Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: un CAMINO a ninguna parte

Opus Dei o chapuza del diablo
Opus Dei o chapuza del diablo
Carlos Albás
Índice
I. Evolución de una conciencia cristiana
II. El fundador del Opus Dei
III. Fundación del Opus Dei
IV. ¿Qué es el Opus Dei?
V. Expansión de la Obra de Dios
VI. Influencia y poder del Opus Dei
VII. El proceso de canonización del fundador del Opus Dei
Epílogo
 
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OPUS DEI O CHAPUZA DEL DIABLO
Carlos Albás

CAPÍTULO V. LA EXPANSIÓN DE LA OBRA DE DIOS

1. Los PRIMEROS AÑOS

Nadie podía prever en 1939, recién terminada la guerra, que el Opus Dei, fundado en 1928, con once años de existencia y menos de veinticinco miembros, pudiera llegar a mantener una verdadera maratón en su expansión a partir de la década de los cincuenta. Nadie duda de la resistencia de los cimientos puestos durante los años cuarenta, su solidez y la indiscutible proyección que podía alcanzar -sobre todo si lo vemos con la perspectiva actual-. Pero ni los más optimistas soñaron con la pujanza y la plena forma demostradas en esta larga marcha de escalada hacia las altas cumbres de la jerarquía religiosa y el poder económico y político.

Si marcamos nuestro referente en los años cuarenta, el crecimiento del Opus Dei es más bien lento. El saldo está claro: un único sacerdote, mi tío, y la pléyade de veinticinco numerarios. En el curso académico 1939-1940, mi tío José María alquila en la calle de Genner 6, un piso en la primera planta, donde vivirá con su madre y hermanos, dedicando toda la planta tercera a la instalación de la residencia de estudiantes. Son unos principios muy duros, como para todos los españoles. La guerra civil había dejado una España destrozada.

Al cumplirse el primer año de experiencia, los planteamientos fructifican en una valoración positiva de los primeros pasos de la maratón, y en junio abre una nueva residencia en Diego de León, adonde se trasladará a vivir mi tío. Desde ese momento, la residencia se convertirá en la sede del Opus Dei.

Sin embargo, la ambición no era quedarse en la capital de España, sino emprender el largo camino de asentamiento en las principales capitales de provincia. En ese año 1939 también, en el mes de agosto se ubica en Valencia el primer centro, El Cubil, en la calle de Samaniego. Valladolid será la segunda prueba de laboratorio para la expansión, con un pequeño piso bautizado como El Rincón. En 1940 se abre en Barcelona en el 62 de la calle de Balmes El Palau.

Para el curso 1941-1942 encontraremos ya una veintena de estudiantes instalados en Diego de León. Los ingresos son pequeños, las únicas fuentes seguras son los pagos por el hospedaje de los estudiantes y los sueldos de los primeros numerarios. Aunque es de suponer que por entonces se pusieran en práctica las primeras modalidades de ingresos extras gracias a los "santos sablazos".

También a principios de esta década se constituyen las primeras sociedades auxiliares al amparo de las Obras del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que crearán una nueva y continua fuente de ingresos con un incremento en progresión geométrica con el transcurrir de los años. Aun cuando el número de socios aumenta en estos diez años considerablemente, las inversiones con motivo de la expansión maratoniana resultarán siempre insuficientes para la culminación de las todavía tibias aspiraciones.

En el mes de octubre de 1943 se inaugura la residencia de la Moncloa, con una capacidad amplia para cien estudiantes. Con anterioridad, en abril de 1942, se había inaugurado la primera casa para mujeres, con dos plantas en la calle de Jorge Juan de Madrid. En 1943 se abre Los Rosales, el segundo centro para mujeres en la localidad de Villaviciosa de Odón, un pueblecito cercano a Madrid. Y la escalada continúa. En 1945 Bilbao tendrá su primer edificio de la Obra, Abando, pero también Sevilla, con la residencia Guadaira, y Ortigosa del Monte, en la provincia de Segovia, con Molinoviejo.

El ritmo de expansión empezará progresivamente a ganar en rapidez, sobre todo si tenemos en cuenta la lentitud de los primeros once años desde la fundación.

Aquellos años difíciles en toda España y Europa, con todo por hacer, y la Universidad ofreciendo un panorama desolado. Los acontecimientos que en aquella época vivió el país y la falta de profesionales universitarios dificultaban enormemente, constituían una rémora para la reconstrucción que entonces quería gestarse. Había que construir, había que fabricar, había que administrar. Faltaban escuelas, hospitales, industrias y, cómo no, Universidades y residencias. La Universidad Complutense empezaba a tomar forma muy tímidamente.

Mi tío José María había irrumpido en un sector trascendente por su influencia y las puertas que gracias a ella podían abrirse. Estamos hablando de los profesionales universitarios, de una estrategia que apunta claramente hacia ellos. Los ingenieros, arquitectos, médicos e incluso abogados aún no habían terminado la carrera y ya tenían empleo.

Poco a poco el crecimiento se hará notar. Los años cuarenta fueron difíciles para todos menos para aquellos que estaban cercanos al poder político. La presencia de José María Albareda en el Centro Superior de Investigaciones Científicas fue para la Obra providencial en su crecimiento.

En esas fechas empieza a pincelarse en Diego de León "la base económica" que servirá de sostén para soportar el ritmo vertiginoso de la expansión posterior del Opus Dei. Numerarios como Rafael Termes, Gabriel Ortega, Alberto Ullastres, Florentino Pérez Embid, Rafael Calvo Pérez, Laureano López Rodó, José María Arana, Rafael Calvo Serer... y un largo etcétera serán los pioneros de estas empresas auxiliares.

En Sevilla, Vicente Rodríguez Casado, catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras, realiza una gran labor de captación entre los universitarios andaluces, a quienes ayudaría de una forma muy eficiente Jesús Arellano. En Barcelona esta misión quedará encomendada a Giménez Vargas, Ballcells y López Rodó, algunos de los pioneros de la Obra.

En todas las capitales de provincia que tienen estudios universitarios se van abriendo residencias como fuente importante de vocaciones. La expansión de la Obra traspasa las fronteras: en el verano de 1944 unos pocos numerarios van a ampliar estudios a la Universidad de Coimbra. En septiembre de ese mismo año el padre José López Ortiz es nombrado obispo de Tuy, diócesis gallega en la frontera con Potugal. La amistad de mi tío con este religioso es antigua, y en febrero de 1945, en compañía de Alvaro del Portillo, se traslada a Portugal con la idea de presentarse ante su amigo el obispo de Tuy y visitar a los de Leira, Coimbra y al cardenal patriarca de Lisboa, quien le aconseja que la Obra inicie su andadura en Portugal, y más concretamente en la Ciudad Universitaria de Coimbra.

Y ni corto ni perezoso, Paco Martínez inicia sus contactos con universitarios y profesores de las distintas facultades. Nuevamente, el Padre en compañía de Alvaro y de Amadeo Fuenmayor se desplazan a Portugal y visita al cardenal de Lisboa y al obispo de Coimbra. En esta ocasión no fueron necesarias las cartas comendaticias. El obispo de Tuy, que los había acompañado anteriormente, los había dado a conocer suficientemente.

En diciembre de 1946, se inaugura el primer centro de la Obra en Portugal, Montes-Claros en la rua Antonio José de Almeida. Y en 1948, en Oporto, dispondrán de la segunda residencia, Boavista. En mayo de 1949 la Sección de Mujeres irrumpe en Portugal de la mano de la numeraria Encarnita Ortega, quien inicia los primeros pasos apostólicos con éxito y se hará cargo de la administración de las residencias. En 1951 un grupo de la Sección de Mujeres españolas se trasladará a Lisboa para quedarse.

Y la expansión continúa sin dejar hueco al desaliento. En diciembre de 1946 Juan Antonio Galarraga, licenciado en farmacia, ha obtenido una beca del Ministerio de Asuntos Exteriores que le garantiza la estancia mínima de seis meses prorrogables en Inglaterra. Y se planta en compañía de otros dos numerarios en Londres. Visitan al cardenal Griffin y le hablan de los proyectos del Padre, y sus deseos por abrir un centro del Opus Dei en las Islas Británicas. A los seis meses se abre la primera casa. Y en 1951 se presenta el primer sacerdote de la Obra, José Luis López Navarro. La semilla británica también estaba destinada a crecer, usando los mismos métodos "persuasivos" y de gran escalada a través del manto recomendaticio. El Padre envía a José Ramón Madurga, que llega a Dublín en octubre de 1947 y pronto abrirá el primer centro de la Obra, Northbroock.

Dentro de su salida al exterior, en 1947 llegan a París tres numerarios, Fernando Maycas, Alvaro Calleja y Julián Urbistondo, pero habrá que esperar hasta 1953 para que las gestiones se salden con un primer centro.

Desde 1946, cuando el Fundador decide establecer su domicilio en Roma, y al poco la compra del palacete que había sido propiedad de la legación de Hungría ante la Santa Sede hasta 1947 y se inician las obras de acondicionamiento y construcción de edificios para el Colegio Romano, arranca una etapa para el Opus Dei, que se irá extendiendo sin demora debido a la necesidad de captar dinero a través de fuentes financieras.

Las empresas auxiliares eran completamente insuficientes para cubrir las crecientes necesidades en las que se había metido mi tío José María. En 1949, la central del Opus Dei en España, en Diego de León, adquiere una actividad nueva y una función específica, la coordinación de la organización y la expansión de la Obra, y no sólo en España, sino también forjando bien los primeros pilares en otros países.

Se dejó tranquilo al Padre, enfrascado en las historias de la Obra y sobre todo en la construcción del Colegio Romano. Según cuenta Antonio Pérez Tenesa, hoy letrado del Consejo de Estado y entonces secretario general del Opus Dei, se funcionaba con bastante autonomía, no excesivamente centralizados en Roma, pero había que informar de cada una de las decisiones y acciones al Padre, quien daba finalmente las instrucciones pertinentes.

La comisión que integraba al gobierno para España estaba presidida por el consiliario Amadeo Fuenmayor, catedrático de derecho civil y sacerdote. Entre los miembros del Consejo se encontraban también piezas fundamentales e interesadas en lanzar el Opus Dei hacia adelante y sin marcha atrás; piezas fundamentales, pero también armas poderosas. Luis Valls Taberner, hijo de una tradicional familia de financieros catalanes que había venido a Madrid a proporcionarle el mencionado cargo en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas a José María Albareda, Alberto Ullastres, catedrático de economía y otros numerarios insustituibles, como Rafael Termes -que acabaría siendo el eterno presidente de la Asociación Española de Banqueros-, Ortega Pardo, Manuel Baturén y otros.

La primera empresa auxiliar que se había creado, Esfina, era una sociedad de inversiones y estudios financieros dirigida por Alberto Ullastres. Y fueron surgiendo paralelamente al proceso de expansión otras más. Pero el Padre necesitaba "money". Empezó a acuciar a sus hijos para que convencieran a sus parientes y amigos para que depositaran su dinero en inversiones que tuvieran, junto a un rendimiento material, otro espiritual. Estas empresas debían estar al servicio del "buen espíritu cristiano". Como en una ocasión reflexionaba la ex numeraria María Angustias Moreno, "en España hay católicos que están convencidos de comprar un rincón en el cielo con dinero".

El mensaje del Opus Dei iba calando en sus miembros y simpatizantes: había que santificar no sólo el trabajo bien remunerado, sino también las rentas del capital. No es de extrañar que la Santa Sede tardase en comprender este nuevo mensaje que mi tío José María había atisbado muy inteligentemente en 1928. O, muy probablemente, se fue fomentando en su imaginación con los años.

2. UNA MARATÓN ESPECTACULAR

Las décadas de los años cincuenta y sesenta representan en la historia del Opus Dei una espectacular maratón. La incorporación de los supernumerarios tras la aprobación por la Santa Sede como primer Instituto Secular -que le permite admitir a casados en la Obra- supone un crecimiento sorprendente de socios. Las ventajas de atraerlos bajo esta fórmula están garantizadas. El requisito de celibato a los numerarios hubiera mermado el radio de acción.

Muchos de ellos ya conocían la Obra, pero al oir hablar del celibato como obligación inexcusable para entrar a pertenecer mostraron su negativa en redondo. Yo mismo, que conocí durante mi época en la residencia Miraflores de Zaragoza a una gran proporción de solteros que habían conocido la Obra y que la dejaron para volver una vez casados.

Los requisitos para ser miembro del Opus Dei, al margen del celibato, eran la Universidad, el catolicismo, la inquietud religiosa y la disposición interior. En caso contrario, no hubiesen sido invitados a conocer el Opus Dei. No sería honesto dejar de reconocer que el mensaje de mi tío José María se presentaba atrayente, y que para personas con ese tipo de inquietudes y deseosos de un compromiso semejante con la fe, el plan de vida al que se nos invitaba a seguir constituía un acicate. Con esta visión, es muy lógico que el éxito estuviera asegurado al hacer desaparecer el celibato.

Y aún más. Si a ello le sumamos dos fenómenos importantes que se dieron en aquellos precisos momentos, tendremos los suficientes elementos de juicio para captar con exactitud la raíz de esa sorprendente absorción de personas y poder.

La primera característica fue sencillamente, que se puso de moda. Nadie puede dudar que al formar parte de la élite universitaria, pasando a ocupar pronto importantes cargos en los campus españoles, como prolongación en las empresas y como consecuencia en la política, la novedad se transformó, gracias a la notoriedad, en un estar de moda. Y caló tanto en hombres como en mujeres.

Las personas que frecuentaban los círculos de la Obra gozaban, además, de la oportunidad de relacionarse con personajes influyentes en otras parcelas. De un modo u otro, esta relación conllevaba una inversión útil como "carta coniendaticia" para un hijo, un cliente, para un crédito o un empleo. El Opus Dei en sí acabó por perfilarse como recomendación. No hay duda alguna. Como decíamos más arriba, el éxito estaba asegurado.

El supernumerario vive con su familia y desempeña su trabajo profesional con cierta libertad. Al mismo tiempo no sólo se le permite, sino que se le insta a que se relacione y pertenezca a clubs y asociaciones. A las señoras se las reúne en los ya famosos roperos, que hacen las delicias de las mismas en sus relaciones sociales, intensificándose notablemente. Tampoco hay que olvidar las famosas clases, de cocina, de decoración o de plancha, para las mujeres que tienen por oficio "sus labores". Un plan atractivo para aquellas que normalmente se aburrían mientras sus maridos se encontraban trabajando y carecían de inquietudes intelectuales.

La incorporación de los supernumerarios al Opus Dei va a ser, en definitiva, el impulso a una expansión sin precedentes entre todas las instituciones eclesiásticas. Pero contrariamente también dará lugar a los mayores motivos de escándalo. Las sucesivas actuaciones, propiciando ascensos casi inexorables unidos a la causa de la Obra, pasando a ocupar sorprendentemente cargos de poder económico y político en sus profesiones, eran, cuando menos, para dejar a cualquiera boquiabierto.

Ha nacido una figura nueva. Hasta entonces, los numerarios, como todos sabíamos, eran universitarios que desempeñaban su trabajo profesional de acuerdo con las instrucciones que recibían de sus superiores. En aquellos primeros años un alto porcentaje estaba destinado al sacerdocio dentro del Opus Dei. Las numerarias y las oblatas ya tenían suficiente con cumplir con la administración de las residencias y de las casas de la Obra. Y por añadidura y función, dedicaban gran parte de su tiempo al proselitismo o el apostolado.

Tras la irrupción de los supernumerarios se incrementan prodigiosamente las sociedades con fines apostólicos y sobre todo económicos para financiar la expansión de los años cincuenta y sesenta. Expansión que no declinaría en las siguientes décadas y se mantiene en los momentos actuales.

Entre las sociedades con fines apostólicos destacan inicialmente los colegios de fomento, que se encargarán de educar a muchos de los hijos de los supernumerarios y simpatizantes. Estos últimos ampliarán la base del Opus Dei. Mi tío los incorporará como "cooperadores", y tendrán también resonancia en el futuro desarrollo de la Obra. Estos simpatizantes no están obligados a casi nada, sólo a depositar sus limosnas, a contribuir y pasar a engrosar las filas de sustentadores del "santo sablazo", que cada día se hace más frecuente y fluido dentro del Opus Dei.

Unido al nuevo papel que se va asignando a estos animadores, surgen las escuelas-hogares, en donde se imparten clases de muy diversos contenidos y que se enfocan hacia la mujer. Conforme la sociedad evoluciona, a estas supernumerarias se les va levantando el veto y se las destina a otras labores distintas, fuera del hogar, y son aprovechadas, por ejemplo, en librerías y publicaciones propias.

Pero el Opus Dei sabía que se necesitaba arropar también la conciencia. El apostolado sistemático presenta a la institución -aunque sibilinamente no de puertas afuera- como el único camino de perfección cristiano, tranquilizando a sus miembros en esta vida y para la venidera. En el Opus Dei a todas estas personas se les inculcan "ideas claras" sobre la religión, sobre la pobreza, la castidad, el trabajo profesional y la urbanidad. Y para reforzar su influencia en el mundo, se les inoculan mensajes de privilegio. Ellas son las personas "elegidas por Dios, desde la eternidad" y deben ser "sal y fermento" de la sociedad en la que viven.

Son distintos, son "hijos de Dios", y saben perfectamente lo que significa: la obligación de dar testimonio ante los demás con su comportamiento. Se los instruye en el lema de "siempre alegres para hacer felices a los demás" y se les enseña a comportarse delante del Señor.

Con la propulsión interior y espiritual bien amarrada y usando del poder y las ventajas que confiere la pertenencia al Opus Dei, no podía esperarse nada distinto de lo que ocurrió: una expansión a ritmo acelerado que hará saltar las fronteras y continentes. La expansión de la Obra en España adquiere nuevos bríos en la casa que pocos años antes se había inaugurado en Molinoviejo, en la provincia de Segovia, y que servirá de centro de formación tanto para los hombres como para las mujeres, pero evidentemente por separado. El "Padre" dedica su actividad a la formación de sus "hijos" y aprovechará la oportunidad de acercarse al campamento de La Granja para visitar a los que están haciendo la milicia universitaria. En Molinoviejo se decide la iniciación del asalto al nuevo continente. Pedro Casciaro irá a México y José Luis Muñiz a Estados Unidos. En septiembre de 1949 se inaugura la primera residencia, Woodlanwn, y en ese mismo curso llegarán las mujeres de la Sección Femenina, que se harán cargo de la administración, repitiendo el modelo hispánico. Será Nisa González Guzmán la responsable y pronto inaugurarán en Chicago la primera casa de mujeres, Kenwood.

El Opus Dei llegará a México en 1948, y en 1950 se abre la primera residencia para mujeres. Posteriormente, y para cursos de retiro y convivencias de verano, se lanzan a una nueva inversión importante, Montefalco. Es una hacienda abandonada con variadas construcciones, desde la casa de los dueños de la hacienda, la iglesia, las viviendas de los obreros, tiendas, almacenes e incluso un hospital, más que una hacienda fue un pueblo. La inversión es enorme, pero ya conocen el lema "se gasta lo que se deba, aunque se deba lo que se gasta". Así nos lo relata Ana Sastre: "Durante la revolución quemaron Montefalco varias veces. Sólo la iglesia permanece, deteriorada, pero erguida e intacta. El resto es una ruina calcinada que mantiene en pie sus muros y arcos gracias a la firmeza de su construcción. Es un montón de sólidas ruinas. La maleza, a causa del abandono, lo cubre todo. Incluso han crecido árboles dentro de los muros. Pero don Pedro acude a verlo. Tiene que abrirse paso con machete hasta la puerta de la iglesia. Saca unos papeles y empieza a dibujar: aquello reconstruido que pueda quedar así. Magnífico. Y sus trazos de lápiz son una oración confiada: una petición al Cielo que está poniendo ya los cimientos de la gran obra social y apostólica del futuro Montefalco..." El Centro de Formación Agropecuaria El Peñón unirá en un esfuerzo colosal a campesinos y profesores, a ingenieros y sociólogos. Cuando el Padre vaya a verlos en 1970 no podrá menos que decir entusiasmado: "Montefalco es una locura de amor de Dios... Estoy dispuesto a ir con la mano extendida, pidiendo dinero para terminar Montefalco." A los amigos de las personalidades de la Obra les llegará nuevamente la hora de contribuir con el "santo sablazo".

En 1950 llegan a Argentina Ricardo Fernández Vallespín, Ismael Sánchez Bella y Francisco Ponz, catedráticos de Universidad, y abrirán en la ciudad de Rosario el Centro Universitario Litoral, y posteriormente se inaugura en Buenos Aires El Cerrito. El eminentísimo cardenal Antonio Caggiano, obispo de Rosario y arzobispo de Buenos Aires, amigo del Fundador, a quien conoció en Roma, pedirá a Ricardo Fernández Vallespín que dirija cursos de retiro para sacerdotes en distintas diócesis. El Opus Dei, en Argentina, ya ha iniciado su andadura de la mano de la autoridad eclesiástica. Los hijos de mi tío se saben ya perfectamente la lección, funcionan solitos.

En 1952 llegan las primeras mujeres de la Obra y la administración queda garantizada. También en 1950 la Obra de Dios llega a Chile de la mano del sacerdote Adolfo Rodríguez Vidal, y como buen hijo conoce a dónde tiene que ir. Se hospeda en el palacio del propio cardenal arzobispo monseñor José María Caro e inician las gestiones para la instalación de una residencia de estudiantes, que se ubicará en la ciudad de Santiago, en un inmueble de la avenida O'Higgins. José Enrique Díez Gil, con veinte años, estudiante de derecho, será el segundo miembro que llega a Chile, y en 1951 se les unirá José Miguel Domingo Arnaiz, ingeniero naval. A comienzos de 1953 llegan las primeras mujeres.

También por esas mismas fechas empieza la expansión en Italia, fuera de Roma, Palermo, Milán... En 1953 inician la labor en Guatemala y en 1954 abrirán el primer centro, que no contará con el apoyo de las mujeres hasta el siguiente año, 1955. En Brasil harán su aparición en 1957 en la ciudad de Sáo Paulo, abriendo la primera residencia, que se llamará Pacaembu, y en 1960 la Sección Femenina abre la primera residencia para mujeres. Desde 1955 hay varios centros de la Obra en Perú, pero será en 1957 cuando Su Santidad Pío XII crea la Prelatura territorial de Yaucos, desmembrándola de la archidiócesis de Lima, y la encomienda al Opus Dei, nombrando para ello obispo a Ignacio María de Orbegozo.

En Perú desarrollarán una labor semejante, reparan 153 iglesias y están construyendo nuevas en cifra importante. En 1963 empezará a funcionar un preseminario y en 1967 una importante obra corporativa con categoría de instituto rural, Valle Grande, que ampliará sus objetivos mediante Radio Estrella del Sur. En 1969 se inaugura la Universidad de Piura, que en principio cursará los siguientes estudios: ciencias de la ingeniería industrial, artes liberales, administración de empresas y ciencias de la información.

Pero esta maratoniana expansión en el continente americano no mermará las cuantiosísimas inversiones en España. En 1951 ya hemos visto el inicio de la Universidad de Navarra, y Torreciudad en 1966. Tanto la Universidad de Navarra como Torreciudad exigirán un esfuerzo ingente a plasmar y donde volcarán todos los miembros del Opus Dei su poder económico, político y financiero. Son muchos miles de millones los que van a suponer estas obras y es necesario "pagar lo que se deba". ¿Lo recuerda el amigo lector?

La fórmula es parecida a todas las anteriores obras corporativas o auxiliares. Se crean sendos patronatos y lo demás es fácil. No es la primera vez, tienen el respaldo de la experiencia y ahora una estructura suficiente como para acometer estas inversiones. En la Universidad cuentan con cientos de catedráticos y profesores adjuntos, en las finanzas no sólo se barajan los apoyos de varios importantes bancos, también se encuentran detrás las cajas de ahorros, y en la presidencia de su confederación se halla bien colocado y seguro uno de los incondicionales, José Joaquín Sancho-Dondra. "Se pagará lo que se deba. No faltaba más." Y como premio, la presidencia Mundial de Entidades de Ahorro. José Joaquín repetirá muchas veces la frase de mi tío José María: "El Opus Dei es el mejor sitio para vivir..." Y si alguien lo duda, que se lo pregunten a él.

También es cierto que no sólo será Sancho Dronda el único que contribuirá desde su posición privilegiada a acaparar el apoyo financiero necesario. También el banquero del Padre, Luis Valls Taberner, José María Ruiz-Mateos, Rafael Termes... Por sólo nombrar a los popularmente más vinculados al Opus Dei. En los cargos políticos de esos momentos no habría que olvidar a los ministros franquistas Navarro Rubio, Ullastres, García Moncó... Y una larga lista no sólo en los gabinetes, sino copando puestos clave repartidos por toda la administración y la geografía española.

Los "santos sablazos" se prodigaron de tal forma a causa de estas cuantiosas inversiones que sería necesario emplear un capítulo para narrar la historia y aventuras de cada uno de los personajes que acabamos de nombrar.

Durante los primeros años de los setenta un nuevo continente pasa a engrosar la labor expansionista universal del Opus Dei: Africa. Pedro Casciaro -una de las unidades móviles de mi tío- se estrena en Nairobi con un centro universitario, Strathmore. En 1961 se inauguran los primeros edificios, acogiendo no sólo a keniatas, sino también a personas de otros países del continente negro. No podía faltar la correspondiente Sección de Mujeres, que pronto contará con su base de acción, la Escuela Superior de Secretariado Kianda College.

El Opus Dei no cejará en su afán expansionista y pronto se lanzará a la conquista de Oriente, empezando por Japón. El primer centro se radicará en Osaka y el primer miembro será José Ramón Madurga, quien emprende la tarea con un instituto de idiomas, Seido Juku. Pisándole los talones harán su aparición en escena las mujeres, estableciéndose en uno de los barrios residenciales y abriendo el Shukugawa Juku.

Finalmente el Opus se planta en Oceanía, y en 1963 llega a Australia, fijando en Sidney el primer centro. No quedará al margen Filipinas, que no se quedará sin la oportunidad de gozar de un centro.

El poder económico, político y cultural del Opus Dei es impresionante, incluso mayor en incidencia que muchos de los grandes grupos multinacionales. Hoy nadie es capaz de valorar, se escapa, la realidad del poder, y sólo una mirada detenida desde el exterior y, por supuesto crítica, nos permitiría atisbar la realidad de ese poder.

Desde dentro sólo se aporta una interpretación espiritual de la expansión, fruto de la filiación de la Obra con Dios, su estrecha ligazón, como si un cordón umbilical alimentara al Padre y sus hijos. Así lo quiere Dios. Y no hay más cáscaras. Los creyentes que guardamos la misma fe no poseeríamos argumentos de peso para calificar negativamente esa expansión, pero los medios y las herramientas empleadas los delatan por sí solos. Tememos, y nos debemos al convencimiento, de que "el fin no justifica los medios"; unos fines que, como hemos ido viendo, pueden también discutirse ampliamente.

Mi tío José María se armará de su innegable carisma y de sus dotes de teatralidad para convencer a quienes le rodean de la fuente divina que mana y va hacia él, hacia un "burro". Los primeros hijos viven en España con una época y un ambiente como caldo de cultivo que los marcará para tomar partido claro con determinación y fuerza. Era la guerra civil española. Son pocos, pero muy selectivos, muy preparados. Están capacitados para apoderarse de parcelas de poder imprescindibles para lanzarse a las aventuras empresariales, imbuidos de una disciplina férrea que exige todo para el Opus Dei. Mi tío José María no deja pensar en otro asunto, el plan de vida impuesto no deja ver hacia otros lados.

Su mensaje, difundido entre personas nacidas en familias católicas practicantes, es bien recibido, y una gran mayoría acude con disposición voluntarista. Creyendo en una llamada con fundamento divino, se entregan y participan en la creación de una obra que exteriormente se presenta perfecta. De otra forma no hubiese alcanzado la dimensión que someramente acabamos de ver, todo ese poder en manos de un sector de la Iglesia en el siglo XX. Al Fundador, sin embargo, sólo le movía una soberbia a lomos de un montaje bien consciente.

La aceptación del Fundador del Opus Dei, es la aceptación de los medios que empleó. Y de los que han seguido empleando sus hijos.

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