EL MUNDO SECRETO DEL OPUS DEI. Michael Walsh
VIII. CATOLICISMO SECTARIO
En el índice de la versión inglesa de Camino
no hay ninguna entrada entre PROFESIONAL, FORMACIÓN
y PRUDENCIA. (Véase Formación profesional.)
Pero en la edición española se encuentra una:
PROSELITISMO. Un examen mas detenido muestra que el texto
inglés prefiere APÓSTOLES, GANANDO NUEVOS. El
texto, evidentemente, ha sido expurgado por todas partes.
"Proselitismo. Es la señal cierta del celo verdadero"
se ha convertido en "La búsqueda de compañeros
apóstoles. Es la señal inequívoca del
celo verdadero" (máxima 793), mientras que "La
oración es el medio más eficaz de proselitismo"
ha sido traducido por "La oración es el medio
más eficaz de ganar nuevos apóstoles" (máxima
800).
"Crónica", por otra parte, no muestra tal
delicadez en el uso de la palabra "proselitismo".
"Proselitismo en la obra es precisamente la ruta,
el camino para llegar a la santidad... Ninguno puede ser
dispensado de hacerlo, bajo ninguna circunstancia. Ni siquiera
los enfermos pueden ser dispensados, porque sería
tanto como dispensarles de ser santos... Únicamente
si somos proselitistas viviremos totalmente nuestra vocación.
Cuando una persona no tiene celo para ganar a otros es porque
su corazón no late. Está muerta y podemos
aplicarle aquellas palabras de la Escritura: "Iam foetet,
quadriduanus est enim" (Juan, 11-39). "Ya se des
compone [literalmente, apesta] porque ya lleva muerto cuatro
días." Esas almas, aunque estuvieran en la Obra,
estarían muertas, descompuestas, "iam foetent".
Y yo, dice el Padre, no voy a ninguna parte con cadáveres.
Yo entierro a los cadáveres."
El hecho de traducir proselitismo por "ganar apóstoles"
da una impresión absolutamente equivocada. Los apóstoles
son predicadores del Evangelio. El fin primordial del proselitismo
del Opus Dei, por otra parte, es ganar reclutas para si: "Para
promover en el mundo el mayor número posible de almas
dedicadas a Dios en el Opus Dei para el servicio de la Iglesia
católica y para el bien de las almas." El Opus
Dei va delante.
Buscar adeptos es una obligación primordial, es algo
que debe exponerse cada semana en los círculos: hasta
dónde ha cumplido un individuo su tarea de "pesca",
la palabra del Opus, de nuevos miembros. "Es el momento
de contar. ¿Cuántas vocaciones has traído?"
"Nuestro apostolado personal, prosigue "Crónica"?
se dirige en primer lugar a preparar a nuestros amigos en
el trabajo de san Rafael." El apostolado de san Rafael
es el término que usa el Opus Dei para la búsqueda
de miembros jóvenes ("Yo no digo, concluye el
Padre, que no podamos encontrar vocaciones entre la gente
mayor, pero eso... es algo difícil") que podrían
después, si son adecuados, ser reclutados para ser
miembros plenos y célibes (el apostolado de san Miguel),
o formados como padres de familia (el apostolado de san Gabriel).
""Qué de buena gana te reíste cuando
te aconsejé poner tus años jóvenes bajo
la protección de san Rafael para que él te guiara,
como lo hizo con el joven Tobías, hasta un santo matrimonio,
con una chica que sea buena, bonita y rica", [Escrivá]
añadió en broma."
Los que tienen amigos entre los miembros del Opus pueden
sentirse molestos de saber que su amistad se considera un
medio para atraer a nuevos adeptos. Una vez ganados, los profesionales
los remplazan para seguir con los procedimientos de la organización.
"El mismo Padre nos ha enseñado el camino exacto
para construir el edificio espiritual de los más jóvenes.
Y nos ha dado normas bien definidas para los cursos de formación,
que "son la esencia de la obra de san Rafael", y
que son, por tanto, inalterables, idénticas para todas
las circunstancias de lugar y de tiempo. "
Los en otro tiempo amigos, siguen con ulteriores excepciones
de "pesca".
El lugar preferido para "pescar" es la buena escuela
católica, con o sin el estímulo de las autoridades
escolares. Un distinguido corresponsal extranjero de un periódico
británico se quejaba de que su director benedictino
le instaba a que confraternizara con el Opus; sus miembros
siguieron importunándole mucho después de haber
dejado claro que no estaba interesado en la organización.
En una escuela de chicas no lejos de Londres, la directora
prohibió al Opus en su establecimiento después
de descubrir que las alumnas recién llegadas de España
eran invitadas a citas no autorizadas en el césped
a las cinco de la tarde con sacerdotes del Opus.
Una vez se ha pescado a un joven, el siguiente paso es el
club de jóvenes. Ninguna casa del Opus que sea bastante
grande está completa sin uno, o dos. El club para chicas
"Tamezin", por ejemplo, opera desde "Dawliffe
Hall" en el Chelsea Enbankment de Londres. Hay centros
similares tanto con propósitos recreativos como de
estudio en varias de las propiedades londinenses mencionadas
anteriormente. Hay conferencias, grupos de lectura, guía
para el trabajo escolar (tienen "alguno de los muchachos
más avanzados que aclaran los puntos más oscuros
a los más jóvenes"), excursiones, etc.
Los que asisten no son conscientes de que están siendo
cuidadosamente investigados:
"Antes de que un joven tome parte en la clase semanal,
incluso mejor antes de que pueda asistir a la clase de formación,
el director tiene que preguntarle a él en solitario...
En esa conversación privada con el joven que quiere
asistir a los cursos debe hacerle ver, indica el Padre,
que nuestra casa no es un lugar de recreo (no tenemos, ni
tendremos, ni siquiera una mesa de billar). Es más
bien un lugar desagradable, donde a menudo te preguntan
si rezas, etc..., si eres bueno con tus padres..., si estudias."
El "club" del Opus Dei se convierte en un segundo
hogar: "Los muchachos no van a un club o a una sociedad
de amigos. Vienen a su casa." El apartar a los hijos
de sus familias va de la mano con la creación de dependencia
del Opus:
"Para dirigir este crecimiento está la charla
con el sacerdote y la conversación que cada joven
tiene con quien esté trabajando con él, para
decir, con la confianza de hermanos menores, sus pequeños
secretos y preocupaciones de todo tipo. Al comienzo es difícil
para ellos. Después, lo necesitan."
La recompensa para los miembros más leales de los
clubes y grupos de estudio, para los que han descubierto sus
almas a los sacerdotes y al director, para los que son más
maleables, es la peregrinación anual de Pascua a Roma.
Ésta es una aventura llena de camaradería, celo
religioso y sentimiento cuidadosamente fomentado de pertenecer
a un grupo de elite. "Cuando has ido a la peregrinación
de Pascua, estás comenzando a unirte", dijo un
ex miembro desilusionado al semanario de Liverpool The Catholic
Pictorial ("Catholic Pictoria, 29 de noviembre de 1981).
Y entonces es cuando comienzan los problemas.
En una carta al "Daily Mail", Andrew Byrne, un
sacerdote del Opus, admitía: "En algunos casos,
cuando un joven dice que quiere unirse a nosotros, le aconsejamos
que no se lo diga a sus padres. Esto es debido a que los padres
no nos comprenden." A un joven que estudiaba Económicas
en la Universidad de Manchester y vivía en una residencia
universitaria perteneciente al Opus Dei (suprimida de la lista
de residencias reconocidas tras una investigación de
las autoridades universitarias al recibir quejas de algunos
estudiantes) le ofreció su amistad un miembro del Opus.
La amistad siguió el curso normal y fue abordado como
posible candidato. Cuando dijo que primero lo hablaría
con sus padres, su amigo le contestó que no lo hiciese
porque, como el padre Byrne decía, podrían no
comprender. "Yo no se lo dije a mis padres hasta después
de haber ingresado, añadió el "amigo",;
al principio se enfadaron, pero se han ido convenciendo gradualmente"
(Conversación privada, 14 de noviembre de 1987. El
joven en cuestión se hizo finalmente de la Compañía
de Jesús).
Los relatos de hijos apartados de sus familias son mucho
menos frecuentes que las historias de hijas, probablemente
debido a la mayor libertad que el Opus Dei permite a sus varones.
Estos relatos siguen pautas bastante familiares para cualquiera
que se haya encontrado con las acusaciones dirigidas con regularidad
a los nuevos movimientos religiosos, o "cultos",
como ahora se conocen más popularmente. "Vi que
su conducta cambiaba, decía una madre de su hija, que
había ido a "Lakefield", el colegio de pupilaje
del Opus Dei en Hampstead, Londres, después de una
charla sobre carreras en la escuela. Era una maravilla de
hija, y ahora se ha vuelto reservada e introvertida"
(Señora Sylvia Loffler de Poolo, Dorset, relatado en
"The Universe", 18 de mayo de 1984).
Las restricciones sobre las chicas parecen estar basadas
en el miedo de que, si estuviesen expuestas a acontecimientos
familiares, los lazos de afecto se restablecerían rápidamente.
La asistencia a bautizos o a bodas se considera especialmente
peligrosa. Al menos dos antiguas miembros del Opus en Inglaterra
han explicado que su decisión de dejarlo se manifestó
por la negativa del Opus a permitirles hacer de damas de honor
en las bodas de sus hermanas. Las visitas al hogar son muy
escasas, y están estrictamente reglamentadas: un par
de noches al año es todo lo que está permitido.
En una ocasión un padre, conductor de camión,
se encontró con su hija en Londres, ella decidió
de improviso volver a casa con él para hacer una visita.
Un superior del Opus llamó a la casa y acusó
al padre de haber secuestrado a su propia hija.
Aunque tales historias pueden multiplicarse, deben tratarse
con cierta prudencia. El Opus Dei es nuevo y relativamente
desconocido. Algunos padres han dicho que no hubieran puesto
objeciones ?o no tantas? si sus hijas hubieran escogido unirse
a una de las congregaciones conocidas. En muchos casos la
perplejidad es mayor porque los hijos no solo se han unido
al Opus sin decírselo a sus padres, sino que primero
se han convertido al catolicismo a partir de alguna otra secta
o de ninguna, después de haber trabajado o estudiado
en la atmósfera de invernadero de una de las residencias
del Opus.
La oposición paterna a que los hijos se unan a comunidades
religiosas, con incluso secuestros o intentos de desheredarlos,
no son nada nuevo en la historia de la Iglesia. Santo Tomás
de Aquino en el siglo XIII se encontró con la oposición
de su familia cuando se quiso unir a la nueva Orden de santo
Domingo, fue hecho prisionero por su hermano y, según
la leyenda, sometido a tentaciones para persuadirle a adoptar
otra clase de vida. En el siglo XVI, Estanislao de Kostka
fue obligado a huir de su hermano y se expuso a la considerable
cólera de su padre contra la Compañía
de Jesús en Polonia por ingresar los jesuitas. El Opus
podría muy bien reclamar, con este ejemplo al menos,
que se encuentra en una tradición venerable.
Pero las prácticas tradicionales han cambiado. Ahora
sería impensable para cualquiera de las principales
congregaciones religiosas, de varones o de mujeres, aceptar
a un candidato, al menos a uno menor de veintiún años,
que no tuviese la aprobación paterna para ingresar.
Ni tampoco ninguna congregación reclutaría como
miembro a alguien menor de dieciocho años o cercano
a ellos, porque consideran que la gente joven raramente alcanza
la madurez suficiente como para tomar la clase de compromiso
que normalmente requiere la adhesión a la vida religiosa.
Estas consideraciones preocuparon claramente al cardenal
Hume, arzobispo de Westminster, después de que el "Times"
de Londres publicara en enero de 1981 un artículo a
toda página muy crítico sobre el Opus, basado
principalmente en las experiencias del doctor John Roche.
"Por lo que atañe a lo que está establecido
en la diócesis de Westminster, declaraba, tengo la
responsabilidad, como obispo, de asegurar el bienestar de
toda la Iglesia local, así como los mejores intereses
del mismo Opus Dei." Y proseguía:
"He hecho saber a los responsables del Opus Dei
en este país lo que considero que son las debidas
recomendaciones para la futura actividad de sus miembros
dentro de la diócesis de Westminster. Ahora quiero
hacer públicas estas cuatro recomendaciones. Cada
una de ellas emerge de un principio fundamental: que los
procedimientos y actividades de un movimiento internacional,
presentes en una diócesis particular, pueden muy
bien tener que ser modificados con prudencia a la luz de
las diferencias culturales y costumbres locales legítimas
y normas de la sociedad en la que dicha corporación
internacional pretende trabajar.
"Estas consideraciones no deben ser tomadas como
una crítica a la integridad de los miembros del Opus
Dei, ni de su celo al promover su apostolado. Las estoy
haciendo públicas para salir al paso de inquietudes
comprensibles y para fomentar la práctica ortodoxa
de la diócesis.
"Las cuatro recomendaciones son las que siguen:
"1. Ninguna persona de menos de dieciocho años
debería ser autorizada a tomar ningún voto
ni obligación a largo plazo con el Opus Dei.
"2. Es esencial que los jóvenes que quieran
unirse al Opus Dei traten primero el asunto con sus padres
o tutores legales. Si excepcionalmente hay buenas razones
para no dirigirse a sus familias, estas razones deberían,
en cada caso, ser discutidas con el obispo local o con su
delegado.
"3. Aunque se admite que los que se unen al Opus
Dei aceptan los deberes y responsabilidades propios de los
miembros, se debe poner cuidado en respetar la libertad
del individuo: primero la libertad del individuo para unirse
o para dejar la organización sin que sea ejercida
una presión indebida; segunda, la libertad del individuo
en cualquier etapa para escoger a su director espiritual,
tanto si el director es miembro del Opus Dei como si no.
" 4. Las iniciativas y actividades del Opus Dei
dentro de la diócesis de Westminster, deberán
llevar una clara indicación de su patrocinio y dirección.
Estas "Pautas para el Opus Dei dentro de la diócesis
de Westminster", como se titulaban, llevaban fecha del
2 de diciembre de 1981. Aunque en el párrafo final
el cardenal afirmaba "confiar en que estas cuatro pautas
no obstacularizarán en modo alguno la obra apostólica
a la que el Opus Dei se ha comprometido, sino que le ayudarán
a adaptarse a la espiritualidad tradicional y a los impulsos
de nuestro pueblo", los lectores a estas alturas del
libro serán conscientes lo contrarias que son a las
actitudes y a las prácticas del Opus. Por lo tanto,
es cuestionable hasta qué punto son observadas.
Un joven que ingresó en el Opus a los diecisiete años
(he leído una entrevista extensa, no publicada, con
este antiguo numerario, pero yo no le he conocido. El texto
me llegó a través del entrevistador, en quien
tengo total confianza. De modo que, aunque creo en las afirmaciones
hechas en la trascripción, no estoy en posición
de mencionar a la persona de la que se trata), afirmó
después que, cuando planteó la cuestión
de la declaración del cardenal, se le dijo que eran
simplemente pautas, no reglas, y que por tanto el Opus no
estaba obligado a seguirlas. Por otra parte, dos mujeres numerarias
auxiliares reiteraron que, aunque puede no ser una buena idea
el decírselo a los padres, a nadie se le admitía
hasta no tener más de dieciocho años. Eso podría
ser técnicamente cierto, si bien el reclutamiento comienza
antes de dicha edad. La cuarta recomendación exige
"indicación clara" de las actividades del
Opus dentro de la diócesis de Westminster. En su largo
informe anual, que finaliza el 30 de septiembre de 1986, la
"Netherhall Educational Association" no menciona
en ningún momento que esta sociedad limitada controla
no solamente el " Netherhall", sino también
"Ashwell House" (el informe de 1986 indica que esta
propiedad debe ser entregada "a un instituto de beneficencia
asociado, Dawliffe May Education Foundation Lixnited, en octubre
de 1986"), en el oeste de Londres y "Grandpont"
en Oxford, como residencias internacionales para estudiantes;
"Lakefield Housecraft and Educational Centre", Elmore
(en Orme Court), "Westpark" en el suroeste y "Kelston"
(un club y centro de estudios para escolares masculinos) en
el sur de Londres; el "Wickenden Manor Conference Centre"
en Sussex y "Dunreath" en Glasgow tiene una junta
directiva formada exclusivamente por miembros del Opus, que
dan como dirección suya casas del Opus Dei en Londres
o en Manchester, y ninguno de los cuales recibe remuneración
por sus servicios. El informe manifiesta que: "Los propósitos
principales de la asociación son la mejora de la educación
y la formación de carácter según los
principios e ideales cristianos." En ninguno de ellos
se menciona que el Opus esté de algún modo implicado,
un descuido notable, pensará alguien, a la luz de los
deseos del cardenal sobre cuestión. Pero surgen incluso
problemas mayores con otro aspecto de la tercera recomendación,
la libertad de dejar la organización.
María Angustias Moreno fue durante mucho tiempo miembro
del Opus en España y, después de su renuncia,
escribió sobre sus experiencias. Su relato provocó
muchas cartas de otros antiguos miembros: veinte firmaron
una carta pública de apoyo. A todos les visitaron dos
sacerdotes del Opus. El primer contacto para algunos desde
que se fueron muchos años antes. Se les dijo que Maria
Angustias había sido una lesbiana y una lesbiana practicante
durante su época en el Opus Dei, y que ésa era
la razón por la que se la había despedido. No
presentaron ninguna prueba, afirma en su libro "La otra
cara del Opus Dei", más que la de uno de los sacerdotes
que tocó su sotana para indicar que, como clérigo,
debía ser digno de crédito. María, a
quien previamente el Opus advirtió que utilizarían
contra ella cosas conocidas, sin especificar qué era
lo que se conocía, sintió que no tenía
más alternativa que buscar una reparación legal.
Finalmente le ofrecieron una disculpa completa ante su abogado
por las cosas dichas en su contra, pero ella quería
que las disculpas se repitieran en audiencia pública.
En esto fracasó una y otra vez por razones técnicas,
debido claramente, en su opinión, a las maquinaciones
del Opus.
El relato de María Angustias Moreno parece rayar a
veces en la paranoia. Es difícil creer que una organización
religiosa cuyos miembros se dedican a la búsqueda de
la santidad se comporten del modo que ella describe. Pero
María del Carmen Tapia también tuvo problemas.
Poco después de haber dejado el Opus decidió
ir a una Universidad de Estados Unidos. Por supuesto, había
estudiado mientras era miembro de la Obra pero nunca le habían
dado certificado ni diploma alguno. Cuando la Universidad
norteamericana solicitó un certificado de asistencia
a dichos cursos, el Opus respondió que nunca los había
hecho. Tapia se dirigió al Vaticano para pedir ayuda.
Le dijeron que había otras personas esperando, como
ella, un certificado de los estudios hechos mientras estaban
en el Opus Dei. Finalmente, el Opus envió al Vaticano
una declaración de que "a menos que los miembros
aprueben una reválida de sus estudios, el Opus Dei
no guarda nunca un registro de los estudios hechos".
No hubo ningún intento para evitar que Tapia dejase
el Opus. Al contrario. Fue, como ella dice, "despedida
personalmente por el fundador", pero en circunstancias
muy notables.
En 1965 fue llamada a la sede de Roma, donde la pusieron
virtualmente bajo arresto domiciliario durante ocho meses.
No se le permitió comunicarse con el mundo exterior,
ni por teléfono ni por carta. Un comprensivo numerario
de Venezuela abrió un apartado de Correos, pero fue
descubierto y el numerario fue severamente castigado. La negativa
de Tapia a revelar el número de su apartado de Correos
fue calificada por una mujer, oficial de la Dirección
Central del Opus, como pecado mortal. Se le informó
de que a cualquiera que preguntase por ella se le diría
que estaba enferma o ausente. En un período de tres
meses su cabello se volvió blanco. Preguntó
si podía volver con su familia a España, y el
permiso se lo negaron.
Siendo directora de la sección de mujeres en Venezuela,
Tapia había sido una de las superioras más liberales
del Opus Dei, luchando por iguales oportunidades que los hombres
para las mujeres a su cargo, dándoles permiso para
que fueran a confesarse con el sacerdote (del Opus) de su
elección, algo que el Opus no aprueba, y quejándose
de la cantidad de instrucciones que acostumbraban a recibir
de Roma. Por estos pretendidos "delitos" fue acusada
de perjudicar a la unidad de la organización. Al no
admitir su culpabilidad y no dar señales de arrepentimiento,
el fundador le exigió que dimitiera, pero le advirtió
que no mencionara nunca en Roma lo que había sucedido.
Además del pasaporte, el Opus le guardó todos
los documentos personales. Al marcharse fue obligada a confesarse.
Un sacerdote del Opus Dei le advirtió que no importaba
la penitencia que hiciera por sus diversos "delitos",
era poco posible que se salvara. En su relato en el "National
Catholic Reporter", describe el tratamiento maleducado
e insultante que recibió de manos del fundador. Concluye:
"Mi asombro es infinito cuando oigo ahora que monseñor
Escrivá está en proceso de beatificación"
Sucesos igualmente extraños rodearon la marcha de
mundo Pániker. Cuando ya no se encontraba feliz con
vida dentro del Opus, en lugar de dispensarle de sus obligaciones,
sus superiores le enviaron a la India. (Su padre era indio.)
Se le dijo que podía ser eximido de la obligación
de pobreza, podía encontrar un obispo en cuya diócesis
pudiera trabajar, y que mientras escribiese al Opus de vez
en cuando, no surgirían problemas. Sólo había
una condición: no podía volver a Europa sin
permiso.
Pániker se atuvo a esta condición, incluso
cuando se estableció un instituto intereclesiástico
en Tantur, en Israel, y fue nombrado por el Papa Pablo VI
como uno de los miembros católicos fundadores. El mismo
Pániker, consciente de que no podía volver a
Europa sin permiso, dijo que no podía asistir a la
primera reunión de esta junta de gobierno. No obstante,
le dieron permiso para ir a la segunda De camino organizó
un encuentro con una mujer francesa, a petición de
ésta, en Zürich: el Opus pretendió que
tenía una aventura con ella.
Mientras estuvo en Europa, accedió a ir a Bonn con
el cardenal Alfrink, arzobispo de Utrecht, a dar una conferencia.
Estando allí, le convencieron de que volviese a Roma
en avión porque monseñor Escrivá de Balaguer
quería verle. En cuanto llegó a Italia, salieron
a su encuentro dos sacerdotes del Opus que le dijeron que
le llevaban a ver al fundador, pero una vez en el coche cambiaron
su relato. Escrivá estaba muy cansado en aquel momento;
le llevarían a otra parte y vería al fundador
al día siguiente. Efectivamente, al día siguiente
le llevaron ante Escrivá, pero sólo para comenzar
una especie de juicio ante un jurado, que le acusó
de toda clase de ofensas. Se negó a responder y a firmar
ningún papel. Presentó un informe a la Congregación
para los Religiosos y los Institutos Seculares bajo la cual
todavía se hallaba el Opus, era en 1966, pero fue rechazado
y ridiculizado. Se había fijado una audiencia con el
Papa a la que no le fue permitido asistir. Su madre telefoneó
desde Barcelona; se le dijo que no estaba en Roma. Finalmente
le expulsaron del Opus, le pusieron en un vuelo directo a
Nueva Delhi y le dijeron que fuera a encontrar un obispo benévolo.
Se convirtió en sacerdote de la diócesis de
Benarés y más tarde en profesor de Estudios
Religiosos en la Universidad de California, en Santa Bárbara.
Estas son personas que fueron expulsadas del Opus en circunstancias
curiosas. Una experiencia más común, parece
ser, es la de la gente que encuentra difícil marcharse.
Un jesuita colombiano informó de suicidios. Y también
John Roche, que dice saber de forma directa de un suicidio
en el Opus Dei de Kenia y que ha oído de dos más
de mujeres en Londres, una de las cuales se arrojó
del cuarto piso de una casa del Opus (John Roche, "Rhe
Inner World of Opus Dei"). El caso de Michael Richards,
anteriormente mencionado como el primer adepto inglés
y más tarde sacerdote del Opus Dei, es especialmente
extraño. Como sacerdote fue capellán de los
estudiantes universitarios de Bangor, en el Norte de Gales.
Poco después pareció haber perdido todo interés
en sí mismo y en la vida. Según otro capellán,
necesitaba tomar medicamentos constantemente, pero no lo hacía.
Padecía de insomnio y permanecía en vela durante
largas horas, y a veces durante toda la noche. Se consumió.
Finalmente fue encontrado muerto en la casa de su hermana
en la playa, aparentemente por causas naturales, aunque parece
haberse destruido a sí mismo por negligencia.
Sean las que fueren las dificultades que puedan ponerse en
el camino de alguien que quiera dejar el Opus, éstas
no son quizás el problema real. "Cuando te vas
te conviertes en una no persona, y a ningún miembro
se le permite ayudarte, dice María del Carmen Tapia.
Cuando una persona deja el Opus, se encuentra en la calle,
financiera, espiritual y psicológicamente." Esta
fue la experiencia de John Roche, cuya propia hermana, miembro
del Opus todavía, no quería tener nada que ver
con él, aunque esto cambió recientemente. Intentó
presentar demanda contra la organización para que le
devolvieran el dinero que había puesto en ella, pero
fracasó por un tecnicismo. Las Constituciones del Opus
no mencionan en ningún caso de forma específica
que la gente intente que le devuelvan su dinero. Lo excluyen.
Pero los problemas reales son espirituales y psicológicos.
Tapia recuerda al fundador diciendo que "ninguna persona
que haya pertenecido al Opus querrá pertenecer a ninguna
otra institución". No es difícil entender
por qué. Está todo en "Crónica"
Esta claro, por ejemplo:
"El espíritu [del Opus Dei] está
por encima de todas las fronteras geográficas, históricas,
sociales o culturales. Trasciende también el desarrollo
evolutivo a través de las épocas... Como resultante,
mientras existan hombres en la Tierra, habrá Opus
Dei... [nuestra ley interna] por voluntad divina contiene
todo lo necesario para nuestra santificación y nuestra
efectividad. Por eso es santa, inalterable y eterna... Dios
nos ha confiado este tesoro. Nuestra primera obligación,
pues, es guardarla y defenderla exactamente como la hemos
recibido... Nunca llegará un tiempo, ni ahora ni
en los siglos venideros, en que las circunstancias nos aconsejen
abandonar constantemente alguna parte de nuestra ley interna."
"Ni, añadió el fundador dirigiéndose
a sus "hijos", tendremos que ir nunca tras el
progreso humano."
En esta visión, dominante en la ideología del
Opus Dei, la organización es perfecta, como Dios es
inmutable (aunque haya habido, por supuesto, varios cambios
en su estatuto legal, acompañados todos por una nueva
Constitución, y ofrece a todos, sin consideraciones
de tiempo ni de lugar, la esperanza cierta de la salvación
por el trabajo). Pániker recuerda que a comienzos de
los cuarenta, cuando se unió a él, el Opus Dei
era una forma de "contracultura", una seria aceptación
de las exigencias del cristianismo en contraste con la práctica
conformista de catolicismo que Escrivá de Balaguer
y los primeros miembros creían ver a su alrededor.
Sin embargo, se ha convertido, no simplemente en un compromiso
serio para el seguimiento de Cristo, sino en el único
camino verdadero en el que las enseñanzas de Cristo
pueden entenderse. Al igual que la cristiandad, que hasta
tiempos relativamente crecientes no ha aceptado que los no
creyentes pudieran ser "salvados" y les alcanzasen
la felicidad eterna en el cielo, a los miembros del Opus se
les enseña a pensar lo mismo de su organización.
Es la única esperanza segura de salvación. De
ahí la enorme insistencia en ganar conversos o en hacer
proselitismo, en animar a la gente a "pitar", como
dice la jerga del Opus. Según John Roche, se supone
que cada miembro tiene al menos quince amigos aptos para ser
reclutados, de los cuales a un tercio se le trata de persuadir
para que "pite" en cualquier momento. "Ninguno
de mis hijos puede descansar satisfecho si no gana cuatro
o cinco vocaciones fieles cada año", dice el fundador
en "Crónica".
Raimundo Pániker describió a la Obra como "el
último remanente de aquel mesianismo militante que
es endémico en las religiones abrahámicas"
Las religiones abrahámicas (judaísmo, Cristiandad
e Islam) están todas por afirmaciones de que son la
única fe verdadera. Cada una de ellas periódicamente
debe sufrir accesos de los grupos fundamentalistas dentro
de las mismas que intentan hacer volver a los descarriados
a lo que ellos consideran la fe primitiva y verdadera. En
el caso de la Cristiandad, al menos, tales grupos predican
su mensaje en el contexto de una (para ellos) sociedad decadente
que consideran el preludio de los últimos tiempos.
El Opus, dice Pániker, quiere salvar al mundo de sí
mismo en nombre de Dios, pero según sus propias condiciones.
Las condiciones del Opus, por supuesto, son idénticas
a las de su fundador. Toda gracia que conduce a la salvación
llega a los miembros del Opus Dei a través de su fundador.
A través de la gracia del fundador eres lo que eres.
De ahí los traumas que sufren los que se salen. Demasiado
a menudo creen, y los miembros del Opus Dei lo piensan así,
que al separarse de esta fuente de gracia se ponen a sí
mismos fuera de esta institución de inspiración
divina e inalterablemente perfecta, y están destinados
a condenarse eternamente. "El demonio actúa rápidamente,
le dijo Janet Gould a su madre cuando le explicaba por qué
no podía abandonar por un corto período la residencia
del Opus para ir a casa de visita, y lo hará si me
marcho de aquí" (Citado en el "Catholic Pictorial",
13 de setiembre de 1981. La señorita Gould ya ha dejado
el Opus.).
El impacto sobre los miembros del Opus es predecible. Se
les separa tempranamente de su familia natural. Se les enseña
a creer que la salvación es imposible, ahora que son
miembros del Opus, sino a través de la organización
ingresado. Suple su vida familiar, su medio ambiente, al menos
en cuanto a todo lo que no sea actividad profesional y, en
muchos casos, especialmente para las mujeres, también
ésta. Cuando están desengañados, por
tanto, el impacto emocional es aplastante. Los que quieren
marcharse no tienen a nadie a quien recurrir, nadie, fuera
del Opus, con quien establecer una relación lo suficientemente
estrecha como para que puedan confiar en ellos. Y también
han sido educados en la creencia de que al romper sus lazos
están cometiendo el pecado más infame. La salvación
es transmitida a través del Opus. Sin el Opus el antiguo
numerario está condenado.
Las similitudes entre el Opus y algunos de los nuevos movimientos
religiosos son sorprendentes. No es difícil hacer comparaciones
reveladoras entre organizaciones tale como la Iglesia de la
Unificación, la secta Moon, y el Opus. Sin embargo,
tales comparaciones no siempre funcionan: el Opus durante
toda su vida ha buscado, y finalmente ha recibido, la aprobación
de la Santa Sede. A pesar de sus muchos detractores, sigue
siendo una parte aceptada del catolicismo, con entradas en
el Libro del Año del Vaticano y en los directorios
de las iglesias católicas de todo el mundo. A primera
vista, pensar que el Opus pudiera ser clasificado como un
nuevo movimiento religioso o secta que opera dentro del catolicismo,
parecería paradójico y muy improbable. Paradójica
o no, la pregunta debe hacerse: ¿Es el Opus Dei una
parte intachable del catolicismo, o es una secta en desacuerdo
con la Iglesia que le dio el ser? Carol Coulter, una periodista
irlandesa, incluye un capítulo sobre el Opus en su
libro "¿Son peligrosos los cultos religiosos?
(Carol Coulter, Are Religious Cults Dangerous? Dublín,
Mercier Press, 1984, pág. 43), y concluye diciendo:
"Debe quedar la sospecha de que la Iglesia Católica
tiene su propio culto, protegido hasta ahora por los más
altos rangos en la misma Iglesia" . Así pues,
¿está la Iglesia católica dividida a
su pesar? ¿Está el monolito ?aunque realmente
la Iglesia haya parecido un monolito únicamente a quienes
estaban fuera de sus brazos, a punto de desmoronarse? Porque
el problema está más extendido. No es sólo
el Opus.
No hace demasiado tiempo, la Santa Sede expresaba su preocupación
por el crecimiento en América Latina de sectas protestantes,
especialmente de una variedad evangélica. Tiene buenas
razones para alarmarse, como muestra incluso una breve visita
a los barrios más pobres de las grandes ciudades. La
expansión de estas sectas, casi invariablemente de
una clase teológica claramente conservadora, ha sido
tema de estudio repetidas veces. Mucha menos atención
se ha presentado, no obstante, a un desarrollo igualmente
alarmante dentro del mismo catolicismo: la aparición
de agrupaciones de derechas.
Algunas de éstas, Comunión y Liberación,
por ejemplo, se conocen en Europa bajo un nombre equivalente.
Otras, como Fiducia en Chile o la peruana Sodalitium Vitae,
son productos de cultivo casero. Tienen idénticas características.
Sin duda, existen similitudes entre las sectas protestantes
y católicas que los sociólogos podrían
rápidamente apuntar. Mucho más sorprendentes
son, sin embargo, los contrastes.
Las sectas protestantes atraen a los pobres y a los desposeídos;
las católicas, a los ricos y a los privilegiados. Los
primeros rechazan enérgicamente a Roma en nombre de
la Reforma; los últimos muestran una lealtad incuestionable,
si bien a los de su propia clase. Los primeros evitan la política
y, de este modo, como dijo una vez un distinguido teólogo
de la liberación, Jon Sobrino, separan a sus conversos
de sus responsabilidades históricas. Los últimos
hacen exactamente lo contrario, considerando a la Iglesia
como puntal del Estado y esperando que el Estado sea, a cambio,
el protector de la Iglesia. Los primeros son con frecuencia
de Pentecostés, buscando consuelo de la casi insoportable
carga de la lucha diaria por la existencia en las lagunas
creadas por la impredecible llegada del espíritu. Los
últimos se refugian en la seguridad de un sistema de
valores bien probado: en la tradición, la familia y
la propiedad. Este es, de hecho, el nombre de uno de tales
grupos, Tradición, Familia y Propiedad, activo en varias
zonas de América Latina.
Sin embargo, a pesar de estas diferencias, el éxito
de sectas anti católicas como protestantes parece tener
el mismo origen: el papel cambiante de la Iglesia oficial
dentro de las estructuras políticas.
Para que las estructuras políticas puedan siquiera
funcionar, tiene que haber un grado de consenso entre los
que trabajan dentro de las mismas y los que son gobernados
por ellas. Cuando ese consenso nacional se rompe, un país
se vuelve ingobernable. El modo más obvio, aunque el
menos atractivo, de restaurar una apariencia de orden en tales
circunstancias es a través de una dictadura militar.
Pero, mientras sea posible imponer orden, no será posible
imponer consenso, crear un nuevo sistema de valores, ni ganar
la aceptación por la fuerza de una estructura social
que no refleja las necesidades y las aspiraciones de la mayoría
de la gente.
En el pasado, la Iglesia católica formó parte
de ese consenso nacional en muchos países, especialmente
en América Latina. Estuvo estrechamente comprometida
con el Estado, pareciendo darle autoridad divina sobre aquellos
a quienes gobernaba. La presencia en un país de un
nuncio papal, su asistencia y la de otros prelados, en acontecimientos
estatales; el reconocimiento por parte del Estado de fiestas
religiosas..., éstos y muchos otros signos han demostrado
que el Estado tiene la bendición de la Iglesia y que
la Iglesia legitima al Estado.
Pero es exactamente ese papel el que la Iglesia católica
ya ha dejado de hacer, o al menos ya no está tan segura
de él. Su retirada ha dejado un vacío en el
que las sectas católicas se han precipitado.
Es necesario, por supuesto, que haya un grado de consenso
dentro del Estado. También es propio que los cristianos
participen en la formación de ese consenso, pero con
la llegada de la teología de la liberación en
los años sesenta, el método de hacerlo se ha
transformado radicalmente. La Iglesia estaba acostumbrada
a actuar como si el Estado y sus ciudadanos, el Estado y la
sociedad, fuesen idénticos, y no lo son. Se ha dirigido
a los gobernantes más que a los gobernados. Los teólogos
de la liberación, por el contrario. han desviado la
atención del Estado y la han dirigido hacia el pueblo,
hacia la sociedad.
Esta diferencia de perspectiva entre la Iglesia oficial y
los teólogos de la liberación puede ser una
razón más de por qué le ha costado tanto
a Roma llegar a un acuerdo con este nuevo fenómeno
teológico. También puede explicar por qué
la enseñanza social católica, y con la que se
aparenta estar de acuerdo, ha causado tan poco impacto sobre
la vida de la gente. En toda su enseñanza social la
Iglesia se ha dirigido hasta ahora al Estado. Para tomar un
ejemplo reciente, la encíclica del Papa Juan Pablo
II, de septiembre de 1981 a toda la Iglesia, conocida como
"Laborem Exercens", aunque pueda ser admirable en
lo que dice sobre la dignidad del trabajo humano, tiene poco
consuelo para los parados. Trata con el Estado y con su política
de empleo, no con la gente y sus problemas.
Nadie podría decir lo mismo de la teología
de la liberación. Indudablemente, nadie podría
decirlo después de asistir a una catequesis en un barrio
de Santiago de Chile, o después de haber escuchado
canciones de libertad cantadas en las iglesias de la ciudad
de chabolas de los alrededores de Lima, o arriba en los cerros
por encima de Bogotá. Y de la teología de la
liberación el Opus es, como se ha visto (páginas
134-136), enemigo implacable.
El Opus es el decano de los movimientos neoconservadores
dentro de la Iglesia católica. Es el más poderoso,
con miembros en altos cargos en Gobiernos de países
católicos en todo el mundo, y en puestos influyentes
en los medios de comunicación y en los negocios. Como
prelatura personal, es el único capaz de dar a sus
devotos un servicio desde la cuna hasta la sepultura, no sólo
sacramentalmente en la Iglesia, sino también en muchos
lugares para la educación, aunque en escuelas claramente
conservadoras, e inevitablemente de un solo sexo. Presta servicio
de alguna forma a todas las escalas de la sociedad, pero su
clientela preferida es la elite profesional, como deja claro
su Constitución. Los católicos de esta clase
que tenían, en muchos países, un acceso privilegiado
a los órganos del Estado a través de la Iglesia,
han sido "privados de privilegios" por la "opción
por los pobres" abrazada por las jerarquías de
muchos países del Tercer Mundo. Como un medio alternativo
de acceso se han vuelto hacia estos nuevos movimientos, y
particularmente hacia el Opus Dei.
Las razones del éxito del Opus Dei están bastante
claras y han sido gráficamente descritas por el teólogo
brasileño Bernardo Boff. Al principio de su controvertido
libro "Iglesia, Carisma y Poder", Boff habla de
varios "modelos" de Iglesia, de distintas clases
de modos de actuación. En uno de estos modelos describe
a la Iglesia como "madre y maestra", o, en latín,
"Mater et Magistra", utilizando las famosas palabras
de apertura de una de las encíclicas del Papa Juan
XXIII sobre problemas sociales.
Es típico de este modelo de Iglesia, dice Boff, y
se debe recalcar que no tiene en mente al Opus aquí,
que "la Iglesia se alía con las clases dominantes
que controlan el Estado, organizando sus proyectos alrededor
de estas clases, dando origen a colegios, Universidades, partidos
políticos cristianos y demás". Sin embargo,
no descuida a los pobres. Al contrario, ellos ocupan un lugar
importante en su lista de prioridades, como en el Opus, que
puede afirmar, con toda justicia, que dirige escuelas agrícolas
e industriales, escuelas de formación de servicio doméstico
para mujeres, etc. "Se establece una vasta red de programas
de ayuda, llevando a la Iglesia a ser una Iglesia para los
pobres más que una Iglesia "con" o "de"
pobres." Boff sigue después con una descripción
de la actitud teológica de esta clase de Iglesia, que
encaja perfectamente con el Opus dentro de la Iglesia:
"En un plano doctrinal, la Iglesia es conservadora
y ortodoxa. Está recelosa de cualquier innovación.
El dogma es rígido y la visión, legalista,
confinada a aquellos en puestos de poder dentro de la Iglesia,
la jerarquía. Está el siempre presente recurso
a la autoridad, especialmente a la del Papa ["se podría
añadir, en el contexto del Opus, del fundador"];
el predicador es sacerdotal y falto de testimonio profético.
El depósito de la fe ["un término católico
y romano para la revelación definitiva de Dios en
Jesucristo"] es presentado como completo y perfecto;
nada se le puede añadir y nada se le puede quitar.
Todas las prácticas sociales deben derivarse del
mismo. La Iglesia surge, fundamentalmente, como "mater
et magistra", madre y maestra: tiene una respuesta
para cada pregunta, sacada del depósito de la fe,
formada por la Escritura, la tradición, las enseñanzas
magistrales ["es decir, de la jerarquía"],
y una comprensión específica de la ley natural."
Según su modelo, prosigue Boff, hay una relación
directa entre la Iglesia y el Estado, como si fuera entre
dos fuerzas, la Iglesia entendiéndose a sí misma,
como lo hace el Estado, en términos de ley y de poder.
Es un modelo de Iglesia que atrae al Estado porque, aunque
todavía permite a la Iglesia tener voz en cuestiones
políticas en tanto tengan implicaciones morales, limita
el espacio de la Iglesia a una intervención más
directa en la arena política, y en cualquier caso compromete
a la Iglesia por sus estrechos lazos con los poderes políticos
existentes. Aunque el mismo Boff no utiliza esta clase de
lenguaje, es otra formulación de la descripción
del siglo XIX de la Iglesia y del Estado como dos "sociedades
perfectas", cada una de ellas autónoma en su propia
esfera, si bien vinculadas, porque ambas tienen en común
el pueblo sometido a su poder. Es con esta teoría con
la que muchas generaciones de sacerdotes han sido educados,
y eso incluye al nuevo Papa. Una explicación de la
actitud aparentemente ambigua de Juan Pablo II ante la acción
política por parte de hombres y mujeres de la Iglesia,
apoyándola en Polonia y pareciendo condenarla en América
Latina, podría muy bien ser que en el primer ejemplo
la Iglesia está intentando volver al modelo de las
antiguas "dos sociedades perfectas", mientras que
los teólogos de la liberación de América
Latina rechazan tal formulación, y toman partido por
el pueblo, por la sociedad, más que por el Estado.
El que el Opus Dei comparta con el Papa la misma actitud
ante la acción política manifiesta, mientras
deja a sus miembros en libertad para actuar políticamente
como quieran, es decir, con carácter generalmente conservador,
encaja exactamente con esta estructura de la Iglesia como
"madre y maestra", descrita por Boff. En su libro
"Jesus and Politics: A Scriptural Study of Messianism",
el sacerdote del Opus Dei (aunque, por supuesto, en ningún
lugar se le describe como tal), José María Casciaro
acaba su ensayo con un pasaje que podría haber sido
escrito para confirmarla descripción de Boff:
"La Iglesia, en cuanto cuerpo de Cristo, está,
como su Señor, por encima de ideologías, regímenes
políticos, movimientos sociales, grupos de presión,
partidos, corporaciones nacionales y profesionales, etc.,
aunque siga estando profundamente interesada y preocupada
por estos asuntos humanos, si bien desde una perspectiva
dominante. Pero todas estas cosas, todos estos asuntos humanos,
nobles muy a menudo, son todavía efímeros
y variables. Lo que en un momento se consideró como
la etapa final de un largo proceso, pasa a ser totalmente
una cosa del pasado. Todo esto es, pues, inestable y cambiante.
Cristo, la Iglesia, son, por otra parte, eternos, al igual
que su misión es eterna"
La concurrencia de ideologías entre el Papa y el Opus,
junto con sus similares puntos de vista sobre el lugar de
trabajo como el centro de la vida, pueden ayudar a explicar
la aparente simpatía de Juan Pablo II por el Opus Dei.
Un observador Vaticano experimentado, sin embargo, ha observado
que la influencia del Opus en el actual pontificado ha tocado
techo (Peter Hebblethwaite, el corresponsal vaticano para
el semanario norteamericano "National Catholic Reporter",
en conversación privada.) Acontecimientos ocurridos
en el Sínodo de Obispos en Roma, en octubre de 1987,
pueden hacer pensar en una razón.
Durante el Sínodo se habló mucho de "movimientos",
palabra por la que los presentes se referían a organizaciones
como "Comunión y Liberación", en la
práctica más conocido en su ropaje italiano
como "Communione e Liberazione". Los obispos con
diócesis no estaban contentos con estos movimientos
porque estaban fuera de su control, y a menudo mostraban,
como el Opus Dei, rasgos fuertemente conservadores. No obstante,
el Opus se mantuvo orgullosamente al margen de estos debates.
Como prelatura personal ya no era un movimiento; había
conseguido una independencia jurídica a la que otros
movimientos aspiraban todavía.
Por otra parte, el propio Vaticano ha favorecido estos movimientos.
Puede que haya razones internas dentro de la Iglesia para
ello: los movimientos son centralistas, y el Vaticano, que
también lo es, anda alarmado por la creciente independencia
revelada por las Conferencias Episcopales en todo el mundo.
Pero hay otra razón, quizá más significativa.
Los movimientos pueden ser movilizados y utilizados por los
poderes romanos existentes; el Opus insiste en que no actúa
colectivamente, en que sus miembros pueden ser activos, pero
únicamente como individuos. Como se ha visto, ésta
es la réplica constante del Opus a los críticos
que le acusan de interferencia política en beneficio
de los conservadores. Pero ante un papado cada vez más
intervencionista, esa actitud del Opus puede disminuir su
valor para el Vaticano, y por tanto disminuir también
el interés del Vaticano por el desarrollo futuro del
Opus.
No obstante, como ha demostrado este estudio, las autoridades
centrales de la Iglesia católica han tenido gran interés
por el Opus durante sus sesenta años de existencia,
y este interés hace difícil concebir a la Obra
como un culto o movimiento religioso nuevo, o como secta.
A primera vista parece ser parte integrante de una Iglesia
universal, reconocido como tal por las autoridades eclesiásticas.
Las sectas religiosas han sido objeto de considerable estudio
en últimos años como movimientos individuales
y como concepto bastante más general (uno de los mejores:
"The Making of a Moonie", Eileen Barker. Exford,
Basil Blackwell, 1984). Como concepto general, el análisis
de las características de las sectas se asocia especialmente
el doctor Bryan Wilson, del "All Souls College",
de Oxford. En su artículo "La sociología
de las sectas", apunta que "secta" se utiliza
como palabra peyorativa en un contexto religioso, aplicada
a "un movimiento entregado a una creencia herética
y a menudo a actos y prácticas rituales que se apartan
de los procedimientos religiosos ortodoxos". Luego continúa
describiendo las distintas características que presentan
las sectas. Éstas tienden: 1) a ser exclusivas; 2)
a mantener un monopolio sobre la completa verdad religiosa;
3) a ser laicas, aunque pueden desarrollar un cuerpo de organizadores
profesionales; 4) a negar "la virtuosidad religiosa especial"
a todo el mundo excepto, quizás, a sus propios fundadores
y a sus líderes; 5) son voluntarios, es el individuo
el que elige ser miembro; 6) se preocupan por mantener las
pautas, sancionando a los incapaces y a los díscolos,
y 7) exigen lealtad total. También añade, 8)
que las sectas son grupos de protesta, o contra la Iglesia,
aunque cree que esto se da menos en lo que considera como
un estado debilitado de la Iglesia, o contra la sociedad seglar.
En otra parte, el doctor Wilson comenta que:
"Las sectas tienen un dominio totalitario más
que parcial sobre sus miembros: dictan la orientación
ideológica del miembro en la sociedad secular, o
especifican de forma rigurosa las pautas necesarias de rectitud
moral, o fuerzan el compromiso del miembro en actividades
de grupo"
En la mayoría de las categorías arriba expresadas
el Opus Dei encaja con gran facilidad. Es exclusivo: 1) en
varios niveles, como se ha visto: en su reclutamiento selectivo
y en el secreto del que se rodea. Sería incierto decir
que afirma tener un monopolio de la verdad religiosa 2), pero
sus miembros están completamente convencidos de que
la interpretación de la fe católica a la que
se adhieren es la única versión ortodoxa: lo
confirma la exhortación de monseñor Escrivá
de Balaguer a sus fieles después del Vaticano II. El
que sea una organización "laica" es uno de
sus más orgullosos alardes 3), aunque técnicamente
sea un Instituto Secular dentro de la Iglesia y esté
sin duda dominado por el clero. Es también una de sus
características el depender casi enteramente de los
escritos de su fundador y está enteramente moldeado
por su espiritualidad. Por tanto, se acomoda limpiamente con
la característica 4), tal como la enuncia el doctor
Wilson. Los procedimientos de reclutamiento, la disciplina
interna del Opus y el compromiso total exigido a sus miembros,
coinciden con los puntos 5) y 7). Que el Opus pudiera ser
descrito como un "grupo de protesta" es, quizá,
bastante más problemático, aunque, como Pánniker
señalaba, comenzó con un carácter "contracultural".
En años más recientes ha mostrado una marcada
renuencia a amoldarse a los cambios que siguieron como resultado
del Vaticano II, y es un adversario declarado de la teología
de la liberación, a la que se adhieren muchos hombres
de la Iglesia en todo el mundo. Si la comparación hecha
más arriba entre el modelo de la Iglesia "Mater
et Magistra" de Boff y el Opus es válida, entonces
seguramente se daría el caso de que el Opus está
vinculado a un punto de vista teológico que, por mucho
que sea atractivo para los altos cargos de la Iglesia, ha
bajado mucho en popularidad en la Iglesia en general desde
el Vaticano II.
El peligro de los argumentos presentados anteriormente para
demostrar que el Opus presenta muchas de las características
de una secta es que podrían probar demasiado. Dentro
de la Iglesia católica y, en distintas formas, en otras
religiones cristianas, existen órdenes religiosas.
Son grupos de tamaño variable, que van desde menos
de cien hasta muchos miles de hombres o mujeres (los grupos
son casi todos de un mismo sexo), que se dedican a Dios bajo
una norma de vida particular y, generalmente, aunque no siempre,
comparten una vida común en monasterios o conventos.
Incluyen corporaciones tan conocidas dentro del catolicismo
como la Compañía de Jesús (los jesuitas),
la Orden de Predicadores (dominicos) o los franciscanos en
sus distintas formas. Si los argumentos presentados para demostrar
que el Opus es una secta fueran también aplicables
a las órdenes religiosas, entonces dichos argumentos
no tendrían sentido: sería tonto argumentar
que corporaciones tan consolidadas como los jesuitas, los
franciscanos o los dominicos eran sectarias cuando han hecho
tanto por fomentar el bienestar de la Iglesia católica
en su totalidad.
La sociología de los órdenes religiosas no
ha atraído tanto interés como la de las sectas:
uno de los pocos libros importantes sobre el tema es el de
Michael Hill, "The Religious Order" (La orden religiosa),
que en su mayor parte es un estudio del resurgimiento de esta
clase de instituciones en la Iglesia de Inglaterra, más
que una investigación del fenómeno en toda su
escala. Sin embargo, proporciona una definición para
órdenes que las distingue de las sectas. "La orden
religiosa, escribe, es una agrupación de virtuosos
religiosos con una interpretación intransigente de
la ética del Evangelio sancionada por la Iglesia, pero
que no se propone como necesaria para todos", una definición
que encaja limpiamente en las categorías teológicas
católicas.
Dentro de este pensamiento teológico hay una distinción
(aunque debe decirse que ya no tiene mucha aceptación)
entre preceptos y consejos. Los preceptos son aquellas interpretaciones
de la ética del Evangelio obligatorias para todos;
los consejos son aquellos que sólo abrazan los entusiastas
religiosos (o, en palabras de Hill, "virtuosos")
y son reconocidos como no obligatorios para todos. En la práctica,
a estas interpretaciones se las concreta en la forma de los
tres votos de pobreza, castidad y obediencia.
Con este criterio, sin embargo, el Opus se encuentra en la
clase sectaria más que en la orden religiosa. No cree
que su propia interpretación del Evangelio sea únicamente
una entre las muchas versiones que se presentan.
"Somos los vestigios del pueblo de Israel. Somos los
únicos que, habiendo permanecido fieles a Dios, podemos
aún salvar hoy a la Iglesia. Dado el estado actual
de Iglesia, parece como si hubiera sido abandonada por el
Espíritu Santo. Somos los que podemos salvar a la Iglesia
por nuestra fidelidad al Padre" (José Casanova,
"The First Secular Institute").
Ésta es una expresión perfecta de una clase
de pensamiento sectario llamado por Wilson una secta "Arca
de la Alianza", los únicos que se mantienen firmes
en la fe verdadera. Russell Shaw, antes portavoz de los obispos
católicos norteamericanos, compara la Iglesia norteamericana
con la Iglesia católica. Los miembros de esta última
"toman la iniciativa en cuestiones de carácter
espiritual y moral en su mayor parte del catolicismo ortodoxo
enunciado por Juan Pablo II", dice. Identifica al Opus
con este grupo. La Iglesia norteamericana, por otra parte,
dirigida por los obispos que fueron durante un buen número
de años sus patronos, se han apartado de dicha ortodoxia.
(Russell Shaw, "Judged by Opus Dei").
Para los miembros del Opus, su norma y su vida espiritual,
al ser aplicable a parejas casadas, gente soltera e, incluso,
a gente joven, es el modo en que todos los cristianos vivirían
y rendirían culto, con sólo que fueran conscientes
de ello. La esencia del "proselitismo" en el Opus
Dei es precisamente la convicción de que todo el mundo
debe ser convertido a la interpretación de Escrivá
del mensaje del Evangelio.
El Opus, pues, muestra muchas de las características
que los sociólogos descubren cuando analizan las sectas
religiosas y el comportamiento sectario. Lo más fundamental
para una secta en el sentido tradicional es, sin embargo,
como apuntó Bryan Wlilson, que es "un movimiento
entregado a una creencia herética y a menudo a actos
y prácticas rituales que se apartan de los procedimientos
religiosos ortodoxos". Sin embargo "lo que ha caracterizado
al Opus Dei incluso después del Concilio Vaticano II
ha sido su extremada ortodoxia" Esta es la opinión
de José Casanova, pero luego continúa arrojando
dudas sobre la catolicidad fundamental del Opus. "Escrivá
reitera básicamente los principales temas de Lutero
y de Calvino, ideas que fueron analizadas por Max Weber como
determinantes de la ética protestante", dice.
Y luego prosigue separando tres elementos. La enseñanza
de Escrivá, afirma 1) pone fin a la "estructuración
jerárquica tanto de éste como del otro mundo";
2) insiste en que la salvación se ha de encontrar en
actividades mundanas, y 3) proclama una llamada universal
a la perfección.
Si éstas son las señales de la "protestantización",
como afirma Casanova, entonces toda la Iglesia católica
se está volviendo protestante, al menos desde el Vaticano
II. Y ninguna Iglesia cuyo fundador predicase "Sed, pues,
perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial"
(Mateo, 5, 48) va a negar una llamada universal a la perfección.
Los criterios de Casanova exigen matizar algo más.
Tomemos este último punto sobre la llamada a la perfección,
por ejemplo. Algunos grupos protestantes lo han desarrollado
más. Creen que hay un número reducido de "elegidos"
predestinados que irán al cielo y que el resto de la
Humanidad está condenado. Éste es un punto de
vista que ha sido terminantemente rechazado por la Iglesia
católica. Según sus enseñanzas, nadie
puede estar seguro de su salvación. Pero no es así,
sin embargo, para los miembros del Opus. Su salvación
está garantizada por el padre/fundador:
"Cuando los años pasen, no creeréis
lo que habéis vivido. Os parecerá que habéis
estado soñando. ¡Cuántas cosas buenas
y grandes y maravillosas vais a ver...! Puedo aseguraros
que seréis fieles, aunque a veces tendréis
que sufrir. Además, os prometo el cielo"
("Crónica", 1971/1).
En cuanto que evita los evidentes peligros de la doctrina
de la predestinación, Escrivá de Balaguer consigue
asegurar a sus seguidores que no son simplemente una elite
espiritual, sino unos elegidos religiosos. Esto parece escasamente
compatible con la doctrina ortodoxa católica.
Por otra parte, ningún católico podría
negar que la inmensa mayoría de seres humanos tiene
que llegar a su salvación en medio del "mundo",
aunque muchos de ellos hoy en día se sentirían
incómodos con la interpretación "del mundo"
tan despectiva que se encuentra en mucha devoción tradicional.
Por otra parte, es un concepto calvinista, más que
católico, el que recalca tanto el éxito profesional
que este éxito llega a ser considerado como una señal
del favor divino. Unas veces les acusan de heterodoxos. Otras
se les acusa, por ejemplo, de caer en el error del pelagianismo
creyendo que, con la guía de la sabiduría del
fundador, pueden alcanzar la santidad por sus propios esfuerzos.
Todas las grandes herejías tienen su origen en una
determinación a persistir en formulaciones anticuadas,
y el mayor error del Opus está en su constante conservadurismo.
"Estamos entre los más entregados defensores de
la noción de que la verdad indiscutible existe. La
doctrina no es discutible", dijo el padre Rolf Thomas,
un miembro del Consejo General de la organización (El
padre Rolf Thomas es citado en Time, 11 de junio de 1984,
págs. 74-75).
El Opus se ha quedado donde estaba a comienzos de los cuarenta,
y eso significa para la teología católica, intelectualmente
en los primeros años del siglo, cuando Pío X
lanzaba su encarnizado ataque contra el saber histórico
aplicado a las ciencias religiosas. Antonio Fuentes enseña
Historia Sagrada en la Universidad de Navarra. En 1987 la
"Four Courts Press" de Dublín publicó
su "Guide to the Bible" ("Guía de la
Biblia"), un trabajo muy notable. En él sostiene
la opinión de que Moisés escribió los
primeros cinco libros de la Biblia y que el autor del Libro
de Isaías es un solo individuo. Al hacerlo menciona
la autoridad de las declaraciones del Vaticano de la primera
década este siglo. Estas opiniones, y muchas otras
en su "Guía", contradicen categóricamente
la docta opinión tanto de dentro de la Iglesia católica,
como de fuera de ella. Muy a menudo sobre la autoría
de las cartas de Pablo, por ejemplo, Fuentes ni siquiera permite
a sus lectores que sepan que opiniones distintas a la suya
propia son ampliamente mantenidas. Ésta es la tendencia
intelectual del catolicismo de la primera mitad del siglo
XX, totalmente convencido de que sólo él poseía
la verdad, sin importarle lo grotesca que era su línea
oficial.
La Iglesia católica ha seguido caminando, y lo ha
hecho deprisa desde entonces, y especialmente después
del Vaticano II, que tanto desagradaba a Escrivá. No
obstante, el Opus, en el traje de sus clérigos, en
el estilo de adoración en sus capillas, en su asesoramiento
espiritual obligado por una regla, o en la enseñanza
de sus facultades teológicas y, aparentemente, en sus
departamentos de Historia Sagrada, es un anacronismo. No hay
razón para dudar de la sinceridad de la creencia de
sus miembros de que ellos guardan la fe verdadera. La amplia
mayoría de los restantes ochocientos cincuenta millones
de miembros de la Iglesia se atienen a una ortodoxia bastante
distinta.
El fundador del cristianismo advirtió que: "Todo
reino en sí dividido será desolado y toda ciudad
o casa en si dividida no subsistirá" (Mateo, 12,
25). Una secta que se atenga a creencias heterodoxas hace
eso precisamente: divide a la Iglesia contra sí misma.
Naturalmente, los miembros del Opus niegan que ellos dividan
a la Iglesia. Su respuesta, fácil de predecir, como
siempre, es alegar la aprobación de los Papas y de
muchos obispos. Como este libro ha apuntado, tal apoyo jerárquico
es difícil de comprobar. De los Papas anteriores al
actual difícilmente puede decirse que hayan sido entusiastas
en su apoyo al Opus, y por cada obispo que les acoge con beneplácito
en su diócesis está claro que hay muchos que,
o no les aceptan, o no están contentos de encontrarles
instalados en su jurisdicción cuando ocupan sus sedes.
Es una táctica corriente del Opus apelar a la Historia
para silenciar a sus críticos, en particular a la formación
de la Compañía de Jesús a mediados del
siglo XVI. Es cierto que la fundación de los jesuitas
estuvo acompañada de controversia, un poco porque se
había tomado la decisión de que no se permitieran
más órdenes religiosas, pero más porque
la Compañía constituía una nueva forma
de vida dentro de la Iglesia, como hoy en día el Opus
Dei. Debido a la similitud de las obras que emprenden y a
la rapidez de su crecimiento, la comparación entre
el Opus y la Compañía es inevitable. Pero en
sus primeros sesenta años los jesuitas habían
dado cuatro santos reconocidos, habían proporcionado
teólogos a los Papas y enviado misioneros a la India,
Japón y China para penetrar lo más posible en
la cultura de los pueblos que iban a evangelizar. Eran, en
su mayor parte, hombres tolerantes, de abiertos puntos de
vista, y fue por esa razón por la que entraron en conflicto
con los miembros más tradicionales de la Iglesia.
En el caso del Opus Dei, es exactamente lo contrario. Es
con los liberales con los que entran en conflicto. Como misioneros
no penetran en la cultura de los pueblos entre los que trabajan,
sino que consideran labor suya el moldear la cultura de sus
neófitos en el modelo tradicional de cristianismo que
ellos mismos han aprendido. De sus santos sería impropio
hablar; después de todo, se tardó bastante en
canonizar incluso una figura tan ampliamente popular como
Francisco Javier. En vida de Escrivá, el Opus presentó
la causa del "ingeniero de Dios" (ver pág.
43). Ésa ha sido pospuesta ahora mientras se promueve
la canonización de suma importancia del mismo Escrivá
de Balaguer.
Si esto sucediera, a pesar de los enormes esfuerzos en contra
de algunos ex miembros del Opus que trabajaron estrechamente
con el fundador, sería saludado como un triunfo para
la Obra. Sería considerado por ellos como el espaldarazo
de aprobación final de la Iglesia sobre la fundación
de Escrivá. No obstante, la canonización en
sí es simplemente una declaración de la Iglesia
de que la persona así honrada está en el cielo
y es digna de que se le muestre pública veneración.
Y de que sus promotores tienen la riqueza necesaria para pagar
lo que es claramente un proceso costoso.
El Opus, por otra parte, argumentará que las autoridades
del Vaticano no seguirían adelante con tal empresa
si no la apoyaran por completo, porque únicamente tienen
presente el bien de toda la Iglesia. Eso no es muy convincente,
particularmente si es cierto que el "Banco Vaticano",
a través de su implicación con el "Banco
Ambrosiano", proporcionaba ayuda económica a regímenes
despóticos de América Latina que se dedicaban
a perseguir sacerdotes y monjas que trabajaban con los pobres
y los oprimidos. El escándalo del "Banco Ambrosiano",
el desarrollo del Opus y demás organizaciones igualmente
sectarias dentro del catolicismo romano, son evidencias de
una Iglesia que hoy está dividida contra sí
misma.
Como me dijo María del Carmen Tapia en agosto de 1984,
hablando desde el otro lado de una mesa llena de tazas de
café en el "Barbizon Plaza Hotel", de Nueva
York: "Dentro de cien o de cincuenta años la Iglesia
dirá que nos equivocamos al aprobar al Opus Dei."
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