EL OPUS DEI: UNA INTERPRETACIÓN
Autor: Alberto Moncada
INTRODUCCIÓN
En 1970 se difundió superficialmente en España
el libro de Infante La Santa Mafia. El comentarista de un
diario madrileño lo calificaba de libelo, y a renglón
seguido se lamentaba de la falta de información sobre
fenómeno tan importante de la España de posguerra.
Sin embargo, si se reflexiona un poco, se comprende la dificultad
de tal empresa en el contexto informativo del país.
Porque ¿de quién podría partir la iniciativa?
Quienes tratan de conocer y dar a conocer esta "Asociación"
(el Opus Dei) desde un punto de vista sociológico tropiezan
con la dificultad, real o presunta, de que el describir comportamientos,
lazos de intereses, etc., choca contra un "pudor"
oficial respecto a la revelación pública de
los contemporáneos. ¿Quién sería
capaz de publicar hoy un libro importante sobre el affaire
Matesa?, ¿o sobre las negociaciones "concordatarias"?
A esa dificultad se añade el problema de la obtención
de los datos. En esto el Opus Dei no se distingue especialmente
de la mayoría de las organizaciones que necesitan de
la adhesión o de la aprobación de terceros para
el desarrollo de sus actividades. Todas ellas tienden a hacer
público lo que beneficia a su imagen y se guardan muy
mucho de dar a conocer lo que, a su juicio, podría
perjudicarla.
Cualquier grupo, como cualquier persona, tiene en su ejecutoria
aciertos y desaciertos, momentos felices y otros desgraciados.
De modo que lo normal es que pongan más énfasis
en declarar sus intenciones que su comportamiento. Y cuando
tratan de éste suelen subrayar sus aspectos positivos.
El problema de la credibilidad nace cuando terceros, con una
u otra intención, ponen en duda la adecuación
de los comportamientos a los ideales o intenciones declarados
y especialmente cuando enjuician todo ello desde una perspectiva
óptica distinta a la "patrocinada" por el
grupo en cuestión.
Sin olvidar que en la mayoría de los fenómenos
religiosos los interesados suelen afirmar que sólo
pueden entenderlos quienes participan del credo respectivo.
Ello puede ser cierto en términos doctrinales, a tenor
de la mayor o menor familiaridad del critico con las intimidades
esotéricas del fenómeno. Pero deja de serlo
cuando se trata de analizar comportamientos. ¡Aviados
estaríamos si todo el mundo pudiera justificar sus
acciones por una especial "venia" de la divinidad.
Estas u otras ideas parecidas debería estar rumiando
J. N. cuando nos encontramos en Londres meses después
de la publicación del citado libro. El es, o era entonces,
miembro importante de la oficina central de información
de la Obra en Roma. Al comentar el tema me confió que
él no veía la manera de que la gente entendiese
el Opus Dei a menos que el libro en cuestión fuese
escrito por alguien que, habiendo sido de la Obra, hubiese
dejado de serlo. Es decir, por un buen conocedor, pero con
la perspectiva que da la ausencia de lazos de ciega lealtad,
virtud esta que con tanta frecuencia nos hace contar las verdades
a medias.
El fenómeno Opus Dei, como tantos otros que oculta
el misterio o el secreto, tiene poco interés para el
gran público, una vez conocido. Nadie se interesa morbosamente
por el comportamiento de unos miles de católicos que
tratan a su manera de ser consecuentes con su fe, a menos
que a tal grupo se le atribuya, como es el caso, la mitad
de las venturas o desventuras de un país.
De ahí que por el simple procedimiento de contar toda
la verdad se puedan pinchar los varios globos que entre todos
hemos inflado: el Opus Dei y la política, el Opus Dei
y los negocios, etc. No olvidemos que el asunto afecta básicamente
a nuestro país, ya que el Opus Dei no tiene una dimensión
internacional importante, ni por su influencia religiosa ni
por lo que se refiere a su aureola "tentacular".
Y en cuanto a España, por supuesto que han ocurrido
cosas que justifican la versión crítica, pero
en menos medida que la generalmente atribuida.
La Obra, como tantas otras organizaciones religiosas a lo
largo de la historia, ha sufrido ese comprensible espejismo
de creer que para conseguir el "advenimiento" de
la fe a las conciencias era muy conveniente disponer de plataformas
de influencia civil. El paso del tiempo, las experiencias
más o menos tristes y la recepción interna de
las nuevas actitudes de la Iglesia católica han sometido
a sus dirigentes a un doloroso y fructífero proceso
de purificación que ha concluido, al menos por ahora,
en un explícito repudio de esa manera de actuar...
aun cuando todavía sea muy fuerte el lastre del pasado
y existe la dificultad, general a todas las Iglesias, de hallar
vías aptas para la predicación de la fe en la
sociedad contemporánea.
Más importante es la adecuación del comportamiento
del Opus Dei a sus ideales y la naturaleza de ellos. Porque
este es el tema. Y para decirlo en pocas palabras, lo dramático
de la cuestión es que una organización que cautivó
la voluntad de tantos españoles de valía en
determinado momento se encuentra atrapada en un conflicto
desgarrador entre la fidelidad a una manera anticuada de entender
la dimensión humana más radical, la religiosa,
y la confrontación con el más agudo de los cambios
que la civilización ha conocido.
Hoy por hoy, los dirigentes del Opus Dei han hecho una apuesta
al pasado, una opción a lo pretérito, tanto
en el modo de vivir la fe cristiana como en su entendimiento
de la historia de los hombres. No puede, por tanto, extrañar
que se encuentren en colisión con las nuevas formas
de religiosidad que están emergiendo en la Iglesia
católica a partir del Vaticano II y con las ideas y
fuerzas más vigorosas en la configuración de
la civilización del futuro.
En la primitiva doctrina de la Obra se encontraban, aunque
en estado germinal, profundas intuiciones acerca de los "signos"
de los tiempos, válidas y atractivas semillas de espiritualidad
que están siendo soterradas por las preocupaciones
inmediatas de estrategia eclesiástica y por una insuficiente
pretensión de reajuste, de acomodo a la circunstancia
y de mejoramiento de su imagen pública.
Los directivos del Opus Dei, con las limitaciones de su respectiva
biografía, tratan de entender el mundo que les rodea
y hasta realizan correcciones de matiz, tanto en su simbiología
como en las instrucciones de comportamiento que dirigen a
sus subordinados. Pero de una manera tan poco convincente
y tan llena de prejuicios y lagunas, que la mayoría
de los sucesos les cogen de improviso. Ello se debe a la ausencia
de una cualidad, para mí fundamental, que tienen las
personas y los grupos que han movido la historia: capacidad
de anticipación del futuro.
Sin embargo, sería ocioso lamentarse de ello, porque,
dados los condicionamientos a que está sometida la
institución, mal se puede pretender que reaccione con
rapidez ante los nuevos hechos y sepa dar de ellos una interpretación
global y profunda. Estos condicionantes son para mí:
a) el tratarse de una organización, b) dependiente
de la Iglesia católica, c) de origen español.
Uno de los temas que preocupan hoy más a los sociólogos
y psicólogos y que produce más abundante bibliografía
es la presente crisis de las fórmulas tradicionales
de asociación. Nacidas para la satisfacción
de necesidades y aspiraciones humanas, han ido evolucionando
-en el tiempo de que tenemos constancia documental- de lo
general a lo especial.
La familia, por ejemplo, ha tenido hasta hace poco tiempo
un carácter de grupo polifacético, donde el
hombre satisfacía la mayor parte de sus necesidades
y la mujer la totalidad de sus aspiraciones. Una civilización
agrícola, fijada al suelo y dependiente de éste,
permitiría que en el seno de la familia o en relación
a ella el hombre ocupara la mayor parte de su día y
recibiera ilustración para entender y evaluar su vida
y los acontecimientos. El "trueque" en economía
y el "vasallaje" en política eran relaciones
básicamente ínter familiar es. Hoy la familia
se ha especializado, podríamos decir, y se ha convertido
en una comunidad afectiva en la que los hombres y las mujeres
buscan un cauce estable para el amor y los hijos encuentran
o debieran encontrar un afecto protector. La familia está
dejando de ser unidad económica, educativa, profesional,
religiosa y política, porque el hombre encuentra grupos
especializados donde satisfacer mejor esas necesidades en
beneficio de una creciente autonomía personal. Los
movimientos de emancipación femenina se sitúan
en este contexto evolutivo y tienen en la autonomía
económica y profesional sus más importantes
manifestaciones.
Sin embargo, al privarse a la institución de los otros
fines y reducirse sus miembros, se requiere una mayor calidad
del lazo afectivo, es decir, un mayor esfuerzo para el mantenimiento.
De ahí que las crisis familiares, entre hombre y mujer
y entre padres e hijos, sean hoy por una parte más
dramáticas y por otra más frecuentes. Cuando
los interesados se dan cuenta de que lo único que realmente
ponen en común es la vida afectiva primaria, sin que
se pretendan otras sumisiones, cuidan esos lazos de amor y
renuncian o pactan en las restantes influencias recíprocas.
De lo contrario, los individuos buscan la comunidad afectiva
en lazos permanentes o temporales con otras personas o grupos.
Léase "comunas" juveniles o amores extramaritales.
Esta evolución va paralela a la de la prosperidad,
por-que es muy difícil comportarse libremente, en el
sentido descrito, cuando se está muy condicionado por
la dependencia económica.
En los otros tipos de asociaciones sucede lo mismo. El instinto
que tienen las sociedades más desarrolladas para mantener
a las instituciones en su fin y reaccionar cuando pretenden
pasarse de la raya es cada vez más notorio. Por ejemplo,
las mezcolanzas entre actividades políticas y mercantiles
son repudiadas con una efectividad cada vez. Mayor y casi
imposibles de realizar sin que la opinión pública,
mejor informada, pase la "factura" a los interesados.
Pues bien, el Opus Dei es una institución con multitud
de actividades, como se deduce de las cosas que se hacen en
su nombre o en las que invierte su dinero o el tiempo de sus
socios.
Es una familia mitad convento mitad hogar de clase media,
constituido por cientos de casas en las que se supone que
un buen número de personas, la mayoría de sus
socios no casados, comen, duermen, guardan su ropa y reciben
afecto y atención.
Es una federación de instituciones de enseñanza
con docenas, quizá cientos de centros administrados
bajo el control de los dirigentes de la Asociación.
Es una plataforma de información y formación
religiosa a través de los ejercicios espirituales y
demás actos o reuniones de esta o similar naturaleza
que organiza.
Es una central de asesoramiento en cuanto que dispensa consejo
y orientación, de palabra o por escrito, a cuantos
están obligados o desean tener estos servicios.
Es un mecanismo de financiación por cuanto necesita
cubrir los gastos de muchos de sus socios y de sus actividades.
Todo ello genera servicios complementarios de variada índole,
entre los que destacan, en el plano material, las construcciones
para albergar personas y actividades, y en el plano directivo,
las gestiones para conseguir aprobaciones, permisos y buena
voluntad de las autoridades civiles y eclesiásticas,
y, más recientemente, el apoyo de los medios informativos.
Como organización es, pues (el Opus Dei), una institución
plurifacética que ha dado origen a una estructura burocrática
cada vez más extensa y en la que, a pesar de los buenos
deseos de sus dirigentes, las reglas de eficiencia no brillan
especialmente. Tampoco es que puedan brillar mucho, porque
los mecanismos de adopción de decisiones, de información,
etc., se rigen por una mezcla de criterios religiosos, eclesiásticos
y empresariales de difícil interconexión. Ya
que si, por una parte, la organización espera que la
Providencia "secunde" sus planes, éstos requieren
una estrategia operativa que no puede incluir las intervenciones
sobrenaturales. Al menos sistemáticamente. De ahí
surge el problema de credibilidad sobre el fin del Opus Dei.
Digan lo que digan sus dirigentes, las cosas que hacen ellos
o persuaden a sus subordinados para que las hagan son tan
variadas que no pueden reducirse a un denominador común
congruente con la citada especialización institucional
de la sociedad contemporánea.
La pregunta ¿qué es el Opus Dei? no tiene,
pues, contestación clara y no puede válidamente
sustituirse por la otra, ¿qué pretende el Opus
Dei?, porque entonces pasamos al plano de las "intenciones"
y ese es terreno movedizo.
Otro problema importante de las asociaciones humanas lo constituyen
las tensiones entre autoridad y libertad, bien del individuo
y bien común. Sería ridículo tratar de
resumir bibliotecas enteras, pero parece que caminamos hacia
una positiva conciencia mundial del carácter central,
básico, sustantivo de la persona humana. Me faltan
calificativos para describir ese camino penoso que la humanidad
va recorriendo, verdadera epopeya, para llegar a descubrir
que lo único que tiene valor en sí es el hombre,
cada hombre, cada mujer. Que toda consideración no
antropológica es, en principio, digna de desconfianza
y que el único plano viable de consenso y concordancia
entre los diversos sistemas religiosos, políticos y
económicos es el del respeto máximo a cada individuo
que nace y muere bajo el sol.
Yo suelo decir que lo que más trabajo me cuesta aceptar,
en mi comportamiento diario, es que cada persona con la que
me relaciono es más importante que todas las ideas
e instituciones que conozco o pueda llegar a conocer. Con
una excepción, yo mismo. Es decir, que primero me debo
respeto a mí y después a los demás. Lo
que pasa es que cuanta más calidad tiene mi vida para
mí, más fácil me resulta el respeto a
los demás. Y cuanto más envilecida está
mi conciencia, más frecuentemente necesito recurrir
al "amparo" de las ideas o de las instituciones
para no respetar verdaderamente a cada persona.
Aceptar esto prácticamente es muy difícil,
porque en este terreno, como en tantos otros. Occidente continúa
"atrapado" por los planteamientos dualistas. En
cualquier asociación humana se establece una distinción
entre los que marcan las reglas del juego y los que han de
someterse a ellas.
Esta distinción se alimenta de apelaciones "míticas",
explotando el instinto humano de trascender la individualidad,
y así surgen las ideas de bien común y tantas
otras. Todas ellas, el bien de la patria, el del partido,
el de la entidad comercial o deportiva, etc., terminan exigiendo
adhesiones brutales de las que el hombre no puede defenderse...
hasta que empieza a defenderse.
El proceso de defensa arranca cuando alguien comienza a sentirse
incómodo con tanta cantidad de subordinación
y con el precio tan costoso, en términos de autonomía
personal, que ha de pagar por ser miembro de tal o cual asociación.
Y generalmente se pone en marcha cuando el hombre alcanza
unos mínimos de autonomía económica.
En el Opus Dei, como en la mayoría de las asociaciones
religiosas, la cuestión se define como una entrega
de la persona que consiste en poner a disposición de
los que gobiernan sus aptitudes y valores personales. Mientras
el grado de adhesión interior es suficiente no hay
conflictos. Estos se plantean cuando los miembros encuentran
una fórmula subjetivamente "mejor" para dar
satisfacción a las necesidades o aspiraciones que pretendían
conseguir asociándose al grupo, o cuando cambian de
parecer y ponen otras necesidades o aspiraciones en términos
prioritarios a aquéllas. Generalmente les sucede a
personas que forman parte de varias zonas de interés
cuando las exigencias de cada una de ellas colisionan entre
sí.
Paralelamente se van deshinchando en Occidente las viejas
fórmulas de "autoridad" y "adhesión".
Ya nadie pacta la entrega de la totalidad de su vida a ninguna
persona o grupo. Esto es muy advertible en política.
Los profesionales comienzan a darse cuenta de que la autoridad
está, por una parte, fragmentándose en liderazgos
variados según los diferentes grupos a los que las
personas se asocian. A ningún político se le
ocurriría hoy pedir adhesión a sus puntos de
vista musicales.
La gente, y especialmente la juventud, tiene unos líderes
musicales concretos y cambiantes. Por otra parte -y esto entristece
a los políticos antiguos-, el ciudadano occidental
empieza a considerarse consumidor y les pide no ideales sino
más y mejores servicios. Más salud, más
carreteras, precios baratos, participación en las decisiones
globales, etcétera.
Todo ello forma parte del citado proceso de "humanización",
al que contribuyen más, como casi siempre, los adelantos
técnicos que las proclamaciones doctrinales. Por ejemplo,
toda la estrategia de integración de los miembros de
una organización en la adopción de decisiones,
la descentralización, etc., ha nacido a impulsos de
las técnicas de sistematización y automatización
de los sistemas operativos para atender necesidades a escala
masiva, y en especial para la incorporación de máquinas
a las operaciones de rutina. Los modelos cibernéticos
exigen el feed-back del diálogo y de la participación,
arruinando la concepción burocrática anterior.
Como dice Garaudy, estas técnicas modernas implican
un reajuste permanente, responsabilidades bien establecidas,
trabajo en grupo, diálogo y participación, siendo
la decisión cada vez menos un arbitraje y cada vez
más un impulso.
Sin embargo, los nuevos hechos no son tan notorios en el
mundo cultural, religioso o político, porque la evaluación,
el enjuiciamiento, no son tan inmediatos como en las actividades
mercantiles. En el "modelo" burocrático occidental
todavía persisten en gran escala procedimientos antiguos;
las decisiones recorren un largo camino de arriba abajo, a
través de un proceso legal increíblemente ineficaz,
que condena a los participantes a los dos males típicos
de la sociedad industrial: la "alienación"
y el aburrimiento.
De ahí que los nuevos modelos de asociación,
las adhocracias de que habla Toffiin, tengan tanto éxito
lo mismo en las realizaciones materiales que en las aventuras
políticas, religiosas y culturales del momento.
El mimetismo típico y el tempo peculiar de las organizaciones
religiosas occidentales hace que todavía persigan la
eficacia por la vía del modelo tradicional, sin comprender
que, en sus propias narices, el mundo civil está evolucionando
hacia fórmulas más enriquecedoras de la participación
personal. No puede extrañar, pues, que de esas organizaciones
se marginen los más jóvenes y los más
inteligentes, incapaces de soportar el tedio y el legalismo
de instituciones en las que parece haberse parado el reloj.
En el Opus Dei cabe estar o dentro del mecanismo de gestiones,
actuaciones, etc., pertenecientes a la estructura burocrática
-y entonces se participa de la excitación de la jugada,
siempre que uno comulgue con ella-, o tangencialmente, viviendo
cada uno su propia vida como sacerdote o laico. Si se progresa
en madurez personal y en conciencia de modernidad, los últimos
se encuentran en una colisión permanente con la mayoría
de las ideas o los comportamientos que la asociación
trata de imponerles y viven en una permanente crisis de conciencia.
No pasa un día, desde hace ya varios años,
sin que surja una publicación importante sobre los
cambios en la Iglesia católica. Desde cientos de vertientes,
teólogos, filósofos, sociólogos, etc.,
examinan los fenómenos de la fe y la religión
cada vez con mayor perspectiva de integración en el
resto del acontecer humano y con menos miedo a los tabúes
y a las condenas.
El conocimiento de lo religioso, aun dentro de la Iglesia
católica, ya no es un saber normativo, "lo que
hay que creer y lo que hay que obrar", sino un acercamiento
desenfadado y no siempre intelectual, dispuesto a averiguar
qué ventajas saca el hombre de aceptar una determinada
manera de vivir, y a tratar de homologar existencialmente
cada credo. A la Iglesia católica le están pasando
muchas cosas, pero como está también organizada
según el modelo burocrático occidental, su capacidad
de reacción y asimilación es relativa.
Las cuestiones de la Iglesia han sido habitualmente discutidas
y resueltas por hombres de Iglesia. Si nos ponemos en el pellejo
de los contemporáneos podemos preguntarnos: ¿qué
tipo de cosas pueden entender y resolver? El entrenamiento
a que son habitualmente sometidos tiene que ver con dos áreas
importantes: el sentido profundo de la vida y el comportamiento.
No tiene nada que ver, en cuanto tal entrenamiento específico,
ni con la ciencia positiva ni con la tecnología. Por
eso no se les puede pedir legítimamente que se hagan
cargo inmediatamente de las implicaciones que para las áreas
de su entrenamiento tienen los acontecimientos producidos
fuera de ellos. De ahí el retraso habitual con que
la Iglesia coge los trenes del progreso.
Sin embargo, algunas facetas de éste, como las "comunicaciones"
y la velocidad a que fluye hoy la "información",
se proyectan sobre sus áreas específicas de
muchas maneras imprevisibles, dando lugar a que los hombres
de Iglesia, los que deciden, se familiaricen aun sin quererlo
con el mundo del que no participan y, sobre todo, descubran
que hay otras maneras de entender y vivir el sentido profundo
de la vida y el comportamiento.
Respecto a lo primero, me parece digno de citar el impacto
que recibe la Iglesia católica al comprobar las riquezas
espirituales de otras civilizaciones distintas a la occidental,
palpando con asombro que las experiencias místicas,
las intuiciones metafísicas no son patrimonio suyo
ni de la cultura donde está mayoritariamente establecida.
Y la cuestión entonces no es respetar a las demás
filosofías o religiones, sino descubrir que es imposible,
o al menos inaceptable, que las "síntesis"
que pretende hacer las construya sin tener en cuenta esas
otras aportaciones. Los diálogos con los no cristianos
terminan, naturalmente, modificando a los cristianos.
Y en cuanto al comportamiento, también la Iglesia
descubre no sólo que no posee el monopolio ético
en la predicación -en la conducta ya lo había
descubierto-, sino que formas de actuar "sospechosas"
doctrinalmente se insertan mucho más profundamente
en los signos de los tiempos que las "ortodoxas".
Y así, una teología de orden, respetuosa con
las instituciones al precio de sacrificar frecuentemente los
derechos de la persona, está siendo sustituida por
una sucesión, no siempre coherente, de afirmaciones
magisteriales que aceptan la necesidad de provocar el cambio
y se niegan a bendecir y compartir sistemas injustos.
El resumen podría ser que hoy la Iglesia católica
duda, no termina de comprender a Dios ni al hombre, se siente
afectada por un cambio sin precedentes en la historia de la
civilización de cuyos interrogantes no posee todas
las respuestas, y no tiene demasiada prisa en dar otra cosa
que consuelo, afecto y comprensión, especialmente a
los que más sufren.
Esta nueva actitud es obra de los hombres de Iglesia más
lúcidos y valientes, aquellos que aceptan el gran desafío
de no conformarse a una imagen de Dios incomprensible para
el hombre moderno sin tener todavía otra que ofrecer
en sustitución y que respondan al mismo tiempo a la
Revelación y al modo de entender ésta desde
la sociedad contemporánea.
Sin embargo, el proceso es largo y doloroso porque hay todo
un sentido de lealtad a la letra del Evangelio, muy similar
al que encontró Jesucristo en los doctores de Israel,
que conecta la fidelidad a Dios con la fidelidad a una interpretación
concreta del mensaje bíblico.
Así que mientras los hombres nuevos no sucedan a los
viejos en la burocracia y ésta no altere sustancialmente
sus mecanismos operativos, la Iglesia católica, como
las demás institucionales, asiste con dolor a las deserciones
y, sobre todo, a la creación de formas no institucionales
de asociación en las que jóvenes de distintas
confesiones, o aun de ninguna, tratan de resolver los interrogantes
de esa dimensión última de la existencia humana,
mucho más por la vía de la experiencia que por
la del saber cognoscitivo.
Y, como siempre, los hombres de la lealtad al pasado, mientras
tratan de poner "puertas al campo" y hacer más
traumática la transición, sueñan con
el retorno a los sistemas que ellos entienden y forman la
legión de los plañideros.
No es necesario explicar a qué sector pertenece el
Opus Dei ni cuáles son las consecuencias internas del
proceso señalado. Solamente hay que destacar que la
adaptación es mucho más difícil que en
otros grupos católicos, porque las creencias y actitudes
de los socios de la Obra se basan, hoy por hoy, en una lealtad
incuestionada a una sola persona que define la doctrina e
impulsa las actividades. Los socios podrán, si se atreven,
mandar alguna información o ejercer su juicio crítico
en algún nivel inferior, pero la fabulosa personalidad
del padre Escrivá es en última instancia quien
juzga y resuelve en base naturalmente al voto de confianza
que, prácticamente incondicionado y mayoritario, le
han otorgado sus súbditos.
Sin embargo, el padre Escrivá se encuentra en la necesidad
de tener que negociar con una Iglesia oficial que está
cambiando las cosas relacionadas con la "aprobación"
de la Obra, y su actitud, deducida de sus hechos y dichos,
es una mezcla de asombro, confusión, enfado y nostalgia
ante la evolución que advierte en el Vaticano. Como
él no puede, dada su formación, prescindir de
la dependencia a la jerarquía ordinaria, ha de bailar
al son que le toquen y unas veces parece amigo de la libertad
y otras de la vuelta a la Inquisición.
La inicial aportación "renovadora" de la
Obra se situó dentro del anterior contexto eclesial,
y en él parecía moderna y refrescante. Ahora
ha sido ampliamente sobrepasada por las nuevas corrientes
y los nuevos hombres, con lo cual la línea de desarrollo
de la Asociación, habida cuenta de esos factores, queda
colgada en el aire.
No conozco ninguna otra versión de la frase española
"hablar en cristiano". Con ella se identifica la
lengua de Cervantes y la neotestamentaria, que ya es identificar.
Este podría ser un resumen de la herencia cultural
de la raza, descrita con gracia y precisión por los
modernos historiadores y sociólogos. Frente a ella
comienza a darse testimonio de esa otra línea española,
liberal y risueña, que nunca consiguió imponerse
a la primera pero que, indudablemente, existió y lleva
camino de asociarse a la modernidad, si no es aniquilada una
vez más por sus propios errores y la fuerza del adversario.
De todas maneras hay que reconocer que la España oficial,
desde Fernando e Isabel por lo menos, ha sido protagonizada
por gentes de la primera extracción que han impuesto
su ley a los demás. Vigorizada semejante actitud con
motivo de la guerra civil, hemos asistido al espectáculo
de una nueva "clericalización" nacional sin
que el país tenga todavía fuerzas suficientes
para desentenderse de Roma y montar una convivencia civil
basada en los principios que tan dolorosamente se abren paso
en otros países.
Sin embargo, una vez más también, los cambios
en la Iglesia han cogido desprevenidos a sus más fieles
súbditos, entrenados durante siglos en acomodar su
conciencia a las luces que venían de Roma.
En ese clima nació la Obra, a él pertenecen
sus primeros socios y, por ahora, sus principales dirigentes
en todo el mundo, bien por su edad y nacionalidad o por haber
sido adoctrinados por los primeros. Analizar las veces que
¿as gentes más representativas del Opus Dei,
por sí o por indicación superior, se han puesto
del lado de la tradición en los temas de convivencia
española sería muy cansino. Más fácil
podría ser destacar las excepciones.
La situación presente, en contra de como la describen
sus adversarios, es probablemente muy distinta, ya que las
gentes más jóvenes e independientes de la Asociación
no sienten así y quizá por ello no tienen el
deseo ni la oportunidad de acceder a cargos de responsabilidad
interna. Lo normal es que cuando mentes liberales y abiertas
ocupan lugares de gobierno en la Obra tengan que guardar un
equilibrio inestable entre sus opiniones globales y los negocios
concretos que conducen, para terminar marginándose
o siendo marginados.
Como explicaré más adelante, es muy difícil
que una persona, a fuerza de tener los ojos y la mente abiertos,
no acabe aplicando a todos los aspectos de su vida las explicaciones
que se va dando sobre muchos de ellos. Y si derrota hacia
la modernidad, también pondrá en "hipótesis"
los supuestos de su vida religiosa, negándose íntimamente
a aceptar recetas prefabricadas. Pero una cosa es sentirlo
y otra ponerlo en práctica. Así que cabe mantener,
por mil razones, ese equilibrio inestable al precio de no
estar demasiado en contacto con la burocracia de la Obra y
las actividades de ella.
Esto quiere decir que la tradición más pura
de la Contrarreforma está no ya en las actitudes de
la mayoría de los socios de cuarenta años para
arriba, sino en el centro mismo del gobierno del Instituto
y especialmente en todo lo que tiene que ver con la formación
de sus miembros. Cómo resultará posible mantener
ese estado de cosas frente a las nuevas generaciones y por
cuánto tiempo, es algo que merecería atención
particular de los más interesados, es decir, de los
actuales directivos de la Obra.
Se ha puesto de moda en los libros testimonios una especie
de strip-tease espiritual consistente en explicar dos cosas.
El desde dónde son escritos, es decir, la perspectiva
del escritor, su mundo interior, sus experiencias, como algo
que de alguna manera da la clave interpretativa del libro.
Y paralelamente sus razones para escribirlo y difundirlo.
Sobre esto último pienso que sería ocioso abrumar
al lector con una muy subjetiva enumeración de las
tres o cuatro razones que hoy están en el consciente.
Prefiero dejar que sea él, si le divierte, quien las
descubra en el texto y aun añadir las que atribuya
a mi subconsciente. En cuanto a la perspectiva, tampoco me
parece que voy a descubrir ningún Mediterráneo.
Voy comprobando, en contra de mis primeras impresiones, que
pertenezco a la ancha mayoría de quienes, a fuerza
de vivir en paralelos distintos y permitir que ideas y acontecimientos
muy variados hostilicen lo que uno tenía por inconmovible,
no sienten ninguna prisa por adquirir una nueva explicación
global de la vida.
Prefiero, como tantos, participar en el gran espectáculo
de nuestro tiempo, observando aquí y allá la
belleza de las nuevas adquisiciones del hombre y la lentitud
con que se generalizan. Y en las actividades, en las tareas
que se hacen en cada uno de los lugares adonde la vida me
lleva, tratar de respetar al máximo a las personas
con que me relaciono, aunque eludiendo las que me resultan
aburridas o que encuentro demasiado seguras de sí mismas.
Un punto final a esta introducción parece necesario.
El tema de la Obra ha sido definido por sus dirigentes como
un "saber" también normativo, algo sobre
lo que no cabe más interpretación que la que
dan ellos. Con eso desde luego no han conseguido su propósito,
porque olvidan que ya va siendo difícil, incluso en
España, imponer comportamientos y, aún menos,
modos de enjuiciar. Lo que han logrado, a fuerza de tratar
de mantener el asunto en el plano de las intenciones y los
propósitos, es que mucha gente se forme opiniones aberrantes
y otros, simplemente, se desentiendan de una cuestión
esotérica explicada ex cátedra.
Tratando de convencer de que el Opus Dei es un asunto de
conciencia individual, han logrado también eso, que
cada conciencia individual forme su propia definición
de la Obra. Pero con pocos datos y frecuentemente radicalizados
por los amigos y los enemigos. Una tercera manía, el
secreto y el susurro, es simplemente inaceptable en la sociedad
moderna. Sin embargo, hay quienes la padecen, hasta en política,
convirtiendo en privados los asuntos públicos.
Cada vez que alguien trata de persuadirme para "privatizar"
un tema que no me sabe a privado y circunscribirlo al área
de la intimidad, siento un movimiento instintivo de pedir
hora en la televisión para explicar mi versión
del mismo. Gran parte de este libro es una difusión
pública de ideas y experiencias largamente discutidas
y "reportadas" en el seno de la organización.
A lo largo de tres penosos años creí que se
podría conciliar la lealtad a la institución,
a las personas y a mi propia conciencia. Y me equivoqué.
Porque esas personas, trágicamente, creen servir a
Dios sofocando cualquier otra manera de entenderlo que no
encaje en sus coordenadas. Incluso olvidando que las más
válidas de las "conversiones" son las interiores.
Interiores a cada hombre y a cada organización cuando
se acepta valientemente el reto de la crítica ajena.
ALBERTO MONCADA
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