VIDA Y MILAGROS DE MONSEÑOR ESCRIVÁ DE
BALAGUER, FUNDADOR DEL OPUS DEI
LA SANTA COLERA
"Podría decirse -escribe Alberto Moncada-
que el padre es encantador, grato y persuasivo cuando
se está a su favor. E intolerable, intratable y grosero
cuando no se aceptan sus criterios."
He aquí un rasgo que casi todos los autores que han
escrito sobre el Opus en un sentido crítico están
conformes en reconocer en el carácter del fundador.
Tiene lo que suele llamarse "bruscas y violentas cóleras"
en que monseñor pierde los estribos y comienza a gritar.
Parece ser que una de las causas de mayor irritación
para él es la salida del Instituto de alguna persona
que haya prestado una valiosa colaboración o que, por
la responsabilidad del cargo que ha ocupado, esté en
situación de dañar a la Obra con sus posibles
indiscreciones. Suele decir, cuando está enfadado:
"Para el que abandone el Opus Dei, no doy diez céntimos
por su alma." A una asociada que estuvo durante largo
tiempo en el Instituto desempeñando misiones de alguna
importancia y que luego salió, la llamó a Roma
y -según ella misma me contó- la increpó
duramente diciéndole: "Estás en pecado
mortal." Después de haberle dedicado una larga
y muy poco sacerdotal serie de injuriosos epítetos,
le dijo: "¡La Magdalena era una pecadora, pero
tú eres una corruptora!" Y la amenazó afirmando
que "si se filtra algo de lo que tú has visto
en la Obra, yo, José María Escrivá de
Balaguer y Albás, haré publicar un editorial
contra ti en todos los periódicos del mundo" [Merece
la pena leer a este propósito los libros
de María Angustias Moreno, una numeraria del Opus
Dei que abandonó el Instituto y fue objeto de una implacable
persecución].
"No pierdas tus energías y tu tiempo apedreando
los perros que te ladran en el camino", dice en una máxima
el varón a quien, en algunos, al parecer, frecuentes
momentos de su vida, vemos poseído de una "santa
cólera". En Camino salta en seguida a la vista
el tono desabrido de los insultos que dedica a sus enemigos.
Habla de "la señal viscosa que dejaron los sembradores
impuros del odio", del "pelele muerto e inútil",
de la "charca inmunda de donde salen vaharadas de soberbia".
Incluso al dirigirse a sus propios hijos les insulta por sus
pequeñas faltas o debilidades: son "dulzones y
tiernos como merengues", "curioso, preguntón,
oliscón y ventanero", "comodones, cucos o
cobardes", "...eres un cerdo", "cacharro
de los desperdicios", y así sucesivamente.
- Los asistentes a un coloquio que tuvo lugar en el centro
de Tajamar con motivo de una visita del padre Escrivá
de Balaguer en 1970, tuvieron ocasión de presenciar
uno de estos ataques de cólera de monseñor mientras
estaba hablando en el salón de actos ante sus "hijos"
que le escuchaban. Alguien le preguntó qué pensaba
él de la acusación que a veces se hacía
a la Obra de intervenir en política. El padre Escrivá,
en lugar de contestar con calma a una pregunta hecha sin duda
para darle pie a desmentir lo que siempre está desmintiendo,
se enfureció y comenzó a despotricar contra
los que lanzan contra el Opus Dei tales calumnias. Al parecer,
los presentes, sorprendidos ante la reacción del fundador,
comenzaron a mirarse unos a otros con extrañeza, y
por más que los responsables trataron de arreglar las
cosas, no pudieron quitar a los presentes, ni siquiera a los
que eran miembros de la Obra y devotos del padre Escrivá,
la penosa impresión que les habían producido
los exabruptos.
Otra anécdota confirma aún este rasgo del carácter
del fundador del Opus Dei. En una ocasión fue a inaugurar
un centro de la sección femenina dedicado a escuela
del hogar. Monseñor es un hombre muy exigente en materia
de gusto en la decoración y cuando entra en una estancia
y ve, por ejemplo, un cuadro torcido, su sentido del orden
le hace levantarse de la silla donde está sentado y
colocar personalmente el cuadro en posición correcta.
Aquel día, la decoración del local a cuya inauguración
asistía no le debió gustar y comenzó
a ponerse de mal humor. Por más que intentaron tranquilizarle,
prometiéndole sus hijas que introducirían en
el local las deseadas modificaciones, el padre Escrivá
se fue poniendo cada vez más nervioso y llegó
un momento en que se acercó a una puerta y dijo: "Esta
moldura es una porquería." Y tomando un extremo
de la moldura, tiró de ella y la arrancó de
cuajo. Luego hizo lo mismo con otras molduras de la misma
puerta y con las de las ventanas más próximas.
Las hijas de monseñor comenzaron a agitarse por aquella
reacción y para que se vea cuál es la atracción
que ejerce el padre dentro de la Obra, se sintieron impulsadas
a participar, también ellas, en la destrucción
que monseñor estaba llevando a cabo. La escena es apocalíptica
porque -así lo cuentan- las veinte o veinticinco personas
que había en el local se lanzaron a ultimar la labor
de devastación que había iniciado el que todo
lo inicia en el Opus Dei, quedando la sala y dependencias
del local como si por ellas hubiese pasado Atila al frente
de los hunos.
La cólera de monseñor es sagrada. Pero hay
otra historia aún más terrible, si cabe, que
ésta que acabo de contar. En una ocasión, hace
unos años, el padre Escrivá asistía a
una comida con seis u ocho personalidades altamente representativas
de los movimientos católicos españoles. Se produjo
en un momento dado, una discusión de escasa importancia
entre monseñor y alguno de los comensales. Según
me contó un amigo mío que estaba presente en
la comida, la discusión era para dilucidar quién
de los dos tenía razón a propósito de
un determinado punto. Pero el padre fue acalorándose
y, cuando se demostró que era él quien tenía
razón en la disputa, miró de frente a su oponente
y, en gesto que debe considerarse sin precedentes, le sacó
la lengua, dejando a los comensales mudos de asombro y desolación.
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