EL OPUS DEI: UNA INTERPRETACIÓN
Autor: Alberto Moncada
CAPÍTULO VI: EL FUNDADOR
Cuando R. F., el tercer experto, trataba de ayudarme, su
reacción ante mis críticas institucionales era
siempre la misma. "Hay que apostar al Padre, él
tiene el carisma, tiene los datos y ya arreglará a
su debido tiempo lo que ahora no entendemos."
Si esto era así, es decir, si los dirigentes nacionales
funcionaban con ese criterio, sólo cabía hacer
dos cosas. Hablar con el padre Escrivá o desmitificarle.
Lo primero se reveló imposible. Cartas, ruegos, más
cartas. Y nada. La biografía de cada socio tiene un
capítulo especial. El de sus relaciones personales
con el Fundador.
A él regresa uno en las crisis y en los interrogantes
para encontrarse... con que los tiempos han cambiado. Es aleccionador
y edificante contemplar la cantidad de hombría de bien
y buena fe que tantos socios llevan dentro y que les hace
considerar imposible que aquel Padre que ellos conocieron
produzca o permita los actuales conflictos. Prefieren pensar
que no se entera.
El padre Escrivá se rodea ahora de sus más
íntimos leales y rehúsa el trato directo con
los hombres conflictivos. Será su culpa o la de su
guardia pretoriana, pero así están las cosas.
Sus apariciones al grueso de los socios se producen en un
ambiente colectivo y, a ser posible, con chicos jóvenes
y gente adicta.
¿De dónde nace su descomunal aureola, de dónde
su magnetismo?
¿Por qué los socios de la Obra son acusados
de un culto a la personalidad fronterizo al de los mejores
tiempos de Hitler o de Mussolini? Muy sencillo. El padre Escrivá,
para los hombres de fe, es aquel a quien habló Dios.
Una historia interna susurrada por lo bajo hace mención
de apariciones, de mensajes divinos que nunca terminan de
explicarse bien. Si a la parapsicología se la pudiera
dar los datos quizá podríamos tener alguna idea
de lo que realmente pasó en esos momentos estelares
de su vida. Pero ni la ciencia está todavía
madura ni creo que se le den los datos.
La carga emocional con que la gente crédula se encara
con lo sobrenatural convierte en semidioses a los presuntos
emisarios de lo divino, hasta hacer de sus ropas talismanes
y de sus palabras oráculo. La única manera honrada
que tiene la gente común de contrastar esas personalidades
es enjuiciar sus obras, sus frutos, su comportamiento con
las modestas herramientas de la ética más universal.
¿Y cómo es el padre Escrivá? Por lo
pronto, las personas que lo rodean son ejemplos de intolerancia
y sus opiniones acerca del presente cambio en la civilización
escasamente inteligibles. Aún recuerdo los comentarios
de uno de sus jóvenes secretarios al tratar el tema
de los hippies. Su receta era la Guardia Civil.
¿Y él? ¿Cómo es el padre Escrivá?
Es muy difícil describir una personalidad compleja
desde unos encuentros no demasiado frecuentes ni demasiado
intensos. Por otra parte, su biografía tiene varias
etapas de las que la actual no nos lo explica todo. Pero siempre
están algunos rasgos caracterológicos.
Podría decirse que es encantador, grato y persuasivo
cuando se está a su favor. E intolerante, intratable
y grosero cuando no se aceptan sus criterios.
A veces me he asombrado de su fabulosa capacidad de condenación,
al oírle exasperarse contra figuras tan atractivas
como Teilhard de Chardin, para él un hereje redomado.
O al poner en solfa uno tras otro los nombres que se mencionan
en su presencia. ¿Quién será de recibo
para el padre Escrivá?
A una época de apertura, de comprensión sucede
otra de cerrazón y de dogmatismo. Cuando la Obra era
pequeña, el padre Escrivá, recibiendo los golpes
de las contradicciones con el mejor espíritu deportivo,
amaba en ellos la voluntad de Dios y perdonaba. Hoy, con tan
nutrida retaguardia, condena y condena.
Su mentalidad actual, para mí cercana a la mejor estirpe
de nuestros eclesiásticos de la Contrarreforma, está
animada de una profunda belicosidad contra los enemigos de
la fe y alimentada de una piedad y de una teología
consecuentes.
Ramacharaka dice que los hombres incultos procuran demostrar
su amor a Dios principiando por odiar a todos los hombres
que difieren de ellos en el concepto de la divinidad. Se figuran
que tal incredulidad o diferencia de fe es una afrenta directa
hacia Dios y que ellos, como leales servidores suyos, deben
resentirse igualmente, como si Dios necesitara de su ayuda
contra sus enemigos.
Una clave interpretativa del talante del padre Escrivá
podría ser su manera de entender la propia hidalguía.
Muchos socios no han podido todavía recuperarse de
los efectos negativos del affaire del marquesado. Un hombre
todo espiritualidad, que reniega de las pompas y vanidades,
¿cómo puede buscar, en la segunda mitad del
siglo veinte, el oropel de un título de nobleza?
Cuando se publicó el libro de Infante, la reacción
del padre Escrivá, contenida en un escrito aireado
por los superiores, fue contraatacar solamente las afirmaciones
del autor sobre la prosapia de sus mayores y proclamar que
sus padres eran nobles por los cuatro costados. Yo, en aquel
momento, pensé y dije a mis inmediatos superiores que
si la genealogía de Jesucristo incluye a alguna que
otra mujer ligera de cascos, ¿qué importancia
podía darle el padre Escrivá a esos temas?
A las alturas que nos encontramos y si es verdad que aún
hoy día él controla y dirige los comportamientos
de sus hijos, el juicio sólo puede ser negativo. Eso
sí, salvando todas las buenas intenciones que haya
que salvar y todos los esquemas mentales que haya que tener
en cuenta. En cualquier caso, en buena hora prosiga el padre
Escrivá con su catolicismo beligerante. Construya su
teología sobre Santo Tomás, San Buenaventura
o Buda.
Haga celebrar misa en latín, griego o arameo. Trate
de convencer a los gobiernos de que se hagan todos católicos
o protestantes o maoístas. Pero que lo haga por la
vía de la persuasión. Y sobre todo, que acepte
que la propia felicidad puede ser interpretada por cada uno,
sin ser obligado a depender de los dictámenes y las
potestades de quienes, queriéndote mucho, se quieren
aún más a sí mismos.
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