EL OPUS DEI. Creencias y
controversias
sobre la canonización de Monseñor Escrivá
María Angustias Moreno
CAPÍTULO 2. INTRANSIGENCIA,
COACCIÓN, DESVERGÜENZA ¿SANTAS?
¡Santas!, las denominaba Escrivá.
¿Es posible que cualquiera de estas tres cosas lleguen
a ser concebidas como santas? ¿Es por ello por lo que
en la Obra se plantean las cosas de forma tan controvertida,
tan enigmática, tan desconcertante y tan poco claras?
Decía un Papa que, para que la historia no se convierta
en un ministerio pestilencial, hay que proveerla adecuadamente
(León XIII. Carta dirigida a los Cardenales Luca, Pitra
y Hugeroether, el 18-8-1883). La historia -seguía diciendo-
no puede ser nunca una conspiración contra la verdad.
y ha de tenerse muy presente -continuaba el Papa en la misma
carta- que como dijera Cicerón en su II libro de Oratore
cap. XV, es ley fundamental de la historia (canonizada a partir
de entonces) "que nadie se atreva a decir cosa alguna
falsa, ni tema decir cosa alguna verdadera".
"La Iglesia no teme la verdad", dirá en
el mismo orden de cosas Pío X. No puede temerla porque,
entre otras cosas, lo suyo es proclamarla.
No puede temerla porque para vivir el evangelio no hay más
camino que el de llamar a las cosas por su nombre: "sin
doblez", "sin engaño" (Jn. 1,47); "sin
temores" (Mt. 10,28).
Cuando los PP. Granderath y Kirch quisieron publicar la historia
del Concilio Vaticano I, Pío X les contestó
que "todos los documentos estaban a su disposición;
no se os negará ni uno solo; haced conocer la marcha
del concilio tal como fue en realidad".
"Que gran agravio se haría a todo el género
humano y cuántos errores se esparcirían si fuera
lícito al historiador contar sólo una parte
de las cosas" (Padre Sacchini, s. XVII).
Y dice el P. Portillo SJ., en un trabajo recogido en la Revista
"Razón y Fe", qué pocas cosas hay
en la historia de la Iglesia que la honren más, descontando
su divina fundación, que las persecuciones y triunfos
de sus mártires (...). Pues bien -sigue diciendo- si
se quiere no hacer un panegírico de los mártires
sino una historia de las persecuciones, no se puede prescindir
de las medias tintas y de las sombras de ese heroico cuadro.
Quitada, en efecto, la grave cuestión que suscitó
la impetuosidad y montanismo de Tertuliano (...); quitada
la relajación de los cristianos ante la persecución
de Decio y sus tristes consecuencias; quitados los apóstatas
de Roma, Cartago, Egipto, Esmirna...; quitada la cuestión
que motivó el libro de San Cipriano; quitado todo eso,
se tendría un cuadro brillante, es verdad, pero inverosímil;
si se niega muy falso".
Opiniones, todas ellas, en el más puro estilo clásico;
creo que suficientes para que mi reflexión pueda entenderse
desde una ortodoxia sin sospechas. Especialmente para los
que pertenecen a la Obra, si es que pudieran tener acceso
a ella. [Ante cualquier publicación respecto a la
Obra que no proceda de ellos mismos, se envía nota
interna a todos los centros prohibiendo su lectura. Cuando
publiqué mi primer libro, la nota fue la siguiente:
"Hijos míos, una vez más el demonio está
suelto, esta vez encarnado en la persona de M' Angustias Moreno..."
y continuaba especificando la prohibición de leer el
libro que yo había escrito. Asi se expresaba Álvaro
del Portillo (el Padre Escrivá había muerto)
en nota interna sin firma y sin membrete pero específicamente
enviada para leer en todos los círculos (reunión
semanal para la formación de toda clase de socios].
Reflexión que ante una canonización como la
de Escrivá se impone, diría yo, como el derecho
y deber de todo compromiso de fe, de cualquiera que haya tenido
algo que ver con el tema.
En frase de este fundador -en vías de canonizaciónen
la Obra, por el bien de ésta: "todo está
permitido". Todo por tanto es de alguna manera "comprensible",
incluida la inusitada rapidez del proceso, o las formas y
maneras con que se está llevando a cabo... Selección
de datos, secretismos, inventos...
Que Escrivá sea o no sea santo, que esté o
no esté en el cielo, que lo lógico es que lo
esté, lo que él personalmente sea o deje de
ser, no es lo importante, el problema no es ése. Lo
grave es que canonizando a Escrivá se está canonizando
toda la cuestión Opus Dei con todos sus más
y sus menos. Se está canonizando el estilo, la doctrina,
las formas de proceder, de esta Obra que tiene su origen,
surge y se nutre de la peculiar personalidad del propio Escrivá,
y tiene su más importante eje de fijación en
el "culto" a esa personalidad.
Un culto consecuencia de sus propias exigencias, de sus regañinas
cuando no se le hacía caso, del convencimiento que
transmitía de que su propia Obra era obra de Dios.
"La Obra -decía- es un deseo expreso de Dios",
intentando dar así mayor solidez a sus planteamientos
para evitar que nadie se atreviese a ponerle la más
mínima objeción. Muy a pesar de que, que yo
sepa, no hay ningún deseo expreso de Dios, manifestado
al hombre, que no esté contenido en su Revelación
(Antiguo y Nuevo Testamento). Decir que el Opus Dei lo es,
y decirlo no ya para justificar en ello una misión
genérica, sino toda clase de procedimientos, sean o
no consecuentes con el Evangelio, me parece demasiado decir.
Dios, en la línea de su Revelación, inspira
o mueve a los hombres a proyectos que le proclamen y sirvan
de estímulo entre las gentes para llevarles a su realización
suprema.
Pero con esto pasa como con la aprobación de las instituciones.
Como decía el gran canonista y hombre de Iglesia que
fue Don Lamberto de Echeverría, lo que la Iglesia aprueba
cuando da su "placet" a alguna institución
es "la idea", y no la "encarnación"
de la idea. Una cosa es lo aprobado en sí, y otra que
lo aprobado se viva [En la Iglesia se han dado casos de
instituciones que han sido solemnemente aprobadas como la
"ordor Penitenciae", que luego fueron suprimidas
(en este caso por Pío XI)]. Una cosa es lo que
Dios quiere y otra en lo que acaban nuestras obras.
A veces nos sorprende, o nos sentimos retados por una fama
en Escrivá que parece consagrarle como persona de capacidad
extraordinaria (?). ¿Santificable? Famosos en la vida
los hay por motivos tan diversos como los de un Bolívar,
un Beethoven o un Julio iglesias. E incluso Papas que han
pasado por la historia haciendo cosas grandes. Todos ellos
valiosos y de personalidades destacadas. Pero no por ello
canonizables.
Esto no impide que la persona merezca, siga mereciendo, todos
los respetos. La de Mons. Escrivá como una más.
No es la persona lo que debe ser discutido, sino la proyección
que con ella o de ella se hace o se consiente. De ahí
que la más adecuada atención para con él,
especialmente por parte de los suyos, tal vez debería
haber sido un mayor y respetuoso silencio sobre todo lo concerniente
a la persona precisamente: la aceptación de unos aciertos
o desaciertos totalmente humanos, personales, comprensible
s o discutibles, pero ¿por qué canonizables?
En ninguno de los comentarios que realizo me propongo cuestionar
la intención de la persona; lejos de mi la pretensión
de entrar en temas íntimos que sólo corresponden
a la conciencia personal de cada uno, la cual sólo
Dios puede valorar. Lo cuestionable, lo único cuestionable
es la coherencia o no, y la repercusión, de los comportamientos,
si de comportamientos públicos o eclesiales se trata,
como en este caso; ante los que sí tenemos la responsabilidad
y el deber de reaccionar, de reflexionar.
Nos encontramos por ejemplo en la Obra, y como una más
de las consecuencias del estilo o doctrina de su fundador,
con una "necesidad de riquezas", de tal manera vinculada
a las necesidades del espíritu, que bien podría
denominarse "capitalismo religioso". O dicho de
otra manera, ¿por qué no?, "espiritua1ismo
marxista". En ambos casos tanto la persona como los medios
son concebidos como instrumento de expansión, de dominio,
de prestigio, de poder... En este caso, como en aquellos,
a base de una férrea y absoluta, autoridad, caiga quien
caiga, cueste lo que cueste.
Un claro exponente de esos "afanes de grandeza"
de este fundador puede ser entre otros Torreciudad.
Un Torreciudad construido bajo la supervisión de un
Padre que ha necesitado que su origen pueda quedar identificado
con toda esta grandeza de santuario. Cuando lo visité
me impresionó especialmente que en las explicaciones
de la guía que acompaña a los visitantes se
hablara y se insistiera mucho más sobre la personalidad
de Mons. que sobre cualquier otro aspecto "Mariano",
a pesar de ser un santuario teóricamente dedicado a
la Virgen.
Torreciudad se ha construido costosísimamente, en
la difícil geografía del Grado (Huesca), según
el deseo y el planteamiento de Escrivá y en vida suya,
porque fue allí, a una ermita que existía, a
donde su madre le llevó siendo muy niño, una
vez que estuvo muy enfermo (como tantas otras madres a sus
hijos), según rezaba un documento de dicha ermita (que
los Directores de la Obra, en vida del Padre, creyeron conveniente
destruir, al parecer para "evitar confusiones")
cuando los pequeños padecían "alferecía".
Hay en Torreciudad un Crucificado (en la capilla lateral
derecha del santuario) que en la postal correspondiente pone
que es de bronce; su aspecto es claramente "dorado";
cuando yo estaba aún dentro, que fue cuando se hizo,
nos dijeron que era de oro. Y nos contaban que lo mandó
hacer el Padre y que él mismo dirigía al escultor
mientras lo hacía, "para que siempre que él
le rezara le diera una gran devoción". La anécdota
habla por sí misma. Como habla la propia expresión
de la imagen. Todo es significativo. Como significativo resulta
que hubiera que recubrir con una lámina de oro la Virgen
de Torreciudad (una Virgen románica, que procedía
de la antigua ermita), porque era la que había curado
al Padre y para que así el tiempo no la deteriorase.
De acuerdo con estos deseos, el museo de ornamentos y vasos
sagrados, custodias, oratorios..., que este fundador se ha
conseguido para su casa de Roma, ha llegado a ser todo un
tesoro; y lo ha conseguido no como un patrimonio que se forma
de entregas agradecidas siglo a siglo y a través de
muchos siglos para un culto PÚBLICO, sino para un culto
especialmente privado y en muy pocos años.
Muchas son las muestras de los afanes de grandeza de este
fundador, que entre otras cosas, concebía como el centro
de la acción apostólica de su institución
(siempre proselitista), la necesidad de "poner a Cristo
'en la cumbre' de todas las actividades humanas". También
los jesuitas, en otras épocas de su historia, se planteaban
como razón de eficacia en el apostolado la conquista
de las altas esferas, el poder o la abundancia de recursos.
Creo, no obstante, que la diferencia entre ambas instituciones
puede ser importante, porque la Compañía de
Jesús, con todos sus más y sus menos históricos
(una historia de hombres y conceptos anterior en cuatro siglos
a la que nos ocupa), actuaba y lo hace a cara descubierta,
y cuando comprenden que es necesario rectificar rectifican,
como resulta evidente en especiales testimonios de sus mártires
y sus labores en la actualidad al lado de los más explotados.
Mientras el Opus mantiene a ultranza que ellos no se equivocan
nunca. Aunque nunca en el Evangelio podamos encontrar en Cristo
afanes de cumbres políticas, ni sociales ni económicas;
sino desde la propuesta de una clase de amor en la que "el
mayor debe ser el servidor de todos" (Mí. 23,
11). "Los reyes de las naciones las gobiernan como señores
absolutos, pero no así vosotros" (Lc. 22, 25).
"Ejemplo os he dado para que hagáis como yo he
hecho con vosotros" (Jn. 13, 15). ¡Ejemplo de tantas
y tantas actitudes de servicio como encontramos en toda la
vida de Jesús, de sencillez, de autenticidad, de grandeza
de espíritu, de valiente fidelidad al Padre a pesar
de los "poderes" y de las presiones de su tiempo!:
como convocatoria a todos, porque para todos sirve y a todos
está dirigido su Evangelio; pero nunca concibiendo
las "cumbres" como el medio. Su principal opción
estuvo siempre de parte de los más pequeños,
de los desheredados; de los que padecen persecución
a causa de la justicia; de los que lloran porque son víctimas
del atropello de sus hermanos (del pecado de todos); de los
que venden cuanto tienen para mejor seguirle...
"Mirad, hermanos, quienes habéis sido llamados,
no hay entre vosotros muchos sabios, ni muchos poderosos,
ni muchos de la nobleza (...). Lo débil del mundo escogió
Dios para confundir a los fuertes" (1 COL 1, 26). Palabra
de Dios, que nos transmite el Apóstol, en evidente
contraste con los planteamientos de la Obra.
Cuando ahora leemos las publicaciones de los encargados de
difundir su teoría espiritual, plagadas de citas de
su fundador para que puedan servir de base a la canonización
que se proponen, nos encontramos con toda una selección
de textos que acaban resultando "maravillosos".
Pero son "selección". Éste es y sigue
siendo el gran problema. El problema de una canonización
que se proyecta así sobre la gran dicotomía
de una realidad que se secciona en dos partes, que permite
quitar y poner lo que les conviene.
Desde hace años, en vida todavía de Mons. Escrivá,
igual que lo han seguido haciendo después, una de las
grandes preocupaciones de la Obra ha sido la de componer testimonios
"positivos" que avalaran la gran santidad del Padre.
"Comunicaciones", "manuscritos" etc. (a
los que ya me referí en el Capítulo: "Explicaciones
al título" de "El
Opus Dei, anexo a una historia"), conseguidas de
los propios socios, o de personas amigas, debidamente estimulados
o "responsabilizados" con charlas, convivencias,
ambientes sugestivos en los que se abundaba sobre el tema
con bonitas anécdotas ilustrativas, emotivas situaciones
que consiguiera desarrollar la sensibilidad de los interesados,
¿psicosis inducidas?, hasta llegar a que cada uno escribiera
lo que convenía y cómo convenía, destruyendo
luego todo lo que pudiera resultar menos conveniente.
Después de la muerte de Mons. Escrivá (más
o menos al año siguiente) me contaba una numeraria
que hacía entonces el Centro de Estudios en la Obra
(similar al Noviciado) que reunieron a todas las asociadas
de la casa en la que ella estaba en una sala de estudios grande
durante toda la tarde, después de la debida mentalización,
para que cada una escribiera por separado los favores o milagros
recibidos de Monseñor. Todas debían recordar
que más de una vez habrían recibido su ayuda
especial. Había que encontrar lo extraordinario, era
lógico, con la lógica del culto a Mons. Escrivá
que siempre se ha inculcado en la Obra. La que me contaba
la historia, después de pensar y pensar sin saber qué
poner, pero por supuesto convencida de que algo habría
y tenía que agradecerlo, acabó contando como
favor especial del Padre, que el nacimiento de una de sus
hermanas, que acababa de suceder, se había adelantado
para bien de todos, ya que de esta manera había nacido
un 26, coincidiendo con el día del mes en el que muriera
el Padre. ¡Había que encontrar algo!
Como consecuencia de este contexto de entusiasmo y culto
a la persona del fundador, en la Obra no se dice que el Padre
murió, sino que "subió al cielo".
"Al Padre hay que hacerlo santo" se oye decir también
con toda naturalidad. ¿Hay que hacerlo qué?
¿Qué es lo que hay que hacer? ¿No será
más bien dejar que sea la verdad la que se imponga
por sí misma?
Para que esa santificación sea posible en la Obra
se ha establecido una exhaustiva censura por la que se ha
hecho pasar todo posible testimonio o dato (notas de alguna
tertulia, fotografía, grabación, etc.): da igual
que sea de alguien de dentro de la Obra o de fuera. Nada que
se refiera al Padre debe escapar a este control encargado
de seleccionar. Vigilancia que durante los años inmediatamente
posteriores a su muerte se extremó especialmente, y
se obligó a todos los socios a entregar en conciencia
todo lo que tuvieran al respecto. Luego, una vez censurado,
se devolvieron algunas cosas a sus propietarios. Es la obsesión
de siempre de que todo esté atado y bien atado. ¿Para
qué? ¿Qué es lo que hay que evitar que
se sepa o que se conozca? Lo normal sería o es, que
se requiera la necesaria colaboración testimonial de
todo el que tenga algo que decir referente a la persona que
se pretende santificar, para así aportarlo a su causa.
Sin que esta solicitud tenga por qué convertirse en
un control de supervisión para que sólo se aporte
lo que a ellos (los de la Obra) les parezca oportuno y debidamente
"cualificado" .
En octubre de 1976 publicó Rialp un libro de Santiago
Bernal que su Autor titula "Apuntes sobre la vida del
fundador del Opus Dei". Libro que, como consecuencia
de una nota interna de gobierno de la Obra, pasó a
ser de lectura espiritual para todos sus socios. Cuando decidí
leerlo, yo ya estaba fuera, aunque lo hacía sin más
interés que repasar lo conocido y alguna curiosidad
en cuanto a que la información pudiera ser, ahora que
el fundador ya había muerto, mucho más amplia,
me sorprendió tremendamente. No sabría bien
decir si por el simple rechazo que produce un libro que se
evidencia mal informado; o si la desazón era debida
al desconcierto que supone ver cómo una vida que pretende
ser canonizable se puede plantear desde perspectivas tan singulares
o de tantos prestigios humanos. Dos apreciaciones que podrían
ser aplicadas al resto de libros que en esta línea
siguen publicando los socios de la Obra, editados siempre
por Rialp.
Todo es magnífico en la vida de este Fundador. Su
vida de niño, la forma de su vocación (por otra
parte tan parecida a la de tantos), su modo de vestir, su
parecer importante, su "porte". ¿Toda una
creación de imagen? Luego, cuando ya "la clase"
está establecida, se destaca su gran humildad, lógicamente
como consecuencia de esa clase. De Sor Ángela de la
Cruz se dice en su biografía que no tuvo que aprender
a ser pobre porque ya lo era.
Los biógrafos de Mons. Escrivá, tanto Bernal
como Vázquez de Prada o Le Tourneau (miembros todos
ellos del Opus Dei) magnifican, arreglan, interpretan... a
su manera. No caen sin embargo en la cuenta de que las propias
citas del Padre que sacan a colación no pocas veces
resultan contradictorias. Quitan y ponen... con toda comodidad,
tal vez por la "libertad" que encuentran en la limpieza
de datos que antes se han encargado de conseguir sus directores.
Presentan incompleto e incluso tergiversado el propio desarrollo
jurídico de la Obra [G. Rocca L'Opus Dei, págs.
7, 9, 21, 22, 34, 70, 113] . Son libros que, al margen
de todo rigor histórico, es evidente que se plantean
para ser lo que la historia "debe recoger" (sea
o no real) de "quién era y qué hizo"
el Padre.
Hablan, se empeñan en destacar, un respeto del Padre
a la "libertad de todos" (del que quiere ser o del
que quiere dejar de ser de la Obra, del que lo es), que en
absoluto coincide con los hechos. Todos sabemos, por ejemplo,
hasta qué punto en la Obra lo importante es el proselitismo.
Hasta qué punto el Padre establece y regula esta manera
de actuar (con la Instrucción de S. Rafael) de seguir
y perseguir a los seleccionados; se elige a los que gustan
y se dejan a los que no gustan; se sigue y se persigue al
nominado, siempre bajo control de los directores, que a su
vez deberán seguir lo establecido y sólo lo
establecido, coaccionando y problematizando a los "privilegiados"
"en nombre de Dios", sin más necesidad de
contar con la conciencia personal de nadie, porque nadie es
quién para saber de Dios sino... los ya admitidos.
Y a todo ello, a hacer proselitismo, le llama el Padre "la
tuerca" que afianza la fidelidad de sus hijos. De unos
hijos que siempre tendrán como principal misión
la del proselitismo. De unos hijos que si algún día
tienen la ocurrencia de decir que la Obra no es lo suyo, se
verán "condenados a la oscuridad", porque
en nombre de Dios -en razón de la doctrina recibida
de su fundador y con palabras suyas-los directores le asegurarán,
"que se salen de la barca, se van a la obscuridad y no
da por ellos por el alma de ellos -dice el Padre-, ni cinco
céntimos". Son esos mismos hijos que dentro de
la Obra no tienen que plantearse la vida sino como "borricos
de noria", como rezan eslóganes y canciones basadas
en la doctrina del Padre. Si a todo esto se le puede llamar
amor a la libertad... ¿a qué tendremos que llamar
"desamor"?
Mons. Amigo Vallejo, actual Arzobispo de Sevilla, dice sin
embargo en su libro "Francisco ¿quién es
Dios?", que "el proselitismo es imposición,
abuso de poder, contrario a la evangelización que es
buena nueva y no manipulación del hombre"...
Dicen ahora los libros citados, a modo de detalle nimio pero
expresivo en sí mismo, que al Padre "no le gustaba"
vestirse de Prelado, como para dar a entender que no le gustaba
significarse. Cuando yo estaba dentro nos contaban que le
encantaba pasar a la administración de su casa de Roma
vestido como tal "para que sus hijas le vieran":
esas mismas hijas que lo contaban como gesto simpático
de su Padre. Ya en el año 1946, por ejemplo, es sólo
un ejemplo más de los que podrían ponerse otros
muchos, para dar una conferencia en la Asociación Nacional
de Propagandistas en Madrid, acudió vestido de Monseñor,
cosa totalmente desusada en España; ocasión
en la que, según cuentan testigos cualificados, también
se permitió sacar la lengua "burlonamente"
a don Javier Martín Artajo porque le apretaba en sus
preguntas sobre el Opus. Si el Padre deseaba que su categoría
de Prelado pasara desapercibida, hubiera bastado con que no
lo hubiera dado a conocer. Me contaban no hace mucho, de uno
que lo fue (Prelado) durante mucho tiempo y no lo sabía
ni su propia familia; nadie, por lo tanto, le trataba como
tal; y quien me lo decía se había enterado únicamente
porque lo había leído en un Acta Apostolicae
Sedis. Si el fundador del Opus Dei no deseaba ser Monseñor
bastaba con que no hubiera aceptado serlo. Como hubiera bastado
que hubiera renunciado a la primera Gran Cruz con la que le
condecoraron para que hubieran acabado los honores, según
dicen, "no deseados", Si no fuera por lo que esos
honores habían sido recabados. ("Historia
oral del Opus Dei". A. Moncada.")
Se proponen además dar un imagen del fundador de la
Obra, humana y acogedora, de hombre sencillo, que tampoco
tiene nada que ver con mi experiencia ni con la de muchos
otros. La doctrina que de él nos llegaba, o los comportamientos
que de él pude apreciar, como otros que me contaron,
siempre me resultaron conflictivos por deshumanizados:
a) Cualquier cosa que al Padre se le antojara, ya fuera el
cambio de decoración de una casa, sustituir su rebeca
vieja por otra igual, o conseguir cualquier objeto que hubiera
sido de su uso a modo de reliquia para el mañana, etc.,
cualquiera de esas cosas justificaba toda clase de medios,
toda clase de exigencias, toda clase de prisas, porque si
no era así, el Padre se enfadaba, o no se sentía
debidamente querido por sus hijas.
b) Su propio prestigio o el de la Obra siempre por encima
de fama, reputación, o intereses de quien sea; por
encima y a costa de valores tan sagrados como pueden serlo
la amistad, la familia, y hasta el sacerdocio (siempre utilizado
en razón de este prestigio).
c) La necesidad de fidelidad concebida hasta extremos de
culto a su persona, a su manera de pensar, de decir, de sentir,
en la que parecen estar justificadas las más exigentes
formas de despersonalización de los demás. Salvo
"élites" que se mantienen al margen de estos
sistemas para que aparezcan como símbolos de lo que
interesa que "se crea que es" pero que no es.
d) La corrección fraterna como un medio más
de "dar alegrías" al Padre, que deseaba que
se hicieran muchas, cuantas más mejor. Convirtiendo
esta práctica, no ya en una forma de ayuda al otro,
sino en una "competición" de acusaciones
a veces increíblemente rocambolescas o absurdas .
Algunas correcciones fraternas:
-Por falta de sobriedad con motivo de tener más de
una foto de la Virgen en la habitación.
-Por notarse el dolor de cabeza en la mirada, porque eso es
buscar que los demás estén pendientes de una.
-Por no someterse estrictamente a las exactas frases de la
letanía del rosario,
y decir alguna palabra cambiada.
-Por contar en una tertulia, a la que la interesada llega
tarde como consecuencia de un percance, y explicar que éste
se había debido a que le habían robado los zapatos
en la Clínica Universitaria, alegando que esto no se
podía contar porque era negativo.
-Por hablar de la familia en alguna tertulia, porque ello
supone apego familiar. -Por haber asistido a una homilía
del Cardenal Tarancón al pasar por una catedral en
la que coincidía que éste predicaba.
-A una numeraria que fue a ver a una hermana monja que estaba
enferma, por contar después en la tertulia lo buena
que era; porque en la Orden no se debe hablar de monjas.
-Por tener fotos familiares. Que recogieron a la interesada
indicándole que su verdadera familia era la Obra. Ésta,
la interesada, pidió que la dejaran enviarlas a su
familia y le dijeron que la Obra, la directora en este caso,
se las guardaría con cariño; al día siguiente
las encontró rotas en la papelera.
-Por contar anécdotas graciosas del trabajo, después
de haber sido invitada a hacerlo por la directora: esta vez
la corrección se refería a que al contarlas
también la interesada se había reído
"de sus propias gracias".
-Por llorar delante de alguien. Había que llorar sin
que nadie te viera. -Por comentar con la directora que había
ratones en una casa, porque eso no
se puede decir de una casa de la Obra.
Entre otras.
e) La alegría como "norma", porque el Padre
lo establece, y no como consecuencia de vida. Ya que en esa
vida, y también como consecuencia de sus preceptos
fundacionales, la solidaridad con los que llaman hermanos
es considerada como falta de unidad (con el Padre). Con los
demás, en la Obra, lo normal son toda clase de prevenciones,
de prejuicios, de sospechas, y de sistemas para evitar cualquier
clase de atención o consideración auténticamente
personal; para hacer llegar a la conclusión de que
el Padre es lo único importante. Fachada de alegría,
actitud obligada, difícil y complicada ficción.
Estilos todos ellos, entre otros, de un fundador especialmente
preocupado por la abundancia de éxitos, dignidades,
cualificaciones, expansión de labores, holgura de recursos:
glorias conseguidas por el general -como decía aquél
que lo fuera de Napoleón- a costa de la "sangre"
de los soldados.
En esos mismos libros, sin embargo para nada se habla, por
ejemplo, del cambio de apellidos solicitado por Mons. Escrivá
y sus dos hermanos (su padre había muerto), y que les
fue concedido en el Boletín Oficial del Estado de fecha
16-6-1940, para que en vez de apellidarse Escriba (con b y
sin acento) y Alba, como de hecho consta en su partida de
bautismo en la Catedral de Barbastro, pudiera llamarse Escrivá
de Balaguer y Albás [Vida
y milagros de Mons. Escrivá de Balaguer, de Luis
Carandell] . La verdad es que para quienes hemos leído
algo de vidas de los santos no es muy normal encontrarse con
que a los santos les preocuparan estas cosas.
Hacia el año 1978 estuve visitando Barbastro, y me
encontré con una gran casa señorial, recientemente
construida, que ocupaba el sitio de la que había sido
natal de Mons. Escrivá junto con una serie de terrenos
o casas de otros propietarios añadidas. La anterior,
según una postal que nos proporcionaron en una papelería
de allí (la que pudo ser el orgullo de quienes podían
considerarse paisanos de este hombre famoso) era una casa
sencilla, de pueblo, pequeñita, que se destruyó
para construir esta otra, todo ello en vida del Padre y supervisado
por él. Hubiera resultado mucho más comprensible
que se hubieran puesto todos los medios para conservar la
que realmente había sido habitada por el propio Padre
en su infancia. Más aún tratándose de
hijos tan acostumbrados a no regatear medios para conseguir
y conservar cualquier cosa usada por su fundador, estimulados
por la alegría que al Padre le suponía que sus
hijos le consiguieran tan preciadas reliquias en cuanto que
hacían relación a su vida personal [La casa
de Diego de León se reconstruyó manteniendo
en el aire el piso central; con todo el alarde técnico
que esto suponía para conservar el que había
habitado el Padre en la primera época de la Obra. Es
sólo un ejemplo]. No se entiende. O hay que entender,
como entendía un matrimonio joven nativo de Barbastro,
con el que conversamos mientras contemplábamos la casa
actual desde la calle, y a los que preguntamos si sabían
ellos por qué habían construido esa casa en
vez de conservar la otra: entendían y nos dijeron,
que tal vez para que luego, con el tiempo, pueda decirse que
ésa era la casa donde nació Mons. Escrivá
y parezca que fue siempre así. Es exactamente lo que
hace Vázquez de Prada en la página 34 de su
libro: "El fundador del Opus Dei", en un increíble
alarde de ¿fantasía? o de tergiversación
de datos que puedan quedar... para la historia.)
Pasamos también, en aquella visita a Barbastro, por
una pastelería situada en un zanguanito de una casa
sencilla, en la que nos atendió una señora apellidada
Alba, que resultó ser prima de la madre de Mons. Escribá,
y le preguntamos sobre los antecedentes familiares acerca
del título de Marqués de Peralta; a lo que nos
contestó, con sencillo desinterés, que eso no
tenía nada que ver con la familia. También le
hablamos de qué le parecía a ella lo de que
beatificaran a su pariente, y nos contestó con el mismo
tono sencillo y cordial, que acababa de leer en un periódico
la anécdota de que a un gitano que habían matado
a puñaladas también lo querían hacer
santo.
Decía Mons. Escrivá, allá por el año
1943, según cuenta en su carta L.L.G.G. (pág.
303 de "El Opus
Dei, anexo a una historia") que la Compañía
de Jesús había tenido una figura destacadísima,
el duque de Gandía, que llegó a ser santo; el
Opus Dei -continuaba diciendo-, según el testimonio
del mismo que se lo oyó, tiene un santo que algún
día llegaría a ser noble.
Y llegó a conseguir el título nobiliario que
pretendía. Primero lo intentó por conducto pontificio,
sin que le fuera factible, a pesar de que todo estaba muy
bien pensado; él pedía uno, y hacía que
otros dos españoles más, adinerados y de buena
posición pero sin nobleza, pidieran los suyos, consiguiendo
de la aportación de estos últimos, la cantidad
suficiente para cubrir los gastos de los tres, y así
"no gravar a la Obra". El Vaticano dejó por
entonces de conceder títulos. Por lo que el intento
continuó por vía civil, digamos más asequible,
dadas las influencias y medios de que ya gozaba la Obra.
Un título de difíciles antecedentes y nada
claro expediente de concesión (según cuenta
Carandel en su libro citado). Según dicho autor, por
las mismas fechas que se publicaba la resolución de
solicitud del Marquesado de Peralta para Mons. Escrivá
(BOE, 25-1-68, pág. 1088) se publicaba otra resolución
anunciando que también se presentaba solicitud de título
de Barón de S. Felipe por parte del hermano de Mons.,
D. Santiago Escrivá, el cual parece ser que fue denegada.
Lo que los biógrafos del fundador de la Obra cuentan
al respecto, si es que aluden al tema, no tiene demasiado
que ver con esta realidad tan evidente que Carandell nos documenta:
en esto, como en tantas otras cosas, ellos prefieren teorizar.
Como miembro de la Obra (yo entonces estaba dentro) tuvimos
que hacer creer... lo que casi ninguno creíamos, tuvimos
que intentar defender lo indefendible. Tuvimos que acabar
llamándole "humildad" del Padre al hecho
de haber solicitado el título para luego transmitido
a su hermano. Cuando si la realidad era la que en los documentos
se evidencia, la solicitud daba igual quién la hiciera,
daba igual que hubiera sido su hermano directamente el que
lo hubiera solicitado.
Dicen también ahora que pidió el título
para agradecer a su familia todo lo que habían hecho
por la Obra. Aparte de que ya no vivían ni sus padres
ni su hermana. ¿No resulta una forma de agradecimiento
demasiado anacrónica para un cristiano?
En la revista "Imágenes de la fe", en su
número 64, parece ser que también a título
de humildad, aparecía una carta firmada por Mons. Escrivá,
de fecha 18-2-72, en la que contestaba a la solicitud de su
director don Lamberto de Echeverría que le había
pedido unas pocas palabras para dicha revista sobre su propia
experiencia sacerdotal, diciéndole que aunque él
estaba dispuesto a servir a las almas se daba cuenta de que
él "no era noticia", negándose así
a una colaboración sencilla, como uno más, sin
prerrogativas especiales de ningún género, como
servicio a otros sacerdotes con necesidad de ser reconfortados
en su dura tarea. ¿Es que para ello hace falta estar
de moda? Creo que fueron diecisiete los sacerdotes invitados
a la mencionada colaboración, entre los que se incluían
desde un diplomático hasta un sencillo cura de pueblo,
y todos aportaron su granito de arena con toda sencillez;
todos menos Mons. Escrivá. No les gustó nada
a los de la Obra que esta carta firmada por su Padre quedara
reproducida en un medio de comunicación que la hacía
pública. No les gustó, tal vez, que fuera de
esta manera uno de esos "pocos" documentos que escapaban
así de su control. No les pareció nada bien
que la "lección de humildad" de su Padre
fuera presentada por la citada revista en relación
con su distinguida categoría nobiliaria de Marqués
de Peralta, Prelado de Su Santidad y cinco veces condecorado
con Grandes Cruces. Tal vez por la dificultad que evidentemente
conlleva conciliar tanto "contraste" .
|
Querido amigo:
Agradezco tu cariñosa carta y tu recuerdo.
Ciertamente yo estoy siempre dispuesto a servir a las
almas como sea, pero me doy perfectamente cuenta de que
no soy noticia. Por eso, perdóname si no te envío
las palabras que me pides: en cambio, te prometo rezar
para que hagáis mucho bien con esa publicación,
y sales ganando.
Te pide oraciones y te abraza,
In domino, Josémaría Escrivá
de B.
Roma, 18 de febrero de 1972
Monseñores en la Obra, en tiempo del Padre había
varios. Lo era ya Álvaro del Portillo, Salvador Canals,
etc. Pero este dato se prefirió olvidar hasta que Mons.
Escrivá murió. Viviendo él, sólo
de él debía hablarse como poseedor de tal dignidad.
En los muchos años de estancia de Mons. Escrivá
en Roma, jamás asistió a los funerales de ningún
Cardenal, ni de ninguna personalidad (al menos, no se contó
nunca que así fuera, y esas cosas en la Obra nunca
se han dejado pasar fácilmente). Él sólo
recibía en casa, se solía argumentar.
Son todo estilos de un fundador, que no dudó, por
ejemplo, y es sólo otro caso más creo que significativo,
en solicitar de sus hijos espirituales (directores de la Obra,
influyentes ya en aquella época) que consiguieran que
su hermano Santiago se casara con una aristócrata de
Madrid. Y le contrarió tremendamente, hasta provocarle
airados enfados, que se enamorara de una maestra de Zaragoza,
con la que se casó. Se negó a asistir a su boda.
Y sólo consintió en ir a la petición
de mano (como persona más indicada, puesto que era
el mayor de la familia) si le hospedaban en Cogullada, igual
que a Franco, pero con la condición de que dicho honor
siempre figurara como debido a su gran categoría y
nunca como deseado por él.
Para que Mons. Escrivá estuviera debidamente atendido
(de otra manera eran grandes sus enfados) en la casa en la
que él vivía debía haber una numeraria,
especialmente cualificada, sólo para atender sus comidas,
otra para su ropa, limpieza de su zona, y otra para preparar
sus cosas de oratorio, ornamentos sagrados, etc. Cuenta una
de ellas que en una ocasión en que se encontraba muy
cansada de la tensión que suponía la cantidad
de detalles que se le hacían tener en cuenta, consiguió
que su directora, con permiso del Padre, le concediera unos
días de descanso en otra casa de la Obra; pero ocurrió
que al día siguiente de marcharse la volvieron a llamar,
sencillamente porque la comida del Padre no había salido
bien, y el Padre había dicho que volvieran a llamar
a esa hija suya porque él la necesitaba.
La confianza en el modelo del Padre (Mons. Escrivá),
impuesta e ilimitada, encasillante en sus concepciones y subjetivismos:
la "facilidad" con la que ha llegado a aplicar a
su persona conceptos de seguimiento a mi entender únicamente
aplicables a Cristo como Hijo de Dios, desborda, creo yo,
cualquier sentido lógico al respecto. Decía
Mons. Escrivá que era el "único" buen
pastor conocedor de sus ovejas (él o sus sacerdotes
en delegación suya). Aseguraba en paralelo con el pasaje
evangélico, y con la propia persona de Jesús,
que si "echáis las redes, obedeciendo "mi"
mandato", el suyo, el del Padre Escrivá, se llenarán
de peces, en este caso de vocaciones para la Obra. Decía
que "si hacéis lo que "yo os digo" seréis
santos", encasillando en este mandato suyo (o de los
directores controlados por él) toda posibilidad de
interpretación autorizada de la voluntad de Dios. Todo
esto y cosas muy semejantes han sido las que a más
de uno nos han llevado a planteamos el problema de una ejemplaridad
que se nos volvía contradictoria, para con un concepto
de santidad que siempre entendimos como una convocatoria en
Cristo y no en el Padre Escrivá.
Cuando alguien en la Obra no se adhería a los criterios
de este Padre, sin posibilidad de opinar o derecho alguno
a explicación, decía él que esa clase
de actitud era producto de la soberbia. Pero cuando fue la
Iglesia la que cambió las normas litúrgicas
para la celebración de la Misa, por ejemplo, fue precisamente
él quien antes de someterse prefirió pedir permiso
para seguir haciéndolo como a él le parecía
mejor y que fue sin aceptar dicho cambio. No deja de ser todo
un detalle, creo que también significativo.
Según el dicho popular de que "por los frutos
los conoceréis", nos podemos encontrar con que
para algunos, los "frutos" de la Obra (como aval
para la santidad de su fundador) puede que sean, entre otros,
la gran expansión conseguida, el importante número
de sus socios, la influencia de su poder...; pudieran ser
todas esas cosas aparentemente tan positivas. Y digo aparentemente
porque todas esas conquistas son igualmente posibles en lo
santo que en lo profano. Si los socios de la Obra son más
de setenta mil, los socios del Real Madrid pasan de los ochenta
mil. Expansión de alto nivel puede ser la de la Coca-Cola
o la de la General-Motors. El carisma de Hitler y su clara
conciencia mesiánica hacía también que
sus seguidores consideraran su palabra como venida de Dios;
un hombre que a la vez que se preocupaba de que las langostas
no sufrieran cuando se las cocía fue capaz del gran
genocidio que le caracteriza ["Locos egregios",
de J. A. Vallejo Nájera]. La eficacia conquistadora
de las estrategias de Napoleón... y tantas gestas más
que, en esta línea, podrían seguir evidenciando
que ni la cantidad ni la expansión son de por sí
aval de ninguna clase de santidad.
Ahora... escribir... decir, contar de él, 5.000, 8.000...
folios como los que ha preparado D. Álvaro del Portillo
para aportar a su canonización y a la vista de "la
limpieza de datos" o documentos antes comentada... es
fácil. Como es fácil atribuirle escritos oportunamente
revisados y adaptados a las exigencias del momento. [Y
hasta libros nuevos, escritos, dicen, por él, sin publicar
durante ¿cuántos años? ¿durante
once años? como nos cuentan ahora de los recién
editados Surco o Forja. ¿Unos escritos del Padre, pendientes
de que se "pudieran publicar"... como si antes no
se hubiera podido, durante todo ese tiempo? ¿En una
obra en la que lo del Padre, cualquier cosa suya, ha sido
siempre no sólo lo primero y lo más importante,
sino casi lo único? ¿Cómo podremos admitir
semejante planteamiento quienes hemos conocido y vivido el
proceder que en la Obra se ha seguido siempre respecto a todo
lo del Padre?
Ahora, a más de una década de su muerte, una
especie de Camino actualizado (el citado Surco). ¿Y
más consecuente con la doctrina que tal vez convenga
a una canonización como la proyectada? No tiene demasiada
novedad que al Padre le ayudaran en su tesis doctoral, como
parece que así fue según testimonios dignos
de crédito. Nada tiene de novedoso o extraño
la ayuda de redactores o personas especializadas en temas
concretos de discursos o escritos de altas personalidades.
Nada de ello tiene por qué sorprender ni llevar al
escándalo. Siempre y cuando, sin embargo, no impliquen
manipulación de la autenticidad de algo que pretende
contar como material de una canonización personal.]
¿Hechos prodigiosos?.. de los que el propio Padre
susurraba al oído de los más íntimos
(ya entonces decían que los había) y se transmitían
o extendían en el mismo estilo "misterioso"
para que todos conociéramos la grandeza del fundador
que teníamos.
Ahora... nos encontramos por ello ante una canonización
que se fundamenta en la exhaustividad de datos "aportados"
por los adictos de dicho proceso, que a la vez se afanan con
el mismo exhaustivo interés en evitar cualquier testimonio
que a ellos no les parezca adecuado.
Ante una canonización en la que lo que se va a canonizar
¿es?: Y surge el gran interrogante. ¿Lo que
los socios de la Obra, los fieles hijos del Padre, están
"seleccionando" (confeccionando) para que se canonice?
¿Una teoría? ¿Su teoría, la de
ellos? ¿Una teoría que pueda servir (como hasta
ahora) para justificar cualquier clase de práctica?
¿Una teoría que ampare así, en la "aprobación
de la Iglesia como Institución, de la que tanto alardean
ahora, además "canonizada", todo lo que luego
quieran incluir en su trastienda, como hasta ahora?
Tal vez por ello sea tan "necesaria". La canonización
de Mons. Escrivá es algo que, en la Obra se ha ido
gestando desde sus comienzos, que formaba parte de su fundación
misma, porque era así como el propio Padre lo quería
(insisto: sin juzgar intenciones, de por qué o para
qué), y que por lo tanto era o ha sido, para los que
han quedado después del Padre, como un mandato. "Al
Padre hay que hacerlo santo." Y hay que poner en ello,
como en todo lo que él deseaba, los mejores afanes,
todos los medios, todas las exigencias, lo que haga falta...
¿Por qué?
Porque canonizando a Mons. Escrivá se canoniza, en
su teoría no ya esa teoría, no. Canonizando
a Escrivá en razón de los testimonios que se
quiera, o de los escritos que se les antoje atribuirle, lo
que se está canonizando es toda su obra, el Opus Dei,
queramos o no, con toda su complejidad, con toda su problemática,
con toda su trastienda. Que en resumen, y según se
detalla en los distintos testimonios, podría resumirse
de la siguiente manera:
Canonizando a Escrivá quedaría canonizado:
-El culto a la persona de un fundador, por el hecho
de serlo. Antesala y mandato de canonización.
-El afán de poder en todas las esferas, como
razón de eficacia cristiana.
-El secreto como prerrogativa de eclesialidad.
-La mentira como sistema de eficacia.
-La negación de la conciencia personal, de
la libertad de la conciencia personal. El avasallamiento de
ésta so pretexto de voluntad Divina. f
-El aniquilamiento mental del individuo, mediante
el sometimiento, la manipulación de la mente, el secuestro
mental, en concepto de generosidad o entrega a Dios.
-La ficción: en la alegría, en el cariño,
en la fraternidad, en el desprendimiento, etc.
-La suficiencia y el totalitarismo como sistema de
autoridad.
-Quedaría canonizada la historia de una clase de
calumnias, entre otras la que organizaron contra mí
cuando publiqué mi primer libro.
-Quedaría canonizado el sistema de desprestigios
e insultos a los que difieren, como única posibilidad
de razonamiento o respuesta para cualquier disconformidad
con una institución como la Obra, al fin y al cabo
una de tantas.
-Quedarían canonizados la doblez, el engaño.
-Quedaría canonizada "el sectarismo".
-Quedaría canonizado...
Copio el testimonio de otra ex-numeraria, que entró
en la Obra un par de años antes de que yo saliera,
con 14 años, y salió luego con 25; a la que
nunca conocí dentro; una persona creyente y comprometida;
que vivió, perteneciendo aún a la Obra, todo
el montaje que se estableció alrededor de la muerte
de Escrivá según las propias prescripciones
de éste. Me escribe:
¿Santo Escrivá? ¡Qué escándalo!
¿Es que de verdad es posible comprar la santidad?
Jesús en el Evangelio nos habla de ser los últimos;
Escrivá siempre quería ser el primero. Se
consideraba único (Papas, obispos un montón...
él sólo él).
Para Jesús los bienaventurados eran los pobres,
los pequeños, los que lloran... Para Escrivá
sólo los que hacían exactamente lo que él
quería.
Lo que a él le gustaba eran los regalos lujosos,
los aplausos, la gente importante, las casas espléndidas,
los títulos, los honores, comidas superexquisitas.
Criticaba a San Martín porque partió su capa,
según él debía haberla dado entera;
pero luego a la hora de dar él: todo lo necesitaba
la Obra.
No daba ni un céntimo por el alma de nadie que osara
dejar la Obra.
Para Jesús era la verdad la que hacía libres.
Para Escrivá sólo su palabra, sus normas,
sus gustos; su índice de lecturas (muy por encima
de cualquier criterio general de la Iglesia). Primero la
Obra: luego las demás "doctrinas". A quien
no aceptara su mandato, especialmente en temas de lecturas,
Escrivá imponía castigos morales, como por
ejemplo no comulgar durante varias semanas, o quedarse sin
la absolución durante un tiempo cuando uno iba a
confesar alguno de estos temas. Temas que eran inmediatamente
conocidos por las directoras ya que el secreto de confesión
en la Obra prácticamente no existe.
Jesús decía que él era el Buen Pastor.
El buen pastor en la Obra, según Escrivá,
sólo era él y sus sacerdotes; con los demás
sacerdotes había que tener cuidado.
Escrivá separaba a los hijos de las familias si
éstas no eran defensoras acérrimas de la misma.
Para los propios matrimonios, si uno es de la Obra y otro
no, la Obra es primero que su pareja.
En el evangelio Jesús habla de sinceridad; en la
Obra se miente, se calumnia y se difama.
Ser apóstol para Jesús es proclamar el evangelio
y ayudar a todos. En la Obra lo único que importa,
porque así lo quería Escrivá, es conseguir
seguidores, engrosar sus filas, como si se tratara de una
auténtica competición a la conquista de trofeos.
Para mí la Obra ha sido una constante traición.
Me he sentido constantemente traicionada:
Traicionada cuando hablan de familia, de cariño
fraterno, etc. y lo único que encuentras es fanatismo
por el Padre. El Padre como única razón de
todo.
Traicionada en la libertad, ya que no te dejan ni pensar
por ti misma.
Te hablan de ayuda y cariño a las familias y luego
no te dejan ni alojar a tu madre en la casa que vives si
está de paso en la ciudad, aunque haya sitio de sobra
en la casa.
Traicionada en la santidad, que no es en la Obra un seguimiento
a Jesús, sino a Escrivá y sólo a Escrivá.
Cuentan que era muy santo Escrivá porque, en unos
años en los que la Obra todavía no era nada,
visitaba a veces hospitales y cortaba las uñas de
los pies a los enfermos, o les limpiaba los mocos; si por
eso hay que hacer santo a alguien, los hospitales están
llenos de personas que lo hacen todos los días y
durante muchos años.
De Jesús se cuenta que no tenía donde reclinar
su cabeza. Escrivá hasta para morir lo tenía
todo previsto, atado y bien atado. Se editaron dos gruesas
revistas internas ("noticias") para dar cuenta
del fiel cumplimiento de sus hijos de cada una de las prescripciones
de su Padre: lápida de mármol, tipo de cordones,
almohada de terciopelo; quién debía hacerle
la mascarilla, el embalsamiento; el mechón de pelo
que debía contársele, etc. La inscripción
en la lápida debía ser, como así fue,
una única palabra: EL PADRE. Mientras el Evangelio
insiste en que Padre sólo hay uno y es Dios.
Cuando pienso que todo esto es lo que van a canonizar me
sangra el alma. ¡Es tremendo!
Arriba
Anterior -
Siguiente
Volver
a Libros silenciados
Ir a la página
principal
|