HISTORIA ORAL DEL OPUS DEI
Alberto Moncada
CAPÍTULO 3. EL OPUS DEI Y LA POLÍTICA
"Cuando el padre Escrivá hablaba de política
en los años treinta -relata Miguel Fisac-, generalmente
lo hacía, como tantos otros eclesiásticos
de la época, para dolerse de la descristianización
de España y evocar un esfuerzo de la juventud católica
militante para cambiar ese estado de cosas."
Pero no parece que sus primeras intenciones fueran el alentar
a sus seguidores para tomar partido de una forma inmediata
y entrar en la política activa de entonces. Él
se encontraba, dentro de lo limitado de su entorno, algo distanciado
del catolicismo político oficial, aunque su primer
contacto con el mundo eclesiástico dominante se produjera
cerca de los ámbitos de la Acción Católica
y en particular con los propagandistas de Ángel Herrera.
Parece que Escrivá fue introducido en la Escuela de
periodismo del "Debate" y allí se familiarizó
con las consignas propagandísticas de la Iglesia oficial.
Desde entonces le quedó esa obsesión por el
apostolado de la prensa. Pero a medida que él iba haciendo
su recluta de universitarios sentía la necesidad de
alejarse de ese mundo de la acción directa a la que
le invitaban desde el Debate. Parece que el mismo Ángel
Herrera, al percatarse de su labor apostólica, le propuso
que se incorporara a su movimiento y fusionara sus propósitos
con los de la santa casa, ya orientada hacia la constitución
de la CEDA y la creación de la confesionalidad política
en el marco de los acontecimientos republicanos.
"Pero el Padre insistía más en la práctica
de la vida interior, en la preparación sobrenatural
y en la preparación profesional -continúa
Fisac-, y a mí me parece que él no consideraba
compatible esa movilización política inmediata
de los propagandistas, con los fines a largo plazo de la
Obra que, según él, Dios le había inspirado."
De todas formas, el ambiente de la residencia de Ferraz estaba
claramente decantado contra la política que estaba
haciendo la República.
"Es que, en aquellos tiempos, ser católico
equivalía a ser de derechas -explica Fisac-, porque
las continuas provocaciones de la izquierda abrieron un
foso imposible de cerrar entre los creyentes y los defensores
del progresismo social."
La España de los años treinta no estaba para
muchos matices confesionales, y, ni desde Roma, ni desde los
centros confesionales españoles, se tendían
puentes de entendimiento con la intelectualidad y los movimientos
progresistas o agnósticos. Ello era particularmente
notorio en el mundo universitario, al que concurrían
habitualmente los hijos de Escrivá.
Por ello Escrivá no tuvo la menor duda, a la hora
de estallar la guerra civil, de que su lugar, y el de su apostolado,
estaba en la zona nacional, a la que se pasó en cuanto
pudo y en cuyo cuartel general, Burgos, hizo buenas relaciones
con los futuros dirigentes del franquismo, al tiempo que escribía
Camino, en cuyo texto pueden rastrearse notorias referencias
a lo que el mundo católico español llamaría
la Cruzada.
Fueron precisamente esas amistades, con las cabezas civiles
y militares del alzamiento, las que le darían apoyo,
mucho más que sus contactos eclesiásticos, para
su acción posterior, de modo que la conexión
posterior de la Obra con el franquismo político tiene
esos antecedentes de la camaradería bélica.
Escrivá vivió la guerra con el mejor fervor
nacionalista, pero como una peripecia circunstancial que favorecía
en último término sus planes. Sus cartas a los
miembros de la Obra que estaban en el frente, rezuman un marcado
carácter religioso, y casi de exaltación mística
y simbólica en las escritas durante su estancia en
la zona republicana. Y al igual que tantas otras personas,
fechaba sus misivas: primer o segundo año triunfal,
de acuerdo con la cronología de la guerra.
Aparte de sus contactos personales con quienes, civiles o
militares, actuaban con Franco en Burgos, no se puede decir
que en aquella época sus simpatías se decantaran
por algún grupo en particular de los que constituyeron
la coalición franquista.
"Pero indudablemente -sostiene Fisac-, la presencia
de José María Albareda impulsó al Padre
a un trato más directo con el ministro Ibáñez
Martín, que durante catorce años controló
el mundo de la educación y la cultura.
"Sin embargo -continúa Fisac-, para el pensamiento
del Padre, José María Albareda tenía
un talante liberal y, por ello, y por su indudable personalidad
de hombre ya maduro, nunca lo consideró como a uno
de sus más íntimos colaboradores."
No hay que olvidar que Albareda fue becario de la Junta de
Ampliación de Estudios y siempre hablaba con respeto
y admiración de las gentes de la Institución
Libre de Enseñanza que, como a Castillejo, había
conocido personalmente.
"Al Padre le molestaba mucho ese cierto liberalismo
de la Democracia Cristiana. Creía que se trataba
de una típica deformación de los Propagandistas
que, para él, no eran muy de fiar ideológicamente.
Todo aquello -subraya Fisac- me empezó a sonar a
mí, ya entonces, como demasiado estrecho, lo mismo
que muchas otras opiniones profanas suyas, sobre todo en
Arte, con las que mi discrepancia era total, aunque compatible
con un sincero afecto hacia él."
Sin embargo, el catolicismo de Escrivá, sus barruntos
de modernización y laicismo, se destacaba de las actitudes
aún más tradicionales del resto de los católicos
oficiales que formaban parte de los primeros equipos gubernamentales
del primer franquismo. Por eso, además de por su amistad
con Ibáñez Martín y con Carrero Blanco,
Escrivá se granjeó en seguida las simpatías,
o al menos el respeto, de la gente que rodeaba al general
Franco, llegando incluso a formar parte del grupo de sacerdotes
que daban ejercicios espirituales al general y con los que
éste mantenía largas conversaciones acerca de
la unión entre la Iglesia y el Estado, que luego sus
críticos vendrían en llamar nacionalcatolicismo.
Esta cercanía de Escrivá a los ambientes del
poder, al mundo de "El Pardo", que él explicaba
a sus hijos en términos de funcionalidad al desarrollo
del apostolado propio, era en cierto sentido una compensación
al menor éxito, a las confrontaciones que tenía
con el mundo eclesiástico, aunque el obispo de Madrid,
Eijo y Garay, uncido él también a la corte franquista,
desempeñara un papel protector.
Aquella posición de cierto privilegio fue resentida
por otros grupos políticos, como los falangistas, que
tenían sus problemas de acomodo al franquismo y que,
más tarde, verían en el Opus otra fuerza competitiva
en el reparto del poder, influencias y diseño del nuevo
Estado.
Pero con quienes Escrivá mantenía sus mayores
pulsos seguía siendo con los laicos católicos,
con los miembros de Acción Católica o los Propagandistas,
de entre los cuales sin embargo reclutaba algunos adeptos,
como Alfredo López o el propio Alberto Ullastres.
La animadversión llegó a tener algún
que otro tinte violento. En 1949 algunos estudiantes del Colegio
Mayor "César Carlos" de Madrid fueron una
noche al Colegio Mayor "Moncloa" a recitar puyas
satíricas sobre la Obra.
Al día siguiente, un grupo de numerarios fue al "César
Carlos" y organizó una batalla campal a puñetazos.
Aunque aquello no pasaba de ser un lance estudiantil, reflejaba
las tensiones entre hombres, casi todos doctores, que, con
el tiempo, llegarían a la cúspide del poder
franquista y pelearían entre sí por el mayor
control de la situación.
El pleito de quizá mayor duración y más
extendido fue el que se mantuvo con Ruiz Jiménez, que
se pondría a la cabeza del catolicismo reformista años
después de cesar como embajador en la Santa Sede. De
aquella época nació el primer resquemor. "El
padre Escrivá no solía ir a reuniones en las
que no quedara claro de antemano que él iba a ser la
persona más importante -cuenta Antonio Pérez-.
Por eso iba a tan pocas. Pero una tarde le invitó Ruiz
Jiménez a una recepción en la Embajada española
y al llegar, le saludó con un, "¿Cómo
está usted, padre Escrivá?". Escrivá
se dio media vuelta y se marchó. Luego nos explicaba
Alvaro Portillo que aquélla no era manera de tratarle.
Ruiz Jiménez le hubiera podido decir, padre o monseñor
Escrivá, pero no "padre Escrivá".
Aquel incidente marcó el inicio de una hostilidad que
se manifestaría plenamente cuando, a comienzos de los
años cincuenta, y con Ruiz Jiménez de ministro
de Educación, se empiezan a producir los primeros enfrentamientos
culturales dentro del franquismo. Ruiz Jiménez acaudilla
un grupo de universitarios e intelectuales que preconizan
la apertura cultural, hacen regresar a Ortega y Gasset y permitieron
las primeras celebraciones de libertad de expresión
universitaria. Quizás el símbolo de todo aquello
es un libro de Pedro Laín Entralgo, "España
como problema".
De las filas del Opus surge la contestación a ese
libro. Es el escrito por Rafael Calvo Serer, titulado "España
sin problema", que contiene una reafirmación de
la tradición católica sin fisuras y preconiza
la transición hacia una Monarquía de corte tradicional.
Rafael Calvo es el último socio de la Obra de antes
de la guerra y su trayectoria intelectual representa un cierto
símbolo para los pensadores del Opus hasta que, años
más tarde, se produjera su colisión con el franquismo
oficial.
En los años cuarenta, Calvo, que coopera con Albareda
en el Consejo de Investigaciones Científicas, se va
con una beca del mismo Consejo a estudiar a Suiza. Allí
entra en contacto con don Juan de Borbón y algunos
intelectuales monárquicos, lo que contribuye a formar
su pensamiento, que se va acercando por otra parte al catolicismo
de la CEDA. Cuando regresa a España, ya catedrático
de Universidad, aunque continúa haciendo viajes al
extranjero para sus contactos políticos e intelectuales,
constituye la editorial "Rialp", con Florentino
Pérez Embid, Raimundo Panikkar, Antonio Fontán
y otros miembros ilustrados del Opus y comienza a publicar
libros de pensamiento, en esa línea tradicional.
Calvo Serer es, y seguirá siendo, un socio bastante
atípico del Opus Dei, por cuanto que casi nunca vive
en casas de la Obra, como es costumbre de los numerarios,
y mantiene y conserva relaciones con grupos que incluso eran
hostiles a Escrivá. Pero su pensamiento por entonces
es homogéneo con la doctrina de la Obra, tanto, que
se le llega a considerar en algunos ambientes como portavoz
político de Escrivá.
Por esos primeros años de los cincuenta, Calvo constituye
informalmente el grupo que vendría a llamarse la tercera
fuerza, al que aparte de Fontán y Pérez Embid
se incorporan otros socios, como Rodríguez Casado y
gentes que no son de la Obra como el médico López
Ibor que, con su ayudante Póveda, se especializará
en atender las neurosis y conflictos psicológicos de
los socios del Opus Dei. La tercera fuerza tiene conflictos
doctrinales con los falangistas y se convierte en punta de
lanza contra la operación de apertura de Joaquín
Ruiz Jiménez. Antonio Fontán llegaba a decir
en broma que "él llevaba de examen particular
-una de las prácticas piadosas de la Obra- el cómo
hacer cada día algo contra Joaquinito".
"Yo tengo que aclarar -dice Fisac- que esa batalla
a mí no me afectó para nada y yo seguí
siendo amigo de Ruiz Jiménez, sin que notara por
su parte ningún cambio de actitud hacia mí."
A su vez Ruiz Jiménez acaudilla los primeros ataques
de otros grupos franquistas contra el monopolio opusdeísta
del Consejo de Investigaciones Científicas. Son fintas
políticas, luchas capitalinas, dentro todavía
de la hegemonía indiscutida de "El Pardo".
Escrivá deja hacer a Calvo Serer al que incluso utiliza
en sus operaciones de acercamiento a la familia Borbón.
En los finales cuarenta, como es sabido, Franco inicia una
estrategia cuya meta final era la educación de Juan
Carlos de Borbón en España. Escrivá está
atento a ello y consigue participar desde sus comienzos.
"En el verano del 47 -cuenta Antonio Pérez-
yo estaba en Molinoviejo, la casa de ejercicios de la Obra
cerca de Segovia. Una tarde apareció por allí
Carrero Blanco que fue recibido por el Padre y un rato después
llegó Eugenio Vegas Latapié, acompañado
por Rafael Calvo Serer. Yo entonces no sabía nada
de lo que se tramaba aunque Eugenio Vegas, que había
sido letrado del Consejo de Estado, al enterarse de que
yo también lo era, empezó a conversar conmigo.
Luego supe que aquélla fue la primera reunión
entre representantes de don Juan y de Franco acerca de la
educación del príncipe.
"Escrivá era franquista convencido pero era
también monárquico y estaba a favor de que
después de Franco reinara en España don Juan
de Borbón, al que tuvo ocasión de tratar más
tarde en Roma. En el equipo de educadores del príncipe
entran bastantes numerarios y entre ellos destaca Ángel
López Amo, que moriría en accidente en los
Estados Unidos en 1957."
Del grupo de opusdeístas que rodean al príncipe
desde el primer momento se destaca también Federico
Suárez.
"Federico Suárez era un valenciano muy integrista,
que llegó a catedrático de Universidad y que
en 1947 fue ordenado sacerdote -comenta Antonio Pérez-.
Era bastante carlista y no demasiado intelectual por lo
que mi recomendado para el cargo de capellán del
príncipe fue Pepe Orlandis. Pero al final eligieron
a Federico."
Después, una asociada del Opus Dei, Laura Hurtado
de Mendoza, es nombrada secretaria de la princesa Sofía,
puesto en el que continúa.
Con el paso del tiempo, Escrivá también permitiría
el que otros socios de la Obra cortejasen a la rama de los
Borbón Parma. En la Universidad de Navarra un grupo
constituido por Ramón Masó, Pedro Lombardía
y Alvaro D'ors se caracterizan por su carlismo y agasajan
a la princesa Teresa de Borbón, que reside unos meses
en la residencia universitaria femenina. Hacia 1952, numerarias
de la Obra intervienen en la conversión de la princesa
Irene de Holanda. Son actividades que se inscriben en esa
vieja costumbre eclesiástica de cultivar a los príncipes,
que Escrivá aprende en la tradición española.
En 1951 se produce el acceso del primer numerario a la administración
franquista, con la entrada de Pérez Embid, como director
general, en el Ministerio de Información y Turismo
que dirige Gabriel Arias Salgado. Arias empieza a respetar
el equilibrio de fuerzas del franquismo evolucionando y desea
colocar a un representante del Opus en su Ministerio, al lado
de un falangista, un católico tradicional, etc.
"Yo no me acuerdo muy bien -comenta Antonio Pérez-
si cuando vino a verme Arias Salgado traía ya el
nombre de Florentino o me pidió un nombre de la Obra
y yo le di ése. Sé que había tanteado
a Mariano Navarro para subsecretario, pero que lo descartó
porque le había parecido demasiado protagonista políticamente."
La entrada de Pérez Embid, como director general de
información, representa en cierto sentido la consolidación
de la tercera fuerza -Florentino llama en público a
Rafael Calvo el jefe- y proporciona una vía de penetración
para otros socios de la Obra a la vez que la protección
oficial para las por aquel entonces modestas aventuras opusdeístas
en el mundo editorial.
Pero el acontecimiento que propiciaría la consolidación
del grupo Opus en la política franquista fue la relación
que se establece entre Carrero Blanco, el buen amigo del padre
Escrivá y ya hombre de confianza de Franco, y Laureano
López Rodó.
Carrero Blanco veraneaba en Galicia y un día le invitaron
a la residencia del Opus en Santiago, "La Estila",
donde había un acto académico en el que López
Rodó dio una conferencia sobre la reforma administrativa.
A Carrero le gustó mucho. López Rodó
se la envió meses más tarde, publicada en la
revista "Nuestro Tiempo" de Pamplona y, acto seguido,
Carrero le llamó a su despacho para proponerle que
pusiera en práctica esas ideas.
A partir de entonces, empieza una espectacular carrera de
López Rodó en los pasillos del poder franquista.
Su indudable tenacidad y laboriosidad le hacía cada
vez más imprescindible para la inevitable modernización
de la Administración pública en la década
de los cincuenta en que la apertura económica y el
fin del período autárquico demandaba nuevos
modos en el gobierno del Estado.
López Rodó se hizo con la confianza de Carrero
y empezó a dibujarse el perfil del tecnócrata
opusdeísta, un hombre de buena formación técnica,
ajeno a coaliciones y grupos políticos convencionales,
muy de fiar personalmente y además devoto de Escrivá,
con cuya doctrina estaba cada vez más de acuerdo "El
Pardo". Pronto empezaron a surgir las envidias contra
López Rodó y el conjunto de personas que él
y los demás altos cargos del Opus incorporaron a la
Administración, la mayoría socios también
del Opus, como Andrés de la Oliva, José María
Sampelayo, Vicente Mortes, Alvaro Lacalle. Uno de los epicentros
de la confrontación fue la política cultural,
con Ruiz Jiménez en el papel de aperturista y los del
Opus más cercanos al conservadurismo doctrinal, estratégicamente
compatible con la modernización económica y
administrativa.
Los años 53, 54, 55 y 56 son años de consolidación
de la influencia política de López Rodó
y coinciden con la expansión de las sociedades auxiliares
de la Obra en el que socios numerarios y supernumerarios se
ejercitan en la gestión, en el conocimiento del comercio
internacional. Pero son también años en que
arrecia la crítica contra la Obra.
En 1956 ocurren los incidentes universitarios en Madrid que
van a producir la salida del gobierno de Ruiz Jiménez.
En esos días circulan las listas de represaliables
intelectuales, que los falangistas hacen circular y se produce
un clima de belicosidad contra los protagonistas de la apertura
doctrinal, frenada como es sabido por la disciplina militar.
En las listas figura algún miembro de la Obra pese
a que en general estos se alineaban con la postura de rechazo
a la apertura. Concretamente en las casas del Opus Dei de
Madrid se habían dado instrucciones a los estudiantes
universitarios para oponerse a los intentos de libertad de
expresión.
Pero Rafael Calvo había despertado las iras franquistas
porque en un artículo publicado en "Ecrits de
Paris" abogaba por una transición a la monarquía
y atacaba las bases totalitarias del falangismo.
"A nosotros todo aquello nos asustó un poco
-comenta Antonio Pérez- y comprendimos que teníamos
pocas defensas, poco apoyo político, si querían
meterse con la Obra. Incluso temíamos por nuestra
seguridad física y sólo la amistad de José
Javier López Jacoisti con Arias Navarro, por ser
ambos notarios, y éste director general de seguridad,
podía servirnos de consuelo.
"Entonces yo empecé a pensar y a comentar con
Luis Valls y algún otro la conveniencia de buscar
la entrada de gente de la Obra en el Gobierno. Al fin y
al cabo ya había habido algún caso, como el
de Pérez Embid, Mariano Navarro había sido
subsecretario con Vallellano, y teníamos un grupo
de personas ni más ni menos, preparadas para ello
que los demás grupos. Se habló también
con los que ya estaban en la política y, en concreto,
con Laureano, encargado de preparar el terreno con Carrero
Blanco.
"A nosotros nos interesaban dos sectores, el mundo
económico, en el que tener algún ministro
serviría de apoyo para mejorar nuestra situación
financiera y lo relativo a Gobernación, por la citada
y necesaria protección. A las gestiones con Carrero
se unió otra, que surgió fortuitamente. Por
aquella época, José Luis de Arrese estaba
bastante desanimado de la lucha política y quería
retirarse a Navarra, su tierra. Era amigo de Jesús
Arellano y, a través suyo, nos pidió si le
podíamos ayudar en organizar un centro educativo
rural. Con este motivo tuvimos varios encuentros, le debimos
caer bien y Luis Valls, que siempre estaba muy atento a
buscar zonas de influencia, terminó interesándole
en la promoción de miembros de la Obra a las esferas
del gobierno.
"Nuestras gestiones llegaron a oídos de la
gente de la tercera fuerza, Rafael Calvo, Florentino, los
cuales creyeron que era su momento, aunque Rafael tenía
un planteamiento rupturista, antifranquista en el fondo,
y una estrategia, la de publicar y predicar la nueva doctrina,
que a mí y a otros nos parecía descabellado.
Nosotros creíamos que, en aquellas circunstancias,
y si queríamos tener influencia, había que
sentarse en la mesa del Consejo de Ministros.
"La idea que adelantamos y que prosperó fue
consolidar la teoría tecnocrática del Gobierno,
buena gestión, atención a la situación
internacional, algo que Carrero entendió muy bien
e hizo llegar a Franco. El Caudillo necesitaba un recambio
para la política económica. La autarquía
y la estrategia sindical de Girón estaban poniendo
al país al borde de la ruina. Para Franco aquello
era también la oportunidad de uncir a su carro a
estos nuevos católicos, como había uncido
a los anteriores.
"Supimos que Franco iba a abrir una crisis inmediatamente
y empezamos a preparar listas y a ir y venir a Presidencia
del Gobierno. El despiste de la tercera fuerza fue notable
y eso que Florentino vivía en la misma casa que nosotros,
el piso noble de la residencia de Diego de León,
que hacía de casa central de la Obra en España.
Recuerdo que una noche llegó Rafael Calvo muy excitado
asegurando que llevaba consigo la lista buena del Gobierno
que iba a salir al día siguiente. Nos la leyó
y yo, que conocía la realidad, no quise decirle en
ese momento que no había acertado en ningún
nombre. Aquella noche precisamente estaba cenando con nosotros
Alberto Ullastres, que sería nombrado el día
siguiente ministro de comercio, con Mariano Navarro de Hacienda
y un buen amigo nuestro y de Franco, don Camilo Alonso Vega,
ministro de Gobernación. Al saberse al día
siguiente el nuevo Gabinete, el enfado de Calvo y sus corifeos
fue mayúsculo. Estuvo varios meses sin venir a verme
y Florentino bautizó todo aquello con el nombre de
operación Esfina."
Los ministros del Opus Dei, los cercanos, como el citado
Alonso Vega, Laureano López Rodó, que entonces
todavía no era ministro, iniciaron a continuación
una serie de nombramientos subalternos en los que entraron
miembros del Opus Dei por docenas. Había recomendaciones,
presiones internas, y se inició una psicosis, que ya
nunca cesaría, de identificar la cercanía a
la Obra con la posibilidad de medrar políticamente.
La última palabra la tenía Diego de León,
donde había personajes especialmente proclives a esa
costumbre, tan tradicional por otra parte, en todos los grupos,
de nombrar amigos de confianza para cargos de confianza. Uno
de ellos era José María Hernández de
Garnica, superior mayor, sacerdote encargado de la sección
femenina, que persuadió a Alberto Ullastres para que
nombrara subsecretario de comercio a Faustino García
Moncó, un supernumerario abogado del Estado, a quien
él personalmente no conocía. De la mano de García
Moncó llegarían otros, como Gregorio López
Bravo, supernumerario de toda confianza, que haría
una larga carrera política en el franquismo y luego
en las finanzas y que, hasta su muerte, presidiría
el Instituto de Educación e Investigación, que
tanto renombre conseguiría, después, como entidad
puente en los donativos del grupo Rumasa al Opus Dei:
"Los modos de nombramiento de amigos eran típicos
de aquella mezcla de apostolado e intereses -cuenta Saralegui-.
Me acuerdo de que yo estaba de director de una semana de
convivencia para jóvenes supernumerarios en Molinoviejo,
cuando apareció por allí don José María
Hernández de Garnica. Me preguntó si entre
aquellos no habría alguno en condiciones para un
puesto de confianza. Repasamos la lista y el resultado fue
el nombramiento de Ramón San Román como secretario
particular de Alberto Ullastres."
Los tecnócratas opusdeístas se dedicaron preferentemente
a los temas económicos y su primer parto fue el plan
de estabilización, conocido y ya bien analizado por
los historiadores, pero no dejaron de ocupar zonas claves
para los intereses del Instituto, como la Dirección
General de Seguridad, que fue confiada a un supernumerario
de confianza, José Vicente Izquierdo.
Al entrar en el mundo de la política hombres que habían
protagonizado con anterioridad la expansión económica,
como ejecutivos de las sociedades auxiliares de la Obra, y
el caso prototípico era Alberto Ullastres, se produjo
una cierta fluidez entre ambas zonas, lo que permitió
intentar la consolidación de las finanzas opusdeístas
y alentó un sinfín de iniciativas de cooperadores
y amigos viejos y nuevos para aprovechar, en beneficio personal
y corporativo, la nueva situación.
Pero casi en seguida brotaron los conflictos y sobre todo
se redobló la crítica externa contra la Obra
que tenía esta vez acento internacional, algo muy preocupante
para las relaciones de Escrivá con la Santa Sede.
La primera reacción de Escrivá ante estos nombramientos
fue de satisfacción. "En primer lugar -cuenta
Antonio Pérez- era la traducción de aquellos
presagios que nos había hecho el Padre de que nosotros
tendríamos que ocupar puestos de responsabilidad en
la sociedad. Y aquello estaba ocurriendo antes de lo que muchos
pensábamos."
El ver a tantos hijos suyos encumbrados halagaba su vanidad
y se convirtió en un componente de su creciente megalomanía.
En uno de aquellos encuentros multitudinarios en Pamplona,
cuando los hombres del Opus se acercaban a vitorearle y besarle
las manos, siempre tenía un rato para los importantes.
"A ti un beso, por ser director general, a ti dos por
ser subsecretario", les dijo a González Valles
y a García Moncó, altos cargos del Ministerio
de Comercio.
La cosa llegó a tanto que Escrivá impuso, como
un ritual añadido a la liturgia interna sobre el Padre,
enriquecida en el Congreso General del Opus Dei de 1956, con
el rodillazo que había que dar en su presencia, una
disposición, que reflejaba la nueva situación
política. Decidió e hizo cumplir que cada vez
que él llegara a España, le fueran a esperar,
junto a las autoridades de la Obra, todos los ministros de
Franco pertenecientes a ella. Y aquello, que no tenía
mayor importancia cuando llegaba en avión, siempre
recibido en la sala de VIPs, resultaba un tanto chocante cuando
venía por carretera, con Ullastres y los demás
teniendo que trasladarse al efecto a Irán. Era sin
duda una reminiscencia de los usos episcopales, a los cuales
no tuvo el acceso deseado.
Pero al generalizarse la cooptación opusdeística
de hombres políticos, se hizo también más
generalizada la crítica y Escrivá terminó
enfadándose.
"Me dijo que aquello tenía que acabarse y que
en adelante, antes de cualquier nuevo nombramiento, había
que pedirle permiso -relata Antonio Pérez-. Pero
la dinámica política no permitía aquellos
trámites y la cosa continuó más o menos
igual."
Con el paso del tiempo, la tecnocracia opusdeísta
se transformó en una más de las familias políticas
del franquismo, con sus derivaciones de poder económico,
sus mecanismos de cooptación endogámica y su
connotación ideológica, dentro de lo que permitía
el sistema. Y aunque, a lo largo de la etapa se produjeron
en ella algunas reacomodaciones, puede decirse que sus cabezas
visibles eran López Rodó, en el Gobierno, y
Valls Taberner, en la sombra. Muchos socios recuerdan el rosario
de visitas políticas y de superiores internos a la
casa de la Obra de Madrid situada en la calle Daniel de Urrabieta,
en el barrio del Viso, donde residían ambos personajes.
La coloración apostólica de la operación
tiene anécdotas, como los ejercicios espirituales especialmente
organizados para altos cargos o el nombramiento de un capellán
de la Obra, Gabriel Blanco, para la Escuela de funcionarios
de Alcalá, una de las realizaciones de López
Rodó.
"Pero las peleas y discusiones fraternales -cuenta Antonio
Pérez- comenzaron a estar a la orden del día
y aunque, una y otra vez, tratábamos de mediar, era
muy difícil presionar en aquellos hombres a los que
el poder había transformado. Y el testimonio apostólico
de los nuestros se fue cada vez deteriorando más, lo
cual, junto a las intervenciones del Padre, me hicieron muchas
veces arrepentirme de aquella estrategia."
La tecnocracia opusdeísta comenzó a tomar partido
en relación con la sucesión del franquismo y
eso provocó también no pocas confrontaciones
fraternales. Especialmente era incómoda la posición
de quienes participaban de varios grupos a la vez como Fernando
Herrero Tejedor, supernumerario y a la vez falangista, o su
protegido Adolfo Suárez, que también tuvo durante
un breve período ambas afiliaciones.
Todo ello tenía lugar con ocasión de las luchas
por parcelas de poder inmediato o temas especialmente conflictivos.
Es muy conocida la intentona de Fraga de descabalgar el poder
opusdeísta con ocasión del asunto Matesa, que
paradójicamente tuvo el efecto de consolidar transitoriamente
a los atacados.
Quizá la consecuencia interna más notoria del
asunto Matesa fue la forma de repartir las responsabilidades
políticas derivadas del affaire, puesto que los dirigentes
opusdeístas apostaron a salvar a unos como López
Bravo, mientras que otros, como Navarro Rubio, fueron, o así
les pareció a ellos, menos protegidos.
A medida que se veía el fin del período franquista
se tomaban también internamente medidas estratégicas.
Desde Roma llegaban notas confidenciales de cómo obrar
al respecto. Una en particular recomendaba el introducirse
en alguna de aquellas asociaciones cuasi políticas
del franquismo tardío para tratar de influir desde
dentro. Aquella nota disfrutaba de la condición especial
de supersecreto, con la indicación de ser destruida
después de leída.
"El Padre -cuenta Antonio Pérez- tenía
siempre una gran preocupación por el secreto. Ello
le llevaba a aplicar a estos temas la misma estrategia que
a los asuntos internos, es decir, que sólo unos pocos,
en la cúpula, los conocían y los negociaban
con los directamente responsables, manteniendo al resto
de los socios fuera de esa información. Esto se producía
sobre todo mediante el control de la documentación
y la mayor o menor accesibilidad a las notas y avisos de
Roma."
Había incluso un código secreto para la correspondencia,
en el que cada numeral o combinación de numeral con
vocales tenía una significación. "El código
se guardaba en un libro llamado San Girolamo", recuerda
María del Carmen Tapia.
Producida la desaparición del franquismo, las decisiones
corporativas en materia política cambiaron radicalmente
de signo y prácticamente desaparecieron, puesto que
los políticos de la Obra, a tenor de la ideología
de la institución, se incorporaron a los partidos de
derecha que surgieron en el nuevo entramado constitucional,
y las alianzas por estricta dependencia de la Obra fueron
siendo cada vez más innecesarias.
Como contrapartida, se hizo más ostensible la presencia
de hombres del Opus Dei en los llamados poderes fácticos.
Los dos primeros jefes de Estado Mayor del Ejército
de Tierra del período constitucional, Alvaro de Lacalle
y José María Saenz de Tejada, son supernumerarios.
Igualmente, dos numerarios, Rafael Termes y el omnipresente
Valls Taberner, forman parte de la patronal bancaria.
Arriba
Anterior - Siguiente
Ir a la página
principal
|