LA OTRA CARA DEL OPUS DEI
Autora: María Angustias Moreno
SE HACE CAMINO...
Dice el poeta que "se hace camino al andar". Una
frase que me ha venido a recordar algo que es para los del
Opus Dei su propio "credo"; ellos lo cifran en hacer
exactamente lo que el Padre les ha determinado, lo cual proclaman,
codificado, en su Camino.
Se hace camino al andar, sí. Se hace con las obras
de cada día. Lo hacen ellos, lo hago yo, lo hacemos
todos.
Sigue siendo un anexo (segunda parte) de esta historia de
una Obra que tan tergiversada quedaría si sólo
se contara como ellos (sus propios forofos) pretenden.
No me propongo ninguna cruzada ni para hundir, ni para salvar
a la Obra. Dice Bernanos que escribir es gritar lo que uno
lleva dentro. Y eso sí: éste es mi grito. Un
"grito" tenue, pequeño (como la capacidad
de mi corto alcance) con el que sólo pretendo, sigo
pretendiendo, aportar la parte con que esta Obra, que no duda
en apellidarse de Dios, se ha dignado "complicarme".
Podríamos seguir diciendo que no hay caminos ni senderos;
no los hay en la mar. En este mar revuelto de nuestros días:
entre el oleaje y la fuerza de la tempestad con que los servidores
de la Obra se defienden y arremeten contra toda barca que
no "ampare" a la suya.
Es difícil, en la abundancia reivindicativa de nuestra
época, plantear temas como éste sin que, para
muchos, esa misma abundancia diluya su objetividad.
Pero muy a pesar de ello hay que reaccionar. Y hacerlo de
una manera proporcional a los propios hechos.
Ante situaciones complejas y difíciles, el conformismo
materialista lleva a muchos a pensar que "total ¿para
qué?" "Allá ellos." Amén
de los que se rasgan las vestiduras haciendo del escándalo
una postura defensiva, que sustituya todo tipo de diálogo
comprometido o razonador. Yo sigo pensando con el poeta que
"se hace camino al andar".
Un camino que para los del Opus se ha quedado esculpido (como
les decía su fundador) en la doctrina (herencia para
ellos) tan específica y propia (personal) de monseñor
Escrivá. Un "camino" que ellos (sus hijos)
siguen marcando a golpe de sus pisadas, de su hechos...
Camino sin embargo en el que cada uno hemos de aceptar el
reto que la propia historia nos tiende. El reto de una aportación
consecuente con esos hechos en que la vida nos implica.
No hacen falta ni resentimientos, ni despechos, ni afanes
vengativos. Basta con sentirse persona; un elemento más
de todos los que componen la historia; uno más de los
que la historia necesita para poder clarificarse y ser más
real y completa. Es absurdo pensar en revanchismo contra la
Obra por parte de alguien que si de algo se alegra extraordinariamente
es de estar fuera de ella. A muchas, que se han salido después
de bastantes años, les he oído decir que de
lo único que se arrepienten es de no haberlo hecho
antes. La carta citada de A.P.T. es un testimonio de ello.
Escribo por un deber moral. Por la única y sencilla
razón de que creo en la aportación que la vida
necesita de cada uno, para que esa vida pueda ser cada día
más humana, más amable, más justa, más
noble, más leal. Muy a pesar de que sean los del Opus,
que se precian de ser los mejores moralistas, los más
empeñados en no entenderlo.
Hay quien dice que "total, qué importancia puede
tener hoy las anomalías de esta institución,
cuando todas las instituciones tienen tantas. A qué
defender semejantes cuestiones si de hecho el problema es
tan general que difícilmente llevará a nada".
A mí me lleva precisamente a cumplir con ese compromiso
moral e histórico a que he venido aludiendo. Me lleva
a ser consecuente con la convicción de que si queremos
que las cosas funcionen mejor, cada uno tenemos que aportar,
en el manejo de las que directamente nos afecten, nuestro
más decidido empeño.
Cuento con que todas las instituciones, por el hecho de que
están compuestas por hombres, tienen defectos. Sé
que existe la debilidad humana y no me asusta. Los defectos
de los demás no son, ni mucho menos, mi tema. Sé
también que tendremos que contar con ellos toda la
vida (con los propios y con los ajenos). Que nada tiene que
ver, ni en nada justifica, la confusión o el engaño
como sistema.
No se trata de pretender que nadie sea perfecto (otra cosa
es intentar serlo). Lo que sí hay que pedir y reclamar
es que a las cosas se las llame por su nombre. Se puede fallar
y caer en la vida en toda clase de bajezas y aun en ellas
las personas serán dignas de comprensión; lo
que no se puede es implicar a Dios en la "legalidad"
o "legitimación" de esas miserias, para de
ellas sacar un triunfo interesado.
Por eso me importa. Por eso creo que sí tiene objeto
el que yo escriba. Que escribamos y aportemos cada uno aquello
que realmente puede contribuir a una mayor objetividad en
el concepto de valores de las cosas que nos rodean.
Hay que ser transigentes con las personas, pero no con el
error.
Nuestra cultura, nuestra sociedad no son la sociedad ni la
cultura de la Edad Media, por ejemplo. En aquella época
había convencionalismos que hoy no sirven. Convencionalismos
o errores que surgían de la misma mentalidad de la
época, imponiendo sus propios condicionamientos.
La época que nos ha tocado vivir tiene sus inconvenientes,
así como sus ventajas; no le faltan tampoco condicionamientos;
pero es evidente su imperativa necesidad de clarificación.
Nuestro mundo, enormemente complicado y confuso, necesita
conceptos básicos y profundos, pero amplios y comunes.
Nuestra sociedad, dentro de esas exigencias, necesita informaciones
exactas que le ayuden a su descomplicación.
Respecto a la postura del Opus en esta sociedad nuestra,
entiendo que se aferren con fidelidad y entusiasmo a unas
ideas, las suyas. Lo que no me es tan fácil entender
es que lleguen a estar tan convencidos de cosas tan anacrónicas
e incoherentes como resultan estarlo.
Comprendo que luchen por sus convicciones, aun con todo lo
discutibles que puedan ser; como luchan muchos otros por los
más diversos ideales; pero no entiendo, y creo que
a muchos puede desconcertarlos enormemente, cómo pueden
concebir esa lucha en sentido cristiano (sentido de amor y
de unidad), arrollando y maltratando, injuriando a los que
simplemente difieren de su "incuestionable" verdad.
Como decía Beaumarchais, "sin la libertad de
la crítica, el elogio no es válido".
Con respecto al Opus pasa, indudablemente, como pasa con
todo en la vida. El que quiere lo toma y el que no, lo deja.
Y me sigue pareciendo muy razonable. Pero continúo
sin entender, y creo que todos necesitamos que se tome conciencia
de ellos, por qué (cuando dejar el Opus es consecuencia
de evidentes incoherencias, y éstas se reivindican)
adoptan ellos posturas como la que en mi caso han adoptado.
¿Por qué?
Debo contarlo. Creo que precisamente por eso debo contarlo.
No estamos en épocas en las que hacer dejación
de derechos que son deberes sea constructivo. Y necesitamos
construir. Seguir construyendo una historia (una sociedad
y un cristianismo) sincera y coherente. No podemos pensar
que esconder la cabeza debajo del ala sea humano ni cristiano.
La sociedad que va a heredar nuestra civilización merece
que se la demos lo más elaborada posible. Como católicos,
nuestro testimonio es aún más comprometido,
y no creo que debamos quedamos en eufemismos simplistas. La
Iglesia del silencio suele ser la Iglesia sometida a opresión;
en una sociedad libre no debe ser el caso. La humildad, por
otra parte, base y realidad de una identificación con
Cristo, no es sino la verdad.
Una verdad que a nadie que se precie de defenderla, de vivirla,
tiene por qué irritarle o sorprenderle ni siquiera
que ésta sea controvertida, porque su fuerza se basa
precisamente en su propia consistencia.
Quizá el mayor problema del Opus esté ahí.
¿Por qué atacan para defenderse?, ¿por
qué les resulta tan insultante toda voz que se alce
en interrogantes frente a actuaciones de las que ellos comenten,
simplemente pidiendo explicación, coherencia?
Hay cosas que son comprensibles en un sentido laicista de
la vida, que no lo son en el sentido católico y espiritual
que la Obra pretende arrogarse. De ahí que, la prudencia,
el respeto, la delicadeza en el juicio, y en su caso el silencio,
deban ser extremados cuando se trata de temas personales (en
su más estricta individualidad) o cuando se refiere
a algo sobre lo que no tenemos suficientes elementos de juicio.
Obviamente no es el caso. Se trata de una tergiversación
de valores a nivel institucionalizado (colectivo); y puesto
que los hechos que cuento son corroborados por el personal
testimonio de quien se ha visto afectado por ellos, y no precisamente
por interés personal, ninguna de las dos premisas anteriores
se dan en este caso.
Un ex numerario me escribía (desde un país
de América) encantado de vivir su sacerdocio en un
mundo como el real de fuera (fuera de la Obra); y me comentaba
que pretender arreglar las cosas desde dentro es desangrarse,
pretenderlo desde fuera (después de corroborar mi libro)
es inútil. Él, entre otras cosas, no contaba
su experiencia (y me decía que impresionantemente igual
a la mía, aunque con toda la variedad de sus numerosas
vivencias, lógicamente más que las mías),
porque quería vivir tranquilo.
Quizá leyendo lo que voy a exponer en estos capítulos
se comprenda el porqué de esta postura: la fuerza defensiva
con que atacan es muy seria; es todo un atentado contra la
tranquilidad personal de cualquiera.
Publicando los acontecimientos que sobre mí están
recayendo sé que no hago más que aumentar esa
furia.
Además de que lo que he de publicar es precisamente
la propia basura que ellos han arrojado contra mí,
con todo lo que de negativo para mí lleva esto consigo.
Lo hago porque, por encima de mi propio prestigio personal,
entiendo que debe estar la realidad de esa Obra con que nos
enfrentamos, con la que se comparten a veces (aunque sólo
sea teóricamente) ideales muy serios y trascendentes,
sobre los que habrá que ir delimitando cuáles
pueden ser y cuáles no auténticamente nobles
y serios.
Lo hago porque, después de mi publicación anterior,
completar una experiencia y una opinión -la mía-
es la única manera de que mi propia versión
no quede a medias, que sería tanto como deformada o
equívoca.
Voy a hacerlo muy a pesar del handicap que para mí
supone el no ser lo bastante agresiva para los avanzados,
ni lo bastante sumisa para los conservadores. Contando con
los que pretenderán proyectar, confundir, la propia
acritud del tema con una pretendida amargura en mí,
que no distinga, o no quiera distinguir, entre lo que es el
continente y el contenido. Que harán, que van a seguir
haciendo (es el evidente camino ya emprendido) del desmerecimiento
de mi persona, baluarte en defensa del prestigio de su Obra.
Por mucho menos creí un deber de lealtad a la verdad
misma denunciar el tema, que por colectivo e institucionalizado
exigía una llamada de atención, una toma de
conciencia, lo suficientemente pública, como para poder
(granito a granito de cada uno) constituirse en solicitud
de coherencia. Coherencia que ellos deberían aceptar
a cara descubierta, y sin temores de que "se cuente o
se diga", si de una Obra de Dios, como ellos la denominan,
se trata.
Ahora que mi primer libro me ha hecho posible conocer y conectar
con elementos de juicio mucho más amplios, ahora..,
la Obra ha pasado a ser para mí algo muy distinto,
es totalmente otra cosa, nada de lo que yo creía, de
lo que yo entendí cuando la concebí como un
ideal de vida. Porque ¿no era así y luego ha
ido cambiando? No lo sé. Hay quien dice que, efectivamente,
ha habido una evolución de más coherente a menos
y cada vez menos. Hay quien opina que esa evolución
no ha sido el desarrollo de su propio planteamiento.
La única evidencia real es que siempre se presentó
y se presenta equívoca.
Y ahí sí, es donde creo que vale la pena, que
es un deber, poner todos los medios para defender posibles
ingenuidades de otros, o lo que es más exacto: para
que nadie se engañe (penosa y devastadora confusión),
por lo mucho que incide en lo psíquico, en la moral
y hasta en la fe de los que, acosados por ella, no acaban
de situarla.
Ahora ya no puedo creer en la Obra, en esa Obra que aparenta
ser de Dios y en la que creía antes. La evidencia me
lo impone. Y esa evidencia es la única que pretendo
aportar, seguir aportando, al libre razonamiento y utilización
del que quiera, del que le sirva; del que realmente desee
estar informado de las cosas, sin miedo a los más profundos
recovecos de una verdad que si lo es, en ninguno de ellos
tendrá problemas.
Ojalá yo hubiera contado con ello. Alguna vez he dicho
que no me arrepentía de haber sido de la Obra, ni de
haber dejado de serlo. De alguna manera, por las razones que
di en mi otro libro, lo mantengo, creo que todo en la vida
deja aportaciones, experiencias aprovechables, válidas.
Lo que quizá deba añadir para dar mayor exactitud
a mi postura, a esta actitud mía, es que si hubiese
sabido de qué se trataba, si hubiese conocido de la
Obra lo que conozco ahora, no hubiera pertenecido a ella nunca,
porque nunca me habría sentido atraída por semejante
asociación.
Como tampoco me siento obsesionada por el tema. Yo diría
que al revés: porque aporto a los demás con
toda libertad mi experiencia, porque con una, creo que total,
extroversión, hago de esa experiencia mía ocasión
de servicio a la verdad (no a mi verdad, sino a la verdad
de unos hechos comprobables), estoy más liberada que
muchos. Porque lo he hecho tema hacia afuera, ha dejado totalmente
de afectarme. Ni me ata, ni repercute en mí, ni incide
en mi vida diaria más allá del lógico
dolor que produce el hecho de que en nombre de Dios se comentan
semejantes atropellos y del compromiso que eso conlleva.
La Obra, esa Obra que tan "magnífica y espléndidamente"
define y cuenta su fundación, inmersa en inspiraciones
celestes recibidas por su fundador, que van encuadrando en
días precisos y muy significativos los comienzos de
sus distintas facetas (2 de octubre, 14 de febrero), siempre
adornados de acontecimientos extraordinarios, emotivos y subyugantes,
ha nacido sin embargo de una manera mucho más prosaica
y ordinaria, a lo que (según cuentan los propios que
participaron de aquellos comienzos) se iban añadiendo
entusiasmos y fantasías, más o menos comprensibles,
pero no siempre aceptables.
La Obra nace en el preciso momento (en la época),
de unos desarrollados ardores bélicos, que cara al
nacimiento de un nacional catolicismo, impulsa a la juventud
a apretar filas frente a "líderes" con capacidad
de organizarles y ofrecerles metas idealistas. El Padre Escrivá,
indudablemente, supo vivir el momento. Y surge la Obra, por
ello, inmersa en esa amalgama de política y religión,
de religión y política. ¿A qué
negarlo? Son hechos históricos que no tendrían
por qué concebírselos desmerecedores de nada
ni de nadie. Son hechos y situaciones con sus más y
sus menos, con sus aciertos y sus errores, con sus ventajas
y sus inconvenientes. Pero no se trata de renegar, sino de
superar, de evolucionar, de corregir y mejorar lo mejorable.
La Obra pudo haberlo hecho. Sin embargo algo fallaba en su
organización, algo falló al menos, ya que en
vez de segur por el camino de adecuar su celo a una clarificación
de conceptos y actitudes atentos a las verdaderas necesidades
de los católicos, de los hombres de la calle, en su
debatirse a tono con las exigencias de su fe en cada avance
de la propia historia, prefirió preocuparse del enaltecimiento
de un prestigio individualizado, radicando toda la atención
de los suyos en el mito doctrinario del Padre, que los abocó
y les aboca al imponderable de encallar el barco precisamente
en este mito.
A pocos años de su nacimiento, la Obra, una asociación
que al parecer deseaba ser progresista y avanzada, pionera
en secularidad, deja olvidados conceptos como el de salir
al encuentro de las preocupaciones reales de los hombres de
cada época, para ocuparse, no ya de servir las necesidades
de santidad de los demás, sino de dominar la situación:
política, económica, de poder... so pretexto
de santidad. A pocos años de nacer la Obra, Escrivá
era el primero que tenía ya ideas muy claras de las
metas que conseguir y de las "líneas maestras"
que en este sentido se proponía trazar. Quizá
la seguridad en sí mismo, junto con el ardor propio
de la juventud en la época de aquellos comienzos, fueron
el secreto de su "éxito". Pero así
como no supo, o no quiso, aceptar la lógica evolución
y superación de conceptos a que antes aludía,
sí evitó que "fuese otra" la imagen
de la Obra, que nada de eso pudiera quedar al descubierto;
concibiendo en ello (en presentar a la Obra como espiritualista
por excelencia) la razón de su éxito.
A los peces se los caza por la cabeza, solía decir.
Se los domina y se los controla mucho mejor "sometiendo"
esa cabeza, teniéndola absorta y llena, inundada, de
malabarismos espiritualistas; mucho mejor que afrontando cada
realidad a cara descubierta. Para mí ése es
el mayor fraude del Opus Dei; ése su gran "pecado":
el camuflaje a que someten a los que a él se acercan
o se han acercado. Aprovechándose además de
épocas y de circunstancias sociales en las que la capacidad
de análisis se encuentra más condicionada.
Por ejemplo, ahora su más importante meta es Latinoamérica.
Como anécdota curiosa me contaban hace poco que durante
la primavera pasada (1978), en los controles de autopistas
de Caracas (Venezuela), se daban junto con el ticket, estampitas
de Escrivá.
De Venezuela precisamente me llegaba la siguiente carta.
Querida amiga: Te sorprenderá si te llega a tus
manos esta carta y te preguntarás el porqué.
O mejor dicho, creo que ya nada te parecerá extraño.
Te felicito, por "El Opus Dei. Anexo a una historia".
Aquí en Venezuela hay una canción que dice
que "mejor es perder el habla que temer a hablar".
A medida que leía tu libro (tu verdad y la de muchos)
pensé que estabas sola. ¿Lo estás?
¡No! por Dios. Yo y muchas personas como yo estamos
contigo. Para los que no es una vergüenza amar, para
los que queremos una amistad, una comunicación con
todos los seres humanos (y todos por igual).
Soy ex supernumeraria, pertenecí a la Obra durante
cinco años; ocho me pasé frecuentándola
y... qué vacío, qué hastío,
qué soledad... Tengo tres niñas y un marido
maravilloso, pero todo era confusión hasta que decidí
dejar la Obra. Ahora soy libre, sin "santas coacciones",
soy yo misma, y por ello no he dejado de amar a Dios.
Soy pintora y escribo algo. Defiendo a la clase proletaria
y hago lo que creo mejor para los demás y para mí.
No me rijo ya por un "patrón de vida",
de la vida del Opus.
María, no estás sola. Y si algún día
vienes a Venezuela, te recibiré en mi casa y hablaremos
mucho. Ya que el amor y la amistad para mí no es
algo "diabólico" sino divino.
En mis oraciones de ocho años pedía al Señor:
haz que la Obra sea la ayuda que los hombres están
anhelando, ¡tu verdad, Dios mío!,pero ¡qué
lejos está de parecerse!
No podía soportar ver a las empleadas los días
de fiesta vestidas de negro, cofia y delantal blanco, sirviendo
y atendiendo a las señoritas. Cuánta desigualdad,
cuánto clasismo. Y eso que "todos éramos
iguales".
Bueno, y tanto... Pero esperaré confiada tu respuesta.
Espero si es que milagrosamente te llega esta carta (a través
de la editorial) que podamos comunicamos de verdad, no como
en las "charlas fraternas"...
(B. M. Venezuela.)
Hay personas que llegan a la Obra con toda su buena voluntad,
con ganas sinceras y nobles de ejercitarse en el amor de Dios:
pero resulta que en la Obra a Dios hay que encontrarle, encajarle
y reducirle a lo que es, quiere y propone el Padre (monseñor
Escrivá), con lo cual al fallar, al desmoronarse el
mito de éste, y después de unos pocos años
sin más "posibilidades" de llegar a Dios
que ésa, uno se queda lógicamente sin Dios,
sin fe, sin capacidad...
Gracias a todo esto. Gracias a la eficacia de las presiones.
Gracias en algunos casos también a la desidia, a la
cobardía, a la pereza o a lo que quiera. Gracias incluso
a estados o posiciones sociales alcanzados por algunos, precisamente
como consecuencia y gracias a su pertenencia a la Obra...
la gente habla poco, prefiere no hablar; los que podían
hacerlo, no quieren problemas.
Y no los quieren, entre otras razones, porque el deterioro,
el cansancio, el desequilibrio incluso psíquico, ya
se encargaron y se encargan dentro (no sé si queriendo
o sin querer) de que sea tal que "a pocos les queden
ganas de hablar".
Dicen que ahora, por imperativo de los tiempos, de los cambios
políticos (?), etc., las presiones son menos. Sin embargo
siguen existiendo y existen presiones muy fuertes, espléndidamente
llevadas a cabo por los "fieles" hijos del Padre.
La carta que viene a continuación me llegaba cuando
ya todo el proceso siguiente estaba casi concluido, pero pienso
que bien puede servir para abrir el acontecer de cosas que
los socios o directores de la Obra llevaron a cabo para "salvar"
su prestigio...
Querida María-Angustias:
Acabo de recibir un recorte de un periódico de Madrid
relativo a ti y a tu libro de hechos, que considero serios.
No sé de qué periódico se trata. Sólo
sé que la noticia se publicó el día
22 de octubre de 1977. Te envío la fotocopia para
que tú puedas localizarlo fácilmente.
Esta carta, que hace meses pensaba haberte escrito sobre
tu libro "El Opus Dei. Anexo a una historia" en
un tono muy diverso y a altura más bien personal
(como la de aquilatar más algunos datos por ejemplo,
para tus próximas ediciones), puede transformarse
en carta pública, ya que como tal te permito que
hagas con ella lo que quieras: que la guardes o que la envíes
a la prensa; que se la entregues a tus abogados o que se
la copies a los amigos. En fin, lo que quieras. Que te sientas
libre par hacer de ella el uso que consideres más
oportuno, ya que lo que te digo en ella no lo podría
decir de manera diferente frente a Dios.
En diciembre de 1976 leí cuidadosamente tu libro.
Lo "trabajé", diría, puesto que
lo he leído muchas más veces. En él
relatas cosas que conozco y reconozco por haber sido yo
misma también asociada Numeraria del Opus Dei; en
mi caso de 1948 a 1966, fecha en que tuve "el honor"
de ser expulsada. Pero eso es otra historia diferente. El
caso es que el plazo de once años me ha dado perspectiva
lógica y objetividad concurriendo además el
hecho real de haber doblado los cincuenta años, lo
que me permite contemplar la vida en sus dos vertientes
desde un ángulo equidistante, diría. Te cuento
esto porque viene hilado hacia tu libro y aun hecho muy
concreto que me sucedió a mí en agosto de
1977, en Madrid. Como sabes, cuando se deja el Opus Dei,
o te echan del Opus Dei, quedas convertida automáticamente
en a nonperson, que dirían aquí.
Pues bien, este verano fui de vacaciones a España.
Y tuve que ir a Salamanca un día. Me enteré
de que allí estaba actualmente una persona del Opus
Dei, Numeraria -Ana María Gibert- con la que conviví
en Venezuela -en Caracas- en la misma casa del Opus Dei,
por espacio de casi diez años. La llamé por
teléfono desde Madrid y quedamos en que si por fin
yo iba a Salamanca nos veríamos. Como sabes, Ana-María
con toda su brillante carrera de Filosofía y Letras
y su inteligencia nada corriente ha quedado relegada a "hacer
labor con señoras" ahora en Salamanca. Y eso
lo sé no porque me lo dijera ella sino porque se
sabe por fuera.
A punto de salir de Madrid hacia Salamanca, recibí
una llamada telefónica de Ana-María diciéndome
que no nos podíamos ver porque aquella misma tarde
ella salía para Valladolid... Naturalmente yo no
me tragué el cuento y lo dejé, aunque lo sentí.
Pero como Salamanca es precisamente pequeña, me
encontré a Ana-María por la calle. Con una
simple pregunta mía socarrona de con que en Valladolid,
¿eh? pasamos a hablar de muchas cosas de todo tipo:
de política, de la ciudad, de diferentes libros y
entre ellos de uno muy concreto, "Le Pape a disparu",
que ha sido traducido al español por las ediciones
"Sígueme" en Salamanca. De repente y sin
malicia de ningún tipo le pregunté:
- Y qué piensas del libro de María-Angustias
Moreno sobre "la Obra". ¿Lo has leído?
Su respuesta de rechazo con el gesto y con la palabra fue:
- ¿Yo ese libro? ¡No, por Dios!
- ¡No, por Dios! ¿Por qué? le pregunté.
Y le añadí: Lo deberías leer, Ana.
El libro, le seguí diciendo, aunque no tiene mi estilo
literario favorito y resulta algo monótono a veces,
es auténtico y no dice ninguna mentira. Es más:
esta chica (por ti) no dice ni la mitad de las cosas de
"la Obra", entre otras porque su horizonte ha
sido solamente España. Y eso le hace quedarse corta.
Lo deberías leer, Ana, porque una persona como tú
no puede esconder la cabeza debajo del ala.
Ella, silenciosa y delicadamente, soslayó la conversación
con una frase más o menos de "déjalo
estar". No recuerdo exactamente.
Pasamos a otro tema y fue el de preguntarle por una numeraria
venezolana que ahora está en España: Elsa
Anselmi. Era la Procuradora de la Sección Femenina
del Opus Dei en Venezuela cuando yo era Directora de la
Sección Femenina del Opus Dei, en Venezuela también,
durante los años de 1956 a 1965. Le pregunté
si sabía dónde estaba Elsa y me contestó
que estaba en Valencia y que no sabía su teléfono.
No insistí. Repito que me dio pena comprobar, una
vez más, que seguramente tendría que reportar
esa conversación, como es costumbre, a su directora
o a quien fuera superior suyo dentro del Opus Dei. Y porque
tanto a Ana-María como a Elsa las quiero mucho y
de verdad.
No habían pasado ni cuatro días de este hecho,
yo estaba ya en Madrid y en vísperas de mi viaje
a Santa Bárbara, cuando recibo la siguiente llamada
de teléfono que trato de relatarte a continuación
con la mayor exactitud posible:
-¿María del Carmen Tapia?
-Sí, ¿quién es?
-Soy don Tomás Gutiérrez, un sacerdote del
Opus Dei.
-Quisiera tener una conversación contigo.
-Pues muy bien, cuando quiera -fue mi inmediata respuesta-.
¿Le viene bien dentro de una hora? (Serían
las seis de la tarde y en aquel momento tenía una
visita en mi casa.)
-No, no me viene bien.
-¿Quiere venir ahora?
-No, ahora tampoco puedo.
-Pues entonces, el único tiempo que tengo disponible
-dije- sería mañana a las nueve, ya que estoy
en vísperas de viaje.
-¡Ah, pues muy bien! Mañana a las nueve voy
a tu casa.
Colgué y pensé: Pero ¿dónde
viene a verme? Si no me ha pedido mi dirección ni
me ha dicho dónde puedo avisarle en caso de cualquier
imprevisto que haga imposible la visita.
Pensé en la entrevista del día siguiente y
desde luego llamé a un sacerdote amigo mío,
Profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca: don
Luis Maldonado.
Le conté que me habían pedido una entrevista
por primera vez en once años y le pedí que
si quería hacer el favor de acompañarme. Vino
a mi casa unos minutos antes de las nueve y me dijo:
-Oye ¿pero por qué hablas en plural? ¿Por
qué dices que "vienen" cuando el sacerdote
que te llamó no te anunció su visita con otra
persona?
Ante su inocencia me sonreí y le dije: "Mira,
en el Opus Dei, cuando tiene que hacer una visita especial,
los sacerdotes van como la Guardia Civil: de uniforme y
por parejas." (Quiero establecer aquí una clara
diferencia: al expresarme así no quiero ni es mi
intención decir nada peyorativo hacia la Guardia
Civil: ellos cumplen sumisión y van en misión.
En el Opus Dei, en cambio, presumen de su libertad personal
y de criterio sólo reglamentado por la Iglesia de
Roma. O por las leyes de cada país.)
A las nueve menos dos minutos llegaron dos sacerdotes (con
la sotana, por supuesto): uno de ellos, don Tomás
Gutiérrez, quien dijo (a lo largo de la conversación)
que él estaba en la Sección Femenina del Opus
Dei desde hacía catorce años. El otro sacerdote
era un jovencito de unos veintitantos años, rubito
y bajito. Dijeron el nombre, pero no lo recuerdo, aunque
a él como persona lo reconocería de inmediato.
Los recibí en el salón que para las visitas
existe en el edificio donde yo vivo.
-¿Cómo estás? -me dijo Tomás
Gutiérrez.
-Bien ¿y tú? -le contesté. (Naturalmente
les di el tú al dármelo ellos a mí
primero.)
-Yo vengo a expresarte un ruego -me dijo Tomás Gutiérrez
(el otro sacerdote fue testigo absolutamente mudo, como
lo fue Luis Maldonado durante toda la conversación).
-¿Y ello es?
-Que no llames ni veas ni vuelvas a hablar con Ana-María
Gibert.
-¿Que le pasa? ¿Está enferma mental?
-¡No, qué va a estar!
- ¿Es usted su tutor?
-No, yo no soy su tutor.
-Pues entonces no lo entiendo, no entiendo esa libertad.
Pero está bien, siga adelante.
Él siguió:
-Ana estuvo hablando conmigo ayer. Vino de Salamanca para
hablar conmigo y me dijo que la habías llamado sin
identificarte y que por eso ella habló contigo.
Yo me volví a sonreír y le dije: "No
fue exactamente así." (La realidad fue que ella
contestó al teléfono cuando yo llamé
y no hubo necesidad de identificaciones porque nos reconocimos
por la voz.) Pero comprendí que ése no era
el nervio de la conversación, no insistí.
-Sí, Ana me dijo también que tú la
habías llamado para hablarle de ese libro.
-¿De qué libro? Porque hablamos de muchos
libros.
-Sí, tú ya sabes: del libro de esa chica.
-¿De qué chica, qué libro?
-Sí, de María-Angustias -me dijo casi silbando
tu nombre.
-¡Ah! -le dije yo-, de María Angustias Moreno.
Sí, es verdad. Le hablé del libro.
-Pero es que -dijo Tomás Gutiérrez- ese libro
es un libelo y está lleno de calumnias.
Mi respuesta fue: "Bueno, bueno: el estilo literario
que usa María-Angustias no es el mío favorito,
pero el libro no dice una sola mentira, ni una sola mentira.
Todo lo que dice es verdad y se queda corta." A lo
que él respondió:
-Vamos, vamos. El libro es una infamia. Esto, acompañado
con gestos en que subrayaba su desprecio y me atrevería
a decir "asco" (aunque él no lo dijo, yo
lo interpreté así).
También usó Tomás Gutiérrez
como argumento una alusión a algo personal mío
que no concretó, aunque yo le dije que lo hiciera
público, si quería, puesto que Luis Maldonado
conocía mi alma perfectamente. Yo le alenté
a que concretase los hechos por los cuales yo no debería
volver a hablar con Ana-María Gibert ni con Elsa
Anselmi, porque incluso, caso de haber existido esos hechos
él no estaba en Venezuela durante el tiempo que "esos
hechos" (que no sé cuáles son) sucedieron.
Y por tanto ¿cómo estaba él enterado
de algo que yo no le dije ni él presenció?
¿Y cuáles fueron esos hechos?
La conversación, por si te interesa, quedó
concretada en tres puntos:
a) que no volviera a ver ni a llamar a Ana-María
Gibert ni a ponerme en contacto con ella;
b) que lo mismo respecto de Elsa Anselmi, quien según
él, le había dicho que no quería .......
c) que me quedara claro que tu libro es un libelo lleno
de calumnias.
Le dije que me lo pensaría y le sugerí que
me diera estos tres puntos por escrito para que los tuviera
presente y me dijo que: "¡Ni hablar! Que yo tenía
muy buena memoria."
De pie, cuando se iban, el jovencito, dirigiéndose
a Luis Maldonado le preguntó: "¿Usted
es Luis Maldonado el jesuita?" A lo que él le
respondió: "Yo soy Luis Maldonado, sacerdote,
pero no soy jesuita."
Esto es todo, María-Angustias, no sé si te
interesa saberlo o no, pero al menos no me lo quería
dejar en mi tintero.
Espero que algún día nos podamos conocer personalmente.
Hubiera enviado esta carta directamente a algún periódico
español, pero me pareció mejor que la leyeses
tú primero y que luego actuases en consecuencia.
Un abrazo,
María del Carmen Tapia
Como diría Machado: "Caminantes, no hay caminos,
se hace camino al andar." No hay caminos para adoptar
una actitud crítica (constructiva) ante el tema del
Opus. No hay sino mucha dificultad y muchos riscos; hay acechadores
o vigilantes, atentos a problematizar y a deformar, a atacar,
a presionar.
No hay caminos, caminantes. Y por eso es difícil.
Y por eso muchos prefieren los caminos trillados de siempre:
el conformismo, la comodidad, el no complicarse más
la vida o el callar.
No hay más camino (respecto a este tema de la Obra)
que el muy hecho y trazado por ellos, de su ley y de su verdad:
su camino.
Sin embargo, caminantes, se hace camino al andar.
En una ocasión, un miembro también de la Obra
acudió a persona competente en la dirección
de ésta, exponiéndole la necesidad de una explicación
razonable, para unos hechos que entendía los suficientemente
graves hasta para incidir o cuestionar su propia vocación.
Le contestaron que semejante postura era diabólica;
y que la Obra nada tenía que ver en ello, ya que esos
sacerdotes habían actuado así como podía
haberlo hecho cualquier otro sacerdote secular. ¡Qué
osadía!
Para otra, la contestación al desconcierto que lo
ocurrido le había producido, y la necesidad de encontrarle
una razón lógica, quedó reducida, en
palabras de su directora a: "Mira, yo prefiero no saber
nada de nada, ya que en la Obra siempre se nos ha enseñado
que tenemos que ser pequeños; así es que no
necesito entender, allá los de arriba." Esta directora
es mayor, y una buena profesional.
Sí, allá ellos, y así van las cosas.
Es verdad que en todas las instituciones hay desviaciones,
hay personalismos, y lógicamente los problemas que
de ello se derivan. En el caso que nos ocupa es, yo diría,
lo contrario. En la Obra lo peor es la "sin razón"
a que te someten so pretexto de "contundente razón".
En la Obra cabe que las personas que tengan que realizar
misiones como la de los sacerdotes que estoy comentando, lo
pasen mal, muy mal; les cueste noches sin dormir, úlceras
de estómago, y hasta desequilibrios insuperables. Cabe
que acaben confesando, como alguno de ellos ha hecho, que
lo que nunca creyeron era que iban a encontrarse con mujeres
de tanta categoría (las visitadas). Cabe todo esto,
y eso sí: a título personal. Mientras nadie
nunca tendrá nada que hacer que no sea lo "indicado
por sus directores".
A título personal lo que no puede concebirse es una
actuación de seis señores, de dos en dos, en
zonas tan dispares de España, llevando a cabo unas
visitas con la misma forma, el mismo contenido, y a personas
todas ellas perfectamente agrupables en un mismo concepto
de solidaridad con el contenido de mi libro. De todo ello
sólo se deduce una perfecta organización montada
desde una directriz única y con un solo fin. A los
de dentro podrán hacerles comulgar con ruedas de molino,
recurriendo a las casualidades o a lo que quieran; quizá
la costumbre los haya ofuscado hasta creer que fuera iba a
pasar igual. Fuera, gracias a Dios, las cosas vuelven a su
cauce, y es muy distinto.
Los que me tratan y me conocen saben muy bien como soy, y
no voy a dejar de serlo porque un grupo de personas, más
o menos fanáticas, sean capaces de inventar o de propagar
lo que se les antoje. El daño que me están haciendo,
porque hay muchos que me conocen menos y otros que sólo
me conocen por estas informaciones suyas (de los del Opus),
es sin embargo enorme. Todo el daño que cabe concebir
en la sucia y escabrosa calumnia que están volcando
sobre mí, aunque sólo sea por lo que de degenerativa
tiene. Es tremendamente incómodo sentirse cubierta
de estiércol, ya que para mí todo lo que no
esté dentro de un orden divino natural (como lo es
la específica determinación de los sexos), por
mucho que los tiempos quieran anarquizar toda ética
consecuente con ello, me parece, me sigue pareciendo, denigrante
y ofensivo. En el caso de que esto se dijera de otra persona
yo tendría que contar con sus circunstancias, las cuales
indudablemente delimitarían culpabilidades, etc. En
mi caso, como algo que me achacan a mí, no puedo menos
de sentirme asqueada ante esta basura con que han pretendido
ahogarme.
La escabrosidad y lo sorprendente del tema no deja de estar
muy dentro de una clase de prevenciones muy propias y muy
usadas en la Obra. Yo misma, en mi anterior libro, abordaba
el tema y hacía referencia a lo fácilmente que
buscan desviar los problemas que no les convienen, en otros
personales que nunca existieron. El tema de los peligros sexuales
son para el montaje de la Obra una manera de polarizar las
preocupaciones de las personas para evitarles o impedir otra
clase de problemas (de coherencia, de justicia, de caridad
auténtica...), además de una verdadera obsesión
de su fundador. Si algo he sido yo, en este aspecto, es demasiado
ingenua: comprendía que hubiera ciertas prevenciones
por los casos aislados que pudieran darse; lo que nunca pensé,
como al parecer era la realidad, es que considerasen que todas
éramos igual de degeneradas. Veía y me oponía
a que so pretexto de "puritanismos constructivos"
se faltase a la más elemental humanidad o se acogotase
a las personas con fantásticos prejuicios o escabrosas
posibilidades. Sin embargo, si de algo me tacharon estando
dentro fue de cerebral y exigente en la entrega.
Puedo asegurar que a mí no sólo no me echó
nadie de la Obra, sino que intentaron retenerme por todos
los medios. Me ofrecieron vivir en la casa y ciudad que yo
quisiera, elegir trabajo. Se desplazaron distintas directoras
desde Madrid a Sevilla para hablar conmigo, como medio de
convencerme para que no me fuera. A lo que yo les respondí
que para "elegir" no había ido a la Obra,
que no quena arreglos cómodos, sino soluciones de fondo,
y éstas... fueron las que nunca nadie me ofreció.
Porque "no se trata de hacen nada coherente con nada,
sino de vivir lo que el Padre diga, porque él lo dice
y como él lo diga". La razón no cuenta.
Y yo, sin embargo, tenía entendido, y sigo entendiéndolo
así, que ni para los misterios de fe la razón
es un obstáculo.
Sí, ahora como antes han creído posible problematizamos,
así, para desviar lo que a ellos les interesa.
En una conversación suscitada por estas acusaciones,
me contaban que hace unos años, en una de esas redadas
que se hacían a efectos de evitar la peligrosidad social,
cogieron aun grupo de homosexuales, incluyendo entre ellos
a uno que no lo era, que de vergüenza se murió.
¿Conocerían los del Opus este caso?
Pero "no tenéis vosotros que temer a los que
matan el cuerpo y nada pueden hacer con el alma" (es
un consejo de Dios). O lo que es igual: no tenéis que
acobardaros ni preocuparos porque los demás os hagan
quedar mal ante los hombres cuando nada cambia las cosas ante
Dios.
La calumnia que han utilizado puede ser para ellos un medio
de defensa. Bajo un fin que justifica los medios, muy a pesar
del propio principio moral cristiano que mantiene todo lo
contrario. Y sus razones, sus razonadas sinrazones, puede
que logren seguir "dominando" algunos que otros
grupos de gente que prefieren la "seguridad" que
da la Obra a cualquier otra postura más comprometida
y más personalmente responsable.
Algunos, sin embargo (de los suyos también), aún
son capaces de alegar, como me contaba una que así
lo había expuesto en su "charla semanal"
(conversación establecida con la directora), quizá
un poco salida de madre por entender "algo" de libertad
de espíritu (lo cual no admite el buen espíritu
de la Obra), le decía: "que si esto hacen con
esta chica, quién me garantiza a mí que mis
propios defectos, los que estoy contando hoy, no serán
aireados y sacados a la calle cuando os convenga".
Se llaman a sí mismos (los socios de la Obra) sembradores
de paz y de alegría. ¿De qué clase de
paz? Porque la suya es una paz y una alegría realmente
peculiar. La paz verdadera, la paz que da el cielo, es "para
los hombres de buena voluntad", "para los que son
objeto del agrado divino", dicen los textos evangélicos;
y difícilmente atropellos como los que ellos comenten
pueden estar dentro de conceptos análogos.
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