OPUS DEI O CHAPUZA DEL DIABLO
Carlos Albás
CAPÍTULO III. FUNDACIÓN
DEL OPUS DEI
1. Los BARRUNTOS
Los biógrafos del Opus Dei no acaban de ponerse de
acuerdo. ¿Cuándo nace la vocación religiosa
de mi tío José María? Quizá ni
él mismo lo supiera. Circulan diferentes versiones:
en unas, la mitificación eleva la sensación
mística y se adelanta en el tiempo; y en otras se le
rodea de menos parafernalia y las interpretaciones ponen algo
más los píes sobre la tierra. Por ejemplo, una
de las biógrafas y miembro del Opus Dei, Ana Sastre,
profesora de las Universidades de Navarra y Alcalá
de Henares, sitúa del siguiente modo y manera el primer
rayo de luz que insufló en mi tío la inquietud
de su misión divina:
En el transcurso de las navidades entre 1917-1918 en la ciudad
de Logroño, "Josemaría contempla el espectáculo
de la ciudad nevada. El amanecer ha sido blanco y transparente.
En la calle, intacta todavía, aparecen unas huellas
que identifica inmediatamente. Es el sendero marcado por los
pies descalzos de un carmelita muy popular en la zona: el
padre José Miguel. Su paso madrugador y habitual ha
hollado hoy la nieve sin estrenar.
"Este detalle pequeño y heroico suscita una profunda
inquietud en el alma del muchacho: si otros hacen tantos sacrificios
por Dios, ¿yo no voy a ser capaz de ofrecerle nada?...
Nadie se dará cuenta del cambio que va a sufrir Josemaría.
Todo continúa su ritmo normal: menos el corazón
y el alma de este adolescente, que encuentra -a partir de
ese día y en las cosas inocentes de la vida cotidiana-
una sed insaciable de Dios. Empieza a notar que el Cielo quiere
algo de su vida; interrogantes y convicciones le remueven
y le llevan a la Comunión diaria, a la Confesión
frecuente, a la purificación, a la penitencia.
"El Señor le llama desde multitud de situaciones
y le da a entender que quiere decir algo especial de su paso
por la tierra. Y Josemaría, que desconoce lo que pueda
ser, responde gritando por dentro palabras encendidas que
paladea al ritmo de su propio corazón: "Ecce ego
quia cocasti me! Aquí estoy, porque me has llamado."
Como nos cuenta Vázquez de Prada, mi tío José
María llamó a su adolescencia y juventud "los
años de los barruntos". Pero esa conmoción
interna que asalta al Fundador del Opus Dei, tal y como lo
narra Ana Sastre de forma encendida en su libro "Tiempo
de caminar", entra en contradicción con la versión
de Andrés Vázquez de Prada, el primer biógrafo
de la Obra, que recoge expresamente: "No existe ningún
dato, externo y relevante que señale el inicio indiscutible
de tales presentimientos."
Pero dejemos estos berenjenales y vayamos a los hechos. En
aquel curso 1917-1918, mi tío acaba el bachillerato
en Logroño. Su vocación está clara: él
quiere ser arquitecto. Sin embargo, sus posibilidades son
nulas, los padres no pueden costear unos estudios que exigen
el desplazamiento muy lejos de la capital riojana. Tras la
ruina de Barbastro, la remuneración de que disfruta
como dependiente su padre no da para mantener a un hijo estudiando
lejos de casa. Pongámonos en la situación social
de aquellas fechas. ¿Qué puede hacer un joven
en Logroño una vez terminado el bachillerato? Sólo
cabían dos salidas, ponerse a trabajar o ingresar en
el seminario. Mi tío José María se inclinó
por la segunda opción.
Si la reflexión acerca de su vocación eclesial
parte del ambiente y la tradición familiar, tampoco
debe por qué movernos a extrañarnos. Cuando
él toma la decisión tiene ya detrás a
un hermano de su padre sacerdote y a dos hermanos de su madre
también sacerdotes, sin olvidar las tías monjas.
José María Blanc, hermano de su abuela materna,
llegaría a ser obispo de Avila. Por otro lado, estaba
el parentesco con el futuro obispo de Cuenca, Cruz Laplana,
y con su tío Mariano, padrino de bautismo y actualmente
en proceso de santificación, fusilado en la guerra
civil. Y si nos vamos varios siglos hacia atrás, tenemos,
entre otros, el parentesco con san José de Calasanz.
En fin, el ingreso en el seminario no supuso una sorpresa
en el seno de la familia.
El propio Vázquez de Prada nos cuenta sobre la primera
vocación profesional, frustrada, de mi tío:
"Salió del curso airosamente, con sobresalientes
y notables. Y cuando en el verano de 1917 hubo de pensar ya
en la carrera que debía emprender un año más
tarde, a Josemaría tal vez le movió a ello su
gusto por las matemáticas y su destreza por el dibujo,
que era condición indispensable y cualidad valiosa
para el ingreso en la Escuela de Arquitectura. En su juvenil
entusiasmo, quizá no se percatara bien que era una
carrera larga, difícil y, sobre todo, cara.
"No hizo mal don José en tomarlo en serio. Pero
ya tendría el hijo tiempo de sedimentar preferencias,
y hasta de cambiar de parecer antes de terminar el bachillerato.
De manera que, cuando Josemaria exponía con vehemencia
sus deseos de hacerse arquitecto, el padre le tomaba el pelo
sosegadamente y con una chispa de humor: "Vamos, hijo,
que lo que tú quieres ser es un albañil distinguido.""
(Y, sin duda, se puso manos a la Obra.)
Por lo que continúa relatando Vázquez de Prada
en su libro "El Fundador del Opus Dei", mi tío
José María, que nunca demostró en su
familia la inclinación hacia el sacerdocio, salía
con chicas de su edad, como era normal. Y su madre un día
le dijo: "Procura portarte bien, y cuando pienses en
casarte, en una cosa seria.., mira, busca una chica, ni guapa
que encante, ni fea que espante."
Por circunstancias inequívocas, y sobre todo económicas,
mi tío José María tuvo que renunciar
a las dos vocaciones primeras, la arquitectura y el matrimonio.
En 1918 ingresa en el seminario de Logroño, hasta que
se traslada al de Zaragoza. Los motivos no se conocen a ciencia
cierta, pero todo apunta a que muy probablemente quería
iniciarse en la carrera de las leyes. No se conformaba en
ser solamente un sacerdote y ambicionaba recuperar y sobrepasar
la posición social de sus padres antes de la ruina
económica. Pero tuvo que renunciar definitivamente
a su vocación de arquitecto. En Zaragoza tampoco se
podía estudiar.
Durante su permanencia en la capital aragonesa, ninguno de
sus familiares conoce o sospecha los "barruntos"
de mi tío José María. Si acaso, detectan
en él cierta rebeldía, un inconformismo por
seguir la carrera eclesial tal y como estaba establecida,
y desde el principio mantiene altercados con su tío
Carlos, el canónigo arcediano del Pilar. Todos mis
tíos ayudan a su madre desde el momento de la ruina
y, especialmente, tras el fallecimiento de su marido en Logroño.
El 27 de noviembre de 1924 había fallecido su padre
a los 57 años, y en enero su madre y sus hermanos llegan
a la capital aragonesa, para instalarse en el centro de la
ciudad, cerca de la plaza de España. Es posible que
a mi tío le supiera a poco la contribución del
resto de la familia, pero evidentemente los ayudaron. Hasta
su nuevo traslado, a Madrid en el año 1927, se prodigan
las aportaciones económicas o de ropa por parte de
los hermanos de su madre. De no ser de esta manera, difícilmente
habría logrado vivir con dignidad. Los ingresos de
un sacerdote recién ordenado eran muy bajos y las clases
de derecho que dio esporádicamente tampoco constituían
una fuente sustanciosa. Las ayudas debieron de intensificarse
aún más cuando su madre y sus hermanos se quedaron
solos durante una pequeña temporada, con motivo de
la estancia en la localidad de Perdiguera. Y también
posteriormente, al dar el paso definitivo de plantarse en
Madrid.
Ante todo, llama poderosamente la atención que sus
biógrafos no relaten ninguno de estos episodios juveniles,
salvo los enfrentamientos con el canónigo arcediano.
En el resto de tíos y tías no se emplea ni una
sola gota de tinta. ¿Por qué? Evidentemente,
en el seno de la familia Albás Blanc jamás se
habló de ninguna clase de "BARRUNTOS".
La mitificación que hizo de sí mismo en las
prédicas -y que heredarán sus hijos de la Obra-
alcanza cotas verdaderamente sorprendentes y se trasladan
incluso al contacto divino en los primeros años de
vida. En el libro "Vida y milagros de monseñor
Escrivá de Balaguer. Fundador del Opus Dei", Luis
Carandell recoge un testimonio puesto en boca de mi tío,
con motivo de la enfermedad de la "alfecerías",
según los médicos que lo trataron y lo dieron
por desahuciado, atribuyendo su curación a la Virgen
de Torreciudad: "Mis padres me llevaron a Torreciudad.
Mi madre me llevó en sus brazos a la Virgen. Iba sentado
en la caballería, no a la inglesa, sino en silla, como
entonces se hacía, y pasé miedo porque era un
camino muy malo." Mi tío tenía tan sólo
dos años cuando le llevaron a dar gracias a la Virgen
por la curación de la enfermedad.
Dada la mortalidad infantil de aquella época, era
una costumbre bastante extendida en la comarca oscense del
Somontano rogar a la Virgen de Torreciudad su intercesión
por los niños a los que los médicos no encontraban
ya solución alguna. El mismo caso se había dado
anteriormente en la familia. Como me contó recientemente
su prima, Carmencita Albás, su padre, el hermano pequeño
de la madre de José Maria, Florencio Albás Blanc,
sufrió una enfermedad de la que sanó después
de ser llevado ante la Virgen de Torreciudad para su curación.
Sin embargo, esta vez a ningún miembro de la familia
se le ocurrió mitificarlo como señal de un ministerio
divino posterior.
Podría seguir contando muchas anécdotas que
avalan la mitificación de la vida de mi tío
José María y que a lo largo de este relato iremos
viendo. Pero no quiero dejar pasar la oportunidad de mencionar
uno de los sucesos que más han llamado mi atención.
Los biógrafos del Opus Dei, Vázquez de Prada
y Peter Berglar, manifiestan que Dios le concedió "la
apreciada dádiva de rezar mientras dormía".
Solamente con humor puede responderse a este hecho. Actualmente,
yo también manifiesto que Dios me concedió esta
preciada dádiva, pero rezo más porque frecuentemente
duermo la siesta.
2. Los CIMIENTOS
El 20 de abril de 1927 llega a Madrid José María
Escrivá Albás. Una carta de recomendación
del arzobispo de Zaragoza le abrirá las puertas del
Obispado, regido por don Leopoldo Eijo y Garay, y desde ese
momento recibe la autorización para ejercer la confesión
en la diócesis. Instalado por escasas semanas en una
pensión familiar de la calle Farmacia, se trasladará
definitivamente a la residencia sacerdotal de las Damas Apostólicas,
fundada por la hija de la marquesa de Onteiro, doña
Luz Rodríguez Casanova.
Las Damas Apostólicas estaba integrada por señoras
de clase alta y media dedicadas a la beneficencia, extendiendo
su actividad apostólica a 66 colegios y unos 12.000
niños, además del Patronato de Enfermos en la
calle de Santa Engracia, en donde se repartían más
de 600 raciones de comida, alternando la tarea con visitas
a los barrios periféricos y hospitales. José
María Escrivá conocerá en la residencia
a la fundadora de las Damas Apostólicas, pasando a
encargarse de la capellanía de la iglesia del Patronato,
aunque bajo la condición de no inmiscuir-se en los
asuntos de la dirección del centro.
Pero José Maria Escrivá había llegado
a Madrid para realizar su doctorado de derecho, habida cuenta
que por entonces estos cursos sólo podían llevarse
a cabo en la capital de España. Entre las primeras
actividades cumplió, por tanto, con su matriculación
en una de las asignaturas del doctorado. Paralelamente, impartió
derecho romano y derecho canónico en la academia Cicuendez,
en la calle de San Bernardo, donde se encontraba la antigua
Facultad de Derecho. En el mes de agosto ampliaría
su matrícula a una asignatura más, filosofía
del derecho, e inició la preparación de su tesis
sobre la ordenación de mestizos y cuarentones.
Siguiendo sus propios testimonios, el director espiritual
encargado de guiar los primeros pasos de José María
Escrivá en Madrid fue el jesuita Valentín Sánchez
Ruiz. Vivía en las afueras, en Chamartín de
la Rosa, adonde solía desplazarse en grandes caminatas
el futuro fundador del Opus Dei. Según recogen sus
biógrafos, tras el largo paseo, el jesuita le obligaba
a esperar su salida, y en ocasiones la espera se le hacía
interminable; cuando no salía nadie, tampoco se le
presentaban excusas, y finalmente el hermano lego le comunicaba
que al padre Sánchez Ruiz le era imposible recibirle.
José María Escrivá alternó la
atención en el Patronato de Enfermos con el trato directo
a familias de la aristocracia madrileña. Mercedes Guzmán,
marquesa de Miravalles y condesa de Aguilar de Inestrillas,
su hermana María Luisa -primas ambas de la dama apostólica
Mercedes Reyna- y posteriormente una de las grandes de España,
la condesa de Humanes, figuraban entre las visitas que frecuentó
durante su primera etapa.
Muchas de las apreciaciones que servirían para elaborar
su emporio doctrinal arrancan precisamente de este contacto
combinado con el Patronato de Enfermos y la aristocracia.
Por citar un ejemplo, en el libro "Tiempo de andar",
de Ana Sastre, miembro del Opus Dei, se recoge el siguiente
relato puesto en boca del propio José María
Escrivá:
"Había un comedor -no lo puedo llamar público,
porque necesitaban una tarjeta para ir a comer allí-
que dirigía una persona muy santa, que ya ha muerto.
Y aquella pobre persona quería ayudar a muchos y no
llegaba. Y les daba una especie de cocido. Venían con
tarjeta y se hacía una gran labor, porque mataban el
hambre. Era gente que no tenía nada. Pero siempre sobraba
algo, y había otros que esperaban en una habitación
para que les dieran las sobras; traía cada uno un cacharro
-una lata, un plato desportillado, lo que podían- y
sólo uno llevaba cuchara. Y sacaba de un chaquetón
sucísimo, de lo profundo de uno de los bolsillos, una
cuchara de peltre toda abollada, la miraba -como diciendo;
esto es mío, y los demás que no tenéis
cuchara, os fastidiáis- y comía sus garbancitos
saboreándolos; miraba, al final, su cuchara, le daba
dos lengüetazos y volvía a guardar el tesoro.
Este, en su miseria, era rico, apegado como estaba a esa cuchara
de peltre. Era un pobre de pedir limosna, pero ante los demás
era rico. Y conocí a una Grande de España -puedo
hablar de ella porque ya ha muerto y está en el Cielo
desde hace muchos años- que tenía una generosidad
inmensa: vivía entre muebles ricos y tapices; en ella
gastaba menos que en la última persona de su servicio,
y era manirrota. Todo lo daba para los que no tenían.
Esta era pobre."
La Grande de España no era otra que la propia condesa
de Humanes.
Dentro de lo que es mi experiencia personal, puedo añadir
un comentario más clarificador al relato de mi tío
José María, una anécdota de la visita
a casa de mi familia en Zaragoza. Hablaba con mi padre cuando
de pronto se volvió hacia mi madre y le dijo: "Concha,
yo nada tengo, y por lo tanto nada te puedo dar; pero toma
el rosario con el que rezo todos los días." Al
marcharse le esperaba un Mercedes con chófer y se fue
a dormir a Cogullada, un palacio donde sólo lo hacían
Franco o el Rey.
En general, resulta chocante el concepto que de la virtud
de la pobreza tuvo el Fundador de la Obra. En 1968 declaraba
a la revista "Telva": "Quien no ame y viva
la virtud de la pobreza no tiene el espíritu de Cristo.
Y esto es válido para todos: tanto para el anacoreta
que se retira al desierto como para el cristiano corriente
que vive en medio de la sociedad humana, usando de los recursos
de este mundo o careciendo de muchos de ellos." En el
Opus Dei, sus miembros, como todos sabemos, tienen los mejores
recursos de esta tierra, y sin duda alguna los usan para ellos
mismos. Cualquiera que conozca las casas de la Obra, podrá
sacar las conclusiones pertinentes. Y así, mi tío
vivió, pobre con Mercedes, pobre con avioneta, pobre
con palacios, pobre con servidumbre, pobre con título
nobiliario, pobre con alimentos llevados ex profeso para él
en sus viajes a otros continentes. Verdaderamente, con este
concepto de pobreza, sí que la vivió en grado
heroico.
Más adelante continuaba declarando: "Pero pobreza
no es miseria, y mucho menos suciedad; y además, la
pobreza no se define por la simple renuncia, especialmente
cuando se trata de cristianos que viven en medio del mundo
y tienen que dar testimonio explícito de amor al mundo,
de solidaridad con los hombres. Se impone, pues, aprender
a vivir la pobreza, para que no quede reducida a un ideal
sobre el que se puede escribir mucho, pero que nadie realiza
seriamente."
Lo que no es serio es justificar la vida de uno y de sus
seguidores queriendo cambiar el concepto de pobreza que todos
conocemos y comprendemos por ley natural. Así como
en muchas ocasiones manifiesto que estoy conforme con parte
de su doctrina, pero no cómo la cumple, estoy de acuerdo
con lo que dice, pero no con lo que hace; en este punto ni
con lo que dice, que sólo es una justificación
de cómo vive. Muchas de las explicaciones que dio servían
para justificarse y otras para mitificarse. En su biografía,
Salvador Bernal nos dice: "Mons. Escrivá de Balaguer
vivió y murió en el más estricto desprendimiento
de los bienes materiales. Poco tiempo antes de que Dios le
llamase, contaba un día a los alumnos del Colegio Romano
de la Santa Cruz que esa mañana había dicho
a los miembros del Consejo General de la Asociación:
"Hoy me he dado cuenta de que continúo siendo
pobre de solemnidad. No sólo porque llevo esta sotana
vieja, pues podía ponerme otra mejor que tengo, sino
porque no puedo hacer lo que hace una persona de mi edad,
en cualquier país más o menos civilizado. Hay
obreros de mi edad, ya retirados, que disfrutan tranquilamente
de su pensión; y si una noche no duermen -que es lo
que me ha pasado hoy a mí; por eso he tenido ocasión
de rezar más-, se quedan en la cama un poquito más
por la mañana. En cambio, yo estoy aquí con
vosotros, y mucho mejor que en la cama. Pero me he dado cuenta
de que efectivamente, soy todavía -a la vuelta de medio
siglo de sacerdocio- pobre de solemnidad." Creo que no
hace falta comentario.
Salvador Bernal así nos lo cuenta: "Procuró
siempre tener y usar la ropa que era necesaria. Hubo una época
que llevó solideo para compensar la edad que no tenía:
¡dame, Señor, ochenta años de gravedad!,
pidió con frecuencia. Después de subrayar la
secularidad propia del espíritu del Opus Dei, se puso
algunas veces la sotana ribeteada de rojo y los demás
distintivos propios de su condición de Prelado Doméstico.
Años más tarde confesó que eso le resultaba
mucho más duro que varios cilicios.
"La sotana que vestía habitualmente en 1963 tenía
entonces 18 años. Era vieja, pero limpísima,
digna. Con todos los botones: él mismo se los cosía,
en cuanto amenazaban con desprenderse. Toda una lección
práctica para los socios de la Obra.
"Se encontraba muy feliz dentro de su recosida sotana,
pero cuando era necesario -muy pocas veces-, usaba los distintivos
propios de su condición de Prelado, o los arreos -así
decía- de Gran Canciller de la Universidad."
Claramente se aprecia el concepto que de pobreza tiene el
Opus Dei. Es también cierto que para pertenecer al
Opus Dei se exigen unos requisitos que los auténticamente
pobres no tienen, ni pueden tener.
Más adelante Salvador Bernal nos relata: "En
1972, al responder a una pregunta que le hicieron en el Instituto
de Estudios Superiores de la Empresa en Barcelona dijo: "El
hecho de manejar dinero o de tenerlo, no quiere decir que
se esté apegado a la riqueza", y volvió
a poner el ejemplo del pobre de la cuchara y de la Condesa
de Humanes."
Veamos también, contado por su propios labios, dónde
se cimentó durante los primeros años el Opus
Dei:
"Fui a buscar fortaleza en los barrios más pobres
de Madrid, horas y horas por todos los lados, todos los días,
a pie de una parte a otra, entre pobres vergonzantes y pobres
miserables, que no tenían nada de nada; entre niños
con los mocos en la boca, sucios, pero niños, que quiere
decir almas agradables a Dios.
"[...] La fortaleza humana de la Obra ha salido de los
enfermos de los hospitales de Madrid: los más miserables;
los que vivían en sus casas, perdida hasta la última
esperanza humana; los más ignorantes de aquellas barriadas
extremas. Estas son las ambiciones del Opus Dei, los medios
humanos que pusimos: enfermos incurables, pobres abandonados,
niños sin familia y sin cultura, hogares sin fuego
y sin calor y sin amor."
Y continuaba explicando al final de su vida las armas y materiales
de construcción del Opus Dei:
Y, ¿sabes cómo pudo? Por los hospitales. Aquel
hospital general de Madrid, cargado de enfermos, paupérrimos,
con aquellos tumbados por la cirugía, porque no había
camas; aquel hospital, del Rey se llamaba, donde no había
más que tuberculosos pasados, y entonces, la tuberculosis
no se curaba [...].
"¡Esas fueron las armas para vencer! ¡Ese
fue el tesoro para pagar! ¡Ésa fue la fuerza
para ir adelante!"
Ana Sastre, al referir esta época nos dice:
"Años más tarde, repetirá que el
Opus Dei nació entre los pobres de los barrios y de
los hospitales de Madrid; en medio de la actividad apostólica
de aquellos primeros años sin tregua.
"El Patronato de Enfermos está abierto a la asistencia
durante el día y la noche. Hay muchas jornadas de trabajo
ininterrumpidas en busca de una chabola de la que ha partido
la llamada de auxilio, repartiendo comidas a enfermos en ambulatorios,
descubriendo a los más graves por entre los ingresos
de un hospital de beneficencia. Y atendiendo espiritualmente
a este enorme número de almas que encuentran a Dios,
como única esperanza, en medio de su drama. La tarea
es ingente y don José María, por decisión
personal, vuelca en ella su gran capacidad de trabajo, su
energía física y sobrenatural. Resulta difícil
calcular las distancias que puede cubrir al cabo del día,
teniendo en cuenta que los barrios extremos de la gran ciudad
le obligaban a cruzarla en todas las direcciones. De Tetuán
de las Victorias al paseo de Extremadura, de Magín
Calvo a Vallecas, Lavapiés, San Millán, el barrio
del Lucero o la Ribera del Manzanares. Solamente desde la
Residencia Sacerdotal de la calle de Lara hasta Vallecas hay
un recorrido que se acerca a los cinco kilómetros.
Se trata de zonas mal comunicadas que es preciso andar a pie,
con frío, con lluvia y barro que cubre los zapatos.
O con la canícula de verano cayendo sobre Madrid, en
un sol de mediodía que ayuda a sudar copiosamente.
A veces, hay que correr del metro a un tranvía desvencijado
que tarda más de una hora en cubrir su trayecto. Pero
don Josemaría consigue llegar a todos [...].
"La actividad desplegada durante estos años resulta
asombrosa. Don Josemaría pasa horas en el confesionario
del Patronato de Enfermos y escucha, alienta y otorga a raudales
la gracia de Dios a las gentes que se acercan a la calle de
Santa Engracia. Confiesa también a centenares de niños
de varias escuelas de las Damas Apostólicas."
Si a la misma Ana Sastre, miembro del Opus Dei, le "resulta
asombrosa" la actividad desarrollada a lo largo de esos
tres o cuatro, cuánto más a aquellos que vemos
con escepticismo muchos de los comentarios y afirmaciones
de mi tío. Y por tan asombrosa, el aliento divino -otra
fuerza no podía moverle de ese modo por Madrid- quizá
le conminó al descanso, a ponerse manos a la Obra,
a renunciar a mediados de 1931 a la Capellanía del
Patronato de Enfermos de las Damas Apostólicas y a
dirigir su labor a los universitarios. A veces da la impresión
de que el Fundador explotó desmesuradamente la labor
de aquellos años entre los pobres a modo de escaparate,
y a "posteriori".
A partir de 1931 tendrá más tiempo para dedicarse
a lo que será la única actividad de su vida,
el Opus Dei. Atrás quedarán los tiempos en que
mi tío José Maria era capaz de dar la Primera
Comunión en un solo año a 4.000 niños,
según relata Vázquez de Prada en su semblanza.
Los cimientos de la ingente Obra se quedaron ahí, en
1931. Construida la casa, se dispuso a habitarla cómodamente.
Recuperando el hilo temporal de nuestro relato donde lo habíamos
dejado, a fines de 1927 su familia se traslada a Madrid y
alquila un pequeño piso, compartido con mi tío
José Maria, donde permanecerán hasta bien entrado
1929, fecha del traslado a la vivienda destinada por las Damas
Apostólicas al capellán del Patronato.
En septiembre de 1928 se examinaba de historia del derecho
internacional y de filosofía del derecho. Pero aún
no había cumplido con la tanda anual de ejercicios
espirituales que exigía la diócesis madrileña,
y su última oportunidad se presentó con los
padres paúles. Se acercaba definitivamente el Opus
Dei.
3. LAS CAMPANAS
Y una mañana vio la Obra de Dios, tal y como él
lo quería y sería al cabo de los siglos. "El
2 de octubre de 1928, mientras el Siervo de Dios se hallaba
recogido en su habitación, participando en unos ejercicios
espirituales en la residencia de los P. P. Paúles de
Madrid, en la calle de García Paredes, Dios se dignó
iluminarle: vio el Opus Dei tal como el Señor lo quería
y como debería ser a lo largo de los siglos. Durante
once años desde aquel día de invierno en Logroño
había pedido ver. "En el silencio de la habitación
que ocupaba durante los ejercicios se oían a lo lejos
las campanas de la iglesia de Nuestra Señora de los
Angeles." (Peter Berglar).
"Desde ese momento -nos dice el Fundador- no tuve ya
tranquilidad alguna y empecé a trabajar de mala gana,
porque me resistía a fundar nada, pero comencé
a moverme, a hacer, a poner los fundamentos."
Cualquier observador imparcial y conocedor de la época
en que se desarrollan los acontecimientos vividos por el Fundador
del Opus Dei entre los años 1927 y 1937, su llegada
a Madrid y su huida de la zona roja, podrá ver que
sólo existe en lo que cuentan sus biógrafos
de la Obra un intento de mitificación de monseñor
Escrivá de Balaguer. En primer lugar, en el Patronato
de Enfermos de las Damas Apostólicas, sólo permanece
el menos tiempo posible y compaginándolo con sus estudios.
La labor que relata es igual a la de cualquier sacerdote de
aquella época que acababa de ser ordenado y que tenía
que ganar dinero para vivir con su familia. Los cimientos
entre los pobres procuró ponerlos lo más rápido
posible e iniciar su andadura por los caminos que había
pensado: las clases acomodadas. No llega a cuatro años
y tan pronto puede se da de baja en el Patronato de Enfermos
y acepta la Capellanía del Real Patronato de Santa
Isabel, donde será nombrado rector en 1934, cargo que
conservará hasta su traslado a Roma. Este cargo siempre
estuvo remunerado.
Si sólo está cuatro años con los pobres
y si además esta estancia la compagina con la aristocracia
y con sus estudios de doctorado, por mucho esfuerzo y dedicación
que nos cuente no le servirán para ser "especialista
de entre los pobres". Por otra parte las vicisitudes
que tiene que vivir son similares a la mayoría de personas
de aquella época y yo diría que las vive en
mucho mejor circunstancia que cualquier otro sacerdote de
su época. La persecución religiosa no sólo
se desencadenó contra él, sino contra todos
los católicos y primordialmente contra los sacerdotes
y religiosos, muchos de ellos corrieron peor suerte y morirían
asesinados.
Desde el primer momento se ve la mitificación que
mi tío José María realiza de toda su
persona y de todos los acontecimientos que le rodean. Su imaginación
le llevará a creerse lo que no es más que el
producto de un sueño movido por el deseo de limpiar
los acontecimientos vividos en su familia por la ruina económica,
que nunca aceptó con humildad, y de demostrar que él
era distinto a todos, que él había sido elegido
por Dios para cumplir una misión. Pero todo ello lo
va relatando al ritmo en que van sucediendo los acontecimientos.
No es comprensible entender las manifestaciones que de continuo
realiza de su relación con los pobres, como tampoco
es de recibo su relato sobre parroquias rurales que sólo
en tres meses conoció.
Unos cimientos poco sólidos para la estructura de
la Obra que fundó. ¿No serán otros los
cimientos?
En los años iniciales, sólo él pertenecerá
al Opus Dei, su Fundador será la primera vocación.
De hecho, el 24 de marzo de 1930 escribe la primera carta,
"Singule Dies", a personas que sólo Dios
conocía; y comenzaba: "Nuestra entrega al servicio
de las almas es una manifestación de esa misericordia
del Señor, no sólo hacia vosotros sino hacia
la humanidad toda. Porque nos ha llamado a Santificarnos en
la vida corriente, diaria y a que enseñemos a los demás
prudentemente, espontáneamente, según la voluntad
de Dios. Nos interesan todos, porque todos tienen un alma
que salvar, porque a todos podemos llevar en nombre de Dios,
una invitación para que busquen en el mundo la perfección
Cristiana.
"Sed perfectos como lo es nuestro Padre Celestial. "Nuestro
camino es el desprendimiento de las cosas de la tierra, la
pobreza personal amada y vivida."
Durante año y medio trabajará y predicará
con la convicción de que el Opus Dei se hizo sólo
y exclusivamente para hombres. Entre todas las informaciones
que examina en las demás instituciones, analiza especialmente
la documentación correspondiente a una asociación
integrada por hombres y mujeres. Su reflexión anotada
no deja lugar a dudas: "Nunca habrá mujeres -ni
en broma- en el Opus Dei."
Pero al poco, el San Valentín de 1930, oficiando como
tantas veces en casa de la marquesa de Onteiro, "don
Josemaría empieza el Santo Sacrificio de la Misa, va
leyendo las oraciones litúrgicas del día y llega
a la Comunión. Y, cuando junta las manos, para agradecer
la presencia de Cristo en su corazón, tiene la evidencia
de que Dios quiere completar su Obra con una Sección
de Mujeres que viva el mismo espíritu" (Ana Sastre).
Más adelante, don Josemaría contrastará
esta nueva inspiración divina con la opinión
de su confesor, para confirmar una vez más: "Esto
es voluntad de Dios como lo demás."
Por fin, y a partir de ese 14 de febrero, el Opus Dei estará
compuesto por dos secciones, una de hombres y otra de mujeres.
Volvían a sonar las campanas. Era el segundo aldabonazo.
Acaba de nacer, en consecuencia, un elemento imprescindible
en la vida de la Obra: la presencia de la mujer para convertir
el trabajo, el mundo, los caminos y los lugares en un hogar
universal que acoja las almas todas de la tierra. Poético
pero poco convincente, no obstante, rezaré a Dios Todopoderoso
para que me aumente la fe.
Desde el 2 de octubre de 1928, en que supuestamente el Padre
vio como una totalidad la Obra, los sacerdotes también
tenían su papel que cumplir. Junto a mi tío
empezaron a trabajar en su labor apostólica algunos
clérigos, pero no todos alcanzaban a entender el mensaje
que guardaba en su alma. De esta experiencia extrajo que,
para salvaguardar el espíritu del Opus Dei, los sacerdotes
más indicados para alcanzar a comprender su mensaje
tenían que ser sus propios hijos. Faltaba el necesario
título para la ordenación y se acercaba el tercer
aldabonazo.
Nuevamente un día de San Valentín, esta vez
de 1943, y en el acto de celebración de otro oficio
litúrgico, atisbó con claridad la solución.
Acababa de fundarse la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz,
el tercer pilar en la arquitectura del Opus Dei.
Años más tarde, monseñor Alvaro del
Portillo comentaría: "Fue allí en ese oratorio
dentro de la misa donde vio la solución canónica
para que pudieran ordenarse sacerdotes de la Obra e incluso
el nombre y el sello de la Sociedad de la Santa Cruz: un círculo
simbolizando el mundo y, dentro la Cruz, que es el sacerdocio."
En 1947, estando ya en Roma, obtiene la aprobación
de la Santa Sede para hacer converger en un Instituto Secular
a los tres brazos de la organización; aunque hasta
1948 el Opus Dei sólo contará entre sus filas
con célibes. El reajuste como Instituto servirá
para que también los casados tengan las puertas abiertas
y se forje el comienzo de la consumación de sus aspiraciones
y de la expansión. La Obra, en su cuarta Fundación,
había adquirido ya su perfil característico.
En septiembre de 1948, estando el Padre cursando un retiro
en Molinoviejo a quince hombres casados -entre ellos uno de
los primeros supernumerarios, Tomás de Alvira- hace
el primer comentario a unas cuartillas cuya redacción
se remontaba a 1935 y que por entonces se hallaba enfrascado
en su punto y final. El documento era una instrucción
sobre el apostolado que debía ir penetrando en todas
las capas sociales a lo largo de los siglos. Y éste
fue su sello y marca:
"Yo veo esta gran selección actuante: hombres
y mujeres de empresa y obreros, mentes claras de la Universidad,
inteligencias cumbres de la investigación, mineros
y campesinos.., todos, cada uno sabiéndose escogido
por Dios para lograr su santidad personal en medio del mundo,
precisamente en el lugar que en el mundo ocupa, con una piedad
sólida e ilustrada, de cara al cumplimiento gustoso
-aunque cueste- del deber de cada momento."
Ahora bien, retornando hacia la época de gestación
de la Sección de Mujeres, y para comprender mejor la
estructura posterior de la Obra, en los años de su
fundación se fija la primera clasificación obedeciendo
al origen social de sus miembros, las numerarias y las oblatas.
Las primeras gozan de una mayor o menor formación o
estudios y pertenecen a una clase media o media-alta, y se
encargarán de la dirección administrativa de
las casas y centros del Opus Dei. Las oblatas, que provienen
de las clases trabajadoras, serán las empleadas de
hogar, papel que siguen cumpliendo hoy bajo la denominación
de numerarias auxiliares.
Haciendo nuestro el relato cronológico de Ana Sastre,
desde la apertura del primer centro de la Sección de
Mujeres, insistirá en la necesidad de la administración,
buscando las vocaciones también entre las empleadas
de hogar y dotando su trabajo de la misma vocación
de santidad. Orientación que tiene su transcripción
directa en las palabras del Fundador:
"En el Opus Dei no hay más que una sola vocación.
Ése es el milagro grande nuestro: hacer de las cosas
vulgares -vulgar en el sentido castellano, que quiere decir
corriente- heroísmo; hacer esas cosas con tal ánimo,
que lo de ayer es distinto a lo de hoy, siendo lo mismo; y
lo de mañana será mejor todavía, siendo
igual."
Y aquí, como autor, sí quiero manifestarme:
estoy de acuerdo con mi tío José María,
un auténtico milagro.
Al meditar sobre los pasos y evolución interna de
la Obra, siguiendo siempre las indicaciones escritas por sus
miembros, quisiera destacar algunas conclusiones. En primer
lugar, cómo de distinta forma vienen a contarnos lo
mismo, transmitiendo así fielmente lo que el Fundador
repitió en diversas ocasiones.
Pero, en segundo lugar, resultan especialmente relevantes
las contradicciones que rebasan los límites meramente
biográficos. La coincidencia al abordar lo sucedido
el 2 de octubre de 1928 -cuando "Dios se dignó
iluminarle y vio el Opus Dei tal y como el Señor lo
quería y como debiera ser a lo largo de los siglos"-
no encaja con los posteriores añadidos, resaltando
muy principalmente la inspiración durante la misa en
casa de la marquesa de Onteiro, que tuvo como resultado la
Sección de Mujeres.
Es evidente que el 2 de octubre de 1928 no se creó
la totalidad, mi tío José María vio parte
del Opus Dei. Y más adelante, aun cuando atisbó
desde un principio la incorporación de los sacerdotes,
sólo hasta el 14 de febrero de 1943 supo cómo
encajarla dentro de la Obra. La misma historia se repetirá
con los supernumerarios, cuya admisión estará
sujeta a la aprobación en 1947 del Instituto Secular.
Con la intención de aportar algo más de luz
sobre el significado y la orientación que tomó
rápidamente la institución, convendría
comentar brevemente las condiciones de admisión como
numerarios, distintas como Instituto Secular a su forma actual
de Prelatura. En las constituciones del primero, en su artículo
35 se decía: "Para admitir Numerarios se requiere
además que haya alcanzado mediante exámenes
oportunos, un título académico en una Universidad
Pública Civil o reconocida por el Estado o de un Ente
Público o al menos que puedan obtenerlo en el Instituto."
Actualmente, en el Código de Derecho particular de
la Obra de Dios como Prelatura, en su número 9 se señala:
"Pueden ser admitidos como Numerarios todos aquellos
fieles laicos que gozan de plena disponibilidad para dedicarse
a las funciones de formación y a las labores apostólicas
peculiares del Opus Dei y que cuando soliciten su admisión,
estén dotados de ordinario de un título académico
civil o profesional equivalente o al menos puedan obtenerlo
después de la admisión."
En resumen, como Instituto, el título universitario.
Como Prelatura, un título académico o profesional.
En la actualidad, según el Código de la Prelatura,
los fieles, sean hombres o mujeres, se llaman numerarios,
agregados o supernumerarios; como agregados y sin la categoría
de fieles, la última reconversión del Opus Dei
dio patente de corso a los asociados cooperadores. Pero pasemos
a ocuparnos ahora de otra de las iluminaciones.
4. REVELACIÓN DE UN NOMBRE
Al principio, "aquello" no tenía nombre.
Hablaba de la labor o de la obra. Habrá que esperar
a 1930, cuando su confesor le preguntó: "¿Y
cómo va esa obra de Dios?" Como una revelación,
el nombre llegó a sus labios: la "OBRA DE Dios",
en latín "OPUS DEI", término que evoca
también la idea de trabajo:" opus Dei", "operatio
Dei".
"¡Obra de Dios, trabajo de Dios! Un trabajo profesional,
un trabajo ordinario, realizado sin abandonar las tareas de
mundo, las ambiciones nobles. Un trabajo transformado en oración,
en alabanza del señor, por todos los caminos de la
tierra... Opus Dei: ¿qué nombre podía
ser más apto para designar lo que Dios le había
encomendado realizar?"
El catecismo que todo cristiano tiene que saber y practicar
nos dice que el buen cristiano es discípulo de Cristo,
cree en su doctrina. Creer en la doctrina de Cristo es aceptar
las verdades reveladas por Dios y contenidas en el Credo:
"Creo en Dios Padre creador y Señor de todas las
cosas".
La humildad, según su Fundador, marcará el
nacimiento de la organización, sin bombos ni platillos,
y con un José Maria Escrivá que se presenta
a sí mismo como un estorbo. Pero "aquello"
creció y creció. Monseñor le dará
pátina infinidad de veces a esa actitud en una curiosa
mezcla de agradecida humildad y regodeo en el hecho:
"No me interesa ser fundador de nada. Con esa repugnancia
a ser fundador, a pesar de contar con abundantes motivos de
certeza para fundar la Obra, me resistí cuanto pude:
sírvame de excusa, ante Dios Nuestro Señor,
el hecho real de que, desde el 2 de octubre de 1928, en medio
de esa lucha mía interna, he trabajado en cumplir la
Santa Voluntad de Dios, iniciando la labor apostólica
del Opus Dei. Han pasado unos años, y veo que quizá
dejó el Señor que padeciera entonces esa completa
repugnancia, para que tenga siempre una prueba externa más
de que todo es suyo y nada mío."
Años más tarde confesaba: "El Señor
que juega con las almas con sus niños pequeños
-viendo en los comienzos mi resistencia- permitió que
tuviera la aparente humildad de pensar -sin ningún
fundamento- que podía haber en el mundo instituciones
que no se diferenciaran de lo que Dios me había pedido."
Y ejemplos no faltan: "En mis conversaciones con vosotros
repetidas veces he puesto de manifiesto que la empresa que
estamos llevando a cabo no es una empresa humana, sino una
empresa sobrenatural, que comenzó cumpliéndose
en ella a la letra cuanto se necesita para que se la pueda
llamar sin jactancia la Obra de Dios."
O: "La Obra de Dios no la ha imaginado un hombre...
Hace muchos años que el Señor la inspiraba a
un instrumento inepto y sordo, que la vio, por primera vez
el día de los Santos Angeles Custodios, el 2 de octubre
de 1928."
Nuevamente, y volviendo en la lectura del libro hacia atrás,
estas manifestaciones sobre el "aquello" -que son
el cimiento del Opus Dei- contrastan con las distintas fundaciones
que a lo largo de la historia de la Iglesia han sido inspiradas
por Dios a sus fundadores.
El poner o dar un nombre era elemental y necesario para el
"aquello", pero bautizarlo como Opus Dei-Obra de
Dios-Creación de Dios para un cristiano es como no
poner nombre. Los cristianos creemos firmemente que Dios es
"creador" del universo y que todo es OBRA DE Dios.
No es posible esquivar una llamada de atención ante
la sorpresa de encontrarnos con un humilde sacerdote que acepta
una denominación de semejante calibre para ese "aquello"
que la inspiración divina le hizo ver. Posiblemente,
mi tío José Maria en su profunda humildad, tantas
veces manifestada, creyó verdaderamente que la Obra
no era suya, que correspondía a Dios. Y al creerlo,
lo transmitió para que así lo creyésemos
todos.
Nunca he dudado de su rectitud de intención ni de
su humildad. Y espero, amigo lector, que tú tam poco
lo hagas.
5. FUNDAMENTO Y MENSAJE
Tanto el fundamento como el mensaje de la Obra de Dios son
una perogrullada, "La filiación divina",
¿es que los demás no somos hijos de Dios? y
"La santificación mediante el trabajo ordinario",
¿es que el resto de los cristianos no se santifican
con el trabajo? Posiblemente lo que monseñor Escrivá
de Balaguer quiso es santificar el trabajo mejor remunerado
y además santificar también las rentas del capital
en una sociedad cada día más materialista.
Hace pocos días un simpatizante de la Obra y de mi
tío José María me decía que a
él le parecía un gran santo y argumentaba: "Ya
era hora que alguien dijese que los ricos también podíamos
ser santos." No seré yo quien contradiga a este
simpatizante, sólo le comenté el pasaje evangélico:
"Y Jesús dijo a sus discípulos: En verdad
os digo: ¡que difícilmente entra un rico en el
reino de los cielos! De nuevo os digo: es más fácil
que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un
rico en el reino de los cielos."
Qué duda cabe que tanto el mensaje como el fundamento
del Opus Dei han sido y serán bien acogidos por la
élite de toda sociedad. Es más, este mensaje
y fundamento los afianza en su cristianismo, los hace considerarse
superiores a los demás, mejores cristianos, y sin tener
que renunciar a las comodidades que proporciona la riqueza.
Y por añadidura se creen los hijos predilectos de Dios,
ya que ¡Él! los ha elegido para hacer el Opus
Dei en la tierra.
"Un joven sacerdote del Opus Dei, recién ordenado,
estaba dando una meditación en el oratorio de un centro
de la Obra. Sin que los demás se dieran cuenta, entró
el Fundador y se sentó en el último banco. Cuando
el sacerdote comentó que el fundamento de la vocación
del Opus Dei es la "humildad", monseñor Escrivá
de Balaguer, en contra de su costumbre, le interrumpió
diciendo: "No, hijo mío, la filiación divina."
El sentido de la filiación divina -saberse hijo de
Dios- será un aspecto fundamental de la espiritualidad
del Opus Dei.
"¡Ah, Señor! -díselo con toda tu
alma-. Yo soy... ¡hijo de Dios!
"Al traerte a la Iglesia, el Señor ha puesto
en tu alma un sello indeleble, por medio del Bautismo: el-es
hijo de Dios. No lo olvides" (Forja, pág. 246).
"Descansen la filiación divina. Dios es un Padre
-¡tu padre!- lleno de ternura de infinito amor. Llámale
Padre muchas veces, y dile -a solas- que le quieres, ¡que
le quieres muchísimo!: que sientes el orgullo y la
fuerza de ser hijo suyo" (Forja, pág. 331).
"Minutos de silencio. Déjalos para los que tienen
el corazón seco. Los católicos, hijos de Dios,
hablamos con el Padre nuestro que está en los cielos"
(Camino, pág. 115).
"Los hijos... ¡Cómo procuran comportarse
dignamente cuando están delante de sus padres! Y los
hijos de Reyes, delante de su padre el Rey, ¡cómo
procuran guardar la dignidad de la realeza! Y tú...
¿no sabes que estás delante del Gran Rey, tu
Padre-Dios?" (Camino, pág. 265).
"La filiación divina es el fundamento del espíritu
del Opus Dei. Todos los hombres son hijos de Dios" (Es
Crisio que pasa, pág. 64).
"La filiación divina es una verdad gozosa, un
misterio consolador. La filiación divina llena toda
nuestra vida espiritual, porque nos enseña a tratar,
a conocer, a amar a nuestro Padre del Cielo, y así
colma de esperanza nuestra lucha interior, y nos da la sencillez
confiada de los hijos pequeños" (Es Cristo que
pasa, pág. 65).
Podría seguir llenando hojas y hojas, transcribiendo
y reproduciendo cómo mi tío José María
ha insistido de una y mil maneras en la filiación divina
como fundamento del Opus Dei. Pero él no descubrió
nada nuevo, no en vano ésa es la vocación cristiana.
Muchos años antes de que mi tío viniera al mundo
los cristianos vivían este mismo mensaje, una fuente
común para todos nosotros y no exclusiva del Opus Dei.
"Desde el 2 de octubre el Fundador predica, con clarividencia
y fuerza inconmovibles el mensaje de la santidad de los laicos
en medio del mundo, en el trabajo profesional, en la familia,
en todas las encrucijadas de los hombres.
"Santificar el propio trabajo, santificarse en su trabajo
y santificar a los demás con el trabajo.
"Una hora de estudio, para un apóstol moderno,
es una hora de oración" (Camino, pág. 359).
"Lo que he enseñado siempre -desde hace cuarenta
años- es que todo trabajo humano honesto, intelectual
o manual, debe ser realizado por el cristiano con la mayor
perfección posible: con perfección humana (competencia
profesional) y con perfección cristiana (por amor a
la voluntad de Dios y al servicio de los hombres). Porque
hecho así, ese trabajo humano, por humilde e insignificante
que parezca la tarea, contribuye a ordenar cristianamente
las realidades temporales -a manifestar su dimensión
divina- y es asumido e integrado en la obra prodigiosa de
la Creación y de la Redención del mundo: se
eleva así el trabajo al orden de la gracia, se santifica,
se convierte en obras de Dios, "Operatio Dei", Opus
Dei.
"Por eso, el objetivo único del Opus Dei ha sido
siempre ése: contribuir a que haya en medio del mundo,
de las realidades y afanes seculares, hombres y mujeres de
todas las razas y condiciones sociales, que procuren amar
y servir a Dios y a los demás hombres en y a través
de su trabajo ordinario" (Conversaciones con monseñor
Escrivá).
No es posible encontrar novedad alguna en ese mensaje; que
como él mismo reconocía es tan antiguo como
el Evangelio, y como el propio Evangelio, también nuevo.
Durante siglos, la humanidad entera se ha santificado a través
del trabajo, y sobre todo con el trabajo duro, el trabajo
manual. La historia de la Iglesia está plagada de santos
que vivían el mundo trabajando en ocupaciones ordinarias,
labradores, pastores, artesanos, mineros, oficinistas, estudiantes,
amas de casa...
Aunque no deja de ser cierto que también ha premiado
y santificado en una mayor proporción a quienes renunciaron
a su apego a los bienes materiales y siguieron el camino de
la perfección del que nos habla el Evangelio: "Acercósele
uno y le dijo: Maestro, ¿qué de bueno haré
para alcanzar la vida eterna? Él le dijo: ¿Por
qué me preguntas sobre lo bueno? Uno solo es bueno;
si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Díjole
él: ¿Cuáles? Jesús respondió:
No matarás, no adulterarás, no hurtarás,
no levantarás falso testimonio, honrarás a tu
padre y a tu madre y ama al prójimo como a ti mismo.
Díjole el joven: Todo esto lo he guardado. ¿Qué
me queda aún? Díjole Jesús: Si quieres
ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y
tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme.
Al oír esto el joven, se fue triste porque tenía
muchos bienes. Y Jesús dijo a sus discípulos:
En verdad os digo que difícilmente entra un rico en
el reino de los cielos. Oyendo esto, los discípulos
se quedaron estupefactos, y dijeron: ¿Quién,
pues, podrá salvarse? Mirándolos, Jesús
les dijo: Para los hombres, imposible, mas para Dios todo
es posible."
Como exhortación a todos los cristianos, la prédica
de mi tío José María sólo puede
calificarse como maravilla. Recordó a todos los hombres
un mensaje que, aunque no olvidado, era necesario refrescar
en la memoria. Y nadie puede considerarlo fuera o lejos de
los textos evangélicos. Un punto y aparte merecerá,
por tanto, si el Opus Dei cumple con los mandatos. Y yendo
un poco más lejos, si es necesario pertenecer a la
Obra para plasmarlos.
Cristo garantiza la salvación, y también la
santificación, mediante la observancia de los mandamientos
y, evidentemente, de la oratoria evangélica de mi tío.
Pero esa unidad de vida no requiere el paso por el Opus Dei.
El fundamento, como vemos a lo largo de los escritos y predicaciones,
está basado ante todo en la filiación divina,
por la que los miembros del Opus Dei son hijos de Dios, y
como tales tienen que vivir con arreglo a esa condición.
Pero la máxima alcanza a todos, es universal para cada
uno de los seres humanos. Todos somos hijos de Dios y debemos
vivir con arreglo a esa condición. Chirrían
tantas manifestaciones continuas remarcando e intentando demostrar
que son cristianos corrientes y molientes. Pero atendiendo
a las constituciones que rigen la institución -y sin
entrar ya a considerar la clasificación interna-, por
encima se sitúa la obligatoriedad de hacer los votos
y cumplirlos. Y en el mismo plano hay que situar las normas
que rigen a los miembros de dicha institución. Real
y verdaderamente extraño necesitar la creación
de una institución para la observancia de estos planteamientos.
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