OPUS DEI O CHAPUZA DEL DIABLO
Carlos Albás
CAPÍTULO V. LA EXPANSIÓN
DE LA OBRA DE DIOS
1. Los PRIMEROS AÑOS
Nadie podía prever en 1939, recién terminada
la guerra, que el Opus Dei, fundado en 1928, con once años
de existencia y menos de veinticinco miembros, pudiera llegar
a mantener una verdadera maratón en su expansión
a partir de la década de los cincuenta. Nadie duda
de la resistencia de los cimientos puestos durante los años
cuarenta, su solidez y la indiscutible proyección que
podía alcanzar -sobre todo si lo vemos con la perspectiva
actual-. Pero ni los más optimistas soñaron
con la pujanza y la plena forma demostradas en esta larga
marcha de escalada hacia las altas cumbres de la jerarquía
religiosa y el poder económico y político.
Si marcamos nuestro referente en los años cuarenta,
el crecimiento del Opus Dei es más bien lento. El saldo
está claro: un único sacerdote, mi tío,
y la pléyade de veinticinco numerarios. En el curso
académico 1939-1940, mi tío José María
alquila en la calle de Genner 6, un piso en la primera planta,
donde vivirá con su madre y hermanos, dedicando toda
la planta tercera a la instalación de la residencia
de estudiantes. Son unos principios muy duros, como para todos
los españoles. La guerra civil había dejado
una España destrozada.
Al cumplirse el primer año de experiencia, los planteamientos
fructifican en una valoración positiva de los primeros
pasos de la maratón, y en junio abre una nueva residencia
en Diego de León, adonde se trasladará a vivir
mi tío. Desde ese momento, la residencia se convertirá
en la sede del Opus Dei.
Sin embargo, la ambición no era quedarse en la capital
de España, sino emprender el largo camino de asentamiento
en las principales capitales de provincia. En ese año
1939 también, en el mes de agosto se ubica en Valencia
el primer centro, El Cubil, en la calle de Samaniego. Valladolid
será la segunda prueba de laboratorio para la expansión,
con un pequeño piso bautizado como El Rincón.
En 1940 se abre en Barcelona en el 62 de la calle de Balmes
El Palau.
Para el curso 1941-1942 encontraremos ya una veintena de
estudiantes instalados en Diego de León. Los ingresos
son pequeños, las únicas fuentes seguras son
los pagos por el hospedaje de los estudiantes y los sueldos
de los primeros numerarios. Aunque es de suponer que por entonces
se pusieran en práctica las primeras modalidades de
ingresos extras gracias a los "santos sablazos".
También a principios de esta década se constituyen
las primeras sociedades auxiliares al amparo de las Obras
del Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
que crearán una nueva y continua fuente de ingresos
con un incremento en progresión geométrica con
el transcurrir de los años. Aun cuando el número
de socios aumenta en estos diez años considerablemente,
las inversiones con motivo de la expansión maratoniana
resultarán siempre insuficientes para la culminación
de las todavía tibias aspiraciones.
En el mes de octubre de 1943 se inaugura la residencia de
la Moncloa, con una capacidad amplia para cien estudiantes.
Con anterioridad, en abril de 1942, se había inaugurado
la primera casa para mujeres, con dos plantas en la calle
de Jorge Juan de Madrid. En 1943 se abre Los Rosales, el segundo
centro para mujeres en la localidad de Villaviciosa de Odón,
un pueblecito cercano a Madrid. Y la escalada continúa.
En 1945 Bilbao tendrá su primer edificio de la Obra,
Abando, pero también Sevilla, con la residencia Guadaira,
y Ortigosa del Monte, en la provincia de Segovia, con Molinoviejo.
El ritmo de expansión empezará progresivamente
a ganar en rapidez, sobre todo si tenemos en cuenta la lentitud
de los primeros once años desde la fundación.
Aquellos años difíciles en toda España
y Europa, con todo por hacer, y la Universidad ofreciendo
un panorama desolado. Los acontecimientos que en aquella época
vivió el país y la falta de profesionales universitarios
dificultaban enormemente, constituían una rémora
para la reconstrucción que entonces quería gestarse.
Había que construir, había que fabricar, había
que administrar. Faltaban escuelas, hospitales, industrias
y, cómo no, Universidades y residencias. La Universidad
Complutense empezaba a tomar forma muy tímidamente.
Mi tío José María había irrumpido
en un sector trascendente por su influencia y las puertas
que gracias a ella podían abrirse. Estamos hablando
de los profesionales universitarios, de una estrategia que
apunta claramente hacia ellos. Los ingenieros, arquitectos,
médicos e incluso abogados aún no habían
terminado la carrera y ya tenían empleo.
Poco a poco el crecimiento se hará notar. Los años
cuarenta fueron difíciles para todos menos para aquellos
que estaban cercanos al poder político. La presencia
de José María Albareda en el Centro Superior
de Investigaciones Científicas fue para la Obra providencial
en su crecimiento.
En esas fechas empieza a pincelarse en Diego de León
"la base económica" que servirá de
sostén para soportar el ritmo vertiginoso de la expansión
posterior del Opus Dei. Numerarios como Rafael Termes, Gabriel
Ortega, Alberto Ullastres, Florentino Pérez Embid,
Rafael Calvo Pérez, Laureano López Rodó,
José María Arana, Rafael Calvo Serer... y un
largo etcétera serán los pioneros de estas empresas
auxiliares.
En Sevilla, Vicente Rodríguez Casado, catedrático
de la Facultad de Filosofía y Letras, realiza una gran
labor de captación entre los universitarios andaluces,
a quienes ayudaría de una forma muy eficiente Jesús
Arellano. En Barcelona esta misión quedará encomendada
a Giménez Vargas, Ballcells y López Rodó,
algunos de los pioneros de la Obra.
En todas las capitales de provincia que tienen estudios universitarios
se van abriendo residencias como fuente importante de vocaciones.
La expansión de la Obra traspasa las fronteras: en
el verano de 1944 unos pocos numerarios van a ampliar estudios
a la Universidad de Coimbra. En septiembre de ese mismo año
el padre José López Ortiz es nombrado obispo
de Tuy, diócesis gallega en la frontera con Potugal.
La amistad de mi tío con este religioso es antigua,
y en febrero de 1945, en compañía de Alvaro
del Portillo, se traslada a Portugal con la idea de presentarse
ante su amigo el obispo de Tuy y visitar a los de Leira, Coimbra
y al cardenal patriarca de Lisboa, quien le aconseja que la
Obra inicie su andadura en Portugal, y más concretamente
en la Ciudad Universitaria de Coimbra.
Y ni corto ni perezoso, Paco Martínez inicia sus contactos
con universitarios y profesores de las distintas facultades.
Nuevamente, el Padre en compañía de Alvaro y
de Amadeo Fuenmayor se desplazan a Portugal y visita al cardenal
de Lisboa y al obispo de Coimbra. En esta ocasión no
fueron necesarias las cartas comendaticias. El obispo de Tuy,
que los había acompañado anteriormente, los
había dado a conocer suficientemente.
En diciembre de 1946, se inaugura el primer centro de la
Obra en Portugal, Montes-Claros en la rua Antonio José
de Almeida. Y en 1948, en Oporto, dispondrán de la
segunda residencia, Boavista. En mayo de 1949 la Sección
de Mujeres irrumpe en Portugal de la mano de la numeraria
Encarnita Ortega, quien inicia los primeros pasos apostólicos
con éxito y se hará cargo de la administración
de las residencias. En 1951 un grupo de la Sección
de Mujeres españolas se trasladará a Lisboa
para quedarse.
Y la expansión continúa sin dejar hueco al
desaliento. En diciembre de 1946 Juan Antonio Galarraga, licenciado
en farmacia, ha obtenido una beca del Ministerio de Asuntos
Exteriores que le garantiza la estancia mínima de seis
meses prorrogables en Inglaterra. Y se planta en compañía
de otros dos numerarios en Londres. Visitan al cardenal Griffin
y le hablan de los proyectos del Padre, y sus deseos por abrir
un centro del Opus Dei en las Islas Británicas. A los
seis meses se abre la primera casa. Y en 1951 se presenta
el primer sacerdote de la Obra, José Luis López
Navarro. La semilla británica también estaba
destinada a crecer, usando los mismos métodos "persuasivos"
y de gran escalada a través del manto recomendaticio.
El Padre envía a José Ramón Madurga,
que llega a Dublín en octubre de 1947 y pronto abrirá
el primer centro de la Obra, Northbroock.
Dentro de su salida al exterior, en 1947 llegan a París
tres numerarios, Fernando Maycas, Alvaro Calleja y Julián
Urbistondo, pero habrá que esperar hasta 1953 para
que las gestiones se salden con un primer centro.
Desde 1946, cuando el Fundador decide establecer su domicilio
en Roma, y al poco la compra del palacete que había
sido propiedad de la legación de Hungría ante
la Santa Sede hasta 1947 y se inician las obras de acondicionamiento
y construcción de edificios para el Colegio Romano,
arranca una etapa para el Opus Dei, que se irá extendiendo
sin demora debido a la necesidad de captar dinero a través
de fuentes financieras.
Las empresas auxiliares eran completamente insuficientes
para cubrir las crecientes necesidades en las que se había
metido mi tío José María. En 1949, la
central del Opus Dei en España, en Diego de León,
adquiere una actividad nueva y una función específica,
la coordinación de la organización y la expansión
de la Obra, y no sólo en España, sino también
forjando bien los primeros pilares en otros países.
Se dejó tranquilo al Padre, enfrascado en las historias
de la Obra y sobre todo en la construcción del Colegio
Romano. Según cuenta Antonio Pérez Tenesa, hoy
letrado del Consejo de Estado y entonces secretario general
del Opus Dei, se funcionaba con bastante autonomía,
no excesivamente centralizados en Roma, pero había
que informar de cada una de las decisiones y acciones al Padre,
quien daba finalmente las instrucciones pertinentes.
La comisión que integraba al gobierno para España
estaba presidida por el consiliario Amadeo Fuenmayor, catedrático
de derecho civil y sacerdote. Entre los miembros del Consejo
se encontraban también piezas fundamentales e interesadas
en lanzar el Opus Dei hacia adelante y sin marcha atrás;
piezas fundamentales, pero también armas poderosas.
Luis Valls Taberner, hijo de una tradicional familia de financieros
catalanes que había venido a Madrid a proporcionarle
el mencionado cargo en el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas a José María Albareda, Alberto
Ullastres, catedrático de economía y otros numerarios
insustituibles, como Rafael Termes -que acabaría siendo
el eterno presidente de la Asociación Española
de Banqueros-, Ortega Pardo, Manuel Baturén y otros.
La primera empresa auxiliar que se había creado, Esfina,
era una sociedad de inversiones y estudios financieros dirigida
por Alberto Ullastres. Y fueron surgiendo paralelamente al
proceso de expansión otras más. Pero el Padre
necesitaba "money". Empezó a acuciar a sus
hijos para que convencieran a sus parientes y amigos para
que depositaran su dinero en inversiones que tuvieran, junto
a un rendimiento material, otro espiritual. Estas empresas
debían estar al servicio del "buen espíritu
cristiano". Como en una ocasión reflexionaba la
ex numeraria María Angustias Moreno, "en España
hay católicos que están convencidos de comprar
un rincón en el cielo con dinero".
El mensaje del Opus Dei iba calando en sus miembros y simpatizantes:
había que santificar no sólo el trabajo bien
remunerado, sino también las rentas del capital. No
es de extrañar que la Santa Sede tardase en comprender
este nuevo mensaje que mi tío José María
había atisbado muy inteligentemente en 1928. O, muy
probablemente, se fue fomentando en su imaginación
con los años.
2. UNA MARATÓN ESPECTACULAR
Las décadas de los años cincuenta y sesenta
representan en la historia del Opus Dei una espectacular maratón.
La incorporación de los supernumerarios tras la aprobación
por la Santa Sede como primer Instituto Secular -que le permite
admitir a casados en la Obra- supone un crecimiento sorprendente
de socios. Las ventajas de atraerlos bajo esta fórmula
están garantizadas. El requisito de celibato a los
numerarios hubiera mermado el radio de acción.
Muchos de ellos ya conocían la Obra, pero al oir hablar
del celibato como obligación inexcusable para entrar
a pertenecer mostraron su negativa en redondo. Yo mismo, que
conocí durante mi época en la residencia Miraflores
de Zaragoza a una gran proporción de solteros que habían
conocido la Obra y que la dejaron para volver una vez casados.
Los requisitos para ser miembro del Opus Dei, al margen del
celibato, eran la Universidad, el catolicismo, la inquietud
religiosa y la disposición interior. En caso contrario,
no hubiesen sido invitados a conocer el Opus Dei. No sería
honesto dejar de reconocer que el mensaje de mi tío
José María se presentaba atrayente, y que para
personas con ese tipo de inquietudes y deseosos de un compromiso
semejante con la fe, el plan de vida al que se nos invitaba
a seguir constituía un acicate. Con esta visión,
es muy lógico que el éxito estuviera asegurado
al hacer desaparecer el celibato.
Y aún más. Si a ello le sumamos dos fenómenos
importantes que se dieron en aquellos precisos momentos, tendremos
los suficientes elementos de juicio para captar con exactitud
la raíz de esa sorprendente absorción de personas
y poder.
La primera característica fue sencillamente, que se
puso de moda. Nadie puede dudar que al formar parte de la
élite universitaria, pasando a ocupar pronto importantes
cargos en los campus españoles, como prolongación
en las empresas y como consecuencia en la política,
la novedad se transformó, gracias a la notoriedad,
en un estar de moda. Y caló tanto en hombres como en
mujeres.
Las personas que frecuentaban los círculos de la Obra
gozaban, además, de la oportunidad de relacionarse
con personajes influyentes en otras parcelas. De un modo u
otro, esta relación conllevaba una inversión
útil como "carta coniendaticia" para un hijo,
un cliente, para un crédito o un empleo. El Opus Dei
en sí acabó por perfilarse como recomendación.
No hay duda alguna. Como decíamos más arriba,
el éxito estaba asegurado.
El supernumerario vive con su familia y desempeña
su trabajo profesional con cierta libertad. Al mismo tiempo
no sólo se le permite, sino que se le insta a que se
relacione y pertenezca a clubs y asociaciones. A las señoras
se las reúne en los ya famosos roperos, que hacen las
delicias de las mismas en sus relaciones sociales, intensificándose
notablemente. Tampoco hay que olvidar las famosas clases,
de cocina, de decoración o de plancha, para las mujeres
que tienen por oficio "sus labores". Un plan atractivo
para aquellas que normalmente se aburrían mientras
sus maridos se encontraban trabajando y carecían de
inquietudes intelectuales.
La incorporación de los supernumerarios al Opus Dei
va a ser, en definitiva, el impulso a una expansión
sin precedentes entre todas las instituciones eclesiásticas.
Pero contrariamente también dará lugar a los
mayores motivos de escándalo. Las sucesivas actuaciones,
propiciando ascensos casi inexorables unidos a la causa de
la Obra, pasando a ocupar sorprendentemente cargos de poder
económico y político en sus profesiones, eran,
cuando menos, para dejar a cualquiera boquiabierto.
Ha nacido una figura nueva. Hasta entonces, los numerarios,
como todos sabíamos, eran universitarios que desempeñaban
su trabajo profesional de acuerdo con las instrucciones que
recibían de sus superiores. En aquellos primeros años
un alto porcentaje estaba destinado al sacerdocio dentro del
Opus Dei. Las numerarias y las oblatas ya tenían suficiente
con cumplir con la administración de las residencias
y de las casas de la Obra. Y por añadidura y función,
dedicaban gran parte de su tiempo al proselitismo o el apostolado.
Tras la irrupción de los supernumerarios se incrementan
prodigiosamente las sociedades con fines apostólicos
y sobre todo económicos para financiar la expansión
de los años cincuenta y sesenta. Expansión que
no declinaría en las siguientes décadas y se
mantiene en los momentos actuales.
Entre las sociedades con fines apostólicos destacan
inicialmente los colegios de fomento, que se encargarán
de educar a muchos de los hijos de los supernumerarios y simpatizantes.
Estos últimos ampliarán la base del Opus Dei.
Mi tío los incorporará como "cooperadores",
y tendrán también resonancia en el futuro desarrollo
de la Obra. Estos simpatizantes no están obligados
a casi nada, sólo a depositar sus limosnas, a contribuir
y pasar a engrosar las filas de sustentadores del "santo
sablazo", que cada día se hace más frecuente
y fluido dentro del Opus Dei.
Unido al nuevo papel que se va asignando a estos animadores,
surgen las escuelas-hogares, en donde se imparten clases de
muy diversos contenidos y que se enfocan hacia la mujer. Conforme
la sociedad evoluciona, a estas supernumerarias se les va
levantando el veto y se las destina a otras labores distintas,
fuera del hogar, y son aprovechadas, por ejemplo, en librerías
y publicaciones propias.
Pero el Opus Dei sabía que se necesitaba arropar también
la conciencia. El apostolado sistemático presenta a
la institución -aunque sibilinamente no de puertas
afuera- como el único camino de perfección cristiano,
tranquilizando a sus miembros en esta vida y para la venidera.
En el Opus Dei a todas estas personas se les inculcan "ideas
claras" sobre la religión, sobre la pobreza, la
castidad, el trabajo profesional y la urbanidad. Y para reforzar
su influencia en el mundo, se les inoculan mensajes de privilegio.
Ellas son las personas "elegidas por Dios, desde la eternidad"
y deben ser "sal y fermento" de la sociedad en la
que viven.
Son distintos, son "hijos de Dios", y saben perfectamente
lo que significa: la obligación de dar testimonio ante
los demás con su comportamiento. Se los instruye en
el lema de "siempre alegres para hacer felices a los
demás" y se les enseña a comportarse delante
del Señor.
Con la propulsión interior y espiritual bien amarrada
y usando del poder y las ventajas que confiere la pertenencia
al Opus Dei, no podía esperarse nada distinto de lo
que ocurrió: una expansión a ritmo acelerado
que hará saltar las fronteras y continentes. La expansión
de la Obra en España adquiere nuevos bríos en
la casa que pocos años antes se había inaugurado
en Molinoviejo, en la provincia de Segovia, y que servirá
de centro de formación tanto para los hombres como
para las mujeres, pero evidentemente por separado. El "Padre"
dedica su actividad a la formación de sus "hijos"
y aprovechará la oportunidad de acercarse al campamento
de La Granja para visitar a los que están haciendo
la milicia universitaria. En Molinoviejo se decide la iniciación
del asalto al nuevo continente. Pedro Casciaro irá
a México y José Luis Muñiz a Estados
Unidos. En septiembre de 1949 se inaugura la primera residencia,
Woodlanwn, y en ese mismo curso llegarán las mujeres
de la Sección Femenina, que se harán cargo de
la administración, repitiendo el modelo hispánico.
Será Nisa González Guzmán la responsable
y pronto inaugurarán en Chicago la primera casa de
mujeres, Kenwood.
El Opus Dei llegará a México en 1948, y en
1950 se abre la primera residencia para mujeres. Posteriormente,
y para cursos de retiro y convivencias de verano, se lanzan
a una nueva inversión importante, Montefalco. Es una
hacienda abandonada con variadas construcciones, desde la
casa de los dueños de la hacienda, la iglesia, las
viviendas de los obreros, tiendas, almacenes e incluso un
hospital, más que una hacienda fue un pueblo. La inversión
es enorme, pero ya conocen el lema "se gasta lo que se
deba, aunque se deba lo que se gasta". Así nos
lo relata Ana Sastre: "Durante la revolución quemaron
Montefalco varias veces. Sólo la iglesia permanece,
deteriorada, pero erguida e intacta. El resto es una ruina
calcinada que mantiene en pie sus muros y arcos gracias a
la firmeza de su construcción. Es un montón
de sólidas ruinas. La maleza, a causa del abandono,
lo cubre todo. Incluso han crecido árboles dentro de
los muros. Pero don Pedro acude a verlo. Tiene que abrirse
paso con machete hasta la puerta de la iglesia. Saca unos
papeles y empieza a dibujar: aquello reconstruido que pueda
quedar así. Magnífico. Y sus trazos de lápiz
son una oración confiada: una petición al Cielo
que está poniendo ya los cimientos de la gran obra
social y apostólica del futuro Montefalco..."
El Centro de Formación Agropecuaria El Peñón
unirá en un esfuerzo colosal a campesinos y profesores,
a ingenieros y sociólogos. Cuando el Padre vaya a verlos
en 1970 no podrá menos que decir entusiasmado: "Montefalco
es una locura de amor de Dios... Estoy dispuesto a ir con
la mano extendida, pidiendo dinero para terminar Montefalco."
A los amigos de las personalidades de la Obra les llegará
nuevamente la hora de contribuir con el "santo sablazo".
En 1950 llegan a Argentina Ricardo Fernández Vallespín,
Ismael Sánchez Bella y Francisco Ponz, catedráticos
de Universidad, y abrirán en la ciudad de Rosario el
Centro Universitario Litoral, y posteriormente se inaugura
en Buenos Aires El Cerrito. El eminentísimo cardenal
Antonio Caggiano, obispo de Rosario y arzobispo de Buenos
Aires, amigo del Fundador, a quien conoció en Roma,
pedirá a Ricardo Fernández Vallespín
que dirija cursos de retiro para sacerdotes en distintas diócesis.
El Opus Dei, en Argentina, ya ha iniciado su andadura de la
mano de la autoridad eclesiástica. Los hijos de mi
tío se saben ya perfectamente la lección, funcionan
solitos.
En 1952 llegan las primeras mujeres de la Obra y la administración
queda garantizada. También en 1950 la Obra de Dios
llega a Chile de la mano del sacerdote Adolfo Rodríguez
Vidal, y como buen hijo conoce a dónde tiene que ir.
Se hospeda en el palacio del propio cardenal arzobispo monseñor
José María Caro e inician las gestiones para
la instalación de una residencia de estudiantes, que
se ubicará en la ciudad de Santiago, en un inmueble
de la avenida O'Higgins. José Enrique Díez Gil,
con veinte años, estudiante de derecho, será
el segundo miembro que llega a Chile, y en 1951 se les unirá
José Miguel Domingo Arnaiz, ingeniero naval. A comienzos
de 1953 llegan las primeras mujeres.
También por esas mismas fechas empieza la expansión
en Italia, fuera de Roma, Palermo, Milán... En 1953
inician la labor en Guatemala y en 1954 abrirán el
primer centro, que no contará con el apoyo de las mujeres
hasta el siguiente año, 1955. En Brasil harán
su aparición en 1957 en la ciudad de Sáo Paulo,
abriendo la primera residencia, que se llamará Pacaembu,
y en 1960 la Sección Femenina abre la primera residencia
para mujeres. Desde 1955 hay varios centros de la Obra en
Perú, pero será en 1957 cuando Su Santidad Pío
XII crea la Prelatura territorial de Yaucos, desmembrándola
de la archidiócesis de Lima, y la encomienda al Opus
Dei, nombrando para ello obispo a Ignacio María de
Orbegozo.
En Perú desarrollarán una labor semejante,
reparan 153 iglesias y están construyendo nuevas en
cifra importante. En 1963 empezará a funcionar un preseminario
y en 1967 una importante obra corporativa con categoría
de instituto rural, Valle Grande, que ampliará sus
objetivos mediante Radio Estrella del Sur. En 1969 se inaugura
la Universidad de Piura, que en principio cursará los
siguientes estudios: ciencias de la ingeniería industrial,
artes liberales, administración de empresas y ciencias
de la información.
Pero esta maratoniana expansión en el continente americano
no mermará las cuantiosísimas inversiones en
España. En 1951 ya hemos visto el inicio de la Universidad
de Navarra, y Torreciudad en 1966. Tanto la Universidad de
Navarra como Torreciudad exigirán un esfuerzo ingente
a plasmar y donde volcarán todos los miembros del Opus
Dei su poder económico, político y financiero.
Son muchos miles de millones los que van a suponer estas obras
y es necesario "pagar lo que se deba". ¿Lo
recuerda el amigo lector?
La fórmula es parecida a todas las anteriores obras
corporativas o auxiliares. Se crean sendos patronatos y lo
demás es fácil. No es la primera vez, tienen
el respaldo de la experiencia y ahora una estructura suficiente
como para acometer estas inversiones. En la Universidad cuentan
con cientos de catedráticos y profesores adjuntos,
en las finanzas no sólo se barajan los apoyos de varios
importantes bancos, también se encuentran detrás
las cajas de ahorros, y en la presidencia de su confederación
se halla bien colocado y seguro uno de los incondicionales,
José Joaquín Sancho-Dondra. "Se pagará
lo que se deba. No faltaba más." Y como premio,
la presidencia Mundial de Entidades de Ahorro. José
Joaquín repetirá muchas veces la frase de mi
tío José María: "El Opus Dei es
el mejor sitio para vivir..." Y si alguien lo duda, que
se lo pregunten a él.
También es cierto que no sólo será Sancho
Dronda el único que contribuirá desde su posición
privilegiada a acaparar el apoyo financiero necesario. También
el banquero del Padre, Luis Valls Taberner, José María
Ruiz-Mateos, Rafael Termes... Por sólo nombrar a los
popularmente más vinculados al Opus Dei. En los cargos
políticos de esos momentos no habría que olvidar
a los ministros franquistas Navarro Rubio, Ullastres, García
Moncó... Y una larga lista no sólo en los gabinetes,
sino copando puestos clave repartidos por toda la administración
y la geografía española.
Los "santos sablazos" se prodigaron de tal forma
a causa de estas cuantiosas inversiones que sería necesario
emplear un capítulo para narrar la historia y aventuras
de cada uno de los personajes que acabamos de nombrar.
Durante los primeros años de los setenta un nuevo
continente pasa a engrosar la labor expansionista universal
del Opus Dei: Africa. Pedro Casciaro -una de las unidades
móviles de mi tío- se estrena en Nairobi con
un centro universitario, Strathmore. En 1961 se inauguran
los primeros edificios, acogiendo no sólo a keniatas,
sino también a personas de otros países del
continente negro. No podía faltar la correspondiente
Sección de Mujeres, que pronto contará con su
base de acción, la Escuela Superior de Secretariado
Kianda College.
El Opus Dei no cejará en su afán expansionista
y pronto se lanzará a la conquista de Oriente, empezando
por Japón. El primer centro se radicará en Osaka
y el primer miembro será José Ramón Madurga,
quien emprende la tarea con un instituto de idiomas, Seido
Juku. Pisándole los talones harán su aparición
en escena las mujeres, estableciéndose en uno de los
barrios residenciales y abriendo el Shukugawa Juku.
Finalmente el Opus se planta en Oceanía, y en 1963
llega a Australia, fijando en Sidney el primer centro. No
quedará al margen Filipinas, que no se quedará
sin la oportunidad de gozar de un centro.
El poder económico, político y cultural del
Opus Dei es impresionante, incluso mayor en incidencia que
muchos de los grandes grupos multinacionales. Hoy nadie es
capaz de valorar, se escapa, la realidad del poder, y sólo
una mirada detenida desde el exterior y, por supuesto crítica,
nos permitiría atisbar la realidad de ese poder.
Desde dentro sólo se aporta una interpretación
espiritual de la expansión, fruto de la filiación
de la Obra con Dios, su estrecha ligazón, como si un
cordón umbilical alimentara al Padre y sus hijos. Así
lo quiere Dios. Y no hay más cáscaras. Los creyentes
que guardamos la misma fe no poseeríamos argumentos
de peso para calificar negativamente esa expansión,
pero los medios y las herramientas empleadas los delatan por
sí solos. Tememos, y nos debemos al convencimiento,
de que "el fin no justifica los medios"; unos fines
que, como hemos ido viendo, pueden también discutirse
ampliamente.
Mi tío José María se armará de
su innegable carisma y de sus dotes de teatralidad para convencer
a quienes le rodean de la fuente divina que mana y va hacia
él, hacia un "burro". Los primeros hijos
viven en España con una época y un ambiente
como caldo de cultivo que los marcará para tomar partido
claro con determinación y fuerza. Era la guerra civil
española. Son pocos, pero muy selectivos, muy preparados.
Están capacitados para apoderarse de parcelas de poder
imprescindibles para lanzarse a las aventuras empresariales,
imbuidos de una disciplina férrea que exige todo para
el Opus Dei. Mi tío José María no deja
pensar en otro asunto, el plan de vida impuesto no deja ver
hacia otros lados.
Su mensaje, difundido entre personas nacidas en familias
católicas practicantes, es bien recibido, y una gran
mayoría acude con disposición voluntarista.
Creyendo en una llamada con fundamento divino, se entregan
y participan en la creación de una obra que exteriormente
se presenta perfecta. De otra forma no hubiese alcanzado la
dimensión que someramente acabamos de ver, todo ese
poder en manos de un sector de la Iglesia en el siglo XX.
Al Fundador, sin embargo, sólo le movía una
soberbia a lomos de un montaje bien consciente.
La aceptación del Fundador del Opus Dei, es la aceptación
de los medios que empleó. Y de los que han seguido
empleando sus hijos.
Arriba
Anterior -
Siguiente
Volver
a Libros silenciados
Ir a la página
principal
|