HISTORIA ORAL DEL OPUS DEI
Autor: Alberto Moncada
CAPÍTULO 2.
EL OPUS DEI Y LOS NEGOCIOS
Las necesidades de la primera hora del Opus Dei no sobrepasan
los requerimientos de una familia de clase media. Los estudiantes
de la pensión de Ferraz 50, con Escrivá a la
cabeza, llevaban la sobria vida de la España de los
años treinta. Isidoro Zorzano, el primer socio con
la carrera terminada, administraba celosamente los pocos ingresos
y atendía el pago de las facturas y los gastos.
Con el paso del tiempo empezó a crecer el déficit
de la pensión y cierta sensación de ahogo económico
se traslucía hacia fuera.
"En aquella época -cuenta Miguel Fisac- yo
vivía con mi hermano Pepe en la casa de Las Flores,
en Gaztambide 15. Mi hermano solía jugar mucho a
la lotería y en una de esas veces le tocaron cien
mil pesetas, algo así como si ahora le tocaran bastantes
millones. Con eso se creó el natural revuelo, los
amigos le pedían préstamos, a mí me
compró un equipo de esquí. Pocos días
después, me llamaron para decirme que el padre Escrivá
quería que fuera en seguida a verle. Yo fui todo
nervioso, con la preocupación de cómo iba
a decirle a mi hermano que le diera dinero, porque estaba
seguro de que el Padre me lo iba a pedir. Luego resultó
que me llamaba para otra cosa: para decirme que él
creía que yo tenía vocación y que entrara
en la Obra."
Los estudiantes miembros del Opus daban sablazos a su familia,
como era costumbre, y lo sigue siendo, en el mundo universitario
y había una enorme preocupación por no gastar
más de la cuenta individualmente. De aquella época
procede la costumbre vigente de que cada socio lleva una cuenta
de gastos donde anota el dinero que saca de la caja de la
Obra y los gastos que hace, así como unos talonarios
en donde se anotan los ingresos de cada uno, que el voto de
pobreza obliga a entregar íntegramente en la caja de
la institución.
Las peripecias de la guerra civil suponen también
un cierto apuro económico.
"Sacábamos el dinero de donde se podía
-continúa Fisac-, las más de las veces de
nuestras familias. Cuando Juan Jiménez Vargas vino
a Daimiel donde yo estaba escondido y me propuso pasarnos
con el padre Escrivá a la zona nacional, mi padre,
un farmacéutico acomodado, nos dio todo el dinero
que había en casa."
En la época de Burgos las cosas seguían más
o menos lo mismo y a la entrada de las tropas nacionales en
Madrid es Isidoro Zorzano, con su sueldo de ingeniero, el
que ampara la primera hora, pues en su casa se alojan la madre
y los dos hermanos de Escrivá hasta que se trasladan
al Patronato de Santa Isabel.
"El sueldo del Patronato lo pagaba el Patrimonio Nacional.
Yo he ido a cobrarlo frecuentemente a Palacio -recuerda
Antonio Pérez- y eran unas pocas pesetas incluso
para aquellos tiempos."
En la residencia de Jenner y en las otras que se van abriendo
en los años cuarenta, la hipótesis económica
es la misma. Unos ingresos, pocos, de los primeros profesionales
y las pensiones de los estudiantes, para afrontar los gastos.
Algunos se ayudaban con clases particulares y, de vez en cuando,
el sablazo a los amigos.
Hasta que empezó la actividad del Consejo de Investigaciones
Científicas, las cosas económicas fueron mal.
Cuando había mucho apuro, Escrivá iba a ver
a Carrero Blanco, que se hizo amigo suyo, y de los fondos
de libre disposición de Presidencia del Gobierno, le
daba de vez en cuando alguna cantidad de escasa importancia.
Pero la amistad de Escrivá con el ministro Ibáñez
Martín, a través de Albareda, iba a dar buenos
dividendos, no sólo en el terreno académico
y político sino también en el económico.
La decisión, que se toma ya en 1939, de crear el Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, tiene una
vertiente natural, la construcción de los edificios
necesarios. Albareda, investido .ya en su cargo de Secretario
General del Consejo, no duda en encargar las obras a su consocio
en el Opus, Ricardo Fernández Vallespín.
Miguel Fisac termina la carrera dos años después
y, por indicación de Albareda, hace un anteproyecto
de adaptación del Auditórium del Instituto Escuela
para iglesia del Espíritu Santo, que gusta mucho a
Ibáñez Martín y le encarga el proyecto.
Pronto Fisac se convierte en el principal responsable y se
dedica completamente al diseño y puesta en ejecución
de las obras. Estas se llevaban por el procedimiento de administración.
Se trataba de una fórmula administrativa muy flexible.
El arquitecto recibía dinero a cuenta y después
iba haciendo certificaciones de la obra ejecutada.
Con ese motivo algunos socios de la Obra, que tenían
una cierta inclinación a la ingeniería y a los
negocios, como Jorge Brosa, Rafael Escolá, ambos catalanes,
y Femando Lapuente, con la aprobación de los superiores,
deciden constituir pequeñas sociedades que pudieran
suministrar materiales o ser-vicios a las obras del Consejo.
Así nacen la compañía Eolo, dedicada
al transporte, y Eosa, dedicada a la construcción.
Con ello hacen sus primeros pinitos en el mundo de la economía
los jóvenes hijos de Escrivá aunque el resultado
no es muy boyante, apenas hay margen de beneficios en esas
operaciones y pronto las sociedades quedan más o menos
congeladas.
Lo que son crecientemente importantes son los honorarios
profesionales de Miguel Fisac, como arquitecto y realizador
de proyectos. En principio, según una ley que se pone
en vigor en aquel tiempo, los arquitectos españoles
tenían que hacer unos grandes descuentos cuando sus
trabajos iban destinados al Ministerio de Educación.
Y se aplicaban unas tarifas muy inferiores a las habituales
en el mercado normal de la construcción.
Pero como Fisac estaba completamente dedicado a los proyectos
y procuraba hacerlos con gran economía para que resultaran
lo más baratos posible, y lo hacía por administración
directa, los superiores de la Obra le instaron para que cobrara
más de aquel mínimo, aduciendo el argumento
moral de la legítima compensación. "A mí
aquello me provocó escrúpulos de conciencia
-cuenta Fisac- y esto se unió a mis otros problemas
ya existentes en relación con mi pertenencia a la Obra."
Las obras del Consejo se prolongaron a lo largo de cinco
o seis años y esos honorarios de Fisac se convirtieron
en la fuente principal de financiación del naciente
Instituto, pues aunque, con el paso del tiempo, otros socios
conquistaron cátedras de Universidad, los salarios
académicos de entonces no daban para mucho más
que el mantenimiento de una o dos personas. Y cuando había
alguna emergencia, siempre estaba presto .Escrivá a
pedir ayuda a su amigo Carrero Blanco, que se prestaba gustoso
a sacarle de apuros.
Con el paso del tiempo las necesidades crecían. Muchas
de éstas tenían que ver con la incorporación
a la Obra de jóvenes sin ingresos cuyas familias no
podían o no querían contribuir a financiar aquella
decisión que, con frecuencia, se traducía en
traslados a ciudades ajenas a su residencia habitual.
A principios de los años cuarenta, Escrivá
establece el primer centro de formación de numerarios
de la Obra en la calle de Diego de León de Madrid,
un antiguo palacete, cuya planta noble sirve de sede central
al Instituto y cuyos altos son ocupados por los jóvenes
neófitos, que pasan allí uno o dos años,
alternando sus carreras u ocupaciones con la formación
interna. La mayoría de esos inquilinos, como de tantos
otros en las casas de provincia que se van abriendo, no tiene
apenas dinero para sostenerse y han de incrementarse las soluciones
extras.
Algunos miembros de la Obra, sobre todo catalanes, como Panikkar,
López Rodó, Termes, eran hijos de familias industriales,
cuyos padres habían considerado la posibilidad de que
sus hijos les sucedieran en los negocios. "Yo había
hablado con ellos en alguna ocasión -cuenta Antonio
Pérez- y a mi me parecía muy bien que, mientras
algunos numerarios realizaban su profesión y su apostolado
en el mundo académico, como profesores, otros lo hicieran
en la industria y el comercio, con el beneficio añadido
de la mejor retribución de estos empleos."
Pero aquello necesitaba unas libertades que Escrivá,
ya muy reglamentista en su pensamiento fundacional, no veía
bien.
"El Padre -continúa Antonio Pérez-,
tenía un esquema de organización en el que
todo lo que hacíamos eran obras de apostolado. En
el primer catecismo de la Obra las dividía en obras
corporativas y obras comunes. Aquéllas debían
tener un fin estrictamente apostólico y eran dirigidas
directamente por los superiores y las comunes podían
ser primordialmente seculares, auxiliares de las primeras,
con fines de beneficio económico, pero también
debían ser controladas por la jerarquía de
la Obra. Aquello produjo desde un principio muchos conflictos
porque yo, como superior, me conformaba con que cada uno
llevase sus negocios como las reglas y las costumbres correspondientes
le aconsejasen y diera a la Obra sus beneficios, pero el
Padre insistía mucho en que tal o cuál actividad
económica tenía que estar bajo el patrocinio
de un santo y controlada por el superior relacionado internamente
con el asunto según el esquema organizativo interno.
Y así había muchos conflictos."
Los conflictos se reducían sustancialmente a que,
como en la Obra siempre hacía falta dinero, se presionaba
constantemente a los numerarios activos en la industria o
el comercio para sacar beneficios de ellos y, si eran responsables
efectivos de las empresas, tenían constantes problemas
para tomar las oportunas medidas de amortización o
inversión requeridas por el negocio. Sin embargo, las
dimensiones de todo aquello todavía eran muy pequeñas,
apenas tres o cuatro negocios familiares, algún bufete
o consulta profesional, nada importante. Los conflictos vendrían
más tarde, con el lanzamiento y desarrollo de la operación
Esfina.
El fulminante de la operación fue la decisión
de Escrivá de construir una gran casa en Roma, para
sede central de la Obra, y establecer, a semejanza de los
jesuitas, los dominicos, etc., un gran centro de formación
para los socios de la Obra de todo el mundo, que con el tiempo
debería transformarse en una institución académica
de carácter eclesiástico donde enseñar
la teología, el derecho canónico de la Obra.
La decisión se toma en 1950 y a partir de entonces
las peticiones de dinero de Escrivá desde Roma se hacen
diarias y obsesivas.
"El Padre -cuenta Antonio Pérez- era un hombre
muy miedoso en cuestiones económicas, un miedo compatible
con su propensión a gastar en aquella realización.
Nosotros nos organizamos para mandarle dinero y lo sacamos
de donde podíamos, pero nunca le fallamos. Él
llamaba constantemente por teléfono para avisar que
tal o cuál día vencía tal letra o había
que pagar a tal proveedor porque, a pesar de nuestra eficiencia,
él no terminaba de fiarse, lo pasaba mal y lo hacía
pasar mal a los que tenía alrededor."
Escrivá empezó a desarrollar entonces una mentalidad
de que el fin justifica los medios y predicaba una y otra
vez que la limosna cubre la muchedumbre de los pecados, animando
a los socios de la Obra a dar sablazos continuos.
Con este motivo se organiza la operación colegio romano,
en la que se expiden títulos de cooperador a quienes
dan dinero y en la que toda la maquinaria administrativa de
la Obra se pone al servicio de la recaudación.
Para sacar adelante la operación colegio romano, todas
las casas de la Obra reciben instrucciones puntuales para
llevar una contabilidad estricta de las gestiones que cada
socio realiza al respecto. Se organizan viajes para visitar
a parientes lejanos, amigos. Y por primera vez el mensaje
apostólico se vincula a la financiación de las
obras de Roma.
El estímulo ascético tiene entonces cada vez
más que ver con el éxito recaudatorio y se producen
los primeros choques entre los superiores y algunos socios
que ven mal la subordinación de su trabajo profesional
y apostólico a ese nuevo espíritu limosnero.
Las inquietudes son acalladas por cartas y recados del Padre
que pone un gran énfasis en ganar, junto a la batalla
jurídica, es decir la aprobación de la Obra
por el Vaticano, que por aquellas fechas estaba a punto de
producirse, la batalla de la formación, es decir, que
socios de la Obra fruto de la creciente expansión geográfica,
reciban en el nuevo centro de Roma, un estilo homogéneo
de conducta al lado del fundador.
Recuerda Miguel Fisac que en la operación de la compra
del palacete de Bruno Buozzi 73 colaboró algo con Alvaro
Portillo. Y a continuación hizo los bocetos de ampliación
de la zona posterior de servicio del palacio. Pero chocó
con las ideas e imposiciones arquitectónicas del padre
Escrivá: decoraciones ampulosas, con mármoles
y lujosa ornamentación. Miguel Fisac no estaba de acuerdo
con todo ello y fue entonces cuando Escrivá le dijo
que dejase de intervenir. En cuanto a Fisac, se quedó
encantado de no tener que seguir con aquello.
Posteriormente, y por otros motivos, Miguel fue a Roma y
al ver lo que se estaba realizando, lo criticó detalladamente.
Entonces Escrivá le prohibió que volviera a
poner los pies por allí. Hasta tal punto llevó
la prohibición, que encontrándose Fisac en Turín
con motivo de un trabajo profesional, como era el Año
Santo y quería ganar el jubileo, telefoneó al
Padre para pedirle permiso para ir a Roma y él no lo
consintió.
El envío del dinero a Roma tropieza con las dificultades
legales relativas a la exportación de divisas y el
Padre da instrucciones para superarlas, de la manera que sea.
Una primera fórmula, tradicional en el mundo civil
y eclesiástico, es llevar físicamente el dinero
en un viaje, arriesgándose a la consiguiente detención.
Animados del buen espíritu de obediencia, algunos socios
mayores realizan esos viajes y pronto se encuentra una fórmula
habitual, aprovechando la libertad de cambios del vecino país,
Portugal.
En el primer grupo de los que fueron a Portugal figuraba
un joven abogado, Gregorio Ortega Pardo, de origen aragonés
y de la confianza de Antonio Pérez, que pronto entra
en contacto con el mundo bancario. Él arregla el envío
a Roma del dinero aunque a tal fin sea necesario que las pesetas
atraviesen la frontera portuguesa. Viajes de excursión
desde Tuy, algunos bajo la protección del obispo López
Ortiz, resuelven el problema.
"El envío de dinero a Roma, bajo esos procedimientos
tan incómodos, nos lleva a idear una solución
más estable -relata Antonio Pérez-. Un amigo
mío, Méndez Vigo, me pone en contacto con
una autoridad de Andorra que tenía permiso para establecer
un banco. Después de algunas negociaciones, llegamos
a un acuerdo y el resultado es la creación del "Crédit
Andorra", oficina bancaria en territorio andorrano
que nos permitiría una mayor flexibilidad en el envío
de dinero."
"A mí me dijeron -recuerda Miguel Fisac- que
hiciera el proyecto y construí ese banco."
"Unos cuantos numerarios se hacen cargo del banco-continúa
Antonio Pérez-, Tesifonte López, José
Meroño, bajo la dirección de Rafael Termes.
Pero al poco tiempo las cosas no van bien, los numerarios
en cuestión no se entienden, y terminamos congelando
esa aventura y volviendo al sistema tradicional."
Pero las necesidades arrecian, tanto desde Roma como del
resto de la geografía de la expansión apostólica.
Hay gentes del Opus, siempre con poco dinero, en ocho o diez
países y aunque se generalizan los sablazos a personas
conocidas de todos ellos, y algunos numerarios disfrutan de
becas del Consejo de Investigaciones, se hace necesario arbitrar
soluciones más sustanciosas en España de la
que además ya falta habitualmente Escrivá, con
su anterior eficaz capacidad limosnera.
"Los responsables en España nos reunimos entonces
-sigue Antonio Pérez- para asomarnos en serio al
mundo económico e iniciar una nueva etapa. Hay que
reconocer que ya había medio centenar de socios numerarios
con la suficiente preparación para meterse en negocios
y teníamos muchos contactos, de modo que Luis Valls
y yo, con la cooperación de Rafael Termes, Alberto
Ullastres, Ortega Pardo, Manuel Barturen y otros, dedicamos
mucho tiempo a tratar gente, oír proposiciones y
lanzar lo que en algunos ambientes se empezó a conocer
como operación Esfina, tomando el nombre de una sociedad
de inversiones y estudios financieros de la que se acababa
de hacer cargo Alberto Ullastres."
A partir de entonces el tema económico se mezcla con
el político, es la década de los cincuenta,
pero cabe distinguir al principio dos líneas de trabajo,
que le son explicadas al Padre y que él aprueba. Escrivá,
que apenas entiende de eso, da por buenas las intenciones
del grupo promotor español, que le va a sacar de apuros,
aunque insiste en que todo ello se lleve a cabo bajo el control
de los superiores, a los que se deberán someter las
iniciativas.
La hipótesis de trabajo son las denominadas obras
comunes o sociedades auxiliares que, según el derecho
interno, se constituyen por socios de la Obra y cooperadores
o amigos con fines crematísticos aunque sin olvidar
la finalidad apostólica última. A esos efectos
se crea en la comisión regional de España una
oficina de empresas, encargada de orientar y aprobar las actuaciones
de los numerarios en esas sociedades auxiliares, generando
una cierta praxis contable y de alta gestión, con el
nombramiento, por ejemplo, de un delegado de la Obra de confianza
en cada empresa.
La promoción de negocios y empresas se convierte en
actividad fundamental de los superiores de la Obra que exhortan,
de palabra y por escrito, a todos los socios a cooperar en
esos fines. Algunos, menos propicios a tales lances o más
educados en el modelo apostólico académico,
se extrañan de tales novedades e incluso rehúsan
colaborar. La regla general es que tal inhibición es
respetada por los superiores, excepto en los casos de promoción
de obras estrictamente apostólicas, las obras corporativas,
o aquellas obras comunes, que como la promoción del
mundo de la prensa, disfrutan de apoyo específico del
Padre. Entre éstas destacará el lanzamiento
de una revista semanal, "La Actualidad Española".
Al frente de "La Actualidad Española" se
coloca a Antonio Fontán, catedrático por entonces
de latín en Granada, quien se traslada a Madrid para
hacerse cargo de la nueva aventura. Un grupo de numerarios
es reclutado para juntarse con algún supernumerario
o colaborador, con habilidades o experiencias en el mundo
periodístico, y la revista empieza a aparecer cada
semana, desde 1952, con colaboraciones de propios y extraños,
con un carácter extremadamente intelectual, que no
hace fácil su venta. Por ello los socios de la Obra
son exhortados a conseguir suscripciones a "La Actualidad",
tarea que se considera al mismo nivel de exigencia que el
cumplimiento de los deberes espirituales. Esto también
proporciona algún que otro conflicto interno, que es
zanjado por los superiores internos por la vía del
pragmatismo.
"El Padre -cuenta Antonio Pérez- tenía
la obsesión del apostolado de la prensa, en recuerdo
sin duda de los logros del grupo de Angel Herrera, con El
Debate y otras publicaciones católicas. él
solía decir mucho aquello de "hemos de envolver
al mundo en papel impreso", y estuvo constantemente
detrás de esas iniciativas, dando instrucciones concretas,
todas ellas en el marco de lo que hoy se llamaría
prensa confesional."
Algo parecido se trató de hacer en otros países,
aunque sin tanto éxito inicial. Entre algunos socios
mayores era frecuente una cierta soma cuando se hablaba de
colocar suscripciones de una revista intelectual francesa,
"La Table ronde", que los socios de la Obra de Francia
lograron controlar aunque al poco tiempo feneció.
Para la operación de la prensa se cuenta con el apoyo
gubernamental conseguido a través de la entrada de
Florentino Pérez Embid en el Ministerio de Información
y Turismo.
La presencia de Pérez Embid, y luego de Vicente Rodríguez
Casado, en el Ministerio responsable de la política
de prensa, presta garantías a las aventuras periodísticas
de la Obra que se amplían a otros sectores y especialidades
del apostolado de la opinión pública, como se
llamó internamente a esta actividad.
La operación, que en el mundo de los negocios va a
suscitar más críticas, al tiempo que va a significar
el primer protagonismo notorio del Opus en la esfera mercantil,
es la entrada en el "Banco Popular".
El director general del Banco en los años cincuenta
era Nicolás Rubio, hombre educado en la tradición
bancaria española y que tenía graves problemas
con el consejo de administración porque, en su opinión,
el presidente, Félix Millet y algunos otros consejeros,
utilizaban el banco en su propio beneficio, aprobando operaciones
no demasiado ortodoxas y beneficiando notoriamente a parientes
y amigos.
Don Nicolás, un católico practicante, fue introducido
a Antonio Pérez con quien inició una relación
de dirección espiritual, transformada en amistad. Pronto
le hizo objeto de sus confidencias profesionales y de sus
apuros, al tiempo que se iba dando cuenta de los propios apuros
de don Antonio, como cabeza de la Obra en España, para
sacar adelante las metas económicas.
En un momento dado don Nicolás llegó a Antonio
Pérez con una proposición concreta, que le planteó
muy delicadamente. "Ustedes -le dijo- necesitan financiación
y sobre todo necesitan un apoyo institucional. Yo necesito,
en bien del banco, sustituir a los directivos."
El plan que le propuso fue que socios de la Obra, armados
con datos contables comprometedores para Millet y su equipo,
se presentaran a una junta general pidiendo explicaciones.
Antonio Pérez maduró la proposición
y seleccionó a dos supernumerarios de su confianza,
Mariano Navarro, íntimo amigo de la infancia y compañero
en el Consejo de Estado, y Juan Caldés. Ambos se hicieron
con una acción del Banco que les daría derecho
a participar en la Junta General y en la de 1952 actuaron
de acuerdo a las instrucciones y las informaciones suministradas
por Nicolás Rubio.
El efecto en la Junta de la encendida oratoria de Navarro
fue notorio y pronto Millet y su gente se vieron en la necesidad
de pactar con aquellos recién llegados tan bien informados.
Millet era pariente lejano de Valls Taberner pero en aquella
época no tenían contactos y Valls no había
sido utilizado en la operación, quedando más
bien en la sombra. El resultado del pacto fue la creación
del cargo de Consejero delegado para Mariano Navarro y de
otro rango inferior para Caldés. Meses más tarde
Navarro le planteó a Millet la necesidad de que dejase
el Banco, a lo que el presidente accedió. Para remplazarlo
utilizaron a Fernando Camacho Baños, que había
sido subsecretario de Hacienda y tenía a su hijo Fernando
en la Obra. Camacho fue un presidente acomodaticio y manejable
y durante su mandato entraron en el Banco otros miembros de
la Obra, como Jorge Brosa, José Luis Mons, Rafael Termes,
Fernando Camacho hijo, etc.
Con el paso del tiempo, y ya sin cargo interno, Luis Valls
fue promovido a vicepresidente de la entidad, convirtiéndose
en promotor de negocios y actividades políticas, aunque
manteniendo una ortodoxia bancaria de la que todos se mostraban
satisfechos y que le procuró la simpatía creciente,
la aceptación paulatina de los grandes de la banca.
La expansión de empresas de la Obra continúa.
Después de la prensa y la banca viene el cine.
Alberto Ullastres es comisionado para establecer contactos
y arriesgar algo de dinero en hacer cine católico.
Ello se traduce en la operación Procusa, Dipenfa y
Filmayer, tres sociedades de producción y distribución
de películas que funcionan bajo el esquema de las sociedades
auxiliares, es decir, con dinero de la Obra representado por
socios numerarios, con aportaciones de socios supernumerarios
y amigos y con otras aportaciones de gente simpatizante o
que coincidían en los fines pretendidos. Una persona
particularmente adicta fue el director de la "Caja de
Ahorros de Ronda", Juan de la Rosa, que proporcionó
la participación de la Caja en estas aventuras opusdeísticas.
"La oficina de la administración regional,
desde donde se controlaba todo aquello, estaba, desde 1953,
en la calle de Montesquinza, 26, 4° piso -comenta Francisco
José de Saralegui-. El jefe indiscutido de todo ello
era Andrés Rueda Salaverry y bajo su mando había
varias secciones, una de las cuales era la de empresas,
en la que se recibía información contable
de todas ellas, se dictaban las instrucciones de gobierno
y administración y se llevaba la relación
con Roma, porque el Padre quería estar informado
puntualmente del desarrollo de todo aquello."
Aquella expansión no hubiera sido posible sin el crecimiento
de la sociedad "Esfina", domiciliada en la calle
de Claudio Coello de Madrid. El Padre acuciaba a sus hijos
para que convencieran a parientes y amigos para poner su dinero
en inversiones que tuvieran, junto a un rendimiento material,
otro espiritual, la creación de empresas al servicio
del buen espíritu cristiano.
Todavía no había un sistema legal español
sobre estas financieras, por lo que hubo que practicarse una
fórmula casuística según la cual se ofrecía
un interés, que generalmente era del seis por ciento,
a quienes entregaran su dinero a plazo fijo, dinero que luego
era utilizado para la suscripción de acciones en todas
aquellas empresas auxiliares, cuya titularidad estaba en manos
de socios del Opus de confianza, que a su vez firmaban vendís
en blanco que se custodiaban en la administración regional.
Muchas familias españolas, bastantes mujeres viudas,
recibían la visita de emisarios de "Esfina"
para hacerse cargo de sus ahorros, en una operación
paralela a las otras visitas que hacían los del Opus
solicitando dinero a fondo perdido para las actividades más
apostólicas como el colegio romano o la Universidad
de Navarra.
Pronto se iba a producir una consolidación de la línea
bancaria. Un supernumerario de Barcelona, Rafael Pich Aguilera,
informó a Luis Valls de que los dueños de la
"Transatlántica" querían desembarazarse
de un pequeño banco que tenían, con apenas trescientos
millones de capital, llamado el "Atlántico".
Era el año 1961. Valls, entonces en el "Popular",
no quiso asumir la operación desde esa plataforma sino
que la desvió hacia la administración regional,
que sí estaba interesada.
Para hacerse con el Banco, se crea la ya típica sociedad
auxiliar, con dinero de la Obra y ajeno, que se llamaría
Vasco Catalana, en razón a los nombres de quienes entraban
en la operación, amigos del Opus de esas regiones,
y se adquirió el Banco a cuyo frente se puso a un supernumerario,
José Ferrer Bonsoms, formado al lado de sus hermanos
en el "Popular" y a cuyo lado se colocó a
un numerario de confianza, Pablo Bofill de Quadras. El "Atlántico"
sería muy importante para resolver más adelante
un cambio de rumbo en la política económica
que Roma imprimió.
Otras operaciones de la época fue la adquisición
de una editorial, "El Magisterio Español",
que se le compró a la familia Solana, para entrar en
el mundo de los maestros, la entrada en el mundo de los seguros,
con la sociedad "Ancema", de la publicidad, en asociación
con "Jo Linten" y un nuevo impulso de la labor de
prensa, con las operaciones "Nuevo Diario", "El
Alcázar", "Rotopress" y el "Madrid",
todas ellas con el mismo esquema jurídico y empresarial.
La que resultó más costosa fue "Rotopress",
una inversión de cien millones de pesetas de los años
sesenta, pero se trataba de una orden directa del Padre. "Había
que empapelar el mundo en papel impreso. Había que
crear empresas con un cuello tan gordo que el gobierno no
lo pudiera cortar." "Ésas eran las palabras
de Escrivá para alentarnos a la inversión -cuenta
Saralegui-. Como resultado, se pidió más ayuda
que nunca. Entraron en juego los Oriol, los Fournier, algunas
Cajas de Ahorro, influidas por un supernumerario aragonés,
Sancho Dronda. Por otra parte, eran tiempos en que había
ministros del Opus y la gente tenía respeto y ganas
de participar en la causa de los vencedores."
También de aquella época data la puesta en
marcha de la agencia de noticias "Europa Press".
Se parte de una agencia de colaboraciones que tenía
la familia Luca de Tena que, por aquel entonces, habían
dado entrada a los hombres del Opus, en especial a los monárquicos,
en el ABC. Con el tiempo, un numerario, José Luis Cebrián,
sería director del diario madrileño, y un supernumerario,
Méndez, su gerente.
En el primer consejo de "Europa Press" figuran
los Luca de Tena, aunque pronto se ensaya en la empresa una
nueva estrategia apostólica que consiste en nombrar
presidente a una persona ajena al mundo católico. Escrivá
había manifestado su interés de que la Obra
tuviera cooperadores acatólicos o católicos
apartados de la Iglesia. Éste era el caso de José
Mario Armero, abogado especializado en inversiones norteamericanas.
El pacto funcionó muy bien. Armero proporcionó
la fachada no confesional, en el bien entendido de que él
no intervendría en la manipulación de las noticias,
especialmente las religiosas, que realizaban en la Agencia
hombres más de confianza, como los sucesivos directores,
todos ellos supernumerarios. A cambio, Armero consiguió
una tarjeta de visita, un aumento de su esfera de influencia,
con el Opus en alza, y algún pequeño favor,
como el título de periodista por la Universidad de
Navarra, en condiciones cómodas.
La operación "Madrid", que tanto daría
luego que hablar, fue un descubrimiento de Andrés Rueda
quien intimó con don Juan Pujol, dueño de la
empresa y llegó a la conclusión de que era fácil
hacerse con el periódico, uno de los dos vespertinos
de la capital. Para la fórmula de propiedad se crea
la sociedad "Faces", en la que, junto a los nombres
de los numerarios habituales, como Luis Valls, aparece el
de Rafael Calvo Serer, quien entra en el periódico
como presidente de la sociedad y lleva consigo, como director,
a Antonio Fontán, que acababa de cumplir un largo período
en Navarra, organizando la Facultad de Periodismo y creando
la revista "Nuestro Tiempo."
En el diario "Madrid" se va a producir uno de los
mayores calentamientos de cabeza internos porque Rafael Calvo
Serer se estaba desenganchando de la política del conformismo
y empezó a alentar una línea editorial y una
redacción de jóvenes periodistas que se topaban
constantemente con la censura ministerial. Aquello incomodó
a Luis Valls y a Andrés Rueda, que habían diseñado
una línea menos conflictiva, más apostólica
y terminó, como es sabido, con la prohibición
del periódico que decretara el ministro Sánchez
Bella, que precisamente había entrado en el Opus con
Rafael en Valencia y salió casi en seguida. El lance
acarreó una enemistad profunda entre Valls y Calvo
Serer que los superiores de la Obra no supieron amortiguar.
"Yo siempre he creído -opina Miguel Fisac,
él ya hacía años que se había
salido de la Obra- que el episodio del diario "Madrid",
aunque externamente pareciera un conflicto, podía
ser una maniobra del padre Escrivá que movía
los hilos desde Roma y pretendía aparentar una confrontación
de ideas entre profesionales libres, cuando en realidad
lo que había era una apuesta doble, conforme a su
teoría de que había que tener gente en todos
los bandos, aun los más opuestos entre sí.
El Opus estaba demasiado comprometido con Franco y había
que robustecer el frente antifranquista. Por eso se compró
el "Madrid" y se nombraron en los cargos de representación
a Calvo Serer y a Antonio Fontán, conocidos públicamente
como pertenecientes al Opus, contrariamente a la costumbre
general de poner personas que eran simplemente amigas.
Y se vio muy claro que los miembros del Gobierno que eran
del Opus Dei o afines a él, como por ejemplo, el
ministro Sánchez Bella, no sólo no defendieron
a los directivos del periódico "Madrid",
sino que fueron los que más duramente les atacaron.
De esta forma favorecían el objetivo de esta maniobra
de hacer ver a la gente que los miembros del Opus lo mismo
podían estar con Franco como contra él, aunque
esa aparente libertad estuviera coordinada desde arriba."
En el mundo de la prensa, el control de Roma iba más
allá de la contabilidad.
"Nos llegaban constantemente notas en las que comentaban
lo que se escribía, sobre todo la línea editorial
y nos hacían constantes sugerencias. Era una especie
de censura a larga distancia que la mayoría de las
veces apenas tenía efecto porque la correspondencia
tardaba en ir y venir. A veces notábamos como un
desconocimiento de la realidad española, algo que
se confirmó cuando comprobamos que el que hacía
en Roma, por encargo del Padre, los informes acerca de la
actualidad española era un joven sudamericano",
cuenta Saralegui.
La intromisión de la línea jerárquica
de la Obra en el gobierno de las empresas provocó algún
que otro embarazo, pues aun cuando la mayoría de los
accionistas y consejeros de las sociedades auxiliares eran
amigos y cooperadores, algunas veces se producían tensiones
y malos entendimientos.
Hay muchas anécdotas al respecto, especialmente cuando
se trataba de las relaciones de las empresas con la Administración
pública y, en particular, con la censura franquista.
Más de una vez el ministro Fraga cogía desprevenidos
a los directivos supernumerarios que acudían a negociar
con él y se veían en la necesidad de pretextar
una reunión empresarial con la finalidad de tener tiempo
para consultar con los superiores internos puntos que ellos
creían sustanciales en la negociación. Así
le ocurrió una vez a un supernumerario militar, el
general Carrasco Verde, que era el presidente de "Sarpe",
la empresa editorial.
La conveniencia de que los directivos de las empresas auxiliares
fueran gente sumisa y obediente llevó a la utilización
creciente de supernumerarios militares en la gestión.
Los militares entendían muy bien el carácter
jerárquico de las empresas de la Obra, algo que favorecía
la obediencia aunque con frecuencia llevaba consigo una gran
rigidez, como otros socios, metidos en los mismos afanes,
recuerdan. Entre los militares utilizados pueden citarse a
Manuel Méndez Encinas, en "Sarpe", y Eugenio
Galdón, marino, quien pidió el retiro en la
carrera para hacerse cargo de la gestión de "Rotopress".
Escrivá llegó a decir que "los militares,
por el hecho de serlo, tienen ya la mitad de la vocación
al Opus Dei".
Sin embargo, la España de los años sesenta
ya no era una sociedad estrecha y pacata por lo que la línea
editorial y el estilo de las publicaciones de la Obra empezó
a perder clientela. Tal circunstancia forzaba el que los superiores
insistiesen por vía interna en la necesidad de conseguir
suscripciones para paliar la baja en la venta directa, pero
tampoco aquello resultó muy útil. Por todo ello
se modificó la trayectoria del apostolado de la prensa
y se comenzó a concentrar la atención en revistas
estrictamente apostólicas, como "Mundo Cristiano"
y "Palabra", o para la mujer, como "Telva",
abandonando las de carácter general, con el cierre
de "La Actualidad Española". "La Actualidad
Económica" mantenía su línea principalmente
técnica con muy buenos colaboradores de fuera, Justo
Iriondo, Tomás Vidal Terceño, Juan Antonio Franco
y con una circulación apoyada, en parte, en la influencia
de los tecnócratas en la vida política española,
algo que muchos lectores vinculaban a la ejecutoria del Opus
Dei.
Pero el gran conflicto en las actividades económicas,
en las empresas de la Obra, empezó a producirse en
las decisiones estrictamente empresariales. El propósito
inicial al crear las sociedades auxiliares había sido
doble, allegar recursos para enjugar el carácter básicamente
deficitario de las obras corporativas, y dotarse de plataformas
civiles para entrar en el mundo de la prensa, del cine, etc.,
en el que se quería influir. Con el paso del tiempo
se fue comprobando que la rentabilidad empresarial no permitía
muchas alegrías y que la mayoría de las empresas
necesitaban de sus propios beneficios para financiar su natural
expansión o incluso para mantenerse a flote. Aquello
producía constantes tensiones porque la administración
regional era partidaria de retirar beneficios y los responsables
de cada empresa de lo contrario.
Por otra parte, la doble obediencia en la gestión
mercantil producía conflictos de conciencia a muchos
socios numerarios, supernumerarios e incluso cooperadores
y amigos, que tenían que asistir o incluso protagonizar
esas campañas de libertad profesional a las que los
directivos de la Obra se entregaban cuando la gente atribuía
a la institución la ejecutoria de las empresas auxiliares.
Las acusaciones de favoritismo en las decisiones de la Administración
española relacionadas con estas sociedades empezaron
a extenderse y hubo algunos casos clamorosos, como todo lo
relacionado con el comercio exterior, en el que algunos socios
de la Obra como Manuel Barturen, José Víctor
de Francisco y otros, montaban empresas y lograban buenos
contactos en el extranjero en base a la impresión que
muchos tenían de que los socios de la Obra tenían
un acceso directo a los funcionarios del Estado correligionarios
suyos.
"De hecho, Alberto Ullastres y sus colaboradores no
eran demasiado proclives a la operación de apoyo
a los intereses de la gente amiga. Tuvimos que convencerle
para que nombrara a un supernumerario joven, Antonio Pérez
Ruiz, que dirigía "Hispamun", una sociedad
auxiliar, como comisario de abastecimientos, con el propósito
de que éste lo fuera más -recuerda Antonio
Pérez-. Pero los inconvenientes empezaron a ser mayores
que las ventajas. Y lo mismo que en el caso de la política,
se vio en seguida que en el mundo de los negocios, las tensiones
internas, las peleas entre hermanos, eran un perjuicio mucho
mayor que los beneficios, que tampoco eran tan claros."
Los mensajes sobre tensiones y conflictos iban y venían
a Roma donde Escrivá, muy zarandeado ya por la crítica
internacional a la politización franquista de la Obra,
empezó a tener también disgustos graves por
esta causa.
"Y eso que no le contábamos ni la mitad de lo
que pasaba", recuerda Antonio Pérez.
Aparte de la pelea del "Madrid", hubo otra muy
fuerte entre Luis Valls y José María Arana,
un vasco que había sido superior interno y que era
responsable del "Banco Europeo de Negocios" en la
órbita del "Popular". Las disidencias entre
ambos fueron muy explícitas y acabaron con el cese
de Arana.
Y junto a las peleas, los equívocos.
Cuando se constituían las sociedades, se elegían,
como testaferros, a personas de confianza, numerarios o supernumerarios,
a cuyos nombres figuraban las acciones de las sociedades.
Como luego éstos no participaban en la gestión,
a veces se olvidaban de que su nombre figuraba en tal o cuál
sociedad y esto produjo más de un incidente.
En cierta ocasión el ministro Fraga, que sostenía
un antiguo pleito con los tecnócratas del Opus, reveló
en un consejo de ministros a su compañero García
Moncó, que él era accionista de una de las empresas
de prensa con las que Fraga pleiteaba habitualmente. García
Moncó se había olvidado de que en su día
había dado su nombre para aquella sociedad auxiliar.
"Una tarde de invierno de 1966 -relata Saralegui-,
me convocó Florencio Sánchez Bella, que había
sustituido a Antonio Pérez como consiliario de España,
y me dijo que el Padre había decidido la supresión
de las obras comunes o sociedades auxiliares. Y con la misma
convicción con que años antes se nos había
hecho el panegírico del gran acierto canónico
y organizativo que eran las citadas obras comunes, se me
puso de manifiesto la visión del Padre en cancelarlas."
La decisión llevó consigo un reajuste de titularidades
y especialmente la transformación de la gestión,
ya que en vez de mantenerse el control directo de la administración
de la Obra sobre las empresas, se otorgó al "Banco
Atlántico", y en particular a Pablo Bofill de
Quadras, una especie de delegación general para que
se hiciera cargo del control económico, y eventualmente
doctrinal, de las hasta entonces conocidas como sociedades
auxiliares. El "Banco Atlántico", con otro
más pequeño, el "Latino", que había
caído también bajo la influencia de la Obra,
asumieron, de variadas maneras, las acciones de los numerarios
en las empresas correspondientes y el papel de Pablo Bofill
ante sus colegas subió paralelamente.
"En cierto sentido -comenta Saralegui-, Pablo heredó
el carisma interno y la autoridad que antes tenía
Luis Valls, el cual se fue dedicando progresivamente a la
política bancaria, a la política en general."
Al mismo tiempo algunas sociedades se dejaron caer, y otras
se vendieron porque, con el paso del tiempo, y la dedicación
preferente del Opus a la enseñanza, no había
energías ni dinero suficientes más que para
mantener directamente el apostolado de la prensa.
La estrategia clasificadora de bienes y empresas propios
mantenía sin embargo las ambigüedades de la naturaleza
jurídica del Opus. Bienes adscritos a actividades corporativas,
como los terrenos de la Universidad de Navarra, se mantenían
en el activo de sociedades mercantiles controladas por miembros
de la Obra y la necesidad de seguir mandando dinero al exterior
hizo crear titularidades, cuentas, dentro y fuera de España,
de cierta complejidad para escapar a las leyes sobre evasión
fiscal y de capitales.
Al mismo tiempo, y con la presión permanente de los
déficits producidos por las obras corporativas, creció
el interés de los superiores por echar mano de otra
tradicional fuente de ingresos, los donativos, que la expansión
política y social de la Obra ponía más
al alcance, al haberse multiplicado el número de los
socios conocidos e influyentes.
La estrategia se había ensayado con motivo de la financiación
de las obras del colegio romano. Cada socio, numerario o supernumerario,
hacía una lista de las personas a las que podía
sablear y la entregaba a los superiores. Éstos comprobaban
las listas para evitar duplicaciones y decidir el mejor protagonista
para cada caso y a partir de entonces se establecía
un control superior sobre las gestiones individuales, en campañas
de mayor o menor duración.
Muchas personas, muchos banqueros y empresarios recuerdan
esas campañas, protagonizadas en bastantes casos por
hombres del Opus colocados en posiciones de influencia, hasta
ministros, a los cuales era muy difícil negar el favor,
pero que, en algún caso, dejaban la puerta abierta
para la reciprocidad y el tráfico de influencias a
la que tan dada es la sociedad española.
En ocasiones, el propio Escrivá estimulaba ese tráfico
de influencias, encargando gestiones concretas cerca de comerciantes
amigos, a los que se prometían contactos en los ministerios
desempeñados por gentes de la Obra, con los naturales
conflictos.
Con el tiempo, la fuente de donativos se reveló como
la más importante fórmula de financiación
tanto de las obras corporativas, tipo Universidad de Navarra,
como del mantenimiento de los socios en un nivel de vida de
clase media alta, así como de las incesantes aventuras
apostólicas fuera de España y, en último
término, de los crecientes caprichos de Escrivá.
"El tema de los regalos al Padre se fue convirtiendo
en obsesivo -cuenta Antonio Pérez-. Se iba poniendo
de moda que cada visita de un consiliario a Roma significaba
la obligación de un óbolo al Padre en forma
de dinero o regalos de importancia.
"Cuando se logró para el Padre -a petición
propia- la gran cruz de san Raimundo de Peñafort,
yo, en el primer viaje que hice, le llevé una normal,
de plata sobredorada y esmaltes, que fue recibida casi como
una ofensa. Poco después, supe que Alvaro había
encargado otra con brillantes."
El óbolo romano significó también una
fuente de conflictos con organizaciones filantrópicas
a las que se pedía dinero para las obras corporativas.
Las Fundaciones eclesiásticas alemanas "Adveniat"
y "Misereor" concedieron algunas ayudas, de las
que el Padre reclamaba el diez por ciento, lo que resultaba
bastante complicado justificar en los términos contables
en que esas fundaciones pedían luego cuenta de la inversión
de los donativos.
Sin embargo, gente con menos escrúpulos o más
cercanos a la Obra daban sin pedir explicaciones ni recibos
y algún caso hubo en el que las ayudas, reveladas luego
públicamente, se probaron embarazosas. Quizás
el caso más obvio sea el de Ruiz Mateos.
José María Ruiz Mateos había conocido
la Obra a finales de los años cincuenta, cuando él
empezaba a echarle pulsos a la oligarquía vinatera
de Jerez. Allí se hizo supernumerario y comenzó
a ayudar, cooperando en la financiación de la casa
de ejercicios de Pozoalbero y colocando en sus empresas a
miembros de la Obra. Con el tiempo, conoció a los importantes,
Luis Valls, Rafael Termes, quienes pronto le incluyeron en
sus estrategias de promoción de gente amiga. Él
quería llegar muy alto y pronto se le presentó
la ocasión. A mediados de los sesenta, con Espinosa
San Martín de ministro de Hacienda y Mariano Navarro,
gobernador del "Banco de España", ambos supernumerarios,
Ruiz Mateos recibe préstamos en condiciones muy favorables
para hacerse cargo de la "Banca Rato" y, a partir
de ahí, parece que con el apoyo institucional del "Banesto"
y de otro supernumerario, Coronel de Palma, a la sazón.
director de la confederación de Cajas de Ahorros, comienza
su vertiginosa carrera.
Su heterodoxo estilo bancario provoca poco a poco la animadversión
de los grandes de la banca pero ni éstos, ni los organismos
oficiales, se atreven durante largo tiempo con un personaje,
cuya relación con las zonas más contundentes
del poder era tan obvia.
La relación de Ruiz Mateos con los importantes de
la Obra estaba llena de sobreentendidos. Para comprenderla
hay que analizar la posición de Luis Valls, quien reunía
en su persona en esos años tres legitimaciones importantes:
era, en primer lugar, superior interno, con competencias espirituales
y temporales muy amplias; por otra parte, era el ojo derecho
de Escrivá quien le distinguía mucho por su
habilidad para satisfacer sus obsesiones y caprichos económicos;
y en tercer lugar, poco a poco, se fue convirtiendo en un
"power broker" económico y político
del franquismo. Generalmente desde la sombra, y con poquísimas
palabras, protagonizaba operaciones, alianzas y promociones
de tantos miembros, cooperadores, amigos y asociados, que
en una mezcla de fervor apostólico, ánimo de
medro económico y ambición política,
se arremolinaban en torno a esa nueva fuente de poder que
era la tecnocracia opusdeística. Una palabra, un gesto
de Valls, y luego, también, en menor medida, de Termes,
motivaban el comportamiento de muchos.
Desde esa cúpula de poder religioso y temporal, Luis
Valls era para Ruiz Mateos la garantía de cumplimiento
de su sueño biográfico que estaba hecho de una
mezcla de patriotismo religioso y megalomanía muy propia
de cierta estirpe de capitalistas españoles.
La contrapartida era obvia. Ruiz Mateos, con el paso del
tiempo, se iba convirtiendo en socio supernumerario paradigmático.
Daba trabajo en sus empresas a cientos de supernumerarios
y cooperadores. No tenía un no para las continuas demandas
de ayuda de los superiores internos, a los que llegó
a entregar, en el pináculo de su carrera, más
de cuatro mil millones de pesetas. Y era ese padre de familia
numerosa que tanto se celebra en los ambientes de la Obra.
El adoctrinamiento apostólico no contenía,
sin embargo, suficientes elementos de moral comercial y prudencia
por lo que, como ya es de todos conocido, la carrera de Ruiz
Mateos fue truncada, una vez que el contexto político
y las alianzas de intereses opuestos a ella lo permitieron.
Sus relaciones con la Obra comenzaron entonces a cuartearse.
Ya hacía tiempo que Valls no era superior interno e
incluso, con la democracia, los nuevos gobernantes opusdeístas
deseaban marcar distancia con la época Valls, que había
dejado, junto a indudables logros, demasiadas huellas de un
pasado que trataban de borrar. La relación Valls-Ruiz
Mateos se privatiza, por así decirlo, y el fiel vasallo
de confianza comienza a darse cuenta de que todas esas promesas
implícitas y explícitas de apoyo -el lenguaje
de los sobreentendidos de la cosa nostra- no van a cumplirse,
al tiempo que las oficinas oficiales del Opus ponen también
distancia entre la organización y el hasta entonces
modélico socio. El clima de solidaridad fraternal que
había brotado con la expropiación empieza también
a desvanecerse, a lo que contribuyen las intervenciones periodísticas
sobre supuestas infidelidades sexuales que, para el mundo
del Opus, son mucho más graves que todos los quebrantos
de leyes y costumbres mercantiles y fiscales. Y Ruiz Mateos,
que en un principio sólo responsabiliza al equipo de
Valls y Termes de su desgracia, comienza a hablar y termina
incriminando a superiores internos en la responsabilidad de
sus decisiones.
El caso Ruiz Mateos, con otros parecidos, como el de Sebastián
Auger y su grupo empresarial "Mundo", representa
aquella otra estrategia paralela a la de las sociedades auxiliares,
que consiste en ayudar y apoyar a socios supernumerarios y
amigos para que monten sus propias empresas, en cuyos dividendos
materiales y simbólicos tendrían los superiores
una participación.
Pero la estrategia, lo mismo que en el caso de las sociedades,
se probó conflictiva. En unos casos, por falta de visión
empresarial de los individuos, en otros porque el apoyo interno
no siempre era tan fácil o tan obvio y, en último
término, porque la creación de una red mafiosa,
que es lo que en último término se pretendía,
requiere toda la inventiva y la dedicación de la que
hacen gala las "familias importantes" y a tanto
no llegaba la decisión corporativa, preocupada paralelamente
con destruir los signos externos de la cooperación.
Lo que sí se logró fue identificar a los hombres
de negocios del Opus con la peor tradición en la materia,
de modo que, cientos de veces, eclesiásticos concienciados
o fieles corrientes se han escandalizado de que los ejemplos
de santidad en el trabajo ordinario que ofrece la institución
sean tan abracadabrantes.
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