HISTORIA ORAL DEL OPUS DEI
Autor: Alberto Moncada
Capítulo V.
IDEOLOGÍA Y ESTRATEGIA (y II)
Junto a ella surge otra llamada, que en cierto sentido contradice
el impulso militante de aquellos célibes de la primera
hora. Se trata de dedicar muchas energías, muchos esfuerzos,
al mantenimiento de la familia, también amenazada por
las nuevas tendencias. A través de colegios, publicaciones
y sobre todo en la labor individual de sermones y confidencias,
los socios de la Obra consideran primordial en su apostolado
el mantener intacta esa célula social primaria y el
fortalecer el entramado de lealtades que el modelo tradicional
de familia lleva consigo. Todo un cambio de actitud de aquellos
jóvenes de los años treinta y cuarenta que consideraban
a la familia como un obstáculo para sus rotundas aventuras
a lo divino en el mundo.
Muchos socios, muchas asociadas dedican sus vidas, a recordar
a maridos y esposas, hijos y padres, sus mutuos deberes y
gran parte del apostolado femenino pasa por el adoctrinamiento
de la mujer en la dedicación al hogar. El estilo "Telva",
con un modo determinado de orientar el comportamiento de la
mujer burguesa española, difunde entre ellas una mezcla
de simplicidad intelectual, énfasis en los sentimientos
y espíritu de servicio al marido y a los hijos que,
convenientemente elaborado con recetas de cocina, artes domésticas
y consejos sociales, se constituye en eje de un feminismo
cotidiano, mezcla de tradición y modernidad, que merece
los reproches de otros feminismos.
Pero el reproche principal que se va extendiendo, en España
y fuera de ella, a la acción apostólica del
Opus Dei sobre los casados, es su elitismo el incorporar las
actitudes, las aspiraciones de las clases más burguesas.
Y, en cierto sentido, una aplicación al apostolado
con casados de aquel propósito selectivo original para.
con los solteros, futuros numerarios. El resultado es que
hay muchos más supernumerarios y supernumerarias conocidos
en las clases media y alta. De ahí que mucha gente
se extrañe, o se mofe, de la pretendida preocupación
opusdeísta por la perfección cristiana, incluida
la pobreza, difundida entre familias con un alto nivel de
vida, que exhiben aparatosos símbolos de distinción
y cuya actividad laboral tiene lugar en los puestos más
altos del capitalismo o en las profesiones más funcionales
al mismo. Así se entiende el comentario cínico
de aquel observador madrileño: "El Opus Dei es
un ten contén entre el cilicio y el Remy Martin."
La estrategia y la ideología de la última,
más reciente, etapa del Opus Dei se acercan, en esas
diversas líneas, a las de las sectas fundamentalistas
que tratan de crear espacios de seguridad psicológica,
de solidaridad, de complicidad, para los miles de habitantes
de la modernidad industrial que se encuentran incómodos
en ella y buscan perpetuar costumbres, alianzas y propósitos
que mantengan su identidad. En unos casos, se trata de fenómenos
de burguesía tradicional, que no quiere perder sus
señas distintivas. En otro caso, las clientelas son
los sectores más ignorantes, menos sofisticados, de
las clases medias emergentes, para quienes la pertenencia
a la Obra es un símbolo de ascenso social dentro del
entramado conservador.
Junto a ese tejido ideológico costumbrista, persisten
las aventuras civiles, mercantiles, políticas de quienes
la conexión religiosa sirve para más cosas.
En ese sentido, a partir de la etapa de la confusión
político mercantil ya es muy difícil disipar
la imagen de un Opus telaraña, plataforma de asociación
de intereses, por mucho que se empeñen los superiores
en obstaculizar ese modo de utilización de. la conexión
opusdeística.
La persistente alegación de independencia civil de
los so~cios que hacen los medios de comunicación de
la Obra se inscribe en ese esfuerzo, generalmente baldío,
de clarificación que, las más de las veces,
es motivado por razones de consumo interno.
Educación de menores, servicio a la familia, disciplina
de la mujer, reafirmación del catolicismo doctrinal,
son las nuevas metas del Opus Dei.
Seguridad psicológica, apoyo en el fundamentalismo
religioso, político y social propios, un cierto morbo
de formar parte de algo distinto y una plataforma para eventualmente
hacer más cosas que el simple pertenecer a la Obra,
serían los beneficios individuales de la nueva estrategia
corporativa, que hoy subraya mucho más los aspectos
intimistas de la vocación que la anterior militancia
en una cruzada pública de recristianización.
Para algunos socios, todo esto ya estaría en germen
en el primer Opus, y la etapa posterior, la de las aventuras
político-comerciales, que fue más consecuencia
de una necesidad de supervivencia que un diseño explícito,
debe ser rápidamente olvidada, de ahí la insistencia
de sus voceros oficiales. El mensaje de Escrivá resultaría
más fácil así de interpretar y de asumir
por grandes masas de católicos acríticos que
por una reducida élite de intelectuales... Pero al
precio de una gran desbandada.
"Yo pedí la admisión en el Opus Dei
en 1953 -cuenta Saralegui- con mi carrera de Derecho ya
terminada. Lo hice porque me pareció que, en aquellos
años, la Obra representaba una renovación
del catolicismo tradicional, abierta, progresiva y libre;
menos clerical y más esperanzada.
"Dejé la Obra veinticinco años después,
fatigado y triste, tras una época larga y dolorosa,
suavizada por el trabajo profesional y por la fraternal
amistad de algunos compañeros de ilusiones, que conservo
aun.
"No deseo en modo alguno criticar una institución
que tiene las bendiciones de la Iglesia Católica
y a la que he dedicado buena parte de mi vida. Sí
puedo y debo decir lo que en ella no me ha gustado; lo que
ha sido para mí causa de decepción, aunque
no de amargura. Desgraciadamente, creo que para nada servirá;
y esta convicción de la imposibilidad de ninguna
reforma -muerto el fundador-, decidió en buena parte
mi apartamiento de la empresa, en la que conservo amigos
maravillosos; a la que veo, desde mis cincuenta y cinco
años, con ojos lejanos y no admirativos. Pero desde
luego, con todo respeto.
"La santificación del trabajo, idea básica
de la espiritualidad del Opus Dei, resultaba muy atractiva
para las generaciones de la posguerra española, educadas
en la fe católica, la moral rigurosa, el orden y
la sobriedad. Tenía un matiz progresista y abierto,
unas gotas de calvinismo y una cierta apertura social.
"Pero por lo que yo entiendo, dicha idea se fue envolviendo
poco a poco en un estilo autoritario, al borde del totalitarismo,
y en un ambiente inmovilista y conservador. Las palabras
del fundador penetraban y organizaban las vidas, las opiniones,
las conciencias. Y tenían habitualmente, a mi juicio,
esos dos caracteres dominantes: autoritarismo casi totalitario
y clara inclinación por las posturas conservadoras.
Desde Trento y el latín hasta la sotana y la mantilla,
desde san Agustín y santo Tomás hasta la decoración
de los centros, la balanza se inclinaba siempre por el platillo
conservador. La desconfianza era sistemática ante
los teólogos modernos, ante las innovaciones litúrgicas,
ante cualquier adhesión que no fuera incondicional.
"Se hablaba de libertad política y profesional.
De la segunda tengo experiencia personal, pero creo que
hay mucha menos libertad en cuanto a opciones políticas.
Si los esquemas en que uno vive son autoritarios, inmovilistas
y conservadores, sólo con un esfuerzo mental casi
esquizofrénico se puede ser, de veras, socialista
o liberal.
"Por otra parte, todo lo importante pasa por los directores,
y los directores son nombrados, sin excepción, desde
arriba. Y enseña la experiencia que, en cualquier
organización autoritaria, no es difícil que
los nombramientos tengan en cuenta más la adhesión
incondicional que la categoría personal o la calidad
humana. En los así nombrados, es natural que su capacidad
de criticar e innovar sea escasa; y sus ganas, nulas.
"Es por ese sentido de la autoridad por el que se
aparta a los socios jóvenes de sus familias, se les
prohíbe que cuenten a sus padres la verdadera situación
de sus relaciones con la Institución, se les controlan
férreamente sus lecturas, su tiempo, sus relaciones
sociales; se les niega la asistencia a espectáculos,
se suma un trabajo interno al profesional a fin de que les
sea muy difícil una reflexión crítica,
profunda y serena. El espectáculo de la presión
psicológica sobre corazones y cabezas inmaduros nunca
lo he podido aprobar. Hay otros rasgos de la Obra que, como
todo lo humano, tienen su cara y su cruz; éste, para
mi, ha sido sólo cruz durante muchos años.
"El conservadurismo ambiental de la Obra, creo, está
muy unido al del fundador. Yo soy de familia católica
desde hace mil años y amo la historia. Y sé
que los evangelios han abierto un camino ancho y hermoso,
en el que caben todos los humanos que crean en Dios y en
la caridad. Unos van por ese camino deprisa, otros despacio;
unos por la izquierda, otros por el centro o la derecha;
unos son optimistas, otros pesimistas; unos contemplativos,
otros trabajadores; unos más rígidos, otros
más laxos.
"Yo creí que en el Opus Dei ("sois libérrimos",
"sois cristianos corrientes") cabría esa
variedad. Pero no fue así. Había que copiar
al fundador con absoluta fidelidad; y ya que era imposible
imitarle en su sacerdocio o en su trabajo, era obligado
ser fiel a su espíritu; mejor diría a su talante
dogmático, autoritario y conservador. Y desde luego,
individualista y familiarista mucho más que social.
El modelo de catolicismo de José María Escrivá
de Balaguer, a mi juicio, fue el del ambiente que vivió
en su juventud: el de la clase media española de
los años 20 y 30. Con algunas añadiduras -externas
pero importantes- aportadas por algunas señoras distinguidas
de Madrid y de la burguesía bilbaína, cuyas
carencias básicas eran la escasa talla intelectual
y cultural y una insensibilidad generalizada para los problemas
sociales, combinada con un gran apego a la familia y la
propiedad. De los tres círculos concéntricos
de la moral -el individual, el familiar, el social-, los
dos primeros se llevaban la parte del león. Y dejaban
un escaso margen a la enorme amplitud, creciente, de la
moral social; que va desde el pago de los impuestos y el
cumplimiento de las reglas de circulación, hasta
el fraude industrial, comercial o financiero y la preocupación
por el Tercer Mundo; y considera que las circunstancias
económicas, sociales y culturales algo tienen que
ver con la orientación de las vidas humanas.
"En la moral personal y familiar, es lógico
que el sexo se llevara la mejor parte. La ya conocida obsesión
de muchos clérigos católicos por este tema,
se multiplicaba en la Obra. Es un hecho que el Opus Dei
ha fomentado un notable contingente de familias numerosas,
digno de todo respeto. También, que -si las posibilidades
económicas no acompañan- ese espíritu
de generosidad incontrolada ha producido no pocos dramas
y angustias; y que su aplicación ha de concentrarse
preferentemente a matrimonios de buena posición económica
y con mucha salud.
"Pero hay un efecto secundario de la "obsesión"
que -buscado o no- de hecho sobreviene. Y es que una atención
desmesurada a la moral sexual disminuye la atención
debida a la moral social, de importancia creciente en un
mundo donde las relaciones y las interdependencias se multiplican.
El hombre es limitado, no puede llegar a todo con la misma
intensidad, necesita establecer prioridades para sobrevivir.
Enseña la experiencia que quien concentra la mayor
parte de su atención en el sexo, no es muy sensible
a la moral social. También a la inversa: quienes
sobrevaloran la ética social, con facilidad infravaloran
la moral sexual y familiar. Y así se forman dos grupos,
bien visibles, condenados a no entenderse.
"Hablaba antes de ese dato, nobilísimo, de
la experiencia española: hay en los ambientes del
Opus Dei muchas y excelentes familias numerosas. Sin embargo,
no parece que los socios de la Obra se hayan distinguido
por el cumplimiento fiel de la legislación fiscal,
de las normas económicas, comerciales o financieras,
por tratar de suavizar las diferencias económicas
o culturales, por su caballerosidad y su limpieza en cuanto
autoridades públicas, por su ayuda a instituciones
de carácter social o de beneficencia, por su disponibilidad
para combatir el subdesarrollo, la enfermedad o la ignorancia;
por su atención al Tercer Mundo, a esos miles de
millones de personas que se acuestan con hambre todos los
días, cuya angustia caerá sobre nosotros y
sobre nuestros hijos. En la historia de España, "Matesa"
y "Rumasa" serán dos anécdotas insignificantes
y confusas. Pero es lo cierto que ambos asuntos estuvieron
atravesados de cien nombres relacionados con el Opus Dei.
"Es obvio que el sexo, el dinero y el poder tienen
relación con casi todas las decisiones importantes
de los hombres, individuales y colectivas. Y lo es también
que quien sólo concede importancia a una de ellas
(el sexo, en este caso) infravalora la tremenda capacidad
corruptura del dinero y del poder. Falta de realismo muy
habitual en organizaciones católicas dirigidas por
clérigos, espero que no dure mucho tiempo en el Opus
Dei, cuya base laica y profesional nunca la admitirá
de buena gana.
"Lo mismo me atrevo a decir del sentido de la autoridad
enérgica e incontestada y del espíritu ("esculpido
en mármol", decía el fundador) que se
pretende mantener rígido y congelado en las vidas
de laicos corrientes que se desarrollan en un mundo en constante
mutación. Esto sólo es posible en el ghetto,
en el aislamiento y la soledad. Lo cual, creo, se está
intentando en el Opus Dei. Y creo también que se
puede conseguir; bien es verdad que a un alto precio. Al
precio de muchas angustias, cansancios y abandonos; al precio
de -a la larga- no cumplir el deseo inicial de Escrivá
("seréis inyección intravenosa en el
torrente circulatorio de la sociedad") ni siquiera
la vieja hermosa metáfora evangélica de diluirse
como la sal.
"Sobre la personalidad de José María
Escrivá de Balaguer, creo recordar, a la letra, una
nota suya muy antigua, fechada en Roma, de fines de los
40: "Nosotros no vamos al cine; aunque vaya el cardenal
Spellman." Otra en que se calificaba a los disidentes
de desertores y de soberbios. Una tercera según la
cual "el estado habitual de una supernumeraria casada
es el embarazo.
"Estas frases -y cien similares- tienen una enorme
importancia en la vida real de los socios, que en su inmensa
mayoría jamás ha visto las antiguas Constituciones
del Opus Dei, sino un catecismo resumen de las mismas, obligatorio
y oficial.
"Debo decir, según mi propia experiencia, que
nunca pude elegir mi propio camino y mi propio estilo. "Somos
cristianos corrientes", "sois libérrimos",
eran frases vacías ante un aluvión de notas,
avisos y cartas (mas informes amplios sobre temas concretos
de tipo ya político-social, como la teología
de la liberación, el socialismo, la educación,
el latín), que conformaban hasta el último
rincón de tu personalidad. A partir de los años
sesenta, no vi más evangelio que Camino, ni más
profeta que José María Eserivá.
"Creo que no es realista tratar de la Obra sin mencionar
su compleja personalidad. La veneración que sentían
por él los más antiguos se trasladaba a los
jóvenes; y se creaba e incrementaba un mito que,
al ser contrastado con la realidad, produjo decepciones
importantes y, en mi caso, una inicial confusión,
seguida de un alejamiento de la persona y quizá -más
adelante- de su doctrina.
"Todos los socios mayores de la Obra pasamos muy malos
ratos tratando de entender -y de explicar más tarde-
por qué se había hecho reconocer como Marqués
de Peralta, con las consiguientes apariciones en el
"Boletín Oficial". Pero no nos sorprendió
en absoluto; porque a nivel interno, le habíamos
visto, al mencionar su niñez, subrayar ciertos rasgos
de bienestar familiar, dejando en penumbra siempre las conocidas
dificultades económicas de sus padres, normales y
-a mi juicio- honrosas. En Barbastro, permitió que
se derribase su auténtica casa natal, sustituyéndola
por otra, que copia las mansiones nobles del Alto Aragón.
Nunca se ha tratado de conservar la entrañable y
modesta casa de Martínez Campos, 4, aún intacta,
donde vivió con su familia años decisivos.
En cambio, puso todo su afecto en el antiguo palacete de
Rafal, en Diego de León, 14, en el que instaló
un repostero nobiliario en la escalera central. Y en la
basílica de Torreciudad, en el retablo del altar
mayor, figuran siete escudos con sus siete apellidos nobles.
En una de las "Crónicas", revista interna,
del año 76 creo, decía textualmente: "Yo,
que desciendo de una princesa de Aragón...
"Mínima debilidad ésta, no sé
si alguna relación tiene con lo que todos creían
-él, quizás, el primero- singulares y directas
intervenciones de Dios en su vida. Y por tanto en la de
la Obra. Se hablaba de situaciones difíciles (desde
el paso de los Pirineos en la guerra civil hasta incidentes
jurídicos en el Vaticano y complicaciones económicas
importantes) saldadas favorablemente por directa intervención
divina. Se decía incluso que, por revelación
singular, él conocía la fecha de su muerte;
que iba a ser en 1984. No fue así. Sus primeros seguidores
crearon un mito prodigioso en el ambiente único e
irrepetible de la posguerra española y la Segunda
Guerra Mundial. Quizá la época les pudo.
"Pero creo que todas las cosas divinas han sido hechas
a través de los hombres; y que nada humano nos es
extraño. En los primeros socios del Opus Dei que
YO he conocido, de los años 30 y 40, encontré
una fe maravillosa y una gran generosidad. La encuentro
aún. También en muchos otros de mi generación
y en algunos que he tratado hasta 1979. Los he querido y
los quiero.
"Si escribo estas líneas -para mí dolorosas-
es precisamente para hacerles reflexionar en tantos dramas
de conciencia que cuestiones secundarias del espíritu
del Opus Dei han producido. Y para que se animen a vencer
una pretendida "fidelidad al espíritu fundacional"
que, a medio y largo plazo, puede conducir a la Obra a refugiarse
en una ciudadela artillada, en un ghetto peculiar, en una
isla católica al margen de la historia y de la vida.
"La santificación del trabajo y de las obligaciones
de cada día es un mensaje hermoso, sencillo y esperanzador,
interclasista y universal. Siempre que incluya las obligaciones
sociales; que empiezan -pero no terminan- en el círculo
familiar. Y siempre que dé más importancia
a una tradición milenaria de la Iglesia católica,
a los Concilios y, en último término, a los
evangelios.., que a las palabras, quizás ocasionales,
de un hombre apasionado en el contexto dramático
de la guerra civil española y de la Segunda Guerra
Mundial. Al cual respeto, sin compartir en absoluto su autoritarismo,
su intolerancia con los discrepantes, ni su unidimensionalidad.
Talantes así ha habido siempre en la Iglesia; pero
han sido, irremediablemente, transitorios y minoritarios.
La más ancha y profunda tradición católica,
la que es base y fundamento de toda responsabilidad moral,
considera legítimo y normal que no todos los hombres,
en todos los tiempos, den las mismas respuestas a las grandes
preguntas que plantea la vida."
El testimonio de Raimundo Panikkar, ya desde fuera de la
Obra, sobre la trayectoria y la teología del Opus Dei,
se expresa en esta carta que me dirige.
Querido Alberto:
Me has pedido que colabore contigo en un libro sobre el
Opus Dei. Durante muchos años no he sentido interés
ninguno por hacerlo. En la introducción a mi libro
"Cometa" (Madrid, 1972), escribí que no
estaba "arrepentido de aquella etapa de mi vida, ni
tampoco de haberla superado". Y sigo sin esta inquietud
auto justificante, aunque comprendo que muchos la tengan.
Comprendo incluso el deber de aclarar una historia más
o menos pública. Pero no tengo ningún interés
en escribir mi historia; estoy todavía demasiado
empeñado en vivirla.
Me has contado tu proyecto. Me parece muy interesante.
Pero me encuentro como el pez fuera del agua. Incluso cuando
estaba en la Obra todas estas cosas me resbalaban porque,
en el fondo, no me interesaban demasiado. Mucho de lo que
me cuentas sobre los negocios de la Obra y otras actividades
políticas es nuevo para mí, aunque reconozco
su verosimilitud.
No digo que no se deba entrar en lo anecdótico,
es también importante, y tú lo manejas bien,
sabiéndole extraer la categoría latente.
Si yo no estoy en esta longitud de onda, ¿por qué
transigir una vez mas que se me inserte en ella? Me parece
una postura muy similar a la de mis años dentro de
la Institución, en los que por una malentendida "santa
indiferencia" me despreocupaba de lo meramente contingente,
aunque no pueda arrepentirme de esta actitud que, por peligrosa
que sea, no veo completamente equivocada.
Esto no quiere decir que desoiga al amigo que me pide colaboración.
Algunos interpretaron como cobardía u oportunismo
mi silencio hasta ahora. Diría que fue más
bien indiferencia, quizás en el fondo porque considerase
a la Obra como un fenómeno interesante para unos
cuantos, pero relativamente poco importante con respecto
a lo que en lenguaje cristiano pudiera amarse el Reino de
Dios y su Justicia, en lenguaje indio, la verdadera realidad
"satyasya satyam, paramarthi ka", y en lenguaje
secular los vectores incisivos en la marcha de la realidad
(que aunque sea temporal no es exclusivamente histórica).
Y después de este párrafo, que creo manifiesta
ya mi talante, he aquí algunas reflexiones que si
te parecen oportunas puedes muy bien publicar.
Lo biográfico primero, en segundo lugar lo teológico
y lo atmosférico en tercero.
Respecto a lo primero ya sabes que me interesa poco. Leyéndote,
me doy cada vez más cuenta que yo nunca entré
en la institución que describes. Y no porque me diese
todo por una friolera o no tomase en serio lo que la Obra
decía de ella misma, sino precisamente por esto mismo.
Yo la entendí en su núcleo sacramental más
profundo, como entiendo la Iglesia. Yo no entré en
ningún club, ni siquiera considero que la Iglesia
a la que me haces pertenecer sea la tal organización
burocrática. Por eso cuando tú, por ejemplo,
me haces "católico practicante" la frase
en ti, y me imagino que en muchos lectores, tiene un sentido
que es sólo una parte ínfima y secundaría
del que yo le doy.
Pero de nuevo se me entendería mal si se me interpretase
como diciendo que no me importa lo concreto. En manera alguna.
Hay que entrar en la vida por alguna puerta y, como la etimología
misma sugiere (la raíz "per", de puerta,
significa transitar), uno no se queda en el lindero de la
puerta sino que transita hacia las profundidades de la experiencia
humana. Todo hombre tiene que renacer y pasar una iniciación
para llegar a la madurez, pero, ¡ay de aquel que tiene
miedo a caminar hacia delante, hacia lo desconocido! Digo
que tomé a la Obra muy en serio en el sentido indicado.
Por pertenecer la Obra a la estructura sacramental de la
Iglesia consideré mi entrada en la Obra como una
iniciación. Y toda iniciación es un punto
de partida, una puerta y no una meta. Lo que la Obra decía
que sí era una concreción de lo que la Iglesia
afirma de ella misma: un espacio en donde se puede vivir
la plenitud humana, un ambiente en donde las potencialidades
de la persona no se pierden, se encauzan y se dirigen a
la edificación del mencionado Cuerpo Cósmico
de la Realidad (Reino de Dios y su Justicia).
Puedo empezar con algunos recuerdos personales. Los podría
destilar, y describir lo que podría llamarse la atmósfera
de la Institución. Empezó por ser un pequeño
grupo más o menos carismático con un ideal
evangélico muy puro y elemental que lentamente, a
raíz de las circunstancias por una parte, y de lo
que estaba latente en el espíritu del fundador, se
fue convirtiendo en lo que sociológicamente se llama
una secta, sin que ello signifique un juicio negativo. Incluso
san Pablo afirma que es conveniente que haya sectas. Poco
a poco, lo jurídico, la prudencia del espíritu
o de la carne, la necesidad de pensar en uno mismo para
sobrevivir como grupo diferenciado, y la ideología
que casi inconscientemente se iba formando, hizo que la
Obra se convirtiera en el patrón absoluto para juzgar
sobre la moralidad de toda actividad personal o colectiva.
Se hace lo que conviene al Opus Dei, puesto que tiene los
mismos intereses que la Iglesia y que Dios mismo.
Yo veía todo esto y sufría por ello. Le escribí
varias cartas al Padre en este sentido. Por desgracia no
recuerdo tener copia de nada. Se me contestaba -verbalmente-
diciéndome que "el espíritu" era
el mismo. El conocido teólogo suizo, antiguo miembro
de la Compañía de Jesús, Hans Urs von
Balthasar, escribió un artículo con preguntas
teológicas sobre la naturaleza de la Obra. Se me
dijo que le contestara. Me esforcé en responderle
teológicamente, pero mi larga carta no gusto y se
me dictó prácticamente una respuesta beligerante
que no entraba en materia. Mucho más adelante alguien
en "Nuestro tiempo" (1964) volvió a discutir
a Balthasar, aunque sin contestar sus argumentos.
Antes de la "Provida Mather Ecclesia", de Pío
XII, que establecía los Institutos seculares, escribí
unas cuantas páginas que luego me enteré sirvieron
de pauta a lo que constituyó la base teológica
del documento pontificio.
II. Alberto, amigo:
Me has pedido que te escriba sobre la "teología
del Opus Dei". Aparte del uso y abuso que se hace de
la palabra: teología del juego, del trabajo, de la
política.., como si el theos dictase o inspirase
a algunos especialistas cuál es "su" opinión
sobre tales temas; aparte digo de lo abusivo de la expresión,
veo además otras dos grandes dificultades para complacerte.
En primer lugar, hace veinte años que estoy alejado
de la Institución, y me auguro que en tal lapso de
tiempo haya habido una reflexión teológica
mayor que la que yo conozco. No se puede hacer todo a la
vez. El Opus Dei empezó "haciendo". Espero
que a estas alturas haya también un "pensando",
esto es, que tenga también un pensamiento. Se ha
escrito bastante sobre el Opus Dei en plan polémico
y en plan apologético pero yo no he encontrado aún
una "teología" elaborada. La actual bibliografía
sobre la Obra ofrece pocos puntos de reflexión teológica.
Acertadas me parecen las páginas de Lluís
Duch, monje benedictino de Montserrat, en su libro "Esperança
cristiana i esforç humá" (págs.
132-139), que subraya el carácter de teología
política de la Obra basada en la dicotomía
entre amigos y enemigos. Añado en seguida que el
pensamiento teológico no lo es todo, ni en la vida
ni en la realidad. Queda pues doblemente relativizado todo
lo que yo pueda decir.
Mi segunda dificultad la he apuntado ya: el carácter
eminentemente pragmático más que teológico
de los inicios de la Obra. Yo puedo hablarte algo, e imperfectamente,
del período formativo que va desde el 1940 al 1966.
Recuerdo que hace unos años, cuando ya hacía
tiempo que había salido del Opus Dei, cenando a tres
con una alta autoridad académica y política
del mundo europeo, al preguntarme si pertenecía a
la Obra, le contesté dando un juicio demasiado tajante
sobre el Opus. Me arrepiento de haber dado un juicio tan
simplista; sin tener entonces ocasión de matizarlo,
la conversación pasó a otra cosa. Las cosas
de la realidad son complejas. No existe el mal absoluto
ni siquiera subjetivamente. La vida puede tener sentido
incluso en un campo de concentración. Lo irritante
de Soljenitsin para los soviets no fue su cristianismo o
su anticomunismo, sino su elegancia y grandeza espiritual,
que, al no jugar el juego de sus perseguidores, les demostraba
que no le podían doblegar. No sé si me explico.
Se puede sacar bien aun de algo que diste mucho de ser perfecto.
No todo lo nazi era malo, por decirlo brevemente. Muchos
jóvenes se han liberado de las drogas y de la obsesión
sexual, siguiendo a maestros y escuelas que dejan por otra
parte mucho que desear. No todo es malo en Dinamarca. Cuando
vemos sólo el mal ajeno nos traicionamos a nosotros
mismos: descubrimos nuestros pecados ocultos.
Pero aduzco estos ejemplos por una razón más
profunda que la de decir que a cada uno le va según
lo que espera y aporta. Juicios absolutos, además
de no ser casi nunca verdaderos, tienen el gran inconveniente
de impedir la redención, el perdón, el cambio.
Si sólo nos empeñamos en mantener vivo el
recuerdo del holocausto de las judíos, sólo
conseguiremos facilitar su repetición. Uno acaba
por volverse como lo que se odia. El anticomunismo es otro
ejemplo. Quemar nuestros pasaportes de españoles,
europeos, cristianos, creyentes, humanos, por las barbaridades
que se han cometido por los respectivos grupos sólo
puede terminar en la autoinmolación. El puritanismo,
de la clase que sea, es contraproducente. Se autodestruye.
Hacer sólo crítica negativa de la Obra es
tirar piedras sobre el propio tejado.
Aun suponiendo que el Opus Dei contuviese rasgos anticristianos
(según criterios cristianos) e incluso antihumanos
(según normas humanísticas) la simple denuncia
y condena sólo exacerbaría las posiciones
y a la postre quizá las invertiría. Pensamos
en la evolución del marxismo, por ejemplo, que de
posiciones dogmáticas pasa a posturas críticas,
o de la Iglesia católica, que pasa de condenar la
libertad y defender la tortura del hereje a convertirse
en defensora de la libertad y de los derechos humanos. Las
realidades humanas son muy complejas.
En resumen, hablar sólo bien de la Obra, o sólo
mal de ella, o enjuiciarla como un conglomerado de cosas,
algunas buenas y otras malas, me parece metodológicamente
inapropiado (¿qué criterios se aplican?) y
filosóficamente sin fundamento (¿bajo qué
presupuestos se juzga?). Es igualmente inadmisible el silogismo
pueril: "La Iglesia es buena, la Obra está aprobada
por la Iglesia, ergo la Obra es de Dios." Inválido
sería, también, el argumento contrario de
criticar al Opus Dei por ser una obra religiosa y considerar
la religión como mera superstición o institución
maléfica.
En una palabra, uno puede dar su opinión sobre lo
que sea, pero esta opinión es doblemente subjetiva,
esto es, refleja al su jeto con su autobiografía
y está influenciada, ya desde su punto de partida,
por el interlocutor que se tiene en la mente, el cual a
su vez tiene también su contexto, que condiciona
el diálogo. Y la dificultad aumenta, como cuando
en este caso, las emociones son altas. Me he pasado cuarenta
años con mi profesión de comprender al otro
(cultura, religión, filosofía). Me hace cierta
gracia aplicar mis ideas al caso concreto del Opus. La victoria
nunca lleva a la paz.
Me dirás que tu problema es sociológico.
Y tienes razón. Tú intentas comprender un
fenómeno que consideras sociológicamente importante
e interesante. Yo tengo que añadir que este planteamiento
no es el mío. Acaso nos complementemos. Todos convenimos
en que la sociología no lo explica todo; pero yo
temo que mi enfoque sea no sólo atípico sino
incluso atópico. Sin embargo, como no me he negado
a colaborar en tu afán, he aquí esta carta
y mi diálogo contigo. Si alguna vez me aconteciese
querer escribir mis memorias sería más explícito,
pero de momento no quiero hacer ni una "apología
pro vita mea", ni lanzar una catilinaría para
evitar que Pompeyo sea eliminado.
Toda organización que se llame cristiana se referirá,
evidentemente, al Nuevo Testamento como a un punto de referencia
normativo. Pero lo "teológico" se manifiesta:
a) Por la selección de los textos.
b) Por la interpretación de los mismos.
c) Por su traducción en la praxis.
No basta por ejemplo citar muchos textos sobre el amor
si luego se interpretan como amor a la verdad y aun al bien
por encima de las personas y aun las colectividades. No
es suficiente hablar de "ágape" si luego
se traduce en espíritu de cruzada. Este estudio teológico
sobre el Opus Dei creo que está aún por hacer,
a pesar de algunos ensayos sobre Camino.
Finalmente, no hay teología fuera de contexto. Y
el contexto hispánico de los años 30 así
como de los años 40 colorean fuertemente la interpretación
que el Opus Dei hace de sí mismo y del hecho cristiano.
Simplificando, resumiendo y dando un amplio margen de indeterminación
se podrían hacer resaltar los siguientes puntos,
¿los puedo llamar "theologumena"?:
1. El catolicismo romano es la única religión
verdadera fuera de la cual no hay salvación, porque
sólo él contiene toda la verdad.
2. Dentro del mismo catolicismo sólo unos pocos
tienen la valentía de seguir todas sus exigencias
heroicas y a ellos cabe la tarea de ser los continuadores
de la obra mesiánica de Jesús.
3. Sacerdotes y religiosos que tradicionalmente cumplían
esta misión deben ser, por lo menos, complementados
por seglares que la ejerzan:
a) en el mundo, y
b) con los mismos medios del mundo (prensa, política,
mundo del trabajo, economía, industria, riqueza...).
Para ello se impone la disciplina más severa y la
flexibilidad más sutil: la voluntad de vencer (para
Cristo se entiende) e inteligencia de las estructuras anímicas
y sociales, esto es, conocimiento del hombre y de la sociedad
(la Ciencia al servicio de Cristo).
4. Si hay injusticia y desorden en el mundo es porque "nosotros"
(los buenos, los católicos, los practicantes, los
que seguimos los consejos evangélicos) no tenemos
el poder. Por consiguiente, todos los problemas sociales,
del trabajo, de guerra y de paz, etc., están supeditados
a que esa élite se haga con las riendas que gobiernan
el mundo: la teología de las causas segundas. Debemos
aprender de los Césares, Napoleones, Mussolinis.
Lo que ocurre es que ellos eran malos. Por eso fracasaron.
5. El arma para la instauración del Reino de Dios
es el trabajo ordinario. Todo va ordenado a este fin. La
oración, la penitencia y demás virtudes como
la perseverancia, la prudencia, la fortaleza..., se ejercitan
en la palestra del trabajo ordinario dirigido a la conquista
de los primeros puestos de la sociedad, en todos los órdenes
(político, económico, científico, cultural),
para desde allí implantar el reino de la justicia,
del amor y de la paz. Cualquier sacrificio, en aras de tan
noble causa, sabe a poco. No vencerás, Gedeón,
tienes demasiada gente. Selecciona sólo a los más
aguerridos.
6. El mundo no nos entenderá. Los tibios tampoco.
Incluso dentro de la Iglesia gente bonachona como Juan XXIII
que quieren pactar con el mundo tampoco pueden comprender
aquel espíritu de combate que se solía mantener
vivo por la plegaria a san Miguel que de rodillas decían
los sacerdotes después de la misa. Pero, en general,
los buenos han sido hasta ahora poco inteligentes. "Nosotros"
tenemos el deber, y la vocación, de ser buenos e
inteligentes: ¡el minúsculo resto de Israel!.
De ahí la discreción y aun el secreto, la
"disciplina arcani", si es necesario, para no
caer en las asechanzas del "espíritu del mal".
¡Ingenuos, no!
7. Esta utilización de todos los resortes del mundo
(ingenio, estrategia, política, dinero, ciencia...)
por conquistar el poder para la instauración, modernizada,
del ideal de la cristiandad, en una palabra, esta confianza
en los medios naturales, exige una utilización simultánea
de los medios sobrenaturales, puesto que de lo contrario
se rompería el equilibrio y la empresa dejaría
de ser opusdei. Sin oración, sacrificio, obediencia,
santidad... no se consigue nada. Todo va unido. Todo es
congruente. Lo que no se pone en tela de juicio es la subyacente
idea de Dios y de su Reino.
III. Alberto:
Podría seguir indefinidamente, y, como ves, continuar
presentando las cosas desde una ambivalencia acaso inquietante
para algunos. Pero son muchos los cristianos que suscriben
las anteriores tesis. Y son legión también
los que no las formularían así, las interpretarían
diferentemente o las complementarían con otras. La
espiritualidad de Francisco de Asís, reflejada recientemente
en la obra sobre el santo por Leonardo Boff, por ejemplo,
representaría otra lectura cristiana. Las nuevas
olas de la "moral majority" de los Estados Unidos
de Norteamérica nos darían nuevamente otra
interpretación de la Biblia. El pluralismo teológico
es una realidad.
El motivo por el cual me resistía a entrar en todo
este negocio, como te reiteraba al principio, estriba en
la distracción que para mí supone preocuparme
por la menta, el comino y el anís, cuando la importante
de la Vida, la "Torah" como dice el texto, es
la justicia, la misericordia y la fe (el discernimiento,
la compasión, la lealtad), para citar de nuevo al
Evangelio. Cuando el mundo arde, cuando la humanidad en
sus tres cuartas partes sufre de injusticia humana, cuando
el planeta cruje por la "hybris" del hombre, cuando
el cristianismo sufre dolores de parto para engendrar una
"cristianía" liberadora de sistemas de
vida y de pensar del pasado, cuando lo que el Evangelio
conmina es a una "metanoia" radical, cuando lo
que está en tela de juicio son los últimos
seis mil años de experiencia histórica (la
vivencia humana del "homo historicus"), preocuparse
por los detalles de un grupo mesiánico, me parece
interesante en la medida que ello no nos enajena del "unum
necessarium" de la Vida, para seguir con frase de Cristo,
aunque no interpretada, evidentemente, como un "unicum"
exclusivo y partidista. Dicho de otra manera, los problemas
actuales del hombre -y no sólo los de la humanidad-
exigen un "pathos", un "eros" y un "agape"
en prof undidad y extensión difícilmente compatibles
con la rutina de una existencia al servicio de un Sistema
-de praxis y teoría- que a todas luces conduce al
homicido y terricidio.
Me auguro que tu libro nos haga pensar a todos, y actuar
en consecuencia, para sacudirnos esa peligrosa banalidad
que nos amenaza.
Dándote las gracias nuevamente por haberme hecho
volver a pensar sobre mi pasado en función del presente,
te abraza y te es amigo,
RAIMUNDO
Tavertet, 8 de setiembre del 1986.- Fiesta de todas las
Vírgenes negras.
Arriba
Anterior -
Siguiente
Ir a la página
principal
|