construída en Roma por la Compañía
de Jesús en la plaza del mismo nombre y adosada al
Colegio Romano, centro de formación de los jesuitas,
que se convertiría en otra "brillante idea del
fundador" cuando fue copiada por Escrivá. Más
adelante, para decorar la imponente arquitectura de la casa
de Roma y como recordatorio vivo de ciertos momentos, Escrivá
mandaba pintar cuadros con diversos motivos alusivos en la
línea del más puro y genuino "art pompier".
Uno de estos cuadros de encargo, que se encuentra en uno de
los oratorios de la sede central de Roma, representa un corazón
envuelto en llamas, ceñido por una corona de espinas,
todo ello rematado por una cruz y alrededor de ella se encuentran
colocados unos ángeles. [Vázquez de Prada,
Andrés, ob. cit., p. 262].
Desde que Escrivá vivía en Roma y se había
instalado allí con su hombre de confianza, Álvaro
Portillo -que, como secretario general, tenía autoridad
y poder para hacer las veces de Escrivá en el cargo
de presidente del Opus Dei- el Consejo General permanecería
durante diez años, hasta 1956, en Madrid. Por los miles
de kilómetros de distancia existentes entre Roma y
Madrid, el Consejo General comenzó a funcionar con
cierta autonomía, aunque por supuesto Escrivá
se mantenía al tanto y daba instrucciones en sus visitas
o cartas, y con los viajes que efectuaban regularmente a Roma
desde Madrid los miembros del Consejo General del Opus Dei.
Receloso, no obstante, Escrivá de los directivos del
Opus Dei en Madrid, a los que acusaba de no dar la importancia
necesaria a las disposiciones que por todos los conductos
enviaba desde Roma, dio instrucciones precisas a uno de sus
más fieles seguidores para que hiciera lo siguiente:
"Apenas veas llegar de Roma un aviso o una indicación
concreta mía tomarás aquel folio y durante la
reunión (...) te arrodillarás, te lo pondrás
sobre la cabeza con las manos y dirás: esto viene de
nuestro Fundador; por tanto, viene de Dios, y hay que ponerlo
en práctica con toda nuestra alma". [Ynfante,
Jesús, "Opus Dei", Grijalbo Mondadori, Barcelona,
1996, p. 151].
Refiriéndose a la casa de Roma, la sede central desde
donde Escrivá dirigía todo, un antiguo dirigente
del Opus Dei recuerda que "me impresionó mucho
el control personal que el Padre retenía sobre los
habitantes de la casa de Roma. Por la noche, en la cena, las
sirvientas le pasaban una nota en la que figuraban las llamadas
telefónicas que los miembros del Colegio Romano habían
sostenido ese día. Ya teníamos controlada la
correspondencia, pues, como es sabido, los supervisores deben
leerla antes de recibida o enviada, pero lo del teléfono
fue una innovación suya en Roma". [Pérez
Tenessa, Antonio, "Testimonio", en Moncada, Alberto,
ob. cit., p. 146]. Según el testimonio del antiguo
dirigente, "lo peor, no obstante, no era cuando Escrivá
personalmente estudiaba un tema y tomaba una decisión,
sino cuando los que tenía a su lado en Roma, gente
generalmente joven e inexperta, redactaban las decisiones
que él se limitaba a firmar. El intervencionismo era
particularmente angosto con la sección femenina. Recuerdo
que una vez me vino una numeraria pidiéndome una explicación
porque había recibido una nota de Roma indicando que
en nuestras casas no debería entrar nunca carne picada".
[Pérez Tenessa, Antonio, "Testimonio",
en ob. cit., p. 147]. En resumen, que respecto a la actitud
de Escrivá desde Roma y la dependencia de Madrid ocurrió
lo siguiente: "Poco a poco, las normas, reglamentos,
notas y avisos que llegaban de Roma terminaron por cubrir
la entera actividad nuestra. Cuando aún vivía
en España, no se le pasaba nada por alto y hasta se
daba cuenta de si habíamos cambiado una silla de sitio.
Cuando se marchó a Roma, esa minuciosidad se tradujo
en el flujo de correspondencia normativa que enviaba".
[Pérez Tenessa, Antonio, "Testimonio",
en ob. cit., p. 146].
Como era costumbre suya, con la mentalidad de director local
más que de presidente, Escrivá mandó
imprimir en marzo de 1947 un folleto de cuatro páginas
"para uso interno" donde se precisaban las relaciones
que habían de tener entre sí la rama masculina
y femenina en el seno del Opus Dei, quedándose corta
la frase de Teresa de Jesús, "entre santa y santo,
pared de cal y canto". En este primer Reglamento interno
de Administración del Opus Dei se señalaba textualmente
que "las dos secciones del Opus Dei son en realidad dos
institutos completamente independientes, uno de hombres y
otro de mujeres" y que "la Administración
y la residencia administrativa viven como si estuvieran separadas
por varios kilómetros: nunca hay relación de
ninguna clase entre los que habitan en una y otra casa".
También que "a las casas de la Sección
femenina, y lo mismo a la Administración, no van jamás,
ni de visita, los varones de nuestro Instituto". Para
colmo el Reglamento precisaba que "la entrada de la casa
de los varones ha de ser siempre distinta de la entrada de
la Administración; e incluso se debe procurar que la
entrada de la Administración sea por otra calle"
y "el Oratorio es también siempre diferente y,
cuando esto no es posible, las asociadas asisten a los actos
de culto detrás de una reja, como se usa para las monjas
de clausura cuando sus iglesias están abiertas al público".
[Ynfante, Jesús, Opus Dei, Grijalbo Mondadori, Barcelona,
1996, pp. 152-153].
Dentro de la línea reglamentaria e intervencionista
que predominaba dentro del Opus Dei, también se recomendó
entonces a las casas de la Obra, bajo seria advertencia a
los directores, mantener escondites o lugares seguros para
la custodia de las fichas de admisión, testamentos
de los miembros, texto de las constituciones, ejemplares del
"catecismo" que era un corto resumen de las constituciones,
las instrucciones, reglamentos, cartas de Roma y otros documentos.
En algunas casas se construyeron incluso dobles paredes con
escondites secretos donde guardar la documentación
y los archivos del Opus Dei. Para comunicarse entre casas
de la Obra y para escribir informes destinados a la casa central
en Roma se instauró además un libro con unas
claves, cuyo título era "San Gerólamo"
y estaba encuadernado sobriamente para quedar disimulado junto
a los demás libros en las bibliotecas de las casas
del Opus Dei. El contenido del libro consistía en una
serie de capítulos sin texto alguno y que simplemente
escondía unas claves numéricas con unos puntos
y a continuación algunas palabras con unos números.
Por ejemplo, en las claves numéricas del llamado "espíritu
de la Obra" aparecen 1) buen espíritu; 2) mal
espíritu; 3) ordenado; 4) respetuoso con los superiores;
5) faltas graves de unidad; 6) falta a la pobreza; etc. Y
de esta curiosa manera, compleja y a la vez pueril, aunque
al parecer también eficaz, se protegía el secreto
en las comunicaciones dentro del Opus Dei, una organización
tan medieval y secreta que ha tenido graves dificultades para
incorporarse a la informática a finales del siglo XX.
En noviembre de 1946 Escrivá se instaló en Roma
y junto con su lugarteniente Portillo tomó las riendas,
sobre todo económicas, del rumbo del Opus Dei. A finales
del mes de diciembre llegaron las primeras mujeres de la Obra
a Roma, para ayudar a los hombres en las tareas domésticas
y de administración. A mediados de 1947 adquirieron
el inmueble que había sido residencia de la embajada
de Hungría ante la Santa Sede que se convertiría
más adelante en la sede central del Opus Dei. Como
soñaba con una expansión constante y universal,
Escrivá decidió implantar simultáneamente
su proyecto desde Roma y Madrid en la desvencijada Europa
de la posguerra. Así el fundador del OD pudo abrazar
personalmente en Roma al primer italiano que pidió
la admisión en noviembre de 1947. Un suceso curioso,
aunque muy elocuente, sobre los primeros reclutamientos del
Opus Dei en Roma había ocurrido durante la segunda
guerra mundial, cuando los dos primeros miembros del Opus
Dei desplazados a Roma entablaron amistad con dos croatas
que trabajaron para el régimen fascista de Pavelic
y con la llegada de las tropas aliadas a Roma se tuvieron
que refugiar, bajo la protección de eclesiásticos
españoles, en un convento. Allí tuvieron tiempo
para traducir el librito de Escrivá, Camino, al croata,
edición que se publicaría años más
tarde en Lisboa, en 1962. Uno de los croatas ya solicitó
en 1946 la admisión en el Opus Dei y posteriormente
también su colega, junto con otro compatriota fascista
escapado de un campo de concentración instalado por
los aliados, ingresaría en el Opus Dei. Uno de los
tres croatas se integró tanto como miembro del Opus
Dei en el paisaje político español que llegó
a ser vicedirector del Instituto de Periodismo de la Universidad
del Opus Dei en Navarra. Acabada la segunda guerra mundial
numerosos tránsfugas de regímenes totalitarios
de Europa Central encontraron acogida en las filas del Opus
Dei, siendo protegidos por la dictadura de Franco.
Escrivá se había trasladado a Roma junto con
otros miembros del Opus Dei para obtener el estatuto jurídico
de Instituto Secular y como las necesidades materiales se
hicieron cada día más acuciantes, paralelamente
también fue creada en 1947 una delegación del
Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)
en Roma, que tendría por finalidad "continuar
las tareas de la ciencia y la investigación española
en la Ciudad Eterna, desarrollando y ordenando la labor de
los investigadores españoles en Italia." Entre
las futuras actividades de la delegación resumidas
por los artífices del proyecto destacaba el "restaurar
y regir las demás instituciones de investigación
que existen o se constituyan en Italia; fundar y sostener
residencias para investigaciones, seglares o eclesiásticos
en Roma...". La apertura del CSIC en Roma obedecía
a causas poco relacionadas con la ciencia o la cultura. En
una auditoría de las cuentas del CSIC se pueden descubrir
numerosos puntos oscuros. La etapa de expansión del
Opus Dei en los difíciles años del fin de la
segunda guerra mundial, la fundación de sus casas en
Roma y otras capitales europeas, ofrecería un capítulo
interesante sobre la exportación de capitales. Las
Cajas de Ahorro parece que financiaron algunas partidas de
esta exportación de capitales, gracias a un miembro
del Opus Dei que dirigió durante algún tiempo
la Confederación de las mismas.
Escrivá se sintió gravemente enfermo en 1950
cuando realizaba uno de sus viajes esporádicos a España
y entonces el secretario general de la Obra, Álvaro
Portillo, determinó que el fundador de una "organización
católica internacional" no podía morir
en España y fue transportado rápidamente a Roma
para cubrir las apariencias de internacionalismo de la Obra
de Dios. Sin embargo, el fundador del Opus Dei en una carta
escrita desde Roma y dirigida personalmente al dictador, que
figura en los archivos de Franco, legajo 178, [Revista
"Tiempo", Madrid, 11 febrero 1985] refiriéndose
a las actividades de la Obra, le contaba con orgullo: "Aun
cuando se trata de una institución católica,
aquí y en todas partes, detrás del Opus Dei
se ve a España".
El Opus Dei en 1950 no era una organización internacional,
aunque sus miembros intentasen probar lo contrario. Escrivá,
el fundador, ante la pregunta de si España ocupaba
un lugar de preferencia en la Obra o era un simple sector
de actividad entre tantos otros, confesaba retorcidamente
que "el Opus Dei nació geográficamente
en España, pero, desde el principio, su fin era universal.
Por lo demás, yo tengo mi domicilio en Roma...".
[Guillemé-Brülon, Jacques, "Entrevista
con Escrivá", Diario "Le Figaro", 16
mayo 1966]. Nada puede objetarse en contra de argumento
tan irreprochable, porque siendo universal el Opus Dei desde
la fecha de su fundación imaginaria en 1928, ¿qué
importaba que la verdadera expansión se realizara más
o menos tardíamente? Como dijo Escrivá: "Las
obras que nacen de la Voluntad de Dios no tienen otro porqué
que el deseo divino de utilizadas como expresión de
su voluntad salvífica universal. Desde el primer momento
la Obra era universal, católica" [Forbath,
Peter, "Entrevista con Escrivá", Revista
"Time", Nueva York, 15 abril 1967]. Como en
otra ocasión, afirmaría con más aplomo:
"Las obras apostólicas no crecen con las fuerzas
humanas, sino al soplo del Espíritu Santo". [Guillemé-Brülon,
Jacques, "Entrevista"," Le Figaro"].
En boca de Escrivá pueden captarse, sin embargo, las
dos características más determinantes de la
etapa de expansión del Opus Dei, primero cuando Escrivá
afirmaba que "desde el primer momento la Obra era universal",
mostraba una estrategia orientada hacia todas partes, como
el mapamundi del vestíbulo de la primera residencia
madrileña de la posguerra, donde aparecía una
cruz con los cuatro brazos en forma de flecha, imitando la
rosa de los vientos y dirigida hacia los cuatro puntos cardinales.
El alistamiento en el Opus Dei de elites fascistas clericales
fuera de España sería la segunda característica
de la etapa de expansión de la Obra de Dios. Por eso
Escrivá había afirmado en otro momento: "En
su expansión internacional el espíritu del Opus
Dei ha encontrado de inmediato eco y acogida en todos los
países". [Ynfante, Jesús, ob. cit.,
pp. 157-158]. Este era, en definitiva, el papel que iba
a desempeñar con más fuerza el Opus Dei en su
expansión internacional cristiana de la sociedad a
través de la acción de sus miembros, iba a servir
de banderín de enganche, en una primera fase de expansión,
de miembros de elites clericales y residuos del fascismo clerical
europeo, para luego intentar serio también por el mundo
entero.
"Para mí, después de la Trinidad Santísima
y de nuestra Madre la Virgen, en la jerarquía del amor,
viene el Papa", reconoció el fundador del Opus
Dei en una entrevista con cuestionario previo publicada en
Francia por el diario "Le Fígaro". [Guillemé-Brülon,
Jacques, "Entrevista", "Le Figaro", también
en Escrivá, Josemaría, ob. cit., p. 71].
En la persona del papa, no se olvide, están concentrados
todos los poderes de la Iglesia católica. Las relaciones
que Escrivá mantuvo con los tres papas que le tocó
vivir fueron, sin embargo, frías y poco cordiales.
Un antiguo dirigente de la Obra ha señalado que Pío
XII "nunca entendió a Escrivá, al que sólo
vio una vez y aquel espontaneísmo español casaba
mal con el ambiente vaticano". [Pérez Tenessa,
Antonio, "Testimonio", en Moncada, Alberto, "Historia
oral del Opus Dei", Plaza & Janés,
Barcelona, 1987, p. 25]. Otro testimonio desde dentro
del Opus Dei reconoce que Escrivá en Roma no se sentía
a gusto con el papa y refiriéndose a Pío XII
decía de él: "Estoy atado de pies y manos.
Este hombre no nos entiende, no me deja moverme y aquí
estoy encerrado." y gesticulaba con las manos como diciendo
que era incomprensible. [Tapia, María del Carmen,
"Tras el umbral",
Ediciones B, Barcelona, 1994, pp. 190-191]. También
más de una vez dijo Escrivá sobre Pío
XII: "Este santo varón, que Dios nos haría
un gran favor si lo llevara al cielo, cuanto antes".
[Tapia, María del Carmen, "Carta a Su Santidad
Juan Pablo II", Hecho n° 5, Santa Bárbara
(California), 2 agosto 1991].
La muerte de Pío XII en diciembre de 1958 significó,
sin embargo, un golpe duro para la política vaticana
de la Obra de Dios, que encontró en su sucesor, Juan
XXIII, una desconfianza aún mayor. No obstante, el
Opus Dei siguió tratando de aumentar su influencia
y el Vaticano pasó a ser considerado como un objetivo
importante de implantación y de actividad del Opus
Dei en Roma. Si el Opus Dei había servido en España
al régimen, como el régimen de Franco quería
ser servido, una vez adquirido poder estaba dispuesto a servir
a la Iglesia de Roma como Escrivá entendía que
la Iglesia quería ser servida. Escrivá repetiría
en diversas ocasiones la frase "servir a la Iglesia como
la Iglesia quiere ser servida", especialmente cuando
se encontraba delante de altos dignatarios del Vaticano. Así
se la repitió en uno de sus primeros encuentros al
cardenal Tardini, activo representante del ala ultraconservadora
del Vaticano, y también escribió la frase Escrivá
a sus seguidores en una de las epístolas de tono pontifical
que dirigía de cuando en cuando a los miembros del
Opus Dei.
Pese a su aprobación como primero de los Institutos
Seculares, el Opus Dei había encontrado antes y después
de 1950 ciertas dificultades en el Vaticano, a donde se habían
dirigido por su proximidad las protestas de padres de algunos
de los primeros jóvenes italianos captados por el Opus
Dei. Uno de los cronistas y hagiógrafos de Escrivá
lo reconoce cuando afirma: "La historia se repetía,
sembrándose ahora entre los padres de algunos miembros
italianos las dudas e inquietudes que se introdujeron antaño
entre las familias de España." [Vázquez
de Prada, Andrés, "El Fundador del Opus Dei",
Rialp, Madrid, 1985, p. 259]. De ahí que llegara
a ser estudiado un plan en los dicasterios romanos donde se
trataría de alejar a Escrivá de la dirección
del Opus Dei y de mantener una estricta separación,
como si fueran dos instrumentos diferentes, entre la sección
de varones y la de mujeres, además del papel jugado
por los sacerdotes en aquella maraña. Con este plan
el Vaticano pretendía aclarar tajantemente la enorme
ambigüedad que representaba, en un organismo ya reconocido
eclesiásticamente, el mantenimiento conjunto de tres
secciones donde nunca se sabía dónde comenzaba
una y terminaba otra, sobre todo en cuanto a los límites
y las responsabilidades de sus miembros. Las dudas del Vaticano
alcanzaron hasta el "espíritu de la Obra",
que se presentaba como si fuese la doctrina del "superhombre"
católico y existía una seria preocupación
sobre la forma de compatibilizar los tres votos de perfección
evangélica ("pobreza, castidad y obediencia"),
hasta entonces típicamente religiosos, con el empeño
de los miembros del Opus Dei de seguir siendo civiles, lo
cual acarreaba inevitablemente complicaciones tanto en el
orden jurídico como moral a la hora de las responsabilidades.
Con aquel plan el Vaticano trataba en definitiva de mantener
incólume el reconocimiento pontificio como Instituto
Secular a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, la rama
sacerdotal de la Obra que ofrecía ambigüedades
jurídicas cuando aparecía públicamente
en su papel de locomotora que arrastraba los otros dos vagones
del convoy llamado Opus Dei.
Aquello desencadenó inevitablemente una crisis que
tuvo lugar en 1951 y enlazaba con otra anterior que sobrevino
en 1949, donde fue cuestión, por parte del Vaticano,
de abordar la vinculación y obediencia de los sacerdotes
diocesanos en el caso de una adhesión al Opus Dei.
En ambos casos la reacción de Escrivá fue desmesurada
y si en 1951 llegó a exclamar "si me echan, me
matan; si me echan, me asesinan" [Gondrand, Francois,
"Al paso de Dios", Rialp, Madrid, 1985, p. 206]
dos años antes, en 1949, había llegado a hablar
de una "nueva fundación" únicamente
para los sacerdotes diocesanos, pero que "hubiera escindido
su corazón de padre y de madre dolorosamente".
[Bernal, Salvador, "Monseñor Josemaría
Escrivá de Balaguer", Rialp, Madrid, 1976, p.
158; Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p.
257]. En la aplicación del plan elaborado en el
Vaticano a Escrivá sólo le salvó in extremis
la intervención directa del papa Pío XII, quien
decidió aplazar prudentemente la serie de medidas tendentes
a enderezar el azaroso itinerario jurídico de la Obra,
influyendo poderosamente en este aplazamiento la fracción
ultraconservadora alojada en el Vaticano. La rama sacerdotal
con todas sus implicaciones era lo que más importaba
en el conflicto y este punto litigioso jamás ha podido
ser aclarado por el Opus Dei en su peripecia jurídica
dentro de la Iglesia católica hasta el siglo XXI, prolongándose
los problemas y los conflictos incluso después del
último reconocimiento en 1978 como prelatura. Mucha
menor importancia tendría la independencia del Opus
Dei de la Congregación de Religiosos a pesar de tener
laicos en sus filas, o que la figura jurídica de Instituto
Secular tuviera una dimensión exclusivamente religiosa,
aspectos ambos que el Opus Dei afirmaba aceptar a regañadientes;
pero con todo aquello, sin embargo, conseguía desviar
la atención hacia unos temas considerados secundarios,
cuando lo importante para el Vaticano giraba en tomo a la
actividad y abastecimiento de miembros de la Sociedad Sacerdotal
de la Santa Cruz y sus nunca esclarecidas vinculaciones con
las otras ramas dentro del Opus Dei.
Entretanto, la captación masiva de miembros del Opus
Dei en España se basaba en un canto a la originalidad
de su estructura y en presumir del reconocimiento como primer
Instituto Secular de derecho pontificio. Así, cuando
hubo oportunidad como en el Congreso Nacional de Perfección
y Apostolado de los Laicos, celebrado en Madrid durante el
otoño de 1956, los miembros del Opus Dei participaron
con entusiasmo y se volcaron en señalarlo. El Congreso
significó un gran éxito publicitario para la
Obra, pero la procesión iba por dentro y tanto el Vaticano
como otras organizaciones de la Iglesia católica vieron
con malos ojos tanta soberbia y aquel complejo de superioridad
por parte del Opus Dei, que consistía en intentar controlar
por todos los medios la denominación de origen de los
Institutos Seculares, cuando había llegado el último
en las sesiones jurídicas preparatorias para alzarse
con el triunfo, logrando ser proclamado el primero.
Pero Escrivá seguía dispuesto a todo en su marcha
hacia adelante e hizo caso omiso de las cautelas vaticanas,
lanzando una tras otra campañas de captaciones masivas
de militantes para fortalecer aún más como si
se tratara, en vez de una marcha, de una huida hacia adelante.
Empeñado en avanzar por todos los medios, sólo
hacía caso a su tremenda ambición aun cuando
detrás ya le seguían centenares de miembros.
"O creces, o mueres", solía repetir entonces
Escrivá, frase que sería recogida como eslogan
y emblema desde una colección de libros en la editorial
Rialp, que ya tenía ese nombre en recuerdo de los montes
atravesados por Escrivá durante la guerra, hasta la
publicidad financiera del primer banco de la Obra, el Banco
Popular Español.
Por su condición de Instituto Secular, la rama sacerdotal
del Opus Dei debía contar con un cardenal protector
en Roma, cargo de confianza para el que fueran nombrados,
no de un golpe sino uno tras otro, los cardenales Tedeschini,
Tardini, Ciriaci y Antoniutti, purpurados que se distinguieron
por su ultra conservadurismo en la curia vaticana. El fichaje
de Federico Tedeschini, un viejo cardenal que había
sido nuncio en España en tiempos de la dictadura de
Primo de Rivera y de la Segunda República, data de
aquella época. Como una de las obsesiones de Escrivá
consistía en buscar apoyos, sobre todo en el Vaticano,
le nombró cardenal protector de la Obra, porque el
cardenal Tedeschini había sido uno de los artífices
más destacados del Congreso Eucarístico Internacional,
que se celebró en Barcelona el 28 de mayo de 1952 y
que rompió el aislamiento total del régimen
franquista aportando el apoyo del Vaticano a la dictadura.
Hasta tal punto el dictador Franco le estuvo agradecido que
el sobrino del cardenal, Juan Bautista Tedeschini, fue nombrado
marqués de Santa María de la Almudena en 1954.
El lema que figuraba en el nuevo escudo nobiliario era: "Omnibus
et in omnibus Christus". Por su parte, el viejo cardenal
Tedeschini le agradeció el nombramiento de cardenal
protector a Escrivá en carta fechada el 24 de septiembre
de 1953, donde piropeaba al Opus Dei en términos que
no resultaban excesivamente ridículos dada la avanzada
edad del prelado, pero que también pueden incluirse
con todos los honores en la antología que está
por hacer con textos escogidos del fascismo clerical en España:
"Surgió en efecto la Obra en medio de mi Nunciatura
(...) considero al Opus Dei como la flor más bella,
más dolorosa y consoladora de aquel período
de mi vida, en que la Providencia me dio a conocer cuál
fuerza se esconde y cuál dinamismo se perpetúa
en la vieja y siempre nueva y juvenil pujanza de España.
Y una vez, los dos, yo y ella, en Roma, y nombrado yo Protector,
una nueva vocación, esto es una nueva invitación
divina, ha venido a añadirse al antiguo Nuncio, para
que no interrumpa sus destinos españoles (...) Doy
todo lo que está en mi pecho para que esta annada,
la verdaderamente invencible, sea mina inagotable de Apóstoles,
seculares, como los primeros de Cristo y Romanos, como los
eternos del Papa." [Tedeschini, Federico, "Carta
a Escrivá", Roma, 24 septiembre 1953, en Varios
Autores, "El itinerario jurídico del Opus Dei",
EUNSA, ramplona, 1989, pp. 559-560].
El cardenal Federico Tedeschini, que había anudado
lazos con España por medio del Opus Dei en los últimos
años de su carrera, falleció a finales de 1959,
sucediéndole Domenico Tardini en el cargo honorífico
de cardenal protector de la Sociedad Sacerdotal de la Santa
Cruz y también del Opus Dei. La simpatía que
demostró Tardini a la Obra se remontaba a los tiempos
de Pío XII, cuando Escrivá llegó en 1946
a Roma y la relación estrecha se mantuvo después
de su elevación al cardenalato y hasta su muerte en
1961. Tardini fue uno de los prelados más intransigentes
del Vaticano y enemigo irreductible del movimiento de curas
obreros surgido en Francia después de terminada la
segunda guerra mundial. La presencia del Opus Dei en Roma
a partir de 1946 fue útil para los objetivos del grupo
de prelados ultraconservadores del Vaticano, formado por altos
dignatarios eclesiásticos muy celosos de su cargo y,
como integristas que eran, de la inalterabilidad de la doctrina
católica. El grupo encabezado en Roma por el cardenal
Ottaviani se sirvió de la Obra de Escrivá para
contrapesar la influencia de otras organizaciones católicas
europeas que ya desde su origen fueron consideradas como nefastas.
Se cita como ejemplo Mission de France, que obtuvo el estatuto
jurídico de "prelatura nullius" en 1954.
La simpatía demostrada por Ottaviani y Tardini al
Opus Dei explica que en 1955 la Obra de Escrivá obtuviera
del Vaticano una villa en Castelgandolfo, lugar de veraneo
de los papas, para cursos de retiro y formación. También
explica que un año más tarde consiguiera el
Opus Dei una prelatura nullius en los Andes peruanos. La prelatura
de Yauyos, en Perú, y a cuyo frente se colocó
Ignacio Orbegozo, uno de los primeros seguidores de Escrivá
y sacerdote del Opus Dei, fue un compromiso que debió
aceptar Escrivá si quería aumentar su influencia
en el Vaticano, siguiendo la ambiciosa política que
se había trazado. Aquella "prelatura nulllius
no solucionaba ninguna cuestión jurídica y representaba
más bien un engorro, pero significaba también
un escaparate, una vitrina del apostolado moderno de la Iglesia
católica en las altiplanicies peruanas, y al mismo
tiempo una muestra expositiva de la cual podía presumir
la Obra de Escrivá al no rechazar la oferta del Vaticano.
La posición del Opus Dei se reforzó y no halló
inconvenientes, sólo alabanzas, cuando llegó
la hora del reconocimiento de la Universidad de Navarra como
centro educativo de la Iglesia católica y romana. La
clave de la proclamación del escuálido Estudio
General de Navarra como universidad pontificia en 1960 se
encontraba en las excelentes relaciones que ligaron Escrivá
y los miembros del Opus Dei en Roma con los monseñores
del ala más ultraconservadora del Vaticano.
Por aquellas fechas, Escrivá quería aprovechar
la coyuntura que consideraba favorable y consultó con
el cardenal Tardini, en su condición de secretario
de Estado del Vaticano, sobre la conveniencia o no de presentar
oficialmente el expediente de revisión del estatuto
jurídico del Opus Dei. [Varios Autores, "El
itinerario jurídico del Opus Dei", EUNSA, Pamplona,
1981, pp. 325-326]. Tardini le manifestó a Escrivá
que los tiempos no estaban maduros para una petición
formal de revisión del estatuto jurídico y que
"era mejor que las cosas siguieran de momento como estaban".
[Varios autores, "El itinerario jurídico del
Opus Dei", ob. cit.]. Sin embargo, tras la desaparición
del cardenal, cuya muerte sobrevino en el verano de 1961,
como Escrivá estaba impaciente y tenía mucha
prisa, decidió seguir adelante desoyendo los consejos
del cardenal Tardini, muy recordado en el Opus Dei porque
fue uno de los prelados que asistieron más emocionados
a la colocación en 1960 de la última piedra
de la sede central del Opus Dei.
En diciembre de 1961 Pietro Ciriaci fue seleccionado por
Escrivá para ser cardenal protector del Opus Dei. El
cardenal sucesor de Tardini en la "protección"
de la Obra era nada menos que secretario de la Congregación
del Concilio, pasando por ser uno de los adversarios más
resueltos de la convocatoria de un nuevo concilio ecuménico
y situándose entre los partidarios de la "resistencia"
frente a la apertura dentro del Vaticano. [Artigues, Daniel,
"El Opus Dei en España", Ruedo Ibérico,
París, 1971, p. 135]. Ciriaci fue quien aconsejó
a Escrivá, ante las peticiones de éste para
el cambio de estatuto, que planteara la cuestión de
modo formal ante el papa Juan XXIII.
Las maneras sencillas y directas de Juan XXIII eran lo contrario
de lo que propugnaba el Opus Dei. El talante liberal del papa
Roncalli no le determinaba especialmente para entender lo
que representaban Escrivá y el Opus Dei. Juan XXIII
ya había tenido dos contactos personales con el Opus
Dei.
Cuando vino a España en peregrinación, siendo
cardenal patriarca de Venecia, había cenado el 23 de
julio de 1954 en el colegio Mayor La Estila perteneciente
al Opus Dei en Santiago de Compostela y también pernoctó
en la residencia Miraflores del Opus Dei en Zaragoza. De su
paso por el colegio universitario de Santiago cuenta un dirigente
del Opus Dei que "cenó allí con varios
catedráticos (...) y luego estuvo de tertulia con un
centenar de estudiantes; le contaron anécdotas de la
vida universitaria compostelana, le dirigieron preguntas que
contestó con llaneza, le cantaron canciones entre las
que no pudo faltar la de "Triste y sola se queda Fonseea...
Lo pasamos muy agradablemente y él se mostró
complacido". [López Rodó, Laureano,
"Memorias", Plaza & Janés, Barcelona,
1990, p.158].
Uno de los cronistas del Opus Dei detalla que en Santiago
de Compostela puso en el libro de firmas de La Estila un elocuente
autógrafo. [Vázquez de Prada, Andrés,
"El Fundador del Opus Dei", Rialp, Madrid, 1985,
p. 328].
Juan XXIlI recibió una petición documentada
por parte del Opus Dei a comienzos de 1962, donde se solicitaba
formalmente la revisión del estatuto jurídico
del Opus Dei. Escrivá quería obtener para la
Obra un estatuto semejante al de la Mission de France, conseguido
en 1954 y que había desatado una serie de tormentas
dentro del Vaticano. La propuesta consistía en erigir
al Opus Dei en "prelatura nullius", confiriéndole
el papa un territorio, aunque fuese simbólico, con
menos de tres parroquias, en el cual los sacerdotes de la
Obra quedasen incardinados y que tuviera asimismo un derecho
particular basado en las constituciones ya aprobadas por el
Vaticano. Desde el punto de vista canónico, la propuesta
representaba una fórmula mixta entre la prelatura y
el vicariato castrense y Escrivá, para asentar sobre
una base su petición, recurría al argumento
de "la asistencia espiritual de unos laicos que desempeñan,
con una formación específica, un apostolado
de vanguardia". [Varios Autores, "El itinerario
Jurídico del Opus Dei", ob. cit., p. 335].
Aquello no resultaba convincente en los tiempos que se avecinaban
para la Iglesia católica. El papa desestimó
la propuesta y la petición formal de Escrivá
fue rechazada por el Vaticano, siendo notificada por carta
al fundador con fecha de 20 de mayo de 1962.
Unas semanas antes, enterado Escrivá del escaso eco
encontrado y temiendo lo peor por las escasas posibilidades
que tenía el expediente de ser aprobado por el papa,
se refirió en un escrito del 20 de abril a "la
rectitud, la pureza de intención, el amor a la Santa
Iglesia y a mi vocación, que me mueven a procurar que
dejemos de ser Instituto Secular". Su soberbia le condujo
a declinar su responsabilidad en el fracaso de la gestión
para cambiar de estatuto y abandonar la maltrecha situación
jurídica de Instituto Secular, proceso que explicaba
de la siguiente manera: "La pureza de intención
ha tenido además el mérito de una obediencia
(...) nos hemos limitado a obedecer al Cardenal Protector,
que aseguraba que sacaría todo adelante. Yo, en estos
momentos, no me hubiera movido." [Varios Autores,
"El itinerario jurídico del Opus Dei", ob.
Cit., p. 337].
Restablecido semanas más tarde Escrivá de la
enorme contrariedad que significaba la negativa por parte
del Vaticano, escribió una carta de respuesta donde
reiteraba su "completa y perfecta adhesión a la
Santa Sede" y solicitaba una entrevista con Juan XXIII
que le fue pronto concedida. Para tales actos, como la audiencia
con el papa y otras ceremonias públicas de gran protocolo,
se vestía con el atuendo de prelado doméstico
de Su Santidad. En expresión suya castiza iba "vestido
de colorao" y cuando decía a los miembros del
Opus Dei, que le contemplaban boquiabiertos, que el ornato
prelaticio era para él "como otro cilicio",
disimulaba bajo una capa de aparente humildad su gusto por
el boato y de pasear con aquella vestimenta, fácilmente
confundible con la de los grandes dignatarios de la Iglesia.
En la audiencia del 27 de junio de 1962, Juan XXIII le resumió
a Escrivá con inteligencia afable y en dos frases el
crecimiento espectacular del Opus Dei y sus vinculaciones
con el poder, que infundían respeto, miedo o asombro.
Juan XXIII le dijo al fundador del Opus Dei: "La primera
vez que oí hablar del Opus Dei, me dijeron que era
una institución "imponente e che faceva malto
bene" (una institución imponente y que hacía
mucho bien). La segunda..., que era una institución
"imponentissima e che faceva moltissimo bene" (una
institución superimponente y que hacía muchísimo
bien)." [Sastre, Ana, "Tiempo de caminar",
Rialp, Madrid, 1989, p. 456]. Por su parte, Escrivá
comentó algún tiempo después: "Pío
XII llegó a conocer la Obra y la quiso...Juan XXIII
la quiso muchísimo y me decía que fuera a verle
más a menudo... Un día, hablando con él,
me dijo en italiano: Monseñor, la Obra pone ante mis
ojos horizontes infinitos que no había descubierto."
[Sastre, Ana, ob. cit., p. 456].
Ante los miembros del Opus Dei Escrivá hablaba deslenguadamente,
siendo proverbiales sus comentarios irreverentes que alcanzaban
hasta la figura del papa. Con respecto a Juan XXIII, testigos
presenciales afirman que la palabra más suave hacia
él fue decir que era un "patán", [Tapia,
María del Carmen, "Carta a Su Santidad Juan Pablo
II, Hecho n° 6, Santa Bárbara (California), 2 agosto
1991] es decir, un hombre zafio y tosco. Pero los vientos
de liberalización que corrían por el Vaticano
durante el papado de Juan XXIII no le eran favorables al Opus
Dei. Estaban aún recientes las maniobras donde Escrivá
y sus seguidores se habían comprometido excesivamente
con el difunto cardenal Tardini, quien dirigió durante
años el movimiento de oposición a cualquier
apertura por parte de la curia vaticana y llegó a utilizar
como parachoques al Opus Dei. El porvenir para la Obra de
Dios y de Escrivá se presentaba con negruras en el
horizonte.
Escrivá, en Roma, había ido poco a poco tratando
de ganar la confianza de los hombres de la curia vaticana
por el viejo procedimiento de halagados, invitarlos a comer,
hacerles regalos, en una época en que aquellos monseñores
se comportaban sin excesivos lujos, como gente modesta. Llegó
incluso a introducir en la burocracia vaticana a dos o tres
miembros numerarios que fueron componiendo la tela de araña
de la influencia. Como el objetivo había sido la aprobación
canónica y en su totalidad no la habían logrado,
Escrivá mantuvo la conspiración para que el
Opus Dei tratara de aumentar su influencia en el Vaticano,
sufriendo algunos reveses en su apetencia de poder, hasta
que llegó el acontecimiento que le sacó de quicio
e hizo tambalear hasta los mismos cimientos de la Obra de
Dios: el Concilio Vaticano II. [Ynfante, Jesús,
"Opus Dei", Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1996,
p. 316 y ss.].
El papa Juan XXIII anunció inopinadamente en enero
de 1959 su decisión de convocar un Concilio Ecuménico
que se iba a denominar Vaticano II. Al conocer la noticia,
el fundador del Opus Dei comenzó a rezar y a hacer
rezar a todos los miembros de la Obra "por el feliz éxito
de esa gran iniciativa que es el Concilio Ecuménico".
[Cejas, J.M., "Vida del Beato Josemaría",
Rialp, Madrid 1992, p.181]. La presencia del cardenal
Tardini como secretario de Estado del Vaticano con Juan XXIII
tranquilizó durante los preparativos del Concilio a
los miembros del Opus Dei, pero su fallecimiento en 1961 les
privó de uno de sus padrinos eclesiásticos más
importantes. Escrivá había cultivado la amistad
entre los prelados ultraconservadores de la curia vaticana,
pero tras la desaparición de Tardini, su sucesor Ciriaci
como cardenal protector de la Obra no daba la talla deseada
por Escrivá. Sus principales apoyos a partir de entonces
fueron Angelo Dell'Acqua, un prelado incondicional de la Obra
y amigo personal de Escrivá que ocupaba entonces el
cargo de sustituto de la secretaría de Estado para
Asuntos Ordinarios, además de Ildebrando AntOniutti,
prefecto de la Congregación de Religiosos y de Institutos
Seculares. Escrivá pretendió que Dell'Acqua
jugara un papel similar al de Tardini, pero el Vaticano ya
no era el mismo que en la década de los cincuenta.
Por su parte, Ildebrando Antoniutti pasaría a ser cardenal
protector del Opus Dei. A mediados de mayo de 1962, Antoniutti
había dejado de ser nuncio apostólico en España,
siendo uno de los dignatarios eclesiásticos más
comprensivos que pudieron tener el Opus Dei y la dictadura
de Franco. Sus lazos con la Obra de Dios fueron tan estrechos
que no se puede olvidar a este prelado si se quiere analizar
la presencia e influencia del Opus Dei en la curia vaticana.
Volvió a Roma tras ser nombrado cardenal y ocupó
el cargo de prefecto de la Congregación de Religiosos
e Institutos Seculares, desde donde iba a ser un personaje
influyente para la Obra de Dios en su política vaticana.
El Concilio Ecuménico Vaticano II, convocado por el
papa Juan XXIII, reunió a los más de dos mil
obispos católicos del mundo entero. Los documentos
redactados y publicados entre 1962 y 1965 marcaron una mayor
liberalización y la palabra conciliar que se puso de
moda fue "aggiornamento" o puesta al día
en cuestiones como la tolerancia religiosa, la relación
entre la Iglesia y el mundo, las estructuras de la Iglesia
y el Concilio intentó destacar especialmente el importante
papel que debían jugar los laicos. La muerte de Juan
XXIII en junio de 1963, entre la primera y segunda sesión
plenaria del Concilio, no representó un fuerte contratiempo,
y su sucesor, el cardenal arzobispo de Milán Giovanni
Battista Montini, fue elegido papa con el nombre de Pablo
VI en un cónclave rápido con la misión
de proseguir las tareas del Concilio Ecuménico. El
nuevo papa estaba al corriente de la situación del
Opus Dei, porque Escrivá, desde su llegada a Roma,
se había visto obligado a relacionarse con él
por los cargos que había ocupado antes en la curia
vaticana.
Escrivá acogió la elección del nuevo
papa con evidente malestar. Un antiguo alto dirigente de la
Obra presente entonces en Roma afirma que "[Escrivá]
puso verde a Montini, acusándole de masón y
otras lindezas. Estaba muy excitado y previno que todos los
que habían cooperado en esa elección se iban
a condenar al infierno". [Pérez Tenessa, Antonio,
"Testimonio", en Moncada, Alberto, ob. cit., p.
27] El calificativo de "masón" en boca
de Escrivá se explicaba porque el cardenal Montini,
cuando era arzobispo de Milán, se ganó el odio
generalizado de las variadas especies del fascismo clerical
en España por haber enviado un telegrama con una petición
de clemencia para trabajadores y estudiantes condenados por
la dictadura, cuando ya participaban miembros del Opus Dei
como ministros en el gobierno de Franco. Aunque no contaban
todavía con excesiva influencia, los miembros del Opus
Dei tenían su candidato a papa en la persona de Ildebrando
Antoniutti, uno de los cardenales más "comprensivos"
que pudieron tener el Opus Dei y la dictadura de Franco. Sobre
Pablo VI, Escrivá hizo comentarios semejantes a los
que había dicho de Pío XII: "A ver si de
una vez nos deja en paz y Dios nuestro Señor, en su
infinita misericordia, se lo lleva al cielo"y si a Juan
XXIII, lo consideraba un "patán" a Pablo
VI lo trataba públicamente de "jesuitón".
[Tapia, María del Carmen, "Carta a Su Santidad
Juan Pablo II", Hecho n° 7, Santa Bárbara
(California), 2 agosto 1991].
Hay que señalar que Escrivá aceptaba la jerarquía
de la Iglesia católica, aunque añadía
siempre la apostilla suya del "a pesar de los pesares".
Su rechazo, sin embargo, era enorme hacia cualquier medida
o actitud por parte de la jerarquía católica
que no favoreciese a la Obra y que Escrivá denominaba
"oposición al avance del Opus Dei". Como
le rebelaba tanta mudanza y agitación, Escrivá
llegó a mantener una confrontación creciente
con los dos papas patrocinadores del Concilio Ecuménico
Vaticano II, acontecimiento que iba a conmocionar no sólo
al Opus Dei sino a toda la Iglesia católica. Consideraba
en sus delirios que el diablo se había instalado en
la cabeza de la Iglesia. Escrivá se creía diferente,
así como también el Opus Dei, del resto de la
Iglesia católica. "Somos ese resto de Israel,
elegido por Dios para iniciar la conversión",
solía decir parafraseando una frase de la Biblia a
sus seguidores. [Moncada, Alberto, ob. cit., p. 29].
Por otra parte, su protagonismo era imperativo y no podía
soportar que la jerarquía de la Iglesia les relegase,
tanto a él como a su Obra. Escrivá no participó
en ninguna de las comisiones o sesiones conciliares ni como
padre conciliar, porque no era obispo, ni tampoco como consultor,
porque no fue invitado. Resultaba revelador y a la vez inquietante
que en aquella coyuntura histórica de la Iglesia católica
el primero y mayor de los Institutos Seculares participara
con grandes reservas o no fuese tenido en cuenta por la jerarquía
eclesiástica. Por parte del Opus Dei no aparecía
ningún miembro en los sectores propiamente conciliares,
aunque hubo varios miembros de la Obra que figuraron en comisiones
tradicionales como la de religiosos o disciplina del clero,
pero su número no rebasó la media docena. [Estruch,
Joan, ob. cit., pp. 339-340]. Aparte, claro está,
de dos miembros numerarios que por su condición de
obispos peruanos podían ostentar la etiqueta de "padres
conciliares".
El Opus Dei estuvo prácticamente en las dos primeras
sesiones conciliares y ya se elevaron entonces voces para
señalar que bastantes aspectos de la doctrina del fundador
del Opus Dei resultaban incompatibles con algunas de las posiciones
del Concilio relativas, por ejemplo, a la libertad religiosa.
Así la "santa coacción" ejercida por
la Obra encajaba mal con las exigencias conciliares en este
terreno. [Artigues, Daniel, ob. cit., p. 135] Durante
el año 1963, entre la primera sesión plenaria
y la apertura de la segunda sesión, católicos
y grupos progresistas dentro de la Iglesia, que vivieron momentos
de euforia con la celebración del Concilio, acumularon
pruebas para arremeter contra los integristas partidarios
de la inalterabilidad de la doctrina, especialmente contra
el Opus Dei, en lo que algunos han llamado "primavera
conciliar". Informes reservados enviados a. Roma por
"personalidades de la Iglesia española" llamaban
la atención hacia "la actividad de caracterizados
eclesiásticos y seglares que con determinadas actuaciones
ponen en peligro el prestigio y pacífica actuación
futura de la Iglesia". [Artigues, Daniel, ob. cit.,
Anexo 2, pp. 221 y ss.].
Pero, sobre todo, en materia estrictamente canónica,
se consideraba muy peligrosa en el Vaticano la posibilidad
de hallar sacerdotes en posición subordinada con respecto
a los laicos dentro del Opus Dei, lo cual en derecho eclesiástico
aparecía como un peligro y una aberración. Otro
de los problemas jurídicos delicados era todo lo relacionado
con la jurisdicción episcopal y el doble sometimiento
de los miembros del Opus Dei que no respetaban al obispo como
única autoridad diocesana. En el mes de octubre de
1963 Escrivá se atrevió a dar un mal paso con
una maniobra jurídica que provocó un error mayúsculo
en su política vaticana. Si durante el primer semestre
de 1962 había intentado inútilmente la revisión
del estatuto jurídico de Instituto Secular, fracasando
en el empeño, un año más tarde Escrivá
volvía a la carga proponiendo esta vez modificar las
"santas, perpetuas e inviolables" constituciones
del Opus Dei, situándose en ambos casos al margen de
la corriente histórica del Concilio Vaticano II. No
se sabe si Escrivá perdió los nervios, fue mal
aconsejado o calculó mal los riesgos, empecinado como
estaba en su proyecto. También se dijo entonces que
el Opus Dei fue utilizado como punta de lanza y fueron los
monseñores del ala ultraconservadora del Vaticano quienes
empujaron a hacerlo a Escrivá. Como no estaba satisfecho
con el atasco jurídico sufrido por la Obra y tratando
de acelerar por todos los medios el cambio de estatuto con
la mirada puesta en el futuro, Escrivá decidió
modificar las constituciones secretas del Opus Dei, aquel
otoño de 1963 en vísperas de la segunda sesión
del Concilio. La coyuntura parecía escogida especialmente,
aprovechando Escrivá el interregno entre el fallecimiento
de Juan XXIII y el afianzamiento de su sucesor Pablo VI, que
comenzó su pontificado sintiéndose desbordado,
tanto en la supervisión del Concilio como en los asuntos
específicos de la Santa Sede. Ildebrando Antoniutti,
prefecto de la Congregación de Religiosos y de los
Institutos Seculares, no permaneció inactivo como cardenal
protector del Opus Dei en la maniobra jurídica que
representaba la solicitud para modificar las constituciones
y que sería realizada con mucha prontitud. Además,
las modificaciones en las constituciones del Opus Dei tuvieron
lugar precisamente cuando toda la actividad de las principales
organizaciones religiosas católicas había sido
paralizada durante la celebración del Concilio. Si
por alguna razón tenían que convocar una reunión
durante el período conciliar, como hicieron los jesuitas
cuando murió el presidente o prepósito general,
ésta debía posponerse hasta que el Concilio
completara sus tareas y al reunirse de nuevo cualquier asamblea
tenía que hacer concordar la estructura de la organización
con las conclusiones del Vaticano II. [Walsch, Michael,
ob. cit., p. 82].
El 2 de octubre Escrivá se dirigió al papa
Pablo VI, como era preceptivo y rutinario, con la propuesta
para efectuar nuevas modificaciones en las constituciones.
Hasta entonces el Opus Dei había realizado, debidamente
autorizado, poco más de una docena de retoques en las
constituciones desde 1950. La Congregación de Religiosos
e Institutos Seculares, dirigida por Antoniutti, contestó
rápidamente dando su conformidad tres semanas más
tarde, el 24 de octubre, y el 31 de octubre ya estaba impresa
la primera edición de la versión del año
1963 de las remozadas constituciones y contando con un dudoso
nihil obstat del Vaticano, ya que no habían recibido
la aprobación superior, es decir, del papa, a quien
de hecho no le fueron sometidas. El texto, tras las modificaciones,
aparecía "aligerado" y pasaba de 479 a 398
normas, lo cual no parecía afectar a sus partes principales.
Sin embargo, la realidad era otra y la "pureza de intención"
de Escrivá y los dirigentes del Opus Dei quedaba en
entredicho. Había, sobre todo, una supresión
que parecía ínfima, pero que alarmó a
algunos padres conciliares, entre los más de dos mil
obispos del mundo católico, porque se habían
atrevido a suprimir como si no tuviera importancia, el párrafo
3 de la norma 76 en las constituciones de 1950, que señalaba
"es necesaria la venia del Ordinario respectivo".
Es decir, que los sacerdotes incardinados en las diversas
diócesis ya no iban a estar obligados a solicitar en
adelante la venia del obispo, antes de su adhesión
como miembro a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz dentro
del Opus Dei. En resumen, que a partir de entonces el obispo
ordinario no tenía que ser informado, lo cual creaba
una situación anómala, una de cuyas consecuencias
era la de escapar de alguna manera a la autoridad diocesana
y el Opus Dei podía convertirse a la larga en una Iglesia
paralela. Después de la rápida maniobra jurídica
con las modificaciones, Escrivá envió complacido
una carta a Antoniutti el 31 de octubre, junto con un ejemplar
impreso de la nueva versión de las constituciones,
donde le agradecía su actuación y expresaba
una vez más su preocupación para el futuro:
"Soy consciente que, como he manifestado muchas veces
a Vuestra Eminencia, falta mucho para llegar a la solución
jurídica definitiva del Opus Dei. Me conforta, sin
embargo, la certeza de que Dios Omnipotente a través
de su Iglesia Santa, no dejará de abrirnos el camino...
". [Varios Autores, "El itinerario jurídico
del Opus Dei", ob. cit., p. 349].
Tres meses más tarde, el 24 de enero de 1964, Pablo
VI recibió en audiencia a Escrivá por vez primera
y la iniciativa partió al parecer del Vaticano. De
la actitud y reacción posterior de Pablo VI se deduce
que hubo una amonestación verbal del pontífice
al fundador y presidente general del Opus Dei, quien fue recibido
secamente en la audiencia. Estaba claro que Pablo VI había
sido puesto al corriente de las numerosas críticas
llegadas al Vaticano, a propósito de las actividades
extrarreligiosas del Opus Dei, especialmente en España.
Escrivá, por su parte, repitió al papa su discurso
habitual sobre la Obra, de que representaba un "fenómeno
pastoral nuevo" y se quejó también de las
constantes incomprensiones que sufría el Opus Dei dentro
de la Iglesia.
El 14 de febrero, día de los enamorados y fecha significativa
dentro de la Obra, Escrivá había expedido el
ejemplar solicitado por el papa con la versión nueva
de las constituciones. Acompañaba los documentos internos,
expresamente solicitados por Pablo VI, una larga carta añadida
subrepticiamente a la documentación, con el texto en
latín y firmada con un simple Josephmaría. La
carta estaba fechada el 2 de octubre de 1958, aunque fue redactada
no sólo por Escrivá sino también por
otros miembros dirigentes del Opus Dei en una fecha posterior
a 1958 y que algunos señalan con precisión,
porque lo fue entre los meses de enero y de febrero del año
1964. Con tono solemne de encíclica papal, imitando
el estilo del destinatario, la carta empezaba con un "No
ignoráis, hijas e hijos queridísimos" para
seguir luego de forma repetitiva con los tópicos consabidos
de la Obra, fin y medios plena y exclusivamente sobrenaturales,
no somos religiosos ni se nos puede llamar religiosos o misioneros,
gozáis de una libertad completa, etc. También
recordaba con astucia el espíritu de obediencia "inalterable"
a la jerarquía episcopal que debían tener sus
hijos de la Obra de Dios y el mensaje más importante
era, sin duda, sobre la situación jurídica,
estando subrayada además la frase de Escrivá
en el texto de la carta: "y a la vez manifestaré
que deseamos ardientemente que se provea a dar una solución
conveniente, que ni constituya para nosotros un privilegio
-cosa que repugna a nuestro espíritu y a nuestra mentalidad-,
"ni introduzca modificaciones en cuanto a las actuales
relaciones con los Ordinarios". Como tantos otros documentos
internos del Opus Dei, donde la manipulación era de
rigor, la carta enviada al papa admitía varias lecturas
y contenía varios mensajes destinados a Pablo VI de
forma indirecta, a través de la presunta carta de Escrivá
a los miembros de la Obra. Escrivá no dirigió
la carta el 2 de octubre de 1958 a los miembros de la Obra,
según señalan fuentes internas del Opus Dei,
ni tampoco pudo escribirla alrededor de esa fecha, con una
alusión tan transparente a un problema arrastrado desde
antes, pero cuyo conflicto había surgido a finales
del año 1963 y comienzos del año 1964.
A partir de la documentación facilitada por Escrivá,
el papa Pablo VI mandó a una comisión formada
por juristas y teólogos de la curia vaticana estudiar
la situación para aplicar medidas draconianas. Según
los planes del Vaticano el castigo al Opus Dei sería
cuidadosamente estudiado y la estructura de la organización
dividida en dos ramas distintas: una agruparía a los
sacerdotes con estatuto de Instituto Secular y la otra comprendería
a los laicos y se convertiría en una asociación
de fieles sin carácter específico de ninguna
clase. [Artigues, Daniel, ob. cit., p. 135]. El año
1964 iba a significar un vía crucis y una aflicción
continuada para Escrivá y los miembros del Opus Dei
en el Vaticano; en cambio, para los hagiógrafos de
Escrivá y cronistas de la Obra sería sencillamente
el año "cuando el fundador comenzó formalmente
a moverse para cambiar el estatuto del Opus Dei". Un
dato revelador de la situación fue que Escrivá
llegó a estar ilocalizable, como le recomendaron los
prelados amigos de la curia vaticana y, confiando en que pasara
la tormenta, desapareció de Roma durante el verano
de 1964.
Los problemas se habían acentuado durante el verano
de 1964 para el Opus Dei, cuando los aires del Concilio Vaticano
II soplaban fuerte para España. Un informe del obispo
de Mondoñedo, que figura en los archivos de Franco
recogidos del palacio de El Pardo, legajo 29 bis,69 menciona
dos encuentros en Roma con el fundador del Opus Dei donde
Escrivá mostró una evidente actitud de hostilidad
hacia el Concilio. "En la primera entrevista", relata
el obispo de Mondoñedo, "me dijo que los obispos
españoles estamos quedando en el Concilio a la altura
de los de Guatemala. En la segunda, me aseguró que
el episcopado español tan virtuoso, capaz y apostólico,
está poco acreditado en el mundo." y el obispo
de Mondoñedo señalaba en el informe refiriéndose
a Escrivá: "Salvando la mejor voluntad de mi informador,
yo creo que estas opiniones encierran injusticia". El
pánico cundió entre la mayoría de eclesiásticos
vinculados al régimen de Franco. El silencio de los
obispos, cuya intransigencia había causado estupor
a muchos colegas suyos en el Concilio, hizo aumentar la inquietud
entre los ultras católicos españoles. Para adelantarse
a los planes del Vaticano, dentro de la Obra se creyó
que era el momento oportuno para crear en España una
Junta Civil del Opus Dei que estaría oficialmente encargada
de las relaciones con el Estado, a través de la dirección
general de Asuntos Eclesiásticos del Ministerio de
Justicia. Se pensó que la Junta estaría presidida
por Alfredo López, un miembro supernumerario del Opus
Dei y subsecretario entonces de aquel ministerio, quien luego
se encargaría del desempolvamiento del título
nobiliario de marqués de Peralta para el fundador del
Opus Dei. La decisión que había sido tomada
por Escrivá, adelantándose con este plan a lo
que se estaba fraguando en el Vaticano, levantó grandes
reacciones legales en contra, principalmente en el Consejo
General y entre algunos de los estrategas de la Obra, pues
el proyecto significaba que ésta tendría forzosamente
que definir sus posiciones legales y reconocer de forma pública
que no era totalmente un Instituto Secular, punto esencial
sobre el que había basado desde 1947 su propaganda.
Dentro del Opus Dei decidieron aplazar la medida en espera
de tiempos más favorables.
Desde su reconocimiento como Instituto Secular, la Sociedad
Sacerdotal de la Santa Cruz era la única rama de la
Obra que estaba obligada a declarar a sus miembros ante los
obispos del lugar, para poder actuar con todas las garantías
legales bajo la jerarquía de la Iglesia católica.
Esta condición, sine qua la Sociedad Sacerdotal de
la Santa Cruz no podría realizar ningún apostolado
en España, fue cumplida desde 1948 por el Opus Dei
más o menos escrupulosamente y en 1964 la Sociedad
Sacerdotal de la Santa Cruz tenía oficialmente registrados
133 sacerdotes cuya actuación y apostolado dependía
de los obispos españoles y, por supuesto, de la Congregación
de Religiosos e Institutos Seculares. La lista completa con
sus nombres, diócesis de nacimiento, año de
nacimiento, año de ordenación, cargos que desempeñaban
y lugar de residencia figuraba en los archivos de la Conferencia
Episcopal española. [Véase lista en Ynfante,
Jesús, "La prodigiosa aventura...", ob. cit.,
pp. 143-152].
En Roma, al principio de la tercera sesión conciliar,
celebrada en octubre de 1964, algunos obispos se extrañaron
de que en el esquema sobre el apostolado de los laicos no
se dijera nada sobre los Institutos Seculares. Un miembro
de la vaticana planteó la cuestión, constatando
los padres conciliares el vacío existente y cuya responsabilidad
recaía en parte sobre el Opus Dei, por ser el mayor
y el primero de los Institutos Seculares. Parece ser que abundaron
las iniciativas por parte de los obispos conciliares y se
habló de un eventual proceso público de la Obra
de Dios; es decir, que el conflictivo caso del Opus Dei podía
ser tratado como tema candente en el Concilio Vaticano II.
Fue entonces cuando Escrivá se sintió víctima
perseguida por la Iglesia católica y dijo que "ya
no era el cacharro de la basura, sino la escupidera de todo
el mundo" y que "cualquiera se sentía con
derecho a escupir sobre este hombre; y es verdad que tenían
derecho y lo siguen teniendo, pero lo ejercitaban los que
se llamaban buenos y los que no lo eran tanto". [Vázquez
de Prada, Andrés, ob. cit., pp. 512-513, nota 23].
La conflictiva cuestión quedó provisionalmente
zanjada con la segunda audiencia privada que Pablo VI concedió
al fundador del Opus Dei el 10 de octubre de 1964. Pablo VI
entregó a Escrivá un cáliz de marfil
y metales preciosos como regalo, junto con una carta manuscrita
o quirógrafo según la jerga vaticana, donde
el papa se erigía en árbitro absoluto de la
contienda, reconociendo las aportaciones del Opus Dei y considerándolas
al mismo tiempo como una inyección de vitalidad para
la Iglesia católica. En resumen, una carta de literatura
diplomática con afirmaciones típicamente elogiosas
que son habituales en la política vaticana y el regalo
del cáliz tenía un mayor significado en la paz
sellada con un abrazo. La carta del papa era apaciguadora
y en el primer párrafo Pablo VI se refería a
"los filiales sentimientos del cariño hacia Nos
de todos y cada uno de los miembros de esta Sociedad Sacerdotal
de la Santa Cruz", añadiendo: "En sus palabras
hemos advertido la vibración del espíritu encendido
y generoso de toda la Institución..." Al parecer
los miembros de la Obra habían movilizado todas sus
influencias vaticanas, que ya eran muchas, y complementariamente
habían hecho uso masivo de un voto epistolar dirigido
hacia la persona de Pablo VI, que respondía emocionado;
aunque el papa, como conocía claramente dónde
residía el problema, se dirigía en primer lugar
a la rama sacerdotal de la Obra, la única que contaba
con el estatuto legal de Instituto Secular de derecho pontificio,
y luego, en segundo término, a "toda la Institución".
A Pablo VI le pareció más oportuno esperar a
la finalización del Concilio Vaticano II para ocuparse
de los problemas que planteaba el Opus Dei, frenándose
así la eventualidad de un proceso público a
la Obra. Para el papa, cualquier medida que afectase al funcionamiento
interno de las organizaciones católicas debía
posponerse hasta que el Concilio completase sus tareas y todo
debería ser resuelto luego, de acuerdo con las decisiones
del Concilio Vaticano II, que se encontraba entonces en su
apogeo. [Walsch, Michael, ob. cit., p. 82]. Sin embargo,
Pablo VI ya apuntaba también en la carta que su apostolado
no fuera tan secreto. Por eso escribió el papa que
"el Opus Dei "está abierto" de una manera
patente a las exigencias de un apostolado moderno, cada vez
más activo, capilar y organizado".
Por otra parte, antes de que concluyera el Concilio Vaticano
II el Opus Dei consiguió por medio del cardenal Dell'Acqua
que Pablo VI asistiera a la inauguración del Centro
ELIS iniciales de "Educazione, Lavora, Istruzione, Sport",
situado en el barrio Tiburtino de Roma. El edificio principal
del Centro ELIS había recibido el premio nacional de
arquitectura social en Italia. El centro disponía de
una residencia para jóvenes trabajadores, un complejo
de edificios escolares y una amplia zona deportiva, más
una escuela femenina de hostelería en un edificio totalmente
independiente. Contaba además con la parroquia de San
Juan Bautista "al Collatino", confiada también
a los sacerdotes de la Obra. [Sastre, Ana, ob. cit., p.
492]. Los orígenes del centro ELIS se remontaban
a los tiempos de Pío XII y Juan XXIII. Con motivo del
octogésimo aniversario de Pío XII se organizó
en el mundo entero una colecta, cuyo fruto le fue ofrecido
como obsequio. Pío XII murió sin haber dispuesto
de los fondos y una oportuna filtración hizo saber
a los dirigentes del Opus Dei que Juan XXIII deseaba dar a
aquel dinero un destino concreto. Tras elaborar y presentar
un proyecto muy detallado, los dirigentes del Opus Dei obtuvieron
la adjudicación de los fondos para la creación
del Centro ELIS. Un dignatario eclesiástico ha contado
en varias ocasiones que un día, al ser recibido en
audiencia por Juan XXIII, éste le comentó: "Ahora
mismo acaban de marcharse los del Opus; todo el rato han estado
hablando de dinero, tanto, que aún me da vueltas la
cabeza." [Estruch, Joan, ob. cit., p. 238]. En
la inauguración del Centro ELIS, Pablo VI pronunció
unas palabras obviamente elogiosas en este caso sobre el Opus
Dei y todas las publicaciones de la Obra y afines se volcaron
en destacarlas. La coincidencia del nombre de la parroquia
con el suyo propio, Giovanni Battista, hizo exclamar a Pablo
VI: "Tutto, tutto qui é Opus Dei...", "Aquí
todo, todo es Opus Dei.". Antes del acto de inauguración
Escrivá se. dirigió a las miembros numerarias
del Opus Dei que se encontraban en Roma y les dijo: "Hijas
mías, decidles a vuestras hermanas pequeñas
-que era como Escrivá llamaba a las sirvientas- que
yo ya sé que me quieren mucho, pero que esta vez, cuando
llegue el papa al Tiburtino le aplaudan más a él
que a mí". [Tapia, María del Carmen,
"Carta a Su Santidad Juan Pablo II", Hecho n°
7, Santa Bárbara (California), 2 agosto 199]. Una
vez terminado el acto Escrivá dijo: "Con que Pablo
VI hubiera pasado diez minutos felices, me hubiera quedado
contento. Pero me quedé corto... Porque estaban previstas
dos horas para la visita, y estuvo tres horas largas. No tenía
prisa. Se marchó feliz, feliz." [Sastre, Ana,
ob. cit., p. 494]. Como detalle revelador de la actitud
del fundador, Escrivá había recibido al papa
en la puerta del Centro ELIS de rodillas. "Quise esperarlo
de rodillas -comentaría a la mañana siguiente-
como un sacerdote que ama con locura al papa y a la Iglesia
católica." [Casciaro, Pedro, "Soñad
y os quedaréis cortos", Rialp, Madrid, 1994, p.215].
Inspirada en el toreo español, la escena es digna de
ser destacada: Escrivá imitando a los toreros recibió
al papa a puerta gayola en el nuevo centro del Opus Dei en
Roma.
Finalizada la cuarta y última etapa del Concilio,
Escrivá con su habitual espíritu triunfalista
se dirigió a los miembros del Opus Dei en los términos
siguientes: "Hemos de estar contentos al acabar este
Concilio. Hace treinta años, a mí me acusaron
algunos de hereje, por predicar cosas de nuestro espíritu,
que ahora ha recogido el Concilio de modo solemne... Se ve
que hemos ido delante, que habéis rezado mucho."
[Sastre, Ana, ob. cit., p. 486. Varios Autores, "El
itinerario Jurídico del Opus Dei", ob. cit., p.
327. Artigues, Daniel, "El Opus Dei en España",
Ruedo Ibérico, París, 1971, Cejas, J. M., "Vida
del Beato Josemaría". Rialp, Madrid, 1992, p.
181. Pérez Tenessa, Antonio, "Testimonio",
en Moncada, Alberto, ob. cit.]. La procesión, sin
embargo, iba por dentro y el panorama de una Iglesia católica
rejuvenecida por el Concilio Vaticano II fue visto muy negativamente
dentro del Opus Dei. La "catástrofe" era
descrita así por Escrivá: "Fuera, por muchas
diócesis de la cristiandad, y con un mayor o menor
descalabro, se iba resquebrajando la fe..." [Vázquez
de Prada, Andrés, ob. cit., p. 362] En la aplicación
de la doctrina del Concilio la reacción de Escrivá
fue contada por él mismo de la siguiente manera: "El
padre tuvo que velar por los suyos, evitando que el mal se
infiltrara en sus almas como por ósmosis". [Vázquez
de Prada, Andrés, ob. cit., p. 362]. También
que "el desconcierto doctrinal y la desbandada eclesiástica,
por no entrar en el triste recuento de las defecciones, le
produjo intensísimo dolor". [Vázquez
de Prada, Andrés, ob. cit., p. 265]. El fundador
del Opus Dei, según uno de los cronistas autorizados
de la Obra, "estudió detenidamente las disposiciones
eclesiásticas y, luego, con suma prudencia y energía,
para eliminar posibles desorientaciones, transmitió
a los centros de la Obra los criterios pertinentes para su
recta y fiel aplicación". Asimismo, "tomaba
con mucho tiento el pulso a la situación, como se toma
el pulso a un enfermo. De manera velada al principio, y después
con gran diligencia, alertó a sus hijos sobre la peligrosidad
de ciertas teorías que despuntaban sospechosamente
por todas partes". [Vázquez de Prada, Andrés,
ob. cit., p. 362]. Resultaba inevitable que el "espíritu
de la Obra" fuera totalmente refractario a la doctrina
liberalizadora del Concilio y Escrivá se dedicó
a negarle vigencia dentro de la Obra. Como consecuencia de
ello, no sólo se prohibía internamente la lectura
y el comentario de los documentos conciliares, sino que se
tomaron disposiciones en su contra. Por ejemplo, mientras
el Concilio hizo énfasis en las lenguas vernáculas
para las celebraciones litúrgicas, Escrivá dispuso
una intensificación del latín. [Moncada,
Alberto, ob. cit., p. 26]. Sobre las nuevas normas relativas
a la forma en que debía decirse la misa, con el sacerdote
de pie frente a los asistentes, dentro del Opus Dei no se
aceptaron los altares conciliares y los sacerdotes de la Obra
de Dios y de Escrivá continuaron dando la espalda a
los fieles. [Walsch,
Michael, ob. cit., p. 79].
Todos los dirigentes del Opus Dei y los seguidores de Escrivá
especializados en derecho canónico habían estudiado,
entretanto, los decretos conciliares y encontraron un resquicio
en uno de los documentos donde aparecía la figura jurídica
de las prelaturas personales, que podía ser utilizada
para establecer una nueva base legal al Opus Dei. [Varios
Autores, "El itinerario jurídico de! Opus Dei",
ob. cit., pp. 370-371]. Las nuevas estructuras surgidas
en la Iglesia desde el Concilio Vaticano II ofrecían
mayores posibilidades que las de la "prelatura nullius",
el modelo propuesto al Vaticano en 1962 y que no prosperó
en tiempos de Juan XXIII. [Véase cap. 7. "El
fundador en Roma", pp. 188-191. También en Walsh,
Michael, ob. cit., p. 82]. Por ese camino de prelatura
personal prosiguieron los estudios que se realizaron dentro
del Opus Dei y mientras los canonistas de la Obra estaban
ocupados en sus conspiraciones y en el estudio del modelo
de prelatura personal, en el Vaticano se habían cansado
de esperar y como no había ninguna reacción
positiva por parte del Opus Dei ante el Concilio, se tomó
la decisión en 1969 de pasar a la acción, constituyéndose
en el Vaticano una comisión especial' formada por cinco
miembros para investigar al Opus Dei y obligarle al cumplimiento
de sus obligaciones como organización de la Iglesia
católica. [Diario "El País", Madrid,
14 abril 1992].
El Vaticano no estaba dispuesto a tolerar la independencia
y rebeldía del Opus Dei, que pretendía nada
menos que convertirse en una excepción dentro de la
Iglesia para moverse a sus anchas, en virtud de un carisma
discutible y porque sus dirigentes estaban sobre todo acostumbrados
a la dictadura de Franco, en España, donde todo les
resultó fácil y sencillo de solucionar, al disfrutar
de un trato político privilegiado. Con ánimo
de corregir tales desviaciones, monseñor Giovanni Benelli
fue encargado por Pablo VI de efectuar un seguimiento especial
en las actividades de la Obra. Antes de ser nombrado por el
papa como sustituto en la secretaría de Estado, cargo
que servía de enlace entre Pablo VI y todos los órganos
de la curia vaticana, Benelli había pasado unos años
como consejero diplomático en la nunciatura del Vaticano
en Madrid, donde sufrió una hostilidad constante hacia
su persona por parte del Opus Dei, porque Benelli conocía
los abusos y maniobras del Opus Dei y sus connivencias con
el régimen de Franco, al que no consideraba cristiano
ni mucho menos democrático. [Pérez Pellón,
Javier, "Wojtyla, e! último cruzado", Temas
de Hoy, Madrid, 1994, p. 41]. Pese a protegerse con el
falso manto de la "humildad colectiva" que ayudaba
a recubrir precariamente sus actividades, el Opus Dei no podía
soportar por su parte el control impuesto desde arriba por
el Vaticano para conocer lo que ocurría en el interior
de la Obra. La pugna ya era larga y duraría más
de veinte años, bajo los pontificados de Juan XXIII
y Pablo VI, en Roma.
La iniciativa del Vaticano con la creación de una
comisión de investigación cogió de sorpresa
a Escrivá y a los dirigentes del Opus Dei. La autodefensa
del Opus Dei consistió en convocar urgentemente un
Congreso General Especial y en intentar retrasar las investigaciones
del Vaticano, por la vía de torpedear la recién
nombrada comisión. A tal fin, Escrivá se dirigió
por carta directamente al papa para denunciar el carácter
"secreto y sin apelación" de la comisión
y recusar de paso a tres de los cinco miembros de la misma.
[Diario El País, Madrid, 14 abril 1992]. La
reacción del Vaticano no se hizo esperar y el cardenal
Jean Villot, secretario de Estado con Pablo VI, transmitió
a Escrivá el disgusto del papa por esa carta y entonces
fue cuando el fundador del Opus Dei envió inmediatamente
otra como respuesta solicitando al papa su perdón.
No obstante, en enero de 1971 el cardenal Villot pidió
oficialmente información de los miembros del Opus Dei
que trabajaban en la curia vaticana y dos años más
tarde el cardenal Villot se dirigió de nuevo por carta
a Escrivá pidiéndole garantías para que
los miembros del Opus Dei con puestos en el Vaticano no se
dedicaran más a violar el secreto profesional, beneficiando
con la información a sus directores del Opus Dei, acerca
de asuntos conocidos por el cargo que ocupaban en instituciones
de la Iglesia. Escrivá dio esas garantías por
escrito y su reacción, según los testimonios
de la Obra, consistió en "rezar con toda su fuerza
por los que no comprendían al Opus Dei, y particularmente
monseñor Benelli" quien años más
tarde para mayor inri del Opus Dei, estuvo a punto de ser
elegido papa. A pesar de las "incomprensiones" denunciadas
por Escrivá, Benelli fue uno de los cardenales que
enviaron cartas postulatorias pidiendo la apertura de la causa
de beatificación tras la muerte de Escrivá.
[Diario El País, Madrid, 14 abril 1992].
Escrivá afirmó entonces haber convocado el
Congreso General Especial, que se inauguró oficialmente
el l de septiembre de 1969 y cuya primera parte duró
sólo quince días, porque afirmaba estar de acuerdo
con los decretos del Concilio Vaticano II y para la revisión
de los planteamientos jurídicos del Opus Dei. En carta
al cardenal Antoniutti, con fecha 22 de octubre de 1969, Escrivá
precisaba que "algunas de las eventuales modificaciones,
que están todavía a nivel de propuestas, podrían
ser introducidas por el mismo Congreso General", otras
requerirían una aprobación de la Santa Sede,
y otras, finalmente, en cuanto que comportarían un
cambio de naturaleza del Instituto, exigían incluso
un acto más solemne de la Santa Sede, es decir, una
nueva erección del Instituto. [Varios Autores, "El
itinerario jurídico de! Opus Dei", ob. cit., p.
380].
Mientras tanto se celebraron dentro del Opus Dei asambleas
regionales y sus dirigentes decidieron además una participación
lo más amplia posible, sin llegar a ser democrática,
con vistas a la convocatoria de la segunda parte del Congreso
General Especial que recomenzó sus trabajos, un año
más tarde, el 10 de septiembre de 1970. Las sesiones
plenarias de la segunda parte del Congreso no llegaron a durar
una semana. En la clausura Escrivá se dirigió
a los presentes diciéndoles: "Pero, lo sabéis
bien, esto no quiere decir que el Congreso haya concluido
su trabajo. El Congreso General queda abierto". En las
conclusiones los miembros del Opus Dei que asistieron al Congreso
General, habían pedido que "se resuelva definitivamente
el problema institucional del Opus Dei otorgándole,
en base a las nuevas perspectivas jurídicas que han
abierto las disposiciones y las normas de aplicación
de los decretos conciliares, una configuración jurídica
diversa de la de Instituto Secular". [Varios Autores,
"El itinerario jurídico...", ob. cit., Apéndice
55, pp. 584-585] Un año más tarde, Álvaro
Portillo, después de haber estado mareando la perdiz
en su condición de secretario general de la organización,
informaba al cardenal Antoniutti, prefecto de la Congregación
de Religiosos e Institutos Seculares, que el Congreso General
Especial había entrado en una nueva fase y que "actualmente
se procede en sede de comisiones técnicas". [Varios
Autores "El itinerario jurídico..." ob. cit.
p. 414]. Dos años más tarde, el 25 de junio
de 1973, Escrivá fue recibido en audiencia por Pablo
VI, al que informó sobre los lentos trabajos del Congreso
General Especial, que se había prolongado y seguía
abierto. También le habló de la labor de la
comisión técnica nombrada para la autorrevisión
del estatuto jurídico del Opus Dei. El papa le animó
a seguir adelante con la tarea emprendida, aunque las esperanzas
de conseguir el Opus Dei la tan ansiada prelatura personal
eran nulas bajo el pontificado de Pablo VI.
Un año más tarde, en 1974, el Opus Dei tenía
redactadas unas nuevas constituciones. El nuevo código
ofrecía una versión light de las constituciones
de 1950 con algunas adaptaciones al Concilio. Constaba solamente
de 194 normas, con un texto aún más reducido
que la controvertida versión de 1963 que ya había
sido rechazada por el Vaticano, y como reconoció uno
de los numerosos equipos de canonistas de la Obra, "faltaba
sólo considerar el momento adecuado para plantear a
la Santa Sede la petición formal de la nueva configuración
jurídica". [Varios Autores "El itinerario
jurídico..." ob. cit. p. 417]. Otro año
después, el 26 de junio de 1975, Escrivá murió
sin haber entregado en el Vaticano las conclusiones del Congreso
General Especial del Opus Dei, que seguía convocado
desde 1969, sin el nuevo texto de las constituciones, ni la
propuesta de modificación del estatuto jurídico.
Escrivá se fue de este mundo con sus "santas,
perpetuas e inviolables" constituciones de 1950, manteniéndose
una parte del Opus Dei incómodamente alojado en la
estructura jurídica eclesiástica de Instituto
Secular y el resto, en la precariedad jurídica, con
un estatuto de Instituto Comunitario sin votos públicos,
de carácter diocesano y dependiente desde 1943 del
obispado de Madrid.
Pese al recubrimiento de otras formas jurídicas y
modelos sociales, el Opus Dei se constituyó en corporación
o sociedad anónima católica, mostrando a partir
de los años cincuenta, después del reconocimiento
pontificio como Instituto Secular, las más recientes
formas "laicas" de fascismo clerical y de poder
integrista económico en un límite extremo, pero
todavía dentro de la Iglesia católica. Algo
así como el "Octópus Dei Incorporated",
de forma cambiante, siempre con sus equipos de canonistas
a la búsqueda de una fórmula jurídica
original, para ir adaptándola a sus objetivos, a medida
que aumentaban sus influencias. Este lado proteico del Opus
Dei, que se adapta continuamente al objetivo que es el Poder
con mayúscula, parece que puede alcanzar uno de sus
puntos culminantes cuando se infiltre completamente en su
fase actual de apoderamiento del Vaticano, como está
en vías de hacerlo con el apoyo incondicional del papa
Juan Pablo II, calificado por la crítica especializada
de "el último cruzado", [Pérez
Pellón, Javier, "Wojtyla, e! último cruzado",
Temas de Hoy, Madrid, 1994.] con un papado medieval en
los comienzos del tercer milenio. No obstante, los movimientos
pendulares existen en la cabeza de la Iglesia católica
y si durante finales del siglo pasado la aceptación
por parte del papa Juan Pablo II del "espíritu
de la Obra" ha sido casi completa, el Opus Dei no escapa
todavía a la posibilidad de caer de nuevo en desgracia,
si llegan a soplar vientos más liberales con un nuevo
pontífice al frente de la política vaticana.
La "batalla canónica", como Escrivá
llamaba a la lucha con la curia de Roma para conseguir hacerse
un hueco jurídico en las estructuras de la Iglesia
católica, consistía en que aprobasen la Obra
tal y como Dios se la inspiró, convencer al papa y
a los cardenales de que la marcha de la Obra no debía
ser regulada minuciosamente, sino que había que dejar
la iniciativa al espíritu, encarnado en él,
"el Padre" de toda la Obra. [Moncada, Alberto,
"Los hijos de!
Padre, Argos Vergara, Barcelona, 1977, p.76].
Paradójicamente, con una legión de canonistas
en sus filas, el Opus Dei se presentaba como víctima
de la incomprensión vaticana y Escrivá se quejaba
de lo mucho que le costaba a la curia de Roma entender el
"espíritu de la Obra"; porque en Roma, afirmaba
Escrivá sin remilgos, había una gran tendencia
a la normativa y a la juridicidad, como si estos elementos
no fueran de lo que se abastecía internamente el Opus
Dei, en su incesante búsqueda del Poder y en el control
absoluto de sus miembros. Por ello la etapa fundacional no
murió con el fundador y en 1982 consiguieron una jurisdicción
cuasiepiscopal, aunque con ciertas limitaciones. [Ynfante,
Jesús, "Opus Dei", Grijalbo Mondadori, Barcelona,
1996, pp. 435-440]. Una vez alcanzada una adecuada estructura
de poder como la Iglesia y paralela a ella, el Opus Dei se
presenta como una fuerza totalitaria y los miembros de la
Obra se atreven a reconocer públicamente que sólo
en el Opus Dei se encuentra el futuro de la Iglesia.
Respecto al reclutamiento de miembros y como organización
constituida sobre la base de un credo religioso y del conjunto
de personas que lo profesan, el Opus Dei utiliza sin escrúpulos,
para aumentar sus efectivos, técnicas de captación
típicamente sectarias, como cualquier movimiento confesional,
grupo o secta. [Foundation ODAN,
Guía para padres sobre
el Opus Dei. The Opus Dei Awareness Networth Inc.,
Pittsfield, Maryland, EEUU., 1991]. Desde sus comienzos
en los años cuarenta, el objetivo del Opus Dei ha sido
siempre la ambición sin límites de convertirse
en una Iglesia, la verdadera Iglesia, y para ello todo sirve,
desde la oración y el renunciamiento hasta la exigencia
de una vida con total entrega para sus miembros. Se trata,
en última instancia, de convertirse si no en la única
y verdadera Iglesia católica, al menos en una "Iglesia
paralela". O, como solía traducir Escrivá
sus ambiciones a un lenguaje de cazurronería de pueblo
maña, en "una partecica de la Iglesia".
Una maniobra realizada en 1966 mostró claramente la
actividad fraccional del Opus Dei dentro de la Iglesia católica.
Estaba entonces el Opus Dei en su apogeo, con un aumento importante
de sus efectivos y unos éxitos políticos arrolladores
en España, con lo que alcanzaba la soberbia de Escrivá
cimas insospechadas. Sin embargo, las relaciones con el Vaticano
fueron empeorando paralelamente a sus triunfos españoles
y como los momentos vividos por los dirigentes eran de gran
tensión, Escrivá, acompañado de Álvaro
Portillo, viajó a Grecia para estudiar sobre el terreno
la posibilidad de incorporar el Opus Dei a la Iglesia ortodoxa,
porque con el Concilio Vaticano II, según el fundador,
"la Iglesia católica iba a la ruina". El
objetivo del viaje a Grecia fue astutamente disimulado por
parte de los dirigentes máximos del Opus Dei, quienes
de regreso a Roma portaron como regalo un icono de aquella
tierra al papa Pablo VI y otro a Angelo Dell'Acqua, entonces
sustituto en la secretaría de Estado, que era uno de
los prelados ultra conservadores protectores de la Obra y,
de ello se encargó personalmente el fundador del Opus
Dei.
No conviene olvidar tampoco la dramática decisión
de la Conferencia Episcopal española, que interpelada
entonces por el Vaticano sobre la conveniencia de transformar
a la Obra de Dios en una prelatura contestó negativamente
una primera vez, asustados la mayor parte de los obispos españoles
con las prácticas de fracción organizada adoptadas
por el Opus Dei dentro de la Iglesia católica española.
[Walsh, Michael,
ob. cit., p. 230]. En cuanto al apostolado con otros grupos
y organizaciones católicas, un prelado español,
es decir, un superior eclesiástico constituido en una
de las dignidades de la Iglesia y que prefirió mantenerse
en el anonimato, ha llegado a calificar a los miembros del
Opus Dei de "pillos que asestan puñaladas de pícaro
por la espalda y no pretenden mejorar a la Iglesia sino silenciar
a los demás".
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