VIDA Y MILAGROS DE MONSEÑOR ESCRIVÁ,
FUNDADOR DEL OPUS DEI
BURRO DE DIOS
"Todo aquello -comenta monseñor Escrívá
de Balaguer- en que intervenimos los pobrecitos hombres,
hasta la santidad, es un tejido de pequeñas menudencias
que, según la rectitud de intención, pueden
formar un tapiz espléndido de heroísmo o de
bajeza, de virtudes o de pecados. Las gestas relatan siempre
aventuras gigantescas pero mezcladas con detalles caseros
del héroe. Ojalá tengas siempre en mucho -¡línea
recta!- las cosas pequeñas."
La máxima 826 de Camino constituye el mejor consejo,
digámoslo así, de preceptiva literaria, para
intentar hacer una semblanza biográfica del fundador
del Opus Dei. Los detalles, que son importantes en cualquier
trabajo, cobran en éste una especialísima significación.
Porque hay que saber que en la vida, en la personalidad, en
la obra de monseñor no hay absolutamente nada que pueda
considerarse trivial. Todo lo que le pasa está lleno
de sentido. No hay nada que sea gratuito o arbitrario, si
no que todo encaja en un conjunto armónico. Por ejemplo,
como ya hemos apuntado, son precisamente doce, ni más
ni menos, los primeros discípulos escogidos por el
padre Escrivá para iniciar su Obra. O bien, elige el
día de los santos Angeles Custodios, el 2 de octubre,
y no otro cualquiera, para la fundación. O, como veremos,
quiere que sea el día de san Valentín, el 14
de febrero, y no otro día cualquiera, el día
en que se funde la rama femenina del Opus Dei. Sus hijos están
desde el principio acostumbrados al carácter trascendente
de todos, incluso los más insignificantes actos del
fundador, y reciben cuanto emana de su persona, por muy trivial
que pueda parecer como una manifestación más
de su carismática personalidad. Se cuenta por ejemplo
que, mientras monseñor hablaba a los grupos opusdeístas
que iban a saludarle con motivo de un viaje suyo a la Universidad
de Navarra, en un determinado momento se detuvo y pidió
a uno de sus "hijos" que le trajera una cocacola.
Según me contaba una persona que asistió a la
reunión, pues pertenecía entonces a la Obra,
a la salida, el comentario general de los asistentes era:
"Y, fíjate, ha pedido una cocacola", "¡Date
cuenta, qué libertad de espíritu hay que tener
para eso!", mientras los hermeneutas de la Obra anotaban
cuidadosamente la significativa petición del padre
destinada a ser interpretada algún día a lo
divino. Es conocido para las personas que están familiarizadas
con el tema del Opus Dei, el hecho de que, desde que la Obra
es Obra, y ésta es una práctica que permanece
en nuestros días y permanecerá mientras el padre
viva, dos "custodes" acompañan al padre siguiéndole
a todas partes durante el día y la noche y anotan todo
cuanto el padre hace o dice, seguros de que ninguna de las
anotaciones que hagan deberá echarse, como suele decirse,
en saco roto.
Así las cosas, el biógrafo recibe grandísimo
consuelo de pensar que nada de lo que cuente de su biografía,
ninguna anécdota o pasaje aparentemente irrelevante
de su vida, va a carecer de importancia al objeto de estudiar
su pensamiento. Como ejemplo de lo que en el Opus Dei cunden
los hechos de la vida de monseñor citaré aquí
una famosa anécdota que se suele fechar en los primeros
años de la década de los treinta. El padre Escrivá,
que en aquella época vivía en la calle Ferraz
con su familia y sus discípulos y era capellán
de un convento de monjas en Atocha, tomaba todos los días
el tranvía para ir y volver de su trabajo. Que el tranvía
jugó un papel en el pensamiento de este hombre en cuya
vida nada es secundario lo sugiere la máxima 897 de
Camino, donde el padre Escrivá alude al tranvía
al escribir una oración para ser recitada mientras
se viaja en este medio de transporte que, en gracia a la modernización
y puesta al día que siempre constituye la preocupación
del Opus Dei, se transforma en un autobús en la edición
inglesa del famosísimo libro.
Pues bien, un día, mientras el padre Escrivá
estaba esperando el tranvía, y aquí la investigación
no afina lo suficiente e ignora detalles tan importantes como
el número del tranvía y el lugar y hora en que
sucedió el hecho, mientras esperaba, digo, el tranvía,
se le apareció Satanás en persona y le empujó
con violencia hasta hacerle perder el equilibrio. Cuando el
buen sacerdote estuvo en el suelo, el diablo comenzó
a insultarle llamándole "¡Burro, burro!"
La persona que me refirió este episodio, que era un
numerario que llevaba muchos años en la Obra, me dijo
que, en esta ocasión, el demonio tomó la apariencia
de un obrero mal trajeado, "un comunista o algo así",
en frase de mi informante. Esta es la versión que acerca
del suceso debía circular entre los miembros de la
Obra en los primeros tiempos de su existencia. El demonio
cobra en efecto existencia real en las máximas de Camino.
Se hace en ellas referencia a la "sugestión infernal"
y se pinta con colores muy vivos al "maldito" -"y
no servirán de nada al maldito esas cosas perversas..."-,
al "demonio" -"el demonio de sobra conoce que
sois sus grandes enemigos y una caída en vuestras filas,
¡cuánto le satisface!"-, a Satanás
-"¡con que infame lucidez arguye Satanás
contra nuestra fe católica!"-; al "enemigo"
-"por esa tardanza, por esa pasividad, por esa resistencia
tuya para obedecer, ¡cómo se resiente el apostolado
y cómo se goza el enemigo!". No tiene nada de
particular que en el seno de la Obra se atribuyera al demonio
la agresión perpetrada contra el padre Escrivá
mientras estaba esperando cl tranvía. [Oficialmente
se ha dado después un relato ligeramente distinto de
esta "aventura". La agresión no fue perpetrada
según esta versión mientras el padre Escrivá
esperaba el tranvía sino cuando marchaba a mediodía
por la calle de Atocha de Madrid y su autor no fue el Demonio
sino "un sujeto de aviesa catadura". Se añade,
en cambio, que, de improviso, inexplicablemente, otra persona
se interpuso entre el agresor y el agredido y repelió
al energúmeno. Dando la vuelta al insulto, el desconocido
protector le dijo a Escrivá: "Burrito sarnoso,
burrito sarnoso". El desconocido no era otro que el Angel
de la Guarda. Desde entonces, el fundador se definía
a sí mismo como "burro de Dios". Un día,
una persona le pidió que le diera un retrato suyo y
él abrió un armario y sacando de él la
figurita de cerámica de un burro se la dio a su interlocutor.
En su fiesta de cumpleaños, más de una vez se
le había oído decir: "Josemaria, tantos
años, tantos rebuznos". La expresión "burrito
sarnoso" la utilizaba mucho como definición de
sí mismo. Y, a veces, firmaba cartas e incluso artículos
con las siglas b.s.] En años recientes, sin embargo,
se ha observado en el Opus Dei una tendencia a silenciar las
intervenciones sobrenaturales en la vida del padre. Veremos
esto con más detalle al tratar de los milagros que
el fundador realiza y de los prodigios que se producen en
torno suyo. A una persona que ingresara ahora en la Obra nadie
le contaría que fue el mismísimo demonio quien
agredió al padre Escrivá. Menos todavía
le dirían que fue un obrero, ya que el Opus Dei consideraría
esto imposible teniendo en cuenta los muchísimos desvelos
que el Opus Dei, a través de la creación de
Tajamar y otros centros similares, ha dedicado a la "promoción
social de la clase obrera".
Pero el episodio no termina aquí y pido perdón
al lector por haber dado lugar a una natural impaciencia al
dilatar su verídico relato lleno de profundas enseñanzas.
Y es que mientras el demonio o el obrero o quienquiera que
fuese insultaba al padre Escrivá llamándole
burro, el fundador del Opus Dei murmuraba en el suelo: "Burro,
sí. Pero burro de Dios". Apenas es posible exagerar
la importancia que este símbolo tiene en la moral escrivaniana.
El autor de Camino, sin duda recordando aquel episodio de
su vida, escribe en la máxima 998:
"¡Bendita perseverancia del borrico de noria!
Siempre el mismo paso. Siempre las mismas vueltas. Un día
y otro: todos iguales."
El padre Escrivá insta a sus "hijos" a ser,
en lo espiritual, como los borricos de noria. Y entre los
socios de la Obra se ha puesto de moda tener en casa una figurilla
de cerámica, de paja o de madera, que representa un
burrito con albardas. En la época en que el secreto
de la pertenencia de una persona a la Obra se mantenía
con mayor celo que ahora, la presencia del burrito en el recibimiento
de una casa, en la antesala de un despacho podía ser
un indicio que el experto opusdeiólogo debía
tener en cuenta para determinar si el inquilino pertenecía
a la Obra.
Poseemos algún testimonio escrito relativo a la adhesión
de los miembros del Opus Dei a este símbolo del burrito.
Cuando Esperanza Grases, la joven numeraria barcelonesa que
murió en 1959 tras una pensosa enfermedad, y cuya causa
de beatificación fue abierta poco tiempo después,
volvió de Roma adonde había ido para visitar
el Vaticano y conocer personalmente a monseñor Escrivá
de Balaguer, traía en su maleta, según nos refiere
su biógrafo Mercedes Eguibar, "dos burritos de
diferentes medidas, con albardas". "Me han dicho
que tengo que llenar las albardas de cosas pequeñas"
-decía Montse recordando la máxima 819 de Camino:
"Porque fuiste in pauca fidelis -fiel en lo poco- entra
en el gozo de tu Señor."
Hay otros testimonios. Transcribo aquí la letra de
una canción o himno que se canta a menudo en los centros
e instituciones del Opus Dei. Se titula "Anda, borrico",
y dice:
Donde va el carro vacío, dónde va sin
carretero, sin estrella y sin camino, dónde va.
Va sin rumbo por los riscos, sobre el eco del barranco.
Dónde irá el carro vacío, dónde
irá.
Estribillo:
Anda, borrico, la cuesta arriba.
Mira esa estrella, mira, te mira.
En las siguientes estrofas se insta al carretero a seguir
la ascética senda del sacrificio, mediante una imagen
muy cara al padre Escrivá, el cual, según se
dice, gusta de tener colgado en la pared de su cuarto de trabajo
un repostero con unas plantas de cardo bordadas en la parte
inferior y en la superior unas estrellas y la leyenda: "Per
aspera ad astra" (por la aspereza hacia los astros).
Después de pedir al carretero que cargue el carro con
tierra de guijos, el himno dice:
Toma las riendas y sube
por la cuesta pina y dura,, cruzando nubes y nubes
hacia el sol.
Canta cuesta arriba, canta, con el chirriar de las ruedas,
bajo el peso de la carga
y el calor.
Canta, canta, carretero
porque la carga de tierra
será carga de luceros
y de Amor.
Vuelta al estribillo:
Anda, borrico, la cuesta arriba.
Mira esa estrella
mira, te mira.
Los socios del Opus Dei cantan también a menudo otra
letrilla que abunda en los mismos temas que la anterior. Hela
aquí:
No se va de mi memoria
lo que me han dicho al llegar:
Vas a ser burro de noria, borrico siempre serás.
Estribillo:
Salta, corre, vuela, mi fiel borriquillo, que en el
cielo suenan a tu trotecillo
cien campanillitas de plata y cristal.
Salta, corre, vuela, con garbo y con sal.
Que más da que en mi camino haya punzantes espinos
si sé que rosas habrá.
Que más da.
Vuelta al estribillo.
Es interesante anotar aquí que este símbolo
de la extrema humildad que es el burro de carga fue elegido
por un hombre que se acusa a sí mismo de soberbio.
Satanás, al insultar al padre Escrivá llamándole
"burro", en el famoso episodio de la parada del
tranvía, dio muestras de no conocer muy bien las complejidades
de su carácter. "¡Soberbio, soy un soberbio!"
exclama monseñor desde el púlpito al predicar
en una reciente ocasión en Zaragoza. La preocupación,
la obsesión de que da muestras monseñor por
la virtud de la humildad son por sí solas indicios
claros de que nos hallamos ante una personalidad profundamente
egocéntrica cuya vida espiritual es una continua pugna
contra el pecado capital de la soberbia. En Camino, en sus
homilías, en sus declaraciones públicas y privadas
son constantes las alusiones a este combate que, como en un
auto sacramental, se libra en la conciencia del padre Escrivá
entre el mayor de los pecados y la virtud de la humildad que
se le opone. Algunos compañeros de seminario del padre
Escrivá recuerdan que, en una ocasión, con motivo
de un buen examen que José María había
hecho, le oyeron exclamar: "¡Formidable. Soy formidable!"
En su mayor edad, cuando una vez ordenado sacerdote se traslada
a Madrid, va acentuándose en él la conciencia
de su alta misión. Consta por visitantes a la villa
romana de Bruno Buozzii, que en la capilla de San Miguel Arcángel
que el padre mandó construir allí hay una inscripción
al pie del altar que dice:
Joseph Maria Escrivá de Balaguer
Pauper servus et humilis, Operis Dei conditor...,
altare hoc sacravit...
en que se emplea la fórmula tradicional que hace referencia
a la donación, ofrecimiento y consagración del
altar. La inscripción, como se ve, confirma la obsesión
de monseñor por declarar públicamente su miserable
condición con fórmulas que en otro tiempo emplearon
los santos. En su obra escrita esta obsesión de la
humildad aparece en numerosísimos pasajes. No se trata
solamente de Camino, donde hay un capítulo entero dedicado
a la virtud de la humildad con expresiones tales como: "No
olvides que eres... el depósito de la basura",
"gusano sucio, feo y despreciable", "polvo
sucio y caído", "Tú..., soberbia?
¿De qué?", "serás un montón
de carroña hedionda, gusanos, licores malolientes,
trapos sucios de la mortaja" que el autor dirige al que
está leyendo tanto como a sí mismo. En las Conversaciones
con Monseñor Escrivá de Balaguer, al contestar
a una pregunta del periodista sobre los laicos del Opus Dei
que se ordenan sacerdotes, dice de paso que "son desde
luego mejores que yo". En la homilía "En
el taller de José", pronunciada en Roma el 19
de marzo de 1963, alude a su gran pasión al hablar
de "el orgullo que barbota dentro de nosotros, la soberbia
que nos hace pensar que somos superhombres" y casi podríamos
decir que "presume" de humilde cuando, en la misma
homilía, añade que "en este mismo momento,
mientras os doy estos consejos, aplico personalmente la doctrina
a mi propia miseria". Hay una anécdota que de
una forma muy gráfica ilustra todavía acerca
de la compleja personalidad de monseñor en este juego
soberbia-humildad. El episodio tuvo lugar, según se
dice, con motivo de una visita que el jesuita José
María Llanos realizó a Bruno Buozzi, residencia
romana de monseñor. Tomé la precaución
de preguntar al padre Llanos si era cierto lo que se contaba
de su encuentro con el padre Escrivá y comprobé
que, si bien no confirmaba el hecho, tampoco lo desmentía.
Se limitó a sonreír y cambió en seguida
de conversación. Para captar toda la enjundia de la
anécdota es preciso recordar el dato por muchos conocido
de que José María Llanos ha sido uno de los
religiosos que más ha contribuido al cambio de actitud
de la Iglesia Católica española en estos años,
un cambio que se ha manifestado en su personal vivencia del
cristianismo. Habiendo sido en sus años jóvenes
un notorio exponente del "nacional-catolicismo"
español, Llanos ha evolucionado hacia una concepción
profundamente social de la religión. Yo mismo le visité,
obteniendo con ello la más viva imagen del radical
cambio de orientación de su pensamiento, en su pobre
vivienda situada en uno de los barrios más pobres de
Madrid, el Pozo del Tío Raimundo, donde Llanos vive
en compañía de un reducido grupo de jesuitas
obreros. [El padre Llanos falleció en febrero de
1992] Este hombre, que ha ejercido una profunda influencia
en la Compañía de Jesús y en la Iglesia,
fue invitado con motivo de un viaje a Roma a visitar la fastuosa
villa donde reside monseñor Escrivá. Le hicieron
pasar a una sala y, tras una breve espera, apareció
en la puerta el fundador del Opus Dei con los brazos tendidos
hacia delante, como suele, en santo ademán. Pensó
sin duda Llanos que Escrivá iba a abrazarle, pero -aquí
viene lo significativo del episodio- cuál no sería
su sorpresa cuando el presidente general del Opus Dei se adelantó
hacia él con paso vivo y postrándose a las plantas
del jesuita comenzó a mascullar con voz de profunda
emoción: "¡Soy un pecador! ¡Soy un
pecador! Padre Llanos, ¡soy un pecador!"
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