EL MUNDO SECRETO DEL OPUS DEI. Michael Walsh
II. LOS ORÍGENES DEL OPUS
Una de las cosas más extrañas del Opus Dei
es su falta de historia. Ha funcionado durante sesenta años
y uno esperaría que algún miembro en alguna
parte del mundo hubiese escrito un relato de su desarrollo,
de cómo creció y se extendió, de quién
ingresó, dónde y cuándo, de cuáles
fueron los problemas y cómo se solventaron, de qué
tensiones existían y cómo fueron resueltas,
de cómo llegaron a emprenderse las distintas obras
apostólicas y cómo se decidió su política,
etc. El lugar apropiado para dicho tratamiento hubiera sido
el volumen publicado en 1982 (Rodríguez, Pedro et
al. (eds.). Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer
y el Opus Dei en el 50 Aniversario de su Fundación,
Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, 1982. La segunda
edición de 1985 es la que aquí se utiliza)
por la Universidad de Navarra para conmemorar, algo tardíamente,
el cincuenta aniversario del Opus Dei, fundado en 1928. En
él hay un apartado prometedora-mente titulado "Opus
Dei, cincuenta años de existencia", pero consiste
solamente en dos piezas: un texto inédito hasta entonces
de Escrivá y una entrevista que no aporta información
-al menos en lo que a la historia de la organización
se refiere- con el nuevo presidente general de la asociación,
monseñor Alvaro del Portillo. No es que algo de su
historia no pueda ser desenterrado a partir de las muchas
apologías del Opus que sus partidarios han publicado
a través de los años, pero no se menciona directamente
ningún estudio histórico en el ensayo bibliográfico
de Lucas F. Mateo-Seco, escrito para el volumen del aniversario.
(Lucas F. Mateo-Seco, "Obras de Mons. Escrivá
de Balaguer y estudios sobre el Opus Dei", en Rodríguez
et al. (eds.), ob. cit., págs. 469-572) Lo más
extraordinario es la escasez de obras serias sobre cualquier
aspecto del Opus, excepto en el de su recientemente adquirido
estatuto jurídico como prelatura personal.
No obstante, de un acontecimiento en particular no hay escasez
de relatos: del día y del modo en que Escrivá
decidió fundar lo que con el tiempo se convirtió
en el Opus Dei. Sucedió, dice Vázquez con una
hipérbole comprensible en quien es un miembro devoto,
"como semilla divina caída del cielo". (Vázquez,
op. cit., pág. 15) La idea le vino a Escrivá
cuando hacia un retiro en una casa a las afueras de Madrid,
perteneciente a los padres paúles. Escrivá estaba
rezando y, afirma Bernal, "vio" el Opus Dei. Al
mismo tiempo oyó sonar las campanas de la cercana iglesia
de Nuestra Señora de los Ángeles, que celebraba
la fiesta patronal; el 2 de octubre es el día en que
los católicos conmemoran la fiesta de los Angeles Custodios.
(Bernal, op. cit., págs. 106-107. Bernal cita a
Alvaro del Portillo, por eso pone "vio" entre comillas".
(N. de la t.: En la edición española, pág.
111.).
Lo que sucedió realmente, no está del todo
claro. Algunos miembros del Opus quieren creer que Escrivá
de Balaguer tuvo una visión celestial, pero ni él
mismo llega a afirmar tanto. De hecho, afirma muy poco. Es
bastante evidente que, siendo un joven y ambicioso sacerdote
en un país con demasiados curas a la sazón,
buscaba algún papel particular en la vida. Y no hay
nada malo en ello. Parece ser, por los diversos relatos de
la fundación, que durante sus meditaciones comenzó
a vislumbrar cuál podría ser su papel. Fue más
tarde, aunque no mucho después, cuando la primera noción
se hizo más clara y pudo dar los pasos para ponerlo
en marcha. Eso fue todo lo que sucedió. Pero como el
Opus tiene la propensión a maximizarlo todo, se puso
una placa en la fachada del nuevo campanario de Nuestra Señora
de los Angeles, y una de las antiguas campanas se llevó
a Torreciudad en recuerdo del fundador. La inscripción
latina, toscamente traducida, dice: "Mientras las campanas
de la iglesia de Madrid de Nuestra Señora de los Angeles
tocaban y alzaban sus voces en oración a los cielos,
el 2 de octubre de 1928, Josemaría Escrivá de
Balaguer recibió en la mente y en el cuerpo las semillas
del Opus Dei." El Opus podría haber puesto más
adecuadamente una placa en el edificio en el que el fundador
recibió su primera inspiración, pero ya no está
en pie.
¿Qué era exactamente lo que Escrivá
había fundado? Apenas hay dudas sobre en qué
se ha "convertido" el Opus Dei. Tiene una estructura
legal precisa, objetivos bien definidos y métodos inequívocos
para llevarlos a cabo. Pero sería inusual para el fundador
de una organización religiosa dentro de la Iglesia
católica prever exactamente y hasta el último
detalle lo que quería que llegara a ser. Los franciscanos,
por ejemplo, pasaron por muchos traumas durante décadas,
si no durante siglos, de conflictos internos antes de establecer
su estructura, y eso solamente a costa de dividir la orden.
De modo que es razonable preguntarse si la visión original
de Escrivá se ha realizado en la forma que ha tomado
ahora.
No es que el problema sea así de simple. Escrivá
vio que el Opus Dei se desarrollaba en la forma en que lo
hacía, y lo alentó a continuar en su camino.
El momento crucial pudo estar en el incidente que se explica
más adelante (ver pág. 58), cuando volvió
de Roma en 1946 con su inocencia o su ingenuidad quebrantada
por la forma de actuar de la curia romana. Pudiera ser que
su primera idea de lo que deseaba crear fuese algo completamente
distinto.
Bernal, por ejemplo, describe al Opus Dei como "una
'organización desorganizada', plena de responsable
espontaneidad". (Ibid., pág. 34. El entrecomillado
es de Bernal. (N. de la t.: En la edición española,
pág. 38.) Eso estaría muy lejos de la experiencia
de algunos miembros recientes. Al morir el fundador, comenta
Vladimir Felzmann:
"...reglas, normativas y restricciones crecieron.
La vida se hizo aún más restrictiva... Para
proteger y preservar su espíritu -para evitar lo
que les sucedió a los franciscanos-, el fundador
había dispuesto una codificación completa
y meticulosa de la obra del Opus Dei y de las vidas de sus
miembros. Pero, como nuestro Señor mismo descubrió,
un espíritu encerrado en un código tiende
a volverse muerto, esclavizante, farisaico". (Felzmann,
op. cit., pág. 288).
Pero la "organización desorganizada" de Bernal
está cercana a lo que Raimundo Pániker recuerda
de los primeros tiempos. Pániker era quizás
el más distinguido teólogo académico
del Opus. Nacido en Barcelona, de padre indio y de madre catalana,
era ciudadano británico y, como tal, fue evacuado de
Barcelona por un buque de guerra británico durante
la Guerra Civil española (1936-1939). Fue a estudiar
a Alema, pero volvió a Barcelona en 1940, donde se
unió al pequeño grupo de seguidores de Escrivá,
que llevaban a cabo actividades en la ciudad. Se ordenó
sacerdote en 1946, uno del segund grupo de miembros del Opus
que iban a ser ordenados. Dejó el Opus en 1965. Sus
recuerdos de los primeros tiempos confirman la descripción
de Bernal.
Dice Pániker que cuando llegó al Opus era casi
un movimiento "contracultural". (Aunque he hablado
con Raimundo Pannikar sobre el Opus en al menos tres ocasiones
distintas, la mayor parte de la información utilizada
en este libro procede de una larga entrevista el 2 de septiembre
de 1984, que tuvo lugar entre el aeropuerto de Heathrow y
Oxfond y que luego continuó hasta bien entrada la tarde
en su alojamiento de Oxford). Gente como él se
unió al Opus porque parecía ofrecer un modo
de superar la "rutina del catolicismo". Simplemente
querían tomarse en serio la religión, seguir
el Evangelio en todas las exigencias que impone sobre quien
quiere ser discípulo de Cristo. Hay una vieja tradición
ascética en la Iglesia que compara al devoto con la
"militia Christi", los soldados de Cristo, y ésa
fue la expresión que utilizó Pániker
para los primeros miembros del Opus. No había, aparte
del mismo Escrivá, más que un grupo de laicos
que intentaban poner el Evangelio en acción. No había
una forma de vida especial, ni una huida del mundo. No debía
haber nada que les distinguiera excepto, quizá, que,
para ayudarse mutuamente, vivían juntos. Aquél,
pues, era el ideal que Escrivá de Balaguer ofrecía
a los que se hallaban bajo su ir fluencia.
Y la gente se sometía rápidamente a ella. En
cuanto recibió el mensaje divino (Cfr. Vázquez,
op. cit., pág. 117), se lanzó a buscar gente
para su causa. Habló de sus ideas a amigos de sus días
de estudiante en Logroño y Zaragoza. Buscó apoyo
entre los sacerdotes que compartían la casa donde se
alojaba en Madrid. Escribió cartas a gente de fuera
de la capital de España. Preguntó a sus conocidos
y a aquellos para quienes trabajaba como capellán,
si conocían candidatos varones adecuados entre los
jóvenes, y particularmente entre los estudiantes. Le
dijo al padre Sánchez Ruiz, su director espiritual,
que se daba cuenta con creciente claridad de que el Señor
"quiere que me esconda y que desaparezca". No siguió
el consejo del Señor. Estaba haciendo amistades influyentes
tanto entre el clero como entre los seglares, estaba desarrollando
el Opus a través de sus cartas, cultivando la aristocracia
y haciendo sus primeros discípulos.
Hubo algunos que se unieron a él, pero no se quedaron.
Otros, como Isidoro Zorzano Ledesma, que había estudiado
con él en Logroño y a quien se encontró
por casualidad en Madrid (ver más adelante, pág.
42), murió joven. Unos amigos de la Facultad de Medicina
de Madrid le presentaron a Juan Jiménez Vargas, estudiante
de dicha Facultad. Encontró a otros por medio del confesionario
o a través de las Damas Apostólicas, de quienes
era capellán. Se unieron a Escrivá en un momento
crucial de la Historia de España, tímidamente,
en palabras de Pániker, un "movimiento contracultural".
Desde 1981, los profesores de las Universidades españolas
podían mantener y enseñar doctrinas distintas,
e incluso opuestas, a las de la fe católica. (El
párrafo que sigue ha sido tomado de mi articulo "Being
Fair to Opus Dei", "The Month", agosto de 1971,
y se reproduce aquí con permiso del director).
Las consecuencias de esta libertad de expresión se
impusieron despacio, pero por los años veinte muchos
catedráticos, incluso aquellos con mayor influencia
entre los estudiantes universitarios, propagaban una doctrina
que estaba en desacuerdo con la enseñanza católica
aceptada. En un país como España, en el que
la relación entre la Iglesia y el Estado había
sido tan estrecha, y la forma tradicional de vida del pueblo
había estado tan impregnada de catolicismo, esta tendencia
en el mundo universitario podía ser considerada como
una amenaza no sólo a la ortodoxia religiosa, sino
también a la misma base de la Hispanidad. Además
de ser un sacerdote católico, Escrivá de Balaguer
era un patriota. La máxima 525 de Camino comienza así:
"Ser 'católico' es amar a la patria, sin ceder
a nadie mejora en ese amor."
No era sólo la enseñanza en las Universidades,
y especialmente en la de Madrid, la que se iba secularizando
cada vez más, sino también otras instituciones
educativas fomentaba esta tendencia. La Institución
Libre de Enseñanza fue fundada en 1876 por un hombre
que había dejado la Iglesia porque ésta condenó
el liberalismo en el "Sillabus", un documento en
que ésta enumeraba las mayores aberraciones -a los
ojos del Papa- de los tiempos modernos, publicado por Pío
IX en 1864. Aunque no era específicamente anticatólica
en su objetivo, la Institución Libre de Enseñanza
era vista como tal por muchos españoles. Un sacerdote
que escribía en 1906 para la publicación de
la Compañía de Jesús más prestigiosa
de la época, "Razón y Fe", la describía
como "el enemigo mortal de la enseñanza católica".
No era una organización controlada por el Estado pero,
no obstante, tuvo un profundo impacto sobre el sistema educativo
español. Estableció residencias estudiantiles
en las Universidades, en la línea de las Universidades
de Oxford y Cambridge, y las plazas en ellas eran muy buscadas.
Más importante, quizá, fue la influencia que
ejerció sobre la Junta para la Ampliación de
Estudios e Investigaciones científicas, fundada en
1907 para establecer institutos de investigación en
toda España, y por medio de esto elevar el nivel general
de educación en todo el país.
La libertad de expresión de que gozaban los profesores
y los nuevos institutos favoreció la expansión
del agnosticismo entre los jóvenes intelectuales españoles.
Escrivá tenía buenas razones para ser consciente
de los peligros y las posibilidad inherentes a la educación.
"Libros: -escribió en la máxima 339- no
los compres sin aconsejarte de personas cristianas, doctas
y discretas. Podrías comprar una cosa inútil
o perjudicial. ¡Cuántas veces creen llevar debajo
del brazo un libro... y llevan una carga de basura!"
La oposición a la expansión del agnosticismo
había comenzado mucho antes de que Escrivá de
Balaguer llegase a Madrid. En 1909 un sacerdote jesuita fundó
la Asociación Católica Nacional de Propagandistas,
una prolongación en la vida de los negocios y profesional
de las sociedades devotas llamadas congregaciones marianas.
Las congregaciones marianas eran, y son todavía, aunque
en muchos lugares han cambiado de nombre, organizaciones bajo
la dirección religiosa de la Compañía
de Jesús, que combinan una forma modesta de práctica
ascética con obras de caridad. Aunque eran típicas
en los colegios de jesuitas, las congregaciones se encontraban
también en las parroquias dirigidas por ellos, o vinculadas
a residencias suyas de otras clases. Podían ser vistas
como un intento de adaptar la espiritualidad ignaciana a la
forma de vida de los laicos. Bajo la dirección de la
Compañía de Jesús, el objetivo de la
Asociación Católica era doble: mejorar las condiciones
sociales de los pobres en España, sin trastornar los
valores tradicionales, y la forma de vida del pueblo. Era
una organización elitista, que extraía sus adeptos
de entre los hombres de alto nivel social y educativo. Su
método, como el movimiento de las células comunistas
de una generación posterior, era trabajar en pequeños
grupos y hacerlo discretamente en la medida de lo posible.
Esta organización no podía dejar de ser bien
conocida por Escrivá. Efectivamente, en 1911, la Asociación
compraba "El Debate", un periódico que iba
a convertirse en uno de los más influyentes del país.
En 1923 "El Debate" saludó la llegada al
poder del dictador Primo de Rivera con la esperanza de que
pudiera ser capaz de sostener el orden social, que se desmoronaba.
Seis años más tarde apoyó al ministro
de Educación de Primo de Rivera, en un intento de dar
a dos colegios de dirección privada, uno jesuita y
el otro agustino, el derecho a conceder licenciaturas en ciertas
facultades.
Este intento de interferencia en el monopolio educativo del
Estado originó una protesta tan fuerte, que el plan
tuvo que ser abandonado (No se reavivó hasta el
reconocimiento de la Universidad de Navarra en Pamplona, patrocinada
por el Opus Dei. Ver más adelante, pág. 72).
Escrivá tuvo que conocer la Asociación. Después
de la Guerra Civil española, trabajó en la Escuela
de Periodismo, vinculada a "El Debate", aunque sus
clases eran sobre ética y metafísica más
que sobre las técnicas de la profesión periodística.
Pero no hubiese necesitado ese contacto tan cercarno, ni siquiera
el contacto con sus directores espirituales jesuitas, para
conocer la obra de la Compañía de Jesús
en Espana. "La deuda que tiene el Opus Dei con la Compañía
de Jesús es inmensa -dice Carandell-; tanto, que uno
podría decir que, si la Compañía no hubiese
existido, el nacimiento del Opus hubiera sido imposible".
Que la visión del Opus de Escrivá pueda deber
algo a alguien, no es un tema del que traten las biografías
aprobadas del fundador. El libro de Vázquez, por ejemplo,
tiene tres referencias a don Pedro Poveda. La primera menciona
simplemente la entrevista de Escrivá con don Pedro
el 4 de febrero de 1931 -la fecha era, evidentemente, importante
como para ser anotada-, con la esperanza de obtener alguna
clase de beneficio eclesiástico. Escrivá rechazó
lo que se le ofrecía, según Vázquez,
porque no le daba derecho de incardinaciónn. "La
sorpresa de don Pedro (ante el rechazo de Escrivá)
fue superlativa", apunta Vázquez. La segunda referencia
habla de la amistosa relación entre los dos hombres.
La tercera es simplemente para decir que Poveda murió
asesinado en Madrid en julio de 1936, en el estallido de la
Guerra Civil.
El segundo pasaje es incomprensible. Los dos hombres se encontraron:
Poveda ofreció una promoción que Escrivá
no aceptó. Después, en lo que se refiere a la
biografía, los dos hombres se separan. Sólo
que no evidentemente. En apariencia eran buenos amigos, aunque
Vázquez no se extiende en ello y Bernal no lo menciona
siquiera. Pudiera ser que Poveda jugase un mayor papel en
la vida de Escrivá que el que se le atribuye. Era el
fundador de una congregación seglar llamada las Teresianas.
Era muy conocida y su estructura es similar a la del Opus.
Mientras siga siendo parte de la mitología del Opus
que la idea de su formación se debe al Todopoderoso,
dada directamente a Escrivá de Balaguer aquel 2 de
octubre de 1928, no hay lugar para sugerencia alguna de que
la idea pudiera haber llegado de otra parte, quizá
de la Compañía de Jesús o de don Pedro
Poveda. Había una serie de instituciones similares
al Opus que, aunque no obtuvieron la aprobación papal
antes de la fundación de Escrivá, ciertamente
existían antes que ésta. (Para ésta
y posteriores referencias, ver Giancarlo Rocca, L'"Opus
Dei": Apunti e Documenti per una Storia. Roma, Edizioni
Paoline, 1985, págs. 44-45).
Escrivá escogió inaugurar su nueva sociedad
exactamente cuando terminó la Dictadura de Primo de
Rivera. El 12 de abril de 1931 hubo elecciones en España.
Dos días más tarde, el rey Alfonso XIII abdicó
y marchó al exilio. Y ese mismo día se proclamaba
la República. El socialismo agnóstico había
triunfado sobre la alianza tradicional de la Corona y la Iglesia.
Un mes más tarde llegaron las primeras quemas de conventos
e iglesias. Menos de un año después, la Compañía
de Jesús fue expulsada del país. Los crucifijos
tuvieron que ser retirados de las escuelas y la educación
fue completamente secularizada. El Estado se apropió
de las posesiones eclesiásticas, se permitió
el divorcio, y el Concordato, que regulaba las relaciones
entre el Vaticano y el Gobierno español, fue revocado.
Cuando enseñaba en el "Instituto Amado" de
Zaragoza, Escrivá había demostrado un especial
interés en las relaciones Iglesia-Estado y en los problemas
de la propiedad eclesiástica. (Ver Vázquez,
op. cit., pág. 101, y anteriormente, pág. 25).
Sólo después de surgir estas disputas entre
el Gobierno español y la Iglesia comenzó el
Opus Dei a progresar como movimiento: puede, por tanto, ser
visto como una forma de respuesta a la básica "privatización"
del catolicismo impuesta por el nuevo régimen anticlerical.
Después de renunciar a sus deberes con las Damas Apostólicas
en 1931, Escrivá se quedó sin ningún
trabajo apostólico fijo, una situación inusual
para un cura joven y sin duda devoto. Sin embargo, dos meses
después de haber renunciado a hacerse cargo de una
capilla, se encargó de otra; esta vez en un convento
de clausura de monjas agustinas. Santa Isabel era un Patronato
Real, aunque parece ser que a Escrivá de Balaguer no
se le pagaba por su trabajo, al menos al principio. Finalmente
fue nombrado rector del Patronato, pero solamente a finales
de 1934. Para aquel nuevo cargo tuvo que solicitar permiso
de su propio obispo en Zaragoza. Se lo concedió. No
se recoge si el obispo se paró a preguntarse qué
le había sucedido a la tesis para la que se le habían
concedido dos años de permiso fuera de la diócesis
para terminarla.
Para entonces su familia, sin duda desesperada de su torno
de Madrid, decidió trasladarse a la capital de España.
Desde finales de 1932 Escrivá de Balaguer vivió
con su madre (quien parece que tomó aún más
interés en encontrar un beneficio adecuado para su
hijo que él mismo), su hermano y su única hermana
sobreviviente en un piso en el número 4 de Martínez
Campos. Un año más tarde, con su situación
económica presumiblemente mejorada, alquiló
un piso en el 33 de Luchana, que sirviera como lugar de encuentro
para el grupo que estaba comenzando a reunir a su alrededor.
Una de las primeras formas de la nueva cruzada personal de
Escrivá fue con miembros del clero de Madrid, a los
que daba consejo espiritual cada lunes por la noche enseñándoles,
dice Vázquez, "la 'alteza' de la dignidad sacerdotal,
y cómo el honor de un sacerdote es mucho más
delicado que el honor de una mujer". (Vázquez,
op. cit., págs. 138-139). También trabajaba
con un grupo de hombres jóvenes y de muchachos, que
se reunían para merendar y charlar en el piso de su
madre. Hablaban mientras doña Dolores, Carmen y, aparentemente
con alguna protesta, el hermano de Escrivá, Santiago,
proveían de comida y bebida y servían habitualmente
a la reunión. El número y la frecuencia de las
reuniones aumentaron. Escrivá decidió darles
un enfoque más formal. En una habitación de
un reformatorio que le alquilaron unas monjas que cuidaban
de los delincuentes, comenzó a dar guía espiritual,
en primer lugar, a tres estudiantes de Medicina, pero también
este grupo comenzó a ampliarse.
Escrivá concibió entonces la idea de una academia.
Para ella acuñó la consigna "Dios y Audacia",
que a su vez se convirtió en "Academia D y A",
interpretada como Academia Derecho y Arquitectura. Ocupó
un local diminuto en la calle Luchana, que pronto resultó
ser demasiado pequeño. Además, como academia
y nada más, carecía de la ayuda de madre y de
su hermana. En consecuencia, Escrivá persuadió
a su madre a que invirtiera la herencia que había recibid
la muerte de un pariente en la compra de una propiedad en
Madrid, en la calle Ferraz. Esta era lo suficientemente grande
como para formar una residencia y una Academia de Derecho
y Arquitectura.
Era la primera de las muchas residencias fundadas por Escrivá
y su organización, y establecía un modelo, tanto
en cuanto al estilo de alojamiento como a la forma de instrucción
religiosa que allí se daba. Se levantó un oratorio
y se puso un refectorio. Habla una sala en la que los residentes
podían encontrarse para hablar. Había, naturalmente,
un cuarto de baño. A pesar de la constante limpieza,
sus paredes estaban manchadas de sangre, de las flagelaciones
que Escrivá se infligía. Utilizaba una "disciplina",
una especie de azote de nueve ramales al que había
atado trozos de metal y pedazos de cuchillas de afeitar. (No
se dice si otros residentes se unían, aunque esta práctica
penitencial llegó a ser de uso habitual en el Opus.)
La disciplina y la cadena con púas que se ataba al
brazo, Escrivá de Balaguer las guardaba en la "habitación
del Padre". Allí, bajo una representación
de la historia evangélica de la pesca milagrosa, se
fomentaba la conversación confidencial y se impartía
gula espiritual.
Escrivá intentaba restablecer en la residencia la
intimidad de la vida familiar. Él presidía como
padre. Doña Dolores llegó a ser conocida como
la abuela, Carmen como la tía. Otros llegaron de visita
y fueron ganados a la vida que encontraron en la "Academia
D y A": Alvaro del Portillo, el actual superior o "prelado"
del Opus, fue uno de ellos.
Fue durante este tiempo cuando Escrivá de Balaguer
compuso lo que primero llamó sus "Consideraciones
Espirituales", una colección de máximas
espirituales que finalmente se convirtieron en "Camino".
(Un humorista catalán, a principio de los años
setenta, publicó "Autopista".) El librito
de Escrivá es aclamado por sus seguidores como "una
obra clásica de literatura espiritual", (Lucas
F. Mateo-Seco, "Estudios de Mons. Escrivá y Estudios
en Rodríguez et al., op. cit., pág. 470),
aunque ésta es una descripción de las últimas
ediciones. Escrivá de Balaguer no estaba satisfecho
con la primera versión, publicada en Cuenca en 1934.
Estando en Burgos en 1939, reunió sus notas para una
posterior edición, que publicó en septiembre
de 1939. El libro, con su nuevo y permanente título,
se publicó en Valencia porque, según Vázquez,
ése fue el único sitio donde pudo encontrar
papel. Pero todo esto es adelantarnos un poco. Entre la primera
y la segunda edición de este librito, la vida de Escrivá
iba a dar un giro completo.
En mayo de 1935 Escrivá llevó a sus residente
de la academia DYA" en peregrinación a un santuario
mariano en Avila. Mayo es el mes en el que los católicos
ensalzan especialmente a María y las peregrinaciones
a santuarios marianos en mayo han seguido siendo una característica
de la vida del Opus, en consciente imitación, pudiera
parecer, del primer viaje de Escrivá con sus discípulos
a través del campo castellano.
A pesar de las dificultades con las que se enfrentaba la
Iglesia en España a principios de los años treinta,
el proyecto de Escrivá parece haber sido un gran éxito.
Debido al número creciente de la residencia, la academia
tuvo que encontrar otro alojamiento cercano. Se habló
de adquirir más propiedades en Madrid, y dos de los
discípulos del padre fueron enviados a Valencia para
abrir una residencia en aquella ciudad. Eso era en 1936; la
Guerra Civil no destruyó enteramente lo que tan laboriosamente
había sido construido, y algunos de los primeros seguidores
permanecieron fieles todo el tiempo. A pesar de los problemas
que originó la batalla por el alma de España,
se abrió una casa en Valencia, si bien los planes para
una residencia en París tuvieron que ser pospuestos.
Hasta después de la guerra no comenzó la fase
definitiva del desarrollo del Opus.
¿Qué existía hasta aquel momento? Estaba
la academia "D y A", aunque como institución
educativa parece haber ido perdiendo el interés de
Escrivá, y la residencia anexa, a la que dedicaba bastante
más atención. Había un grupo de simpatizantes
y un grupo bastante más pequeño que podría
haberse denominado "de miembros" si hubiera existido
organización de alguna clase, pero en aquel momento
no lo había. Había un nombre, Opus Dei, "la
obra de Dios", o más comúnmente, simplemente
"la Obra", aunque pudo en principio haber sido pensado
como un título adecuado hasta que apareciese algo más
específico. (Es de notar, sin embargo, que mientras
algunas órdenes religiosas, como los Fraile Menores
y la Orden de Predicadores, han sido conocidas más
familiarmente por los nombres de sus fundadores, franciscanos
y dominicos, respectivamente, no parece haber habido ninguna
sugerencia de que los miembros del Opus Dei se llamaran "escrivistas"
o "balaguerianos".) Y aunque no tenían ninguna
forma específica de dirección espiritual más
que la que proporcionaba "el Padre", desde 1934
los miembros del Opus tenían a su disposición
los pensamientos de su Padre en sus "Consideraciones
Espirituales", publicado ese año en Cuenca. Y
también tenían, como se acaba de ver, un modelo
de vida basado en el "hogar", el modelo de un hogar
familiar, que Escrivá había desarrollado con
la ayuda de su madre y de su hermana en la residencia de la
calle Ferraz, aunque el papel de su familia más cercana
parece haber sido exagerado en la mitología del Opus
de los primeros años. (Ver el primer capítulo
de La otra cara del
Opus Dei, de María Angustias Moreno (Barcelona,
editorial Planeta, 1978), para un relato de los primeros años
por un antiguo miembro, en el que afirma que el papel de la
familia de Escrivá ha sido muy exagerado).
Esta es una de sus caras: la rama masculina del Opus. En
1936 la rama femenina también existía. No es
sorprendente, dado el temperamento machista de los españoles,
que Escrivá compartía, que su inspiración
inicial fuese comenzar una organización que ofreciera
pupilaje a los hombres jóvenes. Fueron los primeros
objetivos de su celo y, como veremos, siguieron siendo los
objetivos principales para sus discípulos. A pesar
de la devota ayuda de su madre y de su hermana, las mujeres
al principio no fueron consideradas como candidatas aptas
para su nueva organización y, de hecho, ni doña
Dolores ni la señorita Carmen pertenecieron nunca formalmente
a la fundación de Escrivá.
Todo cambió, sin embargo, un día de 1930, significativamente
el 14 de febrero, la fiesta de san Valentín. Escrivá
de Balaguer estaba diciendo misa en el oratorio privado de
la marquesa de Onteiro, la noble mujer de ochenta años
cuya hija había fundado las Damas Apostólicas.
Después de la comunión, "Dios le hizo ver"
que debía haber una sección de mujeres en el
Opus Dei. Si las mujeres han alcanzado alguna vez el mismo
estatus en el Opus que sus oponentes masculino, es muy dudoso,
y es una cuestión que será debatida más
adelante. Pero dejando aparte a sus parientes femeninos, que
le suministraron fondos, muebles y ayuda doméstica
para la residencia que comenzó en Madrid, las mujeres
siempre han prestado un servicio leal y resignado.
En aquel momento, antes de la Guerra Civil española,
¿qué era aquello a lo que estos cuantos hombres
y mujeres pertenecían? No había aún estructura
legal ni "personalidad jurídica". Hasta donde
sabemos, no había un modo de vida específico,
ni, con toda seguridad, en los primeros tiempos, de máximas
espirituales como Camino para guiarles. Era, como se dice
a menudo, algo fuera de lo corriente, una organización
"seglar" distinta de una clerical. La Iglesia católica
distingue entre "laico" o "seglar" y "clerical".
Se es una o la otra, y las únicas personas que están
comprendidas en la categoría de clérigos son
los sacerdotes u hombres que hayan progresado considerablemente
en su preparación para el sacerdocio. La mayoría
de las personas en órdenes religiosas en el mundo son
monjas, mujeres. La mayoría de la gente en órdenes
religiosas es, por tanto, laica. Incluso muchas órdenes
masculinas tienen un gran número de laicos entre sus
miembros.
Pero está perfectamente claro que esos hombres o mujeres
que pertenecen a órdenes religiosas no son "laicos"
en el sentido legal y técnico de dicha palabra, porque
han abrazado de una u otra forma, los tres votos tradicionales
prometiendo con mayor o menor grado de solemnidad, observar
pobreza, castidad y obediencia a sus superiores religiosos
para el resto de sus vidas. Algunas consecuencias legales,
dentro del texto de la ley canónica, provienen del
grado de solemnidad con el que se hacen los votos, dependiendo
las mayores diferencias de si los votos han sido hechos en
público o en privado. Los miembros de las órdenes
religiosas hacen votos públicos, o solemnes; los miembros
de las congregaciones religiosas no hacen votos solemnes.
La distinción es técnica y en su mayor parte
poco significativa. Incluso dentro de la iglesia católica
pocos son conscientes de ello.
Sugerir que el Opus Dei se vio incluido en cualquiera de
las dos categorías, tanto en la de orden religiosa
como en la de congregación, es pecar gravemente contra
su propia imagen. Existe la evidencia, sin embargo, dada por
el mismo Opus en el caso de Isidoro Zorzano Ledesma, de que
el Opus fue dirigido hacia un estatuto de congregación
(un estatuto bastante menos formal que el de una orden religiosa),
al menos desde sus primeros años.
Desde luego, en la mitología del Opus se quiere que
haya algo fuera de lo corriente sobre Zorzano. Había
estudiado con Escrivá en Logroño, y luego se
trasladó a la otra punta del país para convertirse
en ingeniero de ferrocarriles en Málaga. Sin embargo,
él y Escrivá se encontraron por casualidad en
una calle de Madrid por la que, Vázquez tiene buen
cuidado en apuntarlo, Escrivá no acostumbraba a pasar.
Incluso la fecha de este encuentro ha sido cuidadosamente
anotada, por tan trascendental se la tuvo: el 24 de agosto
de 1930. Es bastante extraño que Bernal y Vázquez
relaten este acontecimiento en palabras muy similares, casi
como si hubiese una "tradición oral" con
la que ambos estuviesen en deuda. El de Bernal es un texto
bastante anterior, pero críticos textuales tendrían
pocas dificultades en demostrar que Vázquez no dependía
de él. Zorzano era muy intimo de Escrivá; eran,
por supuesto, coetáneos, y estaba muy comprometido
en la primera empresa del Opus en Madrid, el establecimiento
de la "Academia DYA". Murió en ju]io de 1943,
antes de que el Opus fuese formalmente aprobado por la Santa
Sede.
Durante un tiempo, Zorzano fue activamente promovido como
candidato a la canonización, aunque su causa ha sido
silenciosamente abandonada para preparar el camino para la
de Escrivá; esto sucedía mucho antes de la muerte
de Escrivá, y presumiblemente a petición suya.
En 1964 una biografía del "Ingeniero de Dios",
como se tituló otro relato de su vida, fue preparada
para la Sagrada Congregación de Ritos de Roma, como
entonces se conocía el organismo oficial de la curia
papal responsable de la proclamación de nuevos santos.
Esta biografía romana afirma que Zorzano se entregó
totalmente al ejercicio de los ideales evangélicos:
pobreza, castidad y obediencia. (Citado en Roca, op. cit.,
pág. 20).
Esos ideales, puestos en forma de votos, son, desde luego,
la base vital en una orden o congregación religiosa.
Escrivá de Balaguer probablemente no tenía en
aquel momento ninguna idea clara de qué forma iba a
tomar su organización. Había, como se ha visto,
una serie de modelos que él conocía, pero parece
claro que él asumió que su organización
se basaría en los tres votos tradicionales que, en
la forma en que la mayoría de gente utiliza el término,
la hubieran apartado del reino de los institutos "laicos".
Cualesquiera que fueran las esperanzas de Escrivá
para su institución, apenas había empezado a
consolidar sus primeras empresas cuando la Guerra Civil española
supuso un alto. Fuera de Madrid sólo estaba Valencia,
quizá formalmente no era una filial del Opus, sino
la residencia de Pedro Casciaro, uno de los primeros seguidores
de Escrivá y un miembro devoto. Ciertamente Valencia
fue la primera ciudad, fuera de Madrid, escogida por Escrivá
después de la guerra para establecer una casa para
su grupo. Luego vino Valladolid.
El 19 de julio de 1936, el cuartel de la Montaña de
Madrid fue atacado y tomado por las milicias republicanas.
A la mañana siguiente Escrivá, que había
pasado la noche en una residencia del Opus Dei, tuvo que abandonar
su sotana y ponerse un mono de trabajo para volver al piso
de su madre, que ya no estaba en Martínez Campos, sino
en una calle llamada Rey Francisco. Se escondió allí;
era peligroso aparecer como clérigo en la España
republicana donde, durante el transcurso de la guerra, se
ha calculado que más de cuatro mil sacerdotes pertenecientes
a diversas diócesis y aproximadamente dos mil cuatrocientos
pertenecientes a órdenes religiosas encontraron la
muerte violentamente (Las cifras son dadas por Bernal,
op. cit., pág. 232. (N. de la t.: En la edición
española, pág. 244.) Ver también Frances
Lannon, "Prjvilege, Persecution and Propheey, págs.
201-202. Las fuerzas de Franco, por su parte, ejecutaron a
catorce sacerdotes vascos).
Escrivá llevaba en el piso de su madre algo más
de quince días cuando oyó el rumor de que el
edificio iba a ser registrado. Huyó a casa de un amigo.
Según Vázquez, en el mismo momento que bajaba
la escalera de servicio, la milicia entraba en el edificio.
Disimuló la tonsura o coronilla, el circulo afeitado
en la parte posterior de la cabeza que se exigía a
los sacerdotes y que Escrivá llevaba bastante más
grande de lo que era habitual. Para esconder más su
sacerdocio, llevaba un anillo de casado, se cortó el
cabello y se dejó crecer el bigote.
Durante el mes de septiembre se alojó en casa de una
familia que gozaba de cierto grado de inmunidad porque era
argentina. Pasó algún tiempo en Madrid yendo
de un lado para otro. Le ofrecieron un piso, vacío,
ocupado sólo por una criada que habían dejado
allí para cuidarlo. Preguntó su edad: tenía
veintitrés años. Declinó la oferta. Se
refugió en un hospital psiquiátrico simulando
ser un enfermo mental. Desde marzo hasta agosto de 1937 se
alojó sin peligro en la residen del cónsul de
Honduras. Con el tiempo se le facilitó documentación
que le acreditaba como empleado de la Legación, para
que pudiera moverse más libremente. Incluso pudo alquilar
un piso para el que, arriesgándose a ser arrestado,
salió a comprar una estatua de la Virgen María.
Adquirió una por la que, dice Vázquez, llegó
a sentir un gran afecto porque le recordaba a su madre.
Pero la situación en la ciudad no mejoraba y él,
como otros sacerdotes, estaba constantemente en peligro de
ser arrestado. Decidió dejar a su familia en Madrid.
En octubre de 1937 llegó a Valencia. Desde allí
viajó en un tren nocturno a Barcelona y, después
de un desesperante retraso, se dirigió en autobús
hacia la frontera del Norte. Cuando el autobús no pudo
seguir, él y sus compañeros caminaron a pie,
escondiéndose de las patrullas republicanas y de los
guardias fronterizos. Una noche acamparon en un bosque llamado
Rialp; el nombre fue posteriormente adoptado por una editorial
del Opus Dei. Habían salido en autobús el 19
de noviembre. Cuando, de noche, el grupo finalmente alcanzó
el Principado de Andorra, era el 2 de diciembre.
Sus problemas no se habían terminado del todo. Después
de unos cuantos días en Andorra, se dirigió
a Francia en camión. Sin embargo, la carretera estaba
cortada por las riadas invernales, y los últimos kilómetros
los tuvo que hacer a pie. Fue un viaje duro, incómodo
y extremadamente peligroso. Para el remilgado Escrivá
de Balaguer representó sufrimientos quizá tan
agudos como los que podía haber tenido que sufrir como
sacerdote escondiéndose en la España republicana.
El viaje ha pasado a formar parte del folklóre del
Opus Dei.
Escrivá, por supuesto, había huido de las milicias
socias y comunistas del Gobierno republicano, no de España.
Una vez en Francia hizo los preparativos para volver al lado
nacionalista. Visitó el santuario de la Virgen de Lourdes
y luego dirigió a través de la frontera de Irún
y la ciudad de Pamplona, al Cuartel General de Franco en Burgos.
En 1939 estaba con la primera columna de tropas franquistas
que encontraron en Madrid. Se encontró con que la propiedad
que había comprado para el Opus Dei estaba en ruinas.
Aunque, como veremos, algunos de los que habían estado
con él antes de la guerra Civil permanecían
leales, tuvo que volver a empezar la tarea de construir el
Opus.
Esta vez el éxito fue mayor que entre los años
1928 y 1936. La rápida expansión del Opus después
de la guerra es fácil de explicar. En Burgos, al comienzo
de 1938, había compartido habitación en el "Hotel
Sabadell" con Pedro Casciaro, José María
Albareda Herrera y Francisco Botella. Está claro que
por aquel entonces Escrivá de Balaguer había
resuelto que el establecimiento del Opus Dei sería
la obra de su vida. Durante su estancia en Burgos visitó
a obispos dentro de la zona nacional, hablándoles de
su organización. Se estaba dando a conocer y, algo
más importante, empezaba a ser influyente. Tres cosas
fueron significativas en particular: primero, la ideología
del "nacionalcatolicismo"; segundo, las necesidades
educativas del nuevo Gobierno, y tercero, la amistad entre
el miembro del Opus José María Albareda Herrera
y José Ibáñez Martín, el ministro
de Educación de Franco desde 1939 hasta 1951.
Aunque el nacionalcatolicismo se asocia en particular a los
años de la posguerra, tenía en su base una larga
historia. (Para el nacional-catolicismo, ver de Frances
Lannon: "Modemn Spain: The Project of a National Catholicism,
en Stewart Mews (ed.), "Religion and National identity",
Studies in Church History, vol. 18. Publicado por la Ecclesiastical
History Society por Brasil Blacwell, Oxford, 1982, págs.
567-590, y el mismo autor de Privilege, Persecution and Prophecy:
The Catholic Church in Spain, 1875-1975, Clarendon Press,
1987, especialmente las págs. 220-221). Su doctrina
fundamental era la identificación de ser español
con ser católico. El amor al país debía
estar asociado con un rechazo de toda heterodoxia, protestante
o judía, liberal o socialista. La fe religiosa y la
identidad política eran una: formaban un todo, de ahí
el nombre obvio para esta clase de postura político-religiosa,
"integrismo" que, por supuesto, no se limitaba a
España, y cuyos defensores eran los "integristas".
El Papa Pío XII envió un telegrama a Franco
felicitándole por su victoria "católica".
El nacionalcatolicismo era una doctrina intencionadamente
conservadora y muy extendida entre los católicos españoles
después de los años de Gobierno anticatólico.
Escrivá de Balaguer no fue la excepción al
entusiasmo general por esta ideología católica
conservadora. Al contrario, está claro en Camino que
la abrazó sinceramente. La máxima 905 recomienda
fervor patriótico, y lo compara seguidamente con el
fervor por Cristo. En efecto, la introducción a la
primera edición aparece recomendando el libro como
un medio de salvar el alma, no del cristiano piadoso, sino
de España: "Si estas máximas cambian tu
propia vida, serás un perfecto imitador de Jesucristo,
y un caballero sin mancha. Y con Cristos como tú, España
volverá a la antigua grandeza de sus santos, de sus
sabios y de sus héroes."
El victorioso general Franco había dirigido su rebelión
(él la llamaba "Cruzada", una palabra que
Escrivá utilizó en Camino contra el Gobierno
republicano en un intento de volver a los valores cristianos,
supuestamente adoptados por los protagonistas del nacionalcatolicjsmo.
Tuvo que reconstruir la cultura tradicional del pueblo a través
de la reforma educativa. Los estudios religiosos se hicieron
obligatorios, incluso para todos los estudiantes universitarios.
Se hicieron colegios universitarios en los que la estricta
disciplina iba a estar bajo el control de miembros de órdenes
religiosas. Estableció el consejo Superior de Investigaciones
Científicas (CSIC) para mejorar los niveles de educación
de España, no sólo por medio de la provisión
de residencias, tesorerías, bolsas de viaje, etc.
Esta vez, sin embargo, no se permitió que la promoción
de la investigación científica se opusiera al
ideal de "Hispanidad". El preámbulo al decreto
estableciendo el CSIC hablaba de restaurar "la clásica
y cristiana unidad de las ciencias, destruida en el siglo
xvIII". A cargo de todo el CSIC, otro ministro de Educación
de 1939 a 1951, estaba José Ibáñez Martín.
Ibáñez Martín no era miembro del Opus,
pero durante el transcurso de la Guerra Civil había
pasado algún tiempo como refugiado político
en la Embajada de Chile en Madrid. Allí conoció
a José Maria Albareda Herrera. Los dos se hicieron
buenos amigos y Albareda, que era miembro del Opus, fue nombrado
vicepresidente del CSIC y encargado de coordinar sus actividades.
Efectivamente, lo dirigió hasta 1966 y utilizó
Instituto de investigación para promover a miembros
del Opus, aunque es cierto que muy capaces. Raimundo Pániker,
por ejemplo, se convirtió en director de la publicación
enseña del CSIC, "Arbor".
La Guerra Civil había dejado un buen número
de cátedras vacantes en las Universidades españolas,
que el Gobierno estaba deseoso de cubrir con candidatos ideológicamente
fiables. En España los profesores son elegidos por
medio de una especie de examen, llamado oposición,
ante un tribunal formado por varios miembros del personal
universitario. Ibáñez Martín pudo controlar
las oposiciones y cerciorarse de que nombraban candidatos
cuya lealtad a la Iglesia y al Estado -en la práctica,
las dos cosas eran más o menos sinónimas- estuviese
asegurada. No es sorprendente, por lo tanto, que escogiesen
a miembros del Opus para las cátedras en número
creciente. Eran hombres competentes y de confianza, y conocidos
como tales por el ministro de Educación. Hay que subrayar
una vez más que el nivel intelectual que el Opus Dei
exige a sus miembros más comprometidos es muy alto
y ya de por sí recomendarían candidatos del
Opus para dichos puestos.
En 1939, sin embargo, la constante infiltración del
Opus Dei en el sistema universitario español quedaba
en el futuro. Una preocupación más inmediata
de Escrivá, después de haber conseguido publicar
con éxito Camino, fue el establecer nuevos centros
y reclutar más miembros.
En Madrid, la residencia originaria de la "D y A"
en la calle Ferraz había sido destruida. Encontraron
entonces alojamiento en algunos pisos de la calle Jenner,
dos en el cuarto piso y uno, para servicios comunes como el
comedor, en el segundo. A finales de 1940, Escrivá
adquirió un pequeño hotel en calle Diego de
León, que, un año más tarde, abrió
como residencia para una veintena de nuevos estudiantes. Él
mismo vivía allí.
En 1939 también se abrieron centros del Opus en Valencia,
Valladolid y Barcelona, en un pequeño piso de la calle
Balmes. Barcelona, desde luego, se había opuesto enconadamente
a Franco durante la Guerra Civil. Las autoridades de la ciudad
sentían todavía que estaban en el filo de la
navaja; el grupo del Opus cayó rápidamente bajo
sospecha, quizá denunciado por miembros de las congregaciones
marianas regidas por jesuítas. Según Vázquez,
fue en Barcelona donde Camino fue "condenado a las llamas",
donde hubo sermones públicos contra los herejes y un
convento de monjas oró por la conversión de
Escrivá, a pesar del apoyo dado al pequeño grupo,
aproximadamente una docena, por el abad auxiliar de Montserrat,
el gran monasterio benedictino, santuario de la Virgen que
era, y es, el centro del nacionalismo catalán y de
la devoción católica.
También había oposición en Madrid. En
la descripción de Vazquez, esta oposición era
"directa y organizable", aunque no dice por quién.
Rocca, sin embargo, sugiere que los oponentes del Opus eran
de nuevo las congregaciones marianas, organizaciones laicas
activistas regidas por los jesuítas, que podían
haber tomado a mal que hubiera una nueva corporación
invadiendo un territorio que le era propio por tradición,
pero que también podía haber resultado sospechoso
por el "secreto" o la "reserva" que el
Opus Dei había adoptado. Ciertamente, por esas fechas,
Escrivá ya no parece tener contacto con su confesor,
el jesuita Sánchez Ruiz.
La acusación contra el Opus era muy específica:
se decía que era una secta judía vinculada a
los masones. Con las consecuencias de la guerra, aquélla
era una acusación sería. Había un tribunal
especial en Madrid cuya tarea era erradicar la masonería
("para vigilar por la seguridad del Estado", dice
Vazquez). El Opus fue llevado ante este tribunal. Sus miembros,
le dijeron al juez -un general-, llevan una vida respetable,
activa y casta. El general preguntó si realmente vivían
la castidad, y cuando le aseguraron que así era, declaró
que el caso no había lugar. "No he conocido todavía
a un masón que sea casto", dijo como explicación.
El obispo de Madrid (más exactamente de Madrid-Alcalá)
explicó algunas de las razones de la hostilidad hacia
el Opus Dei en una carta que escribió el 24 de mayo
de 1941 al abad-coadjutor de Montserrat, en respuesta a otra
anterior del abad sobre el Opus. Es sorprendente lo poco que
han cambiado las acusaciones contra el Opus a través
de los años. "El doctor Escriba -decía
el obispo, dando al fundador tanto su ortografía más
plebeya como el título adquirido más recientemente-
no tiene otra intención ni deseo que no sea preparar
muchos profesionales, gente inteligente, de modo que puedan
ser útiles a la patria y servir defendiendo a la Iglesia.
Sus detractores -admitía- lo describen como una "asociación
secreta", pero desde el principio tenía la bendición
de las autoridades diocesanas y no hacía nada sin obtener
esa bendición."
El obispo seguía luego hablando específicamente
de la "reserva" -él negaba que fuese secreto-
ejercida por los miembros del Opus. Se la enseñaba
el propio Escrivá, decía, como un antídoto
contra el orgullo, una defensa de humildad colectiva, e igualmente
como instrumento para una mayor eficacia en su apostolado
de buen ejemplo y en los servicios que, de vez en cuando,
podían proporcionar a la Iglesia. Terminaba diciendo
al abad que, el día anterior, había leído
una carta de un superior jesuita diciendo que era difamar
a la Compañía de Jesús afirmar que la
Compañía estaba decidida a perseguir al Opus,
o a buscar su destrucción.
El obispo, monseñor Leopoldo Eijo y Garay, estaba
evidentemente mucho mejor informado que el cardenal Pedro
Segura1 arzobispo de Sevilla, o que monseñor (después
cardenal) Gaetano Cicognani, que era el nuncio pontificio
en Madrid. Seis meses después de la carta del obispo
de Madrid, Gaetano escribía a Segura pidiendo información
sobre "la existencia y el funcionamiento de la institución
llamada Opus Dei", porque existían informes muy
discrepantes sobre la misma.
Al responder, a finales de julio de 1941, Segura confesó
estar desconcertado. Las primeras noticias del Opus eran,
dijo, confusas y alarmantes, y procedían de padres
de la Compañía de Jesús. "Debería
saber más acerca del mismo -proseguía-, porque
Sevilla era una ciudad universitaria, y los estudiantes eran
"el objetivo preferido" del Opus." También
había logrado poco en sus investigaciones en Zaragoza,
que únicamente sirvieron para demostrar el carácter
rigurosamente secreto de la organización. Le había
sido difícil conseguir Camino, que, según le
habían dicho, constituía la regla del Opus,
y aunque ahora lo poseía, todavía no había
tenido tiempo de leerlo. Por lo tanto, no sabía si
su obra era política, social o apostólica. Ninguno
de los que había podido consultar sabía nada,
excepto generalidades. Tenía poca confianza en ella
por la buena razón de que estaba adoptando formas de
proceder que eran ajenas a la tradición de la Iglesia.
Es extraño lo pronto que surgió la oposición
al Opus, e igualmente extraño que las quejas que entonces
se hacían sigan todavía repitiéndose.
El Opus es reservado. Su regla es difícil, si no imposible,
de conseguir. Se tienen sospechas de que es políticamente
activo. Opera en secreto entre los estudiantes universitarios.
No encajó bien con los modelos de trabajo tradicionales
de la Iglesia. Sus principales críticos proceden de
la Compañía de Jesús.
Quizá debido a esta marea creciente de hostilidad,
Escrivá decidió que era el momento de reclamar
para el Opus Dei algún estatuto modesto, reconocible
dentro de la Iglesia. Tuvo que hacerse público. Se
convirtió, con la aprobación del obispo Eijo
y Garay, en una "Pía Unión".
Según el Código de Derecho Canónico
del momento ("las Pías Uniones " no merecen
una mención especial en la nueva versión del
Código), eran "asociaciones de fieles que han
sido formados para llevar a cabo alguna obra piadosa o de
caridad" Canon 107, pár. 1). Eran la forma más
simple de instituciones eclesiásticas, que no requerían
más que la aprobación del obispo local, aprobación
que Eijo y Garay dio de buena gana a petición de Escrivá.
Su carta del 19 de marzo de 1941 afirma que, habiendo leído
una serie de documentos del Opus Dei, daba su aprobación
al Opus como Pía Unión, a tenor del Canon 708,
que daba a los obispos la autoridad de establecer tales organizaciones
"capaces de recibir gracias espirituales, y especialmente
indulgencias, aunque no sean personalidades jurídicas".
Para calmar la obsesión de Escrivá por el secreto,
Eijo y Garay guardaba los documentos del Opus Dei en los archivos
secretos de la diócesis.
Para ser una organización que, en aquel momento, tenía
solamente unos cincuenta miembros, hombres y mujeres, y unas
cuantas residencias en España, el número de
documentos escritos por Escrivá, consultados por el
obispo y guardados luego en los archivos, era considerable.
Eran, con sus nombres españoles, el "Reglamento,
el Régimen, el Orden, las Costumbres y el Espíritu
y Ceremonial"
En el grupo así regido eran todos, al menos técnicamente,
laicos, aunque con un sacerdote a la cabeza. De modo que el
hecho de que los miembros del Opus Dei viviesen juntos con
un modo de vida común bastante similar al religioso,
no alteraba su posición jurídica en la Iglesia.
Desde mediados de marzo de 1941 eran un grupo reconocible,
aunque poco conocido, de laicos con un estatuto canónicamente
aprobado.
Escrivá estaba, sin embargo, a punto de dar un paso
que, desde entonces, ha hecho anómala la posición
del Opus. El problema era la promoción de algunos de
sus miembros al estado del sacerdocio.
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