VIDA Y MILAGROS DE MONSEÑOR ESCRIVÁ,
FUNDADOR DEL OPUS DEI
LOS DOCE APOSTOLES
"Permítame -le decía monseñor a
un periodista- que no descienda a más detalles sobre
el comienzo de la Obra, que el amor de Dios me hacía
barruntar desde el año 1917, porque están íntimamente
unidos con la historia de mi alma y pertenecen a mi vida interior."
Los barruntos a que el fundador se refiere tuvieron lugar
por tanto cuando José María Escrivá tenía
quince años, es decir, durante el tiempo en que estuvo
en el seminario menor de Logroño. Según esta
afirmación, la idea de la Obra se habría ido
incubando en la mente fundacional durante los once años
que separan 1917 de 1928, en que oficialmente se sitúa
el acontecimiento. Es éste el único indicio
que poseemos respecto de la trayectoria espiritual seguida
por el joven Escrivá. Hombre reservado, ninguna de
las personas que le conocieron y con las cuales nos ha sido
dado hablar recuerda haberle oído la más mínima
confidencia acerca del importante negocio que desde tan temprana
edad traía entre manos. Sus compañeros del seminario
de Zaragoza, que le conocían bien, confiesan que se
llevaron una sorpresa al saberle fundador de la Obra de Dios.
Sea como fuere, lo cierto es que -siempre según la
versión oficial- fue el día 2 de octubre de
1928, festividad de los santos Angeles Custodios, cuando tomó
cuerpo el proyecto largamente incubado. Comentaristas más
escépticos sugieren que la verdadera fundación
no se produjo hasta 1939 y que la insistencia de la Obra en
buscarle un origen anterior se debe a la preocupación
de desligar el origen del Opus Dei de la guerra civil española.
Mi impresión personal es que, efectivamente, la estructuración
de la Obra no se produjo hasta el tiempo que el padre Escrivá
y un reducido grupo de sus hijos pasaron en el Burgos de 1939
y que no inició su actividad como tal Obra hasta los
meses que siguieron al fin de la guerra, sin cuyo desenlace
jamás habría sido posible el extraordinario
desarrollo que ha llegado a alcanzar.
Esto no obstante, no puede haber ninguna duda respecto al
hecho de que el padre Escrivá venía trabajando
en su proyecto desde mucho antes de la guerra como lo demuestra
su actividad entre los estudiantes y la estrecha relación
y el clima de familiaridad que había establecido con
algunos de ellos. Hay sobre todo un dato de gran importancia.
Me refiero a la aparición, en 1934, de la obrita "Consideraciones
espirituales" que va firmada solamente con el nombre,
José María, y sin el apellido. Se trata de una
colección de máximas o pensamientos editada
en Cuenca, que lleva el "Nihil obstat" del entonces
censor de la diócesis, don Sebastián Cirac,
que años más tarde fue catedrático de
griego del seminario de Barcelona y que debía ser amigo
del padre Escrivá y de sus discípulos, razón
ésta que justificaría la decisión de
editar el libro en Cuenca.
"Consideraciones espirituales" puede considerarse
como una primera redacción de Camino, al cual pasaron
íntegramente o con muy pequeñas variaciones
las 440 máximas que el libro contiene. Como Camino,
está dividido en capítulos, pero sus máximas
no van numeradas. Se puede consultar esta obra en la Biblioteca
Nacional de Madrid y no deja de resultar sorprendente que
los autores que han hecho la crítica del libro fundamental
del Opus Dei hayan prestado tan poca atención a este
librito, quizá dando por supuesto algunos de ellos
que sus ejemplares se han perdido y no puede consultarse en
ninguna parte, como no sea acudiendo a la Obra. "Consideraciones
espirituales" es interesante para nosotros sobre todo
por lo que en el libro falta, es decir, porque nos permite
determinar cuáles son las máximas que el autor
escribió en Burgos hasta completar las 999 máximas,
así como las pequeñas, aunque significativas,
modificaciones que introdujo en las que ya tenía escritas.
El tema debería ser objeto de un estudio crítico
que excede el ámbito de este trabajo, aunque no dejaré
de hacer alguna referencia a él en algún punto
particularmente interesante. Sólo diré aquí,
en relación con la cuestión de que veníamos
tratando, es decir, la de cuál fue el momento de arranque
de la Obra, que aquellas máximas en las que el padre
alude más o menos veladamente al Opus Dei como organización
en marcha faltan en "Consideraciones espirituales".
Máximas como por ejemplo la 821, en que dice: "No
me olvides que en la tierra todo lo grande ha comenzado siendo
pequeño", o la 911, en que transcribe un párrafo
de una carta que ha recibido, que tras afirmar: "El deseo
tan grande que todos tenemos de que "esto" marche
y se dilate parece que va a convertirse en impaciencia",
pregunta: "¿Cuándo salta, cuándo
rompe..., cuándo veremos nuestro al mundo?", no
fueron escritas para la edición de 1934, sino en Burgos,
en los años de la guerra.
Las versiones que dan los miembros de la Obra sobre lo ocurrido
en la mañana del 2 de octubre de 1928 varían
levemente de una a otra. La historia pertenece -digámoslo
así- a la leyenda opusdeísta, a su mitología,
y, como el Opus Dei hace en todas sus cosas, ha evitado también
precisar este punto. Una persona miembro de la Obra con la
cual hablé, me contó lisa y llanamente que en
la madrugada del día de los santos Angeles Custodios,
Dios se había aparecido al padre Escrivá y le
había participado su deseo de que fundara el Instituto.
Esta no es la versión oficial, pero ha venido circulando
en el interior del Opus durante años e incluso, según
he podido saber, ha aparecido en letra impresa en alguna publicación
distribuida años atrás.
Otros informantes, también socios de la Obra, dan
una versión algo más matizada. Dicen que, mientras
en la mañana de aquel 2 de octubre, el padre Escrivá
celebraba la misa, al llegar al momento de la consagración
sintió que el espíritu de Dios descendía
sobre él y le hacía ver claro lo que debía
hacer para interpretar la voluntad divina. "Supo",
me dijo escuetamente uno de mis informadores. Se habría
tratado, por tanto, según esta segunda interpretación
de los hechos, no de una aparición sino de una inspiración
o revelación. Oficialmente no se dan en nuestros días
estos detalles. La Obra se limita a decir que el padre fundó
el Opus Dei ese día, pero no se dice cómo y
en qué momento lo hizo. Sin embargo, se da a entender
que hubo participación divina en el acto fundacional.
La misma expresión con que se designa la fundación
lo indica claramente: Opus Dei, obra de Dios realizada a través
de un sacerdote elegido por el cielo. Don Florentino Pérez
Embid dice en su semblanza de monseñor que "en
la fundación se cumplen a la letra todas la circunstancias
precisas para que la Obra pueda ser llamada Obra de Dios".
El mismo Escrivá, al ser preguntado cómo se
explica él que un sacerdote de veintiséis años
tuviera una tan clara comprensión de lo que debía
ser la Obra, contesta que "yo no tuve otro empeño
que el de cumplir la voluntad de Dios" y pide al periodista,
como ya hemos visto anteriormente, que comprenda que no puede
descender a más detalles acerca de este punto porque
están unidos a la historia de su alma, insinuando así
la aparición, revelación o inspiración
divina de que fue protagonista mientras celebraba la misa
el día de los santos Angeles Custodios. [Según
su biógrafo Peter Berglar, el padre Escrivá
recibió esta iluminación cuando se hallaba recogido
en su cuarto durante unos ejercicios espirituales en la Residencia
de los PP. Paúles de Madrid, en la calle de García
de Paredes.]
Por lo que se refiere al origen del nombre con que el padre
Escrivá designó su milagrosa fundación
existen diversos datos que pueden ayudar a dilucidar este
punto. La expresión Opus Dei se ha venido utilizando
en la Iglesia desde san Benito -según algunos estudiosos
de la liturgia- para designar la recitación coral del
oficio divino por los monjes. Otros precisan un poco más
el término diciendo que se refería a los cultos
que se celebraban en el presbiterio, es decir, en la zona
del templo a la que no tenía acceso el pueblo. La expresión
es eminentemente clerical, pero quizá, como parece
interpretar Jesús Ynfante, lo que Escrivá quiso
al crear esta Obra de espiritualidad seglar fue hacer extensivo
a los seglares ese Opus Dei hasta entonces reservado a los
presbíteros.
Existen otras versiones anecdóticas acerca del origen
de este nombre. Parece ser que fue un jesuita, con quien el
padre Escrivá se confesaba en aquella época,
el que le sugirió el término que debía
emplear [El padre Sánchez Ruíz]. Otros
dicen que le dio la idea un famoso obispo de Málaga
que por los años de la República estaba desterrado
en Madrid, don Manuel González García, fundador
a su vez de las Marías Nazarenas, una congregación
de monjas que visten de seglares. Don Manuel encontró
a Escrivá un día en el obispado de Madrid y
le preguntó: "¿Qué tal va esa Obra
de Dios?", dándole así hecho el trabajo
de buscar un nombre para su fundación. Debo añadir
que, al menos por lo que yo he podido saber, la Obra, muy
en su estilo de no aclarar demasiado las cosas, no se ha pronunciado
nunca sobre esta cuestión terminológica.
Ya hemos visto cómo el padre Escrivá, al poco
de su llegada a Madrid, había iniciado contactos con
estudiantes y hemos admitido como muy probable la hipótesis
de que la familia, para ayudarse en el sostenimiento de la
casa, hubiese aceptado huéspedes, preferentemente estudiantes,
entre los que el futuro fundador pudo sembrar ya sus ideas.
El paso de la "pensión de familia" a la residencia
de estudiantes lo dio el fundador a principios del curso 1934-35,
al establecer en el número 50 de la calle de Ferraz
la que había de encabezar la larga lista de residencias
que hoy dirige el Opus Dei. Según algunos testimonios,
la primera sociedad que el padre fundó se llamaba SOCOIN,
sigla de Sociedad de Cooperación Intelectual, cauce
por el que discurrieron durante breve tiempo la aguas de su
inquietud antes de que estructurara definitivamente el Opus
Dei. Esta sociedad estableció en la misma casa en que
vivía la familia Escrivá, en Ferraz, 50, esquina
a la calle de la Quintana, la residencia de estudiantes y
academia DYA [Anteriormente estuvieron en un entresuelo
de la calle Luchana. Según algunos testimonios, la
instalación de la Residencia y Academia de Ferraz 50
pudo hacerse gracias a una herencia que don José María
recibió al morir en el pueblo de Fonz el hermano cura
de su padre, Mosén Teodoro Escrivá]. Don
Enrique Gutiérrez Ríos, en su biografía
de Albareda, describe esta residencia diciendo que era pequeña
y vivían en ella alrededor de veinte estudiantes en
dos pisos de la misma planta. Respecto al nombre de la residencia,
Gutiérrez Ríos dice que la mayoría de
los estudiantes eran de derecho y de arquitectura y que "había
quien decía que el nombre de DYA aludía a estas
dos carreras". Pero que Albareda, que iba allí
con alguna frecuencia a comer con el padre Escrivá,
siempre pensaba que la siglas significaban "¡Dios
y Audacia!". El biógrafo de Albareda, miembro
del Opus como su biografiado, mantiene en este pasaje esa
imprecisión en que la Obra gusta de envolver todas
sus cosas. El tantas veces citado don Florentino Pérez
Embid, por su parte, nos informa de que en el curso 1935-1936,
el padre Escrivá trasladó esta residencia a
"un noble palacio" de la misma calle de Ferraz que
quedó destruido en los primeros días de la guerra
cuando el asedio al cuartel de la Montaña, y de que
fundó otra residencia en Valencia.
En la residencia DYA, que dirige el padre y administra doña
Dolores, ahora ayudada por su hija Carmen, que entonces tenía
treinta y cinco años, viven algunos de los primeros
discípulos del fundador. Según informadores
miembros de la Obra, estos discípulos fueron originalmente
trece, de los que uno se casó, perdiendo así
su título, estrictamente reservado a los célibes.
De esta manera, el padre Escrivá, a imagen y semejanza
de Jesucristo, inició su Obra con doce apóstoles.
Sabemos muchos de los nombres de estos primeros discípulos,
aunque sigue habiendo algunas dudas respecto de cuáles
fueron exactamente los primeros. Algunos nombres son absolutamente
seguros: Alvaro del Portillo, hoy secretario general del Opus
Dei; Pedro Casciaro, que es procurador general; Juan Jiménez
Vargas, catedrático de medicina en Pamplona; José
María Hernández de Garnica, teólogo;
Isidoro Zorzano, el ingeniero fallecido que fue compañero
de Escrivá en Logroño; Eduardo Alastrué,
catedrático de geología en Sevilla, que posteriormente
salió de la Obra; José Luis Múzquiz,
que hoy forma parte del consejo general del Opus Dei; Tomás
Alvira, catedrático, y el célebre arquitecto
Miguel Fisac, que dejó la Obra al poco tiempo. Se citan
también los nombres de Ignacio Orbegozo, que hoy dirige
las misiones del Opus en el Perú; Vicente Rodríguez
Casado, actual director del Instituto Social de la Marina
del Ministerio de Comercio; Federico Suárez Verdeguer,
catedrático, Alfonso Balcells, Angel Santos Ruiz y
algún otro. [Se mencionan también
como primeros discípulos del fundador los nombres de
Luis Gordon, padre del actual miembro de la secretaría
del Opus Dei en Madrid, el escultor Jenaro Lázaro y
el arquitecto Ricardo Fernández Vallespín.]
El impreciso Gutiérrez Ríos cita en su biografía
de Albareda, al describir las vicisitudes que el padre Escrivá
y sus discípulos sufrieron durante la guerra, algunos
de los nombres de los primeros seguidores del fundador. Pero,
con un criterio que encaja muy bien dentro de la forma de
hacer la cosas del Opus Dei, omite los apellidos. Habla de
Juan, Tomás, Pedro, Paco, Ricardo, Alvaro, Vicente,
etc., como jugando al juego de la adivinanzas. Para que se
vea el clima familiar que el padre impuso en la residencia
DYA, en el seno de la Obra se recuerdan todavía hoy
los epítetos cariñosos o motes que se aplican
a algunos de los primeros discípulos. Por ejemplo,
a José María Hernández de Garnica le
llamaban familiarmente "Chiqui", y a otro estudiante,
que no he podido saber quién es, "El Cateto",
porque no entendía la cosas.
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