EL MUNDO SECRETO DEL OPUS DEI. Michael Walsh
IV. UN CAMBIO DE ESTATUTO
Es parte de la mitología del Opus que Escrivá
de Balaguer se apropió de las conclusiones del Concilio
Vaticano Segundo (Vaticano II). El Concilio, convocado por
el Papa Juan XXIII, reunió a los más de dos
mil obispos católicos del mundo. Los documentos redactados
y publicados entre 1962 y 1965 marcaron una mayor liberalización
(el Papa Juan prefería la palabra "aggiornamento",
("puesta al día") en cuestiones como la tolerancia
religiosa, la relación entre la Iglesia y el mundo,
las estructuras de la Iglesia, etc. En especial, el Concilio
subrayó el importante papel que debían jugar
los cristianos laicos, y ésta es la razón por
la que se sugiere que Escrivá fue un precursor de la
visión del Vaticano II sobre el futuro de la Iglesia.
La verdad del asunto, sin embargo, es totalmente distinta.
Lejos de aprobar el resultado del Concilio, Escrivá
trabajó duro para oponerse a él. Sus biógrafos
no intentan esconder la aflicción que el Concilio le
causó, y se enorgullecen de sus esfuerzos por procurar
que sus inoportunas conclusiones no afectasen a los miembros
del Opus. El Concilio fue inspirado por el Papa Juan XXIII,
pero su conclusión y sus decisiones fueron puestas
en práctica por el Papa Pablo VI. María del
Carmen Tapia sirvió durante diez años como directora
de la sección de mujeres de Venezuela, pero antes había
trabajado para la sede del Opus en Roma. Trató muy
de cerca a Escrivá. Me dijo que en cierta ocasión
le oyó decir de Pablo VI que "Dios en su infinita
sabiduría debería llevarse a este hombre".
Nada molestó más a Escrivá -y esto también
se puede decir de muchos sacerdotes mayores de la Iglesia
en general, que encontraron difícil cambiar los hábitos
de toda una vida- que las nuevas normas sobre la forma en
que debía decirse la misa.
El propósito de la "misa normativa" (o "misa
corriente"), como se la llamó, era celebrar la
eucaristía de cada domingo de modo más inteligible
para la congregación de fieles. Hasta entonces, los
sacerdotes decían la misa dando la espalda al pueblo.
Esta postura bastante extraña tenía sus defensores.
Se alegaba que ejemplificaba mejor la estructura de la Iglesia:
un sacerdote a su cabeza, dirigiéndose al Altísimo
en nombre del pueblo. Era un concepto jerárquico, y
ciertamente significaba que en su mayor parte la congregación
no tenía idea de lo que estaba sucediendo en el altar,
al ser eficazmente impedido por el cuerpo del sacerdote con
su pesada vestimenta. Una de las primeras cosas a cambiar,
por tanto, era la posición del altar. Cuando fue posible,
se apartó de la pared posterior de la iglesia y se
colocó más cerca de los fieles. El sacerdote
debía estar de pie detrás del altar, frente
al pueblo y asociándolos con él en la plegaria.
Era una comprensión bastante más democrática
de la celebración litúrgica.
En la residencia para estudiantes del Opus de Londres, "Netherhall
House", a Vladimir Felzmann, el director, le gustaron
mucho las reformas en la liturgia y decidió colocar
el altar teniendo al sacerdote frente al pueblo. Lo hizo con
la completa aprobación, en aquel momento, de las autoridades
del Opus. La obra se llevó a cabo con el mejor gusto
posible y muy costosamente. Quedó atractivo. Luego
llegó un mensaje de Roma: no debía haber altares
frente al pueblo. La obra de Felzmann fue desmantelada, de
nuevo a un alto precio, y restituida la antigua posición
de espaldas a los fieles.
Pero no era solamente cuestión de la posición
del altar. La "misa normativa" tenía una
variedad de estructuras que permitían al sacerdote
un considerable grado de libertad adaptando la liturgia a
sus fieles. La forma en que se utilizaba en las casas del
Opus Dei era rigurosamente controlada, incluso hasta cuál
de las cuatro aclamaciones debía utilizarse después
de la elevación de las sagradas especies. Uno de los
mayores cambios, desde luego, fue la lengua que ahora se podía
utilizar. Las misas podían decirse en lengua vernácula,
excepto en las casas del Opus Dei, en las que el latín
seguía siendo la norma. Escrivá de Balaguer
estudió con cuidado las nuevas reglas sobre la misa.
Envió pautas detalladas a los miembros del Opus Dei
sobre cómo debían aplicarlas, advirtiéndoles
al mismo tiempo de los peligros a los que se enfrentaban por
la disolución de la vida de la Iglesia. Vázquez
indica que Escrivá de Balaguer también insistió
en que se dieran conferencias a los miembros para ayudarles
a "descubrir la verdad". Dictó instrucciones
precisas sobre su contenido.
Después pasaría mucho tiempo en Latinoamérica,
advirtiendo a sus fieles sobre los peligros que se habían
originado a raíz del Concilio. Fue a México
por un mes en 1970; en Brasil, Argentina, Chile, Perú
y Ecuador; en Venezuela pasó tres meses en 1974; al
año siguiente volvía a Venezuela y siguió
hasta Guatemala. Latinoamérica, sin duda, era la cuna
de la teología de la liberación con su peculiar
modo de ver el mundo y la Iglesia a través de los ojos
de los pobres. Escrivá de Balaguer no aceptaría
ninguna de estas desviaciones de la tradicional teología
de la Iglesia católica. Haciendo comentarios sobre
los setenta clérigos que se habían "llenado
la cabeza con psicología y que habían sido contaminados
por una propaganda social de matiz marxista", Vázquez
observa que establecieron la idea de que en el pasado la Iglesia
había sido la Iglesia de los ricos. Para equilibrar
los extremos, dice, muchos dieron apoyo a "movimientos
comunitarios sospechosos, o se pasaron al sector "de
los pobres". (El fundador, abierto a la llamada universal
de Cristo, prefería hablar de la "Iglesia de las
almas", porque la filiación divina nada tiene
que ver con filiaciones sociopolíticas)". Los
sacerdotes que se involucraron en tales "movimientos
sociopolíticos", añade Vázquez,
se metían en un callejón sin salida.
Mientras tanto, las cosas no le iban bien al Opus como Instituto
Secular. El 1 de octubre de 1958. Escrivá escribió
una carta algo ampulosa a los miembros de su Instituto. Su
existencia era desconocida (excepto, es de suponer, para aquellos
del Opus que la habían recibido) hasta que se imprimió
como parte de la documentación incluida en el volumen
de las nuevas Constituciones de 1982. Es la carta "Non
ignoratis" ("No podéis ignorar"), y
contiene la notable afirmación siguiente: "De
hecho, no somos un Instituto Secular, ni en lo sucesivo se
nos puede aplicar ese nombre." Para el momento era decir
una cosa extraordinaria, dado que la aprobación formal
del Opus Dei como Instituto Secular era solamente de ocho
años antes, y toda la idea de los Institutos Seculares
la había abrazado y llevado adelante el Opus sólo
una década antes. Aún es más extraño
que, si tal era la actitud oficial del Opus, continuase asistiendo
a reuniones de Institutos Seculares y que sus miembros siguieran
describiéndose como tales, al menos hasta 1962. ¿Qué
había hecho cambiar de parecer a Escrivá?
La respuesta es clara en la misma carta. Aunque eran parte
de un Instituto Secular, alegaba, a los miembros del Opus
se les exigía cada vez más un modelo de vida
equivalente al de los miembros de una congregación
religiosa. El abogado canónico del Opus, Julián
Herranz, escribió en 1964 que todos los demás
Institutos Seculares se habían desviado del modelo
propuesto originariamente como forma de vida; solamente el
Opus Dei había permanecido fiel a su idea original.
Quizás existía algún fundamento a esta
crítica de que los Institutos Seculares habían
sido asimilados paulatinamente al modelo de las congregaciones
religiosas, aunque la gran influencia del Opus en la Sagrada
Congregación de Religiosos debería haber sido
capaz de evitar que sucediera. En su conversación con
Peter Forbarth, a la que nos hemos referido en el capítulo
III, el mismo Escrivá decía así:
"Una organización poderosa que prefiero
no nombrar y que siempre he considerado que gastaba sus
energías a lo largo de los años falsificando
lo que no entendía. Insistieron en considerarnos
monjes o frailes y preguntaron: ¿Por qué no
todos piensan igual? ¿Y por qué no llevan
un hábito religioso o al menos un distintivo?"
Según un antiguo miembro del Opus, la organización
así culpada de traicionar el verdadero espíritu
del Opus Dei era la Compañía de Jesús.
Yo mismo era miembro de la Compañía desde hacía
unos siete años. No recuerdo que el Opus figurase en
ningún orden del día de los jesuitas.
Fuera cual fuese la razón, en enero de 1962 Escrivá
de Balaguer dio los primeros pasos hacia un cambio de estatuto
para su organización en una carta dirigida al cardenal
Amleto Cicognani, entonces secretario de Estado, equivalente
a Primer Ministro del Papa. Se le solicitó que trasladara
el contenido al Papa Juan XXIII.
Llegado a este punto, Escrivá solicitaba que el Opus
Dei fuese erigido como "prelatura nullius". Este
curioso anacronismo que quedaba de la Edad Media cuando abades
poderosos controlaban la tierra alrededor de sus abadías
y tenían el derecho a tener tribunales, había
demostrado ser útil recientemente. En esencia, un abad
o un prelado tenía un enclave diminuto que le daba
un estatuto más o menos equivalente al de un obispo.
Podían unirse sacerdotes al enclave, y ser gobernados
con acuerdo a sus leyes particulares, aunque trabajasen en
otra parte. En 1954, la antigua abadía cisterciense
de Pontigny se convirtió en la base legal para la Misión
en Francia, una organización de más de ciento
setenta y cinco sacerdotes que trabajaban para la reconversión
de sus compatriotas. Cuando era capellán en Madrid,
Escrivá se había unido a una "prelatura
nullius". Sus estudios doctorales sobre la abadesa Las
Huelgas le habrían informado bien sobre tales estructuras
y sus posibilidades. Esta era la solución que quería
para el Opus. Fue rechazado. Sus propuestas contenían,
dijo el Papa Juan, dificultades insuperables no especificadas.
El Papa Juan murió dos años más tarde
y Escrivá lo intentó de nuevo. De nuevo fue
rechazado. Pablo VI le dijo asunto debería ser resuelto
de acuerdo con las decisiones del Concilio Vaticano II, entonces
en todo su apogeo. En la práctica, las principales
organizaciones religiosas fueron puestas en un estado de muerte
aparente. Si por alguna razón tenían que convocar
una reunión general durante este período -como
hicieron los jesuitas cuando murió el padre general-,
ésta debía posponerse hasta que el Concilio
completara sus tareas. Al reunirse de nuevo, la asamblea tenía
que hacer concordar la estructura de la organización
con las conclusiones del Vaticano II. Escrivá convocó
un Congreso General del Opus para junio de 1969. Su propósito
principal era decidir si las nuevas estructuras surgidas en
la Iglesia desde el Vaticano II ofrecían mayor posibilidad
que las de la "prelatura nullius" para establecer
una nueva base legal para el Instituto. Cuatro años
más tarde, Escrivá notificó formalmente
a Pablo VI de la marcha del Congreso, pero dos años
después, y casi en el mismo día, el 26 de junio
de 1975, Escrivá de Balaguer murió. Murió
de repente, a eso del mediodía, en "Villa Tevere".
Aquella tarde, su sucesor, Alvaro del Portillo, dijo misa
e hizo una homilía sobre él. "Desde que
ha muerto el padre -dijo-, he repetido muchas veces: ahora
sí que nos hemos quedado huérfanos. Y no es
verdad, ¡no es verdad! Porque, además de tener
a Dios Padre, que está en los cielos, tenemos a nuestro
padre en el cielo, que desde allí se preocupa por todas
sus hijas y por todos sus hijos." El juego sobre "nuestro
padre que está en el cielo" iba a llegar a ser
común entre los miembros del Opus. La expresión
elevaba a Escrivá a un nivel parecido al de Dios en
la conciencia de la gente. Como mínimo, era un santo.
Santo o no, todavía no había entregado los
documentos del Congreso de 1969 a la Santa Sede. A principios
de marzo de 1976, Alvaro del Portillo, ahora encargado de
la institución, fue a ver a Pablo VI. El Papa le dijo
que la cuestión del estatuto jurídico del Opus
todavía seguía abierta, pero que había
una solución a la vista. Al llegar a este punto, el
nuevo presidente general sugirió que, dada la reciente
muerte de Escrivá, el momento podría no ser
oportuno. Pablo VI estuvo de acuerdo, pero le indicó,
como lo hizo en junio de 1978 cuando Alvaro del Portillo fue
de nuevo a verle, que el Opus sólo tenía que
pedir...
En noviembre de ese mismo año el nuevo Papa, el conservador
Juan Pablo II, escribió una carta de felicitación
al Opus en el decimoquinto anivesario de su creación.
El cardenal secretario de Estado, al entregar el mensaje personal
del Papa, añadió que Juan Pablo quería
que se resolviera el asunto del estatuto del Opus. Aún
le correspondía a la Congregación de Religiosos
e Institutos Seculares, pero se autorizarían los pasos
para que pudiera dejar de ser un Instituto Secular. En enero
de 1979 el Opus tuvo su primer contacto oficial con la Sagrada
Congregación para los Obispos. Fue un intercambio de
impresiones o poco más, pero se expresó la esperanza
de que el Opus pudiera pronto ser transformado en una prelatura
personal (para esta estructura, ver págs. 87 y sigs.),
dependiente de la Sagrada Congregación para los Obispos.
Al mes siguiente, Alvaro del Portillo fue de nuevo a ver
a Juan Pablo II. Le contó al Papa todo lo que se había
hecho hasta el momento, pero, como únicamente el mismo
Papa podía iniciar formalmente el proceso para configurar
al Opus como una prelatura personal, el presidente general
del Opus le preguntó si se podía hacer. El Papa
no solamente estuvo de acuerdo, sino que actuó prestamente.
En la siguiente sesión de trabajo, el cardenal prefecto
de la Sagrada Congregación para los Obispos, Sebastiano
Baggio, amigo íntimo del Opus, recibió del Papa
la tarea de llevar a cabo los estudios necesarios. Menos de
una semana después, Baggio escribió a Alvaro
del Portillo pidiéndole que presentase un estudio completo
sobre el tema. Esto sucedía el 7 de marzo. El 23 de
abril, un informe completo estaba sobre la mesa del despacho
de Baggio. Aunque se había puesto al día tanto
práctica como jurídicamente, el informe era
en esencia el preparado originariamente para Pablo VI, así
lo dejaba claro la carta de acompañamiento.
La primera parte de este documento repasaba la historia y
el estatuto del Opus Dei, revelando de pasada que había
entonces 72.375 miembros en ochenta y siete países
distintos, y que más o menos el dos por ciento de los
miembros eran sacerdotes. El informe subrayaba la naturaleza
única del Opus, y los problemas que hablan surgido
porque hasta entonces la Iglesia no había tenido una
estructura legal apropiada para el mismo; este hecho, decía
el informe, había ocasionado al fundador graves sufrimientos
y había dificultado el trabajo de la organización.
Después continuaba discutiendo las otras formas jurídicas
que había sido obligado a adoptar, y finalmente apuntaba
que el Opus Dei cumplía los requisitos para una prelatura
personal. Habría ventajas para la Iglesia si se les
concediera este estatuto, concluía el informe, porque
reforzaría el servicio que el Opus podía ofrecer
a la Iglesia 1ocal y pondría a disposición de
la Santa Sede un "cuerpo móvil" (a propósito,
una expresión utilizada comúnmente por los jesuitas)
que podría ir adonde más se necesitase. Los
miembros del Opus se verían con eso liberados de algunos
de los problemas a los que se enfrentaban cuando trabajaban
(y aquí aparecían de nuevo útiles pormenores
estadísticos) en 479 Universidades y escuelas de segunda
enseñanza en los cinco continentes, en 604 publicaciones,
en 52 emisoras, tanto de Radio como televisión, en
38 agencias de Prensa de Prensa y publicitarias, en 12 productoras
de cine y en empresas de distribución. Muchos otros
Institutos religiosos con distintos estatutos jurídicos
han conseguido, y siguen consiguiendo, funcionar de forma
totalmente satisfactoria sin el beneficio de ser una prelatura
personal. El Opus le Opus lo encontró difícil.
A comienzos de junio, Alvaro del Portillo escribió
de nuevo a Baggio para explicarle algunos posibles malentendidos.
Se planeó que esta carta, o parte de ella, la leyeran
los españoles en un largo artículo publicado
por el semanario católico Vida Nueva, de donde, de
hecho, he tomado gran parte de lo dicho más arriba.
Pero poco antes de su publicación, aparecieron dos
miembros del Opus con una carta de las autoridades de Roma,
prohibiendo la aparición del artículo, titulado
"La transformación del Opus Dei". No está
claro cuáles eran las objeciones; el artículo
es, en su mayor parte, admirablemente objetivo a pesar de
la prolongada hostilidad de Vida Nueva hacia el Opus. Se atenía
exactamente a los documentos, excepto en el último
párrafo final del comentario. Allí se hacían
conjeturas sobre la oposición al avance del Opus en
tiempos de Pablo VI, debido en especial a los informes secretos
enviados a Roma por "personalidades de la Iglesia española".
Existía oposición, dice el anónimo autor
del artículo, incluso desde los sectores "más
elevados". Que tenía en mente al cardenal de Madrid
apenas puede dudarse. El director rechazó primero la
petición de los miembros del Opus, pero "Vida
Nueva" es una revista dirigida por la Iglesia. El artículo
no apareció.
A pesar de la mencionada oposición española,
la Sagrada Congregación para los Obispos constituyó
un "comité técnico" que entre febrero
de 1980 y febrero de 1981 celebró veinticinco sesiones
de trabajo. También había una comisión
especial de cardenales nombrada por el mismo Papa para examinar
el asunto. Informó el 26 de setiembre de 1981. A continuación
se solicitaron las opiniones de todos los obispos en cuyas
diócesis operaba el Opus Dei, al parecer a unos quinientos.
Esta información procede de una carta del cardenal
Baggio, publicada en el periódico del Vaticano "L'Osservatore
Romano" el 28 de noviembre de 1982, escrita para acompañar
la declaración de que el Opus había conseguido
el estatuto de prelatura personal que se había propuesto.
El detalle sobre la consulta a los obispos es realmente muy
curioso: no por el hecho de que fueran consultados, por supuesto,
sino por el silencio que siguió a su respuesta. Si
ésta hubiera sido indiferente, o incluso favorable,
Baggio lo hubiese dicho con toda seguridad. El hecho de que
no hiciese comentarios sobre la reacción episcopal,
puede solamente entenderse como que ésta negativa.
En realidad, la reacción española fue particularmente
hostil.
No mucho después del informe de la Comisión
cardenalicia se acordó el nuevo estatuto. Alvaro del
Portillo les informó a sus miembros en una acalorada
carta con fecha 8 de diciembre de 1981. La carta, sin embargo,
debía seguir siendo un secreto por el momento, y ser
compartida únicamente con los Consejos Generales (masculino
y femenino) del instituto. Tuvieron que esperar bastante tiempo
antes de podérselo decir a otros miembros. El Papa
Juan Pablo II concedió una audiencia al cardenal prefecto
de la Sagrada Congregación para los Obispos el 5 de
agosto de 1982, en el curso de la cual "aprobó,
confirmó y ordenó" la pubicación
de una declaración anunciando la constitución
de la prelatura. La Oficina de Prensa vaticana anunciaba el
23 de agosto que el Papa había decidido nombrar al
Opus Dei prelatura personal. Los documentos se habían
retrasado "por razones técnicas", pero llegarían
en breve. Esta noticia fue dada por la Prensa todo el mundo,
excepto en el mismo Vaticano. "L'Osservatore Romano"
no traía la historia.
Cuando llegó la declaración formal, llevaba
la fecha del anuncio del Vaticano, el 23 de agosto. De modo
bastante precipitado estuvo disponible en un texto italiano
y los servicios de noticias católicos informaron también.
Se hizo público de forma oficial sólo el 28
de noviembre, fecha en que se aprobaron las Constituciones.
Ésa es también la fecha de la Constitución
Apostólica firmada por el Papa, que creaba formalmente
la nueva prelatura personal. Sin embargo, ese documento no
se publicó hasta marzo del siguiente año, cuando
se tenía que tomar todavía otra medida. La iglesia
de San Eugenio es una de las dos parroquias romanas controladas
por el Opus. En este edificio el nuncio apostólico
para Italia entregó las escrituras del nuevo título
del Opus al presidente general. Era el 19 de marzo de 1983.
Extrañamente, la declaración que establece
la prelatura personal se publicó con un comentario
escrito por un miembro de la Sagrada Congregación para
los Obispos, monseñor Marcelo Gostalunga. Es él
quien refiere que Pablo VI encomendó la idea de una
prelatura personal a monseñor Escrivá de Balaguer
ya en 1969. Era el decreto del Vaticano II sobre el ministerio
y la vida de los sacerdotes el que había lanzado la
idea de las prelaturas personales. Al hablar de la necesidad
le redistribuir al clero en las zonas de mayor necesidad,
el documento Vaticano II añade:
"Para estos fines, por tanto, se pueden establecer algunos
seminarios internacionales, diócesis especiales o prelaturas
personales y otros órganos de esta clase. De una forma
a ser decretada para cada empresa individual, y sin perjuicio
a los derechos de los ordinarios locales (i.e. obispos diocesanos),
los sacerdotes pueden por medio de las mismas ser asignados
o incardinados para el bien general de toda la Iglesia."
("Decreto sobre la vida sacerdotal y el ministerio",
párrafo 10.)
Lo que esto pudiera querer decir exactamente fue fijado por
Pablo VI en un documento fechado el 6 de agosto de 1966 conocido
como "Ecclesiae Sanctae".
Esta nueva estructura, sin embargo, no fue originariamente
pensada como un medio de establecer una congregación
cuasirreligiosa, sino como un medio "para la apropiada
disribución de sacerdotes, para objetivos pastorales
especiales en pro de grupos sociales diversos, tanto si estos
objetivos deben alcanzarse en una zona dada, como en una nación
o en cualquier parte de la Tierra". Estos "grupos
sociales diversos" eran categorías identificables
de personas que no podían ser adaptadas fácilmente
dentro de las estructuras tradicionales, por su particular
forma de vida, o por su movilidad: por jemplo, gitanos o soldados.
Las prelaturas personales, en otras palabras, no fueron concebidas
para personas como los miembros del Opus Dei.
Así pues, está lejos de ser evidente que esta
nueva estructura vaya a resultar más satisfactoria
para el Opus que su anterior encarnación como Instituto
Secular. No habría problema en cuanto a los sacerdotes
se refiere. Serán incardinados la prelatura de modo
muy parecido al que otros clérigos son incardinados
en las diócesis. Las dificultades surgen con los miembros
laicos. La "Ecclesiae Sanctae" del Papa Pablo VI
preveía que los laicos, tanto casados como solteros,
pudieran asociarse al trabajo de una prelatura. Pero está
claro que los laicos son considerados, en su mayor parte,
como recipientes del ministerio de una prelatura, no como
un elemento principal -en el caso del Opus el elemento principal-
de dicho ministerio.
La declaración de la Sagrada Congregación para
los obispos afirmaba que los miembros laicos del Opus Dei
"se dedican a la realización de los objetivos
apostólicos propios a prelatura, asumiendo compromisos
serios y específicos". Lo hacen por medio de un
vínculo contractual y no en virtud de votos particulares".
"Particular Churches and Personal Prelatures" es
la traducción de una obra española publicada
por la Universidad de Navarra en 1985. El autor, Pedro Rodríguez,
es, por supuesto, miembro del Opus, aunque este hecho no se
menciona en la edición en lengua inglesa y el Opus
es apenas mencionado y, naturalmente, tampoco discutido. Rodríguez
sostiene un punto técnico de que el vínculo
que ata a los laicos al Opus se incluye en el canon del nuevo
Código de Derecho Canónico que rige los contratos.
Puesto que el contenido de los contratos es realmente muy
similar al contenido de los votos que hacen los religiosos
y religiosas de una orden o congregación, no está
claro cuál pueda ser el significado de esta distinción
legal.
¿Qué implicaciones tiene el nuevo estatuto
del Opus Dei para el futuro? El documento del Papa Pablo VI
subraya que debía haber fuertes lazos entre las prelaturas
personales y los ordinarios locales (obispos). Sin embargo,
ninguna de las disposiciones de la declaración da a
un ordinario mucho sobre los miembros laicos del Opus que
viven dentro de su diócesis, aunque debieran estar
técnicamente sujetos a su autoridad. Podría
negar el permiso de abrir un centro del pero una vez abierto
uno, sería realmente muy difícil lo. Podría
negar al clero del Opus el permiso para asistir a los laicos
bajo su jurisdicción, pero no podría negarles
el permiso para asistir a otros miembros del Opus. De hecho,
no parece haber razón para que un miembro del Opus
no reciba su entera educación en la fe desde las clases
de catecismo y primera comunión, hasta la confirmación
y aún más allá, dentro de centros pertenecientes
al Opus. Aunque tal persona en teoría estaría
sujeta a la autoridad diocesana, los sacerdotes diocesanos
podrían no tener nunca la ocasión de tomar contacto
con dicha persona.
Una situación aún más anómala
podría surgir del nuevo estatuto del clero del Opus
Dei. Ellos siguen siendo sacerdotes "seculares",
y como tales gozan de "voz activa y pasiva" en las
asambleas del clero. Con todo, si un centro ha sido debidamente
constituido, un obispo no tiene voz alguna acerca de su presencia
en su diócesis entre su clero. Algunos miembros de
su propio clero diocesano podrían ser reclutados para
el ala auxiliar del Opus o "Tercera Orden". No necesitarían
revelar su adherencia al mismo, a no ser que les fuera solicitado
expresamente. Frente a este trasfondo, es posible imaginar
a una asamblea de sacerdotes dominados por miembros del Opus.
Las situaciones esbozadas más arriba pueden parecer
rebuscadas, pero, ¿lo son de verdad? En enero de 1985
hubo un curioso incidente en la diócesis española
de La Rioja. En el curso de una asamblea de clérigos
para discutir la estrategia pastoral, el rector del seminario
de Logroño, en el que el mismo Escrivá de Balaguer
había sido estudiante desde 1918 hasta 1920, mostró
un informe sobre moral. Dijo que el Opus se había consolidado
en el seminario mucho antes de que él hubiera sido
nombrado rector. Entre los miembros del Opus y sus simpatizantes
(algunos de ellos, añadió, menores de quince
años) y el resto del clero diocesano, si no existía
un conflicto abierto, sí existía al menos una
guerra fría constante, dando lugar a la división,
no solamente en el mismo seminario, sino en toda la diócesis.
Acusaba al Opus de anteponer los intereses de la prelatura
al bien de la diócesis y de que, por medio de la guía
espiritual que daban a los seminaristas asociados a ellos,
estaban destruyendo la unidad de espíritu que debiera
prevalecer en la diócesis. Cuando se pidió una
explicación, no se dio ninguna. "¿Son realmente
clérigos diocesanos -se preguntaba el informe-, o pertenecen
a la prelatura personal?".
Está en la liturgia, dice el informe, que la gente
muestre unidad de propósito. Los miembros del Opus,
sin embargo, siguen fielmente la letra de la ley y no hay
participación activa en el espíritu de la liturgia.
El rector atacó después amargamente las pautas
de enseñanza de los profesores del Opus Dei en el seminario
y les acusó de ir a la caza de la herejía. Terminaba
diciendo que el suyo no era el único seminario que
lo sufría; otros en España estaban igualmente
divididos. Quería que la situación fuese examinada
por el comité de obispos españoles para seminarios
y Universidades, y que si no podían resolver el conflicto
entre la prelatura personal y las diócesis, el caso
debería ir a Roma
La situación había empeorado, decía el
rector, desde la creación de la prelatura personal.
Ese acontecimiento había dado a los simpatizantes del
Opus "cierto aire de victoria y de estar en el buen camino
acerca de todo". Evidentemente, no les había inculcado
el sentido de colaboración entre diócesis y
prelatura que la legislación que establecía
las prelaturas como una nueva forma de gobierno dentro de
la Iglesia católica, esperaba y exigía.
La experiencia de la diócesis de La Rioja no inspira
confianza. Es difícil no pensar en el Opus como en
Iglesia dentro de la Iglesia, que es exactamente lo que los
obispos españoles temían cuando presionaron
a Roma, sin ningún éxito contra la concesión
al Opus del estatuto del que ahora, claramente, goza.
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