Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna part

El mundo secreto del Opus Dei

Autor: Michael Walsh
Indice del libro:
I. En busca del Opus
II. Los orígenes del Opus
III. Los años de expansión
IV. Un cambio de estatuto
V. Las constituciones de 1982
VI. El espíritu del Opus
VII. Política y negocios
VIII. Catolicismo sectario
IX. La apoteosis del fundador
X. Comentario del autor sobre la bibliografía
XI. La estructura oculta (Por Santiago Aroca)
Fin del libro
 
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EL MUNDO SECRETO DEL OPUS DEI. Michael Walsh

III. LOS AÑOS DE EXPANSIÓN


Era parte del programa diario de Escrivá de Balaguer reunirse cada tarde con los miembros de su Pía Unión en una sala del piso de la calle Diego de León y explicarles allí la enseñanza espiritual resumida en Camino. A principios de los años cuarenta había varias residencias del Opus esparcidas por toda España. Evidentemente, no había modo de poder estar en todas partes al mismo tiempo para instruir a sus neófitos en la forma que creía apropiada. Aunque para entonces ya había un pequeño número de sacerdotes asociados con el Opus a los que confiaba la formación de los miembros a quienes no podía ver personalmente con regularidad, algunos de esos clérigos, apunta Vázquez, eran para él una "corona de espinas". Su falta de comprensión del espíritu que quería inculcar le causaba más problemas que los que su ayuda resolvía. La única solución satisfactoria era que el Opus tuviese sus propios sacerdotes, concluyó.

Si a primera vista podía parecer una solución razonable, en el fondo delata una actitud clerical, fundamentalmente tradicional, hacia el papel del sacerdote en la Iglesia y que, desde luego, Escrivá compartía con la mayoría de los católicos de su tiempo. El mismo era sacerdote; el liderazgo y la guía espiritual de su organización debían estar en manos de sacerdotes. En teoría no había ninguna razón para que la Pía Unión no siguiera siendo dirigida únicamente por laicos, y guiada ritualmente por laicos. Organizaciones así estaban a empezando surgir en la Iglesia católica, pero para Escrivá era una innovación demasiado grande en el papel de los laicos, de cuya habilidad, en cualquier caso, desconfiaba: "Cuando un seglar se erige en maestro de moral, se equivoca frecuentemente: los seglares sólo pueden ser discípulos" (Camino 61). Decidió, pues, preparar a algunos miembros del Opus para ordenación, aunque en apariencia con considerables dudas al principio. "Amo de tal manera la condición laica de nuestra Obra, que siento hacerlos clérigos, con un verdadero dolor; y por otra parte, la necesidad del sacerdocio es tan clara, que tendrá que ser grato a Dios Nuestro Señor que lleguen al altar esos hijos míos". Para la Historia, los tres primeros fueron Alvaro del Portillo, José María Hernández de Garnica y José Luis Múzquiz. Los tres eran ingenieros civiles.

Comenzaron sus estudios en Madrid con un equipo de profesores especialmente seleccionado por Escrivá y con la aprobación del obispo de Madrid. "Tuvieron el mejor profesorado que pude encontrar -dijo más tarde Escrivá-, porque he tenido siempre el orgullo de la preparación científica de mis hijos como base de su actuación apostólica... Yo os doy las gracias, porque me habéis dado el orgullo santo -que no ofende a Dios- de poder decir que habéis tenido una preparación eclesiástica maravillosa". Escrivá decía estas palabras con ocasión del vigésimo quinto aniversario de las primeras ordenaciones. La capacidad de intuición alegada por el fundador en ésta y en la cita previa es típica, como también lo es la actitud posesiva tan notable que muestra hacia los miembros del Opus.

Sin embargo, antes de que tuvieran lugar las ordenaciones debió resolver un problema. La Iglesia exige que los aspirantes al sacerdocio sean ordenados para un "título": en otras palabras, tiene que haber alguien o alguna institución que les garantice los medios de vida. Normalmente tienen que pertenecer a una diócesis o a una congregación religiosa antes de que las autoridades eclesiásticas sancionen la administración del sacramento. La Pía Unión no servía; no era una institución adecuadamente constituida.

La solución se encontró el 14 de febrero de 1943. Aquella mañana, fiesta de san Valentín, Escrivá estaba celebrando la misa en una casa de la sección de mujeres para conmemorar la fundación de la misma trece años antes. Se le ocurrió entonces que debía crear otra sección dentro del Opus, para sacerdotes, que les proveyera del "título> para la ordenación. Y así nació la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.

Al día siguiente, Escrivá fue a ver a Alvaro del Portillo al Escorial, donde se preparaba para los exámenes. Le contó su decisión y su deseo de extender el Opus Dei tanto a Portugal como a Italia, para lo cual se necesitaba una organización bastante más poderosa que una Pía Unión. Pero si tenía que haber una sociedad sacerdotal, era el Vaticano quien debía aprobarla. Obediente, Alvaro partió para Roma a solicitar la ayuda papal. Esto sucedía, efectivamente, en plena Segunda Guerra Mundial. Durante el vuelo a Roma, Alvaro del Portillo presenció el bombardeo de un barco en el Mediterráneo. Por otra parte, la guerra se interfirió poco en el Opus, fuera del desembarco aliado en Sicilia, que, comenta Vázquez, "se interpuso en el camino de las negociaciones comenzado por el presidente general del Opus en 1943".

Para asombro de los italianos, concedida una audiencia por Pío XII, Alvaro se dirigió a ver al Papa con el uniforme de gala de ingeniero de caminos español. Después, volvió a Madrid. La Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz recibió aprobación el 11 de octubre de 1943, aunque la noticia no llegó a la capital española hasta la semana siguiente. Fue recibida con alegría. El 8 de diciembre el obispo de Madrid constituyó fornalmente la Sociedad Sacerdotal en su diócesis.

Por tanto, ahora había dos organizaciones bajo el mando le Escrivá de Balaguer. El Opus Dei, que como "Pía Unión> aún existía, y la "unión sacerdotal" llamada Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, creada junto a aquélla. Los problemas jurídicos que han acosado desde entonces al Opus han surgido de las dificultades de salir adelante con dos instituciones completamente distintas.

Las palabras con que se abre la Constitución de 1943 de la Sociedad Sacerdotal subrayan el problema: "La "Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz" es una sociedad preferente (praeferenter) sacerdotal, de gente que vive en común sin votos." Además de cualquier otra consideración que pueda hacerse sobre la pertenencia a este grupo, la exclusión mujeres, obviamente, un hecho aclarado por el párrafo 8 de la "Constitución", que declara que la sociedad está compuesta por dos secciones: una de sacerdotes (había, por supuesto, un solo sacerdote en el momento de su fundación, el propio Escrivá de Balaguer), y la otra de laicos que están en camino del sacerdocio preparándose para la ordenación. La ley de la Iglesia requiere que una asociación sacerdotal esté dirigida por sacerdotes. No se exige, sin embargo, que sólo puedan pertenecer a ella sacerdotes.

Era tarea especial de la Sociedad Sacerdotal cuidar del Opus Dei, el cual tenía sus propios estatutos, añadidos a los de la Sociedad Sacerdotal. Existían, sin embargo, acusadas similitudes: ambas tenían numerarios y supernumerarios, como se llamaban las dos clases, el equivalente, más o menos, a miembros de plena dedicación y a miembros a tiempo parcial. Mientras la Sociedad tenía " electi" ("elegidos"), con voz en el gobierno del Instituto, el Opus tenía "inscritos", con bastantes más obligaciones espirituales que los miembros menores. La Sociedad Sacerdotal tenía varias casas para los miembros que vivían en común. El Opus solamente debía tener una única residencia (articulo 11). Un precepto bastante extraño era que nadie que hubiese sido bautiza adulto podía ingresar en la Sociedad Sacerdotal. Tampoco podía ingresar nadie que no pudiese demostrar que, al menos en una rama de la familia, tenía antepasados católicos durante. tres generaciones. A excepción de este último precepto, el perfil del Opus y el de la Sociedad Sacerdotal preparado la Sagrada Congregación de Religiosos del Vaticano que se ocupaba de tales asuntos, se parecía mucho más a un esbozo de Constitución actualmente en vigor, y tampoco se diferenciaba acusadamente de ella, al menos para un observador extraño.

Curiosamente, no había nada en los estatutos que rigen la Sociedad Sacerdotal que apuntase a ningún requerimiento específico de secreto. El artículo 12 de los estatutos del Opus, por otra parte, era muy explícito: "Para que la humildad no sufra daño, 1°) no deberán publicarse ni periódicos ni libros como pertenecientes al Opus; 2°) los miembros no deben llevar ningún signo distintivo de pertenencia, 3) los miembros deben ser instados a no hablar del Opus a extraños."

Hasta entonces la fundación de Escrivá era una organización incardinada en la diócesis. Hacia 1946 la Sociedad Sacerdotal tenía unos doce sacerdotes, unos 250 numerarios y no menos de 400 "oblatos", que vivían vidas similares a las de los numerarios, pero no residían en casas del Opus. El Opus Dei subordinado tenía alrededor de 350 miembros. Su espiritualidad simple, práctica, bastante masculina, obviamente ejercía un atractivo sobre la devota España de Franco en su determinación de revitalizar la vida religiosa del país. Había casas de una u otra clase en Madrid, Valencia, Barcelona, Zaragoza, Valladolid, Sevilla, Bilbao, Granada y Santiago de Compostela. El año anterior, Escrivá había visitado tres veces Portugal con la esperanza de extender su obra a aquella parte de la península Ibérica. Ya había miembros de otros países, algunos de ellos de Italia. Era el momento, sentía el fundador, de subir un poco más en la jerarquía de las organizaciones eclesiásticas para pasar de ser un instituto diocesano a ser uno con estatuto sin restricciones en la Iglesia católica.

El leal Alvaro del Portillo fue de nuevo enviado a Roma en busca de la aprobación pontificia para un nuevo estatuto para el Opus Dei. Pero aquello era algo que la curia de Roma no estaba dispuesta a conceder, a tan sólo tres años de haberse erigido el Opus como instituto diocesano. Alvaro encontró el camino más arduo de lo que esperaba y pidió ayuda a Escrivá. El fundador dejó Madrid el 23 de junio de 1945 en compañía de un miembro del Opus que hablaba italiano, José Orlandis, y se dirigió en coche a Barcelona, deteniéndose en los santuarios marianos del camino. Desde Barcelona tomó un barco hasta Génova y luego siguió en coche a Roma.

Raimundo Pániker recuerda la vuelta de Roma de Escrivá. "Hijos míos -les dijo-, he perdido mi inocencia". Según Pánniker, fue a Roma como un sacerdote sincero, honesto, sencillo..., en otras palabras, ingenuo. Allí vio cómo se gobernaba a la Iglesia, la intriga y la práctica de prebendas dentro de la corte papal. Si los cardenales y monseñores podían comportarse de aquel modo, razonó, y era perfectamente correcto, él, por tanto, también podía, desde luego sólo para promover el reino de Dios. En interés del reino, las reglas ordinarias de moralidad podían ser, si no burladas, al menos esquivadas. Roma había ejercido sobre Escrivá de Balaguer una fascinación inmensa. A finales de agosto estaba de regreso en Madrid. Dos meses después estaba de nuevo en la capital italiana, y Roma iba a ser su principal lugar de residencia para el resto de su vida.

Mientras tanto, la misión en el Vaticano no había tenido demasiado éxito. Alvaro del Portillo tuvo que contentarse con. la aprobación de la curia de una serie de privilegios espirituales. Éstos eran para el Opus Dei bastante más importes de lo que podían parecer a primera vista. Era típico de una institución religiosa que a sus miembros se les concediera el privilegio de recibir, o se les autonizara a dispensar a los sacerdotes miembros, "indulgencias" o bendiciones de una u otra clase. Era una cuestión de orgullo. Listas de tales privilegios disponibles para los miembros de tales instituciones y para los que estuvieran bajo su guía espiritual. Jugaban un papel bastante mayor en la devoción católica de los años cuarenta y cincuenta que el que juegan hoy en día. Para el Opus Dei, el que le fueran concedidos sus propios privilegios era una buena señal.

Alvaro reunió una considerable cantidad de estos privilegios. Son de lectura interesante, porque indican la devoción con la que se esperaba que vivieran los miembros del Opus. El día en que un neófito entraba, se le concedía indulgencia plenaria, que es la que promete la remisión sin purgatorio de toda pena debida por los pecados ya perdonados, al igual que cada paso hacia delante dado en la escala de calidad de miembro. Se podía obtener otra indulgencia plenaria para quienes besaran la madera de una cruz en una capilla del Opus el día de la fiesta de la Invención de la Santa Cruz (el 3 de mayo), y otras menores por el mismo acto realizado en otras ocasiones. No hay duda de que el Opus Dei daba, y sigue dando, gran importancia a esta arcana muestra de la tradición católica.

Con estas concesiones tuvo que contentarse el Opus por el momento. Pero había cosas mayores en camino. El 2 de febrero de 1947, una "Constitución Apostólica" emitida por la curia romana y conocida, como es costumbre, por sus primeras palabras como "Provida Mater Ecclesia", estableció una nueva estructura jurídica en la Iglesia católica: los Institutos Seculares.

Las características distintivas de un Instituto Secular son muy adecuadas a la forma de vida que el Opus promovía entre sus miembros. Ninguno lleva vestido, o hábito especial; ninguno hace los votos en público, aunque puedan hacerlos en privado. En los Institutos Seculares aquéllos no cambian su profesión ni ocupación por ser miembros, ni cambian tampoco su estatuto eclesiástico: los laicos siguen siendo laicos, los sacerdotes no dejan de ser clérigos.

Esta nueva forma de organización fue ansiosamente recibida por el Opus como la solución que habían estado buscando. Tan ansiosamente, de hecho, que la Sagrada Congregación de Religiosos hizo apresuradamente un decreto declarándolo el primer Instituto Secular: éstas eran exactamente las palabras con las que comenzaba el decreto, y por tanto, por las que es conocido: "Primum Institutum Saeculare. Estaba fechado exactamente tres semanas después del "Provida Mater Ecclesia", el 24 de febrero de 1947. El que el "Provida Mater Ecclesia" pareciese cuadrar tan bien con el Opus, no sorprendió. A través de su creciente compromiso con la curia papal, Alvaro había participado en dar a luz la nueva estructura. La "Constitución" fue recibida con agrado por los miembros del Opus, que dieron la sensación de que tomaban posesión de la misma un poco como han intentado, con considerable éxito, monopolizar sus últimos estatutos; aún son el único ejemplo de lo que se conoce como una "prelatura personal". En 1948 Escrivá dio una conferencia alabando a los Institutos Seculares. En aquella fecha el fundador y sus seguidores estaban deseosos de que el Opus fuera reconocido no sólo como Instituto Secular, sino como el primero de ellos, según derecho. El "según derecho" es importante, porque desde luego había organizaciones más antiguas que el Opus que, o nunca fueron consideradas como tales, o lo fueron más tarde.

Bastante curioso es que, en un artículo bibliográfico publicado en 1981, el recopilador, Mateo-Seco, omitiera toda mención de la conferencia de Escrivá, que ya había sido publicada. Sin embargo, cuatro años más tarde, en su contribución a "Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, reparó la omisión, con una nota a pie de página y, como él admite, fuera de lugar. El pasaje que cita del propio artículo de Escrivá no menciona al "Provida Mater Ecclesia", el tema sobre el que estaba escribiendo. En su lugar cita un apartado que remarca aquellos elementos de la vida del Opus que, finalmente, Escrivá decidió que no cuadraban con el modelo de un Instituto Secular.

La cita de Mateo-Seco es, por tanto, tendenciosa. Pero llama la atención sobre los problemas a los que el Opus Dei debería enfrentarse y que lo llevaron al punto donde se quedó, asistiendo a reuniones de representantes de Institutos Seculares, y rechazando luego el estatuto por completo. Parece que no sin razón. Porque el "Provida Mater Ecclesia" pone a los Institutos Seculares bajo el control de la Sagrada Congregación de Religiosos y hay una tendencia definida a hacerlos parecer cada vez más a las congregaciones religiosas. Escrivá de Balaguer se oponía a tal asimilación.

Dos meses después del reconocimiento del Opus como Instituto Secular, Escrivá fue elevado al rango de "Prelado Doméstico del Papa", lo que le dio derecho al título de monseñor, y a llevar púrpura como parte de su hábito sacerdotal.

"Procuró siempre tener y usar la ropa que era necesaria -escribe Bernal-. Hubo una época en que llevó solideo para compensar la edad que no tenía... Después, para subrayar la secularidad del Opus Dei, se puso algunas veces la sotana ribeteada de rojo y los demás distintivos propios de su condición de Prelado Doméstico. Años más tarde confesó que eso le resultaba mucho más duro que varios cilicios"(*). (*)Un cilicio es el brazalete con púas llevado en ocasiones por miembros del Opus en el brazo o en la pierna como una forma de penitencia.

El sucesor de Escnivá, Alvaro del Portillo, también tiene el título de monseñor, pero como cabeza de la Prelatura recientemente instituida, luce un anillo de obispo y una cruz sobre el pecho como un obispo, cosa que no es. Bastante curiosamente para una Constitución formal, el documento aprobado en 1950 hizo especial mención a que "títulos de honor tales como los normalmente otorgados por autoridades civiles o eclesiásticas a los clérigos o a los laicos, no están prohibidos a los miembros del Opus Dei", aunque estaba prohibido intrigar por ellos (párrafo 14,5). A los sacerdotes del Opus que llegaban a superiores también se les permitía llevar alguna señal que indicara su rango (párrafo 14.6), una concesión a la que el nuevo prelado obviamente le da mucha importancia.

El nuevo estatuto del Opus requería que su sede estuviera en Roma. A comienzos de 1947 no tenía residencia fija en la ciudad. El problema se le planteó a una duquesa italiana, Virginia Sforza Cesarini. Ella conocía un edificio en el Viale Bruno Buozzi, en otro tiempo Embajada de Hungría en la Santa Sede, que el propietario deseaba vender. Fue adquirido en julio y Escrivá lo llamó "Villa Tevere". Se llevaron a cabo amplias mejoras para hacer del edificio una mansión elegante e imponente, en nada semejante a otras sedes de institutos religiosos en Roma. El trabajo de restauración no estuvo completo hasta principios de 1960.

Sin duda, el Opus ya estaba establecido en Italia. Fuera de Italia y, desde luego, fuera de España, tenía centros, además, en Portugal (desde 1945) y en Inglaterra (desde 1946). En el año de su aprobación como Instituto Secular se extendió a Francia y a Irlanda. Dos años más tarde también estaba en México y en Estados Unidos. En 1950 se estableció en Chile.

Había comenzado también a expandirse de otras formas. En cuanto le fue dada la aprobación como Instituto Secular, Escrivá decidió que el Opus debía tener miembros casados. Vázquez de Prada cita largos pasajes del fundador alabando el matrimonio, pero una actitud claramente distinta puede encontrarse en Camino. Incluso la máxima 28 dice

<El matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado mayor de Cristo. Así, mientras comer es una exigencia para cada individuo, engendrar es exigen sólo para la especie, pudiendo desentenderse las personas singulares.
"¿Ansia de hijos...? Hijos, muchos hijos, y un rastro imborrable de luz dejaremos sí sacrificamos el egoísmo de la carne."

Uno debe recordar que, para los católicos criados en el molde tradicional, como lo fue Escrivá, la procreación era el propósito primordial del matrimonio. Engendrar hijos era lo que hacía inviable una armada para servir en el cuerpo de oficiales (aunque desde luego también le protegía a uno de "las cargas del hogar", máxima 26). Aparte el desprecio por el matrimonio, la característica objetable del comentario de Escrivá es la clara distinción de "clase" que introduce. Desde luego, era frecuente en el clero tener esos pensamientos o. reconocer la superioridad de la vida célibe. Lo extraño estriba en que se dé un sacerdote cuyo carisma, uno se siente empujado a creer, fue la creación de un estatuto laico, o seglar dentro de la Iglesia.

Sea como fuere, 1947 vio el añadido de una categoría de casados a las clases del Opus. Desde entonces, gente casada podía entrar, y entraba, como miembro supernumerio, sin esperanza (y sin duda, sin deseos) de subir de categoría.

Alrededor de 1950, la sección masculina del Opus tenía unos 2.400 miembros, de los cuales aproximadamente una veintena eran sacerdotes. Unos dos tercios de los mismos estaban en España. Le seguía el grupo portugués, con aproximadamente 260 miembros. México e Italia (en este último país el mismo Escrivá había estado particularmente activo buscando adeptos) tenían aproximadamente unos cien cada uno. Los países arriba mencionados eran aquellos en los que el Opus Dei había tenido más éxito. Además, había unos 550 miembros de la sección femenina.

El año 1950 es importante, porque fue el año en el que el Opus Dei fue recompensado con la aprobación formal como Instituto Secular por el Papa Pío XII. El decreto de 1946 había sido un "decretum laudis", una declaración generalizada de aprobación. El 16 de junio de 1950 llegó el documento formal, con la aprobación de la nueva Constitución. Aunque se publicó otra en 1982, este fascinante documento no ha sido invalidado. La sección 2 de las "Disposiciones finales" de la versión de 1982 insiste en que la regla anterior sigue vigente, excepto en lo que esté específicamente revocada. En especial mantiene su interés porque, a diferencia de la última versión, tiene mucho que decir acerca de la espiritualidad de la institución y del método de obrar. Tanto, de hecho, que incluso antiguos oficiales de alto rango del Opus, como María del Carmen Tapia, creían que la versión impresa al final de "La prodigiosa aventura del Opus Dei", de Jesús Infante (1970), no era la Constitución, sino "Praxis", un manual publicado para la guía de miembros regularmente actualizado. Sin embargo, los oficiales del Opus no han negado que sea la Constitución del Instituto, aunque han comentado desfavorablemente tanto la traducción como la edición.

El mayor cambio desde las variaciones anteriores de la regla del Opus en la versión de 1950 es el permiso concedido a los sacerdotes diocesanos para convertirse en miembros. Podrían, según el párrafo 72, convertirse en oblatos o en miembros supernumerarios. No podían, sin embargo, convertirse en numerarios, porque esto les apartaría de la obediencia a su obispo. Así se resolvió un problema que había estado inquietando a Escrivá: había estado pensando, así lo relata Vázquez de Prada, en dejar el Opus para dedicarse al progreso espiritual del clero diocesano: ahora podía hacerlo dentro de su fundación original.

Otra innovación en la Constitución de 1950 (párrafo 29) era la categoría de "cooperadores" para ayudar con sus oraciones y sus 1imosnas, y colaborando activamente en proyectos a ellos encomendados por los superiores del Instituto. A cambio, ellos sacan provecho de los beneficios espirituales del Opus. Los cooperadores abarcan incluso a aquéllos "que no profesan la verdad católica"; están, sin embargo, en peligro de ser convertidos. Cuando un distinguido periodista católico inglés supo que, por un servicio que había prestado al Opus cuando llegó a Londres al principio, era considerado cooperador, se encolerizó.

Hay un número de características inusuales en la nueva Constitución tal como fue aprobada en 1950 por la Sagrada Congregación de Religiosos. La Congregación rompió reglas que ella, u otros departamentos de la curia papal, habían establecido hacía tiempo para una mejor dirección de los Institutos religiosos. Por ejemplo, el código de 1917 había insistido en que, sin la especial aprobación de Roma, que, en este caso, Escrivá de Balaguer no había buscado, los Instituto religiosos de mujeres no debían depender de sus equivalente masculinos en lo relativo al gobierno del mismo: debían tener sus propios superiores, incluso al más alto nivel. La sección de mujeres del Opus, por otra parte, dependía totalmente de Escrivá al más alto nivel, y a nivel regional del consiliario regional (*)
(*) La pretensión de estar separados se ha mantenido. Cuando se preguntó qué hubiera sucedido después de la muerte de Escrivá si la sección femenina hubiera designado como a su sucesor a alguien distinto al sacerdote escogido primero por los hombres, una mujer miembro del Opus se quedó desconcertada por la pregunta. Aparentemente, esta posibilidad no había cruzado nunca por su mente.

También se había acordado por las autoridades romanas que, aunque "la cuenta de conciencia" podía ser beneficiosa como ejercicio espiritual, estaba tan expuesta al abuso que no debía ser obligatoria en los miembros de los Instituto religiosos.

La práctica, que incluía decirle al superior todo sobre uno mismo, dificultades e imperfecciones propias, se hizo obligatoria para todos los miembros del Opus.

Finalmente, la Sagrada Congregación de Religiosos había querido asegurar que las divisiones dentro de un Instituto fueran las menos posibles. Dentro del Opus, sin embargo, no sólo había cooperadores, supernumerarios y numerarios u oblatos: incluso dentro de la categoría de los mismos numerado había distinciones de clase.

Sin embargo, lo que en conjunto es importante aquí es la clase de organización que surgió a partir de la concesión del decreto de la Sagrada Congregación de Religiosos del 16 de junio de 1950, lo que un comentarista llama la "fisonomía" del Opus, que, según ellos, es, era y siempre ha sido una organización claramente laica (laica como opuesto a "clerical", no dirigida por "clérigos" ni sacerdotes). La Constitución de 1950 es, sin embargo, según la apreciación de todo el mundo, claramente clerical.

Esto se puede ver a dos niveles. El primero, el más evidente, es que la dirección del Opus Dei estaba en manos de sacerdotes. El número de clérigos en 1950 era pequeño, alrededor de una veintena en un total de unos tres mil miembros. De estos últimos, unos quinientos cincuenta eran mujeres y, por tanto, no eran aptas para el sacerdocio. Los restantes dos mil cuatrocientos hombres estaban divididos en las dos categorías de numerarios y supernumerarios, de modo que los que podían ser ordenados (los numerarios) eran unos mil.

Las primeras dos secciones del primer capítulo de la Constitución de 1950 establecen que el nombre correcto de la organización es "La Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y el Opus Dei", y que, en conjunto, es un Instituto "clerical". Sin embargo, un número de personas que, en estimación del padre, se considere adecuado para la ordenación al sacerdocio, aunque técnicamente no sean clérigos, también pertenecen a la Sociedad Sacerdotal.

Esto es lo primero: el Opus Dei es clerical en su estructrura de mando y en la forma en que el ser miembro pleno parece reservado a aquellos que son sacerdotes y a aquellos que "pudieran serlo".

Segundo: es clerical en el sentido amplio en el que los católicos utilizan el término para designar a las monjas y a los sacerdotes. Ésta es una utilización de sentido común. "Laico" en inglés tiene tendencia a significar "no profesional". Pero, desde luego, tanto las monjas como los sacerdotes y los numerosos miembros no ordenados de las órdenes religiosas se ganan su sustento siendo miembros activos "profesionales", o a tiempo completo, de la Iglesia. Su común denominador es que viven en comunidades. Viven, en otras palabras, una "vida común". La vida convencional de familia es sustituida por una forma de vida familiar basada en la vida de la congregación religiosa a la que se han entregado.

Ya hemos visto que era el deseo de Escrivá de Balaguer que la vida dentro del Opus fuese, lo más cercana posible, una vida de "familia". No escatimó esfuerzos para llevarlo a cabo, tanto en el estilo de vida, como en el lenguaje que alentaba para con él y para con sus parientes cercanos. Pero a los numerarios, los únicos miembros propios de la Sociedad Sacerdotal, se les exigía seguir los ideales evangélicos de perfección, tal como, en la tradicional interpretación de la Iglsia católica, se les exige a los miembros de las congregaciones religiosas. También se les exigía llevar una vida "común" en casas especiales del Opus.

Aunque en 1950 se les había dado la categoría de Instituto "Secular" -y se vanagloriaban del hecho de ser los primeros de su clase-, la secularidad no significaba "laico" en el sentido ordinario del término. En realidad, los miembros pleno, los numerarios, eran religiosos y monjas.

Esa impresión se hace más acusada cuando la Constitución de 1950 continúa hablando del proceso por el cual las personas se convierten en miembros del Opus Dei. Primero hay un período de "pruebas", luego una "oblación" de cinco años, finalmente la "fidelidad", con su obligación de por vida. Para los que se unían como numerarios, la fidelidad requería que tomasen los votos tradicionales de pobreza, castidad y obediencia. (De paso, se les exigía hacer nuevos votos que salvaguardaran la institución y, al insistir en la consulta a los superiores, aumentaban el grado de control que los superiores podían ejercer sobre los miembros.)

De nuevo, como religiosos y religiosas totalmente novato, la vida espiritual de los miembros era rigurosamente controlada por la Constitución de 1950. Donde los miembros viviera juntos como "familia", había que poner una cruz negra sin la figura de Cristo sobre ella. Cada noche debían rezar juntos, individualmente si no fuera posible, el rosarioo, la plegaria a la Virgen María compuesta de quince misterios de diez avemarías cada uno, seguido de una reflexión sobre el Evangelio leído en la misa aquel día. Cada habitación debía tener una imagen de la Virgen, a la que se saludaba al entrar y salir.

Después estaban las obligaciones diarias para cada miembro: naturalmente, oír misa cada día, media hora de oración mental por la mañana y otra media hora por la noche, lectura espiritual. Cada mes dedicaban un día entero a cosas del espíritu y cada año varios días a "ejercicios" espirituales o retiro.

Nada de esto sería extraño en absoluto en ninguna congregación religiosa, masculina o femenina, con la excepción de la práctica de la cruz sin la figura del Crucificado ("Cuando veas una pobre Cruz de palo, sola, despreciable y sin valor..., y sin crucifijo, no olvides que es Cruz es tu Cruz: la de cada día, la escondida, sin brillo y sin consuelo..., que está esperando el Crucificado que le falta: y ese Crucificado has de ser tú". Camino 178). Lo raro era la insistencia de Escrivá en que el Opus Dei no era en absoluto una congregación religiosa, sino una organización laica. A ese nivel no tenía sentido. Ni tampoco tenía sentido cuando se comparan las secciones femenina y masculina. Escrivá no podía tomarse a las mujeres en serio como iguales a los hombres varones de su Instituto. Quizá no era nada fuera de lo corriente para su tiempo (aunque uno debe recordar que el Opus se jacta de que Escrivá de Balaguer iba por delante de su tiempo en la organización de su Instituto), pero estaba expresado de modos notablemente mezquinos.

Tomemos, por ejemplo, la oración que Escrivá ordenó para cerrar todas las reuniones formales de la sección masculina del Opus. Es una invocación a la Virgen María: "Santa María, esperanza nuestra, trono de sabiduría, ruega por nosotros." La oración designada para las mujeres en circunstancias similares es sólo ligeramente distinta, pero la diferencia es significativa: "Santa María, esperanza nuestra, esclava del Señor, ruega por nosotras." Aunque se contaba con que las mujeres numerarias, al igual que los hombres, tuvieran o fueran capaces de obtener doctorados, no se contaba con que invocaran a María como "trono de sabiduría". La sabiduría no era para ellas. Esa invocación fue sustituida por una que recordaba a la sección femenina del Opus al final de cada encuentro que su papel-modelo era el de sirvienta, en una posición de subordinación.

Pero la jerarquía forma parte de la mentalidad del Opus. La Constitución de 1950 muestra haber incluido no menos de cuatro clases de miembros: numerarios, numerarios que habían tomado votos adicionales (o "fidelidades"), numerarios conocidos como miembros "inscritos" que se encargaban básicamente de las actividades del Opus Dei, regentando casas similares y que tenían voto, cuando se votaba, en los asuntos del Instituto, y finalmente los numerarios, "elegidos", por quienes se podía votar. La subida de categoría dependía del antojo de Escrivá y de sus consejeros.

Exactamente en el momento en que el Opus legislaba esta distinciones de clase, otros cuerpos religiosos dentro de Iglesia católica estaban haciendo justamente lo contrario, i:ntentando reducir las rígidas distinciones que hasta entonces habían existido, por ejemplo, entre "hermanas legas" y "monjas de coro" -las primeras hacían todo el trabajo manual y las últimas (gozando del título de "madre") tenían todos los papeles dominantes-. En 1950 tales distinciones se veían ya como destructoras de la buena vida comunitaria; sin embargo, Escrivá de Balaguer insistía en ellas. Lejos de estar a la vanguardia del desarrollo de la vida religiosa, el Opus estaba retrocediendo a los viejos modelos que estaban siendo abandonados por otros, del mismo modo que Escrivá los estaba imponiendo.

Esta, pues, fue la Constitución bajo la cual el Opus Dei siguió existiendo durante más de treinta años, aunque con la creciente convicción de que no era una forma jurídica adecuada para lo que Escrivá tenía en la mente cuando fundó la organización. Así, al menos, es como la historia del desarrollo legal del Instituto es presentada por la misma Obra.

Todo esto hace que sea curioso que el Opus Dei fuese la primera organización en recibir el estatuto de Instituto Secular. Uno hubiera esperado que la primera Constitución aprobada hubiese sido el modelo para otras, antes que uno que transgrediera las propias normas de la Sagrada Congregación volviendo a prácticas que ésta deseaba eliminar. No obstante Salvador Canals, en su "Secular Institutes and the S tate of Per fectíon, fechado en Roma el 26 de octubre de 1952, recomienda la estructura del Opus Dei, tal como fue aprobada en l950 como una "solución ideal" para un problema canónico que él mismo ha arreglado (Salvador Canals, "Secular Institutes and the State of Perfection". Dubín: Scepter, 1959, pág. 127. La edición original española fue publicada por Ediciones Rialp). Su libro dedica todo un capítulo a "algunas "notas jurídicas" sobre el primero de los Institutos Seculares, la "Asociación Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei". No sorprende porque, por supuesto, el doctor Canals es un sacerdote del Opus. También era miembro de la Sagrada Congregación de Religiosos y encargado de la oficina especial establecida para tratar de los Institutos Seculares. Quizá las curiosas cláusulas permitidas en la Constitución del Opus, en contradicción con la práctica habitual de la Congregación, debían mucho a la influencia del Opus Dei dentro de la misma Congregación.

Hubo unas circunstancias algo extrañas en la historia de la concesión de la Constitución del Opus como Instituto Secular. En el verano de 1947, una época en que los observadores profesionales del Vaticano, o huyen del calor de Roma, o, cuando menos, no están lo que se dice perspicaces, Alvaro del Portillo, en nombre del Opus Dei, preguntó si los obispos u otros superiores religiosos que debían conocer los pormenores de los Institutos Seculares que ellos consideraban hasta cierto punto secretos, estaban también obligados a guardar tal secreto sobre estos Institutos en sus tratos con los demás. La Sagrada Congregación de Religiosos resolvió que así debían obrar.

Dos años más tarde, casi el mismo día, Alvaro formuló de nuevo una pregunta sobre el secreto a la Sagrada Congregación. ¿Sería necesario, o solamente conveniente, mostrar al obispo, en cuya diócesis el Opus desease abrir un centro, el texto completo de la Constitución del Instituto o comprometerse corporativamente con ella en obras apostólicas? Si la congregación decidía que no era necesario entregar la Constitución completa, entonces el Opus quería saber qué parte debería ponerse a disposición del obispo. La Congregación decidió que no era ni necesario ni conveniente entregar la Constitución completa. Los únicos documentos que el Opus, o cualquier otro instituto similar, estaba obligado a revelar eran el decreto de aprobación, un resumen de la Constitución y una lista de los privilegios de que gozaba el Instituto que pudieran de algún modo implicar al obispo local.

Casi exactamente al mismo tiempo en que hacía la segunda petición a la Congregación, Alvaro quiso saber también si el obispo local "tenía" que ser informado absolutamente acerca de todas y cada una de las residencias del Opus, o solamente de las más públicas. De nuevo obtuvo la respuesta que sin duda quería: únicamente la existencia de centros completos (y de actividad apostólica formal de naturaleza corporativa) debía ser revelada al obispo dentro de cuya jurisdicción estas actividades se llevaban a cabo.

Estos tres notables documentos de la Sagrada Congregación de Religiosos se publicaron originariamente, con un comentario muy favorable, en una publicación técnica sobre Derecho canónico, el "Commentarium pro Religiosis" de aquel mismo año, 1949 (vol. 28, págs. 303-304). Volvieron a emerger en la misma publicación, con ocasión de la concesión al Opus de su nuevo estatuto como prelatura personal casi un cuarto de siglo después (vol. 64, 1983, págs. 351-353). El comentario favorable seguía en su sitio. El comentarista apuntaba que Alvaro del Portillo aparentemente no pedía estas disposiciones sólo para beneficio del Opus Dei, sino también para el de todos los nuevos Institutos Seculares.

Estos adicionales ejercicios en secreto, o de forma furtiva tuvieron lugar entre la aprobación del Opus como Instituto Secular y la definitiva aprobación de su Constitución. En realidad, si lo que el Opus temía era que las Constituciones cayeran en manos de un obispo -y no de un obispo cualquiera sino de uno que fuera lo bastante favorable como para haber permitido que el Instituto trabajase en su diócesis- está lejos de parecer claro. La Constitución de 1950 proclamaba que la organización consideraba una señal distintiva el mostrar "absoluta y total adhesión y sumisión a la jerarquía y a la autoridad en la Iglesia" (párrafo 208).

Eso, aparentemente, no significaba que estuviese dispuesto a confiar en miembros de la jerarquía dándoles copias de la Constitución.

Es difícil reconciliar estos documentos tan ansiosamente buscados entre 1947 y 1949 con la propia aseveración de Escrivá:

"Es fácil conocer al Opus Dei. Trabaja a plena luz del día en todos los países con el reconocimiento jurídico total de las autoridades eclesiásticas y civiles. Los nombres de sus directores y de sus empresas apostólicas son bien conocidos. Cualquiera que desee información puede obtenerla sin dificultad" (J. M. Escrivá de Balaguer, "Conversations with Monsignor Escrivá de Balaguer. Manila: Sinag-Tala, 1977, pág. 50. La entrevista citada era con Peter Forbarth, de "Time", el 7 de enero de 1966).

La acusación de secretismo no desaparecerá, a pesar de las constantes negaciones de Escrivá y de miembros inferiores de que sea una organización secreta. Aquí se alude simplemente a ello para explicar de nuevo el problema de clasificar la historia del Instituto. Los relatos oficiales o semioficiales que hay se extienden en la aparentemente milagrosa expansión de la organización. Hemos visto anteriormente lo lejos que había llegado en 1950. Al año siguiente, según Vázquez de Prada, había llegado a Colombia y a Venezuela. Después, en las dos décadas siguientes, se estableció en Alemania, Perú y Guatemala (1953), Ecuador (1954), Uruguay (1956), Brasil y Austria (1957). Para finales de los sesenta había centros en Japón (desde 1959), en las Filipinas (desde 1964) y en otras partes.

El Opus también se estableció en Africa, especialmente en Kenia, aunque poco después se extendió a Nigeria en 1958. Tres años más tarde, se establecieron en Nairobi dos escuelas, "Strathmore College" y "Kianda School". Con cierta justificación, el Opus las reivindica como las primeras escuelas interraciales del continente africano.

En 1957, cuatro años después de llegar a Perú, y a petición directa de la Santa Sede, los miembros del Opus fueron a trabajar en la Prelatura de Yauyos. Este tipo de actividad, en la que el Opus se encargó de toda una zona del país a la que la Iglesia no podía proporcionar clero, supuso una nueva dirección para el Instituto, pero una dirección que iba a tener un gran impacto, especialmente en Perú (ver capítulo VI).

El papel del Opus en Australia ha sido especialmente discutible. La Obra se estableció allí por primera vez en 1963 y en 1971 estableció, a petición del cardenal Gilroy, arzobispo de Sidney, una Facultad en la Universidad de New South Wales. Se llama <Warrane College" y, como es habitual en estos casos, sin ningún signo externo de su afiliación. Es la única Facultad católica de la Universidad y parece atraer en particular a estudiantes de zonas rurales, que saben poco del Opus antes de llegar. Sólo tres años después de haberse establecido, la misma Universidad constituyó un comité para investigar la dirección del "Warrane", en respuesta al desasosiego existente en el campus. Aunque el informe del comité en términos generales exculpaba al Opus, expresaba su sorpresa por el grado de presión ejercido sobre los estudiantes para que se unieran al Opus y por algunas de las normas de la Facultad. Por ejemplo, los estudiantes protestaban por la censura tanto de los diarios como de la Televisión. Muchos de ellos, bastantes más que en otras residencias de la Universidad, buscaban otro alojamiento en cuanto podían. En 1985, los sacerdotes consejeros del arzobispo de Melbourne le recomendaron que denegara el permiso al Opus para abrir una casa en aquella diócesis (John Lyone, "The Australian", 28, 9).29 y 30 de noviembre de 1987).

La institución educativa quizá más importante del Opus, con seguridad la de más prestigio, comenzó a existir en 1952. Aquel año se estableció la Universidad de Navarra en Pamplona, bajo la dirección de uno de los miembros más distinguidos del Opus, Sánchez Bella, a quien se hizo volver de Argentina especialmente para este propósito. En 1960, con unos mil quinientos estudiantes, fue formalmente reconocida como Universidad por la Santa Sede y Escrivá de Balaguer fue nombrado gran canciller.

A primera vista, no había nada inusual en todo esto: España ya poseía Universidades pontificias, y el Concordato entre España y la Santa Sede permitía la creación de tales instituciones. Pero lo que el Opus consiguió establecer en Pamplona, con la ayuda del nuncio en Madrid, monseñor Antoniutti, un amigo leal del Opus Dei, y del cardenal Ottaviani, uno de los más conservadores de los prelados romanos, fue algo totalmente fuera de lo corriente. De las cinco facultades formalmente establecidas, solamente una, la de Derecho canónico, estaba directamente relacionada con la Iglesia; las demás eran seculares. El Opus, en otras palabras, había procurado una alternativa a las instituciones del Estado, y se encargaron de que no tuvieran parangón en España.

Pero las cuestiones no eran tan sencillas. Los jesuitas dirigían dos venerables Universidades en el Norte de España, la de Comillas, entonces cerca de Santander, pero ahora en Madrid, y la de Deusto, en Bilbao. Estaban buscando una clase similar de estatuto para una u otra de estas instituciones, preferiblemente para Deusto, que entonces tenía setenta y cinco años. La elección de Roma de la advenediza Universidad de Navarra fue un golpe severo para las esperanzas de los jesuitas y para su prestigio. No hizo nada para mejorar las relaciones entre ellos y el Opus.

Habla otro problema. Navarra era una Universidad privada y cabe suponer que mantenida por fondos privados. Cuando Vázquez hace la lista de sus fuentes de ingresos, las da como provenientes de negocios y corporaciones locales, instituciones culturales y fundaciones que hacen donaciones, tanto españolas como extranjeras. Ésa no es la historia completa. El Gobierno foral de Navarra les daba unos fondos considerables y el hecho de que ahora, bajo un régimen socialista, esté en proceso de retirar su ayuda, está causando problemas considerables a la administración de la Universidad. Igualmente, el Gobierno central ha proporcionado subvenciones en "cantidades importantes" (Daniel Artigues. "El Opus Dei en España". París: Ruedo Ibérico, 1971, págs. 9-10). Dados estos hechos, parece un poquito injusto, por no decir nada generoso, que Escrivá dijera, al ser entrevistado por Peter Forbarth:


"En muy pocos lugares hemos tenido menos facilidades que en España... La situación en España con respecto a nuestros apostolados corporativos tampoco ha sido especialmente favorable. Los Gobiernos de países en los que los católicos son minoría han ayudado a las actividades educativas y de asistencia social fundadas por miembros del Opus Dei de forma bastante más generosa que el Gobierno español".

Aunque otras Universidades del Opus Dei se abrirían en otras partes del mundo, la de Navarra sigue siendo la obra maestra de la organización, con departamentos particularmente buenos de estudios de periodismo y de empresa, dos iniciativas típicas del Opus. Recientemente se ha abierto una filial en Roma, en un intento de establecer su propia escuela d teología en el centro del catolicismo romano. El Opus, sin duda desea emular a los jesuitas con su prestigiosa Universidad Gregoriana, o a los dominicos con el Angelieum, o a otras congregaciones religiosas con sus propias instituciones atrayendo a estudiantes, principalmente eclesiásticos y monjas, de todo el mundo, pero incluyendo a algunos seglares.

El intento del Opus de entrar en esta área ha recibido una acogida decididamente fría por parte de los colegios romanos. Parte de la hostilidad va dirigida hacia su doctrina, claramente conservadora, tratada en todo este libro, y otra parte se debe a la hostilidad general sentida hacia el Opus por muchos sacerdotes católicos. Pero en parte es también una simple cuestión de supervivencia, especialmente para los colegios de mentalidad bastante más tradicional, como el "Lateranense> y el "Angelicum", que temen perder su clientela en favor del Opus. Como comentaba un administrador de una de las más antiguas Universidades pontificias, está siendo cada vez más difícil reclutar gente de todo el mundo; muchas monjas y seminaristas prefieren estudiar en el lugar en el que finalmente tendrán que trabajar. La última cosa que Roma necesita es otra facultad eclesiástica.

A pesar de la oposición, se abrió en una casa de al lado de la Iglesia de San Jerónimo. En esta casa, a finales del siglo XVI, vivió sus últimos días san Felipe Neri. Neri había fundado una sociedad de sacerdotes seculares, la Congregación del Oratorio, y los padres del Oratorio consideraban el edificio como su casa matriz. No eran propietarios, pero la custodiaban y estaban al servicio de la iglesia adjunta. Se habían dado pasos, incluso durante el pontificado de Pablo VI, para sacarlos y entregar los edificios al Opus. En su relato de lo sucedido, la publicación del Oratorio no nombra al Opus, llamándolo simplemente "otra entidad muy poderosa que actuaba a través de canales dudosos, pero efectivos". Los padres del Oratorio fueron a los tribunales y perdieron cuando la causa fue vista ante un oficial que pertenecía a esa "poderosa entidad". Ünicamente la intervención personal de Pablo VI evitó que fueran desalojados.

Después de la muerte de Pablo VI en agosto de 1978, el Vicariado de Roma (el cuerpo que se ocupa de la diócesis de Roma en nombre del Papa, que es técnicamente, por supuesto, el obispo de Roma), nombró un sacerdote del Opus para la iglesia de San Jerónimo. Entonces comenzaron a darse los pasos legales para quitarles a los padres del Oratorio la casa de al lado y entregársela al Opus Dei, ante la aflicción de los hijos de san Felipe. Su interior fue destruido y reconstruido para alojar al centro de estudios del Opus.

Las Universidades, sin embargo, eran y son como tales una parte muy pequeña del apostolado del Opus. Mucho más característico es el establecimiento de residencias universitarias, tanto para hombres como para mujeres. "Netherhall House", en Hampstead, Londres, es una de ellas para hombres. Está situada en una de las zonas más agradables, y especialmente más caras, de Londres.

Los miembros del Opus llegaron por primera vez a Inglaterra en 1946 para ampliar sus estudios. En 1948 se habían establecido en un piso en Rutland Court, Knightsbridge, una zona particularmente elegante de la ciudad, y habían comenzado a tomar contacto con estudiantes universitarios y a darles guía espiritual. Al principio tuvieron poco éxito, al menos, según los criterios del Opus. Vázquez de Prada señala que en 1950 sólo un inglés, llamado Michael Richards, había solicitado su ingreso. Ante tan escaso número de candidatos, este hecho fue claramente un acontecimiento inesperado. La situación era muy distinta en Irlanda. Los irlandeses reclutados se utilizaban para reforzar la escasez de candidatos en Inglaterra. Seguía habiendo apenas una media docena de miembros ingleses cuando Escrivá decidió abrir una residencia universitaria en Londres.

Se había obtenido el permiso del cardenal arzobispo de Westminster para abrir un centro. Se encontró rápidamente un hotel en Netherhall Gardens y fue prontamente adquirido. Se puso en funcionamiento a mediados de 1952, y fueron llevados miembros de la sección de mujeres para cuidar de los menesteres domésticos. Dos años más tarde se redactó una escritura formal de "trust" con Michael Richards y Juan Antonio Galarraga como administradores. Se declaraba que el propósito del "trust" era el progreso de la fe católica.

Otras residencias se fundaron más tarde, tanto en Londres como en otras partes, como "Greygarth" en Manchester y, en 1958, "Grandpont" en Oxford. El relato que Vázquez hace de este último acontecimiento es cuidadoso. También tiene buen cuidado de resaltar el papel jugado por la autoridad eclesiástica, en la forma de un obispo auxiliar de Westminster, el obis po Craven, y del administrador de la Catedral de Westminster monseñor Gordon Wheeler, quien más tarde sería obispo de Leeds. (Estos sucedía exactamente tres años antes de mi llegada a Oxford como estudiante. La historia de Grandpont fue mi primera presentación al Opus Dei; incluso tuve un amigo que vivió allí durante un corto tiempo).

Era natural que el Opus, con su fuerte concentración en el apostolado universitario, hubiese deseado establecer un centro en Oxford. Su tentación natural era abrir una residencia para estudiantes como lo había hecho en Londres. Pero estuvo mal aconsejado y carecía de conocimientos suficientes sobre el sistema de Oxford. Los "colleges" de la Universidad son precisamente residencias universitarias, o así comenzaron. El deseo del Opus de abrir una residencia parecía en aquel momento ser equivalente a abrir un "college". Las autoridades universitarias no lo tolerarían. Además, la zona universitaria de la ciudad de Oxford está en la diócesis de Birmingham, cuyo formidable arzobispo (a la sazón un licenciado de Cambridge) era George Patrick Dwyer, un inglés puro con poco tiempo para los remilgos hispánicos del Opus. Después de la confusión sobre la apertura de una residencia, los prohibió en su territorio. Afortunadamente para el Opus, salió al mercado una casa, "Grandpont", al otro lado del río, todavía en Oxford, pero en la diócesis, mucho más condescendiente, de Portsmouth. Fue adquirida y se abrió como una especie de casa de huéspedes para atender a estudiantes posgraduados de la Universidad. Ha resultado ser un campo excelente para reclutar candidatos para el Opus Dei.

Aunque parezca quizás extraño, Escrivá parece haber estado especialmente encariñado con Inglaterra. Vázquez calcula que, dejando aparte Italia y España, pasó más tiempo en el Reino Unido que en ningún otro país del mundo. Fue a Londres por primera vez en 1958, y después, cada verano hasta 1962, huyendo del calor de Roma o de Madrid, ocupaba una casa al norte de Hampstead Heath o en West Heath Road. Fue porque anhelaba promocionar el Opus Dei en el mundo "anglosajón", pero también porque veía a Inglaterra, y especialmente a Londres, como una encrucijada, un lugar desde el que la organización podía llegar a gente de las distintas partes del mundo, o como un lugar por el que podrían llegar al Opus. A nivel personal, parece haber quedado especialmente impresionado por las dos antiguas ciudades universitarias de Oxford y Cambridge, por las viejas iglesias, en las que rezaba el rosario, se arrodillaba ante los altares mayores y pronunciaba jaculatorias, completamente indiferente a la sensibilidad protestante. Quizá no sea sorprendente; probablemente, nunca había estado expuesto a una cultura no católica, y con toda seguridad no durante mucho tiempo.

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