HISTORIA ORAL DEL OPUS
DEI
Alberto Moncada
CAPÍTULO 4. EL OPUS DEI Y LA
EDUCACIÓN
Que Escrivá eligiera a los destinatarios de su primer
apostolado entre estudiantes universitarios tenía que
ver más con su preocupación por la selección
social, por atraerse a la élite, que por un interés
específico por la actividad docente.
"De hecho -repite Fisac- al Padre le oíamos
muchas veces arremeter contra tantas y tantas fundaciones
de frailes y monjas que nacían para algo nuevo y
acababan dedicándose a educar niños ricos.
Me acuerdo de que, al poco tiempo de salir de la Obra comentaba
yo esto con alguien y expresaba mi progresivo desencanto
hacia el Padre, que había terminado dirigiendo una
organización destinada fundamentalmente a la educación.
De alguna manera mi comentario llegó a oídos
de ellos y rápidamente me mandaron a César
Ortiz Echague para que me recriminara. Yo no tuve más
remedio que decirle que mi juicio era totalmente cierto
y que lo único que diferenciaba a la Obra de los
otros grupos era que la Obra educaba preferentemente a niños
no ricos, sino muy ricos."
En todo caso su principal interés por la educación
era básicamente moral. Escrivá, como la mayoría
de los eclesiásticos de su tiempo, se dolía
de que la II República hubiera afirmado el principio
de la escuela pública y disminuido los privilegios
de la enseñanza católica, al tiempo que veía
con horror la progresiva influencia de grupos como la Institución
Libre de Enseñanza.
Ese clima se respiraba en la pensión de Ferraz y se
iba calentando al tiempo que crecía la confrontación
política. Pero Escrivá no incluía la
actividad docente entre sus planes de futuro y mucho menos
como algo institucional, es decir, la creación y el
sostenimiento de centros de la Obra.
"Yo le oí muchas veces decir lo que él
luego escribió en la Instrucción de San Gabriel,
y es que nosotros no tendríamos nunca Universidades
y que la sustancia de nuestro apostolado consistía
en introducirnos en las instituciones civiles, para transformarlas
desde dentro -confirma Fisac-. Había una frase que
repetía mucho, nosotros trabajaremos con los medios
y los edificios del Estado."
Ésa era, por otra parte, la hipótesis tradicional
del catolicismo español, impedir la libertad de creación
de instituciones docentes de signo laico y lograr que la red
de enseñanza pública estuviera bajo el control
ideológico de la Iglesia.
Los deseos de Escrivá se empezaron a convertir en
realidad con el nombramiento de Ibáñez Martín,
en 1940, como ministro de Educación. De talante autoritario
y extremado celo ideológico, Ibáñez,
que se había formado en el mundo de la política
confesional, averiguó en seguida que la gente de la
Obra le iba a ser muy útil, por una parte, para poner
en marcha sus planes de educación nacional católica
y, por otra, para rellenar, con hombres de confianza, las
adelgazadas filas del escalafón universitario.
La clave de ello fue su conocida amistad con Albareda, aragonés
como él y como Escrivá. Albareda había
convivido con hombres de la Institución Libre y tenía
respeto personal por la autonomía de la ciencia pero
la presión de Escrivá y su sentido de la lealtad,
al tiempo que la ideología circundante, le fueron llevando
a la convergencia con las ideas de Escrivá e Ibáñez
Martín.
"José María Albareda no pudo ser propiamente,
como él deseaba, un científico, sino un administrador
de la ciencia -comenta Fisac-. Tenía formación
y cabeza. Si hubiera dispuesto del tiempo suficiente o le
hubieran dejado en paz, podría haber destacado en
su campo, la Edafología. Pero, desde muy pronto,
se le dio la responsabilidad de sacar adelante el Consejo
de Investigaciones Científicas, con la ilusión
apostólica sobreañadida de que eso sirviera
de plataforma a los hombres de Escrivá. Paralelamente,
y por la aludida influencia, Albareda se fue volviendo cada
vez más conservador, algo que se notó especialmente
en el reclutamiento de colaboradores y en la organización
del Consejo."
En esa misma época tiene lugar la tensión entre
el grupo del Consejo y los académicos convencionales,
suficientemente historiada, y la otra tensión, más
ideológica, entre los amigos y los enemigos de la apertura
intelectual, que se produce, durante el Ministerio Ruiz Jiménez,
en la conocida colisión entre sus hombres y los del
Opus Dei, con su intento de privar a Albareda del poder en
el Consejo de Investigaciones, que es frustrado por los hombres
más duros del franquismo.
Todo aquello, con sus dificultades, con sus berrinches, encajaba
bien en la primera idea de Escrivá, que consistía
en llenar de hombres suyos, fieles, el sistema educativo público,
la Universidad, la investigación, la cultura.
De esa fecha son las historias sobre la penetración
opusdeística en las cátedras, ese relato de
concertaciones y apoyos mutuos que cuentan tantos testigos
y víctimas de un sistema que, de suyo, favorecía
semejante estrategia, por la larga tradición de endogamia
académica existente en España y los filtros
ideológicos del momento.
Paralelamente ocurren otras aventuras, como la protagonizada
por Raimundo Panikkar.
Desde su vuelta de Alemania, en 1939, Raimundo Panikkar empezó
a conectar con el mundo intelectual, especialmente el católico,
y a conocer a las figuras de entonces, ya zarandeadas por
las contradicciones intelectuales y políticas del franquismo.
Por su carácter y formación le cogía
muy de lejos la discusión política, pero participó
activamente en la vida cultural española.
El rectorado madrileño de Laín Entralgo, en
el Ministerio Ruiz Jiménez, fue el marco de un intento
de renovación universitaria en el que Panikkar intervino.
Se trataba de resucitar el Studium Generale y Panikkar dietó
un curso sobre "El sentido histórico de nuestro
tiempo", que atrajo a cientos de estudiantes de todas
las facultades que querían aprovechar su paso por la
Universidad para adquirir algo más que la mera formación
profesional.
Panikkar fue también el primer secretario de la Sociedad
Española de Filosofía, en la que colaborarían
tantas personas como Zaragüeta, Roquer, Ceñal,
Mindán, y más tarde González Alvarez,
Millán Puelles, Pinillos, Yela, etc.
Panikkar tenía con Rafael Calvo Serer, aparte de la
relación fraternal, una buena comunicación intelectual,
aunque Calvo veía lo intelectual como parte de su operación
política. Lo cierto es que a Panikkar le hicieron un
hueco en el Consejo de Investigaciones Científicas,
el Instituto de Filosofía Luis Vives y desde allí
daba rienda suelta a sus preocupaciones culturales.
Dos fueron sus principales actividades además de lo
mucho que escribió por aquel entonces y que permaneció
inédito. Por una parte la revista "Arbor",
que Panikkar fundó, y, por otra, Ediciones Rialp, y
en concreto la Colección Patmos de libros de espiritualidad.
Con "Arbor" se pretendía una revista cultural,
muy a la europea, quizá más según la
tradición alemana, que la anglosajona. El Consejo quería
hacer algo rápido pero Panikkar les persuadió
de que no se podía empezar sin tener al menos seis
números perfectamente planeados. Se encargó
de ello y así fue.
Panikkar tuvo la suerte, o el acierto, de no verse comprometido
en los conflictos entre sus hermanos opusdeístas y
las otras fuerzas políticas de la cultura franquista.
Se llevaba bien con todos, Ruiz Jiménez era buen amigo
suyo e incluso le dio ejercicios espirituales. Más
de una vez levantó su voz ante el fanatismo intelectual
de alguno de la Obra, aunque bien es verdad que sin mucho
éxito. Particularmente le molestó la actitud
del mundo académico español contra Julián
Marías. Los de la Obra le tomaban poco en serio. Les
era útil pero no contaban demasiado con él y
cuando planteaba alguna cosa solían decir, "cosas
de Raimundo"...
Con Patmos el asunto era un poco más complicado porque
se trataba de teología y eso podría afectar
a las relaciones de la Obra con la Iglesia.
No pasó nada durante un cierto tiempo. Junto a textos
ascéticos, algunos de la gente de la Obra, publicaba
libros clásicos y otros de espiritualidad moderna,
europea, y por ahí vino el conflicto.
El conflicto ocurrió cuando Panikkar publicó
y prologó un libro de Jean Guitton sobre la Virgen
María. El cardenal Segura se enfadó mucho por
el tratamiento teológico de la figura de María
y escribió una carta pastoral, de ochenta páginas,
muy negativa, condenando el libro, que alarmó al Padre.
Después de varias conversaciones entre él y
el cardenal, el Padre se decidió por jugar el juego
eclesiástico y aseguró al cardenal que le quitarían
de en medio. Le mandaron a Roma a estudiar "buena doctrina".
Era la primera mitad de la década de los cincuenta
y ahí empieza su alejamiento de España y su
desvinculación con el apostolado de la Obra.
Hasta entonces, todo aquello había ocurrido básicamente
en el mundo universitario pero, poco a poco, se empieza a
producir una presión sobre Escrivá para que
la Obra tome parte en la educación infantil, en contradicción
con sus primeras aseveraciones.
"Aquello nace en el contexto de la amistad con la
gente de Neguri, Bilbao, que le insistía en la utilidad
de un colegio del Opus para sus hijos -comenta Antonio Pérez-.
El Padre, que no tenía un no para Carito Mac Mahon,
nos ordenó en 1951 montar un colegio, Gaztelueta,
que sería, e insistió mucho, el único,
una excepción."
La gente bien de Bilbao se vuelca en esa fundación
en el que hacen sus primeras armas pedagógicas docenas
de numerarios que luego serían la base de la expansión
en este terreno.
"El colegio de Gaztelueta era la copia más
barata del Instituto Escuela que yo he visto en mi vida
-cuenta María del Carmen Tapia-. Su primer director,
Toñé, asistió de pequeño al
Instituto Escuela de Madrid. Desde los pupitres hasta el
estilo de los casilleros era una copia memorizada del Instituto
Escuela al que yo asistí. De hecho, la directora
de la administración de Gaztelueta, Mercedes Morado,
licenciada en Pedagogía, al enseñarme el colegio
durante las horas de la limpieza -entonces yo estaba destinada
en la administración del Colegio Mayor "Abando"
para hombres, de Bilbao- me lo comentaba sin el menor ambage."
"La fórmula jurídica a emplear sería
la de obra corporativa, recién alumbrada en las Constituciones
de 1950 -subraya Antonio Pérez-. Las obras corporativas,
a diferencia de las comunes o sociedades auxiliares, eran
aquellas en que la responsabilidad, la autoría, eran
de la Obra, directamente."
"Gaztelueta" se convierte así en la primera
obra corporativa del Opus Dei.
El paso siguiente fue Navarra.
También por esas fechas, el vicepresidente de la Diputación
de Navarra, Gortari, manifiesta insistentemente a gentes de
la Obra su deseo de que pongan allí una Universidad,
que subraye la importancia de la foralidad e impida a tantos
navarros tener que desplazarse a Zaragoza.
La idea era, por supuesto, contraria a la mente de Escrivá.
Es más fácil poner una Universidad que ganar
una cátedra, cuenta Antonio Pérez que decía
el Fundador, subrayando sin duda la importancia del apostolado
de infiltración en los centros del Estado que hacían
sus hijos, en comparación con las fundaciones eclasiásticas
como "Deusto". Pero en este tema, como en otros,
Escrivá aprovechó las oportunidades que se le
ofrecían de hacer cosas y no permitió que sus
principios detuvieran su pragmatismo.
"Yo no me acuerdo de si fue el Padre el que me lo indicó
o si, por el contrario, fui yo el que le planteé la
cosa -continúa Antonio Pérez-. Lo cierto es
que en 1952 empezamos las negociaciones. Es también
cierto, como antecedente, que gentes de la Obra estaban interesadas
en la fundación. Recuerdo la insistencia con que Juan
Jiménez Vargas me hablaba de lo mal que estaba la Universidad
oficial y la conveniencia de hacer nosotros algo serio."
"A mí me da la impresión -subraya Fisac-
que en la fundación de Pamplona había como
cierta consecuencia de la frustración de no poder
lograr que la gente de la Obra destacase de verdad en la
Universidad del Estado, o consiguiera el control deseado.
Por una parte existía esa animosidad del padre Escrivá
contra los socios que se dedicaban en serio a la ciencia,
y eso cortaba muchas vocaciones científicas verdaderas,
pues exigía una dedicación plena que no se
facilitaba dentro de la Obra. Y por otra, la animadversión
creciente de muchos catedráticos, que se oponían
a la influencia de la Obra y les hacían la vida imposible.
La fundación de Pamplona era, consciente o inconscientemente,
una retirada estratégica, pienso yo, una manera de
controlar totalmente un centro universitario.
"Si a mí el Padre me había dejado plena
libertad en mi profesión de arquitecto, fue en gran
parte -creo yo- porque ganaba un dinero que se necesitaba
en aquel momento, y también porque yo no demostraba
excesivo interés ni en la labor interna, ni en el
proselitismo."
La fundación, que sería ya la segunda obra
corporativa, significa el acuerdo con la Diputación,
que empieza cediendo un edificio administrativo, la "Cámara
de Comptos", y da una primera modesta ayuda, para instalar
una Facultad de Derecho. Al frente de todo ello Ismael Sánchez
Bella, repatriado al efecto de Argentina.
A la clientela navarra se une en seguida la apostólica.
Familias andaluzas, gallegas, castellanas, que tienen una
gran confianza en la Obra, envían a sus hijos a estudiar
a Pamplona. La Universidad pública, aún férreamente
controlada por el franquismo, empieza a ser lugar de encuentros
ideológicos disidentes, de acción política,
y ello también influye en la afluencia de Pamplona
de hijos de familias conservadoras.
Pronto a Derecho se une Letras y, con el apoyo de los catedráticos
de Medicina de la Obra, y en particular de Ortiz de Landázurri,
se abren los estudios médicos y de enfermería,
la Clínica Universitaria, que contaría con un
amplio prestigio profesional.
Sin embargo, Navarra no da títulos y los alumnos han
de examinarse en Zaragoza, donde catedráticos de la
Obra, como José Orlandis y Casas Torres logran pequeños
favores de organización para sus correligionarios.
En el seno del Ministerio de Educación, sede de cierta
ideología falangista residual, comienzan las hostilidades
contra Navarra con motivo de la negociación para el
reconocimiento de los títulos. Hay un intercambio de
notas verbales entre el nuncio Antoniutti y los ministros
Castiella y Rubio García Mina, hasta que se logra un
acuerdo en base a que Navarra tenga un determinado número
de catedráticos de universidad estatal en su claustro.
La operación Navarra sirve también a los fines
personales de Escrivá.
"Al padre Escrivá -cuenta Antonio Pérez-
le gustaban los honores y las distinciones. Por eso no es
extraño que aprovechara la erección de Pamplona
como Universidad de la Iglesia en 1960 para autonombrarse
Gran Canciller de ella, un título tradicional de
la educación superior eclesiástica, cosa que,
por otra parte, era normal en las Órdenes religiosas
que tenían universidades."
La distinción honorífica coincide con la exacerbación
del culto a la personalidad de Escrivá. Son los tiempos
de las grandes concentraciones de socios en Pamplona, durante
las cuales es vitoreado, es el comienzo de las tertulias masivas,
ensayadas para que no haya conflictos.
El zafarrancho externo coincide también con el conocido
debilitamiento de la lucidez mental de Escrivá, embarcado
ya en una megalomanía fomentada por sus fieles, cuyo
episodio público más desgraciado podría
ser la obtención de un marquesado para el Padre, el
de Peralta.
Navarra sirvió asimismo para crear una gran red de
solidaridad opusdeísta en torno a las crecientes necesidades
de financiación y al efecto se organiza la "Asociación
de Amigos de la Universidad", en cuyo Patronato entran
importantes figuras de la cultura española como el
profesor Jiménez Díaz, Gregorio Marañón,
etc.
Cuando los hombres de la Obra llegan a la política
se sistematiza una fórmula de apoyo económico
del Estado bajo diversos epígrafes controlados presupuestariamente
por ellos. A pesar de la discreción con que se llevan
esas gestiones, se produce una protesta del mundo falangista
y democristiano en la aprobación por las Cortes de
uno de aquellos presupuestos anuales en que figuran, más
o menos escondidas, subvenciones a Navarra. La Universidad
de la Obra se va a convertir en objeto de confrontación
de la política española, aunque la alta protección
de Carrero Blanco impide al final que se consuman los ataques
a ella. Carrero incluso aprovecha la Universidad para incorporarla,
en cierta manera, a su política africana, financiando
la estancia en Pamplona de estudiantes katangueños
antimarxistas, cuyo color y costumbres ponen una nota exótica
en las calles pamplonesas.
Créditos oficiales sirven también a la expansión
física de la Universidad, con cuyas sociedades interpuestas
colaboran entidades como las "Cajas de Ahorro",
el "Banco de Crédito a la Construcción"
y la "Asociación de Ciegos", entre cuyos
directivos hay socios supernumerarios.
Con el paso del tiempo, la experiencia de "Gaztelueta"
se amplía a Valencia, Madrid y Barcelona, porque supernumerarios
y cooperadores de esas ciudades solicitan también centros
de enseñanza para sus hijos.
La fórmula excepcional, el que la Obra no dirija colegios,
se va convirtiendo en lo contrario y se transforma asimismo
en estrategia apostólica.
"En los años sesenta -cuenta Saralegui- era
muy difícil el apostolado universitario. Los estudiantes
de dieciocho, veinte años ya no eran tan susceptibles
a la vocación como en la década de los cuarenta
o cincuenta."
Por ello, y en consonancia con la edad a la que la mayoría
de los jóvenes se hacen de la Obra, quince, dieciséis
años, se decide abordar decididamente el terreno de
la enseñanza no universitaria. La fórmula elegida
no es ya la obra corporativa, que responsabiliza totalmente
a la institución, sino la sociedad auxiliar.
A primeros de los años sesenta se crea la sociedad
"Fomento" de centros de enseñanza, a cuyo
frente se coloca a un experto gestor, Vicente Picó,
numerario, que era secretario general del "Banco Popular".
Las acciones de la sociedad se abren a la suscripción
de padres de familia interesados en que haya ese tipo de colegios,
y así nace una red, que termina cubriendo la mayoría
de las ciudades españolas, en la que estudian hijos
e hijas de supernumerarios y amigos.
La red de colegios de "Fomento" se convierte en
el equivalente contemporáneo de lo que antes hacían
los jesuitas y otras organizaciones especializadas en la educación
de la burguesía. Muchas familias que no son del Opus
Dei envían a sus hijos a esos colegios en los que se
ensalza la moral tradicional en el clima español de
creciente libertad de costumbres. Los colegios de "Fomento"
no practican la coeducación y se convierten en lugar
natural de reproducción de las clientelas opusdeístas.
La disminución de la edad en los candidatos a numerarios
da pie también a la creación de una red paralela
de clubs infantiles y juveniles, de ambos sexos, que van sustituyendo,
en la atención de los superiores, a aquella red de
residencias universitarias que se crearon en los años
cuarenta y cincuenta.
La operación educativa se exporta al extranjero, notablemente
a América Latina, en donde miembros del Opus Dei abren
residencias de estudiantes, colegios y clubs infantiles y
juveniles desde los últimos años de la década
de los cincuenta. México, Perú, Chile, Colombia,
Venezuela, son países en los que colegios y Universidades
del Opus Dei sirven a una clientela burguesa, que aspira a
educar a sus hijos en la tradicional doctrina católica,
crecientemente abandonado por otras organizaciones eclesiásticas.
El Opus Dei, en España, como en América, ocupa
el papel de los jesuitas y, como ellos en su día, sufre
los conflictos y acusaciones derivados de mantener una educación
elitista y conservadora. Ello se agudiza con la creación
de una red de escuelas de hombres de negocios, que, a semejanza
y con el apoyo del IESE barcelonés, acoge, relaciona
e intercomunica a los actuales y futuros ejecutivos de la
economía latinoamericana, cuya adhesión a las
corrientes liberealizadoras y de mercado es tan concluyente
como esa otra censura intelectual y doctrinal que los superiores
de la Obra practican en sus centros de enseñanza.
El caso de la Universidad de Piura, en el Perú, es
paradigmático. Abierta en 1968 para satisfacer las
necesidades de la burguesía norteña, que otras
instituciones religiosas, jesuitas incluidos, no quisieron
afrontar, se enfrenta desde el primer momento con las circunstancias
apostólicas y sociales de una tierra que fue cuna de
la teología de la liberación.
Escrivá, quien también se autonombró
Gran Canciller de la empresa, dando lugar a malentendidos
entre los mismos benefactores peruanos, fue particularmente
estricto en preservar incontaminada a la Universidad de Piura
de las nuevas corrientes. Una anécdota es ilustrativa
al respecto. El obispo de Piura, monseñor Hinojosa,
había conservado en su poder un donativo del cardenal
Cushing, arzobispo de Boston, de veinticinco mil dólares,
que le había entregado para propiciar la fundación
de la deseada Universidad católica piurana. Cuando
llegaron los hombres del Opus Dei, monseñor Hinojosa
no dudó en entregarles ese dinero, junto con su total
apoyo al nuevo centro. Abierto éste, una de las primeras
consignas de Escrivá fue el que no se permitiese la
entrada a sacerdotes diocesanos en la Universidad de la Obra,
y, en ningún caso, a título de profesores. Llevar
tal mensaje al obispo Hinojosa fue uno de los peores malos
ratos que pasaron los hombres del Opus en el Perú.
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