Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

Vida y milagros de Monseñor Escrivá de Balaguer,

fundador del Opus Dei
(Luis Carandell)
Indice del libro:
Prólogo a la Edición de 1992
Prólogo a la Edición de 1975
"Made in Spain"
Niños, aunque no niñoides
"El cura más guapo del mundo"
Marqués de Peralta
Hijos de todas las clases sociales
La estética del apellido
La ciudad amurallada
De hinojos ante el padre
Baños de multitud
La quiebra de "Escrivá, Mur y Juncosa"
"La ciudad de Londres"
Burro de Dios
El belén del Opus Dei
Torreciudad
Flojo en latín
Su tío el canónigo
La santa cólera
El secreto y los escaparates
"Es muy santo y tiene que ir a Madrid"
Los doce apóstoles
Educador de tecnócratas
"Nos han hecho ministros"
El "apostolado de la inteligencia"
"La santa coquetería"
Días de rosas y espinas
Apoteosis
Epílogo para 1992
Bibliografía y FIN
 
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VIDA Y MILAGROS DE MONSEÑOR ESCRIVÁ,
FUNDADOR DEL OPUS DEI

LOS DOCE APOSTOLES

"Permítame -le decía monseñor a un periodista- que no descienda a más detalles sobre el comienzo de la Obra, que el amor de Dios me hacía barruntar desde el año 1917, porque están íntimamente unidos con la historia de mi alma y pertenecen a mi vida interior." Los barruntos a que el fundador se refiere tuvieron lugar por tanto cuando José María Escrivá tenía quince años, es decir, durante el tiempo en que estuvo en el seminario menor de Logroño. Según esta afirmación, la idea de la Obra se habría ido incubando en la mente fundacional durante los once años que separan 1917 de 1928, en que oficialmente se sitúa el acontecimiento. Es éste el único indicio que poseemos respecto de la trayectoria espiritual seguida por el joven Escrivá. Hombre reservado, ninguna de las personas que le conocieron y con las cuales nos ha sido dado hablar recuerda haberle oído la más mínima confidencia acerca del importante negocio que desde tan temprana edad traía entre manos. Sus compañeros del seminario de Zaragoza, que le conocían bien, confiesan que se llevaron una sorpresa al saberle fundador de la Obra de Dios.

Sea como fuere, lo cierto es que -siempre según la versión oficial- fue el día 2 de octubre de 1928, festividad de los santos Angeles Custodios, cuando tomó cuerpo el proyecto largamente incubado. Comentaristas más escépticos sugieren que la verdadera fundación no se produjo hasta 1939 y que la insistencia de la Obra en buscarle un origen anterior se debe a la preocupación de desligar el origen del Opus Dei de la guerra civil española. Mi impresión personal es que, efectivamente, la estructuración de la Obra no se produjo hasta el tiempo que el padre Escrivá y un reducido grupo de sus hijos pasaron en el Burgos de 1939 y que no inició su actividad como tal Obra hasta los meses que siguieron al fin de la guerra, sin cuyo desenlace jamás habría sido posible el extraordinario desarrollo que ha llegado a alcanzar.

Esto no obstante, no puede haber ninguna duda respecto al hecho de que el padre Escrivá venía trabajando en su proyecto desde mucho antes de la guerra como lo demuestra su actividad entre los estudiantes y la estrecha relación y el clima de familiaridad que había establecido con algunos de ellos. Hay sobre todo un dato de gran importancia. Me refiero a la aparición, en 1934, de la obrita "Consideraciones espirituales" que va firmada solamente con el nombre, José María, y sin el apellido. Se trata de una colección de máximas o pensamientos editada en Cuenca, que lleva el "Nihil obstat" del entonces censor de la diócesis, don Sebastián Cirac, que años más tarde fue catedrático de griego del seminario de Barcelona y que debía ser amigo del padre Escrivá y de sus discípulos, razón ésta que justificaría la decisión de editar el libro en Cuenca.

"Consideraciones espirituales" puede considerarse como una primera redacción de Camino, al cual pasaron íntegramente o con muy pequeñas variaciones las 440 máximas que el libro contiene. Como Camino, está dividido en capítulos, pero sus máximas no van numeradas. Se puede consultar esta obra en la Biblioteca Nacional de Madrid y no deja de resultar sorprendente que los autores que han hecho la crítica del libro fundamental del Opus Dei hayan prestado tan poca atención a este librito, quizá dando por supuesto algunos de ellos que sus ejemplares se han perdido y no puede consultarse en ninguna parte, como no sea acudiendo a la Obra. "Consideraciones espirituales" es interesante para nosotros sobre todo por lo que en el libro falta, es decir, porque nos permite determinar cuáles son las máximas que el autor escribió en Burgos hasta completar las 999 máximas, así como las pequeñas, aunque significativas, modificaciones que introdujo en las que ya tenía escritas. El tema debería ser objeto de un estudio crítico que excede el ámbito de este trabajo, aunque no dejaré de hacer alguna referencia a él en algún punto particularmente interesante. Sólo diré aquí, en relación con la cuestión de que veníamos tratando, es decir, la de cuál fue el momento de arranque de la Obra, que aquellas máximas en las que el padre alude más o menos veladamente al Opus Dei como organización en marcha faltan en "Consideraciones espirituales". Máximas como por ejemplo la 821, en que dice: "No me olvides que en la tierra todo lo grande ha comenzado siendo pequeño", o la 911, en que transcribe un párrafo de una carta que ha recibido, que tras afirmar: "El deseo tan grande que todos tenemos de que "esto" marche y se dilate parece que va a convertirse en impaciencia", pregunta: "¿Cuándo salta, cuándo rompe..., cuándo veremos nuestro al mundo?", no fueron escritas para la edición de 1934, sino en Burgos, en los años de la guerra.

Las versiones que dan los miembros de la Obra sobre lo ocurrido en la mañana del 2 de octubre de 1928 varían levemente de una a otra. La historia pertenece -digámoslo así- a la leyenda opusdeísta, a su mitología, y, como el Opus Dei hace en todas sus cosas, ha evitado también precisar este punto. Una persona miembro de la Obra con la cual hablé, me contó lisa y llanamente que en la madrugada del día de los santos Angeles Custodios, Dios se había aparecido al padre Escrivá y le había participado su deseo de que fundara el Instituto. Esta no es la versión oficial, pero ha venido circulando en el interior del Opus durante años e incluso, según he podido saber, ha aparecido en letra impresa en alguna publicación distribuida años atrás.

Otros informantes, también socios de la Obra, dan una versión algo más matizada. Dicen que, mientras en la mañana de aquel 2 de octubre, el padre Escrivá celebraba la misa, al llegar al momento de la consagración sintió que el espíritu de Dios descendía sobre él y le hacía ver claro lo que debía hacer para interpretar la voluntad divina. "Supo", me dijo escuetamente uno de mis informadores. Se habría tratado, por tanto, según esta segunda interpretación de los hechos, no de una aparición sino de una inspiración o revelación. Oficialmente no se dan en nuestros días estos detalles. La Obra se limita a decir que el padre fundó el Opus Dei ese día, pero no se dice cómo y en qué momento lo hizo. Sin embargo, se da a entender que hubo participación divina en el acto fundacional. La misma expresión con que se designa la fundación lo indica claramente: Opus Dei, obra de Dios realizada a través de un sacerdote elegido por el cielo. Don Florentino Pérez Embid dice en su semblanza de monseñor que "en la fundación se cumplen a la letra todas la circunstancias precisas para que la Obra pueda ser llamada Obra de Dios". El mismo Escrivá, al ser preguntado cómo se explica él que un sacerdote de veintiséis años tuviera una tan clara comprensión de lo que debía ser la Obra, contesta que "yo no tuve otro empeño que el de cumplir la voluntad de Dios" y pide al periodista, como ya hemos visto anteriormente, que comprenda que no puede descender a más detalles acerca de este punto porque están unidos a la historia de su alma, insinuando así la aparición, revelación o inspiración divina de que fue protagonista mientras celebraba la misa el día de los santos Angeles Custodios. [Según su biógrafo Peter Berglar, el padre Escrivá recibió esta iluminación cuando se hallaba recogido en su cuarto durante unos ejercicios espirituales en la Residencia de los PP. Paúles de Madrid, en la calle de García de Paredes.]

Por lo que se refiere al origen del nombre con que el padre Escrivá designó su milagrosa fundación existen diversos datos que pueden ayudar a dilucidar este punto. La expresión Opus Dei se ha venido utilizando en la Iglesia desde san Benito -según algunos estudiosos de la liturgia- para designar la recitación coral del oficio divino por los monjes. Otros precisan un poco más el término diciendo que se refería a los cultos que se celebraban en el presbiterio, es decir, en la zona del templo a la que no tenía acceso el pueblo. La expresión es eminentemente clerical, pero quizá, como parece interpretar Jesús Ynfante, lo que Escrivá quiso al crear esta Obra de espiritualidad seglar fue hacer extensivo a los seglares ese Opus Dei hasta entonces reservado a los presbíteros.

Existen otras versiones anecdóticas acerca del origen de este nombre. Parece ser que fue un jesuita, con quien el padre Escrivá se confesaba en aquella época, el que le sugirió el término que debía emplear [El padre Sánchez Ruíz]. Otros dicen que le dio la idea un famoso obispo de Málaga que por los años de la República estaba desterrado en Madrid, don Manuel González García, fundador a su vez de las Marías Nazarenas, una congregación de monjas que visten de seglares. Don Manuel encontró a Escrivá un día en el obispado de Madrid y le preguntó: "¿Qué tal va esa Obra de Dios?", dándole así hecho el trabajo de buscar un nombre para su fundación. Debo añadir que, al menos por lo que yo he podido saber, la Obra, muy en su estilo de no aclarar demasiado las cosas, no se ha pronunciado nunca sobre esta cuestión terminológica.

Ya hemos visto cómo el padre Escrivá, al poco de su llegada a Madrid, había iniciado contactos con estudiantes y hemos admitido como muy probable la hipótesis de que la familia, para ayudarse en el sostenimiento de la casa, hubiese aceptado huéspedes, preferentemente estudiantes, entre los que el futuro fundador pudo sembrar ya sus ideas. El paso de la "pensión de familia" a la residencia de estudiantes lo dio el fundador a principios del curso 1934-35, al establecer en el número 50 de la calle de Ferraz la que había de encabezar la larga lista de residencias que hoy dirige el Opus Dei. Según algunos testimonios, la primera sociedad que el padre fundó se llamaba SOCOIN, sigla de Sociedad de Cooperación Intelectual, cauce por el que discurrieron durante breve tiempo la aguas de su inquietud antes de que estructurara definitivamente el Opus Dei. Esta sociedad estableció en la misma casa en que vivía la familia Escrivá, en Ferraz, 50, esquina a la calle de la Quintana, la residencia de estudiantes y academia DYA [Anteriormente estuvieron en un entresuelo de la calle Luchana. Según algunos testimonios, la instalación de la Residencia y Academia de Ferraz 50 pudo hacerse gracias a una herencia que don José María recibió al morir en el pueblo de Fonz el hermano cura de su padre, Mosén Teodoro Escrivá]. Don Enrique Gutiérrez Ríos, en su biografía de Albareda, describe esta residencia diciendo que era pequeña y vivían en ella alrededor de veinte estudiantes en dos pisos de la misma planta. Respecto al nombre de la residencia, Gutiérrez Ríos dice que la mayoría de los estudiantes eran de derecho y de arquitectura y que "había quien decía que el nombre de DYA aludía a estas dos carreras". Pero que Albareda, que iba allí con alguna frecuencia a comer con el padre Escrivá, siempre pensaba que la siglas significaban "¡Dios y Audacia!". El biógrafo de Albareda, miembro del Opus como su biografiado, mantiene en este pasaje esa imprecisión en que la Obra gusta de envolver todas sus cosas. El tantas veces citado don Florentino Pérez Embid, por su parte, nos informa de que en el curso 1935-1936, el padre Escrivá trasladó esta residencia a "un noble palacio" de la misma calle de Ferraz que quedó destruido en los primeros días de la guerra cuando el asedio al cuartel de la Montaña, y de que fundó otra residencia en Valencia.

En la residencia DYA, que dirige el padre y administra doña Dolores, ahora ayudada por su hija Carmen, que entonces tenía treinta y cinco años, viven algunos de los primeros discípulos del fundador. Según informadores miembros de la Obra, estos discípulos fueron originalmente trece, de los que uno se casó, perdiendo así su título, estrictamente reservado a los célibes. De esta manera, el padre Escrivá, a imagen y semejanza de Jesucristo, inició su Obra con doce apóstoles. Sabemos muchos de los nombres de estos primeros discípulos, aunque sigue habiendo algunas dudas respecto de cuáles fueron exactamente los primeros. Algunos nombres son absolutamente seguros: Alvaro del Portillo, hoy secretario general del Opus Dei; Pedro Casciaro, que es procurador general; Juan Jiménez Vargas, catedrático de medicina en Pamplona; José María Hernández de Garnica, teólogo; Isidoro Zorzano, el ingeniero fallecido que fue compañero de Escrivá en Logroño; Eduardo Alastrué, catedrático de geología en Sevilla, que posteriormente salió de la Obra; José Luis Múzquiz, que hoy forma parte del consejo general del Opus Dei; Tomás Alvira, catedrático, y el célebre arquitecto Miguel Fisac, que dejó la Obra al poco tiempo. Se citan también los nombres de Ignacio Orbegozo, que hoy dirige las misiones del Opus en el Perú; Vicente Rodríguez Casado, actual director del Instituto Social de la Marina del Ministerio de Comercio; Federico Suárez Verdeguer, catedrático, Alfonso Balcells, Angel Santos Ruiz y algún otro. [Se mencionan también como primeros discípulos del fundador los nombres de Luis Gordon, padre del actual miembro de la secretaría del Opus Dei en Madrid, el escultor Jenaro Lázaro y el arquitecto Ricardo Fernández Vallespín.]

El impreciso Gutiérrez Ríos cita en su biografía de Albareda, al describir las vicisitudes que el padre Escrivá y sus discípulos sufrieron durante la guerra, algunos de los nombres de los primeros seguidores del fundador. Pero, con un criterio que encaja muy bien dentro de la forma de hacer la cosas del Opus Dei, omite los apellidos. Habla de Juan, Tomás, Pedro, Paco, Ricardo, Alvaro, Vicente, etc., como jugando al juego de la adivinanzas. Para que se vea el clima familiar que el padre impuso en la residencia DYA, en el seno de la Obra se recuerdan todavía hoy los epítetos cariñosos o motes que se aplican a algunos de los primeros discípulos. Por ejemplo, a José María Hernández de Garnica le llamaban familiarmente "Chiqui", y a otro estudiante, que no he podido saber quién es, "El Cateto", porque no entendía la cosas.


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