EL MUNDO SECRETO DEL OPUS DEI. Michael Walsh
VI. EL ESPÍRITU DEL OPUS
Las Constituciones proporcionan la letra, pero no necesariamente
el espíritu de una organización. Las Constituciones
más recientes del Opus no entran en detalles de la
vida espiritual de un miembro ni en las prácticas de
penitencia, quizá porque era evidente que la regla
no podía permanecer secreta o simplemente porque un
documento constitucional no era el lugar apropiado para dicha
información. La Constitución de 1950 lo hacía,
sin embargo, y todavía sigue siendo la mejor descripción
de lo que ocurre en el Opus Dei. (Aparte, quizá de
"Praxis", un libro que establece en todos sus pormenores
cómo los miembros deben vivir su vida. Según
un antiguo miembro, incluso regulaba el número de pañuelos
y calzoncillos que uno podía poseer. Desgraciadamente,
sigue siendo un volumen escurridizo.)
La Constitución de 1950 proporcionaba las estructuras,
establecía las obligaciones de los miembros y les decía
qué debían hacer, pero no les daba móviles
ni les decía por qué debían hacerlo,
salvo en términos muy generales. Estas prácticas
externas requieren algún respaldo interno que tienen
que venir de alguna parte. Su fuente más evidente es,
desde luego, Camino, que contiene 999 máximas o consejos,
aunque no está claro el porqué de ese número,
a menos que sea el número de la bestia del Apocalipsis
(666), al revés. Además, están también
los escritos del fundador asequibles al público, y
las "Vidas devotas" de Escrivá de Balaguer,
que comienzan a aparecer.
Dejando aparte Camino, la principal fuente de ilustración,
para aquellos que no tuvieron el privilegio de conocer y escuchar
a Escrivá en persona, es "Crónica",
un periódico que circula en privado dentro del Opus.
Consiste en proverbios y reflexiones del fundador y consejos,
a veces muy detallados, sobre cómo deberían
los miembros regular sus vidas espiritualmente. "La formación
que se nos da en el trabajo tiende a simplificar nuestra vida
interior, a hacernos sencillos... Dejémonos llevar
como niños, haciéndonos como niños a
través de la fortaleza, rechazando violentamente la
tendencia a manejarnos a nosotros mismos", aconsejaba
Escrivá en las páginas de "Crónica".
Quizás esto pueda explicar la extraordinaria ingenuidad
que encuentra uno en muchos de los miembros del Opus.
Precisamente cincuenta de las máximas de Camino se
encuentran bajo los títulos de "Infancia espiritual"
y "Vida de infancia". "El Padre" era el
título con el que Escrivá de Balaguer, como
presidente del Opus Dei, prefería que se le conociera,
y está claro cómo prefería él
a sus hijos: "¿Quién eres tú para
juzgar el acierto del superior? ¿ No ves que él
tiene más elementos de juicio que tú; más
experiencia; más rectos, sabios y desapasionados consejeros;
y, sobre todo, más gracia, una gracia especial, gracia
de estado, que es la luz y ayuda poderosa de Dios?" (máxima
457). El padre sabe más.
Y sin embargo, a pesar de esto, en su apostolado el miembro
del Opus es exhortado a "sé varón -Esto
vir" (máxima 4), un hombre con voluntad, energía,
ejemplo (máxima 11), cuyo lema es "¡Dios
y audacia!" (máxima 401). Con ambiciones: de saber...,
de acaudillar..., de ser audaz (máxima 24). Le recuerda
que el corazón es un traidor (máxima 188), y
que ¡es tan hermoso ser víctima! (máxima
175). Que sea intransigente, porque la transigencia es señal
cierta de no tener la verdad (máxima 394); ser niño
no es ser afeminado (máxima 888); "No me seas
flojo, blando" (máxima 193). Por el contrario,
necesita ser fuerte porque "El plano de santidad que
nos pide el Señor, está determinado por estos
tres puntos: la santa intransigencia, la santa coacción
y la santa desvergüenza" (máxima 387). Uno
no puede menos que pensar que, dejando aparte el epíteto
"santo", habla bastantes hombres en la Europa de
los años treinta buscando exactamente estas cualidades
en quienes reclutaban. Es difícilmente sorprendente
que las palabras utilizadas para "líder"
y "liderazgo" en su pequeño libro de máximas
sean "caudillo" y "caudillaje": el general
Franco era, desde luego, el "caudillo" de España.
A veces Camino se lee como un manual de cómo ganar
amigos e influir en los demás, o de cómo tener
éxito en los negocios esforzándose mucho. Los
apartados sobre penitencia y mortificación parecen
ser una serie de sugerencias para el entrenamiento de la voluntad,
más que un tratado sobre ascetismo cristiano. Se parece
mucho al pelagianismo, la doctrina que recibe el nombre del
monje británico Pelagio, que enseñó en
Roma hacia finales del siglo IV y comienzos del V. Los pelagianos
creen que los cristianos pueden dar los primeros pasos hacia
su propia salvación espontáneamente. Fue condenado
como hereje. Sin duda, Escrivá no quería llegar
tan lejos, pero el énfasis en las prácticas
religiosas y en la confianza en uno mismo a veces se le parece.
De hecho, los pasajes de una naturaleza más espiritual
no impresionan por la profundidad de su comprensión.
Las palabras "Opus Dei" son, desde luego, una expresión
tradicional en el culto a Dios en la liturgia de la Iglesia;
en especial, la mezcla de oraciones, salmos y demás
pasajes de las Escrituras y las selecciones de escritores
cristianos primitivo recitados por monjes, monjas y sacerdotes
de la Iglesia, recibe más comúnmente el nombre
de "Oficio Divino". Cuando monseñor Escrivá
de Balaguer recomienda la plegaria litúrgica a los
lectores de Camino, no lo entiende como un acto de devoción
pública, aunque "Ojalá te aficiones a recitar
los salmos y las oraciones del misal, en lugar de oraciones
privadas o particulares" (máxima 86); el individuo
debe decir las oraciones en solitario.
El rosario, las novenas, el agua bendita, el belén
de Navidad, todo esto forma una mayor parte de la espiritualidad
de Camino que el culto litúrgico como tal. Como, en
espececial, la devoción a los ángeles custodios,
tanto al propio, como ángeles custodios de los sagrarios
en los altares de las iglesias, como a los ángeles
custodios de aquellos sobre los que uno quiere influir. ("Gánate
al Ángel Custodio de aquel a quien quieras traer a
tu apostolado. Es siempre un gran "cómplice",
aconseja la máxima 563.)
Una práctica piadosa recomendada a los lectores de
Camino es la muy impresionante sugerencia, aunque algo enfermiza
y teológicamente dudosa, de que tienen que poner ante
sí una cruz sencilla de madera e imaginarse a sí
mismos en ella (ver pág. 67). El primer requisito del
apartado de la Constitución de 1950 dedicado a "La
observancia de costumbres piadosas", exige: "Donde
tres o más miembros viven juntos como una familia,
debería colocarse en un lugar apropiado una cruz negra
sin la figura del Crucifijo. En los días de la fiesta
de la Invención y la Exaltación de la Cruz deberá
adornarse con coronas de flores desde prima hasta vísperas"
(párrafo 234). "Desde la mañana hasta la
noche", debería ser traducido más exactamente
"desde prima hasta vísperas", la primera
hora y la siguiente a las últimas "horas"
o divisiones del oficio divino. Las fiestas de la "Invención"
(conmemoración del hallazgo de la cruz por santa Elena,
madre del emperador Constantino) y la "Exaltación"
son fiestas importantes en el calendario del Opus, que se
celebran el 3 de mayo y el 14 de septiembre, respectivamente.
Mientras que ni Camino ni la Constitución de 1950
del Opus Dei evidencian una comprensión espiritual
profunda por parte de su autor, crean un estilo de espiritualidad
reducido a prácticas externas en las que es fácil
encontrar seguridad. Las prácticas, en su mayor parte,
están pensadas para ser relativamente sencillas de
observar en medio de una vida profesional ocupada. Se debe
al genio de monseñor Escrivá el haber inventado
una forma de vida especialmente conveniente para la burguesía,
la creciente clase media española de los años
cuarenta en adelante.
Además de indicaciones sobre liderazgo y autodisciplina,
Camino contiene mucho consejo espiritual que consolaría
a cualquier hombre de negocios que intentase seguir siendo
un buen cristiano mientras hace carrera en el mundo. La "caridad",
por ejemplo, no consiste tanto en "dar" como en
"comprender" (máxima 463). Incluso el dar
regalos de boda a los miembros de la propia familia quedaba
excluido, y no se debía dar limosna a los pobres. Sin
embargo, se les animaba a hacer amistades con los ricos para
solicitar donativos. John Roche recuerda que a los miembros
se les alentaba a este "apostolado de no dar".
"Es condición humana tener en poco lo que
poco cuesta. Ésa es la razón de que te aconseje
el "apostolado de no dar". Nunca dejes de cobrar
lo que sea equitativo y razonable por el ejercicio de tu
profesión, si tu profesión es el instrumento
de tu apostolado" (máxima 979).
Los beneficios de la profesión de los miembros, desde
luego, van a parar a los cofres del Opus Dei. Antiguos miembros
recuerdan que raramente había una reunión en
una casa del Opus que no terminara con una colecta.
El apostolado es el criterio. Para los hombrees de negocios
que se demoran demasiado en una comida de negocios, les trae
el consuelo: les recomienda el "apostolado del almuerzo"
(máxima 974). Pero se guardarán del probable
embarazo de mezclarse con invitados inadecuados. De los miembros
del Opus se espera que ejerzan su apostolado principalmente
entre sus iguales (Constitución de 1950, párrafo
186). Además, se espera que mantengan un nivel de vida
acorde con su categoría profesional: en cuestión
de pobreza no debe haber uniformidad entre los miembros. Incluso
las tiendas en las que las distintas categorías compran
la ropa están clasificadas según el nivel dentro
del Opus, afirma Vladimir Felzmann: las categorías
superiores compran en las tiendas de clase alta, las inferiores,
en especial las mujeres auxiliares, en cadenas de almacenes
baratos.
Las mujeres reciben un trato injusto de Escrivá: hay
una vena fuertemente antifeminista en Camino. "Ellas
no hacen falta que sean sabias: basta que sean discretas"
dice la máxima 946, más bien insinuando que
la discreción les parecerá una virtud lo bastante
difícil de conseguir. Una parte separada de la Constitución
de 1950 estaba dedicada a la sección de mujeres (una
práctica abandonada en la nueva Constitución),
en la que no se contempla que las mujeres lleguen a una gran
superioridad. Las tareas que Escrivá anotó en
el párrafo 444 eran firmemente tradicionales. Se esperaba
que los miembros femeninos del Opus Dei asumieran tareas como
las de dirigir casas de retiro, publicar "propaganda"
católica ("escrita con la ayuda de los editores"),
trabajar en librerías o bibliotecas, instruir a otras
mujeres y "alentarlas en la modestia cristiana"
promoviendo la educación de chicas -aunque aparentemente
sólo en escuelas de un solo sexo-, enseñar a
las mujeres campesinas "tanto la destreza apropiada como
los preceptos cristianos " y preparar a sirvientas para
el trabajo doméstico, empeño principal para
los miembros femeninos del Opus y una significativa fuente
de reclutas. Y también tenían que cuiadar de
las capillas (párrafo 445).
De gran importancia para la buena regulación de toda
la organización, las mujeres tenían que ocuparse
de la administración de todas las casas del Instituto.
Sin embargo, debían vivir en lugares "radicalmente"
apartados, de modo que en rea1idad existían dos casas
en la misma residencia (párrafo 444.7). A los miembros
femeninos del Opus no les era, ni les es permitido, reunirse
con los varones más privilegiados. El temor de Escrivá
a la promiscuidad era tal que se establecieron las reglas
más rigurosas para proteger la prohibición de
mezclarse. En "Notherhall House", la residencia
universitaria de Londres en Hampstead, puertas dobles separan
a las dos casas y se cierran ritualmente cada noche.
Ambas secciones del Opus Dei siguen más o menos las
mismas prácticas por lo que se refiere a sus vidas
espirituales. La cruz desnuda ya se ha mencionado. Además,
cada miembro de la organización tiene en su habitación
una imagen de la Virgen María -se recordará
que Escrivá de Balaguer estaba tan deseoso de tener
una para sí, que se arriesgó a salir de su escondite
en el Madrid republicano-. Incluso un peregrinaje anual a
un santuario de la Virgen se encuentra entre las prácticas
devotas y se hace cada sábado una colecta para flores
en las casas, para decorar la estatua de María.
Todos los miembros llevan el escapulario carmelita -rememoranza
de parte del hábito de una orden religiosa y normalmente
característico-. Se ha convertido también, en
su forma más reducida y simbólica, en una devoción
católica por la cual quien lo lleva se asocia a los
privilegios espirituales de una orden particular. Normalmente,
para poder acceder a tales privilegios el escapulario tiene
que ser otorgado por un miembro de la orden cuyo hábito
recuerda, o por alguien específicamente designado para
este propósito. La práctica de investir a los
miembros de la Orden con el escapulario carmelita llega hasta
los primeros días del Opus, pero en 1946 Alvaro del
Portillo solicitó formalmente del Vaticano permiso
para hacerlo sin convertirles en miembros de la confraternidad
carmelita, lo cual, dijo, sería una carga para ellos.
El permiso les fue concedido.
Las prácticas penitenciales se incluyen en el párrafo
260 de la Constitución de 1950: "La piadosa costumbre
de castigar el cuerpo y reducirlo a servidumbre llevando un
pequeño cilicio durante al menos dos horas al día,
disciplinándose al meno una vez a la semana y durmiendo
en el suelo, se mantendrá fielmente, teniendo solamente
en cuenta la salud de la persona".
Los "instrumentos de mortificación" se los
dan a los miembros en saquitos marrones. Un antiguo miembro
sostiene que se les daban a niños de sólo quince
años de edad. Al mismo joven se le dijo que la cantidad
de mortificación que se infligía podía
ser aumentada con la aprobación de su director espiritual.
También se le explicó que la sangre de Escrivá
salpicaba las paredes del cuarto de baño, tal era la
fiereza con que se golpeaba.
Un informe del diario católico de Liverpool, el "Catholic
Pictorial", del 27 de noviembre de 1981, describía
la incorporación de chicas jóvenes a la organización.
Se las iniciaba gradualmente en las "mortificaciones"
practicadas por los miembros del Opus Dei. Se les aconsejaba
besar el suelo al levantarse en cuanto llamaban a la puerta
por la mañana; tomar "duchas frías y observar
largos períodos de silencio"; Llevar los "cilis"
(sic) -una cadena con púas- alrededor del muslo durante
un período de dos horas al día (excepto los
domingos y días festivos) "y azotarse las nalgas
con un látigo de cuerda una vez a la semana".
Estas prácticas existen todavía dentro del
Opus. Son una parte esencial de la formación espiritual
de sus miembros. El modo en que Escrivá se azotaba
es evidentemente una cuestión de orgullo para los miembros.
Se da el caso de que, con la creciente opinión de la
psicología insana de estos actos básicamente
masoquistas, han sido silenciosamente excluidos del comportamiento
habitual de otras órdenes religiosas.
Sin embargo, azotarse semanalmente o con más frecuencia
con una disciplina, llevar una cadena con púas, besar
el suelo al levantarse, el " gran silencio" después
de las oraciones de la noche hasta después de desayunar
a la mañana siguiente, un "silencio menor"
por un período prolongado después del desayuno
(algunas órdenes religiosas muy conocidas y respetadas
acostumbraban a exigir el silencio como modo ordinario de
comportamiento, excepto durante las horas formales de recreo,
al menos de sus novicios), e, incluso, en algunas de las órdenes
más rigurosas, dormir sobre el suelo o sobre tablas
fueron práctica común en otro tiempo. Ya no
se encuentran con tanta frecuencia y, aunque no es algo acerca
de lo que los monjes o las monjas estén dispuestos
a hablar, probablemente sólo las órdenes de
clausura o las contemplativas pudieran mantener hoy día
tales prácticas. Desde luego, parecen haber desaparecido
de los hábitos penitenciales de las órdenes
activas como los jesuitas o los pasionistas. En otras palabras,
el Opus se ha quedado donde estaba, mientras otras organizaciones
han cambiado sus prácticas para adaptarse a las nuevas
interpretaciones acerca del daño psicológico
que pudiera hacerse.
Mucho menos sensacional que la disciplina penitencial del
Opus, y llamando menos la atención, aunque puede ser
bastante más perjudicial, es la exigencia de que "cada
semana todos los miembros hablen de forma familiar y en confianza
con el director local, de modo que pueda organizarse y fomentarse
una mejor actividad apostólica" (párrafo
255).
Las "confidencias" son una parte importante de las
estructuras del Opus, tanto, que se mencionan no sólo
como una de las "costumbres piadosas", sino que
se recomiendan además como una de las "obligaciones
devotas" que los miembros tienen. Son, dice el párrafo
268, "una conversación abierta y sincera"
con el director, de modo que los superiores puedan tener un
conocimiento "más claro, más completo y
más íntimo" de los miembros; que los superiores
se aseguren por ellas de que los miembros tienen una constante
"voluntad hacia la santidad y hacia el apostolado, de
acuerdo con el espíritu del Opus Dei", y de modo
que pueda existir una íntima efusión de ánimos
y compenetración entre subordinados y superiores. "Crónica"
las describía como sigue:
"En la confianza en nuestra relación con
nuestro superior, una sinceridad sin ambigüedades ni
circunloquios, sinceridad cruda cuando es necesario... El
padre nos recuerda: "Hijo prudente, el día que
escondas alguna parte de tu alma al director, habrás
dejado de ser un niño, porque habrás perdido
tu ingenuidad."
Estas "confidencias" se destacan ampliamente siempre
que uno habla con ex miembros. Se supone que son una ayuda
para el progreso espiritual de un individuo, un medio por
el cual el director llega a conocer íntimamente a los
que están a su cargo. Por tanto, se da por sentado
que deben ser muy detalladas. María del Carmen Tapia
recordaba que se esperaba que los miembros informasen a sus
directores sobre su vida sexual y sus problemas, aunque la
palabra "castidad" era preferida a la de sexo. Esto
era cierto incluso en las mujeres casadas que eran miembros
supernumerarios.
Nada de esto ocurre bajo lo que los católicos llaman
"secreto de confesión"; el compromiso de
secreto absoluto ( hasta la muerte, si es preciso; la Iglesia
tiene mártires para probarlo) de lo que se revela a
un sacerdote en el sacramento de la confesión. Hay
que recordar que los directores no son clérigos. No
es probable que hayan tenido siquiera la más más
mínima formación en técnicas de asesoramiento
ni en escuchar confesiones que puede suponerse que los sacerdotes
reciben en el seminario. Por ejemplo, Vladimir Felzmann tenía
veintidós años cuando llegó para hacerse
cargo del "Netherholl", y de este modo se ha convertido
en director de los miembros del Opus vinculados a él.
Puede haber estado especialmente dotado, pero difícilmente
podría tener la madurez y la sabiduaría para
guiar a los que estaban a su cargo.
La práctica de la "confidencia", más
comúnmente conocida como "manifestación
de conciencia", era antiguamente un elemento importante
de la vida de las órdenes religiosas, aunque se practicaba
generalmente con una periodicidad anual o semestraltral, y
no semanal, como para los miembros del Opus. Sin embargo,
estaba tan evidentemente expuesta al abuso, que fue prohibida
por la Iglesia católica ya en 1890. La prohibición
formó parte del Derecho Canónico de la Iglesia
y era muy explícita. Estaba incluida en el canon 530
del Código de Derecho Canónico de 1917, en vigor
cuando Escrivá insistía en la "confidencia"
o manifestación de conciencia como uno de los deberes,
no un extra opcional, de los miembros del Opus. Esto hace
todavía más extraño que la Constitución
de 1950 recibiese la aprobación del Vaticano.
Los superiores del Opus Dei no tienen que contar sólo
con la confidencia, sin embargo, para conseguir información
sobre sus subordinados. También está el círculo.
Como la manifestación de conciencia, el círculo
o capitulo de faltas tiene una larga tradición histórica
en las órdenes religiosas de la Iglesia. Los miembros
de una comunidad se reúnen en círculo (de ahí
el nombre) y se acusan de faltas contra la disciplina religiosa
y la vida en común. Puede ser una experiencia muy penosa
para los elegidos a ser sometidos a esta humillación
bajo la apariencia de mejorar su vida espiritual. Por otra
parte está la corrección fraterna, que puede
justificar la interpretación del Nuevo Testamento.
Alguien que haya descubierto alguna falta en otro, primero
pide permiso a su superior, y después habla con el
miembro que haya cometido la falta con la esperanza de que
se corrija. Entonces se informa al superior de que se ha efectuado
la "corrección fraternal". Realizar tales
cosas, dice Felzmann, era considerado como una prueba de celo;
se efectuaban presiones para que se descubrieran faltas.
Para los miembros del Opus, los círculos tienen una
perioricidad semanal. Se concentran no sólo en los
defectos personales, sino también en cuánto
ha avanzado en el apostolado cada individuo presente -lo que
significa hasta qué punto los miembros han "pescado"
(la palabra es del Opus') nuevos reclutas, o han mantenido
y desarrollado contacto con aquellos que ya han picado-. Cualquiera
que haya fallado en este apostolado es severamente reprendido,
si no de inmediato, más tarde, cuando la persona encargada
del círculo ha informado de él al director.
Tanto círculos como confidencias tienen lugar en lo
que la Iglesia considera como el "foro externo".
Hasta cierto punto son públicas, porque la información
así reunida sobre un individuo puede ser utilizada
por los superiores para lo que consideran el propio bien del
individuo, o el del instituto. Pero también está
la práctica semanal de la confesión establecida
como una obligación para los miembros: "Que cada
sacerdote haga una confesión sacramental semanal al
sacerdote que le sea asignado" (párrafo 263).
Esta regla -sigue diciendo luego-, como exige la ley de la
Iglesia, que los miembros pueden ir a cualquier sacerdote
que elijan, siempre que tenga la aprobación del obispo,
y no se necesita informar la confesión a los superiores
del Opus.
Esa es la regla. Mientras inclina la cabeza ante el sentido
de la ley canónica, el consejo de Escrivá de
Balaguer a los miembros del Opus lo expresa de forma bastante
distinta:
"Todos mis hijos tienen la libertad de ir a confesarse
con cualquier sacerdote aprobado por el ordinario [citado
de Crónica] y no están obligados a decir a
los directores de la Obra lo que han hecho. ¿Peca
la persona que no hace esto? No! ¿Tiene un buen espíritu?
No... Está en camino de escuchar el consejo de malos
pastores.
"Iréis a vuestros hermanos los sacerdotes
como yo voy. Y a ellos les abriréis vuestros corazones
de par en par, ¡podridos si lo estuviesen!, con sinceridad,
con un profundo deseo de curaros. Si no, esa podredumbre
nunca se curaría..., y haciendo esto de forma equivocada,
buscando un doctor de segunda mano que no nos más
que unos segundos de su tiempo, que no pueden utilizar el
bisturí ni cauterizar la herida, también dañaría
a la Obra. Si hicierais esto, tendríais el espíritu
equivocado, seríais infelices. No pecaríais
por esto pero, ¡ay de vosotros! Habríais comenzado
a descarriaros".
Esto es equivalente a decirles a los miembros que, en la
práctica, la confesión con un sacerdote que
no sea del Opus está prohibida. Y no sólo la
confesión. Una mujer del Opus que pensaba dejarlo fue
a ver a Vladimir Felzman. No era cuestión del sacramento
de la penitencia; necesitaba consejo y se lo dio. Al volver
a la residencia, sin embargo, ella se sintió incómoda
por haber hablado con un sacerdote que no era del Opus sin
permiso y le contó a su directora lo que había
hecho. La directora se enfureció e inmediatamente le
prohibió recibir la Sagrada Comunión durante
un período de dos semanas. Uno puede razonablemente
quedarse perplejo en base a qué autoridad podía
tomar tal medida. La misma directora llegó más
tarde a pensar que había actuado con demasiada dureza
y el castigo se redujo a una abstinencia de una semana.
La referencia a un "doctor de segunda mano" (¿clase?)
en el pasaje citado anteriormente, es indicativa de la actitud
del fundador hacia el clero que no formaba parte de su propia
organización. Recordemos que puso en marcha la Sociedad
Sacerdotal de la Santa Cruz porque no podía confiar
a sacerdotes que no fueran del Opus la formación de
los miembros en los términos que él ordenaba.
María del Carmen Tapia le recuerda haciendo la absolutamente
extraordinaria afirmación de que sería mejor
morir sin los últimos sacramentos antes que recibirlos
de manos de un jesuita. La desconfianza de Escrivá
hacia los que no estaban bajo su influencia era profunda.
"Como no he dejado de advertiros, el mal viene
de dentro [la Iglesia] y de muy arriba. Hay una auténtica
podredumbre y a veces parece como si el Cuerpo Místico
de Cristo fuese un cadáver en descomposición,
que hiede... Pedid perdón, hijos míos, para
estas acciones despreciables que son hechas posibles en
la Iglesia y desde arriba, corrompiendo las almas casi desde
la infancia" (Crónica).
Añadió: "Nuestro Señor nos ha escogido
para que seamos sus instrumentos en estos momentos tan difíciles
para la Iglesia. "
Sobre el tema de los sacerdotes, más que de los prelados,
y su calificación como confesores, dijo a sus "hijos":
"Tenéis la libertad de ir a confesaros con quien
queráis, pero sería una locura poneros en otras
manos que quizá se avergüenzan de estar consagradas.
No podéis confiar." Es un consejo que se acerca
mucho al rechazo de la enseñanza católica fundamental,
que se remonta al menos hasta san Agustín a comienzos
del siglo V, de que ni la ortodoxia doctrinal ni la santidad
personal se exigen a los que administran los sacramentos.
Escrivá estaba obsesionado con el sacramento de la
confesión, tanto para los miembros del Opus como para
la Iglesia en general. Así, cuando escribió:
"La función santificadora del laico necesita la
función santificadora del sacerdote que administra
el sacramento de la penitencia, celebra la Eucaristía
y proclama la palabra de Dios en nombre de la Iglesia".
Es digno de mención que ponga el sacramento de la penitencia
primero; la mayoría de los teólogos católicos,
si no todos, hubieran puesto primero la celebración
de la eucaristía.
Sin embargo, no era tanto el significado teológico
de la enseñanza de Escrivá sobre el sacramento
de la penitencia que era y es inquietante, como el impacto
psicológico que ejercía sobre aquellos sometidos
a ella. La confesión en el Opus se convierte en una
importante forma de control social. Su uso por los miembros
del Opus está restringido en la práctica a los
sacerdotes, miembros a su vez del Opus, y se utiliza para
inspirar sentimientos de culpabilidad por no poder vivir con
arreglo a los ideales más altos y dañar de ese
modo a toda la institución.
El apartado sobre la confesión en "Crónica"
fue leído por un sacerdote jesuita, el padre Brendan
Callaghan, un psicólogo clínico experto en tratar
con miembros de instituciones religiosas que sufren desórdenes
psicológicos. Las notas que preparó para este
libro expresaban su creciente alarma. A1go de esta inquietud
surgió estrictamente de las cuestiones teológicas,
y también de la confusión urdida entre "nuestro
Padre, significando Dios y "nuestro Padre", significando
Escrivá de Balaguer. Hay, por ejemplo, una constante
utilización del Evangelio de Juan, capítulo
10, versículos 1-19, la historia del buen pastor y
del redil, como si el redil fuera el mismo Opus y los malos
pastores que van a robar y a matar fueran sacerdotes que no
son del Opus, que pudieran ser abordados por miembros de la
Institución. "Leí este pasaje [de Crónica
de principio a fin varias veces -comentaba Brendan Callaghan-,
porque creí que me estaba volviendo paranoico. Pero
es la única interpretación que tiene sentido...
Esperaba que el mal pastor pudiera ser un término aplicado
al "espíritu maligno", pero no hubo suerte."
A propósito, ésta es la versión de Escrivá
del pasaje del Nuevo Testamento. La Historia no identifica
a los ladrones y destructores con los pastores.
En el apartado ya citado más arriba de que no es pecado
ir a un sacerdote que no sea del Opus, pero que cualquiera
que lo haga está "en camino de oír la voz
de un mal pastor", Callaghan comenta: esto es decirle
a la gente que tiene mala fe, algo que he encontrado dentro
del Opus en su trato con jovencitas y en la oración,
y un planteamiento sumamente manipulador."
Le hizo parar en seco el aforismo, "el temor filial
es la puerta al amor". "En cierto modo resume todo
el enfoque del Opus, ¿no es así? -comentó-.
Es una pena que no tenga nada que ver con el Evangelio."
Con el constante entremezclar la paternidad de Escrivá
con la de Dios, es imposible determinar si el temor filial
es el de cualquiera hacia Dios, o el de un miembro del Opus
hacia el fundador. La confusión entre los dos parece
intencionada, una opinión que María del Carmen
Tapia, con sus muchos años como miembro del Opus Dei,
corrobora.
Las consecuencias sobre los miembros de la organización
formados en una sociedad singularmente devota, cerrada y estrictamente
controlada pueden ser devastadoras cuando se les sugiere que
hay alguna forma de simbiosis entre la voluntad de Dios y
la voluntad del fundador, a quien se les enseña a venerar.
Los pone bajo una enorme presión psicológica,
protegidos como están ante cualquier objeción
de gente de fuera de su grupo. "En nuestra docilidad
-decía "Crónica" a los miembros- no
habrá límites." Tiene que ser obediencia
tanto de corazón como de mente, porque libera a los
miembros de una "independencia estéril y falsa...,
que deja al hombre en la oscuridad cuando le abandona a su
propio juicio".
Ésa es la ideología de sumisión a la
que los miembros se someten por medio de sus tres votos, o
la equivalente "fidelidad", como el Opus prefiere
llamarla. Y las confidencias, los círculos y el sacramento
de la penitencia son medios para reforzarla. Dadas las reglas
en extremo estrictas que la Iglesia impone sobre el secreto
del confesionario, la confesión sacramental debiera,
por supuesto, quedar fuera de la estructura. Pero, como puede
verse por la insistencia en que vayan solamente a un confesor
del Opus, eso no es así. ¿Se ha violado alguna
vez el secreto de confesión? Quizá no directamente,
pero Vladimir Felzmann relata un incidente inquietante. Después
de algún tiempo como numerario laico, fue ordenado
y volvió a Inglaterra, donde escuchó las confesiones
de los miembros. Un día fue visitado por oficiales
de mayor rango del Opus Dei. Les había llegado, le
dijeron, la noticia de que alguien le había confesado
el pecado (como ellos lo entendían) de homosexualidad
y que sin embargo Felzmann no había formado a Roma.
Eso, señaló Felzmann, hubiera sido romper el
secreto de confesión. Los oficiales lo reconocieron
de mala gana, pero le dijeron que debiera haber hecho que
la persona en cuestión, bajo pena de no recibir la
absolución de su pecado real o supuesto, volviese a
él o fuese a otra persona fuera del confesionario en
forma de confidencia, de modo que la formación pudiera
ser utilizada. Felzmann protestó hasta llorar, diciendo
que eso podía seguir técnicamente siendo interpretado
como un quebrantamiento del secreto. Los altos miembros no
lo aceptaron y le reprendieron duramente por su falta de lealtad
a la organización.
De forma bastante curiosa, en medio de las reflexiones de
Escrivá sobre la confesión, aparece lo siguiente:
"Una firme resolución: el primer sacrificio
es dar, en no olvidar en toda nuestra vida, lo que se expresa
en Castilla de un modo muy gráfico: los trapos sucios
se lavan en casa. La primera manifestación de vuestra
dedicación es no ser tan cobardes como para ir fuera
de la Obra a lavar los trapos sucios. Eso es si queréis
ser santos. Si no, no se os necesita aquí."
De nuevo aparece el chantaje moral, pero ésta no es
la razón para citar este pasaje. La utilización
de Escrivá del equivalente castellano de "no lavar
la ropa sucia en público" -incluso, aparentemente,
en el confesionario (¿no confiaba en que los clérigos
que no eran del Opus guardaran el secreto?) aclara que una
de sus preocupaciones dominantes era la del secreto de la
organización, algo que no se debía quebrantar
siquiera en el sacramento de la penitencia.
Aunque negará enérgicamente ser una sociedad
secreta, el secreto, o la "discreción", como
los miembros prefieren llamarlo, es uno de sus distintivos.
En la entrevista con Peter Forbarth, Escrivá rechazaba
la acusación. "Cualquier persona razonablemente
bien informada sabe que no hay nada secreto sobre el Opus
Dei -dijo-. Es fácil llegar a conocer al Opus
Dei. Trabaja a plena luz del día en todos los países
con el reconocimiento jurídico pleno de las autoridades
eclesiásticas y civiles. Los nombres de sus directores
y de sus empresas apostólicas son bien conocidos. Cualquiera
que desee información puede obtenerla sin dificultad".
Todo esto es algo difícil de aceptar. La entrevista
tuvo lugar en 1966 cuando la política de no hacer una
copia completa de las Constituciones, asequibles siquiera
para los obispos que tenían casas del Opus en sus diócesis,
aún prevalecía. Mucho después, la entrevista
de Henry Kamm con el sucesor de Escrivá, monseñor
Álvaro del Portillo, fue descrita por el profesor Eric
Hanson como "un buen ejemplo de cuán poca información
una organización disciplinada puede dar a los medios
de información, si así lo decide". La razón
fundamental para el secreto/discreción es el apostolado.
La falta de discreción, dice el párrafo 191
de la Constitución de 1950, "podría resultar
un serio obstáculo para la obra apostólica,
podría crear problemas dentro de la familia natural
de un miembro, o para llevar a cabo su oficio o profesión".
(Disposiciones similares se establecen en la nueva Constitución,
ver párrafo 89.) Lo que este secreto debe cubrir exactamente,
se explica después: los miembros del Opus deben guardar
silencio sobre los nombres de otros miembros; no pueden revelar
que ellos mismos pertenecen al Instituto sin permiso explícito,
aun cuando crean que ayudaría a la difusión
del mismo; en especial, no se deben revelar los nombres de
aquellos que hayan ingresado recientemente o que, por cualquier
razón, se hayan ido recientemente (párrafo 191).
Para mantener este secreto no debe haber ningún distintivo
especial (párrafo 192). Los miembros no deben tomar
parte como grupo en oficios religiosos tales como procesiones
(párrafo 189). Esto se puede observar incluso en una
misa pública para conmemorar el aniversario de la muerte
de Escrivá: aunque pequeños grupos de numerarios
y otros miembros plenos pueden sentarse juntos, los hombres
y las mujeres separados claramente, por supuesto, no hay ostentación
pública de que son miembros, ni solidaridad. No obstante,
esta solidaridad se hace bastante más evidente después
de la misa, cuando los miembros se reúnen en el atrio
de la iglesia.
Las cifras no deben revelarse y la conversación sobre
temas del Opus Dei con personas que no sean miembros está
prohibida (párrafo 190). Las mismas Constituciones
tienen que ser mantenidas en secreto, junto con cualquier
documento publicado o que vaya a publicarse. Las Constituciones
deben imprimirse solamente en latín: sin el permiso
de Escrivá no podían ser traducidas a ninguna
lengua moderna. Quizá debería decirse que las
mismas restricciones acostumbraban aplicarse a las Constituciones
de los jesuitas y de otras órdenes religiosas: se les
repartía a los miembros con las palabras "AD usum
tantum nostrum" ("Solamente para "nuestro uso").
Hoy en día, sin embargo, son fácilmente asequibles
a cualquera que pregunte.
Uno de los deberes de un director local es velar para que
la Constitución sea plenamente observada. Por extraño
que parezca, el director o la directora debían hacerlo
sin acceso a la propia Constitución, al menos hasta
la publicación de la edición de 1982. De los
ex miembros entrevistados, únicamente María
del Carmen Tapia dijo que la había visto y que luego
se le había permitido estudiarla solamente bajo las
más estrictas condiciones, a pesar del hecho de que
en aquel tiempo era la directora de la sección de mujeres
en Venezuela.
En Camino, todo un grupo de máximas, de los número
639 ("De callar no te arrepentirás nunca; de hablar,
muchas veces") al 656 inclusive, están dedicadas
a la virtud de la "discreción". También
aquí, como en la Constitución de 1950, es considerada
como un instrumento del apostolado. "Si callas -escribe
Escrivá en la máxima 648-, lograrás más
eficacia en tus empresas de apóstol." "No
pongas fácilmente de manifiesto la intimidad de tu
apostolado" (máxima 646), puede significar que
no se enteren los padres de que estás intentando reclutar
a su hijo o a su hija para el Opus. "En algunos casos
-escribió el sacerdote del Opus padre Andrew Byrne,
en el "Daily Mail" del 14 de enero de 1981-, cuando
un jovencito dice que quiere ingresar, le aconsejamos que
no se lo diga a sus padres. Es porque los padres no nos comprenden".
Desde luego, una de las exigencias del Opus es que sus miembros
numerarios, hombres y mujeres, tengan doctorados o sean capaces
de conseguirlos. Se ajusta a la educación y especialmente
a la educación universitaria; Escrivá de Balaguer
alardeaba de que se había pasado la mayor parte de
su vida en Universidades y alrededor de ellas. Uno podría
haber contado con que la educación liberal que se supone
que las Universidades imparten, pudiera haber tenido algún
efecto que reblandeciera la dura disciplina y la mentalidad
cerrada de la organización, pero tiene uno que dar
con un sacerdote del Opus sólo brevemente para descubrir
que esto no sucede.
En su informe al sínodo diocesano de 1985, el rector
del seminario de la diócesis de La Rioja acusó
al clero del Opus de "ir a la caza de herejías"
(ver más atrás, págs. 89-90). Y proseguía
diciendo:
"[la] clase de sacerdote que el Opus nos ofrece
es difícilmente adecuada para nuestra gente, no lo
es para el actual período posconciliar del Vaticano
II. Así vemos en los sacerdotes que pertenecen a
la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y a quienes conocemos,
los siguientes defectos, que es difícil saber cómo
remediar: hay un individualismo que se deja ver en la oración,
en la liturgia, en la colaboración diocesana e interparroquial...
Creen pertenecer a la "raza de Melquisedec", la
noción de la "dignidad" del sacerdote prevalece
sobre la de servicio. Muestran un tradicionalismo ideológico
y retrógrado que tiene poco que ver con la noción
de sacerdocio propuesta en "Presbyterorum ordinis"
(el documento Vaticano II sobre el sacerdocio) y en la práctica
se manifiesta por la forma en que siguen fieles a las "tradiciones"
y rechazan sistemáticamente cualquier cosa que huela
a "aggiornamento" por su temor a enfrentarse con
los signos de los tiempos y por su falta de compromiso hacia
la gente corriente y el apostolado social."
No hay absolutamente nada sorprendente en esto. Escrivá
estaba decidido a que sus "hijos" fuesen bien educados;
era educación de una clase especial: "¡Cultura,
cultura! Bueno: que nadie nos gane a ambicionarla y poseerla.
Pero, la cultura es medio y no fin" (máxima 345).
Para estar seguros de que la instrucción de sus miembros
era conforme a los propósitos del Opus, se establecieron
centros de estudio cuyos instructores fueran sacerdotes escogidos
"no sólo por su saber, sino también por
sus virtudes y prudencia" (Constitución de 1950,
párrafo 131). El plan de estudios incluía latín
y griego, filosofía, teología y música
eclesiástica, "junto con conocimientos de nuestro
Instituto", a pesar del hecho de que las Constituciones
no serían asequibles a los estudiantes (párrafo
134).
"Los estudios en filosofía y en teólogía,
como también la enseñanza a estudiantes [que
no son del Opus Dei] en estas disciplinas, deben ser llevados
a cabo por profesores que estén totalmente conformes
con el método, la enseñanza y los principios
del doctor angélico, y éstos [método,
enseñanza y principios, cabe presumir] deben ser
tenidos por sagrados",
dice el párrafo 136. El Doctor Angélico, como
ya hemos visto, es, desde luego, santo Tomás de Aquino.
El "tomismo experimentó un gran resurgimiento
en el siglo xIx, que duró al menos hasta la mitad del
xx, aunque a veces de un modo bastante degradado. Escrivá
de Balaguer no era el único en 1950 en fomentar el
estudio de santo Tomás, pero con la rigidez de pensamiento
característica del Opus, insiste en una interpretación
extremadamente "ortodoxa" (en el sentido eclesiástico)
de Tomás. No se toleran otras opiniones.
Cuando el periodista Henry Kamm fue a la Universidad de Navarra,
el establecimiento escaparate intelectual del Opus, a reunir
datos para un artículo en el "New York Times",
el catedrático del departamento de Filosofía
reconoció que en su departamento no había marxistas,
ni siquiera gente que simpatizara con el marxismo. Le dijo
a Kamm que los estudiantes podían utilizar cualquier
libro de la biblioteca, aunque admitió que había
algunas excepciones, destacando entre ellas las obras marxistas.
Pero había otras restricciones; Kierkegaard, por ejemplo
(un joven se había suicidado, aparentemente, después
de abandonarse a Kierkegaard), Schopenhauer era "muy
pesimista" y Sartre "no muy adecuado para estudiantes
jóvenes". "Los estantes de filosofía
-observó Kamm- están casi uniformemente divididos
entre lo permitido y lo prohibido, incluyendo en lo último
a Spinoza, Kant, Hegel, Kierkegaard, Nietzsche, Heidegger,
John Stuart Mill y William James".
La lista es interesante. Parece estar basada en el "index
librorum Prohibitorum" (el Indice de libros prohibidos),
una lista de todas las obras que el Vaticano desaprobaba porque
eran, a los ojos de los censores, contrarias al credo de la
Iglesia o perjudiciales para la moral. A los católicos
se les prohibía leerlos sin el permiso explícito
del obispo local, una regulación muy ignorada. El "Index",
en cualquier caso, ha desaparecido hace mucho tiempo, abolido
por decreto papal de Pablo VI. Parece que el Opus está
decidido a conservarlo, aunque Roma crea que el mundo católico
puede prescindir de ese grado de control del pensamiento.
Realmente, el Opus va todavía más allá
de estas medidas: el filósofo y psicólogo William
James nunca fue prohibido.
No es simplemente que la Universidad de Navarra haya sido
lenta en ponerse al día, porque la última edición
de la Constitución del Opus reitera el papel del "Doctor
Angélico". Cuando los temas de lectura permitidos
a los miembros del Opus siguen estando estrictamente controlados,
como testifican ex miembros que así es, de acuerdo
con la máxima 339 de Escrivá ("Libros:
no los compres sin aconsejarte de personas cristianas, doctas
y discretas"), es difícil explicarse el párrafo
109 de la nueva Constitución:
"[El Opus Dei] no tiene opinión propia ni
postura común en ninguna cuestión teológica
ni filosófica en la que la Iglesia da a los fieles
libertad de opinión: los miembros de la prelatura,
dentro de los límites establecidos por la jerarquía
de la Iglesia que defiende el depósito de la fe,
gozan de la misma libertad que los demás católicos."
El Opus, por supuesto, no es el único que adopta una
posición fuertemente tradicional sobre materias teológicas,
aunque el Opus es más tradicionalista que la mayoría.
En la Pascua de 1986, Germain Grisez, un profesor muy conservador
de ética cristiana en un pequeño colegio de
Maryland, fue invitado a Roma. El Opus Dei y el Instituto
para la Familia, vinculado a la Universidad Lateranense, le
pidieron que pronunciara una conferencia, después de
la cual debía asistir a una reunión pública
organizada por el Opus en su centro de estudios en Roma. Las
opiniones de Grisez, ultraortodoxas para muchos, fueron consideradas
no lo suficientemente ortodoxas para el Opus en la exposición
que hizo en la conferencia. La invitación del Opus
fue prontamente retirada. Grisez decidió no obstante
presentarse en la reunión para encontrarse con que
la sala estaba cerrada para él. Fue invitado por del
rector del "Colegio Inglés" cercano, y dio
allí su conferencia.
Con el Papa actual, la "restauración" de
antiguas ortodoxias se ha convertido en un programa importante,
dirigido por el cardenal prefecto de la Congregación
para la Doctrina de la Fe, Josef Ratzinger. En un programa
así, el Opus, metido en una misión similar en
España en las tres décadas que siguieron a la
victoria de Franco, encaja a la perfección. Y en ningún
sitio está esto más ampliamente demostrado que
en el caso de la teología de la liberación.
Esta nueva perspectiva sobre la teología puede tener
sus raíces en el pensamiento religioso académico
europeo, pero fue desarrollada primero en Perú en los
años sesenta. En 1968 hubo una reunión del CELAM
-Conferencia de Obispos latinoamericanos- en Medellín,
Colombia. Su propósito era poner un ropaje latinoamericano
a las conclusiones del Vaticano II, que había terminado
exactamente tres años antes. Los borradores de los
documentos preparados en Medellín eran, en verdad extraordinariamente
radicales para el momento, especialmente cuando trataban el
problema de las relaciones de la Iglesia con las condiciones
de Latinoamérica bajo las que tenía que trabajar.
Sus conclusiones alentaron a un pequeño grupo de clérigos
peruanos que habían estudiado juntos en la Universidad
y que habían trabajado juntos en la Acción Católica.
Su líder, que llegó a ser sacerdote y con el
tiempo publicó "la gramática" de la
Teología de la Liberación, era el padre Gustavo
Gutiérrez.
Al mismo tiempo, sin embargo, hubo en Perú una especie
de invasión de sacerdotes y monjas. En su mayor parte
llegaron de Estados Unidos, aunque algunos procedían
de Europa, y la mayoría era gente que estaba haciendo
sus estudios durante el Vaticano II. Ni las iglesias que los
enviaban ni la que los recibía tenían idea de
cómo preparar a estos misioneros para su trabajo en
Perú. Fueron a las zonas más pobres, porque
era allí donde había más necesidad. Decían
misa, pero también intentaban ayudar a mejorar las
condicionen de aquellos entre quienes trabajaban. Era un buen
momento para estar en Perú: el régimen de Velasco
Alvarado, si bien un gobienio militar, era básicamente
progresista. Las oportunidades estaban allí, pero los
sacerdotes y las monjas, con Gutiérrez y su grupo a
la cabeza, comenzaron a reflexionar sobre lo que estaban haciendo
en nombre de la Iglesia. Como ahora dirían, la práctica
(ellos la llaman "praxis") vino primero, la teoría
después. La teoría surgió como la teología
de la liberación.
Esta tendencia dejó al Opus aislado. Según
Peten Hughes, un sacerdote irlandés que encabezó
una vez un grupo de misioneros que trabajaban en los barrios
más pobres de Lima, antes de la conferencia de Medellín,
el Opus se consideraba una fuerza poderosa en la Iglesia peruana.
Pero no tenía en absoluto idea de qué les estaba
sucediendo a los campesinos peruanos. En la euforia engendrada
por Medellín, el Opus se sintió marginado, porque,
como hemos visto, estaba ya en desacuerdo con los cambios
producidos por el Vaticano II. Sin embargo, las elecciones
del CELAM de 1973 inclinaron claramente hacia la derecha a
la organización, lo que dio al Opus un respiro. Los
miembros del Opus empezaron de nuevo a hacer sentir su presencia,
y la bastante débil Conferencia Episcopal de Perú
fue incapaz de hacer frente a la artillería antiaérea
que el Opus producía. La táctica era hablar
de preparar a la Iglesia para el año 2000, sin duda
una admirable idea en sí, pero pensada para distraer
la atención de los problemas presentes, abandonar lo
que estaba en marcha, e ignorar la Iglesia popular que iba
emergiendo lentamente.
El Opus tenía una influencia creciente a través
del CELAM y de la Conferencia Episcopal de Perú (hoy
en día, al menos cinco obispos son miembros del Opus
y otros son simpatizantes, incluido el arzobispo jesuita Vargas),
y a través del nuncio apostólico. Hacia la primavera
de 1983 el Opus creyó tener el apoyo suficiente en
la Conferencia Episcopal para lanzar un ataque con todas sus
fuerzas sobre la teología de la liberación.
Aunque tenían, o parecían tener, el apoyo de
Roma, el Opus no ganó la mayoría de votos de
los obispos cuando se reunieron en Lima. En una jugada extraordinaria,
la Conferencia fue llamada a Roma para discutir el asunto
ante el Papa Juan Pablo II. Parecía dudoso, pero de
nuevo perdió el Opus, y perdió de modo decisivo:
el alboroto puede haber tenido algo que ver con el claro cambio
de simpatías en el Vaticano hacia la teología
de la liberación. El cardenal Ratzinger, que había
sido el responsable de una muy hostil "instrucción"
a toda la Iglesia sobre el tema, escribía ahora un
segundo documento mucho más suave. Asimismo el Papa,
en una carta a la Conferencia Episcopal brasileña,
expresó un apoyo mayor que hasta la fecha. Según
Peter Hughes, la hostilidad del Opus hacia la teología
de la liberación en Perú no ha disminuido, pero
por el momento se tiene que contetar con tirar emboscado desde
las columnas de los diarios.
A pesar de tales reveses, nada parece sacudir la confianza
de los miembros del Opus en sí mismos. Están
completamente convencidos de que se hallan en lo cierto, exactamente
como lo estaba su fundador:
"No solamente la Obra no morirá nunca, nunca
se hará vieja... Dios puso al día Su Obra
de una vez por todas dándole las características
laicas y seglares sobre las que he escrito en esta carta.
Nunca necesitaremos adaptarnos al mundo, puesto que "nosotros
somos" parte del mundo. Ni tendremos que ir tras el
progreso humano porque vosotros sois mis hijos, los que,
junto con la demás gente que vive en el mundo, estáis
trayendo este progreso con vuestro trabajo cotidiano."
El sentido "prima facia" de esta cita de "Crónica"
es que las Constituciones, en este caso las Constituciones
de 1950, eran definitivas, fijas no sólo durante una
vida, sino para siempre. En palabras de María del Carmen
Tapia, Escrivá dijo que su Constitución era
eterna. "Crónica", comparando implícitamente
al Opus con la Virgen María, escribe: "Según
fuimos conociendo la Obra, nos cautivó descubrir con
más claridad cada día su profundo atractivo,
su inmaculada belleza." Hay un fuerte sentido de vocación
divina: "Hemos sido escogidos para llevar a Dios, para
transmitir el sentido de su Obra; es la única razón
para nuestro trabajo apostólico. Esto nos confiere
la gran responsabilidad de cambiar vigilantes para no cambiar
nada."
Esta alta opinión de la institución obliga
a sus miembros, cuando se enfrentan a un libro como éste:
"Tolerancia o silencio, cuando afrontéis
calumnias insinuadas o públicas -con buena o mala
fe-, con opiniones inexactas, o con el juicio equivocado
de personas o instituciones, sería complicidad, un
claro signo de falta de amor hacia nuestra Madre y un serio
ataque a nuestra humildad colectiva. Este silencio sería
equivalente a negar que la Obra es divina."
Un teólogo podría muy bien sentirse desconcertado
por el apelativo de divina aplicado a la Obra, que parece
ponerlo al nivel de la misma Iglesia. En cualquier caso la
Iglesia, aunque para los católicos es una institución
divina, no está ciertamente por encima de las críticas
y siempre está abierta a la reforma: "Ecclesia
semper reformanda". Lo que no es cierto, parece ser,
del Opus Dei.
El portavoz del Opus (no se oye hablar de la portavoz del
Opus) estará agradecido por lo dicho más arriba
para abalanzarse en su defensa. El contenido de su respuesta
será fácil de adivinar:
"Cualquiera que haya hecho una investigación
seria sobre un tema científico o histórico,
se dará cuenta de que una larga lista de citas, que
a primera vista podrían dar la apariencia de un estudio
minucioso sobre la materia, puede estar fácilmente
basado en fuentes no comprobadas o no fiables, o igualmente
manipuladas para adaptarlas a una tesis."
Eso dijo el reverendo Richard Stork, un sacerdote del Opus,
al escribir una "Apología pro Opere Dei"
en la revista mensual, británica y católica,
"Clergy Review", de febrero de 1986. Es cierto que
con frecuencia he citado artículos "publicados
para el uso interno de los miembros del Opus Dei", pero
no han sido "utilizados para producir un cuadro distorsionado";
han sido citados bastante extensamente. Realmente, el impacto
de la publicación de "Crónica" en
extenso podría hacer más daño a la reputación
del Opus que los pocos pasajes utilizados. El padre Stork
ni siquiera ofrece como atenuante el que la mayor parte fuese
escrita y circulase hacía mucho tiempo; lo defiende
todo.
Determinar exactamente qué es lo que defiende, podría
ser difícil. Cuando María del Carmen Tapia era
la encargada de Prensa en Roma, recuerda que tuvo que hacer
nuevas páginas para los diarios del Opus Dei, diarios
internos como "Crónica" que eran enviados
a los centros del Opus donde las viejas páginas, no
consideradas ya como ideológicamente acertadas eran
suprimidas y en su lugar se insertaba la doctrina. Vladimir
Felzmann, receptor de tales misivas de Roma, corroboró
esta historia.
Pero ésa no es la defensa central. Lo que es fundamental
para la "Apología" del padre Stork es el
respaldo de la Iglesia: "¿Puede una institución
aprobada por la Iglesia Católica estar tan equivocada,
ser tan perversa, tan estúpida?", pregunta, y
continúa insinuando, en una cita de santo Tomás
Moro, que los adversarios del Opus están en la categoría
de herejes. Un jesuita podría sonreír tristemente
ante una visión tan ingenua de la Iglesia, puesto que
la Iglesia decidió en su sabiduría suprimir
su orden, sólo para restablecerla de nuevo casi medio
siglo después, cuando prevalecieron opiniones más
juiciosas.
Mas el caso, sin embargo, uno podría cuestionar el
apoyo que el Opus tiene dentro de la Iglesia católicica.
Indudablemente, están aquellos de la burocracia papal
romana, y a muy alto nivel, cuya propia visión de la
Iglesia coincide con la del Opus. Asimismo, es cierto que
bastante más de mil prelados escribieron obedientemente
a Roma solicitando la presentación de la causa de monseñor
Escrivá de Balaguer para canonizarlo como santo.
Contra eso uno podría considerar las protestas del
episcopado español y de otros obispos en contra del
establecimiento de una prelatura personal, la larga demora
en encontrar una fórmula eclesiástica adecuada
para hacer frente a la inusual Constitución del Opus
Dei, la propia aversión de Escrivá por mucho
de lo que sucedió después del Vaticano II y
la oposición de algunos prelados de todo el mundo a
la expansión de las actividades del Opus en sus diócesis.
También ha habido adversarios del Opus entre los más
distinguidos cardenales de la curia romana. El cardenal Pironio,
el prefecto argentino de la Congregación para los Religiosos
y los Institutos Seculares bajo la que se encontraba hasta
que se convirtió en una prelatura personal, ciertamente
no era partidario suyo. Y más importante aún,
tampoco lo era el cardenal Benelli, durante muchos años
el más cercano consejero de Pablo VI (se había
convertido en el secretario del futuro Papa en 1944), a quien
muchos querían ver elegido sucesor de Pablo VI. Benelli
sirvió durante un tiempo en la Nunciatura de Madrid,
donde le cogió una gran aversión al Opus tanto
porque él reconocía la necesidad de separar
a la Iglesia del apoyo sin reservas al régimen de Franco,
como porque consideraba al Opus como una Iglesia alternativa.
A luz de la oposición de Benelli en particular, es
difícil aceptar la afirmación del Opus de que
ha tenido "apoyo papal continuado y mantenido".
Es cierto que el espíritu del Opus gusta al actual
Papa. Difícilmente puede haberle sido indiferente si,
como se afirma, el Opus envió dinero para apoyar a
Solidaridad en Polonia. La prohibición del Opus de
manifestaciones públicas parece que se levanta para
las visitas papales alrededor del mundo. Banderas proclamando
"Totus Tuus" ("totalmente tuyos") señalan
la situación de los miembros de la organización
en las masas vitoreantes. El periodista español Pedro
Lamet comentó sobre la visita de Juan Pablo II a España
que cuando el Papa hablaba de la necesidad de mantenerse fiel
a las enseñanzas tradicionales, en especial en la contracepción
y el control de la natalidad, los grupos del Opus aplaudían
con fuerza. Cuando hablaba sobre la necesidad de la justicia
social, permanecían extrañamente silenciosos.
Porque es posible observar áreas importantes en las
que el espíritu del Opus se aparta de la tradición
más reciente de la Iglesia católica y se pone
en desacuerdo con el contenido del pontificado de Juan Pablo
II. Estas áreas tienen que ver con las inquietudes
sociales de la Iglesia, y son el tema del siguiente capítulo.
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