EL OPUS DEI. Creencias y
controversias
sobre la canonización de Monseñor Escrivá
María Angustias Moreno
CAPÍTULO 1. ¿ECLESIALIDAD?
Tema importante, creo que básico, para empezar a abordar
el problema.
Del Padre, para hacerle santo, hay que destacar su ec1esialidad.
De la misma manera que para defender las controvertidas actitudes
de la Obra hay que apelar a su aprobación por la Iglesia.
Para ellos todo se justifica en que son una institución
de ésta.
¿Cómo? ¿de qué manera?
1. La Obra empieza siendo un instituto secular, a lo cual
renuncian al cabo de unos cuantos años (ver "La
otra cara del Opus Dei", cap. III), por entender
que no acaba de ser eso lo que ellos querían, como
más adelante también veremos.
2. Pasa luego a transformarse en Prelatura en base a un derecho
que podía ser ordinario pero que acaba siendo ¿privilegiado?
(Rocca "L'Opus Dei Apunti e documenti per una storia").
De forma también compleja, contradictoria e inverosímil.
3. Entre la Prelatura y la canonización, como algo
también atípico y superando cualquier comprensión
ordinaria, aparece consagrado Obispo su Prelado a la edad
en que los demás prelados deben jubilarse.
4. Para llegar ahora a una canonización, que sin carecer
de los más evidentes componentes de polémica,
bate récord de celeridad. Y acaba disculpando su propia
controversia en que también la Santísima Trinidad
es controvertida. La comparación no puede ser más
ambiciosa.
Todo ello podría entenderse como una consecuencia
de su eclesialidad de su progresiva integración en
la Iglesia. Y sin embargo:
¿Por qué primero vale la aprobación,
luego no vale? ¿Una Prelatura tan especial? ¿Tan
sin que haya en todo el derecho ordinario de la Iglesia sitio
para la Obra? ¿Por qué?
¿Por qué Obispo en contradicción también
con lo habitual, con lo ordinario?
¿Por qué una canonización en la que
se seleccionan testigos, pruebas, formas de proceso...?
¿Por qué ante la polémica de esta Obra
tantos tienen miedo, o tantos se rinden a un poder que prefieren
tener a favor mejor que en contra?
De esta misma Iglesia en la Obra se dice, lo dijo su fundador,
que estaba corrompida, que el demonio estaba metido hasta
sus más altas esferas, y que la Obra es el "resto"que
debe salvada. Los sacerdotes de esta Iglesia son para la Obra
distintos de los suyos propios, únicos buenos pastores
para sus ovejas. Dicen que veneran a este Papa, pero cuando
otros no le daban todo el gusto que ellos querían,
entonces decían y mandaban -lo hacía su fundador-
que rezáramos por el que debía venir. Todo esto,
entre tantas otras actitudes de suficiencia en sus comportamientos
eclesiales no escasos de importancia. Sus faltas de colaboración
en la tarea de todos, etc.
La Obra es una institución de la Iglesia, se siente
en ella; pero siempre y cuando se la considere especial, distinta,
significada. Se siente aparte. Iglesia por encima de la propia
Iglesia. Más y mejor Iglesia.
¿Es razonable, se puede admitir que, como única
respuesta o aclaración a la polémica que la
Obra o la canonización de Mons. Escrivá suscita,
venga de donde venga, no tengan otra respuesta ni otra forma
de aclaración que el desprestigio o la condena de los
que plantean cualquier necesidad de coherencia? ¿También
esto es eclesial?
Eclesial es para ellos acceder a puestos importantes dentro
de la jerarquía. ¿Dominar la situación?
Ayudar y colaborar y ser los primeros en aportaciones económicas
a proyectos de ahora, del Papa de ahora, sobre los países
del Este, aunque no siempre haya sido así. Ahora que
necesitan conseguir... Tal vez siga siéndolo hasta
que consigan todo lo que desean pero y después... ¿seguirá
siendo como ahora?
Me comentaba una vez un sacerdote de la Obra, mayor y entendido
en el tema, que gracias a que Dios se había llevado
a Mons. Escrivá a tiempo, porque si no podía
haber acabado como Leffevre.
Su afán de Iglesia por sí, más y mejor
que nadie, que según cuenta Vladimir Feltzman [Sacerdote
numerario, hoy fuera de la Obra; ahora asesor y colaborador
del Cardenal Hume en Londres. Que trabajó especialmente
cerca de Escrivá y fue durante algunos años
uno de sus predilectos] llegó a proyectar en un
intento de pasarse a la Iglesia Ortodoxa (rectificando luego),
es ya evidente en algo tan elemental como el "prólogo"
del Catecismo de la Obra; un librito que, según nos
decían, era el resumen de las Constituciones, estructurado
en preguntas y respuestas para su mejor fijación y
aprendizaje; del que se sucedieron varias ediciones en constante
cambio y adaptación de su contenido a las conveniencias
del momento; y que comenzaba así:
"En este libro tan pequeño está escrito
el "por qué de tu vida de hijo de Dios".
Léelo con cariño, ten hambre de conocerlo,
apréndelo de memoria, y tendrás siempre, en
tu cabeza y tu corazón, luces claras. Luego a orar
a trabajar y a estar alegre. Con la alegría del que
se sabe elegido por su Padre del cielo para hacer el Opus
Dei en la tierra."
Todo él es significativo. Sin embargo hay una frase
ante la que uno, yo al menos, se siente atónito. Se
trata de que sus Constituciones (las supuestas constituciones),
su doctrina (la de Escrivá) constituyen "el porqué"
de la vida de hijos de Dios. No el evangelio, ni la doctrina
revelada, sino el Catecismo de la Obra; que, por otra parte,
en ninguno de sus puntos hace mención especial a ese
evangelio o a esa otra doctrina. Concibiendo como razón
fundamental para la alegría, ¿la alegría
cristiana?, la de ser del Opus Dei.
Cuando en una de mis últimas conversaciones con una
de las directoras de la institución, a punto ya de
dejar la Obra, le pregunté, intentando aclararme en
las cuestiones que debatíamos, que qué era antes
la Iglesia o el Padre (Escrivá), ésta me contestó
que el Padre, puesto que la doctrina de la Iglesia debíamos
recibida pasada por el Padre.
¿Es esto un sentido realmente eclesial de las cosas?
¿Suficiencia? ¿Separatismo? ¿O tal vez
una forma de "utilización" de la Iglesia?
¿Sectarismo?
Según documento de la Conferencia Episcopal Española,
Comisión de Relaciones Interconfesionales, de 5-12-89,
una vez aclarada la diferencia que ampara a los "hermanos
separados" o de otras confesiones cristianas, y que les
excluye de este concepto, el documento pasa a decir quienes
son "SECTARIOS":
1) Quienes se amparan en la falta de voluntad de diálogo.
2) Quienes para conseguir un proselitismo a ultranza utilizan
técnicas que comienzan con un diálogo positivo
pero van adquiriendo gradualmente niveles de control mental
dadas las exigencias que se imponen en la conducta.
3) Quienes se empeñan en mantener en secreto su verdadera
identidad.
Sectarios son, según concepto elemental del diccionario,
quienes se sienten distintos, superiores, suficientes; y ponen
en la veneración de su líder la razón
suprema de toda acción o comportamiento, incluida la
despersonalización de cualquier otro, confundiendo
convicción y amor con fanatismo.
Los conceptos en sí, tanto unos como otros, y su semejanza
con los comportamientos de la Obra, creo que se comentan por
sí solos.
Sectarios fueron ya en tiempos de Jesús los fariseos.
Celosos como los que más de la norma. Razón
por la cual despreciaban o evitaban el trato con todo el que
no pensaba o se comportaba como ellos. A éstos Jesús
les llamó "hipócritas", "insensatos",
"guías de ciegos" (Mt. 23,13).
Me parece suficiente como para que en nombre de Dios nadie
se atreva a tergiversar o a tratar de impedir que a las cosas
se les llame por su nombre.
Algo que se echa de menos con mucha frecuencia en los planteamientos
de Escrivá.
"En palabras de este fundador de la Obra", por
ejemplo, "los secretos" en la Obra no han existido
jamás.
Los que hemos pertenecido a la Institución nos vemos,
no obstante, obligados a diferir de Mons. Escrivá en
razón de nuestras personales vivencias.
En la Obra el SECRETO es, lo dicen ellos, condición
de "eficacia", de "humildad", art. 191
de sus Constituciones del 50 y el número 89.1 del actual
Códex. En el número 89.2 del mismo Código
de Derecho Particular, se sigue diciendo que a los Obispos
se les comunicará el nombre de los sacerdotes y directores
que trabajan en su diócesis (sólo en la suya)
y "sólo cuando lo pidan". Dicen que por "humildad
colectiva", para "hacer más eficaz su apostolado",
a la vez que "evitan" en general el secreto y la
clandestinidad.
"Evitan" a la vez que "necesitan". Sin
obstáculo para que, en el caso de que algún
día alguien se permita romper estos esquemas o lo que
ellos consideran el prestigio de la Obra, si hace falta mentir
se miente, si hace falta calumniar se calumnia. Y no estoy
hablando de memoria [Ver "La
otra cara del Opus Dei"].
Para los que hablamos como consecuencia de una experiencia
personal vivida, el secreto en la Obra es condición
exigida o práctica habitual, que se utiliza y se vive
como lo más natural. Y no sólo hacia afuera
sino incluso hacia dentro. Los propios de la Obra saben muy
poco de quienes son otros miembros de la misma. No pueden
conocer direcciones de quienes antes han vivido juntos para
seguir relacionándose con ellos. De los que se salen
ni se enteran, no deben enterarse. Las familias no tienen
que saber. A los amigos no se les puede contar; es más,
sólo se pueden tener aquellos amigos que vayan a reportar
algún beneficio para la Obra (otra clase de trato con
alguien es perder el tiempo).
Sus propiedades, sus negocios, sus empresas, sus sociedades
son igualmente secretas: anónimas, referidas a terceros,
como si los propietarios fuesen otros cuando realmente sólo
lo son "ellos", la Obra. Esa Obra que no tiene nada
teniendo tanto. ¿Qué es todo ello sino una forma
más de secreto, de tapujos, de ocultación?
La Obra es como un puzzle en el que cada uno conoce únicamente
su pedacito; el puzzle entero está reservado a muy
pocos. En las casas de la Obra que no estén específicamente
dedicadas a labores externas nadie puede pasar de la sala
de visitas. Sus canciones, sus oraciones, su saludo específico,
nada de esto deben saberlo ni oírlo nadie que no pertenezca
a la institución. En las guías de teléfono
las casas de la Obra no aparecen como tales. Si se llama a
alguna de sus casas preguntando por alguien interrogan exhaustivamente
sobre quién llama y para qué, a la vez que se
resisten igual de exhaustivamente a dar ningún dato
o seña a quien pregunta por alguien que ya no vive
en esa casa.
En la Obra son secretos los "centros de estudio"
(equivalente a lo que en otras instituciones serían
los noviciados) a los cuales llaman Colegios Mayores, como
si estuviesen abiertos a toda clase de estudiantes pero en
los que sólo pueden vivir los que ya son numerarios
y están recibiendo formación especial como tales.
Algo semejante pasa con los cursos anuales, de verano, o cursos
internacionales que también les llaman ellos, para
los que incluso se edita publicidad, pero que no son (en su
mayoría) sino para socios de la Obra; las posibles
solicitudes de personas ajenas se deniegan alegando que están
completos; sólo algunos de estos cursos, establecidos
previamente, son organizados para captación de los
más preparados, que todavía no pertenecen a
la Obra, como una más de las actividades apostólicas.
Todo ello perfectamente razonable, si no fuera por el afán
de ocultar, tergiversar, etc.
Secretos son en la Obra sus documentos: escritos en papel
sin membrete, sin sello, sin firma, a base de siglas. Documentos
de gobierno, directrices, informes de conciencia..., de todo
y para todo, que hoy se crean y mañana se destruyen.
Preparados para que cualquier posible filtración sea
siempre inconstatable.
Documentos, "montaje de documentos", que van a
servir para hacer constar lo que convenga. A la vez que serán
destruidos y se evitará cuidadosamente cualquier otra
constancia de los que no convengan. Todo ello facilitado por
la Imprenta que tienen en la casa de Roma, en la que "editan",
"reeditan", "componen", o "recomponen"
todos los documentos que la Obra considera internos sin que
nadie pueda comprobar ninguna clase de cambio o corrección.
Muy a pesar de todo lo que ellos alardean de la falta de
secreto acerca de los nombres de sus directores, porque "todos
-dicen- están publicados en los Anuarios Eclesiásticos",
muy a pesar de todo eso, el Anuario Pontificio de 1986, por
ejemplo (pág. 1029), bajo el título de Prelatura
Personal (y después de remitir a su nota explicativa
de este concepto, pág. 1562) no detalla otra cosa del
Opus Dei que su nombre completo, fecha de su erección
como tal Prelatura, dirección de la Casa Central de
Roma, número de teléfono de ésta, y como
miembros de la misma las cifras de: 1.217 sacerdotes, 56 nuevos
sacerdotes y 352 seminaristas mayores. Que tienen como Prelado
a Álvaro del Portillo, y como Vicario General a Javier
Echeverría. En el Anuario Pontificio de 1989 el contenido
viene a ser semejante, en este año añaden únicamente
a 74.401 laicos. (Fotocopia adjunta de ambas publicaciones.)
Y"nada más".
Una clara expresión, una más importante, de
hasta qué punto se vive el secreto en el Opus Dei puede
ser el hecho de que en catorce años que pertenecí
a la Institución no conocí sus constituciones,
muy a pesar también de que fui directora la mayor parte
de ellos, e incluso inscrita.
A pesar de la insistencia con la que mantienen -en sus afanes
de secreto- que no tienen votos, los que hemos pertenecido
a la Obra sabemos y podemos asegurar que, mientras se ha estado
manteniendo esto, estábamos haciendo votos y teníamos
votos como los siguen teniendo ahora. Aunque ahora le llamen
"promesas".
En la Obra, y es otra nota muy singular, no cabe "preguntar",
no cabe que alguien quiera saber más sobre ninguna
clase de tema de lo que los directores (siempre sujetos al
control y coordinación de las directrices internas)
quieran decides; cualquier otro tipo de necesidad es de mal
espíritu.
El "secreto" en la Obra parte de sus más
elementales planteamientos fundacionales -¿eclesiales?-,
aunque sea otra cosa lo que diga o haya dicho Mons. Escrivá,
como lo evidencian los documentos aportados por Giancarlo
Rocca, hombre de gran prestigio, sacerdote, director de la
importante realización del Diccionario de los Institutos
de Perfección, autor del libro "L 'Opus Dei. Apunti
e documenti per una storia", publicado en Italia en 1985,
con licencia eclesiástica.
Dice este autor que estaba la Obra dando aún sus primeros
pasos, cuando ya se establece en decreto especial del Obispo
de Madrid-Alcalá, Eijo Garay, que sus "reglamentos,
régimen, orden, costumbres, espíritu y ceremonial,
se custodiarían en el archivo secreto del Obispado".
(G. Rocca, documento 3. II).
Con fecha 27-7-47, Álvaro del Portillo, entonces Procurador
General de la Obra, se dirigía a la Sagrada Congregación
de Religiosos para decides que puesto que hay Institutos que
según sus propias constituciones o según su
propio carácter deben quedar "secretos" sus
socios, sus casas, sus obras, que si este secreto alcanza
también a los Ordinarios diocesanos (Obispos) y superiores
eclesiásticos que sepan algo por su oficio cuando hablan
con personas "que no tienen derecho a saber de estas
cosas". (L'Opus Dei, G. Rocca, doc. 34.) j
El 1-8-49 vuelven a insistir en el tema, por el mismo procedimiento,
para ver si es necesario o conveniente mostrar a los ordinarios
de los lugares las constituciones íntegras de la Obra
cuando se va a abrir un nuevo Centro en su diócesis
o al iniciar alguna labor apostólica (ibd. doc. 36).
Por si pudiera ser que no.
Con fecha 8-8-49, otra vez en carta dirigida a la misma Congregación
Vaticana, preguntan: 1) Si es necesario el consentimiento
del ordinario del lugar para que un grupo de adscritos puedan
vivir por su cuenta como laicos y seglares su propia vida
en una diócesis. 2) Si no es necesario, si pueden esos
miembros del Instituto vivir una vida no canónica sino
de convivencia civil en lo material. 3) Si en cuanto al apostolado
del Instituto pueden ejercerlo no en forma corporativa sino
individualmente y de forma personal sin dicho permiso. (ibid.
doc. 37).
Creo que los textos son suficientemente elocuentes por sí
solos: posturas claramente empeñadas desde sus orígenes
en el secreto.
Diferir o criticar estos planteamientos es caer en el anatema
de la Obra. Dicen, opinan, creen, que todos los que solicitan
aclaración o difieren de sus posturas es porque son
"personas imposibilitadas para ejercer un punto de vista
equilibrado". "Son -siguen diciendo- quienes en
su propia vida prescinden de un orden moral objetivo".
"Quienes no creen en Dios" o "son detractores
acérrimos de la Iglesia". En palabras de su fundador:
"sectarios enemigos de la libertad que no pueden soportar
ni la simple idea de la religión" 1 [Textual
de sus notas de prensa. Generalizadas sobre toda opinión
distinta a la de ellos sin el menor análisis previo
de razones o personas].
Dicen los miembros de la Obra, suelen decir, que no quieren
entrar en polémicas. Pero, sí en descalificaciones.
Para ellos no hay nadie capacitado o apto para opinar de
la Obra que no sean los que sienten un fervor fanático,
siempre a favor.
De la Obra como de todo hay opiniones ponderadas que en absoluto
conllevan ningún afán de polémica, porque
no son sino el ejercicio lógico de una elemental responsabilidad,
de quienes, como dice el Código de Derecho Canónico
en su c. 218, se dedican a las ciencias sagradas, "gozan
de una justa libertad para investigar y para manifestar prudentemente
su opinión" como pueden ser los casos de Rocca,
Cardenal Hume y otros más.
Cuando Giancarlo Rocca publica el libro antes mencionado,
sin que la personalidad y prestigio de éste, o la misma
licencia eclesiástica de que gozaba, les dijera nada
a los directores de la Obra, envían una circular a
todos los Obispos del país por medio de su vicario
en Italia, M. Lantini, y con fecha 17-5-86 en la que no niegan
los documentos que Rocca utiliza, ni rebaten para nada el
contenido de su libro, Dicen únicamente que "es
un libro lleno de lagunas"; "que hace daño"
o "distorsiona" la verdad de la Obra. ¿A
qué verdad se refieren? ¿Acaso de lo que se
trata no es precisamente de completar esa verdad que ellos
dejan tan a medias...?
Dicen también, siguen diciendo en la misma circular,
como argumento de gran peso, "que hay comentarios a favor"
como los de V. Fagiolo, al parecer, y por la forma de aludir
a ellos, suficientes como para invalidar cualquier otro que
no lo sea; para acabar apostillando que además se trata
"de una Obra bendecida por cinco Papas". Papas que
son los mismos de quienes se nos decía que no entendían
la Obra.
"No quieren entrar en polémicas" -siguen
diciendo en la misma circular, con su muletilla de siempre
- "para no dar lugar a informaciones que pudieran ser
hostiles para la Iglesia". Una vez más la eterna
cuestión, el afán de tergiversar o empeñarse
en llamar hostilidad o polémica a la simple necesidad
de coherencia. Y en esta línea, y siguiendo con el
caso Rocca, prefieren acabar acusándole de desobediencia
a la Sagrada Congregación de Religiosos para dar paso
a sus peculiares teorías, a sus suficiencias, sin contar
con la contradicción que la licencia eclesiástica
de que goza el libro de Rocca evidencia para con semejante
acusación.
En otra ocasión era el Cardenal Hume, de la Archidiócesis
de Westminster, el que publicaba en 1982, las siguientes recomendaciones
pastorales para su diócesis, decía:
1) Que ninguna persona menor de 18 años debía
hacer votos o compromisos de larga duración en relación
con la Obra.
2) Que todo joven que deseara ingresar en el Opus Dei debía
tratar el tema con sus padres, y si existieran razones válidas
para no tratar este tema con sus familias deberían
discutirlo con el Obispo local o su delegado.
3) Puntualizaba sobre el respeto a la libertad de la persona:
para entrar o salir de la Asociación sin presiones,
para escoger su director espiritual sea o no de la Obra.
4) Y terminaba diciendo que para toda iniciativa o actividad
de la Obra deberían indicar claramente quiénes
eran sus directores o promotores.
Ésta vez era todo un Cardenal el que les salía
al paso. La respuesta por parte de los de la Obra consistió
en recibir -dijeron-el "memorándum" con la
mejor disposición, para continuar alegando que las
recomendaciones del Cardenal estaban en la línea de
lo que ellos venían haciendo desde siempre en Gran
Bretaña. Por aquel entonces y desde 1947 en que desarrollaba
la Obra su labor en el país, estaban vigentes las Constituciones
del año 50, que entre otras cosas y en su punto 36.2
b) consideraba aptos para ser numerarios, incluidos votos,
a toda persona que hubiera cumplido los quince años;
y así además se vivía. Amén de
los conocidos prejuicios que normalmente se inculcan a todo
candidato a la Obra respecto a la familia cuando ésta
no comparte los planteamientos de la institución, o
respecto al sacerdote que no sea de la Obra, con el que no
deberán confesarse, etc.
Si todo en la Obra es tan espiritual, tan apostólico
tan eclesial y tan de Dios, ¿a qué tanto miedo
al "escándalo" por el reproche o el diálogo
entre hermanos? ¿Qué clase de espíritu
es ese del que sólo ellos entienden?
Para "zanjar" la investigación que el Gobierno
italiano planteara en su día acerca de si la Obra era
o no una sociedad secreta, "aclaraba" el Ministro
del Interior de dicho país, encargado por Craxi de
responder a la Cámara sobre este asunto, en un estilo
muy propio de la Institución (o Prelatura), y entre
las no pocas "explicaciones" (¿divagaciones?)
contenidas en los 41 folios presentados sobre la cuestión,
decía que "todos los miembros de la Obra están
obligados a evitar el secreto y la clandestinidad en virtud
del art. 89 de su Código de Derecho particular, siempre
que sea "legítimamente" interrogado".
Lo difícil en este caso, como en tantos otros de la
citada organización, es interpretar, en su debida dimensión,
matizaciones de tanta sutileza como las que usa la Obra. Este
tipo de términos "entremetidos", o casi "sinónimos",
suele ser para ellos el elemento mediante el cual, convierten
una lógica muy particular, "la legitimidad"
por ejemplo, en la "condición" para no decir
cuando no les conviene.
En declaraciones de una inusual entrevista concedida por
el actual Vicario de la Obra en España, en una revista
semanal (11-8-86), decía dicho señor refiriéndose
a que en la Obra no hay secretos sobre sus estatutos o constituciones,
que "todos los miembros de la Obra conocen perfectamente
las 'normas' por las que se rige la Prelatura". Para
quienes hemos sido instruidos en las formas de bien decir
(restricciones mentales, verdades a medias, etc.) que la Obra
enseña a sus miembros para salvaguardar su prestigio
y reserva, es significativo el cuidado que D. Tomás
pone en cambiar la palabra "estatutos" (a la que
hacía alusión la pregunta de la revista) por
la de "normas", Lo cual no es sino mía evidencia
al menos para los que sabemos algo de estos entresijos, de
que lo único que los socios siguen conociendo de sus
constituciones o estatutos son, como en mi época, una
serie de "arreglos" o notas en las que se transmite
lo que conviene, cuando conviene y según conviene;
una serie de praxis (extraordinariamente encuadernadas y custodiadas)
en las que se aplica o interpreta, al estilo interno de la
institución, algunas de las materias de sus constituciones.
Siempre en la línea de ese "si-es-no-es"
con que en la Obra se "evita" toda posibilidad de
transparencia; de identificación diría yo con
la forma de "sí" y de "no" que
de parte de Dios se nos enseña (Mt. 5, 37).
A pesar, muy a pesar de que Mons, Gutiérrez, Vicario
de la Obra en España, se plantee el tema diciendo que
lo que "realmente molesta" a quienes tienen algo
que objetar sobre la Obra sea "encontrar en medio de
la calle a personas que mantienen limpiamente una postura
coherente con la fe cristiana", A pesar de eso muchas
de las personas que hablan o hablamos de la Obra (sin sometemos
a su control, que es el único problema), bastantes
al menos de los que lo hacemos, no sólo no nos sentimos
molestos por ninguna limpieza ni coherencia cristiana, sino
que somos "cristianos corrientes" de los que "en
medio de la calle" buscamos contribuir a la limpieza
y coherencia con la que el mensaje evangélico debe
ser proclamado, cristianos que desde nuestro compromiso de
fe sin necesidad de pertenecer a más institución
que a la Iglesia misma, queremos colaborar para que entre
todos logremos ser más consecuentes con el compromiso
que supone hacer las cosas "en nombre de Dios".
La Obra no es, lo quieran ellos o no, ni la única
ni la más importante iniciativa apostólica dentro
de la Iglesia, por mucho que sea doctrina de su fundador.
La Obra porque es una de tantas es, como todas, opinable y
susceptible de error. Todas tienen sus grandezas y sus miserias,
y de todas se habla y se opina, se alaban cosas y se objetan
otras. Lo que sí es verdad es que ninguna manifiesta
el "ardor defensivo" y la suficiencia o las contradicciones
de la Obra.
Por ello, por todo ello, se impone que exista una respuesta
adecuada sobre cuál es, cuál debe ser, la verdad
auténtica, tanto espiritual como jurídica y
eclesial, de esta realidad que se llama Obra de Dios.
Dirán algunos que la obra tiene sus publicaciones,
que abundan en contar y decir... según ellos. Pero
eso: "según ellos", según las tergiversaciones
en las que hemos venido viendo que se manejan, éste
es el tema. Que ellos, porque así lo ha enseñado
siempre su fundador, no tienen el menor obstáculo en
quitar y poner, idealizar, suprimir, ocultar o cambiar...
todo aquello que pueda ser por el bien y prestigio de la institución.
Tal vez en su fanatismo crean de tal manera en la conveniencia
de "decir lo que dicen", aunque no sea, que "ni
siquiera mienten"; pero no dicen la verdad. La magnifican,
la tergiversan, la complican, la dejan a medias... y así
no hay manera de llegar a conclusiones esclarecedoras.
A soluciones que supongan que en nombre de Dios "sólo"
ofrezcamos al mundo el mensaje claro y sincero que ese mismo
Dios se encargó de revelamos.
¿Acaso Dios está dividido? ¿Acaso podemos
seguir consintiendo en suficiencias, reservas sectarismos
o secretos, que son los que realmente dividen, desunen y perjudican,
y encima en nombre de Dios?: "Yo soy de Apolo, yo de
Pablo, yo de..." (I Cor. 1, 12).
Para que no haya escándalos, para que de verdad acabemos
con polémicas, como la propia Obra dice, para que el
mundo realmente "crea" como consecuencia de la unidad
de la que habla S. Juan en el capítulo antes citado,
camino, lo que se llama camino, no hay más que uno:
"Yo soy" (Jn. 14, 6), son palabras de Jesús.
Y no es ni Apolo ni Cefas, ni Pablo, ni ningún otro.
No hay más camino que el camino de la Verdad, que es
Cristo (Jn. 18, 37) con transparencia y sin necesidad de tapujos,
secretos, o verdades a medias, porque nunca fue su estilo
(Jn. 18, 20).
El apóstol Pedro -primer Papa- añade: "para
que podáis dar debida razón de vuestra fe a
todo el que os la pida" (I Pd. 3, 15).
Razón que en la Obra, en frase de su fundador, y como
colofón a todo lo expuesto hasta aquí, no tiene
por qué ser otra que le dé "porque me da
la gana"; ésta es, decía Mons. Escrivá,
la razón más sobrenatural que se puede dar y
no hay ni tiene por qué haber más explicaciones.
Porque me da la gana "voy", "vengo", "hago"
o "dejo de hacer". "Soy de la Obra" porque
me da la gana. Una "gana" que pudiera ser la consecuencia
de una convicción, y porque algo convence se hace con
toda la libertad que da la elección por uno mismo.
Pero que convertida en un simple mecanismo de defensa, desprovista
de razón, de explicaciones, pasa a convertir lo sobrenatural
en irracional. Una razón que se convierte en "sin-razón"
es a todas luces insuficiente para justificar tanto una vocación,
como cualquier otro tipo de actitud que pretenda preciarse
de sensata.
No dar la razón debida, por omisión, por tergiversación,
por secretismo suficientista, o pretender confundir al interlocutor
evitando con evasivas la total honestidad de la verdad de
cada caso, sería, puede ser, una clase de testimonio
que contradice y se opone al que como cristianos nos corresponde;
una forma de "influir" en la sociedad, de "crear
escuela", absolutamente ajena a los valores de lo que
realmente debe ser el cristianismo.
Como muy bien dice el prestigioso arquitecto Miguel Fisac
en una de sus últimas declaraciones sobre el tema,
Escrivá no solo ha hecho una evangelización
(si de evangelización puede hablarse, diría
yo) desde arriba, sino más aún, para dejar tranquilos
a los de arriba. "Y todavía más grave,
desde el punto de vista cristiano -sigue diciendo el mismo
señor- es el hecho de que "ha sustituido la fe
por la piedad". Un banquero en el Opus puede pasarse
el día haciendo cabronadas a la gente y luego cumple
con sus rezos." Es la clase de santidad de la Obra, o
la que enseñara Escrivá.
Fisac habla de los banqueros. Creo que el mismo criterio
podría aplicarse a muchos más sectores; las
anécdotas son de hecho abundantes, como abundantes
podrían ser los colaboradores en aumentadas.
Hombres y mujeres, los de la Obra, capaces de casi todo;
realmente audaces. Indudablemente concienciados o estimulados
por consejos de su fundador, como puede ser, entre otros,
el de: "vosotros hijos haced todo lo que hacen los demás,
pero vosotros por amor de Dios". Un "todo que siempre
me resultó de alguna manera alarmante; especialmente
al comprobar los resultados. "Todo" un estilo, un
complejo y difícil estilo de comportamientos.
Lo que pasa es que para las cosas de Dios no vale cualquier
estilo, no puede valer. "¿En defensa de Dios decís
falsías, y por su causa razones mentirosas? ¿Así
luchaís a su favor? (...). ¿Su Majestad no os
sobrecoge? Máximas de ceniza son vuestras sentencias"
(lb. 13,7,11). "No sigaís trayendo oblaciones
vanas (...). No tolero falsedad y solemnidad" (Is. 1,13).
¿De verdad creerán todos estos señores
de la Obra, capaces de actuar y de opinar con tanta suficiencia,
que solo ellos son buenos?, ¿qué solo ellos
han conocido o pueden hablar de Escrivá?, ¿creerán
de verdad que todos los demás somos tan despreciables?
¿Por qué no hay en la Obra cabida para un diálogo
respetuoso y honesto? ¿Será acaso porque, como
dice el refrán: se cree el ladrón que todos
son...?
Es una cuestión difícil, compleja. Sangrante
para muchos por el atropello que el poder de la Obra conlleva.
Pero esta es la cuestión. Esta es la doctrina de Escrivá,
y estas son las consecuencias en sus seguidores.
¿Canonizable?
¿Eclesial?
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