HISTORIA ORAL DEL OPUS DEI
Autor: Alberto Moncada
INTRODUCCIÓN
Analizar el Opus Dei no es sólo un ejercicio de sociología
de la religión, ni siquiera de la religiosidad española
contemporánea. Es cierto que el fenómeno hunde
sus raíces en la mezcla de patriotismo imperial y respetabilidad
burguesa adoptada por el bando vencedor en la guerra civil.
Pero los cincuenta años largos de existencia de la
institución dan pie al analista para describir dos
o tres usos de la Obra, seminalmente contenidos en ella, que
se han revelado mucho más importantes que los propósitos
diseñados por el fundador.
Cuando redacté mi primer estudio (El
Opus Dei. Una interpretación), publicado por
Índice en 1974, después de sufrir unos años
de censura, yo era bastante tributario de esa mezcla de cristianismo
utópico y metodología marxista que predominaba
en la sociología latinoamericana de los años
sesenta y primeros setenta. A su luz, el Opus era la negación
flagrante del espíritu evangélico, un epifenómeno
de la burguesía oligárquica y, por supuesto,
un ejemplo más de la funcionalidad del aparato eclesiástico
a las dictaduras de derechas. Mi libro, como otros publicados
en esa época, reiteraba una y otra vez la contradicción
entre la disposición ascética de los opusdeístas
de a pie y la estrategia directiva para el uso de aquellas
energías y lo interpretaba como un caso más
de manipulación autoritaria de los grupos, de los muchos
catalogados en el ancho inventario que por entonces confeccionaba
la sociología progresista.
Años más tarde, mi segundo intento, un relato
novelado (Los hijos
del Padre, Argos Vergara, 1977), presentaba un escenario
más complejo, un laboratorio de comportamientos en
el que el fervor religioso, la necesidad de pertenecer, el
ansia de medro y la fuerza de las estructuras sociales se
aliaban para generar unas relaciones entre el Opus y sus clientelas
mucho más complicadas y hasta morbosas. Aquello dejaba
de ser un fenómeno español para transformarse
en una organización simbiótica, de las que hacen
las delicias de los investigadores sociales.
Como tal, caben diversas hipótesis interpretativas
de su persistencia en el entramado de la sociedad contemporánea
y todas ellas han sido comentadas públicamente, pese
al hermetismo y la privatización de la información
que practican sus fieles.
Como ocurre en tantas organizaciones, su trayectoria ha sido
modelada, no tanto por las intenciones fundacionales cuanto
por el terreno en el que operan y la necesidad de acoplarse
a él, de sobrevivir, en último término.
De ahí la frecuencia con la que los portavoces oficiales
se enfadan cuando los observadores sacan sus conclusiones,
no de la doctrina y las declaraciones autorizadas, sino del
comportamiento de los socios.
Este tercer intento descriptivo no tiene más valor
que el de servir de trama para una urdimbre de calidad excepcional.
Por primera vez, cinco personas importantes en la trayectoria
opusdeísta me han permitido contar en público
las conversaciones que sobre el asunto hemos mantenido en
privado. Sin esos testimonios, que no son sistemáticos
-quizá lo sean en su día, si lo desean ellos-,
este texto apenas tiene otro valor que el de la ratificación
de lo obvio, de ese consenso que existe ya entre los conocedores
del fenómeno.
Los cinco personajes reflexionan sobre su peripecia, sobre
las cosas que ocurrían en la Obra y el porqué,
sobre el entramado de intereses que se fue constituyendo en
torno a la primitiva fundación. Iba siendo necesario
dar un mentís autorizado a esa versión monocorde
y arcana de los voceros de la institución que es, lisa
y llanamente, contraria a la verdad histórica.
Fisac es un conocido arquitecto que entró en el Opus
de la primera hora y se apartó de él a causa
de los conflictos morales que él mismo relata. Antonio
Pérez, estrella que fue del ascenso temporal de la
Obra, tuvo que sufrir una de las persecuciones más
tenaces cuando se apartó de ella en el ejercicio de
un doloroso viaje de autoesclarecimiento. María del
Carmen Tapia, pasó de directora del Opus a reclusa
en la misma institución, en una peripecia abracadabrante.
Raimundo Panikkar fue la otra estrella, la intelectual, de
ese primer grupo de opusdeístas de la posguerra y sus
aventuras teológicas, en las que persiste, le alejaron
dramáticamente de la institución. Finalmente,
Francisco José de Saralegui, cristiano viejo, tuvo,
casi hasta su misma salida, intervención importante
en la actividad económica de la Obra.
No ha sido fácil obtener estos testimonios. Todos
los personajes tienen, como es natural, una posición
ambivalente respecto a un fenómeno que a la vez que
critican desde una lucidez madura, ha significado tanto en
sus propias biografías, y en especial en la dimensión
emocional de ellas. Por otra parte, todos ellos siguen siendo
católicos practicantes, Panikkar sigue siendo sacerdote,
y sus ejecutorias profesionales se desarrollan en el marco
institucional de la sociedad contemporánea. No hay
aquí, pues, discursos radicales ni desapegos desenfadados.
Hay lucidez, análisis, cierta amargura -la inevitable
amargura de la madurez-, y siempre comprensión hacia
los antiguos compañeros, aunque éstos les hayan
ofendido, perjudicado o desconocido después.
Esta historia oral es, por el momento, la única alternativa
a la historia documental del Opus Dei. Sería muy interesante
que se abriera para la ciencia parte al menos del monumental
archivo que tan celosamente se guarda en la casa romana de
Bruno Buozzi. Allí están, con las constituciones
y las sucesivas ediciones de las Instrucciones de Gobierno,
la colección de Notas y Avisos que ejemplifican, año
tras año, no sólo un estilo de gobernar sino
también las ideas que Escrivá iba teniendo sobre
lo que pasaba o debía pasar en la Iglesia, en la política
española, en la moral pública y privada y, sobre
todo, en las casas y en las vidas de sus súbditos.
Nada de esto, ni tampoco la correspondencia entre los diversos
centros de poder opusdeísta van a estar pronto al alcance
de los historiadores.
Las dos o tres revistas mensuales que la Obra edita en la
imprenta de la casa central, para consuelo y estímulo
de sus socios y amigos selectos, ofrecen un relato de éxitos
apostólicos y noticias internas cuyo análisis
podría ser también interesante para el estudioso.
Nada de eso va por ahora a ver la luz pública. La
reducción de la información oficial al panegírico
es una invención del mundo mercantil que grupos políticos
y religiosos practican hoy con la misma asiduidad y que naturalmente
hacen más difícil la tarea del periodista y
del historiador.
Por ello, repito,.esta historia oral resulta, hoy por hoy,
una importante contribución al conocimiento de un fenómeno
que, en lo profundo, representa la persistencia de la organización
patriarcal, de la familia, como fórmula de negociación
que se superpone a las otras estructuras sociales, transformando
relaciones políticas, mercantiles y, por supuesto,
aventuras intelectuales y religiosas, en una afirmación
de la "cosa nostra".
De este tipo de organizaciones y estilos están plagadas
nuestras democracias industriales, pese a su aparente repudio
de los poderes fácticos, y el caso de .España
es paradigmático al respecto.
Los opusdeístas se reconocen a sí mismos como
miembros de una familia, antes de cualquier otra definición,
una familia en la que el padre es el personaje principal.
La historia de estos primeros cincuenta años del Opus
Dei no es sino una biografía ampliada de Monseñor
Escrivá, de su evolución psicológica,
de sus relaciones con propios y extraños y de la obediencia
incondicionada de sus gentes. Esta obediencia, esta devoción
al Padre, nutrida de los más viejos materiales del
patriarcado tradicional, se convierte en razón de vivir
para sus hijos, en clave para sus vivencias religiosas y termina
oscureciendo cualquier otro modo de entender la vocación
del Opus Dei. El culto a la personalidad del Padre, en el
que los analistas ven la mayor dificultad para una modificación
de la trayectoria opusdeísta, se engendró en
el espíritu de ese hombre, cuya fe en su destino, le
hacía decir: "He conocido a siete papas, cientos
de cardenales, miles de obispos. Pero fundadores del Opus
Dei sólo hay uno."
Hoy se ha puesto de moda seleccionar un particular suceso
para simbolizar eso que se llama el fin de la transición
española del franquismo a la democracia. Hay como una
especie de prisa por cerrar un periodo en el que pudieron
haber ocurrido otras cosas de las que ocurrieron. Lo que sucedió
fue, naturalmente, la consolidación de un pacto global
de intereses en el que las fuerzas más renovadoras
aceptaron un compromiso con los poderes más concluyentes
del pasado inmediato en beneficio de lo que muchos consideraban
la única solución viable. Mi particular símbolo
de ese cierre del período es la visita de Luis Valls
Taberner -mi banquero, como le llamaba Escrivá- a la
sede del PSOE y su encuentro, semblantes satisfechos, con
Alfonso Guerra, incorporado ya al archivo gráfico de
la época. Valls felicita al político socialista
en la calle de Ferraz, a pocos metros de donde estaba situada,
cincuenta años antes, la primera casa del Opus Dei,
desde la que Escrivá reclutaba a sus primeros fieles
y les enrolaba en la causa de la recristianización
intelectual de la España republicana.
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