VIDA Y MILAGROS DE MONSEÑOR ESCRIVÁ,
FUNDADOR DEL OPUS DEI
LA QUIEBRA DE "ESCRIVA, MUR
Y JUNCOSA"
Cuando en 1968, la Junta de la Diputación de la Grandeza
de España se reunió para examinar el expediente
de solicitud de rehabilitación del título marquesal
con la denominación de Peralta a favor de monseñor
Escrivá de Balaguer, sus miembros ignoraban absolutamente,
por las noticias que tengo, que veintiocho años antes,
en 1940, el fundador del Opus Dei había obtenido del
Ministerio de Justicia la autorización para reforzar
y ennoblecer su apellido original con un gentilicio. El apellido
resultante, Escrivá de Balaguer, tenía y tiene,
no cabe duda, cierta prestancia de noble prosapia, cierta
sonoridad muy capaz de agasajar los refinados tímpanos
de los componentes de la digna corporación. Habiendo
quedado resuelto años atrás aquel expediente,
el Ministerio de Justicia no tenía por qué hacer
sabedores a los miembros de la Diputación de la Grandeza
-y de hecho tampoco a los del Consejo de Ministros ni a los
del Consejo de Estado, organismos que, como hemos visto, intervinieron
igualmente en el asunto de la rehabilitación del título-,
de la ortopédica operación de que había
sido objeto el apellido. A los organismos que entendieron
del expediente nobiliario no les correspondía investigar
de qué modo se había formado el apellido del
solicitante. Se atenían en este punto a lo que se les
comunicaba desde la calle de San Bernardo al enviarles el
expediente, es decir, que el solicitante se llamaba don José
María Escrivá de Balaguer y Albás. Así,
prevaleció desde el primer momento la impresión
de que este apellido de Escrivá de Balaguer individualizaba
a una familia linajuda, con plenos merecimientos, en punto
a su antigüedad y prosapia, para optar a un título
nobiliario. No digo todo esto, me apresuro a declararlo, para
arrojar la más leve sombra de duda sobre la procedencia
de la rehabilitación del título. Nada más
lejos de mi intención. De lo que aquí se trata
es de hacer ver al lector la necesidad que tiene de borrar
de su mente la impresión que a él mismo puede
haberle causado el sonoro apellido de monseñor, con
objeto de mejor comprender las verdaderas dimensiones de su
personalidad.
No son pocos los españoles que llevan apellidos compuestos,
hasta el punto de que podemos afirmar que esos apellidos no
designan hoy necesariamente a una clase social privilegiada.
Otra cosa es cuando un apellido que era simple se convierte
en compuesto por voluntad de los interesados, denotando su
deseo de transmitir la imagen de su familia como familia de
abolengo, acaso con tierras heredadas de sus mayores y con
antepasados ilustres. No quiero con ello decir que el digno
ejercicio del comercio textil, al que se dedicó durante
su vida el padre del fundador del Opus Dei, sea incompatible
con la nobleza. No lo es en modo alguno, pero cuando don Florentino
Pérez Embid, en la nota biográfica ya mencionada,
afirma que monseñor es "de antigua y limpia estirpe
por ambas ramas del árbol genealógico",
sin hacer ninguna otra aclaración sobre su familia
o linaje, el lector corre el peligro de engañarse con
respecto a la condición social del difunto don José
Escrivá. Aunque no puede decirse que sea incorrecto
desde un punto de vista semántico, no es frecuente
oír decir de un señor que regente una tienda
de tejidos que tenga "estirpe" ni "árbol
genealógico". Son conceptos que se aplican con
mayor propiedad a personas mas encopetadas que el padre de
monseñor, quien, por otro lado, parece haber sido,
como veremos en seguida, persona de suma modestia y sencillez.
Su propio hijo da fe de ello cuando, en la única información
que da en público a propósito de su familia,
dice: "Mi padre era un santo." Conviene, por tanto,
que el lector, haciendo ahora caso omiso de las grandezas
que ha oído sobre la familia Escrivá, se acostumbre
a considerarla -sin excluir la inconcreta posibilidad de una
ascendencia ilustre que justifique el título marquesal-
como a la familia de un pequeño comerciante, ya que
cualquier otra cosa podría tergiversar su recta comprensión
del personaje que estamos estudiando. Y si quiere encontrar
en ella nobleza, piense en el bien establecido principio según
el cual ningún otro título puede ennoblecer
tanto a una casa ni darle tanto lustre como la virtud y honradez
de sus hijos; honradez y virtud, esté seguro el lector,
en que la familia de don José Escrivá brilló
y brilla aún a gran altura.
"El padre de monseñor era verdaderamente un santo",
me decía don Manuel Ceniceros en la tertulia de la
que es asiduo a última hora de la tarde en el Café
Ibiza del Espolón logroñés. "No
santo, sino santísimo. Ya puede don Josemaría
luchar si quiere llegar a ser tan santo como él."
Don Manuel Ceniceros, actual gerente del almacén de
tejidos "La Ciudad de Londres" de la calle Portales
de Logroño, había conocido al padre de monseñor
cuando ambos trabajaban en esta acreditadísima firma,
fundada años antes por el emprendedor hombre de negocios
catalán don Antonio Garrigosa, persona de gran predicamento
en los medios textiles españoles. Por entonces, hacia
1920, don José Escrivá y Corzán era dependiente
y don Manuel Ceniceros aprendiz del reputado comercio.
Fueron los reveses de la fortuna, como he apuntado ya en
paginas anteriores, los que llevaron a Logroño al abnegado
comerciante barbastrino. Su vida hasta entonces había
girado alrededor de una tienda de tejidos situada en un recodo
de la calle del General Ricardos, en Barbastro. La tienda
es hoy propiedad de los señores de Lacambra, siendo
éste el nombre que figura en el rótulo, y sigue
dedicada a la venta de tejidos. Según me dijeron sus
propietarios, el establecimiento no ha cambiado mucho en su
disposición y arreglo, si bien la transformación
que en estos años ha experimentado el negocio textil
le da necesariamente un aspecto distinto al que debía
tener entonces. Algunos de mis informadores aseguraban que
esta tienda era originalmente propiedad de una doña
María Romero, persona bien conocida en Barbastro. No
he podido comprobar este extremo, pero es lo cierto que, quienquiera
que entonces lo regentara, fue en este establecimiento donde
el padre del fundador del Opus Dei se inició en su
trabajo de representante de comercio textil cuando llegó
de su nativo y no lejano pueblo de Fonz a mediados de la década
1880-1890, por lo que he podido colegir de la mal conocida
cronología de su vida. Su cometido consistía
al parecer, en aquella época, en correr los géneros
que de Cataluña y otros centros de producción
de España recibía el acreditado negocio, por
toda la comarca del Somontano, de la que Barbastro es hoy
todavía capital comercial. No faltan informadores que
digan que los negocios textiles de entonces se dedicaban también
a la producción de chocolate "a la taza",
que fabricaban en grandes perolas en el sótano del
establecimiento. El de doña María Romero no
debía ser una excepción en este punto y es probable,
por tanto, que don José Escrivá trabajara también
este renglón complementario en su actividad como representante.
En aquel tiempo don José, soltero todavía,
no tenía casa propia en Barbastro. Se hospedaba en
la antigua fonda San Ramón que con el nombre de hotel
San Ramón se alza todavía hoy en el paseo llamado
El Coso. Este hotel había sido fundado por una mujer
de gran temple, doña Rita Villacampa, y en este punto
la historia de la familia Escrivá y del Opus Dei enlaza
curiosamente con la historia de España. Esta doña
Rita era sobrina del famoso general don Manuel Villacampa
y del Castillo, que tomó parte con el general O'Donnell
en la acción de Vicálvaro en 1854. Después
de luchar incansablemente contra los carlistas, el general
Villacampa fue separado del ejército por sus ideas
republicanas y el 19 de septiembre de 1886 se puso al frente
de las tropas que proclamaron la República en Alcalá.
Abortado el movimiento, Villacampa fue condenado a la pena
de muerte que la reina regente María Cristina le conmutó
por la de cadena perpetua. Los miembros del Opus Dei que hoy
alardean de ser "incluso republicanos" gustarán
sin duda de conocer este precedente liberal de la historia
de la familia del fundador.
En la posible peregrinación de los devotos del padre
Escrivá que podríamos llamar, utilizando el
conocido slogan del Ministerio de Información y Turismo,
"la ruta del fundador", no puede faltar una visita
al hotel San Ramón, donde don José Escrivá
pasó muchos años antes de que, al contraer matrimonio
con doña Dolores Albás y Blanc, adquiriera la
casa de la plaza del Mercado en que nació el futuro
presidente general del Opus Dei. Se conserva prácticamente
intacta la decoración modernista con que doña
Rita quiso distinguir su casa. Lámparas de cuentas
de cristal, cornucopias, espejos dorados, racimos de uvas
de metal colgando de las paredes, nos transportan a la época
en que residía en aquella casa el honrado representante
de comercio.
Sus ambiciones, sin embargo, no se contentaban con este cargo,
por más digno que pudiera parecerle. Aspiraba don José,
como tantos otros de su profesión, a lo que se llamaba
comúnmente "establecerse", es decir, a tener
negocio propio. La ocasión se le ofreció pintiparada
cuando, hacia finales de siglo, doña María Romero
o quien fuera el propietario de la tienda, mostró sus
intenciones de vender el negocio. No teniendo capacidad económica
para adquirirlo por sí solo, constituyó sociedad
con otros dos dependientes de doña María Romero,
compañeros suyos, los señores Juncosa y Mur,
naciendo de este modo la razón social "Escrivá,
Mur & Juncosa", sociedad colectiva, con el objeto
de explotar la tienda y el lucrativo negocio de la distribución
comarcal de tejidos y chocolates. [Según
Peter Berglar la empresa que ocupaba la tienda anteriormente
se llamaba "sucesores de Cirilo Latorre" constituida
en 1894 y de la cual formaba también parte Don José
Escrivá y Corzán.]
La boda de don José Escrivá y doña Dolores
Albás debió de celebrarse a fines de 1897 o
principios de 1898. Monseñor nació en enero
de 1902. Para entonces, se había llevado a cabo ya
la operación de compra de la tienda por parte de los
tres dependientes asociados y la nueva familia se había
aposentado en la casa que forma esquina con la plaza del Mercado
y la calle Mayor, llamada también calle de los Argensola
porque se encuentra en ella el palacio donde nacieron y vivieron
los dos grandes poetas barbastrinos Lupercio y Bartolomé
Leonardo de Argensola. La casa de monseñor está
a un paso, casi enfrente, de la de estos dos poetas de quienes
escribió Baltasar Gracián: "Dos laúdes
tan igualmente acordes que parecían hermanos."
La celebridad se reúne en Barbastro a ambos lados de
la calle Mayor y la fama de monseñor Escrivá
de Balaguer y Albás no dista mucho de eclipsar, en
el ánimo de las gentes de su ciudad natal, a la de
los dos grandes poetas clásicos.
Encontramos por tanto a la familia Escrivá-Albás
en los primeros años del siglo gozando de su nueva
y bien ganada situación social de copropietarios de
un negocio de tejidos, lo cual, en aquella época, era
suficiente para darles tono de familia acomodada e incluso
distinguida, teniendo en cuenta el papel de primera importancia
que los textiles desempeñaban entonces en la economía
de una ciudad de las características de Barbastro.
La familia de don Pascual Albás y doña Florencia
Blanc, abuelos maternos de monseñor, era también
del comercio de la ciudad. No he podido llegar a averiguar
con exactitud qué tipo de comercio regentaban. Alguien
me dijo que tenían confitería y, aunque no me
ha sido posible confirmarlo, podría sostener esta suposición
el hecho de que existe todavía hoy en Barbastro una
"Confitería Albás". Por otra parte,
la familia Escrivá-Albás pertenecía,
por estrechos lazos de sangre, a la casta sacerdotal. Un hermano
de don José llegó a ser párroco de Fonz.
Dos hermanos de doña Dolores, don Carlos y don Vicente,
a quienes volveremos a encontrar más adelante, eran
igualmente sacerdotes y el primero de ellos llegó a
ser canónigo de la Seo de Zaragoza.
Una persona que, por su edad, podía recordarlo, me
dijo en Barbastro que doña Dolores tenía un
tío obispo. He encontrado efectivamente a un obispo
llamado don José María Blanc, que nació
en Barbastro en 1845. Debía ser hermano de doña
Florencia Blanc, abuela materna del fundador del Opus Dei.
Este prelado entró por oposición con el número
uno en el clero castrense en 1876 y fue párroco de
distintos cuerpos de Infantería, siendo más
tarde canónigo de la catedral de Valladolid y finalmente
obispo de Avila, donde murió en 1897. La tumba del
obispo Blanc puede verse en el altar mayor de la catedral
abulense. Como se verá, por tanto, bien se puede aplicar
a monseñor Escrivá de Balaguer aquello de que
"de casta le viene al galgo", teniendo en cuenta
los muchos y muy ilustres presbíteros y dignidades
que tuvo su familia. No es difícil imaginar el clima
de honda religiosidad que debía respirarse en casa
del ejemplar comerciante. En 1905 fue fundado el órgano
del Obispado de Barbastro, "El Cruzado Aragonés",
que sigue apareciendo en nuestros días como semanario
de suscripción. No es difícil imaginar que el
periódico católico de Barbastro, caracterizado,
como su nombre indica -al menos en aquella época-,
por una concepción bélica de la religión,
encontró en don José Escrivá un lector
asiduo y entusiasta, y no cabe duda que "El Cruzado"
formó parte, a través de las enseñanzas
paternas o incluso directamente, de la alimentación
espiritual del niño y más tarde del mocito José
María. Un estudio detenido de esta publicación
-cuyo carácter católico-nacionalista salta a
la vista en una simple ojeada en los años en que pudo
influir sobre el pensamiento del futuro fundador, es decir,
entre 1910 y 1915, cuando ya José María -que
nació en 1902- estaba en edad de comprender, arrojaría,
sin duda, alguna luz sobre el proceso de formación
de su pensamiento.
La religiosa felicidad de la familia quedó bruscamente
interrumpida en el año 1915 como consecuencia de la
quiebra del hasta entonces floreciente negocio de venta de
tejidos. Hay varias versiones respecto de las causas de esta
quiebra que había de representar una profunda conmoción
en la vida de la familia. Un compañero de don José
María Escrivá en el seminario de Zaragoza me
decía que el propio Escrivá le había
contado que su padre había tenido un pleito con unas
monjas. Ignoro la importancia que pudiera tener este pleito,
aunque no es probable que fuera la causa determinante de la
ruina del negocio. En Barbastro he oído contar una
historia que me parece mucho más plausible. Uno de
los tres socios originales de la razón social, el señor
Mur, decidió en un momento dado separarse de sus compañeros,
para lo cual les vendió su parte. En el contrato se
incluyó la llamada cláusula de no concurrencia
por la cual el señor Mur se comprometía a no
establecerse por sí ni por medio de tercero en el mismo
tipo de negocio a fin de no hacer la competencia a sus antiguos
socios en el mercado, entonces no muy amplio, de Barbastro
y su comarca. A pesar de lo dispuesto en esta cláusula,
el señor Mur dedicó al parecer el dinero que
había recibido por la venta de su parte en la razón
social al establecimiento de un nuevo negocio de tejidos,
que puso a nombre de un tercero que actuaba a título
de lo que suele llamarse un "hombre de paja". Con
el tiempo, el señor Mur tuvo dificultades con su nuevo
socio quien, según me dijo un abogado de Barbastro,
"le había salido truhán". Se vio obligado
a acudir contra él ante los tribunales y esto dio lugar
a que los señores Escrivá y Juncosa tuvieran
conocimiento oficial y prueba fehaciente de los pactos que
su antiguo socio había suscrito en violación
de la cláusula de no concurrencia. Demandaron a su
vez al señor Mur por incumplimiento de contrato y el
nuevo pleito entre Escrivá y Juncosa por una parte
y Mur por la otra, duró al parecer cuatro años
y significó a la larga la ruina de la empresa.
La quiebra de la razón social tuvo al parecer cierto
tono dramático, como parece indicarlo el hecho de que
ambos socios tuvieran que abandonar la ciudad donde habían
venido trabajando durante tantos años. Juncosa se marchó
a Huesca y Escrivá a Logroño. Algunas personas
de Barbastro con las cuales hablé me dijeron que monseñor
"estaba amargado" de su ciudad natal y ésta
era la razón por la cual no iba más a menudo
por allí. Efectivamente, don Josemaría Escrivá
de Balaguer no ha visitado Barbastro, al menos oficialmente,
desde que su nombre ha adquirido el prestigio sin límites
de que goza el fundador y presidente general del Opus Dei.
Hay quien dice que ha estado allí "de incógnito",
lo que no es improbable, ya que consta por noticias aparecidas
en la prensa que ha visitado en alguna ocasión el complejo
religioso-turístico-cultural de Torreciudad para inspeccionar
las obras que allí se están realizando. El hecho
es, sin embargo, que no ha hecho todavía hasta ahora
su "entrada triunfal" en Barbastro. En unas declaraciones
publicadas en "El Cruzado Aragonés" en mayo
de 1969 (que, dicho sea entre paréntesis, daban también
la impresión de haber sido contestadas por escrito),
monseñor decía que tenía muchas ganas
de ir a su pueblo, pero que "no puedo andar de un lado
para otro". Afirmaba que, aunque tenía solamente
trece años cuando salió de allí, sentía
un gran cariño por Barbastro y se enorgullecía
de ser barbastrino. Muy en su estilo de permanente mentís
de posibles rumores, que es característico de su forma
de contestar a las preguntas que se le hacen, monseñor
manifestaba, al preguntarle el periodista cuáles eran
sus mejores recuerdos de su ciudad natal, que "todos
mis recuerdos de Barbastro son buenos recuerdos". Esta
afirmación parece contradecirse con lo que me decían
algunas personas de la ciudad, de que, apremiados por los
acreedores, "los Escrivá tuvieron que salir de
Barbastro de noche".
Ya iremos viendo cómo la ruina de su padre en el negocio
de tejidos que poseía en Barbastro, con la secuela
de penuria y privaciones que la familia Escrivá tuvo
que pasar en los años siguientes, deja en la tierna
mente del niño José María un trauma profundo
que se manifiesta inconfundiblemente a lo largo de su vida.
Sin la ruina de la razón social "Juncosa &
Escrivá" la personalidad del fundador del Opus
Dei y, de hecho, el Opus Dei mismo, habrían tenido
un contenido muy diferente del que ahora tiene. Pues aun admitiendo,
como hemos convenido en admitir, la tesis opusdeísta
del soplo de la inspiración divina sobre la mente fundacional,
es lo cierto que el caldo de cultivo que esa inspiración
habría encontrado hubiera sido de muy diversa índole
de no haberse producido la quiebra del honrado comerciante.
Apenas puede exagerarse la importancia que ejerce un acontecimiento
de este tipo en la formación de un muchacho de trece
años que, como hijo mayor de la casa, se siente directamente
responsabilizado en el fracaso de los negocios paternos. Inmerso
en la mentalidad mercantil, para la cual la pérdida
del dinero, de la posición social y, en definitiva,
del "prestigio", equivale a una anulación
de la propia personalidad, a la muerte civil y casi física,
José María Escrivá, hoy de Balaguer,
no logra superar el espectro de la ruina. Su vida, la obra
de su vida, arranca y tiene su origen en esa ruina familiar.
Es un "self-made-man", pero un "self-made-man"
que no parte, como otros muchos de su clase, "de la nada"
sino del quebranto económico de su familia. Su preocupación,
visible en todas las épocas de su vida, consiste en
reivindicar el buen nombre de su casa, injustamente mancillado
en la injusta y sorda guerra del comercio. No debe olvidarse,
en ningún momento, que el Opus Dei es ante todo una
empresa familiar. Su núcleo inicial, ya lo he dicho,
es la familia Escrivá, a la que sucesivamente se van
incorporando los "hijos" o socios. Así, el
triunfo del Opus Dei es un triunfo familiar, conspicuamente
bendecido por Dios y favorecido por el desenvolvimiento de
la historia contemporánea de España. Es gracias
a esta combinación de fuerzas, la pasión reivindicativa
del padre Escrivá, la asistencia del Altísimo
y los avatares de la España moderna, que el hijo del
dueño de la tienda de la calle del general Ricardos
en Barbastro puede acometer la reconquista del crédito
perdido. Y mientras la inmensa mayoría de los españoles,
por utilizar una frase de Groucho Marx, pasan "de la
nada a la más absoluta pobreza", el fundador se
eleva, en meritísima ascensión, desde el abismo
de los números rojos hasta la inmensidad del "mar
sin orillas". Monseñor Josemaría Escrivá
de Balaguer y Albás, instrumento de ese milagro de
la Providencia que apropiadamente llamamos "Opus Dei",
simboliza hoy entre nosotros, paradójicamente, la Victoria
de la Clase Media, la Apoteosis del Comercio. [Quizá
las dificultades que su familia pasó cuando él
era joven le inspiraron en su mayor edad la desmedida pasión
por la riqueza que se percibe en muchas de las anécdotas
que de Monseñor se cuentan. Un día, por ejemplo,
sus "hijos" españoles le obsequiaron con
una Columba, un tipo de sagrario que va colgado sobre el altar,
hecho de oro. Escrivá lo rechazó y mandó
que lo colocaran en una pequeña capilla, exigiendo
que le hicieran una Columba de brillantes. Pero no sólo
deseaba las riquezas para el culto, sino también para
la sede central del Opus Dei donde él vivía.
Una persona que lo visitó me contaba que había
mandado poner en una habitación un suelo de onix y
que, al mostrárselo, Mónseñor le dijo:
"Esto es de lo que las señoras se hacen anillos".
Con frecuencia recorría las tiendas de los anticuarios
y si veía una cosa bonita en casa de un amigo, se encaprichaba
con ella y no paraba hasta conseguir que su amigo se la regalara.
En una visita a Sevilla se enamoró de un biombo coromandel
y estuvo a punto de conseguirlo. Una de sus "hijas",
de familia noble, había llevado el biombo a la casa
sevillana del Opus Dei donde Monseñor debía
almorzar al objeto e dividir el comedor para separar la mesa
de invitados de las de los demás residentes. En cuanto
vio el biombo, el padre Escrivá empezó a cuchichear
con los responsables de la casa, los cuales comunicaron a
la propietaria de aquel bello y valioso objeto, lo mucho que
al fundador le había gustado y lo bien que haría
en regalárselo. Ella se resistió porque el biombo
pertenecía al patrimonio de su familia y tuvo que dar
un millón de pesetas para hacer una reproducción
del biombo que fue enviada a Roma.]
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