EL OPUS DEI. Creencias y
controversias
sobre la canonización de Monseñor Escrivá
María Angustias Moreno
CAPÍTULO 5. ¿UN ESCÁNDALO?
¿Qué clase de escándalo es el que surge
del tema de la canonización de este hombre?
Para los que no se sienten Iglesia, no creen o no les preocupa
el mensaje del Evangelio, esto no es sino un motivo más
de chufla respecto a ésta.
Los hay que desde su pertenencia a la Iglesia dicen: "yo
me borro", "así no puedo creer". Una
forma de fe indudablemente débil, pero precisamente
por ello no menos digna de tener en cuenta.
Para los creyentes, una cuestión ardua.
Durante diez siglos al menos, los diez primeros siglos de
historia de la Iglesia, desde que ésta fuese instituida
por Jesucristo, fue importante el estímulo y el testimonio
de los mejores (de los mártires entre otros) sin que
nadie necesitara canonizar a nadie.
La Iglesia primitiva veneraba a sus mártires e invocaba
su intercesión; como más adelante lo hacía
con quienes sufrían confesando su fe (confesores),
y luego con aquellos que ofrecían un especial testimonio
de identificación con Cristo en sus vidas. Eran los
santos que surgían de la "vox populi". Hasta
el siglo X no se conoce ninguna intervención papal
en estos asuntos, siendo Juan XV el primero que interviene
declarando santo a Uldarico, Obispo de Augusta. Y es allá
por el siglo XII, con Alejandro III e Inocencio III cuando
empieza a requerirse de un modo oficial la intervención
Papal para el reconocimiento de la santidad pública
de alguien. Siendo en el siglo XVI, con Sixto V, cuando comienza
a establecerse un proceso para las canonizaciones ya similar
al de ahora.
Santos, dice el Derecho Canónico actual, son aquellos
de quienes puede declararse un fiel "seguimiento"
de Cristo como testimonio preclaro del Reino de los Cielos.
De ese Reino de Amor y de Verdad que Cristo vino a traer a
los hombres, con el único objeto de redimidos de su
mentira.
Se ha dicho de la Iglesia que uno de los grandes peligros
a los que siempre debe estar alerta es el de no caer en el
error de "predicarse a sí misma", ya que
su única misión es predicar a Cristo. Algo que
en el Concilio Vaticano II es una constante de sus textos.
Hasta llegar a decir que "al proclamar las maravillas
de Cristo en sus seguidores" en relación a la
celebración de las fiestas de los santos, y para que
"éstas no prevalezcan sobre los misterios de la
salvación" sólo las más importantes
deberán tener carácter universal (S. Consilium
III).
¿Tal vez porque sobran "doctrinas" personales,
porque sólo una Persona por ser Dios y Hombre es la
única que puede realmente arrogarse la categoría
de enseñar? "Sólo Dios es Santo".
"Uno solo es vuestro Maestro", "Uno solo es
vuestro Padre" del cielo. (Mt. 23, 8.)
Para que en nuestra Iglesia de hoy no se produzcan escándalos,
para que estemos en la línea de UNIDAD que debe ser
su nota característica, algo que tanto preocupaba a
Jesús en su oración (Jn. 17), hay que empezar
resolviendo lo que desune. Para construir sobre terreno adecuado
hay que "allanar", no basta con "tapar".
No se trata de "resignarse" cómodamente pensando
que son cosas que Dios permite y que Dios... ya sabrá,
y ya resolverá. No. Dios no tiene la culpa. No echemos
la culpa a Dios de los atropellos de los hombres, de sus egoísmos,
de sus ambiciones, de sus mentiras, de sus perezas, en una
palabra, del ejercicio de su libertad. El cristiano tiene
que saber sufrir (si eso es lo que se entiende por resignación)
todo lo que conlleva apostar por el bien en medio de un mundo
lleno de "pecado" (de osadías, de engaños,
de envidias, etc.), ésa es la cruz de Cristo. Pero
en esta tarea esforzada todos estamos emplazados a utilizar
los talentos recibidos y a hacerles producir (Mt. 25, 14),
contribuyendo a construir una unidad, "que no se impone
de otra manera que por la fuerza de la misma verdad".
(C. Vaticano II. Dignitatis humanae I).
Una Iglesia (en las personas de su jerarquía) tal
vez especialmente sensibilizada sobre temas relacionados con
el sexo, con problemas político-marxistas, o de dignidad
de la imagen, y tal vez menos sensibilizada respecto a cuestiones
de coherencia, de autenticidad, de libertad, de imparcialidad.
Una Iglesia ¿curada de espanto por el propio transcurso
de su historia sobre toda clase de cuestiones conflictivas?
Motivos tiene, por supuesto. Que son los motivos normales
de todo acontecer sometido a la debilidad humana. Una Iglesia
en la que "lo divino entra en la imperfección
y la pecabilidad humana" (M. Schmaus. "Teología
Dogmática". Tomo IV). En la que "es la acción
del Espíritu Santo que la vivifica y unifica sin anular
la libertad de sus miembros (H. Mühler. "El Espíritu
Santo en la Iglesia"). "Que encierra en su seno
a pecadores, siendo al mismo tiempo santa y necesitada de
purificación, avanza continuamente por la senda de
la penitencia y la renovación" ("Lumen Gentium"
I. 8).
Una Iglesia en la que, como en todo, el "poder"
[no el poder de "poder hacer", sino el poder como
contrario al servicio, el poder como sistema de sometimiento]
corrompe. Y es por ello, precisamente por ello, por lo que
sigue siendo necesaria la conversión, la renovación
constante. Siguen siendo necesarias las posturas valientes.
Hoy sigue haciendo falta el valor de los cristianos que tuvieron
que luchar "con las fieras" para no caer o dejarse
llevar de corrupciones de la época. Hoy como entonces,
hay que apostar por el Evangelio sin paliativos, sean cuales
sean "las fieras" o las consecuencias.
Resulta chocante que, en esta Iglesia nuestra de hoy, haya
sido necesario poner un Delegado Pontificio, con plenos poderes,
al Padre Arrupe (1981), General de los Jesuitas. Y no sea
necesario llegar al fondo de polémicas como las que
suscita la Obra a la hora de plantear la canonización
de su fundador.
Es chocante que la doctrina o espiritualidad de Arrupe "no
interese" (y se evite su publicación), y se admita
la de Escrivá muy a pesar de las ampollas que levanta
a tantos, por las evidentes contradicciones y tergiversaciones
que encierran.
Es chocante que haya que "aparcar" la causa del
Obispo Oscar Romero, la de Juan XXIII incluso. Y sea tan "bien
acogida" la de Escrivá. ¿Por qué?
¿Por cuestiones de política, de dinero, de religión?
Doctores tiene la Iglesia, sí. Y los tiene como un
S. Bernardo, nada sospechoso de su ortodoxia Papal, que no
tiene ningún reparo, allá por el 1148, en escribir
a Eugenio III, Papa de la época, sin falsos respetos,
para recabar su reflexión acerca de problemas de los
que entonces podían desconcertar a los creyentes. "Ese
fasto que hace de ti el sucesor de Constantino. Toléralo,
pues, como una concesión a nuestra época, pero
guárdate de pensar que se te debe".
Catalina de Siena, otra doctora de la Iglesia, que también
supo salir al paso de las necesidades de la Iglesia de su
tiempo, sin el más mínimo respeto humano, escribía
a Gregorio XI (siglo XlV), advirtiéndole que el amor
propio y los respetos humanos hacen que muera la justicia.
"Ve-le decía al Papa- cómo sus súbditos
pecan, pero no les reprende y finge no ver nada. Y si los
reprende lo hace con tanta tibieza e indiferencia que no logra
nada, y a la postre el vicio se apodera de ellos con más
fuerza que antes. Trata siempre de no chocar con nadie y de
evitar la contradicción", para acabar diciendo
que por ese camino, lo así envenenado no llega sino
a causar la muerte.
Escuchad la palabra de Dios hijos de Israel -dice el profeta
Malaquías (1, 6)- pues Yahavé tiene una querella
con los hijos del país porque "no hay sinceridad",
ni piedad, ni conocimiento de Dios (..,). Entre tanto "nadie
protesta", nadie reprende. Contra ti sacerdote me querello.
Tropiezas noche y día. Contigo tropieza el profeta,
y haces perecer a tu pueblo. Mi pueblo perece por falta de
conocimiento. Has olvidado las enseñanzas de tu Dios".
¡
"Ni los pastores saben entender. Cada uno sigue su propio
camino, cada cual, hasta el último, 'busca su propio
provecho' "(ls. 56, 11) [Era a los pastores del Antiguo
Testamento a quienes se refería. Pero era un Profeta
el que hablaba].
Pablo, el apóstol de las gentes, dice en su carta
a los gálatas (2, 14): "En cuanto vi que no procedían
con rectitud, según la verdad del evangelio, 'dije
a Cejas en presencia de todos': si tú siendo judío
vives como gentil y no como judío, ¿cómo
fuerzas a los gentiles a judaizarse?" Es el estilo de
una Iglesia en sus orígenes, coherente y valiente.
Cuando uno de aquellos que seguían a los apóstoles,
que se había convertido viéndoles y oyéndoles
andaba con ellos atónito de las obras que realizaban,
cuando este hombre, de alguna manera deslumbrado por el poder
de aquellos (Poder de Dios y de las cosas de Dios) quiso "comprar
con dinero" ese poder, Pedro le contestó: "Vaya
tu dinero a la perdición y tú con él,
pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero"
(Hch. 8, 20).
Doctores tiene la Iglesia. Antes y ahora.
Doctores tiene la Iglesia, cuyas posturas y actitudes -las
referidas son sólo una muestra insignificante- se comentan
por sí solas.
Cuando a Catalina de Siena le preguntó al Papa -enterado
éste de que vivía ayunando totalmente por las
necesidades de la Iglesia de su época- si le obedecería
en el caso de que él le mandara comer, Catalina le
respondió que obedecería muy gustosamente, pero
que lo que no podía era obedecerle si le ordenaba que
lo que comiera no lo vomitara.
"Las montañas de faltas históricas y de
insuficiencias de la Iglesia impiden, en muchos, un movimiento
de confianza. Discípula de aquel que no tenía
en quien reclinar la cabeza, ella se encuentra a gusto instalada
y situada en la riqueza. Teniendo por alma al Espíritu
Santo, el Desconocido allende el Verbo, ella ha desconocido
frecuentemente los signos de los tiempos, se mostró
demasiado apegada a prácticas formalistas, a estructuras
de poder y de inmovilismo. Lo que dice San Pablo del ministerio,
no de la letra, sino del espíritu (2 Cor. 3, 6) se
refiere a ella, pero apenas osa reivindicado. ¡Tan grande
es la conciencia de traicionarlo constantemente! Mas, ¿por
qué continuar evocando estos gravamina? Con el canónigo
Jacque Leclerq, deseamos "una lucha por el espíritu
de Cristo en la Iglesia". Y para que la Iglesia, pueblo
mesiánico de Dios, responda plenamente a lo que San
Bernardo llamaba "quod tempus requirit", las llamadas
las urgencias de la historia, una historia que tiene su desembocadura
en el Reino de Dios. Pureza y plenitud son dos grandes motivos
que exigen y suscitan, en la Iglesia, reformas, creación
de situaciones nuevas. Ambos motivos denuncian un margen,
a veces dramático, siempre abierto, entre el ideal
y la realidad, esa inagotable e insondable "reserva escatológica"
de la que habla J.B. Metz (I. Congar. "El Espíritu
Santo").
Poseemos el Espíritu, la Iglesia posee el Espíritu
-sigue diciendo el mismo autor- "sólo en arras",
como promesa, él sigue siendo el "Prometido".
"Él es la atracción que ejerce sobre nosotros
la herencia escatológica del Reino. "Que venga
tu Reino!". "Haz venir tu Espíritu sobre
nosotros y que él nos purifique".
Creer en la Iglesia es creer en la Misión, en el Espíritu,
en el mensaje que Cristo entrega a los hombres. Entre los
que establece la debida jerarquía para que estos hombres
sean "uno": como el Padre en él y él
(Cristo) en el Padre (Jn. 17, 21), y de esta manera se salven.
Creemos en la Iglesia porque creemos en Cristo; porque creemos
en Cristo creemos en la Iglesia. Alterar el orden podría
abocamos, nos aboca a veces, a concepciones extrañas
y desengañadas de "iglesias engendro" (cuerpos
sin cabeza, o espíritus sin cuerpos).
Creyente, católico, es el que cree en la Misión.
No necesariamente en los comportamientos. Nadie por haber
recibido ninguna clase de consagración (sacerdotal,
episcopal, etc.) deja de ser libre y por tanto capaz de lograr
las mayores virtudes, o caer en las mayores aberraciones.
Arrio, N estorio, o Leffevre, eran todos Obispos, y su misión
era legítima; pero también eran y fueron muy
libres para llevar a cabo la Misión.
Sólo así es posible la fe, es posible seguir
creyendo. Sin dejar que los comportamientos, algunos comportamientos,
arrollen o cuestionen nuestra fe.
Decía Escrivá (a quien hemos oído criticar
a monjas, sacerdotes y jerarquías) que a los Obispos
había que ganárselos con la mermelada de cada
día (regalos, agasajos, invitaciones, etc.). Gracias
a lo cual algunos de esos Obispos puede que crean que esta
clase de relación es "información bastante"
para opinar de la Obra.
"El que escandalice a uno solo de estos pequeños...
más le valiera colgarse una rueda de molino al cuello
y arrojarse al mar" (Mt. 18, 5). A Jesús le importa
el escándalo de "uno solo". Y sin embargo,
a pesar de los escándalos que la Obra -como consecuencia
de la doctrina de su fundador- suscita, muchos "pequeños"...
hoy no merecemos la más mínima atención,
cuando no sólo recibimos desprecio.
Pequeños que no nos creemos, en absoluto, en posesión
de ninguna verdad personal. Hablamos de incoherencias constantables,
de comportamientos o testimonio cuestionables por su propia
contradicción con la Verdad del Reino, y únicamente
pedimos reflexión para una respuesta adecuada a los
mismos.
Porque, insisto, mi causa no es el Opus, ni Escrivá
de Balaguer, mi causa sólo es la de colaborar a que
aquello que se presenta como evangélico lo sea de hecho,
y no confunda ni escandalice a nadie. [Tal vez para algunos
fuese más evangélico que dejara de preocuparme
de estas cuestiones y viviera mi vida. Mi vida dedicada a
la justicia, a la oración y a la caridad y dejara en
paz a los demás. Para mí seria mucho más
agradable, y más cómodo. Pero entiendo que hay
implicaciones en la vida que comprometen a cuestionar aquellas
cosas que por su magnitud van a tener y tienen mucha mayor
incidencia en la caridad y en la justicia para con muchos.
Por lo que hay, puede haber silencios, que más bien
deberían llamarse cobardías: dejación
de derechos que son deberes. La causa, tal vez, de que tantas
veces, los comportamientos cristianos vayan tan desfasados
en su respuesta a los signos de los tiempos] Pues aun
contando con que para algunos concretamente la teoría
de Escrivá sea edificante, siendo como lo es problemática
y cuestionable para otros, hay un principio moral que creo
se impone: ¿es que acaso el fin justifica los medios?
En la Obra se dice que sí. La doctrina de la Iglesia
dice que no.
¿Justifica la multitud, las masas que ellos (en razón
de su poder, su dinero y sus medios) son capaces de mover
(masas tantas veces compuestas por personas llenas de conflictos,
manipuladas, despersonalizadas, o engrosadas por curiosos
de paso que también son muy buenos para hacer bulto),
justifica todo esto que no haya nada más que resolver,
habiendo como hay tantas voces que plantean la alerta? Voces
de Europa, América, etc. En este sentido han sido muchos
testimonios los que han viajado hasta Roma. Han intentado
llegar otros muchos. Pero es evidente que ante el poder de
la Obra todo ello queda muy pequeño.
Las cosas de los hombres acaban siendo siempre así
de complejas. La Iglesia -sus actividades-, porque está
compuesta por hombres no tiene por qué ser menos.
Como decía San Pablo: "¿Qué importa
que algunos hayan sido infieles? ¿Es que la infidelidad
de éstos va a anular la fidelidad de Dios? De ninguna
manera, hay que dar por descontado que Dios es leal y que
los hombres por su parte son todos desleales" (Rm. 3,
3). Todos susceptibles de intereses egoístas, cobardías,
vanidades...
El primer Obispo, y cabeza de la Iglesia, Pedro, había
sido ya elegido para tal misión (Mt. 16, 18), cuando
a no mucho tiempo de distancia, ¿meses?, ¿algún
año? ¿días?, ante la dificultad o exigencia
de seguir a Jesús en medio de las tribulaciones de
la pasión, acabó negándole (Mc. 14, 66).
Un Pedro al que Jesús no dudó en llamar "bienaventurado"
(alabanza que por otro lado sólo se dirige en el Evangelio,
de forma personal, a María y a él) cuando supo
responder con fidelidad a la revelación del Padre.
Pero que tiene también que decide "apártate
de mí, Satanás", cuando sus pensamientos
no se corresponden con los de Dios (Mt. 16, 23), muy a pesar
de que sigue siendo el mismo Pedro llamado a edificar la Iglesia.
Un Pedro que supo llorar y arrepentirse de su pecado, rectificar
lo que había que rectificar, y que fue por ello confirmado
en su misión, para "apacentar" (Jn. 21, 15).
"Para que confirmes a tus hermanos en la fe" (Lc.
22, 31). Para que veamos y contemos con que a pesar de los
pesares, a pesar de las dificultades en los comportamientos,
tampoco esto acaba con nada. La historia sigue, y Jesús,
ya resucitado, convoca a los once (Judas ya no estaba) y "les
dio poder (...) y los envió a enseñar "todo
lo que él les había enseñado" (Mt.
28, 20). Ni más, ni menos.
Ésta es la clave. Como lo explica muy bien Jean M.
René Tillard, en su libro "El Obispo de Roma".
Ésta es la Iglesia: Anunciadora del Reino, que como
en la parábola del sembrador encuentra en sus cosechas
la cizaña mezclada con el trigo. Sin que por ello nadie
tenga por qué rasgarse las vestiduras.
Una Iglesia que es "esposa" como la declaran las
Escrituras. "Que ha celebrado sus bodas, pero no ha alcanzado
aún la plenitud de la pureza que el bautismo inaugura.
Siente la tentación, en sus miembros pecadores, de
unirse a otros esposos (1 COL 6, 15 ss.). La unión
que debe consumarse en un solo espíritu es aún
imperfecta. Es necesario que también la Iglesia viva
una pascua de muerte y resurrección por el poder del
Espíritu". (Congar - ibid)
Un Espíritu que, a su vez, la asiste y promete que
en razón de esa asistencia "las puertas del infierno
no prevalecerán contra ella" (Mt. 16, 18). O como
dice el mismo teólogo antes citado I. Congar (miembro
de la Comisión internacional romana de teología):
para que el error "no prevalezca" .
En la Iglesia, junto a los escándalos de posturas
abiertamente heréticas, hay otros escándalos
muy serios, de consecuencias profundas y nefastas, a causa,
muchas veces, de "ortodoxias" seudo-beatíficas,
que más que dar respuesta a las grandes incógnitas
o necesidades del hombre, como hace el Evangelio, lo que hacen
es ridiculizar la misión de la Iglesia, de los cristianos,
intentando convertirla o convirtiéndola en una resignada
rutina o serie de rutinas casi superticiosas, "sometidas"
a los intereses de unos pocos y a su servicio. Como dice el
refrán, "del agua mansa líbreme Dios que
de la corriente me libro yo".
A veces, lo peor de estos errores está en el exquisito
cuidado que se pone para guardar las formas (la ortodoxia
en la fachada) sin el menor escrúpulo para a la vez
alterar los contenidos. Algo así como lo que resultaría
de empezar el "credo" por "Poncio Pilatos fue
crucificado". Nadie habría inventado nada, nadie
se habría salido de lo establecido, es verdad que en
el credo existe esa frase. Lo único que sí habría
pasado es que se habría prescindido de parte fundamental
de la verdad. Por lo que estaríamos ante una verdad
a medias, fuera de contexto; o lo que es igual, ante una evidente
farsa o mentira.
Dice la introducción a la "Historia de los Papas"
de Ludovico Pastor que: "todo lo que es historia puede
decirse de la Iglesia". Sigue habiendo una amplia exposición
de la importancia del elemento humano en esa historia, con
todos sus más y sus menos. Para acabar comentando que
"dificilmente" podrá extrañarse "cualquier
otra institución" (que no sea la Iglesia), civil
o religiosa de ver en su historia, con los laureles ganados
en unos tiempos, el polvo que el contacto con esta tierra
deleznable que habitamos se levanta; pues ninguna institución
tiene como característica un origen, un fin, o unos
medios tan santos como la Iglesia. Ninguna institución,
lo cual quiere decir que tampoco el Opus Dei, ni la historia
de ninguna canonización por muy fundador que éste
sea. Porque ninguna historia podrá estar apoyada -sigue
diciendo el mismo autor- en ninguna clase de "panegíricos"
capaz de desafiar cualquier intento de auténtica historia.
Tal vez se llegue a conseguir la canonización de unos
"relatos", unos "trabajos", que recogen
teorías canonizables. Y si es eso lo que se canoniza,
la canonización, podríamos decir, es lógica,
es lícita. Pero si resulta que luego la práctica
no acaba de coincidir con esa teoría, ¿qué
es lo que se está canonizando ¿A quién?
¿Una entelequia?, o ¿un engaño? Otra
cosa.
Es ante esto quizás ante lo que como decía
antes unos dicen que reniegan, que se "borran",
otros se escandalizan, y los hay que aprovechan para burlarse.
Mientras desde la fe la postura parece que no puede ser otra
que la de reaccionar en consecuencia. En consecuencia con
la personal responsabilidad de cada uno, con la honestidad
debida a esa responsabilidad frente a la verdad.
Como decía San Justino, Santo Padre de la Iglesia
(siglo II) seglar y mártir, que llegó al cristianismo
desde ambientes paganizados como consecuencia de su tenaz
búsqueda de la verdad; hombre empeñado en el
diálogo fe y cultura, en hacer del mundo una realidad
santificable desde la fe; decía este santo que "todo
el que pudiendo decir la verdar no la dice, será juzgado
por Dios" (Dial. 82, 3). Todo el que pudiendo colaborar
a que lo oscuro se esclarezca, lo confuso se delimite, lo
incoherente se haga consecuente, lo complicado se clarifique...
deberá hacerlo.
"Si tu hermano pecara contra ti...", dice el evangelio,
si en la forma de proceder o de testimonio que como creyentes
nos corresponde transmitir, existen comportamientos inadecuados,
especialmente si esos comportamientos conllevan repercusiones
públicas, sociales; si la verdad puede quedar tergiversada
o dañada; o los estilos no son los idóneos,
"ve y repréndelos a solas" [¡Cuántas
cartas, confidencias, argumentaciones e intentos de solución
hacia adentro, con los directores de la Obra, y cuánto
oído sordo!]. "Si el hermano te escucha habrás
ganado a tu hermano. Si no te escucha toma uno o dos testigos
para que el asunto quede zanjado [¡Cuánta
solicitud de ayuda a clérigos o jerarquía, que
se manifestaban conocedores del tema, solidarios (de palabra)
en la propia necesidad de revisión o solución
de éstos, pero que prefirieron no complicarse la vida!
¡Cuántos que se quedaron, prefirieron quedarse,
sólo en las argumentaciones de los de la Obra, sin
ni siquiera pararse a comprobar la veracidad de las que se
le oponían! Algunos porque los de la Obra, dicen, "son
personas de oración..." (como si sólo lo
fueran ellos). Personas de oración son los musulmanes
y los budistas, y no por ello sus argumentaciones son católicamente
canonizables]. Si no te oyen, díselo a la comunidad"
(¿hazlo público?) (Mt. 18, 15).
"En la cátedra de Moisés se han sentado
los escribas (instruidos) y los fariseos (los perfeccionistas).
"Está Jesús hablando a las gentes";
quiere decir, sigue diciendo: públicamente. Y añade:
"haced o observad lo que os dicen, pero no imitéis
su conducta" (Mt. 23, 1). Para acabar manifestando su
dolor y su queja ante situaciones semejantes no sin una enorme
contundencia.
"¡Ay de vosotros, hipócritas!" Da
igual quiénes sean. Si hay hipocresía da igual
que se trate de clérigos, jerarquía, o cristianos
de a pie. "¡Ay de vosotros, que pagáis el
diezmo de la menta (que cuidáis las insignificancias)
y descuidáis lo más importante de la Ley (...),
que purificáis la copa "por fuera" y por
dentro estáis llenos de hipocresías y de iniquidad
(...): serpientes, raza de víboras, guías de
ciegos" (Mt. 23, 23).
"¡Cuántas veces he querido...!" (Mt.
23, 37): Reuniros, convertiros.. .
Ése es el reto. Un reto importante, como importante
es la santidad. No ya el hecho de ir al cielo, sino de poder
ser erigido como ejemplo de vida "según Cristo",
según sus estilos, sus modos, sus consignas, que es
lo que realmente conlleva una canonización.
Por eso el reto se plantea en razón de lo que podríamos
llamar una auténtica coherencia. La autenticidad de
unas verdades enteras y no a medias, de una verdad que se
imponga en el más amplio ejercicio de la libertad de
todos, sin coacciones ni atropellos, sin ficciones, con honestidad.
Cuando no es así, como diría el de Tarso, el
apóstol de las gentes, "aunque hablaran las lenguas
de los ángeles (...), aunque tuviera el don de profecía
(...), aunque tuviera una fe que moviera montañas (...),
aunque repartiera todos sus bienes (...). Si no tuvieras caridad...
eres como metal que suena, o como címbalo que retiñe"
(I COL 13, 1). No eres nada. No hay, no puede haber auténtica
santidad.
Por lo que lo importante es, no el reproche insultante, ni
el desprecio a nadie, sino el amor: el respeto a la libertad
de todos (II Crt. 3, 17), a la verdadera libertad, la libertad
sin mentiras, sin atropellos, sin eufemismos, sin ofensivas
de descrédito para con nadie, sin MIEDOS a las exigencias
del amor a la verdad.
De la verdad de una eclesialidad que no debe ni puede ser
escándalo para nadie y que me hacen recurrir como expresión
de mi más profundo y filial deseo de fidelidad a la
Iglesia de Cristo al poema del Obispo Brasileño Pedro
Casaldaliga, al margen de posibles tergiversaciones oportunistas
que quisieran entrar en descalificaciones tergiversadas o
simplistas, pretenciosamente basadas en compromisos personales
con ideologías más o menos controvertidas, en
los que ni entro, ni van al caso. No me identifiqué
con Kipling por citar su poesía (maravillosamente expresiva)
en mi libro anterior. Con Casaldaliga siento, y me emociona
su "Pedro apenas... congréganos". ¿Acaso
no es evidente la necesidad del reclamo ante tanta dificultad,
tantos entramados, tantísimos obstáculos, tergiversaciones,
desgastes...?
Juan Pablo, Pedro apenas,
congréganos
en torno de la Piedra rechazada,
como piedras al sol.
Alienta en tus hermanos
la libertad del Viento,
pescador.
Confirma nuestra fe
con tu amor.
Danos la audiencia de la profecía
y la encíclica del silbo del pastor. (...)
La curia está en Belén y en el Calvario
la basílica mayor.
Es hora de gritar con toda nuestra vida
que está vivo el Señor.
Es hora de enfrentar el nuevo imperio
con la púrpura antigua de la Pasión.
Es hora de amar hasta la muerte,
dando la prueba mayor.
Es hora de cumplir el Testamento
forzando, en la Oikumene,
la comunión.
Juan Pablo, Pedro apenas,
pescador.
P. Casaldaliga
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