VIDA Y MILAGROS DE MONSEÑOR ESCRIVÁ,
FUNDADOR DEL OPUS DEI
"LA CIUDAD DE LONDRES"
Pero, resistiendo la tentación exegética o
interpretativa en la que de modo tan perdonable condesciende
a menudo la investigación hagiográfica, volveremos
a los hechos. Y los hechos son que, una vez que la familia
de don José Escrivá sufre los reveses de fortuna
que quedan dichos, abandona Barbastro y busca refugio en Logroño.
En este punto, sin embargo, no parecen estar contrastadas
las fuentes informativas, pues mientras en su mayoría
afirman que la familia marcha de la ciudad del Vero a la capital
de la Rioja, no faltan los que aseguren que lo hace, no directamente,
sino a través de Barcelona, ciudad en la que permanecen
algún tiempo antes de instalarse definitivamente en
Logroño. Como comerciante de tejidos, don José
Escrivá y Corzán debía de contar en la
Ciudad Condal con numerosas relaciones de negocios que podían
tenderle una mano en el difícil trance que atravesaba.
Sea como fuere, y tomara la familia el camino de Cataluña
o de Castilla, el hecho es que hubo de ser un hombre de negocios
catalán, el ya mencionado don Antonio Garrigosa, quien
socorrió al quebrado barbastrino. Este don Antonio
Garrigosa perteneció a la brillante generación
de "selfmade-man" barceloneses que, a fines del
pasado siglo, construyeron la reputación de Cataluña
como país de hombres laboriosos y emprendedores, cortos
en palabras pero de corazón magnánimo, dando
lugar a toda una galería de proverbios y frases hechas
que, como "el catalán, de las piedras saca pan"
y "cuando un catalán es amigo, es amigo",
son aún tema inevitable en las conversaciones de los
departamentos de segunda de los ferrocarriles españoles.
Habiendo llegado a Logroño como simple aprendiz, fugitivo
de una Barcelona sacudida por las luchas sociales, don Antonio
Garrigosa llegó a poseer una amplísima red de
comercios de tejidos, no solamente en Logroño, sino
en otras ciudades de Castilla y Navarra. Su casa matriz fue,
como he dicho, "La Ciudad de Londres", próspero
negocio que abre aún sus puertas en la logroñesa
calle de Portales, desde donde don Antonio dirigía
el vasto complejo de sus empresas. Su espíritu mercantil,
su constancia, su tesonera capacidad de trabajo causaron y
causan todavía hoy admiración en los medios
textiles de Logroño. El referido don Manuel Ceniceros
recuerda cómo, siendo él aprendiz de la casa,
don Antonio pasaba una noche entera cada semana ocupado en
la paciente labor contable, que se preciaba de llevar personalmente,
y como él, el señor Ceniceros, u otro empleado
de "La Ciudad de Londres", se ofrecían a
acompañarle durante las largas horas que duraba su
tarea. A la mañana siguiente, don Antonio se lavaba
y se aseaba en la trastienda y reanudaba su trabajo normal
que habría de prolongarse durante todo el día.
"Hombres como aquél, ya no quedan", comentaba
don Manuel Ceniceros en el curso de la agradable conversación
que sostuvimos en el Café de Ibiza del Espolón
de Logroño.
La acogida de que don Antonio Garrigosa hizo objeto a don
José Escrivá al admitirle como dependiente en
su establecimiento "La Ciudad de Londres" habla
ciertamente tanto en favor de la munificencia del laborioso
catalán como de la acrisolada honradez del quebrado
barbastrino. No era hombre don Antonio, en efecto, para meter
en su casa a nadie que no fuera exactísimo cumplidor
de sus deberes y honrado a carta cabal. Cualquier duda al
respecto quedaría disipada por este solo hecho. No
sabemos si don José Escrivá conocía de
antiguo a don Antonio o bien si su relación se inició
en esta época a través de amigos comunes en
el mismo Logroño o en Barcelona, capital de la industria
textil entonces como ahora. Este último supuesto explicaría
el no confirmado viaje que, según algunas fuentes,
realizó la familia a la ciudad catalana en busca de
la protección de las numerosas relaciones de negocios
que allí tenía. Sea corno fuere, el caso es
que en el mismo año de 1915 en que se produjo la infortunada
aunque trascendental quiebra (por las históricas consecuencias
que de ella se derivaron), el padre del fundador del Opus
Dei entra a trabajar como dependiente de "La Ciudad de
Londres". Confirma esta fecha el hecho, que he podido
comprobar personalmente en Logroño, de que el pequeño
José María, que había venido cursando
sus estudios en un colegio de Barbastro dependiente del Instituto
de Enseñanza Media de Lérida (y posteriormente
del de Huesca), traslada su matrícula, en el curso
1915-16, al Instituto de Enseñanza Media de Logroño.
Y en Logroño vive la familia, al parecer en una buhardilla
del número 18 de la calle de Sagasta, en condiciones
de estrechez y penuria si se comparan con la holgura y el
buen pasar que tenían en la vieja casa de la plaza
del Mercado, en Barbastro. Todos los días, puntualísimamente,
don José sale de su casa para acudir a su trabajo,
no sin antes haber pasado por la iglesia y, a menudo, por
la imprenta de su amigo Larios, editor de publicaciones católicas.
Describe el actual gerente de "La Ciudad de Londres",
señor Ceniceros, el carácter de don José
Escrivá diciendo que era frugal y comedido en todo,
fiel cumplidor de sus obligaciones y de extrema bondad y dulzura
de carácter. Recuerda, por ejemplo, que por las mañanas,
don José liaba unos cigarrillos y se ponía cuatro
de ellos en una pitillera de metal que traía en el
bolsillo, con el firme y nunca traicionado propósito
de no sobrepasar esa ración diaria. Hacia las diez
se tomaba un pequeño descanso en su trabajo. Enviaba
a un aprendiz a la confitería a comprar un caramelo
de naranja, de los que llaman en Logroño "catas",
que valían un céntimo, y ése era su frugal
desayuno: la cata y un trago del botijo, que bebía
echándose el agua en el bigote.
Hay un detalle que revela muy bien no ya cómo era
don José Escrivá sino cómo se le consideraba.
Me contaba el señor Ceniceros que, en aquella época,
cada dependiente tenía su clientela y la atendía
siempre. Era ésta una norma comercial que se mantenía
celosamente pues se consideraba que daba seguridad y confianza
al comprador el hecho de poder decir: "A mí me
atiende Escrivá" o "A mí me atiende
Silvestre". El dependiente conocía las necesidades
y disponibilidades de "sus" clientes y sabía
si podía o no recomendarles que compraran la "sábana
de la llave" o la tela de camisas "Grano de oro"
o cualquier otro de los géneros y calidades que allí
se vendían. Pues bien, la clientela de Escrivá,
si se me permite apearle por una vez el tratamiento, pues
a los dependientes no suele concedérseles, era siempre
"la clientela fina". La clientela "corriente"
o la "ordinaria" iban a Silvestre o a otro dependiente
cualquiera. Nunca a Escrivá. Ruego al lector que medite
acerca de la significación que este hecho aparentemente
trivial va a cobrar cuando el hijo del puntual dependiente
de "La Ciudad de Londres" funde, años más
tarde, su propia empresa espiritual y, a imagen y semejanza
de su padre, se dirija, también él, a "una
clientela fina", antes de que la inquietud de los tiempos
y el espíritu del Concilio le induzcan a extender su
apostolado "a todas las clases sociales".
Arriba
Anterior
- Siguiente
Ir a la página
principal
|